Nerea (y 3)

La historia de Nerea termina de forma esperpéntica. Dado su peculiar carácter no podía ser de otra manera.

NEREA Y III

Nerea manipuló detrás del televisor, echufó cables y al fin todo estuvo dispuesto. Los dos estábamos desnudos en medio del salón, con toda naturalidad. Yo había llevado el trípode con la cámara y estaba ya resignado a que el asado llegaría alguna vez, porque todo llega en la vida. Esa ha sido siempre mi filosofía. Unas veces me ha fallado y otras no. No es bueno tener prisa. Por mucho que corras acabarás llegando a tu meta o puede que no llegues nunca y entonces para qué correr. Lo único inevitable en la vida es la muerte y para llegar a tiempo no es preciso sprintar.

Su cuerpo desnudo se movía con la belleza salvaje que tiene la juventud cuando no ha tirado la toalla y ella pensaba secarse con ella muchas veces el sudor de un agradable coito. Me invitó a sentarme en el sofá, a su lado. Lo hice de mil amores. Pasé mi brazo por su hombro, la besé largamente en la boca y a su cariñoso requerimiento me dispuse a ver la repetición de la jugada. Nerea se comportaba como un entrenador que no se cansa de ver una y otra vez el partído antológico que acaba de jugar su equipo. Su lenguita, larga y roja, asomó otra entre los labios y no pudo resistirme a la tentación de mordisquearla un poco. Ella se rió y me pidió un poco de seriedad. Observaba atentamente cada uno de sus movimientos en el lecho (yo me movía poco) y los estudiaba como si aún pudieran ser mejorados. Mi mano seguía en su hombro, la atraje hacia mí haciendo que reposara su nuca en mi pecho. Y en aquel momento se produjo la gran tentación de mi vida.

Sí, al verla así, tan frágil, tan necesitada de cariño, me planteé la posibilidad de un matrimonio de conveniencia. Eso me permitiría acabar la carrera de psicología sin más incomodidades que un estudio placentero de las asignaturas en el agradable apartamento de Nerea. Con tiempo para descansar un poco y sentir el placer de su cuerpo desnudo entre mis brazos. Estaba seguro que con un poco de seducción y mucho cariño ella hubiera aceptado casarse conmigo. No es que me crea irresistible. Sin embargo ella estaba tan necesitada de cariño y yo podía darle tanto, que no hubiera sido difícil convencerla. Puede que yo no estuviera aún enamorado de ella y ella tampoco de mi. Aunque eso no importa mucho cuando se es joven. No me importaba mucho que al final la relación terminase como el rosario de la aurora. Al fin y al cabo hubieran sido unos años felices y placenteros. Yo hubiera acabado la carrera, sus padres hubieran instalado a su yerno una lujosa consulta y cuando todo terminase me llevaría un dinerito por las molestias. Y ella, ella...

Sí, eso era lo que no veía nada claro. A pesar de que me habría puesto los cuernos un montón de veces, de eso no tenía duda, y de que estaría dispuesta a continuar su juego tras manchar su almohada con unas lagrimitas, lo cierto es que una chica como ella, tan necesitada de cariño no habría salido indemne de la experiencia. Puede que me muestre muy paternalista. Yo también necesitaba mucho cariño y tal vez me afectase más que a ella el fracaso, pero tenía bastante claro lo que deseaba fuese mi vida y mi voluntad era tan fuerte como mi carácter, o al menos así lo creía. Tal vez me equivocara. Quizás debí jugar esa carta. Puede que Nerea fuese más madura y fuerte de lo que yo imaginaba y el fracaso seguro de nuestra relación no la afectara tanto. Puede... La vieja disculpa. Estudié los pros y los contras, los sopesé cuidadosamente y decidí que lo mejor era dejar las cosas como estaban. Más vale equivocarse y no hacer daño que acertar y hacer mucho daño. Antes de que ella volviera a llegar al orgasmo en la cinta ya había decidido que aquella idea había sido un delirio de un joven estudiante cansando y hambriento.

Ella lanzó un suspirito placentero cuando todo acabó, lo que aproveché para recordarle que mi estómago apenas había engullido un par de bocados en la cafetería de la Universidad. Sonrió, me besó y se disculpó. Ahora mismo te caliento el asado, vamos a la cocina. Mientras metía el asado al horno, preparaba los cubiertos y ponía delante de mi una botella de excelente vino, decidí hacer unas preguntas que me estaban quemando en la boca.

