Nerea se da un capricho

Pero tanto a mi como a ella, en el segundo sin retorno, nos daba absolutamente igual que Javi se desvelara, nos sorprendiera y decidiera si se unía en trío o sacaba la espada. La primera lechada, aun con luz tan escasa, le hizo abrir los ojos, como si le desbocara el sentir mi semen abriéndose paso

Nerea se da un capricho

Iba a ser solo un fin de semana.

No más.

Bajar del pueblo, del monte donde mi vida se refugió, a la gran ciudad.

Recordar los viejos años universitarios, en compañía de aquellos con quienes se compartieron.

Solo eso.

La llamé.

Ella y su marido se mostraron encantados.

Vivían en un unifamiliar a las afueras, una casita sin pretensiones que pagarían a base de insomnio y una descomunal hipoteca.

Allá donde yo respiraba, por menos de la mitad, tenías más metros.

Pero la gran ciudad tenía esos peajes y ellos, al contrario que yo, estaban dispuestos a pagarlos.

Hacía un año que no nos veíamos.

Un año, una docena de llamadas y cincuenta correos.

Una amistad con tierra de por medio pero con mucho cariño acumulándose, como bodega de buenos caldos.

Bajé con ganas de verlos.

Nerea era una chica menuda pero bien escaneada, de esas que son simples tan solo en apariencia.

Bajo su diminuta presencia, imperaba una sonrisa franca, una cara equilibrada de nariz graciosa y orejas de soplillo que, lejos de causar risa, la dotaban con un aire curioso y simpático.

Para nada acomplejada, las exhibía bajo una media melena corta, morena azabache, inmaculadamente teñida.

Cosas de su pasado gótico, se permitía un fino mechó blanco marmóreo que a ojos de quienes no la conocieran, pasaba tan solo como rareza.

Javier apretó fuerte la mano.

El, al contrario, vino después de los años universitarios.

Era un tipo locuaz, decidido, emprendedor pero algo oscuro….como si no terminara de fiarse de nadie en ningún momento.

Siempre dije que para el, resultaba imposible diferenciar entre la competitividad de su trabajo y la vida privada.

Y eso a la larga, puede hacer daño.

Porque algo no cuadraba entre ambos.

Por mucho que durara el abrazo, por halagos y simpatías que nos lanzáramos…..!que guapa estás!....!que casa más bonita!...¿vas al gimnasio?....algo casi imperceptible los oscurecía, algo que, a medida que pasaba el aperitivo, la conversación, la cena….se iba poco a poco agrandando.

Era viernes y los tres estábamos cansado.

Tomamos una botella de licor de hierba y marchamos al salón para ver una vieja película de Wilder que nos hizo reír hasta hacerse de madrugada.

Pero Javier parecía sentirse incómodo, moviéndose en el sofá a base de sonoros bostezos hasta que, finalmente, dio una excusa y desapareció camino de su cama.

-         Mañana nos vemos Javier – era un buen tipo.

-         Mañana – se despidió.

Aunque parecía que no estábamos cuajando.

Cinco minutos más tarde oímos crujir los muelles, apagar la luz y quedarnos los dos, con nuestros vasos repletos….solos.

-         Llevamos tres meses de mala racha – lo soltó de golpe, sin esperar a calcular si su chico se había quedado dormido. – Nos pasamos el día trabajando para encontrarnos en la cena mientras cabeceamos de sueño – sin duda estaba harta.

-         Eso le pasa a casi todas las parejas cariño. Acuérdate de mi ex.

-         Tu ex te dejó porque te tirabas a otras – recordó con la confianza y broma que a poca gente consentía - ¿Te acuerdas?. ¿Te acuerdas cuando en el grupo todos juramos que esto no nos pasaría.

-         La vida es una escoba que barre las utopías y solo nos permite, de vez en cuando, un ligero capricho.

La noche quedó en eso.

En un cambio tajante de tema y una conversación superficial que terminó demasiado alargada….con la sensación agridulce de ver a una amiga sufriendo mientras el alcohol hacía palpitar mi calva.

