Nenay (4)

Aquí continúa mi historia, gracias a los que me habeis escrito.

Nenay (cuarta parte)

Cuando entré al despacho de la hermana superiora, allí estaba ella junto al capellán.

  • Eres un chico. ¿No? .- Me preguntó directamente la directora.

  • Sí,- le confesé.

  • Y… ¿No dices nada más?... ¿No tienes nada que decir?- volvió a decir ella.

  • Déjeme con ella… con este degenerado,- dijo el cura.

Salió la superiora y me quede con el sacerdote.

  • Desnúdate,- me ordeno.

Permanecí sin hacer nada, pero me lo volvió a decir gritando, con mucha ira.

Fui desnudándome, como podía, me daba mucha vergüenza. Primero me saqué el polo del uniforme, dejándole ver mi sujetador, llevaba uno blanco, con un lacito en el medio, cuando me lo iba a quitar

  • Déjalo puesto, quítate la falda.

La falda llevaba un botoncito al lado y una cremallera que fui soltando. Cuando la deslicé por mis piernas, se mostraron mis bragas, unas blancas, casi trasparentes, que dejaban entrever mis pelitos. El sacerdote mientras tanto, con la mano derecha en el bolsillo de su sotana, empezaba a acariciarse. Se acercó a mi, y con la mano izquierda empezó a tocarme entre las piernas, rozándome el pene que lo tenía recogido hacia atrás.

Estaba aterrorizada, nunca me había sentido tan niña como entonces, una niña humillada y abusada. Supongo que el cura se debió de correr, porque a los pocos segundos, retrocedió gritándome

  • Eres una zorra, una asquerosa guarra, o sea que además vas provocando con esa ropita a los hombres. No se que podremos hacer contigo. ¿Dónde vives?. ¿Están tus padres en casa?

  • Mi madre sí, le dije, y le di mi dirección. Tenía ganas de salir de allí, era el peor momento de mi vida y necesitaba sentirme amparada.

  • Vístete,- me ordenó.

Cogí la falda, la subí por las piernas y comencé a abrocharla. Volví a notar, como el padre, comenzaba de nuevo a tocarse debajo de su sotana. Estaba otra vez excitándose mientras me veía vestir. Esta vez, creo, que también había terminado, antes de acabar de ponerme el polo.

  • Ven conmigo,- me dijo, cuando ya estaba vestida.

Me monté con él, en su coche y nos dirijimos a mi casa, yo solo deseaba que estuviera allí mi madre.

Cuando llegamos allí estaba ella, todo el recorrido, no dejó de mirarme la falda y las piernas.

  • ¿Qué han hecho con esta criatura?- Le dijo a mi madre, nada más llegar.

Mi madre que no se esperaba nada, se quedó muy cortada.

  • Padre… creíamos que era lo mejor, ella se siente niña.

  • Señora, ¿Pero que estupidez es esa? ¿Nunca ha visto lo que tiene entre las piernas?. Y ha visto la ropita que lleva debajo, para excitar a los hombres. ¿Qué quería usted, una hija puta?... me voy a encargar de que todo el mundo sepa, que tipo de degeneradas, son.

  • Padre, yo solo he dejado, que ella sea como quiere. ¿No tiene derecho?

  • Si Dios le puso un pito, es porque es un chico. Si el hubiera querido que fuera una niña, le hubiera hecho una rajita.- dijo con ironía.

  • Ya, pero ella es diferente.

  • ¿Qué me dice?. ¿Qué el Todopoderoso se equivoca?

  • Sólo he dicho, que es diferente.

  • Ya sé lo que haremos,- sentenció el sacerdote.

  • ¿A que se refiere?

  • O acepta internarla, en un colegio religioso de chicos, para que sepa como debe de ser o me encargaré de que sean echadas de cualquier sitio donde vayan. Para usted, lo más importante debe de ser que su hijo recobre su normalidad.

Yo permanecía en silenció, agarrada a la falda de mi madre, pero lo último que oí, me estaba destrozando.

  • Ya lo pensaré,- le dijo mi madre.

  • ¿Qué va a pensar?, piense en su hijo, dele la oportunidad de ser lo que es. Intento ayudarla y salvar a su hijo y usted me dice, que se lo va a pensar.

  • Bien padre, supongo que debo de intentarlo,- le respondió.

  • Mañana vendré a recogerla a las nueve, que esté preparada, el colegio está en el este, creo que contra más lejos mejor.

  • Y, ¿Cómo irá hasta allí?

  • Yo la pondré en el autobús, allí la esperarán.

Cuando se fue el cura, mi madre advirtió que estaba llorando en silencio.

  • Hija, debemos de intentarlo, es posible que seas así, porque no has tenido la oportunidad de ser como eres, además tu hermana y yo, no podemos irnos ahora, tu sabes la suerte que tenemos con el trabajo de ella y que en ningún otro sitio vamos a encontrar un sitio donde ella pueda ganar tanto dinero, con apenas quince años.

  • Mamá y si no puedo… si no puedo soportar la situación en el colegio

  • Entonces llamas y haremos lo que sea necesario, pero necesitamos que lo intentes. Se que es muy difícil, pero quiero que sepas que te quiero mucho y al menos debemos intentarlo, piensa que a lo mejor es lo mejor para ti.

No me atreví a decirle nada de la actitud del cura, pensaba que de decirselo aún hubiera reforzado más su decisión. Aún llorando subí a mi habitación.

Durante un buen rato, continué tumbada en la cama llorando.

