Navidades en el balneario
m/F, incesto
Contento, lleno de ilusión, me bajé del autobús en la parada de siempre y caminé por el tramo de acera de siempre hasta llegar al portal de casa. Llamé al portero automático y le dije a mamá que abriera. Mientras subía en el ascensor al duodécimo piso en que vivíamos pensé en lo que haríamos aquellas vacaciones de Navidades que acababan de comenzar. No tenía ni idea de lo que mamá tenía pensado y la verdad es que yo tampoco tenía grandes ideas, pero estaba claro que teníamos que hacer algo para aprovechar bien aquellas tan merecidas vacaciones.
Cuando el ascensor se detuvo, salí y llamé al timbre de casa. Mamá abrió y me recibió con una sonrisa aún mayor que la que solía esbozar al verme cuando llegaba del instituto. Recuerdo que llevaba puesta una bata de andar por casa de color celeste y que llevaba el pelo suelto, llegándole éste por los hombros. Su figura era entonces la que siempre le había conocido, es decir, una figura algo rolliza de ama de casa, con pecho voluminoso, caderas anchas y piernas robustas. Yo, en cambio, era un muchacho fibroso de quince años, con una musculatura respetable, pero una figura aún no enteramente de adulto.
Mamá pasó a la cocina y yo fui a mi habitación a soltar la maleta. Luego fui al baño y después me dirigí a la cocina, donde ya estaba servido el almuerzo. Teníamos la suerte de tener una cocina con un ventanal que daba a un estupendo parque y, por supuesto, lo aprovechábamos para almorzar con unas vistas privilegiadas y relajantes. Mamá seguía de muy buen humor y yo le pregunté a qué se debía.
-Parece mentira que me preguntes eso. ¿Acaso no acaban de empezar las vacaciones? -me preguntó.
-Bueno, ya, pero como estás más contenta de lo habitual...
-Ya sabes que no suelo enfadarme mucho...
-No, ya lo sé, pero creía que a lo mejor tendrías alguna idea para aprovechar las vacaciones -dije.
-Pues mira, no andas muy descaminado tú...
La miré con mucha expectación.
-¿Qué has pensado? -la apremié.
-Pues mira, he pensado que podríamos irnos a un balneario estupendo que hay en un pueblecito de Castilla.
-¿De cuál de las dos?
-De Castilla y León.
Yo asentí con expresión algo sombría. Siempre había asociado los balnearios a excursiones de la Tercera Edad o a enfermos, así que la idea no me parecía excesivamente brillante.
-¿No te hace ilusión? -me preguntó mamá, que debió notar mi falta de entusiasmo.
-No sé, la verdad.
-Está muy bien el sitio. Hay piscinas con agua caliente, saunas, gimnasios, unas habitaciones estupendas, un buen restaurante, un paisaje precioso y, sobre todo, mucha tranquilidad y poca gente.
-Ajá -dije, pensando que quizá no estuviera tan mal la idea al fin y al cabo.
-Bueno, si quieres podemos dejarlo, pero creo que podríamos probar. De todos modos, estaremos de vuelta antes de Nochevieja, así que tomaremos las uvas en Madrid.
-Podemos probar, claro -dije.
-Estupendo, entonces salimos mañana después de desayunar, ¿vale?
Yo estuve de acuerdo y aquel día lo dedicamos a hacer las maletas y a planificar nuestra estancia, aunque no había demasiado que planificar, ya que se trataba de descansar simplemente.
La mañana siguiente, como habíamos planeado, salimos justo después de desayunar. Íbamos muy abrigados, ya que la temperatura era de -6ºC, algo nada raro en Madrid en esa época. El viaje transcurrió sin problemas y llegamos al balneario cuatro horas después de salir. Era un lugar relajante, cercano a las montañas y nevado. Había coches, pero no demasiados, así que todo indicaba que íbamos a estar bastante relajados.
Cuando entramos en el balneario, nos dirigimos inmediatamente a recepción, donde una joven nos dio las llaves de nuestra habitación y nos deseó una feliz estancia. A la derecha de recepción había una puerta de cristal (de espejo, para ser exactos) y la izquierda estaba la escalera que llevaba a las habitaciones del piso de arriba.
