Navidades convulsas
En Navidades los regalos suelen descubrirse envueltos, pero Ángela está dispuesta a demostrarle otra cosa a su novio Marcos, ¿o será al revés?, ¿ qué más sorpresas pueden aguardar veladas?
Ángela parecía un torbellino recorriendo el piso. No paraba quieta ni un solo instante, inspeccionando cada detalle y observando con detenimiento los diversos adornos navideños que se encontraba allá por donde pasaba. Mientras, sus padres, Leandro y Jacinta, terminaban de arreglarse para acudir de visita a casa de los tíos de Ángela, como hacían cada Nochebuena. En esta ocasión, se les iba a sumar el hermano mayor de Ángela, que había vuelto a casa tras terminar los exámenes de primer año de la facultad.
-No entiendo por qué Ángela no viene con nosotros-refunfuñaba Juan, el hermano, mientras observaba con recelo y envidia a su hermana. Esta le lanzó una brusca mirada y le hizo un mohín con la lengua, burlona.
-Tu hermana tiene que trabajar por la tarde, y, además, lleva mucho menos tiempo que tú sin ver a tus tíos, así que borra esa cara de morros que llevas, anda-le replicó Jacinta, desde el cuarto.
Juan lanzó un suspiro de fastidio y se hundió en el sofá. Tanto él como su hermana detestaban ir a la casa de los titos, debido a la regordeta Marisa, la hermana de Jacinta, que se creía que aún eran unos críos y no paraba de lanzar comentarios sobre lo canijos que estaban y de pellizcarles los mofletes y ofrecerles dulces y turrones sin sentirse conforme hasta que se hubieran zampado dos o tres.
-Menos quejas, que a lo mejor hasta sales comido de allí-añadió Ángela, dejando de observar el árbol de Navidad por un instante y volviéndose hacia su hermano. Este enarcó una ceja, considerando si Ángela continuaba burlándose de él, o más bien le recordaba otra de las costumbres de Marisa: entregar a sus queridos sobrinos una pequeña ayudita económica, la cual ella les recomendaba que guardasen bajo el colchón, desconfiando de la seguridad bancaria.
-Bueno, nosotros nos vamos ya, ¡Jacinta!, ¿aún no estás lista? -preguntó Leandro, apareciendo en el salón y peleándose aún con el nudo de la corbata que Jacinta se había empecinado en que se pusiera. La verdad era que el pobre Leandro parecía un poco reacio a verse constreñido por el traje que se había enfundado, cuya chaqueta casi parecía que le fuera a estallar. Ángela miró nerviosa el reloj del salón, calculando el tiempo que aún le restaba.
-Dame un minuto más, querido-le pidió Jacinta, escuchándose el sonido del perfume que se estaba poniendo. Leandro suspiró, hizo un gesto a su hijo para que le acompañara y se despidió de Ángela con un movimiento de cabeza y cierto brillo de envidia en los ojos. Tampoco parecía muy conforme con aquella visita que había propuesto Jacinta.
-Venga, mamá, que te están esperando-le indicó Ángela, sin parar de observar el reloj y sintiéndose a cada instante más nerviosa.
-Ya, ya he acabado, hija, ¡menudas prisas tenéis! Hale, corazón, que te sea leve el curro, y a ver si ese cretino de Marcos te deja salir antes-dijo Jacinta, mientras se observaba y terminaba de aplicarse un poco de colorete en las mejillas ante el espejo de cuerpo entero del salón.
-Venga, ya, mamá, que estás muy guapa-le respondió Ángela, sonriéndole con ternura, mientras disimulaba su nerviosismo apretando las manos.
-Adiós, corazón, adiós-se despidió Jacinta, dando un sonoro portazo al salir.
