Negra noche

Irene queda fascinada tras comprobar que el mito del gigantesco miembro viril de los negros es una realidad que la hace la boca agua.

-¡Sí, claro que la tenía gorda, la tenía muy gorda! ¿Satisfecho? –estallé al fin. Me había insistido tanto, que al final no pude más y terminé saciando su curiosidad.

-Entonces es cierto lo del tópico –dijo Juanma, sonriendo y sin dejar de conducir-, los negros tienen una buena polla.

Estábamos metidos en el coche, de vuelta a casa. Llevaba toda la noche con la misma canción. Quería saber si el negro de la foto la tenía gorda, y ya me había mareado de tal forma, que cedí y le dije lo que esperaba oír, pero no estaba dispuesta a darle detalles.

-Sólo dime una cosa más, Irene... –continuó, sin mirarme, y enseguida supe lo que iba a preguntar-. Se la chupaste, ¿verdad?

Le había temblado la voz al decirlo, como si un escalofrío le hubiese estremecido. Le miré y vi que estaba excitado.

-No imagines tonterías, Juanma, por favor.


"Abrí la boca todo lo que pude y me introduje aquella exagerada porción de carne hasta la garganta. Pero antes de engullirla, me había recreado unos segundos observándola con gula, como quien le echa un vistazo a un solomillo antes de darse el atracón. Era un gran músculo vivo, erguido y fibroso, de una longitud y un grosor impensables. No podía creerme que pudiera existir una verga de ese tamaño tan descomunal. Pero era real, la tenía ante mis ojos y si no quería pasar por una niñata, debía reaccionar y disponerme a tragármela. La empuñé con las dos manos, como si se tratase de la mítica espada Excalibur, cerré los ojos y agaché la cabeza, decidida a enterrármela hasta la tráquea. La succioné ávidamente, casi con fruición, todavía asombrada de sus insuperables dimensiones, y él se aprovechó de mi ansia mal disimulada para susurrarme: ‘¿te gusta, verdad, pelirroja?... pues atibórrate, no te quedes con ganas’. Yo no dejaba de chuparla con voracidad, controlando las arcadas cada vez que el glande chocaba en mi paladar."


-No me digas que no le hiciste una mamada porque no me lo creo, Irene... –insistió-. ¿Verdad que se la comiste?

-Cree lo que quieras, Juanma, pero no se la chupé –mentí.

Esa misma tarde, mientras esperaba que yo terminara de acicalarme, había descubierto una fotografía oculta en un libro de la estantería de mi dormitorio. Era una foto del verano anterior, en la que un fornido chico negro me abrazaba por la cintura en la puerta de una discoteca. Juanma, mi novio, enseguida mostró interés por lo ocurrido la noche de la instantánea, y yo me apresuré a recordarle que en esa fecha nosotros ya lo habíamos dejado. Y era cierto, aunque ahora habíamos vuelto a salir juntos.

Fuimos a tomar unas copas y no dejó de insistirme durante toda la noche, mientras yo evitaba darle pormenores de lo ocurrido. De regreso a casa, detuvo el coche en doble fila y ahora sí que se me quedó mirando.

-Irene, no me vaciles. Ninguna mujer está con un negro y pierde la oportunidad de ver cómo tiene la polla.


"Me recogió el pelo de la cara para deleitarse mirando cómo me tragaba su sable hasta la empuñadura, y no dejaba de musitarme entre jadeos: ‘qué cara pones, joder... la chupas de puta madre, pelirroja... vaya cara de viciosa...’ A esas alturas, yo ya estaba muy excitada. Lamía su miembro sin parar, hambrienta, como una degenerada, sin sacarlo nunca completamente de la boca, sin soltarlo ni un momento, moviendo la lengua afanosamente, estimulada por sus comentarios incesantes: ‘sigue a este ritmo, pelirroja... cómetela toda... no descanses que vas muy bien’. Me rozaba sin cesar con su enorme punta de flecha en la campanilla, produciéndome un cosquilleo asfixiante, pero me estaba esmerando para hacerle la mejor felación de su vida, y no iba a cesar hasta concluir mi labor a la perfección. De pronto, empecé a pensar algo en lo que no había reparado: cómo sería cuando aquella manguera comenzara a descargar en mi laringe."


-Ya te he dicho que sí se la vi, y que sí la tenía gordísima, pero... de verdad que no se la chupé –rápidamente inventé una salida para que me dejara en paz-, sólo... sólo le hice una paja.

Se quedó sorprendido, pero no terminaba de creérselo.

-¿Le pajeaste como una cría de quince años? ¿Dónde? ¿No me dirás que te montaste en su coche y el tío no dio por hecho que se la ibas a mamar?

-Es que iba también Virginia -improvisé sobre la marcha.