La habitación que nos habían dado era estupenda. Tenía dos grandes camas individuales, un completo baño, sofá, televisión y una exquisita decoración. Mamá y yo soltamos las dos bolsas de viaje que llevábamos y ella me propuso que empezáramos a explorar las instalaciones cuanto antes.
Volvimos a bajar a recepción y nos dispusimos a entrar por la puerta de cristal, al lado de la cual había un letrero que decía: "Área de descanso". Cuando estábamos a punto de entrar, la señorita de detrás del mostrador nos llamó la atención:
-¿Adónde van así?
-¿Así? ¿A qué se refiere? -preguntó mamá extrañada.
-Pues vestidos...
-¿Vestidos? -preguntó nuevamente mamá.
-¿No saben que éste es un balneario naturista y que la única zona en la que se puede ir vestido es la de las habitaciones y recepción?
Si hubiera habido alguien allí para sacarnos una foto en aquel momento habría ganado dinero, porque las caras que se nos quedaron eran un auténtico poema.
-Si quieren entrar ahí deben quitarse la ropa. Pueden dejarla en el vestuario de ahí enfrente -dijo la recepcionista señalando una puerta entreabierta que había frente a la de cristal.
Mamá le dijo que se lo iba a pensar, así que volvimos a nuestra habitación y nos sentamos callados en el sofá.
-¿Y ahora qué hacemos? -fue lo único que acerté a decir.
-Pues no lo sé, esto no me lo esperaba. No decía en ninguna parte que esto fuera un balneario naturista. Es increíble, pero cierto.
-La hemos hecho buena...
-Sí, ahora lo único que podremos hacer será ver la tele aquí o dar una vuelta por ahí fuera, aunque la temperatura no creo que llegue a cero grados.
-La hemos cagado bien.
-Oye, ¿y si nos atrevemos? -propuso mamá para mi sorpresa.
-¿Atrevernos?
-Sí, al fin y al cabo no vamos a ver nada nuevo, ¿no? Y podremos bañarnos y demás. Si no, habremos tirado el dinero tontamente. De todos modos, si vemos que no nos sentimos a gusto, nos volvemos a Madrid y listos.
Me quedé pensativo un rato. Hacía años que mi madre no me veía desnudo y me daba mucha vergüenza. Estaba bastante confuso, pero la determinación de mi madre, que siempre había sido bastante tacaña y se resistía a derrochar el dinero que había pagado por aquellos días, barrió mi pudor y acabé estando de acuerdo.
-Mira, yo creo que lo mejor que podemos hacer es vernos desnudos primero aquí en la habitación y acostumbrarnos un poco. Luego ya veremos. ¿Qué te parece?
-Bueno, me da cosa, pero en fin...
-Pues venga, ropa fuera...
Mamá se puso de pie y se sacó en primer lugar un chaleco gordo marrón que llevaba puesto. Yo me quité también el mío. A su chaleco, le siguieron unas botas para la nieve. Las mías siguieron a mi chaleco también. Después, ella se quitó un chaleco más fino y los pantalones gordos que llevaba. Estaba entonces en sujetador y bragas. Sus pezones gordos y su espeso vello púbico negro eran perfectamente visibles bajo las dos prendas. Yo, por mi parte, me quité la camisa y los pantalones y me quedé en calzoncillos. Los dos nos quedamos mirándonos.
-Creo que ahora viene la parte más difícil -dijo mamá esbozando una casi impercepcible sonrisa.
Sin dejar que pasara mucho tiempo, mamá llevó las manos a su espalda y se desenganchó el sujetador (de la talla 100 D). Sus enormes tetas quedaron libres. Sus pezones no apuntaban aún hacia abajo a pesar de que sus tetas estaban ya algo flojas. Luego, sin detenerse, se bajó despacio las pequeñas bragas que llevaba puestas y me mostró su poblada vulva negra triangular. Las deslizó lentamente por sus piernas gordas hasta que, enrolladas, quedaron tiradas en el suelo.
-Bueno, ahora te toca a ti, ¿no? -dijo mamá con una sonrisa pícara.
