Nevada de Agosto I
Historia de dos amigos, Juan y Félix que, se distanciaron y al volver todo ha cambiado. Juan tiene pareja y no parece buena persona. ¿podrá el poder de la amistad hacer que nieve en agosto? En algún culo tendrá que nevar.
Hola soy Félix, hace unos años estaba en un grupo de estudio de oposiciones. Era a nivel nacional, ahora está de moda que sean online, pero entonces era toda una innovación. Lo típico, hicimos un grupo de whatsapp y esas cosas. Empecé a hablar un poco de más con uno de los chicos del grupo. Se llamaba Juan, ojos verdes, pelo liso despeinado y amplia y blanca sonrisa. Pronto empezamos a hacer videoconferencias privadas, pero nada sexual, simplemente estudiábamos juntos. Yo he sido siempre abiertamente bisexual, intuí que él no había salido del armario. Alguna vez fantaseábamos sobre lo que haríamos una vez los dos tuviésemos plaza en la misma ciudad, pero nunca llego a más. Y le tiraba la caña diciendo que me lo iba a tirar y esas cosas, él solo se reía.
Cuando llegaron las pruebas Juan no las pasó y yo sí. Se enfadó con el mundo y poco a poco se fue alejando, intenté acercarme a él, darle ánimos, incluso le propuse que viniese a casa. En cuestión de un mes o así yo ya estaba viviendo en Madrid y él se quedó en su Vigo natal y desapareció. Una putada, porque me había pillado bastante de él. Tardé mucho en olvidarlo.
De repente, tres años después me llamó. Había un puente en Galicia y quería venir a verme. Le dije que sí, le di la dirección y no hablamos nada más. Pero la sorpresa fue completita en muchos sentidos. De primeras, cuando bajó del taxi comprobé lo altísimo que era, media por lo menos 1,90, seguía teniendo aquella sonrisa, pero sus ojos estaban inquietos. Era flaco, eso lo sabía, pero no que tenía las caderas estrechitas como a mí me gustan y un culo más bien plano.
Mientras estábamos allí plantados sin saber si darnos la mano o besarnos o abrazarnos, apareció la segunda sorpresa. A su lado se puso un chico que no mediría más de 1,60, rubio, pelo rizado, con músculos algo marcados, un tirillas de gimnasio con más ego que estatura, ojos azules y mirada ansiosa y peligrosa. Le cogió la mano posesivamente y levantando la barbilla en tono posesivo se quedó allí como esperando algo. Yo estaba a cuadros. El muy mamón no me había dicho nada de esto y no entendía bien a que había venido, pero todos mis planes de sexo salvaje se estaban yendo rápidamente por el retrete.
Como pude me recompuse. Los llevé a casa, les di la habitación de invitados, en mi piso hay dos habitaciones y una vez se hubieron instalado planeamos la cena. La velada fue extraña, en ningún momento pude hablar con Juan, su enano no se separaba de él, y encima Juan había desarrollado una risa estúpida ante casi cualquier comentario. Además, el enano era gilipollas, pero gilipollas de diccionario, posesivo, arrogante, mandón y contestón, te miraba con superioridad como si lo que estuviese haciendo fuera importante y solo él supiera hacerlo. Les saqué para la cena un vino que cuesta 30€ la botella y el muy idiota me dijo que a los invitados era mejor darles cosas buenas, que esto parecía vino Don Simón.
Le hubiese dado el guantazo que nunca le dio su madre, pero tenía ganas de hablar con Juan y por encima de todo soy un señor. Soy un oso grande y peludo de 1,80, con 48 tacos y parezco bastante osco, pero me gusta tratar bien a todos y hablo correctamente siempre. Además, fijo que si le daba una torta se iban los dos y eso no lo quería.
Por fin la velada se acabó y me fui a mi habitación sin poder hablar con Juan, solo cabreado, ni una paja me hice antes de dormir. Los nervios me jugaron una mala pasada y a las 3 de la mañana me levanté a prepararme un vaso de leche, tenía un ardor terrible. Intenté hacer el mínimo ruido posible. Me bebí la leche y me volví a la cama. A los pocos minutos llamaron a la puerta y asomando la cabeza apareció Juan, preguntando si podía pasar.
—Claro —dije en un susurro, no quería por nada que el pequeñajo se despertase. Aunque las habitaciones no son contiguas, en un piso se escucha todo.
Juan pasó rápidamente y cruzó la habitación en tres rápidas zancadas, parecía una gacela. No llevaba nada de ropa, solo unos calzoncillos tipo bikini, pequeños por delante, con solo el elástico en los laterales y con la mitad del culo descubierto. Era agosto en Madrid y hace calor, una suerte. Su cuerpo flaco estaba bien proporcionado, no estaba tan flaco después de todo, pero no tenía los músculos definidos. Tenía algo de vello en las piernas y 4 pelos sueltos en el pecho y una hilera de hormigas que nacía en su ombligo y se perdía en aquellos calzoncillos blancos que, no se de que estarían hechos, pero brillaban un poco.
