Nestor Suarez Nocedal, marinero

Historia de una pareja muy atípica, que vive su sexualidad con un alto nivel de amor y de erotismo, pero en un mundo irreal, de gran belleza ideal y profundidad humana, pero marcado desde el principio por un impulso enfermizo, que al final conduce a la muerte.

NESTOR SUAREZ NOCEDAL, MARINERO.

Beno Gutt

Historia de una pareja muy atípica, que vive su sexualidad con un alto nivel de amor y de erotismo, pero en un mundo irreal, de gran belleza ideal y profundidad humana, pero marcado desde el principio por un impulso enfermizo, que al final conduce a la muerte.

¡Hola, amigos de Todorelatos! Aquí va mi tercero y con esto acabo la trilogía y pongo punto final a mi colaboración. Me sabe mal dejaros, porque me he pasado ratos muy agradables leyendo y escribiendo los tres relatos que he compuesto para vosotros. Beno Gutt se encuentra francamente mejor y el médico me permite que vuelva a mi trabajo docente y decente. Así, pues, vuelvo al redil de la crítica del arte y de escribir cosas aburridas que no lee casi nadie. Yo soy "ramblero". Me encanta pasear por las Ramblas y por el casco antiguo de Barcelona, para ver la gente, su cara, su pose, su andar, hombres, mujeres, viejos y jóvenes, guapos y no tan guapos. Por eso me gustáis vosotros, aunque yo pertenezca por formación o deformación a otras esferas, porque encarnáis la vida misma y sois el caudal de esta humanidad compleja y variopinta de nuestro mundo enrevesado, contradictorio, pero nuestro porque no tenemos otro .

Los dos relatos anteriores me salieron gay y este me ha salido hétero. Odio los cajoncitos y sobre todo a los que encajonan la vida de la gente, que es por naturaleza indefinida e indefinible. Como veréis, ni los dos anteriores eran tan gays ni este es tan hétero, sin embargo los tres tienen el común denominador del amor a la vida, a la persona humana concreta y la presencia acechadora de la muerte. ¡La vida es así de bonita y de trágica!

Como en los otros dos relatos, me abstengo de entrar en detalles descriptivos del coito, porque la mayoría de ellos son tópicos ingenuos de engañabobos. Prefiero describir las circunstancias personales y ambientales que dan al sexo un sentido específico, personal, a veces irrepetible. Eso es lo que hace verdaderamente interesante el relato y lo que da sentido al sexo. Como el comer, o el defecar, casi todo el mundo cuando tiene sexo con alguien sigue el mismo repertorio con ligeras variantes que dependen del carácter o fogosidad de cada cual. Con las luces apagadas estas variaciones pueden llegar incluso a pasar desapercibidas. Es lo que le pasó al patriarca Jacob, que pensándose que se acostaba con Raquel, su preferida, se echó a dormir con Lía, pasó con ella una noche estupenda y sólo a la mañana siguiente se dio cuenta de que la que le había dado tanto placer había sido precisamente la hermana legañosa. Al día siguiente se cercioró mejor y se acostó con Raquel, a la que encontró muy buena, y finalmente se quedó con las dos hermanas. Lo explica con pelos y señales el libro del Génesis. ¿No sabíais que la Biblia contiene relatos muy picantes y llenos de una sabiduría ancestral? Pues el relato que os voy a contar os lo demostrará, aunque de refilón.

  1. Doña Teresa Ulloa de Paz

A doña Teresa la conozco de toda la vida. Era la vecina de tía Pilar, la hermana mayor de mi madre, que quedó soltera y permaneció en casa de mi abuelo Santacana en la calle Diputación, no lejos del Paseo de Gracia de Barcelona. Cuando iba a ver a mi tía Pilar, ya desde niño, frecuentemente la encontraba acompañada de doña Teresa, que vivía al piso de al lado con su sobrina María Xesús, casada con el Dr. Mir, y que tenía tres hijos, todos más jóvenes que yo. Yo era el sobrino preferido de tía Pilar y de hecho me nombró su heredero de confianza, de modo que cuando ella murió no tardé ni un mes a mudar de casa y establecerme en el corazón del Ensanche de Barcelona. El piso es antiguo y grande y me caben muy bien mis libros y los muebles viejos que me vuelven loco.

Doña Teresa y María Xesús eran gallegas de pura cepa; los hijos de María Xesús, dos chicos y una chica, ya eran catalanes y hablaban con soltura el catalán entre ellos y conmigo. La tía y la sobrina a veces hablaban gallego pero sólo de manera coloquial; para explicar cosas ya un poco complicadas recorrían al castellano, que entendemos y hablamos todos bien o mal. Se convirtieron, pues, en mis vecinas; doña Teresa ya muy mayor, con unos ochenta y cinco años y María Xesús unos cincuenta y tantos, pero muy bien llevados.

El Dr. Mir estaba siempre ocupado y sus hijos, todos muy simpáticos y muy sanos, entre los 19 y los 25 años, iban siempre de aquí para allá, dedicados a su estudio y a sus diversiones juveniles. En cambio doña Teresa y Maria Xesús me visitaban frecuentemente o las visitaba yo y tomábamos el te, cuando yo salía del trabajo y llegaba a casa hacia las seis y media de la tarde. Por ellas conocí y amé Galicia, ya que no paraban de hablar de su tierra, sobre todo de su querido Cee y de la Ría de Corcubión, junto a la punta de Finisterre.

Una día en que estábamos solos, doña Teresa me dijo: "Beno, tengo necesidad de hablar contigo y explicarte muchas cosas. La gente mayor, como yo, sabe que nos queda poco tiempo de vida y no quiero llevarme a la tumba muchas cosas que nadie sabe, ni siquiera María Xesús. Te las quiero explicar a ti porque veo que siempre lees revistas viejas y papeles antiguos, como de cuando yo era joven y me da la impresión que mi historia te puede interesar". Me quedé muy sorprendido de que me hubiera elegido por confidente y también temí de que se tratara de cosas de ancianos que explican batallitas y banalidades y no paran. Le contesté: "¿Por qué no se las explicaba usted a mi tía Pilar, con la que se querían tanto, ella la hubiera comprendido y ayudado mucho mejor que yo?". "Tu tía Pilar –me respondió

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era una santa, pero era un poco santurrona; nos queríamos y nos compenetrábamos mucho, pero yo era muy diferente a ella, por eso no le podía explicar muchas cosas que eran muy importantes para mí, como por ejemplo que estuve casada. Ella me creyó siempre soltera como ella". "¡Anda! Eso tampoco lo sabía yo. Ni usted ni María Xesús nunca han hablado de ello". Me respondió: "En nuestra familia esto ha sido siempre un tema tabú, como si nunca hubiera existido. Por eso hasta a mí misma me parece que aquello fue más un sueño que una realidad". Le respondí: "¿Querrá decir una pesadilla, de la que más vale olvidarse?". "No –cortó ella

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. He dicho un sueño, dos años y medio de mi juventud que han alimentado toda mi vida, y todavía vivo de renta de lo que entonces viví". Después de un prolongado silencio y cogiéndome la mano doña Teresa me miró dulcemente a los ojos y sonriendo me dijo: "Beno ¿eh que serás bueno y me escucharás? Si te lo cuento todo me moriré tranquila. Ya sabes que yo no creo en los curas, como tu tía Pilar que siempre iba a los jesuitas de Caspe; yo no tengo con quién confesarme, pero tengo un alma como la suya, por eso congeniábamos tanto y por eso sé que tu me entenderás mejor que ella, y mejor que un cura". "Doña Teresa, a su disposición; sepa solamente que a las tardes, cuando llego a casa, tengo trabajo y no podré atenderle más de media hora. ¿Se conforma con eso?". Vi que hacía esfuerzos para levantarse del sillón y me apresuré a ayudarla. Me miró y me besó diciéndome: "¡Angelito mío, eres un cielo! Tus ojos son azules y tu cabeza cuadrada y clara como la de tu padre, pero tu alma es la de los Santacana, como la de tu tía Pilar. Te explicaré muchas cosas y conocerás algo que te interesará profundamente, porque lo que yo viví con aquel hombre no es nada corriente".

Dos días más tarde me llamó doña Teresa para que fuera a tomar el te con ella y charlar un ratito. La encontré muy contenta y avispada y me mostró una caja de corcho llena de fotografías antiguas, muchas de ellas amarillentas. Aquello y su memoria era lo único que le quedaba de aquel tiempo que marcó indeleblemente su vida. Empezó a sacar fotos y a explicármelas sin ningún orden cronológico. Era fatigante, sobre todo para una persona ordenada y ansiosa de no perder tiempo como soy yo, pero poco a poco me fui interesando y a la segunda o tercera entrevista estaba ya plenamente atrapado e integrado en el mundo alucinante que había vivido doña Teresa con un hombre alucinado que respondía al nombre de Néstor Suárez Nocedal. Me compenetré tanto con aquella historia que puedo narrarla como si la hubiera vivido y como si hubiera conocido personalmente a los personajes que la componen, pues Néstor no sabía hablar, ni con su mujer, sino de sus cosas, y sus cosas eran su pasada vida de marinero, el mar y la Biblia.

  1. El " Providence ".

Néstor nació en Lage en 1897. Era el mayor de los seis hijos de una familia de pescadores más pobres que las ratas. La madre se pasaba el día remendando redes, los hijos haciendo diabluras y zafándose de ir a la escuela, el padre y un hermano suyo más joven saliendo a la mar con una pobre barca y los aperos más elementales; de la pesca diaria tenían que vivir y salir adelante dos familias. ¿Cómo?

Néstor a los doce años se enroló como grumete de una tripulación de un barco pesquero de mediano calado, llamado San Bento dos Mares, que faenaba más abajo de las Canarias y a veces en costas de Argentina. Néstor era bastante alto y muy delgado y decía a todo el mundo que tenía catorce años, pero su carácter y su fisiología eran la de un niño absolutamente impúber. Sabía leer, escribir y las cuatro reglas; era todo lo que necesitaba y lo que se le pedía a un trabajador. El ambiente del San Bento era más bien sórdido en todos los conceptos y allí, el niño Néstor descubrió con la mente, con los ojos y con su propia carne los llamados "misterios de la vida". A los trece años, cuando aun no segregaba semen, se lo llevaron ya a un burdel y lo pusieron en brazos de una puta barata cincuentona que casi podía ser su abuela. Hacía los trabajos más infectos y cobraba una miseria, que sus compañeros le hacían gastar en bebidas que no le gustaban; el ron y el aguardiente le ponían enfermo.

La verdadera vida de Néstor comenzó en Las Malvinas, cuando tenía 17 años. En una típica taberna de marineros conoció casualmente al capitán de un barco mercante llamado Providence , con bandera panameña y domiciliado en las Islas Barbados. El contrato de Néstor con el San Bento estaba a punto de vencer y el capitán Steve Roelofsen le ofreció una plaza en su tripulación y un sueldo en dólares que triplicaba lo que ganaba hasta entonces en pesetas. Néstor no lo dudó ni un momento y al día siguiente cambió ya de tripulación y de ambiente. Con el capitán Roelofsen se le abría un mundo nuevo.