Sin tener alternativa, llevé las manos a mis calzoncillos y me los bajé despacio, primero por la parte posterior y luego por la anterior. Mi pene semierecto quedó a la vista de mamá, que pareció sorprenderse ante su tamaño (18 cm de largo y 5 de diámetro). Cuando terminé de quitármelos, una especie de calor me subió por el cuerpo y me quedé inmóvil, sin saber muy bien qué decir. Me moría de vergüenza, pero mamá se encargó de hacer la situación más distendida.
-Estás hecho un hombre ya... No sabía que se te hubiera puesto así de grande -dijo.
-¿Grande? -pregunté yo, que como tantos adolescentes (y hombres) tenía cierto complejo de tamaño.
-Tienes un picha grande, sí. Y bastante gorda. No sales a tu padre, eso está claro.
Mamá sonrió (siempre que podía tiraba por tierra a mi padre, de quien se había divorciado tres años antes) y luego recogió la ropa y la colocó bien sobre la cama. Verla agacharse, ver sus tetas colgando y balanceándose de lado a otro hicieron que tuviera una erección completa, llegando a los 21 cm. Cuando mamá la vio yo me ruboricé y deseé que me tragara la tierra.
-Oh, que no te dé vergüenza, cielo. Es perfectamente normal lo que te pasa.
Me quedé quieto, sin saber qué decir.
-Venga, no te quedes ahí así. Ni que hubieras hecho algo malo... -me dijo mamá-. Además, a las mujeres nos gusta saber que somos capaces de hacer que os pase eso. Y más las cuarentonas divorciadas como yo, que ya no tenemos casi posibilidades.
-Bah, eso será porque no quieres, supongo -dije.
-Que va. Si te digo la verdad no lo hago desde hace ocho meses, y aquello fue con un amigo de Lucía, la de la oficina.
-Ah.
-Pero sólo lo hice dos veces con él, porque no sabía hacer nada de nada y era un cerdo machista de esos tantos que hay por ahí sueltos.
-¿Sólo esas dos veces en los años que llevas separada de papá? Son tres años de divorcio más dos de separación...
-No, he estado con dos hombres más, pero tampoco lo hice muchas veces. En fin, que no se fijan tanto en tu madre como te crees. Por eso me ha llamado la atención que se te ponga así. Hacía tiempo que no veía... ya sabes...
-Ya. Pues yo... yo es la primera vez que veo a una mujer desnuda, así que lo mío es aún más grave, supongo.
-Pues ya puedes decir que le has visto las tetas y el chocho a tu madre -dijo mamá sonriendo.
Yo sonreí, aunque seguía teniendo vergüenza. No podía creer que estuviera teniendo aquella conversación con ella.
-En fin, supongo que no vas a poder bajar así, ¿no?
-¿Eh?
-Me refiero con la minga empinada.
-Ah, pues... no. Supongo que no. Me da cosa.
-¿Quieres que te la menee para que se te ponga floja otra vez? -me preguntó mamá dejándome helado.
-Bu... bueno...
-Pues venga. Y no tengas tanta vergüenza. Al fin y al cabo soy tu madre. Además, seguro que te gusta que te lo haga yo.
Me limité a asentir, aunque aún no me creía que todo aquello estuviera sucediendo realmente. ¿Cómo podía aquélla ser mi madre? Decidí dejarme llevar y ver cómo acababa todo aquello, toda aquella locura surrealista, que había empezado con un diálogo totalmente subido de tono y estaba a punto de desembocar en algo aún más subido de tono.
Mamá se sentó a mi lado en el sofá. Me miraba sonriendo, pero no de forma pícara como antes, sino como una madre que desea estar con su hijo, que desea cuidar de él y que se siente complacida por el mero hecho de hacerlo. Mi rabo estaba totalmente erecto, quizá porque era perfectamente consciente de lo que iba a suceder. Muy despacio, mamá movió su mano derecha hacia él, rozando mi muslo izquierdo al hacerlo. Finalmente, llegó a él y lo agarró suavemente con su mano. Se veía claramente que estaba maravillada con su tamaño y que hacía mucho que no veía una verga dura. Mamá me la apretó un poco con los dedos y luego empezó a mover su mano de arriba abajo lentamente. Se estaba mordiendo el labio de abajo mientras lo hacía y se movía inquieta sobre el sofá, como si hubiera chinches donde estaba sentada. Tenía las mejillas sonrojadas y su cuerpo parecía irradiar calor. Sus pezones estaban erectos y sus ojos brillaban de una forma que yo no había visto nunca.
