Necesito que me violen
Yo soñaba con que me violaran, pero no sabía como hacerlo sin poner en peligro mi vida. Al final encontré una forma...
Me llamo Simón, pero el relato que os traigo hoy no es de mi vida, sino que os transcribo tal cual el relato de una amiga mía que no se atreve a publicar con su nombre y me ha pedido que lo haga yo. Lo único que he cambiado ha sido su nombre. La llamaré Irene.
Hola. Me llamo Irene. Soy una chica normal, con una vida normal. No quiero dar muchos detalles porque no quiero que alguien que me conozca pueda adivinar quien soy. Tengo un cuerpo normal, no especialmente llamativo, pero con sus cosas bien puestas, cada una en su sitio.
Mi vida sexual es bastante corrientita. Tengo un novio que estudia fuera de la ciudad y que viene casi todos los fines de semanas. Cuando viene, un polvo rapidito, con mas pasión que arte. De todas formas, no me quejo. Supongo que como la mayoría de las parejas jóvenes.
Hace cosa de un año empecé a sentirme insatisfecha con lo que tenía. Tenía sueños extraños, relacionados con el sexo, en los que hacía cosas que no me habría atrevido jamás a hacer, y sin embargo me despertaba con deleite y culpa al mismo tiempo por lo que estaba soñando. No sabía que me estaba pasando. Tenía sueños repugnantes con los que me deleitaba y me lo pasaba bomba. Despertaba completamente empapada y sudando por todos los poros del cuerpo. A veces tenía que cambiar las sábanas a media noche porque estaban chorreando.
No sabía donde buscar información acerca de lo que me estaba pasando, así que empecé a moverme por Internet. Pero Internet tiene un problema. Encontrar información sobre sexo es de las cosas más difíciles que se pueden buscar. Continuamente apareces en páginas cuyo único objetivo es sacarte el dinero o ver videos cuyo contenido es siempre el mismo, más o menos.
Poco a poco, dando muchas vueltas, fui localizando algunas páginas muy específicas con información sobre parafilias, variaciones sexuales, obsesiones, relatos,… Fue complicado localizarlos, pero parece que había conseguido encontrar las zonas que me interesaban. Zonas a veces muy oscuras. En todas estas zonas encontraba cosas que me atraían, pero nunca me atrevía a proponer a mi novio las cosas que me atraían ni a intentarlo con otras personas.
Entre mis sueños más recurrentes, se encuentra uno en el que estoy en mi casa, tranquila, y alguien se cuela en ella y me viola. La sola idea de pensarlo me llena de pánico, pero al mismo tiempo me excita muchísimo. Cuando tengo este sueño me levanto empapada, excitada y aterrada al mismo tiempo. Consulté este sueño en uno de los canales que había encontrado y me sorprendí cuando descubrí que existían personas que tenían el mismo deseo que yo, pero que nadie se atrevía por miedo a que le hicieran daño. En los chats comentábamos las posibilidades, como movernos por sitios considerados peligrosos con ropa provocativa a altas horas de la madrugada, pero o todas las que teníamos eses sueño nos paraba el miedo a que nos asesinaran o nos hicieran un daño grave.
Parecía un sueño sin posibilidades cuando apareció por el chat Joan. Joan podría haber sido nuestro complemento perfecto, ya que su sueño consiste precisamente en llevar a cabo una violación; lo atraía la situación, la violencia, pero no quería forzar realmente a nadie. Nos planteamos quedar para conocernos, pero llegamos a la conclusión de que no tenía sentido. Todos soñábamos con una violación, no con un polvo en grupo.
Estábamos en un callejón sin salida hasta que el webmaster nos propuso una solución que fuimos perfilando entre todos. El sistema era muy sencillo. Se trataba de formar un club con las personas que tenían esta tendencia. En el club nadie conocería a los demás más que por su nick excepto el propio webmaster. Las personas que desearan participar debían presentarse en persona al webmaster e identificarse plenamente ante él, firmando al mismo tiempo un documento eximiendo de responsabilidad a la persona que practicara la violación siempre que se cumplieran las normas que habíamos acordado y que la víctima hubiese dado su consentimiento previo fijando las condiciones.
Entre las condiciones: ningún daño permanente ni tampoco nada que pusiera en peligro la vida de la victima. Además, estaba terminantemente prohibido hacer grabaciones de lo sucedido. Por supuesto, siempre usando el preservativo. Aparte, la futura víctima podía fijar alguna condición más, pero intentando que fuesen las menos posibles.
Una vez identificados todos los componentes del club, quien lo deseara, llegaba a un acuerdo con el webmaster sobre las fechas posibles y la forma de acceder a ellos. A partir de aquí el webmaster seleccionaba un candidato y le daba los datos imprescindibles para realizarlo, pero sin dar mas datos personales que los imprescindibles.