Se tumbó a mi lado en la cama, por fuera de las sábanas, yo con mis pantalones cortos y sin saber muy bien a que venía aquello. Le miré como dos o tres minutos fijamente a los ojos en un silencio muy incómodo.
—¡Vale! Lo siento, no iba a venir, lo arreglamos ayer —dijo por fin, como estaba callado, siguió hablando, —cuando suspendí me quedé muy jodido y bueno… no sé… al poco apareció él y me ayudó bastante.
—¿Lleváis tres años juntos? —pregunté un poco extrañado y también decepcionado, una pareja de tres años aun con altibajos significaba que yo no iba a tener sexo, y me jodía mucho tener a un tío tan bueno allí y no poder ni rozarlo.
—¡No qué va! Ahora llevamos un mes, bueno, dos días porque lo habíamos dejado otra vez, en total no llevaremos ni seis meses repartidos en estos tres años.
—¿Pero le quieres?
—No, sí, no sé, es extraño, hay cosas de él que me encantan, pero tiene una inseguridad encima que es asfixiante.
—Tú sabrás, desde fuera es bastante peculiar.
—Luego es un amor.
—¿Y entonces para que venías? —yo seguía queriendo saber el motivo de su llamada después de tres años.
—Pues no sé, necesitaba respirar, acabábamos de romper y haciendo limpieza en mi ordenador encontré una captura de pantalla que te hice un día estudiando y… bueno… no sé… me apeteció hablar contigo —en uno de sus aspavientos con las manos, al dejarla caer con la palma hacia arriba cayó sobre la mía. Instintivamente la agarré y con el pulgar empecé a masajear su palma.
Se sonrió y seguimos hablando durante horas, nos soltó la mano ni la apartó. Poco a poco, nos fuimos relajando y recuperamos algo del saber estar juntos que teníamos. Inconscientemente nuestros cuerpos se fueron acercando el uno al otro, así al principio nuestras manos al principio tenían mucho espacio, pero luego estaban apretadas y atrapadas entre nuestros cuerpos. No sé qué me preguntó, solo sé que me giré y me quedé mirando fijamente sus preciosos ojos verde esmeralda. Nuestros labios estaban separados por apenas unos centímetros, notaba su respiración en mi cara, de repente algo más forzada y su mano se había puesto tensa.
—Debería irme —dijo sin moverse.
—Sí contesté yo, acercándome unos milímetros más.
—Alfonso está ahí y esto no está bien, tu lo entiendes, ¿verdad? —volvió a decir sin moverse.
—Sí.
—Voy a irme.
—¡Vale! Que descanses —le dije y la punta de mi nariz rozó la suya.
El giró ligeramente la cabeza y se acercó definitivamente a mí buscando mis labios. Nos fundimos en un beso y luego otro, y los fuimos encadenando con los ojos cerrados, disfrutando de lo que ambos habíamos deseado desde hacía tanto tiempo.
Por fin sacó su mano en medio de los dos y me empezó a acariciar la espalda. Yo sin levantarla de la sábana la estiré todo lo que pude y cogí uno de sus cachetes que apreté con fuerza lo que le hizo suspirar de gusto. Mientras nos seguíamos besando con la otra mano fui a por su poya. Era enorme mediría unos 22 cm e iba ya por su ombligo y creciendo en tamaño y gordura. La agarré con fuerza y empecé a pajearla mientras Juan se empezaba a derretir de placer y me seguía besando con pasión.
Mi polla estaba también muy crecida y había empezado a soltar precum. Me bajé los pantalones cortos y los lancé lejos. Mis buenos 17 cm estaban ya listos. Me arrodillé en la cama a la altura de su cabeza y le fui pasando la poya por sus labios mientras seguía acariciando la suya. Se la metió entera en la boca y empezó a succionar. La chupaba muy bien, su lengua era larga y juguetona, envolvía todo mi capullo y daba placer a mis huevos y mi glande con mucha maestría.
Al poco rato me bajé yo también y empezamos a hacer un 69. A mí no me cabía tanta poya como a él en la boca. Pero le chupaba la punta con ganas y lo pajeaba con las dos manos o le tocaba los huevos. Al poco rato empecé a meterle un dedo en el culo y luego dos. Mi objetivo estaba claro, ese culete iba a comerse mi poya entera. Él solo abrió las piernas solícito dejándome hacer y gimió con más gusto.
Así que me levanté, le indiqué que se pusiera a cuatro patas en el borde de la cama y estando allí de pie, empecé a meterle mi poya en su agujerito. Era estrecho y cálido, pero se abrió a mi poya y en poco tiempo estaba bombeando mi poya con fuertes embestidas hasta los huevos mientras él gemía de placer.
De repente, por el rabillo del ojo vi un movimiento extraño. Juan no había cerrado la puerta y se había quedado entornada. Por el hueco que quedaba vi la cara, roja como un tomate de Alfonso. Reduje un poco el ritmo por el impacto, pero no me paré. Debería haber parado, supongo, pero tan cachondo como estaba y con su culo pidiendo guerra lo que hice en cuanto me recobré de aquello fue embestirlo hasta el fondo e imprimir un ritmo frenético a mi follada. Tenía claro que iba a entrar y montar una escenita, así que mejor si me corría antes.