Al cabo de un par de minutos, mamá aumentó el ritmo y me empezó a dar bastante gusto. Estaba siendo, sin duda, la mejor paja de mi vida, porque, aparte de que me la estaba haciendo una mujer, disfrutaba de una vista estupenda al tener sus grandes melones y buena parte de su coño peludo ante mis ojos.
-Ponte de pie frente a mí -me dijo mamá, soltando momentáneamente mi polla.
Yo hice lo que me pedía y me puso frente a ella. Entonces, volvió a agarrar mi miembro y siguió masturbándome, esta vez rápido y con cara de placer. Sus tetas se movían de un lado a otro como gelatina y me excitaban aún más si cabe. Mi placer crecía exponencialmente a medida que la mano de mamá subía y bajaba y mi orgasmo no se iba a hacer esperar. La mano seguía masturbándome frenéticamente y, al poco, la inevitable consecuencia llegó. Un fuerte chorro de esperma blanco salió disparado de mi polla, voló un momento y aterrizó en los labios y barbilla de mamá. Dos posteriores chorros cayeron sobre su pecho derecho y un cuarto sobre su vello púbico. Era una corrida majestuosa, espesa y muy abundante, y mamá pareció muy sorprendida. Las últimas gotas pringaron su mano y otras cayeron al suelo.
-Bueno, esto ya está -dijo mamá, relamiéndose y saboreando mi semen para mi enorme sorpresa-. ¿Qué tal te has quedado?
-Bi... bien. Muy bien.
-Me alegro, cielo. Eso es lo que yo quería. Bueno, ahora voy a lavarme un poco y nos vamos abajo a ver las piscinas y cenamos.
Mamá se levantó y se metió en el cuarto de baño. Yo me fijé en la mancha quedado donde había estado sentada. Era obvio que se había puesto totalmente caliente al masturbarme y que se había puesto húmeda como quizá nunca lo hubiera estado. Yo me quedé allí esperándola hasta que salió del baño, sonriente como siempre.
-Bueno, ¿nos vamos abajo? -me preguntó.
Yo asentí y los dos bajamos a recepción de nuevo. Pasamos desnudos ante la chica, que nos miró de soslayo, y luego pasamos la puerta de cristal. Lo primero que nos encontramos fue un largo y ancho pasillo, al fondo del cual se divisaba una piscina. Precisamente del allí vino un hombre mayor andando, desnudo y luciendo un pene más bien pequeño, que le colgaba y se balanceaba mientras andaba como el mío. Mamá casi no le prestó atención y seguimos adelante. Cuando llegamos al final del pasillo, nos encontramos en una enorme estancia, una especie de pabellón deportivo cubierto, con dos grandes piscinas humeantes (estaban bastante caliente) y muchas hamacas y mesas alrededor donde charlaban unas quince o veinte personas, todas de alrededor de sesenta años o de más. Había cuatro o cinco personas en el agua y dos o tres solamente en varias máquinas de gimnasio y una mesa de masajes. Había una puerta amplia que daba al restaurante y otra que daba a un salón de baile. Aquello era todo lo que había en el lugar, que nos decepcionó un poco.
Cuando terminamos nuestro primer reconocimiento del lugar, mamá y yo decidimos sentarnos un rato en un par de hamacas, entre las cuales había una mesita a la que unas camareras traían lo que fuera necesario. Fue ese servicio precisamente el primero del que hicimos uso, pidiendo mamá un café con leche y yo un refresco (no recuerdo cuál). Las camareras (dos, concretamente) iban, por supuesto, desnudas y estaban bastante bien. Eran delgadas, con poco pecho y de figura muy bien proporcionada. Muchos de los viejos verdes que estaban allí no les quitaban ojo.