-¿No te parece que tu conducta impetuosa acabará por crearte problemas graves alguna vez?.

-A qué te refieres.

-¿Te parece normal ofrecerte así a un hombre, quitarle el culo de la silla de esa manera?.

-¡Ah, bueno!. Creí que era otra cosa. Los hombres hacéis lo mismo y nunca os pasa nada.

Reflexioné en sus palabras. Su conducta me parecía extraña. No se adaptaba a la idea que yo tenía de la psicología femenina. Según yo creía la mujer busca en el sexo más la ternura, la compañía que pueda aliviar su soledad y un futuro, que el placer por el placer. Esto está más en la psicología masculina. El juego erótico de un Don Juan Tenorio es el paradigma de lo que el hombre busca en el sexo. Mucho sexo con muchas mujeres, muchos amigos con los que fanfarronear de sus conquistas y un si te he visto no me acuerdo, hasta la próxima belleza que caerá en sus irresistibles redes. Puede que estuviera equivocado, como todos los dogmas, el Don Juan masculino tuvo su circunstancia en la historia. Ahora la mujer podía realizar el mismo juego y con mayor maestría. Al fin y al cabo la mujer era más lista, tenía más armas de seducción, más posibilidades de disfrutar del sexo y con la invención de la píldora, menos riesgos. Claro que para eso la mujer debería ser más mecánica, más fría, menos tierna y cambiar todo un pasado cultural.

Bueno, eso lo podía estar realizando ya Nerea y no parecía tener demasiados problemas. Su juego de Doña Juana Tenoria no era idéntico al masculino, yo lo veía como algo más lúdico, menos posesivo, más generoso y divertido. Tal vez influyera en ello su pasado, su triste historia familiar y su candoroso infantilismo. Cuando los padres no te hacen caso, cuando la familia es un patético remedo de algo que una vez tuvo sentido, cuando necesitas huir con algo que te absorba, nada mejor que el sexo, te diviertes, encuentras placer, es un juego adictivo y de vez en cuando encuentras un poco de cariño y algo de compañía. Por entonces yo no era tan maduro como intento reflejar aquí. Estas son reflexiones a posteriori, pero aún así estas y otras ideas pasaron por mi cabeza mientras me tragaba el asado como un león con hambre de una semana. Observé que el asado apenas estaba tocado, que la botella de buen vino era única. Cuando pedí más vino, me sacó otra barata que encontró en la despensa. Ni ella ni su amiga bebían vino con las comidas, al parecer. Tenía dispuesto el postre, una copita de licor, pedí cognac, y hasta un puro. Ese fue el detalle que la delató.

Le dije que no fumaba puros y pregunté si por casualidad tenía un paquete de rubio a mano. Me dijo que lo buscaría en los cajones de su amiga, que fumaba, ella no. Me trajo un paquete de Winston y me pidió un pitillo. Es que me apetece, ahora, me dijo. Con sonrisa pícara pregunté si lo del puro era normal, si tenía una caja a disposición de sus amantes, o lo había comprado para mí. Se puso colorada y confesó que no solía traer amantes al piso, yo era una excepción y que sí, que todo estaba preparado y muy preparado. Luego siguió contestando a mis preguntas. Se sentó frente a mi, se sirvió una copita de vino, luego una copa de cognac y al cabo de un rato estaba tan dicharachera que mi problema fue meter baza. Me contó más cosas de su familia, de sus amantes, de su amiga, de su gordito enamorado y de un hombre nuevo que acababa de surgir.

El gordito lo llama el buda loco. Creo que por celos. Lo cierto es que está un poco chiflado, eso es innegable. Apareció por la ciudad, se refería a la pequeña villa donde vivían sus padres, y todo el mundo acabó por llamarle loco y reírse de él. Hacía cosas muy raras. Se quedaba mirando a la gente como si pudiera leer su pensamiento, les provocaba preguntándoles si les gustaba la vida que llevaban y actuaba como un vagabundo. Era joven, no tendría más de treinta o treinta y cinco. Ella se sintió atraída por su excentricidad. Sin vergüenza alguna se le acercó, se hizo su amiga, le sacó toda la información que pudo y tras darle un buen baño lo hizo su amante. Ingeniero informático, sus tíos tenían una empresa importante donde lo emplearon a la muerte de sus padres en accidente de tráfico. Lo había dejado todo para vivir como un vagabundo. Leía mucho sobre budismo y otras extrañas filosofía orientales. Predicaba que todos éramos un todo y que resultaba estúpido ese comportamiento depredador que manteníamos unos con otros. No aguantaba mucho en un lugar. Acababan por echarle a golpes, por loco y faltón. A ella le fascinaba. El próximo fin de semana pensaba ir a visitarle. Lo había instalado en su apartamento y buscado un trabajo digno.