Desperté al día siguiente, curiosamente sin resaca, en aquel colchón inmenso donde llegaba el insustituible aroma del café recién hecho.

Bajé en pijama.

No era la primera vez que dormía en aquella casa y creía que había confianza.

Sobre la mesa del comedor estaba vajilla y repostería para dos, junto con una taza ya bebida, con los papelitos de una magdalena metidos en ella.

-         Javi ya ha desayunado – Nerea hablaba desde la cocina. Asomó levemente para dejar entrever un delantal colorido, representando el retrato desorejado de un Van Gog ya completamente loco – Bajó a Madrid.

-         ¿Trabaja hoy? – pregunté extrañado- Es sábado.

-         La esclavitud del autónomo.

-         ¿No quieres que te ayude?.

-         No. Hoy nos ayudaremos mutuamente.

Ella se acercó hasta sobrepasarme y caminar hacia la mesa, dejando tras de si ese olor que tiene la piel duchada y fresca.

Y fue entonces cuando la mañana, anodina mañana, dejó de serlo.

Caminaba ofreciéndome la espalda y todo aquello que su delantal impresionista no ocultaba.

Sus caderas, su culo firme, sus muslos se acercaron hacia el mueble depositando el plato de tostadas.

Y yo allí, estúpidamente mudo.

Nerea se giró.

Su mirada, aquella misma mirada, compasiva y ahogada cuando compartimos el licor de hierbas, era ahora otro mundo….dispuesto, decidido, harto e insobornablemente auténtico.

Echó la diestra hacia atrás y con increíble habilidad, deshizo el último nudo.

-         Hoy para desayunar…..quiero un “ligero capricho”.

Llevaba una década de amistad y ni en las oscuras noches tabernarias, esas que todo excita cuando se tienen dieciocho, la había visto como algo más que mi mejor amiga.

Bajita, algo rechonchilla, no casaba bien entre mis gustos.

Mis amantes solían ser altas, de formas generosas y pechos tirando a grandes.

Mujeres que al sentarse, dejaron sobre su cinturón una ligera lorza que indicara calor y felicidad.

Gusto, desde luego, en ese pictórico instante, se estaba cuestionando.

Sus pies pequeños, sus dedos finitos impropios de su tamaño, sus piernas, nada altas pero torneadas por su costumbre del montañismo, sus caderas algo pistoleras, sus pechos pequeños pero con el agradable detalle de tener los pezones rosáceos, muy bien engendrados.

-         Desnúdate – ordenó – Quiero ver mi capricho.

Con toda la lentitud que mi excitación concedía, me fui quitando las tres piezas….el jersey, el pantalón…el calzoncillo.

Ella mientras tanto, se alzó sobre la mesa, se abrió de piernas y dispuso las manos, una para acariciar sus pechos, otra en su sexo.

-         Ufff…no te acerques. Déjame mirarte. Eres tan diferente.

Nunca descubrí demasiadas diferencias entre este humilde y Javi.

Ambos flacos, casi enjutos, con cierto aire de decadencia treintañera, sin mayor diferencia que la buena mata castaña de el contra mi alopecia, acelerada por la maquinilla en cuanto las entradas se hicieron poco estéticas.

Tampoco mi polla, en esos momentos levantando bandera, era de las que ponían los ojos de ellas como platos.

Incluso, más de una, me hizo notar que algunos de sus amantes, por cuestión de tamaño, le habían dejado el coño insensible ante mis arremetidas.

Pero la diferencia, la verdadera razón por la que ella acariciaba primero sutilmente y luego de manera cada vez más intensa su clítoris rosáceo, era que yo no era el diario y aburrido….sino las ansias de probar un jugo nuevo.

Pocas veces he demostrado mayor fuerza de voluntad.