¡Diez minutos!, ¿cómo podían haber tardado tanto en arreglarse para salir?, se preguntaba Ángela, corriendo hacia su cuarto y abriendo el armario con rapidez buscando lo necesario. Al menos, se había asegurado de que todo estaba en su correcto sitio en el salón, pero disponía de tan poco tiempo para prepararse…
El corazón se le encabritó en cuanto escuchó el sonido pausado y cada vez más próximo de unos zapatos ascendiendo por las escaleras del bloque. Con rapidez, y aun no totalmente segura de que hubiera acertado, colgó un pequeño cartelito en el pomo de la puerta y se marchó disparada como una centella hasta el salón, que permanecía iluminado por las sucesivas luces de colores del árbol de Navidad. Se colocó junto a la mesa, y se dispuso a depositar con lentitud en dos copas de cristal un poco del vino blanco que había reservado en el congelador sin que sus padres se dieran cuenta.
Las bisagras de la puerta de entrada chirriaron levemente cuando se vieron empujadas para cerrarse, y una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de mejillas redondeadas y carnosas de Ángela.
-Hola, Ángel …- dijo una alegre voz al entrar en el salón, pero enmudeció al ver la sorpresa dibujada en el rostro de la chica. Ambos permanecieron inmóviles, observándose mutuamente, asimilando lo que estaban viendo.
-Pero, ¿qué haces vestido así? -le preguntó ella, con los ojos abiertos como platos.
-Y… ¿y tú? -le preguntó el chico, señalándola con una mano oculta bajo un guante blanco.
-Esto es cosa de Ana, ¿verdad? – preguntó Ángela, asintiendo levemente cuando su visitante correspondió a su pregunta con un ademán positivo.
-Me comentó que me estabas preparando una sorpresa, que ibas a disfrazarte, y me sugirió, bueno, ya sabes cómo es Ana-se excusó el joven, un poco alborozado, aunque la tupida barba blanca apenas le permitía a ella observar su rostro. Además, tenía el sombrero rojo calado casi hasta las cejas, como si hubiera pretendido pasar inadvertido yendo a su piso.
-Bueno, entonces solo nos queda brindar por esta sorpresa de Ana, ¿no? -le sugirió Ángela, ofreciéndole una de las copas.
Marcos negó con la cabeza y le replicó:
-Brindemos por nosotros, mi pequeña ayudante de Papa Noel-le respondió, con un tono divertido y un brillo especial en sus ojos.
Ángela asintió y permitió que sus dedos acariciaran los de él al entregarle la copa. Marcos suspiró, como si aún estuviera asimilando la sorpresa. Y no era para menos.
Ángela había elegido ponerse un disfraz similar al típico de Papá Noel, pero en un tono verde oscuro, y con un amplio escote que permitía apreciar el nacimiento de sus senos. El traje se amoldaba graciosamente a su figura y permanecía ceñito en su talle gracias a un amplio cinturón de cuero. Bajo su corta falda, había ocultado sus piernas gráciles bajo unas medias de una apariencia sedosa y de color negro. Unos zapatos rojos de tacón otorgaban unos privilegiados centímetros de más a su estatura, realzando su figura.
Entrecruzaron los brazos y se bebieron de un solo trago el vino, aproximando tanto como podían los rostros.
-Se me hace extraño verte con barba-le comentó divertida Ángela, paseando disimuladamente la punta de su lengua por el labio inferior, como si persiguiera a una furtiva gota que hubiera quedado en él.
-Y no te imaginas lo que pica-le respondió Marcos.
-Me podría hacer una pequeña idea de ello-le replicó ella, posando la mano derecha levemente sobre la falda, y sonriéndole pícaramente con los labios pintados con un rojo intenso.
Marcos la miró extrañado, mientras ella inclinaba la espalda para recoger de nuevo la botella y rellenar las copas. Al hacerlo, la falda se le subió un poco, ofreciendo al admirado chico la visión de las braguitas moradas con ribetes de pequeños abetos navideños.
-Por nosotros, mi querido Papá Noel-ofreció ella, y el sonido de las copas encontrándose se extendió por el silencio del salón.
Volvieron a tragarse simultáneamente el vino, y Marcos empezó a sentir como el sudor le recorría la frente. Aquel vino, tan embriagador y con un aroma tan especial, le estaba calentando el cuerpo y le animaba a continuar sonriendo a Ángela, aunque parecía un tanto bobalicón.