Lo primero que hay que decir de Steve Roelofsen es que era un fervoroso menonita, descendiente directo de los anabaptistas holandeses establecidos en los Estados Unidos ya en el siglo XVII. No era fanático, pero su religión era el centro de su vida, que era un tanto singular . El capitán era rubio como el oro, enormemente alto y corpulento, con una ligera calvicie, patillas largas, bigotes bien poblados y sotabarba, un auténtico lobo de mar de esos que salen en los cromos. Imponente. Tendría sus cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. Estaba casado y tenía tres hijos que formaban parte de una colonia agrícola de una comunidad menonita en el Estado de Virginia. La tripulación era variada; había escoceses, irlandeses, jamaicanos, de las Guayanas y qué se yo. La lengua común era el inglés, que Néstor entonces apenas entendía. La presentación del nuevo grumete fue así: "Hijos míos marineros del Providence , os presento al nuevo cabin boy Néstor Nocedal, que es español y católico romano. ¡Una lástima! Además de hacer los trabajos de su oficio, me servirá de asistente y dormirá en mi camarote, porque es muy joven y alguno puede imaginarse que es como una mujer y de vosotros no me fío ni un pelo. Si alguien de vosotros se atreve a llamarle maricón o sugiere que yo cometo con él el pecado de Sodoma, le romperé la mandíbula, le haré vomitar el hígado por la boca y lo arrojaré al mar para que se lo coman los tiburones. Me consta que Néstor es honrado y que no causará problemas a nadie. Espero que no se los causéis a él. No hay nada más que decir y no admito sugerencias ni reclamaciones. Podéis ir a vuestros trabajos en el nombre del Señor".

Por la noche en el camarote, antes de dormir, el capitán cogió a Néstor por los hombros y lo zarandeó diciéndole con voz atronadora: "Escucha bien lo que dice el Levítico: "Si un hombre yace con otro hombre como se hace con una mujer, cometen los dos una acción abominable. Serán condenados a muerte". Si te veo haciendo eso o coqueteando como si fueras una puta con otros marineros, te cortaré los testículos y me los comeré fritos. Lo juro por Dios ¿Me has entendido?". Néstor tembloroso asintió con la cabeza. Luego el capitán cambió enteramente de semblante y acariciándole el pelo le dijo: "Hijo mío, ahora haz tus oraciones mientras yo te bendigo y te vas a descansar". Néstor no sabía qué hacer, sólo se santiguó y se quedó parado: "¿Eso es todo?" Néstor volvió a asentir con la cabeza. "¿Qué es eso que llevas colgando?" preguntó el capitán. "Es una medalla que me dio mi madre para que me proteja", respondió Néstor. "¡Quítatela. Es un amuleto de paganos!", a lo que Néstor contestó furioso: "Déjela usted y no se meta con mi madre ni con mi religión, que yo no me meto con la suya!"

Néstor se subió a la litera sobre la cama del capitán, se desnudó y se metió en la cama. A la luz del quinqué, el capitán se sentó junto a la mesa y se puso a leer la Biblia con gran interés durante un buen rato y en un momento se cubrió la cara con las manos como si rezara. Después apagó la luz y se acostó en su cama debajo de la de su asistente. El nerviosismo impedía a Néstor conciliar el sueño, pero al cabo de unos minutos notó un movimiento raro en la litera y oyó la respiración agitada y jadeante del capitán. Sin ningún género de duda, Roelofsen se estaba haciendo una solemne paja. Néstor recordó la sentencia de la Biblia y la amenaza del capitán. Le pasó por la mente los centenares de veces que centenares de marineros habían abusado de él desde que tenía doce años. No entendía nada. "¡Dios mío, dónde me he metido!", se dijo Néstor para sí. Quiso rezar alguna oración de las que su madre le enseñó cuando era pequeño, pero no recordaba ninguna. Al final quedó dormido.

Al Providence la jornada empezaba con el breakfast a las 6.30 a.m. precedida de una lectura de la Biblia y una oración espontánea e improvisada del capitán, a la que todos respondían Amén. Néstor nunca había visto rezar a nadie así. Para invocar a Dios, le llamaba siempre "Señor de los Mares y Dios de los Océanos". Por lo demás los trabajos del Providence no variaban mucho de la faena de los demás barcos, únicamente que los otros donde él había trabajado eran todos pesqueros y éste era mercante; el trabajo era pues más limpio y tranquilo. Lo más singular para Néstor era su trato personal e íntimo con el capitán Roelofsen, que se estaba convirtiendo para él en algo así como el padre que nunca había tenido, sobre todo a medida que el inglés se le convertía en una lengua familiar.

Cuando el capitán le cobró mayor confianza, le convidó a escuchar su lectura nocturna de la Biblia y a participar de su oración. Néstor se sentía fascinado por la personalidad gigantesca de aquel hombre y por su ardiente mística. Una noche, después de leer el largo relato de la creación del hombre y de la mujer, Roelofsen se sintió inspirado –algo muy típico de los menonitas

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e inició un discurso meditativo de este género: "Mira, hijo mío, después del mar, lo más grande y hermoso que hizo Dios fue el cuerpo del hombre, modelado del barro de la tierra, infinitamente mejor que cualquier artista humano pudiera hacerlo. Le dio unos fuertes brazos y piernas para que trabajara el jardín del paraíso, un gran torso para respirar gran cantidad de aire, una buena polla para indicar su prepotencia y sobre todo le hizo inteligente, para poder conocerle y servirle. Si este hombre salido de las manos de Dios es un marinero, es doblemente hermoso, porque tiene en sus ojos y en su alma la gran inmensidad del mar, que es reflejo de la de Dios. Hay que agradecer siempre a Dios que nos haya hecho hombres y también marineros. Pero aquí no acaba mi reflexión; el hombre es la obra maestra de Dios, pero después Dios quiso superarse a sí mismo e hizo a la mujer, con sus curvas y redondeces para gozo del hombre. No es una obra genial ni tiene la majestad del cuerpo varonil, pero es una pieza como de orfebrería fina, delicada y llena de misterio. El coño de la mujer es lo más precioso que ha creado Dios, la joya del maestro que culmina su creación. Va recubierto de un bosque de vello que lo oculta y lo protege y tiene una doble puerta que hay que franquear con decisión; el botón de su clítoris es el gran resorte, es vivo y rojo como un rubí; aquel que lo sabe manejar bien tiene el éxito asegurado para entrar y entrar jugosamente hasta lo más profundo del santuario, que es el "santo de los santos" de la mujer, y dejar allí su semilla, su óbolo, su verdadero holocausto. Joder con la propia mujer es el sacrificio más agradable a Dios y al hombre".

El capitán recitaba esta perorata casi fuera de sí y con los ojos medio en blanco. De pronto empezó su oración: "Oh Señor, que me diste a mi mujer Beth por esposa y de la cual he engendrado tres hijos que guardan tu Ley y te sirven fielmente, consérvamela en salud y felicidad para que pueda pronto yacer de nuevo con ella para gloria de tu nombre. Amén". Acto seguido el capitán se desbrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas y comenzó a hacerse una masturbación regia, pausada, regodeante, ante los ojos perplejos de Néstor que veía, por primera vez con toda claridad y a la luz cercana del quinqué, la enorme pija casi elefantiásica del capitán Roelofsen, que gruñía de gusto con los ojos cerrados y el cuello echado hacia atrás de su sillón. Néstor estaba asustado y sin saber qué hacer; con el pene erecto a causa de la explicación bíblica del capitán y lleno de miedo por lo que estaba viendo y por las amenazas bíblicas que el capitán le leyó el primer día. Después de mirar y remirar durante un buen rato, cuando el capitán aceleraba su ritmo y después de que éste abriera los ojos y le mirara fijamente con una sonrisa enigmática, Néstor corrió hacia su litera, se desnudó en un santiamén, se metió en la cama y se tapó con el embozo. En el fondo de su alma luchaban a muerte los sentimientos más contrastados de atracción y de repulsión, de lo más espiritual y lo más material. Quiso pensar en otras cosas, pero cuando se dio cuenta, él también se estaba haciendo una paja nerviosa y frenética, porque quería acabar pronto y perder el mundo de vista, pero su leche tardaba en aflorar más que otras veces.

De pronto se dio cuenta de que el capitán se había encaramado en un taburete y que le cogía fuertemente la mano con que se estaba masturbando. "Déjeme, maldito, y no me toque que la Biblia lo castiga con la muerte"

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gritó Néstor. "Estúpido papista, ¿quién eres tú para darme lecciones sobre la Biblia?

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respondió el capitán dándole un solemne cachete en la cara

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, tú que si ni siquiera sabes las oraciones supersticiosas de tu iglesia". Néstor quedó pasmado y cesó en seco su movimiento masturbatorio, a punto de echarse a llorar como un niño. El capitán le sonrió paternalmente y le dijo: "La Biblia prohíbe a los hombres yacer juntos, es decir penetrarse como se hace con una mujer, pero no dice nada de mirar ni de tocar. Escúchame, bobo ignorante, el Génesis explica que el patriarca Abraham un día se sacó la polla y se la puso en la mano de su administrador de confianza para hacerle jurar que buscaría una buena novia para su hijo Isaac. Tocar la picha de otro hombre con respeto no es sino señal de total confianza, porque la picha es la fuente de la vida". Néstor escuchaba con la boca abierta. "¡Óyeme, necio engreído, eso que hacías antes lo hacías muy mal y debe hacerse así!", y sujetándole fuertemente la mano derecha le hizo agarrar de nuevo la polla y le marcó el ritmo solemne y cadencioso, mezclando la caricia con la fuerza y conduciéndole la mano desde la raíz hasta culminar la cabeza del falo en un movimiento lento que se iba acelerando gradualmente sin dejar nunca de ser fuerte, mientras le decía al oído: "¡Hijo mío, Néstor, piensa en el coño de la que un día será tu mujer". El joven se sentía como invadido por una energía superior que le venía de lo alto, y se hallaba transportado a un cielo nunca soñado. Parecía que la mano de Dios se hubiera apoderado de todo su cuerpo, y se encontró diciendo con toda su devoción: "La derecha del Señor es poderosa, la derecha del Señor es magnificente". Abrió los ojos y vio que el capitán también gozaba de su proeza, sonreía y se le caía la baba de gusto. ¿Qué era aquello?

El capitán Roelofsen era todo un hombre y con su mirada era capaz de galvanizar a toda la tripulación, precisamente porque siendo un hombretón, tenía el alma de un místico y el don de mandar. "Néstor hijo mío, si no sabes rezar, mira el mar a lo largo y a lo ancho. Es lo más parecido a Dios. Dios es un mar sin fondo y sin riberas, infinito e inmenso. A veces es suave y sus olas recuerdan los pechos, el vientre acogedor y los muslos ondulados de una mujer, así es su amor y su misericordia, pero cuando el mar se encrespa es terrible y vengativo como la misma ira divina. Lo dice el salmo "Las fuentes del océano levantan su voz, levantan su fragor. Más que el rumor de las aguas, más que el oleaje de mar, es poderoso en las alturas el Señor". Néstor estaba cada vez más fascinado por ese hombre que se había convertido en su padre y maestro y el Dios de Roelofsen, que Néstor casi identificaba con el espíritu del mar, le absorbía los sesos.

