Navidades calientes

Sandra celebra la Navidad junto a su familia. Sus hijos corretean por el salón mientras sus padres, sus suegros, el matrimonio de su hermana, de su cuñado y de unos vecinos se encargan de preparar una Navidad inolvidable.

Capítulo I

La nieve empezaba a obstruir las ventanas. Hacía rato que las puertas se habían quedado atascadas. Mi marido, Tommy, no dejaba de echarle leña a la chimenea, aumentando su llama, aumentando el calor. Toda la familia estaba reunida. Mis padres, los suyos, mi hermana, su hermano, las parejas de ellos con sus respectivos hijos, e, incluso, los vecinos de al lado, ya que no pudieron irse con su familia debido al clima. Es lo que pasa cuando tienes vacaciones el mismo día de Nochebuena y no los anteriores, que tienes que hacerlo todo ese día y en caso de que el clima sea despiadado has de resignarte y no poder viajar.

Por fortuna, nuestros sueldos daban para comprarse una casa lo suficientemente grande como para caber todos en nuestro salón. La cocina conectaba directamente con aquél, y ahí es donde estaba la mujer del hermano de Tommy, de nombre Jack, mis abuelos y el marido de mi hermana. Recogían los desechos de la cena, metiéndolos al lavavajillas o fregándolos a mano.

Yo, mientras tanto, me relajaba en el salón sentada en el sofá mirando el culo terso de mi marido al agacharse y a los niños jugueteando de aquí para allá, teniéndoles que llamar la atención cuando se acercaban demasiado al árbol donde a medianoche tendrían sus regalos.

A Jack, de pronto, se le escapó un eructo. No había dejado de beber. En su mano sostenía una copa de whisky. Sobre nosotros, rodeando el salón, luces navideñas se apagaban y se encendían. La nieve aumentaba su grosor a pasos gigantescos. Pareciera como si el espíritu de Krampus, aquél opuesto a San Nicolás, nos acechase. Sentí varios escalofríos sólo al pensarlo. Miré enfrente de mí y vi a mi cuñado, Jack, dándole un sorbo a aquel licor para luego mirarme y sonreírme.

—¿Qué tal estás, cuñada? —me preguntó. Tenía barba desaliñada. Vestía una camisa blanca y una corbata desabrochada, así como unos pantalones de traje negros con sus respectivos zapatos. Su nariz afilada, sus ojos verdes pequeños, sus cejas grandes y expresivas. Su mandíbula ovalada. Se parecía mucho a Tommy, con la diferencia de que mi marido era castaño con ojos azules y la tez muy blanca, así como una cara más redonda.

—Bien. Con sueño.

—No has parado en todo el día, es normal.

Miré a mis dos hijos jugueteando con sus primos y sus amigos vecinos. Eran nueve niños correteando por el salón sin la preocupación de tropezar y hacerse daño o de destruir algún objeto.

Supe que apenas podría dormir aquel día. Que tan pronto fueran las cinco o seis de la mañana, los niños se levantarían emocionados a mirar los regalos que aquel mágico ser les había traído. Suspiré y devolví mi mirada a Jack, que parecía no quitármela de encima. Se la correspondí por cortesía cuando en verdad estaba deseando irme de allí de lo incómoda que me hacía sentir.

Miré a Tommy, que se sentó a mi lado y me rodeó con su brazo, diciéndome:

—Sandra, cariño, ¿no crees que se lo pasan en grande?

—Ojalá me lo hubiera pasado yo así de niña.

—¡No te quejes! —dijo mi padre oyéndome de fondo. Por viejo que estuviera, su oído se mantenía intacto. —Que al menos pasaste las navidades con la familia.

—Sí, sin niños con los que jugar.

Era verdad. Mi hermana tenía quince años más que yo. Estuvo más a otras cosas que a querer jugar conmigo. Mi padre hizo aspavientos con las manos y siguió a lo suyo.

A pesar de tener dos habitaciones extra, muchos de ellos dormirían en el salón. Principalmente porque quisimos que los niños durmieran todos juntos para que no vieran cómo colocábamos los regalos.