-Anda, quítate esa barba postiza, se me hace muy rara la idea de besarte con ella puesta-le comentó Ángela, soltando una pequeña risita.
-Debo tener un aspecto ridículo-comentó Marcos, agradeciendo que pudiera retirarse la barba. Ángela lo miró de arriba abajo, mordiéndose el labio inferior y con un brillo especial contenido en sus ojos oscuros y grandes, bellamente decorados con el arqueo de las cejas finas.
-Si te soy sincera, he tenido fantasías con Papá Noel cuando era más pequeña-le confesó ella, dejando que sus palabras se deslizaran delicadamente en su oído. En ese momento, buscó el refugio de los labios de Ángela y se entregaron a un beso inicial que pretendió ser ardiente, pero que ella detuvo alejándose de él y paseando a su alrededor.
-Piensa en su figura, Papá Noel, un hombre bastante maduro, experimentado, tan misterioso, tan único, capaz de colarse en los hogares de todas las familias, regalando alegría y sorpresas por doquier-le explicaba Ángela, acariciando con sus dedos el cuerpo de Marcos y aproximándose a éste para estamparle delicados besos en el cuello.
-Cuando tenía once años, y me enteré de la verdad, imagínate el chasco que me llevé. Recuerdo que esa Nochebuena soñé que acudía al salón, a este mismo salón, y que sorprendía ante el árbol iluminado a un hombre con un traje como el que tú llevas…
- ¿Y qué pasó? -le preguntó curioso Marcos, sorprendido ante la firmeza de las palabras de Ángela. ¿Sería acaso verdad, o tal vez solo se lo estaba inventando para excitarlo?
-Le grité, furiosa, e iba a empujarlo para echarlo de aquí, pero él me cogió de las manos y me besó. Me dejó sorprendida, pero empecé a sentirme cachonda, y bueno, luego me tumbó enfrente del árbol y seguimos besándonos, hasta que…
- ¿Hasta qué? -repitió Marcos, tras acabar Ángela de entregarle otro beso en los labios.
-Metió la mano bajo el pantalón de mi pijama, y empecé a sentirme cada vez más acalorada, más inquieta, gemía, …. Y en ese momento me desperté, en mi cama, cachonda y tocándome.
Se calló repentinamente, situándose delante de Marcos, con los labios entrecerrados y la mirada distante, como si aún permaneciera sumida en sus ensoñaciones.
-Y ahora se me presenta esta oportunidad-le dijo, clavando su mirada en los ojos del chico e introduciendo sus manos bajo el traje, acariciándole el torso.
- ¿La ocasión de realizar tu fantasía? -le comentó Marcos, intentando desviar sus ojos del canalillo de Ángela.
-Sí, y junto al Papá Noel más guapo de todos-susurró Ángela, con una sonrisa pícara, al tiempo que empujaba suavemente al joven para que se sentara en la cómoda butaca situada junto al árbol. Tras esto, Ángela se desprendió del lazo que atenazaba su cabello y agitó suavemente la cabeza, permitiendo que su melena ondulara con elegancia.
-Seguro que nuestro querido Noel se encuentra muy cansado-dijo Ángela, con un tono fingido de preocupación, alcanzando de nuevo la botella para rellenar la copa que mantenía atrapada Marcos en la mano derecha. El dorado líquido replicó alegremente contra el cristal mientras Ángela le lanzaba una mirada penetrante.
-Además, Noel debería saber también que me he sentido muy sola aquí-susurró Ángela, sentándose encima de las piernas de Marcos, mientras el joven degustaba el vino de nuevo.
Embriagado por la cercanía de Ángela y sintiendo el contorno de las nalgas sobre los muslos, Marcos buscó con los labios el cuello expuesto de la chica, pero ella soltó una alegre risa y se alejó de él dando un salto.
- ¡Uy!, se ha vuelto muy atrevido usted, Noel, no irá a convertirse en un viejo verde, ¿no? -le preguntó, volviéndose hacia él y con las dos manos apoyadas sobre el cinturón.