El capitán, a pesar de su profunda piedad protestante, no era ningún mojigato. Sabía bien que los marineros de su tripulación, así que tocaban puerto, se iban de putas y jamás se metió en la vida privada de cada uno. La doctrina protestante del "Libre examen" la llevaba grabada en el alma; allá cada cual con su conciencia. A Néstor no le gustaban los burdeles, las experiencias que había tenido en todos ellos eran todas desagradables y prefería quedarse en las tabernas junto al puerto hablando con los marineros de otras tripulaciones y escuchando las historias más fantásticas de países que nunca había visitado, sobre todo los asiáticos. Una vez que atracaron en Rió de Janeiro, que es el paraíso de la prostitución, el capitán Roelofsen le dijo: "Néstor hijo mío, hoy serás mi invitado porque me he dado cuenta de algo importante que no sabes y quiero que aprendas. Hoy iremos los dos de putas". Néstor se quedó lívido y temeroso de hacer el ridículo ante la potencia sexual del capitán. Dijo para excusarse: "La Biblia dice "No fornicarás". No es licito que un cristiano y un casado como usted haga esas cosas sucias". "¡Maldito católico romano! Eres peor que un jesuita. ¿Cuándo aprenderás a entender la Biblia de verdad? La fornicación es un pecado, pero el hombre es pecador por naturaleza. Los patriarcas fueron con putas. ¿No has leído la historia de Judá y de Tamar en el libro de Génesis? ¿No sabes las historia de los dos exploradores que Josué envió a Jericó y los dos, uno después de otro se tiraron a la prostituta Rahab, y eso contribuyó a que los israelitas pudieran tomar Jericó? ¿Qué me dices de la prostituta Jahel que mató a Sisará y libró de la opresión al pueblo de Dios? La Biblia está llena de putas y los que las frecuentaban eran creyentes y puteros como nosotros. Es la historia sagrada, o ¿es que a los católicos no os la enseñan?"

Con la cola entre piernas, Néstor siguió al capitán toda la tarde, y después de cenar llegó el momento fatídico. Los prostíbulos que antes había visitado Néstor eran sucios y cochambrosos, pero el capitán sabía bien dónde iba. Era un hotelito bastante bueno regentado por una cubana que tenía una bella selección de prostitutas que comían bombones y bebían champagne francés al salón, a cargo del último visitante. Las había de muy jóvenes, casi niñas, y de no tan jóvenes pero de buen ver y mejor tocar. Cuando las chicas vieron al capitán y a Néstor, se armó un gran jolgorio y casi todas rodearon al capitán, que tenía toda la pinta de ser un gran macho. A pesar del bigotillo, a sus dieciocho años, Néstor a su lado parecía un efebo, bastante alto, pero delgado y frágil.

El capitán cantó ante las chicas las glorias de su joven acompañante e invitó a Néstor a que eligiera la que más le apeteciera. Temblando de voz y de piernas, escogió a una brasileña muy morena, bajita y bastante llenita, casi la más jovencita de todas. Sería la primera vez que tendría entre sus piernas a una joven proporcionada a su edad; le gustaba, pero no estaba seguro del éxito de su empresa. El capitán escogió a la que tenía mayores pechos y más culo y pidió una sola habitación para cuatro, la que tuviera la cama más grande. La cubana sonrió maliciosamente, y las otras chicas exclamaron unánime y espontáneamente un Oooohhh!, pensando que el capitán era capaz de follarse simultáneamente al joven acompañante y a las dos chicas, la jovencita y la despampanante. Roelofsen no era de este género, pero ya no se asustaba por nada.

El capitán cerró la habitación con llave, la inspeccionó detalladamente buscando si había alguna mirilla camuflada. Había grandes espejos en las cuatro paredes. Las dos chicas reían y empezaron en seguida a desnudarse para hacer su trabajo. El capitán dijo autoritariamente: "¡Alto! No hay prisas. Pagaré por horas y no por polvos. Y estoy dispuesto a gastar todo lo que haga falta". Y dirigiéndose a Néstor le amonestó así : "Hijo mío, Dios te ha puesto bajo mi amparo. Te enseñé a hacerte la paja de cada noche como Dios manda, y por lo que veo ya lo haces bastante bien. Ahora has de aprender a follarte a una mujer y quiero que lo veas, pues seguramente todo lo que hasta ahora has hecho con mujeres no vale nada y por eso no te gusta, porque no sabes hacer otra cosa que cascártela tu sólo y eso no lleva a ninguna parte y solo sirve para salir del paso". El capitán acercó un pequeño sofá al lado de la cama y ordenó: "Siéntate cómodamente aquí con tu chica y mira atentamente todo lo que vas a ver. Acaríciala si quieres, pero no te atrevas a intervenir en lo que hacemos en la cama ni te folles a tu chica antes de que yo acabe. Si se te empina, te aguantas, es un ejercicio muy sano".

Ruborizado a más no poder, Néstor obedeció y sintió que el brazo de la joven brasileña que tenía a su lado le rodeaba el cuello, le atraía hacia ella y empezaba a besarlo. Procuró no reaccionar, pero no hizo nada para impedir los mimos con que le obsequiaba su joven compañera. El capitán se quitó la gorra de plato que hasta entonces le cubría, dejando ver su incipiente calvicie y, vestido como estaba con su traje marinero de salir, se tumbó en la cama, extendió los brazos y las piernas hasta abarcar la máxima superficie y llamó a su chica para que se acostara sobre él. Después de mucho besarla y tocarla por encima de la ropa, empezó el ritual de desvestirla pieza a pieza, oliendo, tocando, besando y lamiendo toda la superficie que iba apareciendo hasta dejarla en cueros. Entonces fue él quien en un abrir y cerrar de ojos se desnudó por completo y mostró con la sonrisa de un triunfador su enorme cipote, de tronco vigoroso y cabeza de color malva. El cuerpo de capitán era blanco como de nácar y todo su vello era rubio como el sol. Parecía un dios. Era fuerte y musculoso y contrastaba fuertemente con el de la mujer morena y oronda que tenía entonces entre sus brazos y pegada a su cuerpo. Las manos del capitán no paraban ni un momento y la puta gemía, parecía que de placer, pero no, eran los pellizcos y la fuerte presión que el capitán ejercía sobre los pechos, el vientre, los muslos. Le hacía daño y al tiempo él y ella ronroneaban de gusto. Se revolcaban por la cama sin parar y tan pronto era él como ella quien estaba encima del otro. Era un espectáculo fascinante. Néstor, en sus fantasías, jamás había soñado que se pudiera hacer algo así.

Tras un breve descanso en el que el capitán se ensalivó abundantemente su polla, procedió a la penetración como si se tratara de un rito. Primero poco a poco jugando a hacer círculos en el clítoris y de pronto se la clavó hasta los huevos y empezó la clásica danza de los movimientos pélvicos del mete y saca. La mujer gritaba y el capitán gruñía como un cerdo. Néstor desde aquella situación privilegiada no se perdía detalle, se había bajado el pantalón de marino, que no tenía bragueta, y su polla estaba a punto de explotar. Su chica quería masturbarlo, pero Néstor no se dejaba. Cuando el capitán cantó victoria por su primer orgasmo, Néstor no pudo más y sin tocársela se corrió, con gran decepción de su joven compañera. Tras un ligero descanso, la pija del capitán volvió a pedir batalla. Repitió la operación y retozó cuanto quiso otra vez con su puta, sobándole los pechos y lamiéndole el coño y el culo; nuevamente la penetró y efectuó su segundo polvo, al que siguieron otros tres. Prácticamente una hora y media de placer para el capitán y de martirio chino para el pobre Néstor. Su chica estaba ya aburrida y medio dormida. Néstor había observado que el capitán se había comportado en todo momento como un verdadero macho dominante, sin permitir ni por un instante que la mujer tomara la menor iniciativa. Era un imponente cabrón.

Roelofsen, totalmente desnudo y con su polla todavía semierecta, se levantó y se colocó ante Néstor, de modo que la pija del capitán casi tocaba la nariz de su "ahijado", y comenzó su grotesco sermón: "Hijo mío, ahora te toca a ti, pero soy yo quien va a dirigir tu maniobra. Haz exactamente lo que yo te diga. Cumple como he hecho yo con la Ley de Dios, y no hagas nada que pueda ofenderle. No se te ocurra pedir una felación en la boca ni mucho menos darle a una mujer por el culo. Recuerda el pecado de Onán. Dios ha creado la pija del hombre para el coño de la mujer y todo lo que se ha de hacer es poner la pija y el coño a punto para hacer lo que se debe, todas las veces que se pueda. Es tu turno, sube, pues, con tu puta a la palestra y demuestra que lo sabes hacer bien siguiendo todas mis órdenes". La pija de Néstor más que dormida se encontraba muerta, como él, él de miedo y de agotamiento por estar casi una hora en estado de fuerte erección, ante el espectáculo obsceno del místico capitán.

Roelofsen le sugirió: "Si quieres puedes desnudarte ya, tengo ganas de ver cómo eres realmente y si tu cuerpo es como espero el de un hombre hermoso a imagen de Dios". Néstor obedeció y se quedó en cueros enfrente del capitán que también estaba desnudo. Néstor temblaba como la hoja de un árbol. Para sus adentros pensaba: "¿Me sobará? ¿Será capaz de sodomizarme? El conoce bien la Biblia y encuentra respuestas para todo". El capitán le pasó revista detalladamente sin tocarle para nada, pero mirándole con unos ojos ardientes de lujuria durante un largo rato que se le hizo eterno. "Métete en la cama y llama a tu chica", ordenó el capitán. Néstor lo hizo y la chica, atemorizada empezó a desvestirse. Nunca en su vida se había visto esta chica en una situación semejante; tanto el padre como el hijo le resultaban enormemente apetecibles, pero a pesar de no entender el inglés, percibía lo anómalo e insostenible de la situación. "¡Alto! –le gritó el capitán

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guárdate bien de desvestirte y de hacer nada por tu cuenta. El rey de la creación es él y es él quien ha de manifestar su poder y su fuerza sobre ti. Néstor, hijo mío, empieza a desnudar a tu compañera y piensa que es tuya y para ti. Hazlo con dulzura, pero también con energía, para dejar claro ya desde el principio quién manda aquí". La libido de Néstor se hallaba bajo cero. Como un autómata obedecía las órdenes del capitán y el cuerpo moreno de la niña apareció bonito, terso, suave, con sus pechitos, su vientre, su pubis, sus muslos, apetecible y atrayente como el manjar más suculento. La chica, entre sus quince y dieciséis años, era francamente bonita y graciosa, un auténtico festín del que no se podía desperdiciar nada.

"Néstor, gírate hacia ella y bésala y acaríciala a tu gusto y tú, niña, responde a sus caricias frotándole la espalda, desde la cabeza hasta las nalgas. Néstor, dale fuerte y no te dejes avasallar por ella. Aprétala más, más, más, muérdele las tetas, pellízcale el culo." Néstor obedecía, pero su polla continuaba triste y tenía el corazón helado. En realidad el que se estaba empinando, por sexta o séptima vez, era el capitán Roelofsen, que desde el pie de la cama parecía que dirigía una orquesta con su enorme pija como batuta, otra vez empalmada a más no poder.

La pobre chica, al ver que el cuerpo del joven no reaccionaba ante las caricias y los muchos besos a la boca, a las tetillas y por todo el pecho, pretendió hacerle una mamada, como había hecho cuando se había encontrado con clientes algo impotentes, pero el capitán le dio un imponente cachete en el culo, gritando: "Déjalo estar, zorra, y haz tu papel, que él debe aprender a hacer el suyo por su cuenta". Al constatar su fracaso, Néstor empezó a hacerse una paja, como las que se hacía siempre y experimentó una ligera erección. El capitán sonrió y le dijo: "Ahora, ahora empiezas. Así que la tengas tiesa, ponte encima de ella y clávasela sin compasión hasta el fondo. No desaproveches el momento". Néstor quiso hacerlo, pero su polla estaba aun demasiado flácida y se le arrugaba. La niña quería ayudarle pero se hallaba cohibida por el capitán. Néstor volvió a estimularse con sus manos y quiso intentar de nuevo una penetración, lo consiguió en parte pero al comenzar los movimientos pélvicos de mete y saca, todo se le fue a la hostia y se quedó más flojo que antes. El capitán estaba decepcionado y rojo de ira. La niña ponía una cara de pena que daba lástima. Néstor tenía los ojos arrasados en lágrimas y se sentía impotente como un muñeco de trapo.