No pudo ser. Entro antes de que me corriera. Se puso a mi lado. No sé supongo que esperaba que parase o algo, pero lo ignoré. En una de las veces Juan se giró un poco y lo vio y se puso pálido y tenso. Dejó de gemir y yo seguí allí dándole. De hecho, le metí dos o tres embestidas fuertes y volvió a gemir. Alfonso no se movió, su poya sí. Tenía un cuerpo bien proporcionado, musculoso, sin pasarse, ni un pelo, ni en la barba ni en el cuerpo. Iba también en calzoncillos, unos estúpidos calzoncillos de Spiderman, parecían de niño, seguramente lo fueran, alguien tan pequeño como él tendría dificultad para encontrar ropa de hombre.
No la tenía muy grande, pero marcaba ya un bulto que era algo más que morcillona. Como veía que aquello no paraba le dio un cachete a Juan en el culo y preguntó:
—Para esto quería venir sin mí, ¿eh perra?
—Sí —contestó Juan girándose y tumbándose en la cama boca arriba con las piernas abiertas. Ofreciéndole su culo a él. —Habíamos cortado —dijo simplemente sacando la lengua y empezando a pajearse su enorme cipote. Alfonso se bajó los calzoncillos mirándome con desprecio, me apartó con brusquedad se subió a la cama y poniéndose de rodillas y con un movimiento muy sugerente de su culete y empezó a meterla. Juan se dejó hacer y yo me quedé allí plantado sin saber muy bien que hacer.
Juan lo atrajo hacia sí y Alfonso quedó totalmente tumbado entre las piernas de Juan. Mientras bombeaba me fije que tenía un culo precioso, pequeño, prieto, de cachetes perfectos de gimnasio, en la posición en la que estaba se veía su agujerito y tenía pinta de virgen. Se me volvió a poner dura de verlo y eso que se me había bajado un poco por la situación.
Fui hasta el aseo a coger el lubricante. Alfonso me miró con cara de triunfo mientras me iba, creo que pensó que había ganado o algo, no sé. Volví con la poya embadurnada de lubricante, tanto tenía que chorreaba. Juan adivinó mis intenciones y con sus piernas rodeó el pequeño cuerpo de Alfonso. Me coloqué detrás de este, apunté y empecé a hacer fuerza con mi poya mientras le cogía bien fuerte por las caderas.
Primero se resistió, luego chilló y hasta nos escupió a Juan y a mí. Nos insultó y nos dijo de todo, pero Juan lo tenía inmovilizado de pies y manos. Y mi poya con todo el lubricante que tenía entró del tirón hasta los huevos. Al principio no colaboró nada en absoluto, pero poco a poco, Juan empezó a besarlo y a decirle carantoñas y dado que yo embestía con fuerza, el también se la metía a Juan. Así que supongo que se impuso el deseo y su culo empezó a comer poya también.
Pero no dejaba de ser una violación, así que me la jugué y tensé un poco más la cuerda. Cuando más estaba disfrutando Alfonso se la saqué y tumbándome en la cama boca arriba le dije: —Ey chiquitín ven sube aquí que quiero ver como montas —me llamó cabrón, pero se sentó encima de mi poya de cara a mí y cuando estiré la mano para acercar su boca a la mía me besó con pasión, también me mordió un poco, pero eso me la puso más dura aún.
—Y yo qué cabrones —protestó Juan que se había quedado en un lado de la cama sin nada que hacer y con la poya muy dura viendo como su novio el machito montaba una poya. Le indique que se acercara y arrodillándose cerca de nuestras cabezas metió su enorme poya entre nuestras bocas. Ambos nos peleamos con leguas y labios por hacerle la mejor mamada de todas. Al final, la mejor postura que nos gustó a los dos fue dejar los labios quietos y que Juan nos follara las dos bocas al mismo tiempo, una por arriba y la otra por abajo. Y como tenía una mano libre le metí un dedo por el culo para compensar que su bonito culo estuviera sin poya.
Así estuvimos hasta que nos corrimos, el primero fue Juan, una mamada a dos bocas con dos dedos en el culo es más de lo que pudo soportar y nos lleno las caras y las bocas de leche. Tanto a Alfonso como a mí aquello nos excitó un montón y empecé a empujar hacia arriba con la pelvis mientras el cabalgaba y se pajeaba. Nos corrimos casi al mismo tiempo. Me encantó preñar su culo virgen, y a él también que en cuanto recuperó el aliento se fundió en un beso profundo y húmedo conmigo. Juan volvió a protestar, normal, era él que había venido por poya y se la estaba llevando otro. nos estuvimos besando los tres hasta quedarnos dormidos.
Luego os cuento como siguió el finde… espero comentarios guarros y calientes y que se os queden los huevos secos de haceros pajas. Gracias.