Yo no fui la primera en apuntarme, aunque parte del diseño del club lo había hecho yo. Poco a poco empezaron las primeras actuaciones del club y la gente las comentaba después en el chat. En general, todo el que lo probaba estaba muy contento, tanto los agresores como las victimas. En algunos casos, la relación no había sido lo que esperaban y habían decidido no repetir. Otros tenían clarísimo que seguirían haciéndolo.
Yo, cuanto más leía, más me apetecía probarlo, así que un día que tenía libre cogí el bolso con el DNI y me fui a Barcelona, donde había quedado con el webmaster. Quedamos para comer en un restaurante cerca de las ramblas. Resultó ser un chico agradable; estuvimos charlando durante la comida y, al final, con el café, el copió mi DNI y me hizo firmar mi consentimiento. De todas formas, como habíamos quedado, esto no daba permiso para hacer nada todavía, sino que era necesaria una confirmación y un acuerdo sobre fechas que haríamos por e-mail.
Por fin un día decidí que había llegado el momento. Empecé a negociar las condiciones con el webmaster. Como mi novio venía los fines de semana, tenía que ser un día cualquiera de la semana. Además, entre las condiciones del club estaba no saber cuando iba a suceder. Así que fijé con el webmaster ocho miércoles en los que podía ocurrir y la forma en que se haría. Yo elegí que fuese en mi casa, que era donde sucedía en mis sueños. Vivía sola y no tenía ningún problema. Quede en dejar la llave de la puerta cada uno de los ocho miércoles en el buzón de mi casa, pegada con cinta adhesiva junto a la entrada, de forma que metiendo los dedos se pudiese tirar de la cinta y coger la llave. El día se decidiría entre ellos por sorteo entre los ocho elegidos y yo no me enteraría. Tampoco sabía a que hora iba a suceder.
El primer miércoles yo estaba temblando, por los nervios y el miedo. Estuve toda la noche esperando oír abrirse la puerta, pero no oí nada. Finalmente, me quedé dormida muy tarde, anhelando y temiendo al mismo tiempo que sucediera. Al día siguiente llegué al trabajo con una mala cara impresionante. Cuando me preguntaron que me pasaba les dije que debía estar incubando algo.
Esta rutina se fue repitiendo todos los miércoles y cada uno yo estaba más nerviosa que el anterior. Por fin, el quinto miércoles, estaba durmiendo cuando sentí que me asfixiaba. Me desperté y descubrí que alguien me tapaba la boca. Al mismo tiempo sentí que algo metálico me tocaba la garganta. Me quedé paralizada. Escuché una voz ronca que decía:
— Si gritas o haces demasiado ruido te mato.
En ese momento me entró el pánico. El me destapó la boca lentamente, pero sentí más presión metálica en el cuello. Yo estaba totalmente arrepentida de haber entrado en este juego. Le supliqué:
— Déjame. No quiero hacer esto. He cambiado de opinión.
— Me da igual tu opinión. Si no haces lo que te diga te mato.
A esas alturas yo estaba temblando. Esto no parecía ningún juego. Estaba muy asustada. Mi cama tiene un cabecero metálico. Siguió sujetando algo metálico contra mi cuello y me cogió una mano y me la levantó hasta el cabecero. Me la sujetó rápidamente a los barrotes con una brida de plástico. Me sorprendió lo rápido que lo hizo con una sola mano. Hizo lo mismo con la otra mano. Las bridas me hacían daño en las muñecas. Volvió a repetir:
— Si gritas te mato.
Yo le supliqué:
— Por favor, déjame. Suéltame. No me gusta esto.
— Calla, zorra. Vas a tener mucho más de lo que pediste.
Estaba a punto de gritar de pánico, pero me contuve por miedo a que de verdad fuese capaz de matarme.
Se fue de la cama y empezó a rebuscar en mi armario. Yo estaba temblando. Finalmente volvió con un pañuelo que cogió de entre mi ropa y me tapó la boca, anudándolo detrás. Yo estaba temblando. Entonces vi que lo que tenía en la mano y había puesto en mi cuello era una navaja. Se puso de rodillas en la cama y, con la navaja, empezó a cortar mi pijama. Yo sentía como la navaja estaba muy afilada e iba cortando la ropa. La sentía rozando la piel. Me cortó la chaqueta del pijama. Cuando se acercó a las piernas yo las crucé con fuerza para que no pudiese cortarme el pantalón fácilmente. Se volvió hacia mí. Me miró fríamente. Me soltó una bofetada y me dijo:
— Si te resistes te mato.
Instintivamente descrucé las piernas, pero las tenía tan rígidas que no pude evitar mantenerlas juntas y apretadas. Siguió cortando los pantalones con la navaja. Me saco los restos del pantalón de un tirón, haciéndome daño en las piernas. Al final yo estaba vestida sólo con la ropa interior. No era una ropa interior especialmente atractiva. Cortó el sujetador también con la navaja y me lo quitó.