De pronto, en un arranque de ira, Néstor reaccionó, se levantó de la cama y se plantó delante del capitán que continuaba desnudo, le cogió por los brazos y lo zarandeó, faltando a toda disciplina naval. Gritó tan fuerte como supo: "¡No puedo! ¡No puedo más! ¡Y usted, mi capitán, tiene la culpa de todo! Usted es fuerte como un dios, pero yo soy sólo un hombre. A mí me gusta escucharle cómo lee y me explica la Biblia por las noches, y después hago lo que hago, siguiendo siempre su consejo de pensar en el coño de la que un día ha de ser mi mujer. Eso me satisface y con eso tengo bastante. Lo que usted quiere que haga ahora va contra mi naturaleza, yo eso sólo lo podré hacer con la mujer que ame, pero no con una puta por muy cara que sea y menos bajo sus órdenes, como si fuera una maniobra naval. Respéteme. Usted y yo somos diferentes, usted es polígamo de naturaleza como los patriarcas, pero yo soy de la raza de los profetas, que sueñan y ven a Dios en su corazón. Déjeme ser hombre a mi manera; yo sólo le pido que continúe leyéndome y explicándome la Biblia como hasta ahora y no quiero que me dé lecciones de esta clase, que no necesito para nada".

El capitán se quedó pensativo y sin palabras, mirando fijamente a Néstor. De pronto le abrazó, y desnudos como estaban ambos, fundieron sus cuerpos estrechamente ante la mirada atónita de la chica, que no entendía nada, pues les creía padre e hijo. "Néstor, seguramente tienes de verdad espíritu de profecía y Dios está contigo. Perdóname, me he equivocado y quizás te he hecho pecar, pero te juro que nunca más te obligaré a hacer estas cosas. Si tu me perdonas, Dios también me perdonará. Me gustaría que fueras mi hijo de verdad, me sentiría muy orgulloso de ti". Al contacto directo de su cuerpo desnudo con el del capitán, al sentir su polla contra su vientre, la pija de Néstor empezó a responder y a empinarse, pero cuando Néstor lo advirtió sintió una gran confusión y una enorme vergüenza y empezó a vestirse precipitadamente, antes de que el capitán se diera cuenta de que su cuerpo de macho dominante había conseguido lo que no había podido hacer el sabroso cuerpecito de la joven brasileña. También la polla del capitán volvía a estar en plena forma, pero éste, antes de vestirse, agarró a la niña, la tiró sobre la cama y se la folló en tres minutos, mientras la muchacha gritaba y lloraba porque la pija monumental del capitán desgarraba su pequeña y joven vagina, que nunca había recibido un garrote tan largo y tan grueso.

Néstor pasó siete años felices en el Providence siempre al lado del capitán, amándose ambos como padre e hijo. La tripulación lo sabía y respetaba a Néstor como si de verdad fuera un hijo natural del capitán. El Providence desde hacía un par de años se dedicaba casi exclusivamente al contrabando. Todo el mundo lo sabía, pero de ello no se hablaba nunca abiertamente. Generalmente el cargamento era de tabaco o de aguardiente u otros licores, pero alguien pudo apreciar más de una vez que las pesadas cajas herméticamente cerradas que se hallaban en los bajos, contenían armas y municiones. Aunque ni la tripulación ni el nombre de la fragata habían cambiado, el titular de la compañía naviera mudaba frecuentemente, pero todos los tripulantes, desde el capitán hasta el último oficial cobraban puntualmente sus mensualidades, que ingresaban en un banco internacional de las Islas Barbados.

Últimamente los negocios se complicaban por momentos. El capitán recibía órdenes de hacer transbordos de mercancías en alta mar, o desembarcar en puertos de minúscula categoría a horas intempestivas ante unos aduaneros evidentemente sobornados que se hacían pasar por desentendidos. Por el telégrafo, alguna vez se recibió alguna amenaza, pero el capitán seguía cumpliendo puntualmente los trayectos que le indicaban desde la Compañía central. Alguna vez se le ordenó cambiar de rumbo precipitadamente, pero nadie llegó nunca a pensar que sucedería lo que sucedió la madrugada del 7 de Octubre de 1922 en el mar de las Antillas. Apareció una pequeña fragata de guerra a babor y sin que nadie sospechara nada ni mediara ningún mensaje, disparó seis torpedos contra el Providence . La tripulación no sabía que transportaba un enorme cargamento de explosivos y al instante el barco estalló y en menos de 7 minutos se hundió al fondo del mar, sin que hubiera tiempo de desamarrar los botes salvavidas.

En un abrir y cerrar de ojos Néstor se encontró nadando en el mar en medio de los objetos más impensables que flotaban como restos del naufragio. Encontró la salvación agarrándose con todas sus fuerzas a un bidón de petróleo casi vacío. Gritó, pero no se sentía ni un alma. Seguramente era el único superviviente de la catástrofe. Hacía calma chicha y difícilmente las olas le llevarían a ningún sitio, el agua no estaba fría, pero carecía de provisiones y de agua potable. Se sintió absolutamente sólo y abandonado al más trágico de los destinos, pues la zona estaba infestada de tiburones. Quiso rezar, pero no pudo, su mente se hallaba paralizada y presa de terror; al atardecer, después de haber soportado todo el sol de la jornada, se sintió desfallecer, se dio por acabado y perdió el conocimiento.

  1. Cee.

Néstor despertó en un hospital de la isla Guadalupe. Un carguero americano avistó el día siguiente los restos del naufragio y rescataron aun con vida al pobre Néstor que por instinto había permanecido fuertemente agarrado al bidón semivacío. Tan pronto en el hospital se dieron cuenta de que el náufrago recuperaba la conciencia, un enfermero le preguntó los datos de identidad; Néstor pudo darlos fielmente y hasta recordó, cosa muy importante, el código y numeración de su cuenta bancaria en las Islas Barbados. A los pocos día, le repatriaron en un mercante español que le conduciría hasta Vigo. Sólo embarcar, un marinero como Néstor que había pasado casi toda su vida en el mar, sintió no sólo mareo y vértigo, sino un pánico de muerte. Durante toda la travesía que duró doce días, no cesó de gritar y de agitarse como un poseso. Se dieron cuenta de que estaba loco, y le encerraron en un camarote. Fueron días de infierno; las ideas y los recuerdos se le mezclaban de manera incoherente y era incapaz de articular frases con sentido. Le internaron en el manicomio de Vigo y de allí le trasladaron a Madrid, pues su caso era grave. Finalmente pudo dejar el ambiente de loqueros y entró en una clínica psiquiátrica donde recibió un trato más humano, gastándose gran parte del capital que tenía ahorrado. Fueron dos años de sufrimientos indecibles: en su mente enferma sólo hervían dos temas, el recuerdo del mar deseado y aborrecido al mismo tiempo y la Biblia convertida en un volcán incoherente de citas, personajes y sucesos.

Cuando mejoró, Néstor encontró antiguos conocidos, muchos de ellos militares de marina, con los que había coincidido por esos mundos de Dios. Cuando pudo enhebrar ideas, quiso recomponer los trágicos sucesos del fin de Providence . Nadie supo nunca nada, ni salió en los periódicos ni nadie denunció la desaparición del barco o de sus tripulantes a ninguna policía ni a ninguna Compañía de Seguros. Seguramente era un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas de tráfico de armas con la probable implicación de algún gobierno del Caribe, igualmente mafioso. Néstor jamás pudo aclarar nada del capitán Roelofsen ni de su familia menonita del estado de Virginia. Era como si todo se lo hubiera tragado el mar.

Por medio de sus muchos conocidos, Néstor obtuvo un empleo de conserje de una empresa naviera de importación y exportación, pero atendiendo a que era el que mejor se desenvolvía en inglés, fue ascendido al oficio de intérprete con un secretario que le hacía el trabajo más burocrático. Cobraba un buen sueldo y su salud mental parecía equilibrada, pero en el fondo se encontraba triste y fuera de lugar. El mar y la marina le llamaban y por otra parte, no podía soportar la idea de volver a navegar, una contradicción que creía insuperable hasta que un amigo le indicó que podía conseguirle una plaza, que estaba vacante, como torrero en el faro de Corcubión, en la Costa da Morte de La Coruña. El sueldo era menor, pero en cambio le ofrecía la ventaja de vivir en tierra firme pero rodeado del mar y en conexión con el mundo de la marina. No lo pensó dos veces y aceptó la plaza, por la que se convertía en funcionario público.

El faro de Corcubión no es de los más importantes de la costa gallega, pero no estaba nada mal y su construcción era relativamente moderna. Se hallaba emplazado sobre un peñascal a 87 metros sobre el nivel del mar, a la entrada misma de la ría, tenía 47 metros de altura y era octogonal de piedra de granito. Constaba de luz fija blanca y luz blanca y roja con ocultaciones de modo que tenía un radio de visión superior a las 12 millas. Néstor se sentía orgulloso de regir este pequeño reino enclavado en el mar, lo malo era que no podía conducir la pequeña lancha que tenía amarrada en el embarcadero. Sólo verla ya le producía un terrible mal de cabeza, le silbaban los oídos y recordaba los trágicos momentos del naufragio.

Era un caso singular; para ir a Cee, el pueblo grande más próximo, Néstor utilizaba una mula torda e iba siempre por caminos vecinales para que nadie viera el contraste de un hombre cabalgando vestido de marinero. A Néstor le gustaba volverse a vestir así, con camisas de rayas azules, pantalones sin bragueta, típicos de los marineros de entonces, botas grandes y fuertes y gorra de plato. Como el capitán Roelofsen, cuya memoria le acompañaba siempre, Néstor se había dejado largas patillas, bigote normal y sotabarba; únicamente se afeitaba los pómulos y la barbilla. Durante los años sedentarios de Madrid había engordado algo y presentaba la fachada de un hombre bastante alto, fuerte, de rasgos algo duros y de una mirada chispeante, profunda, intensa, que perforaba a todo aquel que quisiera sostenerle la mirada. Néstor tenía entonces veintinueve años y llamaba poderosamente la atención de las mujeres de Cee, que comentaban qué podía hacer un hombre como aquel, casi siempre solo en el faro, vestido siempre de marinero, pero que no sabía navegar. Todo un enigma.

A Néstor le gustaba frecuentar las dos o tres tabernas de marineros y pescadores junto al puerto. Bebía solo cerveza. Recordaba algo su lengua materna que era el gallego, pero lo mezclaba irremediablemente con el castellano y el inglés, y tanto si hablaba español como gallego lo hacía con un acento muy especial, que sonaba extraño. Únicamente hablando inglés Néstor era incisivo e ingenioso, pero eso sucedía muy raras veces y casi siempre solo cuando iba a La Coruña, siempre con prisas, pues antes del atardecer debía de estar siempre en el faro. Era visitante semanal de la barbería, pues le gustaba ir siempre atildado y cuidaba su físico. Aprovechaba la ocasión para comprar las provisiones de la semana y no lejos de la barbería se hallaba una tienda de frutas y verduras donde había una joven, que le gustó desde el primer momento. Era hija de los dueños y supo que éstos eran unos campesinos acomodados, que se hacían trabajar las tierras y vivían principalmente de las rentas y de los productos que vendían en la tienda. La joven era hermosa, de unos veintitrés años, rubia y de ojos azules como el mar, podía ser un ejemplar de raza celta como una irlandesa, era de estatura media, algo llenita pero sin exuberancias, y de un hablar dulce con fuerte acento gallego. Ya desde el primer momento que se vieron, Néstor y Teresa, que éste era el nombre de la joven verdulera, se dieron cuenta de que se gustaban y sus miradas se buscaban y se intercambiaban una sonrisa cómplice.

