Negocios
Algo excitante pero más erótico que sexual
Yo era el jefe de ventas de su distribuidora más importante. Vanesa era la directora de la zona norte de la compañía de accesos a Internet. Faltaban 15 días para el cierre del trimestre. Mi empresa ya había cumplido los objetivos del trimestre y todo nuestro trabajo iba dirigido al siguiente. Sin embargo, ella se estaba jugando un bonus especial si superaba el objetivo un 30%.
Recibí una llamada suya invitándome a comer. Me sorprendió que me citara en uno de los mejores restaurantes de Vigo. No solía ser tan generosa con los distribuidores.
Llegué un poco tarde y allí me estaba esperando ella. Traje de pantalón marrón ajustado y una blusa blanca. Nos dimos dos besos y entramos en el restaurante. Por supuesto, ella delante. La caballerosidad para poder observar discretamente su trasero y comprobar la fina tira de su tanga.
Vanesa es de mi edad, 32 años. Lo que más llama la atención de ella son sus tetas. Demasiado grandes para lo delgada que está. Sus manos son regordetas, prueba quizás de que su delgadez se debe a estrictas dietas. Todos los que la conocemos nos preguntamos si no se habrá pasado aumentándose el pecho pero nadie pregunta. Además, la apariencia es que son de lo más natural.
Acompañada la comida de un buen vino y, después de las preguntas de cortesía, nos pusimos a hablar de negocios. Como me temía, todo iba dirigido a conseguir su bonus, lo que confesó cuando comprobó que la única forma de conseguir algo sería apelando a lo personal.
Una vez puestas sobre la mesa sus cartas, puse yo las mías: yo no tenía ningún extra por superar el objetivo, me podía perjudicar de cara al trimestre siguiente y seríamos penalizados por su empresa si no conseguíamos el objetivo anual. Con lo cuál, le dije, me tenía que ofrecer algo jugoso y distinto.
Vanesa se quedó mirándome fijamente. Bebió una copa de vino, se sirvió otra que también apuró y me preguntó:
- ¿tiene que tener valor económico?
Me desconcertó tanto su pregunta que respondí negativamente y añadió:
- sé que muchos tíos os preguntáis si mis tetas son naturales u operadas. Me has pedido algo distinto. ¿Qué te parece comprobarlo por ti mismo?
- ¿De qué manera?
- Enseñándotelas
- Hay trato si me las enseñas hoy y las puedo tocar cuando se cierre el trimestre y hayas conseguido tu bonus. Por cierto, tiene que ser mucha pasta.
- 3000€ me dijo ella y trato hecho
Me ofreció su mano y la apreté. Por ese dinero, a lo mejor estaba dispuesta a más, pero tampoco hay que aprovecharse.
- ¿Cómo la hacemos?- le pregunté
- ¿Qué propones?- respondió. Las conversaciones entre gallegos a veces son así, una sucesión de preguntas sin respuestas
- En tu coche, te quitas la blusa, enciendes un pitillo, das dos caladas con calma, te quitas el sujetador, te fumas el resto del pitillo con la misma calma y luego te vistes con más calma todavía. ¿Te parece bien?
- De acuerdo, pero si es tanto tiempo, luego, cuando me las toques, solo por encima de la ropa.
- Si es desde atrás, de acuerdo- confirmé pensando en el posible roce de otras partes que podría haber.
Volvimos a hablar de negocios de nuevo, como si nada. Fijamos las ventas que necesitaría para conseguir su bonus. Pedimos la cuenta, pagó y salimos. Llegamos a los coches y, de golpe, nos pusimos los dos colorados. Dos casados iban a hacer una tontería. Me sentí como un adolescente cometiendo una travesura y se lo dije. Ella se sentía igual. El trato era de lo más surrealista.
- ¿Cómo se te ocurrió proponer eso?- pregunté
- Porque conozco los rumores y te he pillado un montón de veces mirándolas
- ¿Adónde vamos entonces?
Me dijo que la siguiera y me llevó hasta un bosque cercano. Me subí a su coche. Se quitó la chaqueta. Cogió un pitillo pero le recordé que tenía que encenderlo una vez se hubiera quitado la blusa. Dejó el pitillo y empezó a desabrocharse la blusa por abajo. Uno, dos, tres botones. Solo quedaba uno pero mantenía todo oculto. Bajó la vista y los colores volvieron a su cara. Había un silencio tenso. Me sentí violento pero excitado al mismo tiempo. Deseché lo violento recordando que fue iniciativa suya. Con la excitación no pude hacer lo mismo. Ninguno dijo nada.