—¡Cuñada! ¡Que te duermes! —gritó Jack, alterándome. Aquel hombre podía llegar a resultar bastante cansino e irritante.

—Sí. —le sonreí. Con el grito que me había metido ya me había quitado el sueño que tenía.

Poco a poco fueron llegando los que estaban en la cocina, haciéndose un hueco entre los ya sentados o en el suelo. El alcohol fluyó por la casa y las anécdotas y las risas fueron el centro de atención. Estuvimos dos horas allí hasta que decidimos cortar la fiesta. Tommy retiró la cortina, viendo un montón de nieve cubriendo la mitad de ella.

—No lo puedo creer. —dijo él. —En apenas un momento.

—Tranqui, hermano. —dijo Jack con una borrachera legendaria. —¡Dice el hombre del tiempo que en un par de días pasará!

—Eso si no nos entierra vivos antes, ¿no?

—¡Jajaja! ¡Vaya optimismo! Anímate, que es Nochebuena, ¡wuuuu!

Su madre fue donde él a regañarlo. Le pidió que se fuera a dormir de una vez, a lo que él contestó:

—¡Vale! —y se tiró sobre el suelo. Tommy empezó a reírse por lo bajo. Subió a la planta de arriba para bajar los sacos de dormir de la gente. Éramos exageradamente demasiados. Nunca había tenido una Navidad así de estresante, a la vez que hermosa y mágica. Poco a poco nos fuimos despidiendo para ir a dormir.

Nos reunimos en mi habitación. Tommy y yo y nos tiramos sobre la cama, a ver la nieve caer a través del tragaluz del techo. Miento, no se veía nada más que un montón blanco parpadear. La nieve siendo mecida por el viento. Abracé a Tommy y descansé mi cabeza sobre su cuerpo. En menos de diez minutos teníamos que levantarnos para ir colocando los regalos, pero mis ganas de quedarme dormida durante doce horas no hicieron más que incrementar.

—¿Sabes qué estaría bien? —le pregunté a Tommy, ocurriéndoseme una idea para amenizar el tiempo. Me metí el dedo gordo de mi mano derecha en la boca y lo llené de saliva. Después, traspasé el pantalón de su pijama y encontré su pene, rozando mi dedo gordo su glande. Le sonreí mientras le hacía aquello, pero él retiró su cadera hacia atrás.

—Cariño, tenemos que preparar los regalos.

—Hm... ¿y? —pregunté, pícara, masturbando su pene. Sin embargo no se endurecía. Se quedaba flácido. Parecía cansado. Suspiré, resignándome, y retiré mi mano.

Nos pasábamos la vida trabajando. No habíamos tenido sexo en un año. Y, aun así, el año pasado fue solamente una vez. Una única vez, rápida y poco satisfactoria. En los últimos cinco años lo habíamos hecho cuatro veces, cuando al conocernos esas cuatro veces las hacíamos a diario.

Pero tampoco era toda su culpa. Yo tampoco estaba muy por la labor. Y cuando yo estaba cachonda, él no, y viceversa. Pensé que igual tenía un amante, pero no tenía tiempo para ello.

Empezó ir a menos cuando tuvimos que pagar las facturas. Cuando tuvimos a nuestros hijos. Cuando...

Progresivamente. ¿Para qué poner excusas? Nuestra relación se fue deteriorando, eso es todo.

Y yo ahora estaba cansada, pero cachonda como una perra. No me había tocado en la última semana y mi vagina necesitaba su polla. Pero él estaba cansado. Tampoco había parado quieto. Y, para colmo, en cuanto se preocupaba por algo no había quien se lo quitase de la cabeza. Ahora eran los regalos.

Todos los días trabajando. Tenemos un día libre, el veinticuatro de diciembre, y también a preocuparnos por los demás. Pensé que quizá en Nochevieja, pero sería un día parecido a aquél, si es que al final no nos quedábamos allí atrapados por la nieve. En tal caso podría follármelo, a menos que le diera cosa porque nuestra familia estuviera deambulando de aquí para allá.