Después de un rato, ya pasadas las seis de la tarde, decidí darme un baño en una de las piscinas (la que parecía más profunda). Había sólo dos personas bañándose en ese momento, así que tenía la piscina entera para mí. El agua estaba tibia y daba gusto nadar en ella, cosa que le dije a mamá, quien también decidió meterse. Los dos nadamos un rato allí y luego nos salimos y nos volvimos a sentar en las hamacas. No duramos mucho tiempo en ellas, puesto que el panorama no era precisamente entretenido. Decidimos volver a la habitación.
-Bueno, no es precisamente el sitio más divertido del mundo, pero al menos nos servirá para desconectarnos un poco de la vida ajetreada de Madrid, ¿no te parece? -me preguntó mamá cuando entramos en la habitación.
-Pues sí, viéndolo de esa forma... -respondí yo sin demasiado entusiasmo.
-Buf, estoy molida -dijo mamá resoplando y dejándose caer sobre el sofá.
-Al menos no pasaremos frío con la calefacción central del sitio este. La tienen hasta en recepción.
-Pues claro, ¿qué creías? Si no la tuviera allí, se les helaría la recepcionista.
Yo me quedé un poco pensativo y luego me encogí de hombros y asentí.
-Por cierto, esto de estar desnudos está muy bien, ¿a que sí? -dijo mamá.
-Bueno, es un poco raro, pero supongo que será cuestión de acostumbrarse.
-Como todo. De todos modos, tú llevas un día de dureza... Es un pequeño inconveniente, aunque no tenga nada de pequeño... -contestó mamá con una sonrisa.
Yo esbocé una sonrisa también. Aún no me hacía a la idea de que mi propia madre y yo estuviésemos en aquella situación tan inusual y llena de tensión, pero decidí seguirle la corriente, porque me daba cierto morbo hablar con ella de aquello y encontrarme en aquella situación.
-Es normal que se me ponga dura... No dejo de ver cuerpos desnudos... ¡Qué tardecita!
-Sí, ¡y no veas cómo te miraban las camareras! Las has dejado impresionadas.
-¿Tú crees? -le pregunté para sacarle algún elogio más.
-Pues claro. Un chico joven, guapo, con un buen cuerpo y con "eso" tan grande no pasa fácilmente desapercibido, y menos teniendo en cuenta que eres el único hombre menor de cincuenta años por aquí. Al menos eso es lo que parece.
Mamá miraba mi rabo fijamente, que estaba totalmente duro y con casi todo el glande visible. Yo miraba sus grandes y apetecibles tetas y su no menos apetecible espeso triángulo de pelo negro.
-¿Quieres que te la menee otra vez? -me preguntó mamá.
Yo no reaccioné inmediatamente; estaba muy ocupado mirando sus encantos.
-¿Eh? -fue lo único que atiné a decir.
-Que si quieres que te la ordeñe otra vez -dijo mamá riéndose.
-Ah... Claro -respondí.
-Pues ven y siéntate aquí a mi lado, que las madres estamos para algo.
Yo hice lo que me pidió y me senté a su lado. Ella acarició mi muslo izquierdo suavemente y luego deslizó su mano poco a poco hacia mi pene. Lo agarró y comenzó a masturbarme muy despacio, como si quisiera disfrutar de cada centímetro, de cada segundo. Casi sin darme cuenta, llevé una de mis manos a su tetas y comencé a sobarlas. Aquello era para mí algo totalmente nuevo e hizo que mi erección se endureciera aún más. Mamá cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer que hizo que la expresión de su cara fuera más relajada, quizá porque lo que ella quería que sucediera había por fin sucedido: yo había, por fin, dado un paso.
-¿Te gusta tocarme las tetas, cielo? -me preguntó mamá.
-Sí -respondí.
Mamá sonrió y siguió masturbándome despacio mientras yo tocaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Yo estaba ya en esa fase en la que se pierde el control sobre las propias acciones, en el que no se es consciente de lo que ciertas acciones conllevan. Bajé con mi mano por la barriga de mi madre hasta llegar a su entrepierna, que había estado más o menos oculta al haber mantenido mamá los muslos apretados. Los separó entonces y dejó que mi mano acariciara su espesa mata de pelo, que estaba húmeda y caliente. Yo creía que iba a reventar, que me iba a dar algo, mientras pasaba mi mano por su vulva excitada. Mamá gimió cuando pasé el dedo corazón por su raja, casi hundiéndolo en ella. Sudaba un poco y sus mejillas estaban totalmente enrojecidas. Debo admitir que me daba algo de miedo verla en aquel extraño estado preorgásmico, pero la lujuria se había apoderado de los dos y ya ninguno temía nada.