No crean que Teresa Ulloa de Paz era una muchacha cualquiera. Sus padres la habían puesto interna con las monjas de la Enseñanza de La Coruña, para que adquiriera modales de señorita y poderla casar con algún rico contrabandista, de los que abundan en la costa, pero Teresa había salido algo rebelde, no quiso estudiar ni aguantó más de dos años las normas del internado y, de más mayor, descartaba sistemáticamente todos los novios que sus padres le proponían. Era fina de trato, suave de palabras, pero dotada de una personalidad fuerte e inquebrantable. Tenía que salirse siempre con la suya. Pero también era soñadora e idealista, algo sentimental y hasta un poco aventurera. Néstor no paraba de pensar en ella durante toda la semana. Estaba seguro de que aquella chica tenía el coño con el que había soñado casi todas las noches de su vida, pero no sabía cómo hacer para entrar en contacto con Teresa. No se le ocurrió otra cosa que ir a misa el domingo, a la parroquial de Cee, y esperarla para avanzársele y ofrecerle el agua bendita a la entrada. Lo logró y durante toda la misa el corazón le latía fuertemente porque podía verla, aunque de lejos, y porque le había podido tocar la punta de los dedos de la mano derecha. Se precipitó al final de la misa para repetir la operación y pudo decirle por lo bajito: "Esta tarde a las tres, detrás del Círculo de Recreo. No faltes". Teresa se ruborizó y sonrió, eso fue todo.

A las tres en punto Teresa apareció en el lugar fijado y, casi sin mediar palabra, condujo a Néstor a un pequeño huerto, donde había una casilla, que no costó nada abrir. Allí se quedaron mirándose fijo el uno frente al otro temblando, sin saber que decirse ni cómo presentarse hasta que los nervios explotaron y ambos se echaron a reír fundiéndose en un abrazo. Formaban una bella pareja y Néstor sintió en lo más hondo de su corazón el estupor de Adán frente a Eva,

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"Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne"

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, estaba seguro, era ella. Se explicaron lo que sabían el uno del otro y se complementaron la información de manera dosificada. De pronto Néstor se vio explicando a Teresa la historia de Tobías, que había recorrido un largo y penoso camino hasta dar con la que el destino le había preparado de antemano, Sara hija de Ragüel, que no podía ser de otro hombre sino sólo de Tobías. A la luz de este relato, Néstor interpretaba todas las vicisitudes de su vida. A Teresa le sonaba aquella historia, pero le encantaba oírla de Néstor, que vibraba y sentía dentro de sí el espíritu que animaba al capitán Roelofsen. Nunca se había sentido tan cerca del capitán ni tan cerca del cielo como cuando besó a Teresa por primera vez y pudo tocarle los pechos por encima del vestido. Néstor tuvo que correr para llegar a tiempo de encender el faro y Teresa tuvo que hacer mil vericuetos para que no la viera nadie y explicar en casa mil mentiras para ocultar dónde había pasado la tarde del domingo.

Lo que los padres no pudieron hacer con Teresa, lo consiguieron con la hija menor, casarla con un hacendado, el hijo del director de la fábrica de carburo de calcio, en la cercana parroquia de Brens. Teresa y Maruxa eran muy diferentes, pero se querían mucho y se tenían gran confianza. Fue ella la primera en saber que Teresa se había enamorado de Néstor, el del faro de Corcubión, y había sido Maruxa la que le había explicado las cosas que hacía con su marido y lo que ha de hacer una mujer para dar placer y obtener placer del hombre. Las entrevistas de Teresa con Néstor se incrementaron y se veían dos o tres veces por semana y naturalmente, la cosa trascendió y las malas lenguas comenzaron a hacer correr mil fábulas.

En Cee la gente tenía a Néstor por una buena persona, pero excéntrica. Aunque últimamente le habían visto alguna vez en misa, se decía que era protestante, porque hasta en la taberna hablaba de la Biblia y eso no era nada corriente. Por otra parte la vida de Néstor era muy frugal, y eso quería decir que iba flojo de dinero. Todo ello influyó para que los padres de Teresa se opusieran tenazmente a ese noviazgo, pero Teresa no se dejaba dominar fácilmente y continuaba viéndose, más o menos a escondidas, con Néstor. Ambos eran conscientes de que no podían vivir uno sin el otro y decidieron desafiar la opinión pública y el rechazo familiar. Una tarde de domingo, en que había baile en el Recreativo, Néstor se presentó vestido de marino, de veintiún botón, y se dirigió directamente al palco donde se encontraba Teresa con su hermana Maruxa y otra prima con su novio, y sin ningún recelo y con toda decisión sacó a bailar a Teresa. La gente se quedó con la boca abierta y pensaban: "Ese es un tío de cojones". Teresa aceptó mirando con desafío a todo el mundo, menos a Néstor. Tocaban un tango, y Néstor recordó haberlo oído cantar en Buenos Aires a Carlos Gardel en persona. Esto le emocionó y lo bailó con tanta sensualidad que la gente hizo corro a la pareja. Al llegar a casa, por primera vez en la vida Teresa recibió una mano de hostias de su padre, que la llamaba zorra y mala puta; al día siguiente Teresa cogió sus cosas y se fue a casa de Maruxa a pasar con ella una temporada. Pero en realidad ya no volvió a casa.

Néstor fue a verla a casa de Maruxa; no sabía si le recibirían, pero se sentía responsable y tenía que afrontar la situación. De ninguna manera quería perder a Teresa. Maruxa y su marido recibieron a Néstor con cierta frialdad, pero le permitieron hablar. Éste comunicó balbuceando el deseo de casarse con Teresa como Dios manda y convirtió aquella visita en una formal petición de mano, con el ruego de que hicieran llegar este deseo a los padres. Teresa callaba y miraba a Néstor con los ojos arrasados de lágrimas. Maruxa y su marido se dieron cuenta de que ambos se amaban de verdad y de que no se trataba de ninguna aventura o capricho, pero a ninguno de los dos les gustó Néstor. Tenía algo raro, y cuando éste marchó desaconsejaron a Teresa que se casara con él. No podían imaginarse a Teresa como "torrera" del faro de Corcubión y viviendo aislada de la civilización con un hombre de mirada de fuego como Néstor. Teresa se echó a llorar y les comunicó su decisión irrevocable de casarse con Néstor cuanto antes; llevaban sólo tres meses de noviazgo, pero las circunstancias adversas precipitaban los acontecimientos. Maruxa reiteró su cariño a Teresa y le ofreció su casa para lo que fuera necesario, pero le pidió que no llevara nunca más a ella a Néstor. Les desagradaba profundamente aquel hombre. Los padres de Teresa mantuvieron su oposición al matrimonio y comunicaron que si éste se efectuaba la desheredarían a su hija y le cerraban las puertas de casa. A Teresa no le importó y fue a ver al párroco para activar la boda cuanto antes.

En un pueblo de Galicia, como era Cee, el cura ocupa un papel muy importante en la vida de la población. Lo sabe todo por el confesionario, por los cuchicheos de los parroquianos y por las tertulias con el médico, los maestros, el boticario y el jefe de la aduana y de la Guardia Civil. Advirtió a Teresa que Néstor no era el hombre que más le convenía, pero ante la pertinacia de ésta en casarse con su novio, el cura aceptó hablar con el padre de Teresa para concertar un acuerdo, pues una ruptura familiar como aquella no hacía bien a nadie. El padre de Teresa montó en cólera por la testarudez de su hija y por la intromisión del cura. Como que Teresa y Néstor eran mayores de edad y se pudo acreditar el estado de soltería del novio forastero, el cura no tuvo otro remedio que acceder a casarlos. Lo proclamó en la misa del domingo y a las tres semanas les casó, a las seis de la mañana, sin asistencia de nadie más que de dos testigos. Se habían salido con la suya. Durante unas semanas fue la comidilla de todas las conversaciones; unos admiraban a Teresa por su valentía y por hacer prevalecer su amor a los convencionalismos sociales, la mayoría gregaria la desaprobaba por tonta y rebelde y la gente más ponderada simplemente la compadecía y lamentaba que hubiera contraído esa enfermedad que se llama "mal de amores".

  1. El faro de Corcubión.

"¿Qué pueden hacer todo el día en un faro una pareja de enamorados sino mirar el horizonte y follar como locos?". Es lo que pensaba Maruxa con pena y también con un poco de envidia. A ella le gustaba su marido y la vida confortable que llevaba, porque era más convencional que Teresa. Teresa siempre había sido más fuerte que ella y podía desafiar un destino incierto pero cargado de emociones y aventuras. Lamentaba lo de Teresa, pero en el fondo la admiraba.

Cuando se instaló en el faro, a Teresa se le cayó el alma a los pies. Néstor vivía como un fraile ermitaño y no había hecho nada para habilitar la casa. Lo primero que tuvo que hacer Teresa, aquel mismo día, fue cambiar la cama estrecha por una de matrimonio donde cupieran los dos. Néstor no había pensado en ello.

La vivienda de los torreros se hallaba dividida en dos pisos de planta octogonal en la parte más alta de la torre, bajo los grandes focos. El piso inferior contenía la cocina, comedor, despensas y un par de habitaciones, y el de encima era todo él una gran sala con cuatro ventanales enormes que daban a los cuatro vientos. La vista era fascinante, pero a penas había mobiliario, ni había batería de cocina ni ninguna comodidad. Teresa estaba a acostumbrada a otra cosa, pero lo principal no le faltaba y para ella lo principal era Néstor, su espíritu y su cuerpo.

Teresa había llegado virgen al matrimonio, como era normal y ordinario en un pueblo de Galicia en los años veinte. Néstor, cuando lo supo, se sintió orgulloso y "único" en el corazón y en el cuerpo de Teresa, notó latir dentro de él toda la Ley de Moisés y de los profetas y recordó aquello de "acreditar la virginidad de la novia mostrando a los ancianos la sábana manchada de sangre de la noche de bodas", de la que habla el Deuteronomio. De las experiencias sexuales de Néstor ya hemos dicho algo, pero vale la pena destacar que las únicas mujeres que Néstor había tocado eran putas de marineros, y no muchas, pues todas sus experiencias con ellas habían sido poco satisfactorias o francamente frustrantes, como la que ya sabemos. La sexualidad de Néstor era eminentemente masturbatoria, la que había visto y practicado durante años, casi diariamente, junto al capitán Roelofsen, rememorando la Biblia, bajo el impacto de sus cadenciosos versículos que resonaban en su alma e imaginando la idealizada cavidad vaginal de la que un día seria su mujer adorada. Por estas razones la primera follada entre Néstor y Teresa fue algo especial.