Yo me sentía humillada. Esto era como lo había soñado, pero no me sentía igual que en mis sueños. El sentimiento predominante era el miedo. Estaba cada vez más asustada.
Me arrancó la braguita de un tirón, volviendo a hacerme daño. Me cogió el pecho de un manotazo y apretó con fuerza. Intenté gritar, pero sólo me salió un gemido. Me miró a la cara y me dijo:
— ¿Te gusta, zorra?
Negué con la cabeza e hice un ruido intentando hablar. Se enfadó.
— ¡Todavía puedes hablar! ¡Eso lo vamos a arreglar ahora mismo!
Volvió a acercarme la navaja al cuello:
— Si gritas te lo corto.
Me desató el pañuelo de la boca y, sin que yo lo esperase, me metió mis braguitas enteras en la boca y me volvió a atar el pañuelo. Las sensaciones que me inundaron fueron muchas a la vez. Por un lado la sensación de asfixia. Por otro, a mi boca llegó el tacto de la humedad de mis braguitas y el sabor de mis jugos. Me inundó el asco. Pero no podía vomitar si no quería asfixiarme. No esperaba que mis braguitas estuvieran tan mojadas. El sabor, una vez pasado el asco inicial, no resultaba demasiado desagradable.
Volvió a mi pecho, a abrazarlo con las dos manos con toda su fuerza. El dolor me inundó. Bajó las manos hacia mi sexo y no pude reprimir un escalofrío. Tenía las piernas apretadas. Intentó abrirlas y yo las cerré con más fuerza. Cogió la navaja y me la puso en la cara.
— ¿Quieres que te raje la cara?
Dije que no con la cabeza y abrí las piernas. Me sentía asustada, pero, sobre todo, humillada.
Me tocó la vulva y se volvió a mirarme a la cara.
— Parece que la zorrita se lo está pasando bien. Estás empapada.
Entonces me di cuenta de que era cierto lo que decía. Yo sentía miedo y humillación, vergüenza, asco, pero, al mismo tiempo, sentí que mi sexo estaba perfectamente lubricado y que sus jugos me chorreaban por las piernas. A juzgar por esto, debía estar muy cachonda, aunque no era eso lo que sentía.
Él se quitó los pantalones. Lo hizo lentamente delante de mí. Se saco los calzoncillos y me dejó ver un pene de al menos 20 cm, pero con un grosor que me asustó. Se puso un condón y se puso encima de mí. Colocó la punta del pene sobre mi vulva y empujó con todas sus fuerzas, sin preparación de ningún tipo. Me dolió. A pesar de que estaba lubricada no esperaba ese diámetro de golpe y un latigazo de dolor me recorrió el cuerpo. Intenté gritar, pero sólo pude emitir un leve gemido. Estuvo bombeando dentro de mí durante un rato y yo sentí como pese al dolor, la humillación y el miedo, me iba excitando cada vez más. Quería jadear, pero no podía con la boca llena. Al poco tiempo sentí un orgasmo brutal que me hizo contorsionarme. Pegué un tirón de los brazos y sentí un dolor agudo en las muñecas.
Él debió notar el orgasmo por las contracciones de mi vagina alrededor de su polla.
Se salió y, cogiéndome por las caderas, me dio la vuelta de repente. Mis brazos se retorcieron y el dolor fue muy fuerte. Me puso de rodillas dejando mi trasero al aire. Volvió a enseñarme la navaja.
— ¡No te muevas!
Salió del dormitorio. Tardó un rato en volver. No sabía que estaba haciendo en mi casa. Se colocó detrás de mí y note sus dedos sobre mi ano. La sensación fue muy fría. No me gustó aquello. Nunca había consentido tener sexo anal y no quería empezar ahora. Intenté bajar y él me sujetó y me dio un cachete con todas sus fuerzas en las nalgas.
— ¡Te he dicho que no te muevas!
Yo no estaba dispuesta a consentir eso. Volví a moverme, intentando dejarme caer. Volvió a pegarme varios cachetes fuertes en las nalgas y me volvió a enseñar la navaja.
— ¿Quieres que te raje la cara?
En ese momento decidí estarme quieta. Siguió restregándome una sustancia muy fría alrededor del ano y, poco a poco, dentro con la yema del dedo. Me di cuenta de que me estaba untando mantequilla de mi propio frigorífico como lubricante. A pesar de la mantequilla me dolía. Mi culo no estaba acostumbrado a que le metieran nada. Al poco, se enderezó tras de mí y me colocó la polla contra el culo. Si hubiera podido hablar habría suplicado, pero no podía. De un empujón me la metió hasta el fondo. El dolor me recorrió toda la espalda.