Nos levantamos, pusimos los regalos, se me fue el calentón, nos tiramos en la cama, intentó tocarme pero me quedé dormida en el acto. Fulminada por Morfeo. Como dije antes, nunca nos sincronizábamos.

No dormí del tirón, como me hubiera gustado. De vez en cuando me despertaba a sobresaltos, quedándome de nuevo dormida contemplando la única luz encendida en la habitación. Estábamos en la planta de arriba, donde la nieve aún no lo había cubierto todo. Deseé que el hermano de Tommy tuviera razón y la nieve se derritiera en dos días, así la gente se largaría y yo podría estar con mi marido como Dios mandaba.

Pero, pero, pero...

Lo dicho. A las seis y media de la mañana ya un niño había bajado, visto los regalos y avisado al resto. El niño del vecino, para más inri. Yo no podía con el alma. Mis hijos me azuzaban en la cama al grito de: “¡Santa Claus ha llegado!”. Insistieron hasta que me levanté teniendo alucinaciones de mis sueños. Las figuras se entremezclaban y creí seguir soñando. Ojalá, porque con cambiar de postura habría cambiado de sueño. Pero no, estaban ahí, sonriendo, dando saltos. “Abrid los putos regalos y dejadme en paz”, pensé. Suena egoísta, pero no estaba yo para sentir nada en ese momento más que enfado.

Tanto insistir para al final los niños ir corriendo a abrir los regalos sin preocuparse de los mayores. ¿No podían hacer eso antes?

Reí mirándolos desde el marco de la puerta, con ilusión, al igual que sus padres y abuelos, los cuales estaban allí en el salón junto a ello. Me había sentado fatal que me despertasen tan pronto y de súbito, por eso me quedé ahí afuera apoyada. Pero entonces sentí un cuerpo detrás de mí, cubriéndome. Sonreí, acurrucándome a él. Su mano fue bajando desde mi pecho hasta mi cadera, para al final agarrar mi nalga izquierda. Se sintió... divino. Era la primera vez que me tocaba así desde hacía... ni sé. Separó mis nalgas, sintiendo un gusto en el ano como él sabía que me encantaba. Entonces su pulgar rozó la apertura. Mordí mis labios, tragando saliva. Me penetró con su dedo y lo removió un rato dentro de mí. Lo mojada que estaba era indescriptible. Por fin nos pusimos de acuerdo para follar.

Mordió mi oreja derecha. Se apretó más contra mí. Su enorme pene se restregó por debajo de su pijama en mis nalgas. Entonces se lo sacó, bajándome un poco las bragas, restregándolo en mi ano. Hacia arriba, hacia abajo, un poquito hacia dentro y otro hacia afuera. Así estuvo un buen rato. Cerré los ojos, sintiendo aquella polla diferente, apoyándome en el marco de la puerta, mirando a la gente de la habitación. Si nos descubrían no nos mirarían con los mismos ojos. Entonces exhaló su aliento a alcohol. A whisky. Parpadeé un par de veces hasta que vi a Tommy jugar con nuestro hijo varón. Me giré y vi a Jack. Era su hermano follándome por el culo. ¿Cómo no pude darme cuenta?

Entre lo cachonda que estaba y el sueño que tenía me pilló con las defensas bajas. Fui a apartarme cuando me dijo:

—Éste es mi regalo de Navidad, cuñada. —e introdujo aún más su polla en mi culo. Puse los ojos en blanco y me dejé llevar por aquel calor, aquella excitación, aquel placer... Con una de sus manos masturbó mi clítoris, y la otra la puso en mi boca. Mordí sus dedos al tiempo que él introducía más su polla. Estaba tan cachonda que no pude resistirme. Me encantaba que me diera por el culo.

Besó mi cuello, besó mi espalda mientras que cogía ritmo con la cadera. Su aliento a alcohol me repugnaba, pero su brusquedad a la hora de follarme me volvía loca. Estaba... estaba follándome al hermano de mi marido delante de mi familia, de mis hijos.