Teresa era absolutamente inexperta y la sexualidad de Néstor estaba muy predeterminada por su pasado. No hay duda de que se amaban también corporalmente, pero su manera de amar resultaba bastante atípica y descompensada. A Néstor le gustaba con locura la mirada de Teresa, dulce y pacificante como el mar sereno, le cautivaba la sonrisa de su cara redonda, de piel blanca y mejillas coloreadas naturalmente, su cuello bien proporcionado, sus pechos no demasiado grandes, abarcables con la mano y con la cara, su vientre suavemente ondulado, su monte de Venus de pelo rubio algo rojizo, sus muslos bastante llenos, sus nalgas, toda ella era adorable. Por eso su primer encuentro con ella, los dos desnudos uno frente al otro, cosa infrecuente e inmodesta en aquellos años, fue asombrosamente gratificante para Néstor. Ella era la mujer por antonomasia y sólo comparable en su grandeza e imponencia al misterio del mar. Tenerla a ella en los brazos y oír el sonido del oleaje del mar como música de fondo era el colmo de la felicidad para Néstor.

Teresa nunca había visto un hombre desnudo y tenía cierta prevención, pero Néstor la cautivaba. Le gustaba por encima de todo su mirada profunda, penetrante, de fuego, que le llevaba más allá de las realidades palpables. Sus miradas eran totalmente diferentes y opuestas, pero cada uno de ellos encontraba en la del otro lo que en el fondo de su alma deseaba. Las facciones de Néstor eran absolutamente viriles, algo duras, y el rictus de su sonrisa, algo irónica, tenía siempre una connotación enigmática; siempre había un más allá de lo que aparecía visualmente. El cuerpo de Néstor era fuerte y Teresa deseaba ardientemente ser abrazada y acariciada por las manos grandes y duras del antiguo marinero. Ella, tan delicada, sentía necesidad de aquellas manos rasposas que le erizaban toda la epidermis que tocaban. La pija de Néstor era normal, Teresa la encontró proporcionada a la altura y al peso de su propietario; nada excepcional pero hacía buen papel. Teresa también quiso tocarla e inspeccionarla detenidamente ante la sonrisa burlona de Néstor. El tacto de su polla con las manos de Teresa le gustó, pero no le excitó en absoluto, era como un simple juguete en las manos de una niña y como si ello le fuera ajeno.

Néstor y Teresa expresaron su amor simplemente acariciándose larga y mutuamente. A Néstor le encantaba sentir las manos de Teresa recorriendo su espalda y su culo. Teresa ponía cara de ensueño sintiendo las manos de Néstor y sus besos ardientes en su cuello, en sus pechos y en su abdomen. Cuando Néstor empezó a palpar y jugar con los vellos del pubis y la vulva de Teresa, ambos se dieron cuenta de que llegaba el momento culminante de su encuentro sexual. Las manos trémulas de Néstor empezaron a tocar los labios mayores e instintivamente Teresa abrió sus piernas y se puso una almohada bajo las nalgas para facilitar la operación. Era uno de los consejos que había oído de Maruxa. Era el momento que Néstor había soñado la mayoría de las noches desde su primera juventud. Llegó al clítoris y sabía que aquel punto era importante para una mujer; lo hizo vibrar con los dedos durante largo rato sin cansarse; estaba enrojecido y Teresa se retorcía de placer, hasta que tuvo su orgasmo. El fluido vaginal cogió a Néstor desprevenido, no lo había visto ni experimentado nunca con ninguna puta, le dio un poco de asco y desistió de continuar su exploración manual y visual más adentro de la vagina; cerró de inmediato y precipitadamente el coño de Teresa y ésta se quedó extrañada. ¿Qué había sucedido o hecho mal?, pensó ella. A Néstor le rodaba la cabeza. El coño de Teresa se parecía en todo a lo que él había visto en las mujeres que había frecuentado y no tenía nada que ver con lo que siempre había soñado. No era refulgente ni sedoso, sino que era como una herida abierta rojiza y lacerante llena de humedad como de babas, no podía creer que el coño de Teresa fuera como el de las demás mujeres vulgares. Sintió que la pequeña erección que había conseguido se le bajaba y se sintió perdido. No cejó; continuó adelante con su exploración manual y visual del cuerpo de Teresa y le tocó la parte interna de los muslos, la que está más cercana a la zona genital. Teresa empezó a contorsionarse de nuevo y a dar señales y gemidos de placer. Néstor sabía que también para él ésta era una zona altamente erógena. Muchas veces había tenido el mal pensamiento, que siempre había apartado con todas sus fuerzas, de que precisamente allí, entre sus muslos, él recibía el impresionante garrote en plena erección del capitán Roelofsen. En aquel momento, en el fondo de su mente, la polla del capitán se le hizo presente como si la estuviera viendo y tocando e inmediatamente su pija empezó a crecer y a ponersele dura, quizás como nunca la había experimentado antes. Era como si el espíritu de Roelofsen se hubiera apoderado de él y una fuerza sobrecogedora, que no era suya, le empujara a hacer lo que su pobre naturaleza no podía. La voz del capitán resonaba en su memoria de manera imperativa: "Métesela, hazla tuya, clávasela hasta el fondo". Néstor se transformó todo él y, como si fuera un sátiro, se irguió y se dejó caer sobre el cuerpo desnudo de Teresa a la que besó y la penetró de un solo golpe, rompiéndole brutalmente el himen y llegando hasta el fondo.

Teresa chilló de dolor e intentó de zafarse de Néstor, pero éste se hallaba como poseído por el espíritu de Roelofsen y después de un primer forcejeo, la retuvo inmóvil y empezó un feroz mete y saca, sin ninguna contemplación, que Teresa recibía entre llantos y gritos de dolor, de impotencia y de humillación. A los dos minutos Néstor sintió que estaba ya a punto de correrse y se salió del coño de su mujer. Entonces, de rodillas acabó su proeza de macho con una masturbación convulsiva sobre el vientre de Teresa, que continuaba llorando mientras notaba que su vagina sangraba, después de la cruel desvirgación, que había tenido todos los visos de una violación. Cuando acabó, Néstor se volvió manso y dulce como al principio, y mientras Teresa se limpiaba con una toallita que ya tenía preparada para el caso, le susurró, como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal: "Teresa amor mío, no quiero dejarte preñada por nada del mundo, yo no estoy preparado para tener hijos".

Teresa no sabía qué pensar ni qué hacer. Le había quedado un gusto muy amargo y doloroso de lo que había sucedido, pero Néstor era su hombre, el que ella quería y había elegido, por eso se sintió reconfortada cuando Néstor, acostado junto a ella, casi pegado a ella y ambos desnudos, le pasó el brazo por debajo del cuello, reposó su mano sobre su pecho derecho y le dijo cosas de la Biblia, como él solo sabía decirlas: "Ven del Líbano, ven, esposa mía, hermana mía, paloma mía... Ya llega la princesa toda radiante, su vestido es de brocados de oro... Cíñete la espada, valiente, vístete de fiesta, jinete victorioso". "La esposa eres tu, el jinete soy yo, y la espada es ésta", y condujo la mano de Teresa hacia su pene, que se encontraba en estado de semierección. Teresa empezó a masturbarlo, pero Néstor la frenó: "No me lo haces bien, lo haces demasiado flojo, déjame a mí solo, será mejor que tu te lo hagas con lo tuyo y que yo me ocupe de mi pija". Y Néstor empezó a recitar de memoria: "Un buen augurio me sale del corazón, dedico este poema a mi rey, mi lengua es ágil como pluma de escribano... Atención, hija, y escucha, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, porque el rey se ha prendado de tu belleza..." Néstor y Teresa llegaron al orgasmo casi juntos y lo celebraron con nuevos besos, se abrazaron y quedaron dormidos dulcemente.

Al amanecer, como acostumbraba Néstor a hacer cada día también a la puesta del sol, se colocó ante la ventana, teniendo ahora y apretando en sus brazos a Teresa, para hacer su oración de cada día: ver en silencio cómo el mar renace y va mudando de color pasando por todas las gamas del prisma cromático. El corazón de los dos latía deprisa y casi al unísono por la emoción estética y mística y también por el amor que les unía.

Eran recién casados y hacían el amor cada noche sin falta, pero Néstor estaba convencido de que dirigir aquella operación era exclusiva competencia suya y repetía, casi invariablemente como un ritual la misma manera de proceder. Primero caricias, y cuando conseguía una erección suficiente, la mayoría de las veces manualmente, penetraba a Teresa sin previo aviso, como aquel que entra en su propia casa sin llamar. Después se salía y acababa su operación en la zona interfemoral de Teresa, sin preocuparse de que ella llegara al orgasmo. Teresa soportaba aquella servitud porque amaba a Néstor, limpiaba sus muslos, las manchas de la cama y la pija de Néstor y se acostaba de nuevo junto a él y en sus brazos. Entonces Néstor empezaba a explicarle cosas de la Biblia. Un día mientras acariciaba el pubis de Teresa, le dijo: "¿Sabes como denomina a esto el Cantar de los Cantares? La caverna en el acantilado, ¿Eh que es precioso?" Teresa se atrevió a replicar: "¿Y porqué no la exploras más y te entretienes más en ella? A mí me gustaría". "No es necesario, ni tampoco es bonito. Lo impresionante es que lo diga la Biblia".

Aquellos momentos bíblicos, que seguían a la penetración puramente animal que ejecutaba Néstor, eran los más gratificantes para los dos. Néstor y Teresa se acariciaban mutuamente mientras Néstor susurraba versículos y más versículos, casi todos de carácter amoroso sacados del Cántico o de los profetas: "¡Bésame con los besos de tu boca! ¡Tus caricias son mejores que el vino! ¡Es agradable respirar tus perfumes!... Tenemos una hermana pequeñita que no tiene los pechos crecidos todavía ¿Qué haremos con nuestra hermana cuando empiecen a hablar de ella? Soy un muro –dice ella

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a los ojos de mi amado y mis pechos son las torres... ¡Qué hermosa eres, qué encantadora, oh amor entre las delicias! Tu esbelto talle se asemeja a la palmera y tus senos a racimos. Subiré a la palmera y cogeré sus racimos. ¡Que sean para mis tus senos como racimos de uva y tu aliento como aroma de manzanas!". Mientras tanto Néstor se masturbaba despacio, degustando cada pulsación como siguiendo el ritmo de una letanía, y Teresa se sentía transportada a un mundo diferente y experimentaba uno o varios orgasmos, a menudo sin siquiera tocarse, lo que le gustaba más todavía. El espíritu del capitán Roelofsen se había apoderado a ritmo acelerado del ánimo de Néstor y éste conseguía crear un verdadero hechizo que absorbía a Teresa, como le había atrapado a él desde que tenía diecisiete años, a base de leer la Biblia en un clímax marcado por la sensualidad y el sexo. ¿Se trataba de una enfermedad o de una manera superior o más honda de entender la Biblia y el sexo?.

Teresa se sentía feliz, pero también perpleja por estas cosas y por muchas más. Néstor era frugal por naturaleza y hasta tacaño. Tenía que cambiar muchas de sus costumbres y a Teresa le gustaba presumir de marido ante sus antiguas amigas de Cee. Néstor llamó a un mecánico y reparó la lancha que pertenecía al faro y Teresa, que era muy decidida, aprendió pronto a conducirla. De este modo se desplazaba frecuentemente a Cee a comprar. Vestía de manera vistosa, con grandes escotes y talles ajustados dejando intuir la bella silueta de su cuerpo, no escultural, pero sí proporcionado, femenino y apetecible. También había renovado el vestuario de Néstor que continuaba yendo a Cee en su mula, frecuentemente vestido de marino. Los dos se paseaban ostentosamente por lo más céntrico de la población, y como los pantalones marineros de Néstor no llevaban bragueta sino que eran totalmente lisos por delante, le marcaban su bulto de manera prominente, haciendo que los que le miraban se lo imaginasen mucho más grande de lo que era en realidad y que envidiasen a Teresa de poder disponer de tal tesoro. Para muchos, sobre todo para las chicas casaderas, Néstor y Teresa encarnaban la pareja típica de enamorados felices, de esos que sólo se salen en las novelas y en las películas que podían verse en el cinematógrafo de La Coruña.