Desabrochó el último botón y un sujetador blanco quedó a la vista. Se quitó su blusa. Al hacerlo, tuvo que inclinarse. Sus pechos se abalanzaron sobre la copa del sujetador queriendo escapar. Éste dejaba demasiado para la imaginación. Me miró y me pidió fuego. El mechero lo tenía en el bolsillo y, al cogerlo, aproveché para colocarme el paquete. En su mirada se reflejaba que se había dado cuenta pero no dijo nada. Encendí su cigarrillo y dio una profunda calada. Espero un buen rato, interminable para mí, y dio su segunda calada. Dejó el cigarrillo en el cenicero de su coche. Muy despacio se desabrochó el sujetador. Tenía el cierre delante y, al hacerlo, desparramándose sus grandes pechos. Se lo quitó. Estaba muy claro que eran naturales y que no los exponía al sol. El contraste de colores los hacía parecer más grandes aún. Una 115 fue su respuesta a la pregunta evidente sobre su talla.
Mi mirada no se apartaba de ellos. Mi polla se había puesto enorme y la acariciaba con disimulo. Ella fumaba su pitillo con calma y su vista se perdía en el bosque. Cuando acabó de fumar, me miró y me preguntó si podía vestirse. Se dio cuenta de las caricias que me proporcionaba y me preguntó si quería masturbarme. La miré extrañado con una sonrisa agradecida. Me justifiqué aludiendo a lo excitante de la situación. Ella respondió que, aunque no lo había pensando, se sentiría decepcionada si no me hubiera excitado nada. Le pregunté si ella lo estaba. No me respondió. Quizás con prepotencia interpreté su silencio como un sí. Quise ser y le dije que cuando cumpliera mi parte del trato. Ella se vistió despacio, nos dimos dos besos y nos despedimos.
Los 15 días pasaron lentos. Me costó pero conseguí las ventas que ella necesitaba. Una semana después, recibí un correo suyo de agradecimiento y que quedaba pendiente la segunda parte. Le propuse vernos esa misma tarde en el mismo sitio. Tardó más de dos horas en contestar pero confirmó el encuentro.
Llegué con antelación y, tras una espera interminable de 30 minutos, llegó ella. Salimos cada uno de su coche y nos dimos dos besos. Charlamos un rato y me preguntó:
- ¿cómo quieres hacer?
- Cómo habíamos quedado, quiero tocarlas abrazándote por detrás
- Fuera del coche, entonces?
Nos pusimos detrás de mi coche para ocultarnos de la carretera. Ella me ofreció su espalda. Me coloqué muy pegado a ella. Mi aliento llegaba a su nuca. Un escalofrío la recorrió. Puse mis manos en su cintura. La noté tensa. Susurré a su oído que se relajara. Ella se apoyó sobre mí. Era lo que quería. Su culo quedó justo a la altura de mi paquete. Mis manos fueron aproximándose al objetivo por sus brazos. A la altura de sus pechos empezaron a resbalar. No pude evitar besar su cuello con dulzura. Al darlo, noté que se relajaba más y mis manos empezaron su placentero paseo por sus pechos. Llevaba un suéter fino verde. Aumentaba la sensación de placer para los dos. Sus pezones los encontraron duros mis dedos y me detuve en ellos hasta que disfruté de su primer gemido. Mi polla estaba ya a tope de nuevo y tímidos círculos exploratorios de rechazo inició. Su culo transmitió aceptación y volví todo mucho más sexual. Mis manos sobaban sus pechos y clavaba mi polla contra su culo. No habíamos hablado de tiempo esta vez. Mi lengua comía su oreja con pasión, algo que parecía excitarla sobre manera. Abrí la puerta del coche y nos metimos dentro, ella a cuatro patas sobre el asiento trasero. La estaba ya follando con los pantalones puestos mientras no dejaba de tocarla. Gemíamos los dos sin freno y yo no podía aguantar más. Le dije que me iba a correr pero ella no contestó, simplemente tuvo su orgasmo al mismo tiempo que el mío. Nuestros pantalones se mojaron.
Dos meses después me enteré que la habían despedido. Nunca supe el motivo. Solo tenía el tlf del trabajo y perdimos todo contacto.