"Siempre sentí la curiosidad de constatar si los negros tenían de verdad el pene tan desarrollado como se decía. Por eso, la noche que conocí a Richard, mientras me invitaba a una copa en la barra de la discoteca donde él trabajaba de relaciones públicas, empecé a fijarme en el bulto excesivo que los ajustados jeans modelaban en su entrepierna. Por un segundo, fantaseé imaginando que me cogía la mano y se la llevaba a la cima de aquella colina, pero volví a la realidad cuando me acercó el tubo bien cargado de ron con limón, y si no fuera por la oscuridad de la sala, él habría notado mi sonrojo, pero de todas formas, de lo que ya se había percatado era de mi fascinación por el volumen de sus atributos. Sonrió enseñando una blanquísima dentadura y me atrajo hacia sí fingiendo que yo obstaculizaba a otra chica que, a mi espalda, se disponía a pedir su bebida. Lo primero que noté fue su formidable paquete resbalarme por la pierna, a pesar de que, al abrazarme, sus manos se escurrieron sin disimulo desde la cintura hasta las nalgas, apretándolas como balones. Estaban tan cerca nuestras bocas que, instintivamente, empecé a mordisquear esos labios carnosos y excitantes, y él me taladró con su lengua rápida, deslizando esta vez sus manos hacia arriba, palpando mi cuerpo abiertamente hasta llegar a los pechos y recrearse en ellos manoseándolos por encima de la ceñidísima camiseta de tirantes. Yo no me quitaba de la cabeza aquel prometedor falo grandísimo que no dejaba de rozarme y que ya me obsesionaba, y espontáneamente se lo froté con movimientos circulares de la palma de la mano. Me parecía estar manipulando un gran lomo embuchado y me excité tanto que no me daba cuenta que cualquiera podía vernos. Pero Richard sonrió y me dijo al oído: ‘nos vamos fuera mejor’, y yo le seguí sin rechistar. En la puerta me tropecé con Virginia y el italiano con el que la había dejado ligando. Y ahí fue donde ella insistió en hacernos aquella maldita foto antes de perderse de nuevo en el bullicio de la discoteca."


-¿Me estás diciendo que se la meneaste con Virginia delante, mirando? ¿O es que le hicisteis la paja a dúo? ¿Qué pasa, que la tenía tan grande el negrazo que no podías tú sola, Irene?

Juanma se empezó a poner sarcástico, pero la verdad es que ahora tenía razón, porque yo me había enredado con unas respuestas poco creíbles para evitar decirle cómo pasó todo realmente. Claro, que tampoco tenía derecho a exigirme que yo le contara mis experiencias.

-¿A ti qué te pasa? –le pregunté, muy mosqueada-. ¿Te pregunto yo quién te la ha chupado a ti o qué? Además, ¿pasa algo si se la hubiera comido al negro?

-No, claro que no –dijo él-, por eso mismo. Sólo es curiosidad, pero no sé por qué evitas contestarme.

-Juanma, si te digo que sí que le hice una mamada, ¿qué vendrá después, que si me la metió por el culo o que si llamó a un hermano suyo y me follaron los dos en el asiento de atrás de su coche? Estoy harta, de verdad. Llévame a casa y olvídalo ya.

-O sea, que sí que se la chupaste –remachó.


"Richard condujo muy deprisa, supongo que con urgencia por llegar a algún sitio apartado. Para no hacer ni media hora que nos conocíamos, yo se lo había puesto demasiado fácil y, seguramente, él tenía curiosidad por descubrir qué era capaz de hacerle la pelirroja. Paró en un descampado y sonrió al ver que no le quitaba ojo a su apretado pantalón. ‘¿Te gusta mi rabo, eh?’,me dijo, abiertamente, ‘pues no tardes más’. No pude dominarme y se lo restregué voluntariosamente. Me dijo: ‘venga, pelirroja, baja la cremallera y sácamela ya’. Obediente, metí la mano en la bragueta y me costó trabajo liberar semejante herramienta del slip. Por un momento, calculé que iba a necesitar las dos manos para masturbarle, y se la meneé tímidamente, pero él no tardó en apartarme de mi ingenuo propósito de hacer manualidades. Dijo: ‘tengo treinta años y soy cubano, deja las pajas para tus compañeros de clase... no me defraudes, pelirroja, que tienes unos labios que prometen’, y me convencí de que iba a tener que lamérsela. Y se la mamé sin descanso hasta preguntarme qué iba a pasar cuando se corriera ese semental, y al final lo supe, porque me sujetó la cabeza por el pelo y la empujó hacia sí agitando ahora él súbitamente la pelvis, incrementando la penetración de mi boca gradualmente. Me asusté, pero me preparé para recibir el inevitable desbordamiento de aquel río incontenible y, finalmente, no pude reprimir las arcadas."


-¡Se la chupé, joder, por supuesto que se la chupé! –exploté, sin poder controlarme ya. Me había sacado de quicio y me aceleré como una metralleta-. Estuve sola con él en su coche y le comí la polla porque me apeteció. ¿Cómo no le iba a hacer una mamada si tenía una polla como dos tuyas?... ¿Es eso lo que querías oír? Pues ya lo sabes, ahora déjame en paz y no vuelvas a hablarme de este asunto.

-Perdona, Irene. Me he puesto muy pesado –se disculpó Juanma-. Olvidemos el tema... Oye... una cosa...

-¿Qué? –pregunté, con recelo.

-Sólo un detalle... ¿te lo tragaste?

La noche sin luna era como aquella otra noche negra del verano pasado.