Aquella historia me asombró más que todo lo que ya sabía de Nerea. Necesitaba nuevas sensaciones a cada instante y puede que estuvieran encontrando en aquel hombre algo más que sexo. Continué con mis preguntas y la serví otra copa de cognac. Buscaba emborracharla para sacar toda su intimidad al descubierto. Estaba ya bastante piripi y no sentía inhibición alguna al hablarme de sus amentes, del odio a sus padres y de lo que yo significaba para ella. Me llevaba observando mucho tiempo. Yo no era un pijo como los otros. Era serio cuando las circunstancias lo exigían, de mentalidad abierta, culto y tan juguetón con el sexo como ella. Era su ideal de hombre. Me permití ironizar. ¿Y tu buda loco?. Es un tipo interesante pero no me veo viajando con él de ciudad en ciudad como una vagabunda y soportando que nos echen a patadas de todas partes. Está chiflado. Está loco, pero es un hombre con el que merece la pena charlar y hasta hacer el amor.Jiji. ¿La tiene grande?. Me estaba pasando pero ella se lo tomó bien. Estaba contenta y nada de lo que dijera podría afectarla.

Yo también estaba bastante borracho. La sobremesa se prolongó mucho. Ella terminó por sentarse en mis rodillas y eso la excitó tanto que me pidió volviéramos al lecho. ¿Y la cámara?. Pregunté con ironía un poco sangrienta. Me gustaba mucho aquella chica, pero por eso mismo me repateaban sus jueguecitos. Pasamos por el salón, desenchufó los cables y yo hice de nuevo de mula de carga. La reinstaló a la cabecera de la cama y se puso detrás para manejar el zoom. ¿Te importaría posar para mi?. Quiero tenerte en mi album. En primera página. Eres mi trofeo número uno. Hablaba trompicándose y se tambaleó ligeramente, por un momento creí que el trípode y ella terminarían en el suelo. Hice unas cuantas poses en posturas lúbricas, pero no fue suficiente. Como mi nabo permanecía encogido, por la bebida y porque la conversación me había deprimido bastante, se volvió a poner de rodillas ante mi como una adepta ante su dios. Hizo un excelente trabajo. Eso era lo que deseaba, un buen plano de mi nabo saliendo del subsuelo. Como no le parecía bastante erguido me pidió que me masturbara. No me costó enderezarlo ayudado por la mano y por la vista. No dejaba de contemplar su cuerpo de conejita alimentada a base de zanahorias.

Luego me enseñó su album de fotos de todos sus amantes y de las mejores imágenes de sus polvos. A lo largo de la tarde y de la noche me haría ver alguno de sus videos para excitarme. Reconozco que allí fue donde empezó mi culto al desnudo femenino. A partir de entonces inicié mi colección de fotos eróticas. Tras la muerte de Lily yo me quedé con su colección de álbumes y videos. Los más peligrosos los guardé en la caja fuerte de un banco, aunque de vez en cuando les echara un vistazo. Pero ese es un tema para hablar en otro momento.

Y debo terminar la historia de Nerea, sin perjuicio de retomarla en alguna otra ocasión. La eché un polvo antológico y bastante brutal. Esta vez la monté un tanto salvajemente y sin permitirla ninguno de sus jueguecitos. La visión de su album de fotos me había puesto un poco violento. Tal vez los celos. La sesión se prolongó tarde y noche con paradas para cenar, para visionar sus videos y para charlar. Volvimos a vernos en varias ocasiones y no pude negarme a un menage a trois con su amiga. Fue la primera vez que presencié un número lesbico y confieso que eso me excitó mucho. Al cabo de unos meses dejé de tener noticias de ella. Un día, habíamos intercambiado direcciones y teléfonos, me llegó una postal suya desde Nepal. Acompañaba a su buda loco en un viaje iniciático al Tibet. Luego siguió una larga carta en la que me contaba su huida. No volví a verla hasta que unos años más tarde, a punto yo de jubilarme de gigoló, la vi en una portada de una revista del corazón. Estaba mucho más madurita, mas entradita en carnes, pero igual de hermosa. Se casaba con un empresario, propietario de un club de futbol. Su viaje iniciático no debió de tener mucho éxito.

FIN.