Un día Teresa se armó de valor, dejó a Néstor en una taberna de pescadores junto al puerto, y se fue a ver a Maruxa, su hermana. Se abrazaron, lloraron de alegría por el reencuentro. Maruxa estaba entonces embarazada de la que después fue María Xesús. Se contaron sus cosas y Maruxa estaba absolutamente alucinada de lo que le contaba su hermana sobre su relación sexual con Néstor. Jamás había oído ni soñado nada parecido; pero lo más extraño era que Teresa se encontraba feliz y llena de una euforia que ella consideraba inmotivada. ¿Se estaría volviendo loca como su cuñado? Maruxa le explicó que ella con su marido hacían muchas más cosas que esa especie de ritual ñoño que le narraba Teresa. A los hombres les gusta que les chupen la polla y que la mujer use la boca como si fuera un coño, llevando el mete y saca unas veces ellas y otras ellos. "Has de saber lamerle les huevos y hacer círculos con los dedos y la lengua por toda aquella zona, eso les pone a toda marcha y a algunos también les gusta tocar el ano o que se lo toquen con los dedos o con la lengua. Algunas veces lo hemos hecho con mi marido por detrás y como que el culo es más prieto que el coño, les gusta mucho, pero a la mujer no le da tanto gusto como por delante. Hay muchas cosas bonitas que dan mucho placer y que hacen que el marido y tu misma disfrutes de cosas nuevas", le aconsejaba. Pero Teresa dudaba mucho de que a Néstor le gustara hacer esas cosas. Néstor no se entretendría en esos juegos, sin embargo le embriagaba el corazón con sus palabras eróticas y místicas, mientras que el marido de su hermana era un soso, que no sabía decirle nada más que tonterías insubstanciales, como: "¡Qué buena estás! ¡Cuánto me gustas!", como si su hermana fuera un merengue. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes pensaron ambas hermanas, se abrazaron y quedaron que Teresa iría a verla a menudo, pero ambas querían verse solas, sin sus maridos.

Desde el principio Néstor confió toda la administración económica a Teresa, de manera que era ella quien disponía del dinero. En esto, Néstor se dejaba guiar como un niño por su madre. Pero puso el grito al cielo cuando Teresa propuso amueblar la gran sala del faron con sofás y sillones como si fuera el salón de una casa rica. Néstor tenía bastante dinero ahorrado, pero de ninguna manera quería gastarlo para arreglarse una casa como la que quería Teresa. El nunca había vivido así y se fue directo a hablar con el mejor carpintero de Cee. Néstor le explicó lo que quería hacer y el carpintero le comprendió la idea, que no era otra que la de copiar el camarote del capitán Roelofsen, pero adaptado a las circunstancias y a la planta octogonal de la sala del faro. Néstor insistió sobre todo en la disposición de la cama que había de tener también forma de litera con escalera de tablas para subir a la cama superior. La de debajo serviría de lecho nupcial para él y Teresa y la superior, sólo para él, con una luz y un facistol plegable adosado a la pared para leer la Biblia acostado. Abundaban los arcones para guardar la ropa y otros utensilios y también varios armarios. Nada de sofás mullidos, sino mesa recia de madera, bancos, y sillas y mecedoras con algunos cojines para transigir un poco con la comodidad que necesitaba Teresa. Ésta quedó sorprendida, pero en el fondo aquel decorado encajaba con la aventura de su vida y no puso objeción, cosa que Néstor agradeció sobremanera. Todo quedó precioso y como Néstor quería.

A lo que sí objetó Néstor fue a realizar las cochinadas que Teresa le proponía hacer en la cama. En ningún momento quiso que Teresa le chupara la pija. La boca de Teresa la quería sólo para besar y su pija ya encontraba su lugar natural en el coño de su mujer y entre sus muslos, que era como a él le gustaba. Se enfadó con lo del culo. Por allí ya le habían dado demasiadas veces cuando era grumete otros marineros asquerosos y, cuando supo que esas propuestas provenían de consejos de Maruja, pensó que su cuñado no podía ser sino un marión frustrado, al que odiaba por fanfarrón y engreído. La frustrada fue Teresa, que ardía en deseos de tener la polla de Néstor en la boca y de lamerle con fruición los testículos.

Creyó encontrar una oportunidad para esto último una vez que Néstor le recitó un versículo del Cántico que decía así y que al principio Teresa no entendió: "Bolsita de mirra es mi amado para mí, que descansa entre mis pechos". "¿Sabes lo que es la bolsita de mirra?" –le preguntó Néstor. Teresa estaba desconcertada. "Esto", le dijo Néstor llevando la mano de Teresa a sus cojones. Teresa los acarició, como había hecho otras veces ante la sonrisa complaciente de Néstor. Este le explicó riendo: "El sabio Salomón metía las bolas y la polla entre las tetas a la Sulamita, muy sabio pero muy puerco". Muy seria Teresa le besó y le dijo con ansia: "Por favor, Néstor, hazme eso que hacía Salomón, te lo suplico, me gustaría mucho". "Calla, eso es una guarrada de esas que hacen tu hermana con su marido"

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cortó Néstor. "Pero si lo dice la Biblia", objetó Teresa. El espíritu del capitán Roelofsen se apoderó de nuevo de la mente de Néstor: "No me des a mí lecciones de Biblia ¿me oyes? La Biblia yo la tengo grabada en las entrañas y tú todavía no. Te faltan muchas horas de mirar el mar y el horizonte para que los cojones de Dios, que es su fuerza creadora, se te metan en el alma, que son tus pechos. ¿Me entiendes? ¿Entiendes lo que quiere decir la Biblia cuando habla de la bolsita de mirra entre los pechos?". Y Néstor continuó recitando esta vez el profeta Oseas: "Así voy a seducirla; me la llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Te desposaré conmigo para siempre y tú reconocerás al Señor. Aquel día me llamarás "Mi Marido" y te desposaré conmigo en justicia y amor". Teresa se sosegaba por momentos y se apretaba más y más a Néstor que le acariciaba la espalda hasta las nalgas. Finalmente se quedó dormida y Néstor, como hacía cada día desde que dormían en la nueva cama, se deshizo de sus brazos con todo cuidado para no despertarla, la besó y se subió a la cama de arriba a seguir leyendo la Biblia, bajo una luz tenue que se había hecho instalar. Néstor no dormía más de tres o cuatro horas.

  1. El Apocalipsis

La mirada de Néstor cada vez era más penetrante y profunda. Perdía peso y pasaba largos ratos mirando al mar con la vista perdida. Dejó de ir a la barbería y se dejó toda la barba que Teresa cuidaba y recortaba para que su cara alargada pareciera más redonda. Perdió las ganas de ir a Cee y casi nunca salía del faro, de manera que vendió la mula. Era un trabajo menos el de mantener aquel animal. Si necesitaba ir a Cee, pedía un taxis por teléfono; estas eran las ventajas del progreso que habían llegado hasta aquel pueblo.

En cambio Teresa cada vez iba más a Cee con la lancha. Compraba, visitaba a sus amistades, y sobre todo a Maruxa, y al volver al faro tiraba las redes al mar y casi siempre pescaba algo que enseñaba a Néstor como si fuera un trofeo. La gente del pueblo comentaba maliciosamente que en el faro de Corcubión quien llevaba los pantalones era Teresa y que su marido era un bicho raro lleno de fantasías, un protestante o un loco. No era ésta la opinión de Teresa, que también observaba la transformación de Néstor, que cada vez era más espiritual, pero también más ardiente sexualmente y más cariñoso, en fín más excitado en todos los sentidos. Muchas noches notaba que, después de haber hecho el amor los dos juntos y más o menos satisfactoriamente, a altas horas de la noche él seguía leyendo la Biblia en la cama de arriba y que se masturbaba en solitario. "¿Es que yo no consigo complacerle del todo?", se preguntaba con ansiedad la pobre Teresa. "¿Qué o a quién debe tener ahora en su mente? Más que a mí, creo que sólo puede haber querido al capitán Roelofsen".

Teresa deseaba ardientemente tener un hijo de Néstor, pero éste no estaba por el asunto; como era su costumbre eyaculaba sistemáticamente entre los muslos de su mujer. Y cuando ésta se le recriminaba y le decía que la preñara de una vez, Néstor respondía citando siempre a la Biblia: "Te pareces a Raquel cuando le dijo a Jacob: "Dame hijos o me muero" y Jacob tuvo que responderle: "¿Qué te piensas que soy Dios?". Teresa replicó: "Raquel tenía dificultades para tener hijos, pero hasta que no se demuestre lo contrario este no es mi caso. Yo sólo te pido que seas como un hombre de verdad y te corras dentro de mi coño y no fuera y que no tengas miedo al futuro para traer un hijo al mundo". Néstor contestó: "¿Teresa, tanto tiempo contigo y todavía no me conoces? ¿No te he explicado que mi niñez fue muy triste, que no sé nada de mi familia y es como si nunca la hubiera tenido? Yo no tengo otros referentes para formar una familia que lo que me explicaba el capitán Roelofsen, que vivía y murió lejos de los suyos". "Néstor, – contestó Teresa

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yo soy una mujer fuerte, como aquella de que habla la Biblia, y puedo cuidarte a ti y a los hijos que me des". Néstor recorrió otra vez a la Biblia: "¿Recuerdas a Ana, la madre de Samuel, cuando lloraba y no quería comer porque no tenía hijos? Su marido Elcana, le respondió como yo lo hago a ti: "¿No valgo más yo para ti que diez hijos?". "Néstor, –cortó Teresa

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, todo lo que me dices son excusas de un hombre acobardado por su pasado y que teme el futuro. Yo estoy a tu lado y me dejo enseñar por ti como tu te dejaste influir por el gran Reolofsen, pero cumple la Biblia, como él lo hizo y recuerda el mandato original: "Creced y multiplicaos".

Efectivamente Teresa había aprendido mucho y muy deprisa y Néstor se dio cuenta de que Teresa tenía razón. Se le iluminó la memoria y recordó al capitán que le explicaba cómo hay que penetrar el coño de la mujer hasta dejar la semilla en el "santo de los santos". Se dio cuenta de que hasta entonces siempre había penetrado a su mujer como un animal que marca su territorio, o como el hombre "rey de la creación" que expresa su dominio sobre la mujer que le debe estar sujeta. A partir de aquel momento, no tanto por tener el hijo que Teresa deseaba, sino por honrar a Dios y a la memoria del capitán, Néstor cada noche llenaba de su leche el coño de Teresa y en seguida se dio cuenta de que era muy diferente hacerlo dentro que fuera; sus lechazos eran más abundantes y copiosos y se quedaba más satisfecho. Después continuaban acariciándose al son de los versículos de un salmo o del Cántico: "Tu ombligo es copa redondeada en la que nunca falta el vino mezclado" – y Néstor le lamía el ombligo con su saliva que volvía a succionar –. "Tu vientre es montón de trigo rodeado de lirios" – la mano de Néstor dibujaba toda una espiral en el vientre de Teresa desde el estómago hasta la zona pélvica –. "Tus dos pechos son como dos crías mellizas de gacela" – y Néstor los acariciaba y succionaba los dos pezones con delirio –. "Tu cuello como torre de marfil" – y le besaba el cuello desde los hombros hasta el lóbulo de las orejas haciendo gemir a Teresa de placer y de gozo.