Verla allí, con las piernas abiertas apoyadas cada una en una silla, catándome visualmente como si fuera ama romana y yo su sumiso esclavo, mientras se masturbaba de una manera cada vez más convulsa y frenética….y yo aguantando, apretando los puños, como un verdadero imbecil mientras las caderas de Nerea comenzaban a moverse desaforadamente, mientras ayudaba a sus roces metiéndose dos o tres dedos en el coño, mientras respiraba fuerte, punteaba los pies y se corría….

-         Ufff, ¡si!, ¡si!, ¡si!, ¡o si! Ummmmmmmmmmmmmm

Cuando recuperó el resuello, cuando sus ojos volvieron a abrirse, se incorporó, caminó descalza mientras ponía somnolientamente en orden su pelo y quedó frente a mi yo insatisfecho y desnudo.

-         Perdona. Perdona lo…lo…estaba muy cachonda.

-         Lo necesitabas – terminé la frase acabando de salvar la corta distancia para abrazarla, para cobijarla, ratificarla, decirle sin palabras que en aquel comedor, no había pasado nada por lo que entrar en arrepentimientos.

-         Te he dejado a medias.

-         No me debes nada aunque me duela de cómo me la has puesto.

Pasamos el resto del día sin salir de la casa, sin buscar la ropa, sin dejar de estar acaramelados, hablando, acariciando pero….y eso me sorprende ahora más que entonces, sin darnos ni un ligero beso.

Podría haberla mandado a tomar por saco por dejarme tan tirado, pero no lo hice…tal vez por la férrea amistad que nos unía, tal vez por agradecimiento al haberme regalado tan inolvidable momento….tal vez porque, ya de por si, la situación era lo sobradamente morbosa.

Por la noche, cuando Javi llegó, nos encontró decorosamente vestidos, sentados en un tresillo donde liberamos una plaza entre nosotros….casi con dos aureolas de santos sobre nuestros tozuelos.

-         Estoy destrozado.

Aquel comentario hizo estallar la riña.

Una hora de riña porque justo ese día, teníamos la cena de antiguos compañeros donde, salvo para los solteros, se pedía que cada uno llevara su pareja consigo.

De camino, éramos tres en un cocho donde dos no se hablaban lo que provocó que llegara a la reunión ligeramente enervado.

Creo cada vez menos en este tipo de reuniones….los encuentras teatreros, tratando de aparentar lo lejos que han llegado, presumiendo ufanos de ropa cara, mujer modelo, estirados modales e historias de poder y prepotencia….los hay cabizbajos, tímidos hasta lo soporífero, preguntándose por dentro que hacen allí, si ya de antes nunca sintieron que ese fuera su hueco….los hay que pretenden recuperar la gloria universitaria que luego, la vida laboral, les había ido restando….los hay que no han cambiado y piensan que la juerga sigue, pretendiendo ligar, beber y actuar como si quince años no pesaran….y los hay realistas que a la primera, se dan cuenta que no hay nada productivo en quedar cada década para comprobar quien esta más gordo o más calvo, quien ha tenido éxito y quien por la cantidad de tragos, ha fracasado.

Javi y ella estaban en un intermedio de morros.

Ambos se dedicaron a beber de más y andar por separado…ella con las antiguas amistades y yo con el, pues el pobre allí, no tenía agenda.

-         Esta insoportable tío – comenzó cuando los cubatas comenzaron a sobrepasar la capacidad de su hígado – Quiere la casa, quiere los dos coches, quiere ir a cenar a restaurantes caros…pero eso se paga tío.

-         Javi, ella también trabaja.

-         Pero yo gano tres veces más tío y además, le gusta presumir de que soy dueño de una empresa informática…como si la llevara ella.

Suspiré hondo, maldije mi mala suerte y di un trago largísimo, como la noche que se estaba ciñendo.

Por suerte ambos bebieron tanto, que a eso de las tres, con la fiesta en apogeo, optamos por marcharnos.

Conduje yo, el menos achispado, con Javi balbuceando quejas de copiloto y ella detrás, dormitando.

Cuando cruzamos el portal, cuando nos despedimos, cuando me desnudé liberándome de la ropa narcotizada sin ponerme el pijama, cuando apagué la luz y disfruté del silencio de la casa, agradecía haber acortado la fiesta y poder por fin coger el sueño.