Marcos le sonreía, achispado por el alcohol y por la actuación de Ángela. Se notaba que recibía clases de Magisterio y que poseía la habilidad suficiente para ingeniar miles de juegos con diferentes roles para entretener y educar a los críos.
Ángela desabrochó el cinto, y su vestido se abrió, permitiendo que el chico viera con sumo detalle el triángulo de sus braguitas y el bello contorno de sus pechos libres. La chica continuó observándole, como si aguardara un movimiento por parte del joven y Marcos se removió en el sillón, entendiendo las intenciones ocultas de Ángela.
Con oscura satisfacción, le indicó con un gesto de su mano que se acercara mientras le decía, con voz grave:
-Venga hasta aquí, señorita gnoma, me temo que no ha cumplido con el cometido que le encargué.
- ¡Oh!, ¿no voy a poder conseguir el trofeo a “la mejor ayudante de Papá Noel” de este año? -le preguntó ella, con tono preocupado, aproximándose hasta el sillón y apoyando las manos en los reposabrazos, de tal forma que le mostraba sin tapujo ninguno sus tetas.
Marcos se relamió por dentro, observando pícaramente las dos amelocotonadas lomas cimbreadas por sendos enhiestos pezones, rosaditos y afilados. Se moría por dentro por enterrar la cabeza entre ellos y apresarlos con las manos.
-Me parece que no lo conseguirá-insistió Marcos.
“Me temo, me parece” …, oh, querido Santa, ¿por qué tantas ambigüedades? Lo está dudando, ¿verdad? – le replicó Ángela, con una sonrisilla, acariciando el rostro de Marcos con una mano, hasta, paulatinamente, ir descendiendo hacia los pantalones rojos del joven, buscando el bulto que surgía de las profundidades de la prenda.
¿Unas cuantas horas extras tal vez le despejen las dudas? -sugirió Ángela, apretando el bulto con sus dedos suavemente.
Marcos sostuvo la mirada apasionada de la joven, identificando con claridad la lujuria y picardía asomadas en sus ojos. Aunque en su interior sentía como si un volcán estuviera despertando, y su único deseo fuera sostener por las caderas a la chica y llevarla encima de la mesa para someterla a su antojo, prefirió dejar que la joven marcase el ritmo.
Por ello, observó extasiado y con anhelo como la chica dejó de hurgar el endurecido miembro para desabrochar el único botón liso que actuaba como bragueta en el pantalón del disfraz, permitiendo que pudiera manipular el interior.
La mullida alfombra acarició las rodillas de Ángela y con un deleitoso chasquido, descubrió la cabeza violácea del ariete de Marcos. El joven inclinó la cabeza hacia atrás, entrecerrando los ojos, embriagado por el abrazo de los labios de Ángela sobre el glande humedecido.
-Mírame, Papá Noel, mira como trabaja tu gnoma preferida-le susurró picarona Ángela, paseando la punta de la lengua por la superficie del tronco.
El chico no se hizo de rogar y contempló como Ángela dedicaba besos al tronco de la polla, al tiempo que no dejaba de clavar sus ojos en los de él. Era algo nuevo para el muchacho, ya que Ángela, pese a que le proporcionaba placer oral, siempre se mostraba reacia a que la mirase en esas situaciones, como si se sintiera cohibida o afectada por algún motivo.
-Ángel…, Ángela, creo que voy a …. ¿dónde, dónde tienes un pañ…? – le comentó el joven, estremeciéndose, incapaz de resistir como la boca de Ángela descendía y ascendía, mientras enroscaba con la lengua su polla.
Ella, sin inmutarse, se limitó a apoyar con firmeza las manos sobre los muslos del chico, impidiendo que se alzara y fue en ese instante previo a abandonarse al instinto, cuando el joven entendió las pretensiones de la gnomo. Con un gemido ahogado, notó como la polla se veía sacudida por tres virulentas contracciones.