Cuando me levanté, decidí armarme de valor, fui al baño y me lavé la cara, no quería, que mamá me viera triste ya más. En el cuarto comencé a cambiar mi ropa al armario de mi hermana… cada falda, cada pantaloncito, cada blusa, aunque intentaba evitarlo, era una lágrima que salía de mis ojos, estaba enamorada de mi ropita, lo mismo me pasó al cambiar mi cajón y sacar las braguitas, los sujetadores y las medias. Cuando terminé, tuve que volver a lavarme la cara y armarme de valor. Mi madre me dijo que si quería salir.. que iba a comprarme cosas para llevarme, le dije que no. Le escribí una carta a Andy, para que mi hermana se la diera al día siguiente, cuando ya me hubiera ido.

"Querido Andy, mi amor.

Te escribo para decirte, que hoy, me ha pasado una cosa muy mala, en el colegio se han enterado que no nací niña. Han sucedido muchas cosas y me van a mandar fuera, lejos, a un colegio de chicos. ¿No se lo que pasará?. Quiero que sepas que te quiero con toda mi vida, pero que no quiero decepcionar ni causarle más problemas a mi madre y a mi hermana. Es mejor que me olvides, no podría soportar saber de ti. Te querré siempre, sea lo que sea de mi vida. Lo que he pasado contigo ha sido tan maravilloso. Ha sido tan bonito tener siempre mi cabeza pensando en mi chico, soñar contigo, sentirte a mi lado, tus besos, tus caricias, siempre tan amable. Suceda lo que suceda, tú vas a ser parte de lo más hermoso de mi vida, y quiero así recordarlo. Te amo."

Volví a llorar, de nuevo tuve que volver a lavarme para que mi madre no me viera así cuando volviera.

Ya de noche, volvió mi madre con varias bolsas, eran todas de ropa de chico.

Mi hermana se sintió muy mal, cuando se enteró de todo lo que había pasado; y aún más cuando debió de cortar mi cabello, lo dejo un poco largo, para que tapara mis orejas y nos se vieran los agujeros de los pendientes.

Conforme fui quitándome, mi polo, mi faldita, mi suje, mis braguitas, las iba acariciando con cuidado. Sabía que eran parte de la vida que más amaba, y que de alguna manera se estaba acabando por el momento, al menos.

A la mañana siguiente, y tal y como había quedado, pasó el cura a recogerme a las nueve. Mi hermana estaba allí no había querido ir al colegio. Y yo allí, vestido de niño, con dos grandes bolsos, llenos de cosas de chico.

Para entrar al colegio, debimos flanquear un gran portón, que nos abrió el hermano Aurelio, el jardinero. Me había venido a buscar, a la estación, el padre Antonio.

La habitación, tenía cuatro camas, mientras iba guardando mi ropa en el armario entraron mis tres compañeros. Dos, Carlos y Nelson, me saludaron cordialmente, el otro Cesar, solo dijo… el nuevo, con desprecio.

Poco más tarde, bajamos a cenar.

De vuelta en la habitación, comenzamos a desnudarnos, para ponernos el pijama. Intenté hacerlo lo más rápido que pude, me daba mucho pudor y miedo, pero no pude evitar que cesar me observara.

  • Si no tiene un pelito en las piernas, como una niña,- dijo con sarcasmo.

  • Si, parece una chica,- dijo Carlos.

  • Las chicas saben limpiar mejor,- dijo César y continúo… - Ella nos limpiara la habitación y hará nuestras camas, ¡Qué suerte nos han mandado una muchachita!

  • Soy un chico,- les dije intentando salir de esa situación.

  • Si hasta te sientas como las niñas, mirad sus piernas cruzaditas.

Me levanté, de golpe y me dirigí hacia él, intentando atemorizarlo. Cuando estuve a su alcance, del primer golpe me tumbó.

  • Llora niña,- me dijo.

Advertido por los ruidos, entró el padre Antonio.

  • ¿Qué ha pasado aquí?, y dirigiéndose a mí… - Vístase y venga a mi cuarto, yo le enseñare a comportarse.

  • Nena date prisa, me dijo Carlos, cuando se fue el padre,- Te espera una buena.

Con pánico, entré en la habitación del padre Antonio.

  • En este colegio, se respetan las reglas y a los compañeros, no se de que campo vienes, pero ya me voy a ocupar de lo que lo entiendas, a partir de mañana, en los recreos y en las horas de juegos, irás a trabajar a la lavandería. Ah y busca a alguien que te corte esos pelos, como te vuelva a ver así, te vas a enterar de verdad.

Todos los días y conforme me habían ordenado iba a la lavandería, el muchacho que se ocupaba, que era el hijo del jardinero, me enseñó a manejar las lavadoras y la plancha, a partir de ese momento, todo el trabajo lo tenía que hacer yo, conforme llegaba, el se iba dejándome toda la tarea.

Los niños, siempre que no estaban los curas me trataban de chica, en el dormitorio me convertí en la chacha de mis compañeros.

El domingo, los chicos que venían a buscarlos, podían salir; mis tres compañeros de cuarto, vivían cerca y se fueron.

Antes de la cena, los tres volvieron y cada uno me trajo un paquete.

  • Esto es… porque has sido buena con nosotros.

En el paquete de César había un conjuntito de braga y sujetador, rositas.

  • Ten cuidado con ellas, no tienes otra, tendrás que ser muy limpia.- me dijo.

En el de Carlos, había un camisoncito rosa, casi transparente, con tirantitos y puntilla en el cuello y abajo.

  • Toma cielo,- me dijo,- para que estés bonita.

En el de Nelson, que era el más pequeño, había una diadema y unos aretes.

Cuando ví todo aquello, me ruboricé, por una parte estaba encantada, pero por otra tenía miedo de lo que viniera a continuación.

  • Póntelo ahora mismo.- Me ordenó César.

Fin de la cuarta parte.