Teresa se dio cuenta de que Néstor a penas dormía y de que estaba como exaltado con una euforia extraña. Le sugirió que fuera al médico, pero Néstor protestó que se encontraba mejor que nunca, que jamás había sido tan feliz, y que la falta de apetito se debía a que hacía poco ejercicio, pues a penas salía del faro y pasaba más tiempo mirando al mar que acondicionando los faros. Teresa notaba algo raro, pero no sabía explicárselo, porque ella también se hallaba contagiada de la euforia de Néstor y se sentía feliz, pero de una manera algo extraña. Se lo explicó a Maruxa y ésta se le dijo así de claro: "Tu marido te está volviendo loca como él". Este comentario a Teresa le supo como a cuerno quemado.

También la sensualidad de Teresa se había exacerbado. Muchos días al volver a casa con la lancha, mientras tenía echadas las redes de pescar, se desnudaba totalmente, se acostaba sobre las llantas delanteras dejándose mecer por el mar y acariciar por el aire y el sol. Eran unos momentos sublimes, en los que se sentía fundida con los elementos primordiales y penetrada en la mente y en las entrañas por una luz que no era de este mundo. Era como un éxtasis. Sabía que Néstor desde la torre la estaría observando y esto le elevaba aun más su sensualidad y la profundidad de su abstracción. Al llegar a casa, con solo mirar a Néstor sabía si la había estado miranto con el telescopio. Este habitualmente no decía nada, no era celoso, pues estaba seguro del amor de Teresa y de su absoluto dominio sobre ella, pero en el fondo de su mente guardaba un arcaico sentido del pudor, que Teresa había ya superado.

Frecuentemente Néstor decía a Teresa que el mar volvía a llamarle, que sentía dentro del alma como una voz que parecía la del capitán Roelofsen que le decía: "Entra mar adentro. Ven", y él se ponía a temblar. Teresa atribuía estas alucinaciones a la natural incertidumbre de un marinero que después del trauma que había pasado, querría volver a navegar y a coger la lancha, por lo que Teresa le animaba a probar hacer un pequeño trayecto. Néstor sonreía incomprendido, y le decía: "Navegar es mucho más importante de lo que te piensas".

Esta situación duró algunos meses. Teresa también esta preocupada porque a pesar de todos los cotidianos intentos no se quedaba embarazada. Maruxa le decía que Néstor tenía la leche aguada y que loco como estaba toda su fuerza se le iba en las locuras que imaginaba. Teresa la regañaba y se enfadaba, pero estaba perpleja. Néstor estaba absorbido por la lectura ardiente del Apocalipsis. Una noche, al momento de hacer el coito, Néstor paseaba su pija sensualmente por el pubis de Teresa mientras le susurraba al oído y verso del Apocalipsis: "Mira, estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre la puerta, me sentaré a su mesa y cenaré con él y él conmigo". Teresa comprendió el mensaje, se abrió de piernas y ella misma con su mano introdujo la polla de Néstor en su coño y comenzó el ritual de la danza pélvica. Otras noches, parecía que Néstor deliraba y hablaba extrañamente de la Gran Prostituta cabalgando una pantera y llevando en su mano una copa llena de los jugos de su prostitución. ¿A qué debía referirse Néstor? La situación de euforia y de sexo iba en aumento y también la de los extravíos mentales.

Todo sucedió en dieciocho o veinte horas. Una mañana en que Teresa había ido a Cee, al volver en la lancha, como otras veces se desnudó y se puso a tomar el sol, bastante cerca del faro para que Néstor pudiera verla bien. Sintió el éxtasis de siempre y notó que la mirada de Néstor la penetraba por todos los poros de su piel. Se sentía feliz acunada por las olas del mar tranquilo. Cuando llegó a casa, se encontró que Néstor la esperaba ya desnudo. Tan pronto llegó a la sala, se le tiró encima y la arrastró a la cama, casi sin decirle nada. La desnudó con una violencia extraña en él, y la apretaba y la arañaba hasta hacerle daño. Estaba como enajenado. Por su parte Néstor sentía que él no era él, sino que el espíritu del capitán Roelofsen se había apoderado de su mente y de su cuerpo. Su pija estaba dura y crecida como nunca se la había visto. Se abalanzó sobre Teresa y le estrujó los pechos con las manos como si exprimiera un limón, más que palparla la machacaba y le producía hematomas, más que besarla la mordía y la succionaba hasta dejarle la marca de sus dientes y de su boca. Teresa gritaba, pero él le tapaba la boca con la mano y la amordazó con el pañuelo que se sacó del bolsillo. La penetró como un sátiro sin ningún miramiento y, casi sin tomar reposo, les hizo dos polvos casi seguidos. Teresa estaba todavía más alarmada que la primera noche en que perdió la virginidad, lloraba de impotencia y de ver que su marido estaba efectivamente loco, como le decía Maruxa. Aguantó, porque toda mujer gallega de su tiempo sabía que ese era su destino y que ella misma se lo había buscado. Una vez agotado, Néstor desamordazó a Teresa y la besó como si nada hubiese pasado. Las lágrimas de Teresa le corrían por toda la cara y empapaban la almohada. "Teresa, amor mío, no podía más. Te he estado mirando todo el rato, casi una hora con el telescopio grande y he recorrido centímetro a centímetro todo tu cuerpo que se fundía con el mar. Otra vez se me ha apoderado el maldito vértigo, quería llegarme hasta ti y estar contigo, pero el pánico del mar me impedía moverme. Te deseaba con todo mi ser, pero mi ser se desmoronaba ante el horror del abismo. "Un abismo llama a otro abismo", dice el salmo y por eso he hecho lo que he hecho. Teresa continuaba llorando y tomó e hizo reclinar sobre su pecho la cabeza de Néstor y comenzó a acariciarlo como si fuera la de su bebé, o un niño enfermo.

La noche fue como otras veces. Néstor estaba igual de "acariciador" que siempre, pero no se atrevía a realizar el coito. Fue Teresa quien guió el pene erecto de Néstor hacia su coño y bien abierta de piernas, lo puso en la misma entrada. Néstor, que ordinariamente era descuidado y algo burdo, trabajó aquella noche con sumo cuidado y ternura. De la misma manera que al mediodía – para Néstor aquella era la hora peligrosa, la del "Demonio Meridiano" – le había hecho llorar y sufrir indeciblemente, ahora la colmaba de cariño y de felicidad. Aquella noche Néstor recitó con un énfasis especial el capítulo final del Apocalipsis, el de la Esposa. "Y entonces vi la Nueva Jerusalén, la ciudad santa, que bajaba del cielo como esposa ornamentada para su esposo. Y escuché una gran voz que venía del trono y decía: Este es el Tabernáculo de Dios entre los hombres... El enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá más muerte, ni luto, ni gemido ni dolor habrá ya más, porque lo provisorio ya acabó... El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. El que lea este libro diga: Ven. Que venga el sediento y beba de balde el agua de la vida. Y el testigo de esto dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven Señor Jesús, Amén". Teresa se había ya dormido sobre el hombro de Néstor.

Cuando se despertó, hacia las siete de la mañana, se extrañó de no ver a Néstor contemplando el mar junto a la ventana, como siempre. Miró a la cama de arriba y la halló intacta; Néstor no se había acostado allí aquella noche. De pronto sobre la mesa grande de madera encontró una nota escrita de Néstor: "Esta vez la Voz ha sido tan imperativa y tan clara que he tenido que seguirla. Teresa amor mío, desde la inmensidad de Dios más allá de los mares continuaré amándote para siempre". Teresa se precipitó inmediatamente a buscar la lancha, pero la habían desamarrado y no estaba. Entonces comprendió la situación. Telefoneó a los guardacostas de Corcubión y de Cee y les explicó lo sucedido. A las diez de la mañana encontraron a sólo siete millas de la Costa da Morte, cerca de Finisterre, la lancha que había volcado y sólo a una decena de metros el cadáver de Néstor, vestido todo él de marinero, flotando.

El cura se negó a celebrar ninguna ceremonia religiosa, pues se trataba de un evidente suicidio y Néstor fue enterrado como un perro en el llamado cementerio civil, que era un rincón destinado a los acatólicos y suicidas. Teresa hizo erigir una lápida con la inscripción NESTOR SUAREZ NOCEDAL, MARINERO, 1897-1930. Se fue a vivir con Maruxa a la que ayudó a criar a sus hijos, y cuando María Xesús se casó en Barcelona y empezó a tener niños, doña Teresa fue a ayudarla y se quedó a vivir con ella y junto a ella se hizo anciana. Esta es la historia.

Cuando leí a doña Teresa las notas que había tomado de sus ocho sesiones de explicaciones y las impresiones que había sacado, se me quedó mirando con una sonrisa de compasión y me dijo: "Beno Gutt, eres un buen chico pero eres demasiado joven y tienes la cabeza y la sangre demasiado caliente. Lo que has escrito es bastante cierto, has dicho verdades, has descrito a las personas y el ambiente, pero lo has visto todo un poco desde fuera, y has hablado casi sólo de Néstor". "Doña Teresa – repliqué inmediatamente

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, usted me ha hablado casi exclusivamente de su marido que es el centro de esta historia que forma parte de la suya". "Está bien, Beno, no te enfades; has entendido bien, pero no todo ni lo principal y has hecho juicios y sugerencias que trastocan los hechos. Nunca llegué a sospechar que Néstor fuera un homosexual latente, como tú parece que sugieres. Siempre fue muy hombre, nunca hizo nada indigno con el capitán Roelofsen y siempre aborreció esa abominación". "Perdone, yo no he dicho eso, Doña Teresa – protesté –, sólo he insinuado que en la enfermedad psíquica de su marido podía haber influido la presencia imponentemente masculina del capitán". "Puede ser, Beno, pero tú has cogido las cosas por los pelos. La que en realidad hubiera podido entender este asunto en toda su profundidad y amplitud era tu tía Pilar, si hubiera sido de otra manera, por eso con ella me entendía bien, porque era una mujer de fe y tu no. Una vez que me dio a leer las obras de santa Teresa y de san Juan de la Cruz, creí que estaba leyendo en el alma de Néstor". "Toda la psicología moderna – respondí – está de acuerdo en que la mística y el erotismo son ámbitos fronterizos que se interfieren fácilmente". "Quizás sí tengas razón, pero lo que sí puedo asegurarte es que Néstor era uno de la raza de esos hombres grandes, por eso te he explicado su historia, para que alguien le recuerde y aprenda a vivir amando. Déjame acabar con una cita que repetía Néstor con frecuencia: "El amor es fuerte como la muerte, y sus llamas una llama divina. La aguas no pueden extinguir el amor ni las fuentes del océano ahogarlo". Es del Cántico". "Un libro eminentemente erótico de la literatura universal", le respondí.

Amigos de "Todorelatos", el médico me ha dado ya el alta laboral y dejo definitivamente de escribir para vosotros. Clarke, Carletto, Gozito, Antonio Caribana y todos los que me habéis escrito, gracias por vuestras muestras de amistad. Yo también os he leído con gusto y aunque somos muy diferentes, son más y más importantes las cosas que nos unen que las que nos separan. Clarke, lo mío no era un resfriado, sino un estrés de trabajo propio de ejecutivos que me ha dejado outside durante seis meses. Nunca había escrito narrativa ni cuentos ni relatos, y me he divertido bastante, pero esto no es lo mío."Zapatero a tus zapatos" y mis zapatos son la universidad, la investigación histórica y la lucha por el dignificación y la autenticidad en el arte contemporáneo. Un abrazo a todos, Adiós y gracias.