-Ángela, eso ha sido…- murmuró el aturullado Papá Noel, enmudeciendo de nuevo al observar como la chica se alzaba lentamente y paseaba la lengua por el labio inferior, provocando que un ligero reguero blanco se deslizara sutilmente por el mentón, hasta posarse como si fuera un copo de nieve sobre la tersa colina del pecho izquierdo.
-Oh, mi querido Papá Noel, no me diga que la gnoma Ángela le dedica estas atenciones y preocupaciones-le respondió Ángela, acariciándole la mejilla con dulzura- ¿o es que se ha olvidado de que me llamo Miriam?
El chico abrió los ojos súbitamente, como si se viera espantado por algo, pero enseguida aquella extraña reacción desapareció, sustituida por una sonrisa cálida.
-Y aún le aguarda otra sorpresita más-ronroneó Ángela, apoyando las manos de Papá Noel sobre el elástico de sus braguitas-descubra su regalo.
El chico, extrañado, se dispuso a bajarle la prenda íntima y volvió a quedarse sin palabras, sorprendido.
- ¡Mi…, Miriam! - exclamó, dejando deslizar entre sus dientes ese nombre como si se tratara de una daga desenfundada. Incluso su miembro, que había quedado flácido, dio un repullo, pretendiendo despejarse de un profundo sueño.
Acostumbrado al incrustado boscaje azabache de la joven, recubierto de ligeros ricillos enredados, ahora se encontraba ante una cuidada y esmerada fronda de un desconcertante color áureo.
El desconcertado Papa Noel no pudo más que sostener entre sus dedos las nalgas de la chica y aproximar el rostro como si se dispusiera a depositar un beso fervoroso a una estampita.
Miriam…, retumbaba ese nombre en su mente, mientras separaba los labios y dejaba revolotear su lengua entre ellos, dejándose bautizar con la savia borbotada del coño de Ángela.
Le traía recuerdos, no tan distantes, de sonrisas, risas y palabras con un ligero deje sibilante. De miradas cómplices y sibilinas, de pasos improvisados y saltos temerosos sobre las llamas de una hoguera, de chispas revoloteando y persiguiendo la sombra de una melena rubia platina.
¡Mmm! -gemía la gnoma Miriam, extasiada ante las atenciones de Papá Noel, dejándose engatusar por la saltarina lengua y por los ladinos dedos del joven. Sonreía, dichosa, agradecida de haber superado su reticencia y pavor ante la disparatada idea que había tenido para sorprenderlo. Aún recordaba el brillo extrañado y divertido de la estilista cuando le propuso que le tintara el vello púbico recortado.
¡Ah, ah, sí, sí, sigue, mmm, ah! – canturreaban los gemidos de la chica, revoloteando melodiosos en los oídos de Papá Noel, recordándole la pasión del cuerpo desnudo, la cachondez de una boca suculenta y la ambrosía norteña de unos ojos esmeralda que rogaba por su nombre y derretía la “r” de Marcos volviéndola líquida y gutural.
Ángela acabó corriéndose en la cara del joven, los ojos perdidos en las miradas alegres y petrificadas de ambos abrazados en una fotografía rodeados de nieve inmaculada y, flácida y sintiéndose como si frotara en una nube, se dejó tumbar sobre la alfombra frente al árbol de Navidad, enredando con sus muslos el cuerpo de Papá Noel.
Se besaron, apasionadamente, los ojos cerrados, sumidos en profundas oscuridades, mientras ella lo guiaba y se iniciaba de nuevo el baile histórico de dos cuerpos abrasados por la pasión.
Y así, alejándose y fundiéndose, aproximándose y separándose, fueron los cuerpos moviéndose, atinando el joven a susurrar el nombre de Miriam entre beso y beso pincelado en el cuello de Ángela.
El clímax sorprendió a ambos bañándolos con el caótico parpadeo multicolor del árbol de Navidad, reflejándose en las superficies lisas y rugosas de las bolas navideñas el abrazo de los dos cuerpos satisfechos y exhaustos, dibujando una bonita estampa navideña en ellas.