Él empezó a entrar y salir y el dolor me abrasaba. Pero al mismo tiempo sentía algo que no había sentido nunca. Era una sensación de calor en el fondo mismo de mi vagina que me atravesaba las entrañas. Me fui excitando hasta acabar con un orgasmo brutal. El dolor hizo el orgasmo más brutal aún. Al parecer el también tuvo un orgasmo. Se salió de mi trasero y se vino hacia mi cabeza. Me quitó el pañuelo de la boca y volvió a decirme:
— ¡Si gritas te mato!
Acercó la polla hasta mi cara y dijo:
— Ahora quiero que la dejes brillante de limpia.
A mi me daba mucho asco. Debió notarlo en mi cara, porque me acercó la navaja y dijo:
— ¡Tu eliges!
Tenía mucho miedo, pero me sentía excitada. Acerqué mi boca a su polla y empecé a chuparla. Primero por los lados y luego metiéndomela de frente hasta donde podía. Seguía sintiendo asco, olía mal, pero eso mismo me excitaba. No lo hubiera hecho si no me hubiese amenazado con una navaja, pero al sentirme obligada sin remedio, también me excitaba. Seguí chupándola y lamiéndola hasta que llegó al orgasmo.
— ¡Que no se derrame ni una gota! —Amenazó.
Tuve que tragármela toda, pese al asco que me daba. Toda esta parte me había dejado excitada. Entonces el abrió mi mesita de noche y rebuscó en ella hasta encontrar dos consoladores que tenía allí. Cogió el más pequeño y lo introdujo de nuevo en mi vagina. Una vez que estaba dentro puso el vibrador en marcha. Después cogió el más grande y lo acercó a mi culo. Ahora tenía la boca destapada. Intenté suplicar en voz baja:
— ¡Eso no!
— ¡Calla, puta!
Me metió el vibrador grande por el culo y lo puso también en marcha. La sensación fue brutal. Sentirme penetrada por los dos sitios, con el mayor en el culo y vibrando a la vez me proporcionaron un orgasmo descomunal de nuevo.
Él apagó los vibradores y los sacó. Mi cuerpo se derrumbó sobre la cama completamente sin fuerzas. Creo que me desmayé. Fueron demasiadas sensaciones a la vez.
Me despertó el sonido del teléfono. Intenté moverme y vi que ya no estaba atada, pero seguía estando desnuda y tirada sobre la cama. Había dejado el teléfono en la mesilla de noche, pero ahora estaba en el tocador, en la otra punta de la habitación. Al levantarme un latigazo de dolor recorrió mi culo y mi vagina. Cogí el teléfono. Era el webmaster. Ésta era la llamada de comprobación de que todo estaba bien y no había pasado nada grave. El acuerdo era que si no le contestábamos o el otro se había excedido, el llamaría a la policía y le daría su nombre y sus datos.
Le dije que no había problema, aunque no es así como me sentía. Mi ropa estaba destrozada en el suelo. Mi cama tenía manchas de sangre, seguramente de cuando me rompió el culo. Yo me sentía humillada y me dolía todo el cuerpo. Recorrí la casa y vi que no había problema. La llave que dejé en el buzón estaba en la mesa del comedor y la puerta de la calle estaba cerrada. En la casa ya no había nadie. De todas formas tendré que cambiar la llave hoy mismo por si acaso. En la mesa del comedor había una taza con restos de café que no había dejado yo. El cabrón se había hecho un café después de violarme y se lo había tomado tan tranquilo.
Por la mañana tuve que llamar al trabajo y decir que tenía gripe. Afortunadamente me creyeron y no tuve que ir al médico. A duras penas podía moverme, así que les dije que estaría en casa dos o tres días. Mi jefe estuvo muy comprensivo. Yo no faltaba prácticamente nunca.
El primer día tuve que pasarlo casi entero tendida. Cada vez que daba un paso un latigazo me recorría el culo por dentro y seguí con el coño dolorido. Cada vez que recordaba lo que había pasado me inundaba una sensación contradictoria de placer, vergüenza, miedo y alegría. No podría confirmarlo ahora mismo, pero cada minuto que pasa estoy más convencida de que volveré a repetir. He descubierto que precisamente al sentirme humillada y forzada es cuando más placer obtengo. Aunque todavía es una práctica peligrosa, el club te da una cierta garantía mientras no nos falle el webmaster, pero soy consciente de que algún día, a alguien se le puede ir la mano, pero eso es, precisamente, lo que lo hace más excitante.
Mi novio, por supuesto, nunca se enterará de lo que pasó. He pedido a Simón que publique el la historia porque quería que la conocierais, pero no quería dejar ningún rastro que lleve hasta mi. Se que Simón no dirá nunca quién soy. Espero los comentarios sobre el relato. Si alguien quiere escribirme, puede hacerlo a la dirección de Simón.
Un besito para tod@s.