Pero no iba a poder ser.

Apenas desconectaba, sentí sin evitarlo que la puerta se abría, que alguien daba dulces pasos, abría la sábana e introducía su cálido y desnudo cuerpo junto al mío.

Ese alguien, cogió mis manos y susurró mi nombre mientras las colocaba sobre dos endurecidos pechos.

-         Cielo, te debo una….te debo una y estoy chorreando.

-         Eres un encanto – Nerea olía a alcohol y no parecía estar en su más cabal momento - Pero no me debes nada y esto es muy peligroso…para ti.

Si quise evitar algo, ella lo calló con un beso profundo, salivado y húmedo, donde el sabor a Gin Tonic no hizo otra que poner como una piedra mi miembro..

-         Te voy a follar – dijo mientras así mi polla y la apuntaba directamente hacia su coño encharcado –Siiiiiiii – susurró mientras lentamente, se ensartaba ella misma con una facilidad pasmosa

Su coñito, estrecho y sobreexcitado, me acogió con un placer casi olvidado.

Los solteros como yo en aquel entonces, follamos cuando podemos y yo llevaba ya cuatro meses sin recordar lo que era un orgasmo que no trajeran las manos.

Creía que debía ser dulce, delicado, plagado de caricias, de besos tiernos y susurros.

Pero ella no estaba por la faena.

Se alzó para volver a caer a plomo, iniciando un mete saca que en segundo convirtió en espectacular, a medias por la excitación de ambos, a medias porque, era cierto, estábamos acojonados y nos faltaba tiempo.

-         Uyyyyy…..ogggggg….me corro, me corro cielo – se abrazó a mi, apretando su pubis contra mi falo, mordiendo mi cuello, tratando de ahogar en el almohadón los gritos de su orgasmo – lo necesitooo…..Dios, Dios, Dios…..

-         Nerea me viene, me viene – advertí para advertir que entre nosotros no había una mísera goma.

-         Lléname de leche. Tu leche calentita.

El vaivén era brutal casi inhumano.

Tanto que el somier crujió una y otra, con ese movimiento que no hace falta explicar si se esta fuera de escena.

Pero tanto a mi como a ella, en el segundo sin retorno, nos daba absolutamente igual que Javi se desvelara, nos sorprendiera y decidiera si se unía en trío o sacaba la espada.

La primera lechada, aun con luz tan escasa, le hizo abrir los ojos, como si le desbocara el sentir mi semen abriéndose paso en su vagina.

-         Aaaaaaaa….-aceleró mordiendo los labios viniéndose sobre mi al ritmo de mis sacudidas.

Quedamos asfixiados, agotados, el uno sobre el otro, jadeando….ella visiblemente ebria, yo, pensando que habíamos cometido una equivocación si….pero la mejor en muchos años.

Se levantó.

En su recortado pubis ví el resultado entremezclado de mi corrida y sus flujos.

Se tocó la cara como si quisiera reencontrarse y se fue, no sin antes darse la vuelta para guiñarme un ojo.

-         Gracias – y sentí como regresaba junto a su novio.

Nos levantamos tarde por lo que, en lugar de tostadas y zumo, nos pusimos directamente a preparar una paella.

-         Hay que celebrarlo – dijo ella.

-         ¿El que?. Lo de anoche fue un desastre – se quejó Javi.

No hubo respuesta

Bajo la mesa, nuestros pies pasaron el almuerzo entrelazados mientras el pobre chico solo sabía hablar de informática y teclas.

Javi no era malo.

Y Nerea menos.

Ambos, sencillamente, eran víctimas como tantos, de la presión, de lo cotidiano y de la hipoteca.

Y yo, aquel fin de semana, tan solo fui una sencilla gota que al menos a ella, clareó por un segundo, su  inmenso y aburrido océano.

Parte de esta historia es real. Nunca repetimos. Aun hoy, los tres seguimos siendo grandes amigos…y dejamos de ir a las reuniones de antiguos.