Soltó sus manos para agarrarse a mi culo y darme un par de azotes silenciosos. Se sacó la polla y me la metió por la vagina, donde tuve un orgasmo casi instantáneo. No lo pude soportar, me estaba conteniendo las ganas de gemir como una idiota por miedo a ser descubierta. Y eso era lo que le daba un mayor morbo. Metió su polla, más alargada pero más delgada que la de su hermano, y alcanzó el fondo de mi vagina, donde estuvo rebotando un buen rato.

—¿Te gusta mi regalo, cuñada? ¿Te gusta ser follada?

—Hm... —asentí con un pequeño gemido mirándole a los ojos.

—Pídeme que te folle o paro.

—No pares, por favor.

—Pídemelo.

—Fóllame. Fóllame, joder, fóllame.

No sé qué me pasó. Me olvidé de ser esposa. Me olvidé de ser madre. Me olvidé de mis obligaciones para recordar ser mujer.

—Pienso en ti cada vez que me follo a Cameron. —dijo refiriéndose a su esposa. —Llevo pensando en ti desde hace diez años. Quería follarte de una vez. Follar tus tetas.

—Pues fóllalas. —dije arrodillándome ante él tras haberme corrido un par de veces en silencio, levantándome la camisa del pijama hasta el cuello. Colocó su polla entre mis enormes tetas y la masturbé. Estaba mojadísima. Eran mis fluidos vaginales. La habían empapado, y ahora tales fluidos caían por mi pecho. Él gimió conteniéndose a la vez que seguía embistiéndome. Echó un vistazo hacia dentro de la sala, donde los niños seguían abriendo paquetes. Y fue en esa distracción donde me metí su polla con sabor de mi vagina en la boca. Al tenerla tan larga pude comérmela mientras me follaba las tetas. Así fue que dejó de apretar mis pechos para agarrarme del pelo de la nuca y penetrarme la boca como me había estado penetrando el coño. Me agarró con fuerza tirando hacia atrás y se retorció de placer mientras yo lamía su glande. Noté un poco de su corrida en mi paladar. Un par de veces alcanzó mi garganta, pero no sentí arcadas. Se la sacó, se la masturbé al tiempo que le di un par de besos y me alzó, empotrándome contra la pared.

Besó mis tetas a la vez que las masajeaba y me penetró teniéndome contra la pared.

—Eres muy cerda, ¿verdad? —me preguntó. —Pensaste que era Tommy pero no te importó que fuera yo.

—Cállate y no lo fastidies. —le dije rodeándolo con mis piernas, facilitando la penetración. Besó mis tetas de nuevo. Se metió una a la boca, absorbiendo el pezón, haciéndome un algo que me provocó un orgasmo. Mi tercer orgasmo en menos de cinco minutos. Me estuve corriendo mientras mordía su cuello para no gritar como una loca. Entonces se apartó y masturbó su polla, corriéndose, metiéndola en mi boca y acabando de eyacular ahí. Tragué su semen como una cerda. Incluso seguí chupándosela una vez se había corrido. Se apartó, como si la tuviera sensible, y me dijo:

—Luego te doy más. Corre, te buscan.

Bajé la parte de arriba de mi pijama y retoqué un poco mi pelo para entrar temblando en el salón.

—¡Mami! —gritó mi hija, abrazándome.

—Mírala, tiembla de la emoción. —dijo el vecino riéndose. No, tiemblo por el polvazo que me acaban de echar. Tras abrir un par de regalos con mi nombre, típicos perfumes y lencería, me acerqué hasta Jack, que me dijo:

—Mi hermano siempre presumió de lo que te gustaba que te tocase el culo.

—Por eso supiste dónde tocar.

Me sonrió.

—Quedan dos días para que se derrita la nieve. Pero hasta entonces...

Yo nunca había sido infiel a mi marido, excepto con la mirada al masturbarme alguna vez. Y ahora no sólo le era infiel, sino que con su propio hermano. No me lo perdonaría jamás. Estaba el riesgo de perderlo todo. Pero cuando llevas tanto tiempo sintiéndote vacía... eso no te importa, sino el querer sentirte viva otra vez.

Miré a mi familia, teniendo una respiración purificadora. Atrapada con un montón de gente y un hambre de sexo insaciable...