Sin mediar palabra, mamá dejó de masturbarme y se puso de pie frente a mí. Se la veía dominada por el deseo e impaciente por dar salida a su hambre de sexo. Así las cosas, lo que hizo fue algo que yo no esperaba: apoyar sus rodillas a ambos lados de mis muslos sobre el sofá y descender poco a poco hasta que mi miembro entró en contacto con su mojado coño. Entonces, agarró mi rabo y lo colocó en posición mientras sus tetas se movían sin control a pocos centímetros de mi cara. Lentamente, se dejó caer sobre mi verga erecta, que se deslizó con facilidad en su túnel de placer suave, cálido y mojado hasta estar casi entero dentro. Mamá debió sentirse totalmente "llena", no sólo por la longitud de mi polla, sino por su grosor.
Agarrándose de la parte superior del respaldo del sofá, mamá empezó a moverse de delante hacia atrás y un poco de arriba abajo, sintiendo el placentero roce de mi gordo miembro en las sensibles paredes de la entrada de su agujero. Sus gemidos eran la prueba de que aquella cópula incestuosa y altamente pecaminosa le estaba procurando un placer enorme, algo de lo que yo me sentía orgulloso y que me hacía sentirme muy hombre.
Después de dos o tres minutos con mamá botando encima de mi rabo duro, empecé a sentir la llegada imparable de un orgasmo, pero hice todo lo posible por postergarla. Mamá estaba hundida en un cenagal orgásmico en el que se revolcaba recreándose mientras sus tetas botaban y abofeteaban mi cara. Estaba claro que ella también estaba cerca de la culminación, así que decidí ayudarla empujando hacia arriba con mis caderas. Aquello precipitó su clímax, que llegó apoderándose de su cuerpo y paralizándolo durante unos segundos. Mamá cerró los ojos con fuerza y gimió como nunca antes lo había hecho. Una fina capa de sudor cubría su cara sonrojada.
Aquel momento de máximo placer, aumentado por el hecho de estar cometiendo la forma más tabú del incesto, le duró bastante y, cuando, la hubo abandonado, mi propio orgasmo llegó y un abundante chorro de esperma fue arrojado a su maternal vagina, que empezó a llenarse de mi leche caliente. Fueron varios los chorros que salieron de mi polla empinada y tan abundantes que empezó a chorrear por ella y por la parte interior de los muslos de mamá.
Cuando todo hubo acabado, mamá permaneció un rato sobre mí, besándome lentamente en las mejillas y en los labios, aún sintiendo mi virilidad en su agujero de placer, del que a partir de entonces yo iba a ser dueño al igual que ella lo sería de todo mi cuerpo. Luego se quitó de encima de mis muslos y se sentó a mi lado. Los dos teníamos nuestras entrepiernas pringosas con los fluidos que al mezclarse habían simbolizado nuestra unión y nos acariciábamos amorosamente. Por raro que parezca, mi pene seguía erecto y dispuesto a continuar satisfaciendo a mi madre.
-¿Quieres darle más gusto a tu madre? -me preguntó mamá tocando mi miembro.
Al ver que asentía, me cogió de la mano y me llevó despacio a la cama sonriendo. Llevada por una lujuria menos pasional pero caracterizada por una determinación mayor, mamá se tumbó en la cama, separó sus piernas, flexionó las rodillas y las llevó casi hasta su pecho para darme fácil acceso al núcleo de su feminidad, que se abría ante mí como una fruta madura y jugosa necesitada de alguien hambriento. Como es natural, yo coloqué mi polla en la entrada de su agujero y luego lo introduje, sintiendo de nuevo las paredes aceitosas y cálidas de la vagina de mi madre. Ella me sujetó poniendo las manos en mis nalgas y yo comencé a embestirla con vehemencia, haciendo de nuevo que su cara se desfigurara de placer, que sus tetas se movieran descontroladas y que sus gemidos fueran la música de nuestra cópula.