Navidad puta Navidad
Cuento navideño. Aviso relato irreverente para los cristianos.
Aviso relato irreverente para los cristianos.
Se agradecen los comentarios.
La olla a presión silbaba sobre el fuego de la vitrocerámica. Un agradable aroma a lentejas se extendía por todo el pequeño piso. Música latina a todo volumen se escuchaba tras la puerta cerrada del baño.
–Bulería, bulería, tan dentro del alma mía –cantaba desafinadamente una joven tras la translúcida mampara de la ducha.
Se volvió a abrir el grifo de la ducha y María comenzó a enjuagarse todo el jabón que cubría su exiguo cuerpo. Llevó las manos a su poblado felpudito, para ayudarse con ellas, a limpiar de espuma toda la zona.
La muchacha pensó que con la crisis, con las facturas y las preocupaciones derivadas del negocio de su marido, hacía más de un mes que no recibía atenciones en aquella sensible zona.
Las pocas veces que lo habían hecho en los últimos tres años, había sido poco menos que decepcionante. José se la metía tumbado encima de ella sin la más mínima estimulación. No recibía ni una caricia ni unos lametones, ni siquiera los mordisquitos en el cuello a los que su marido era tan aficionado hacía pocos años.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras se observaba completamente desnuda en el espejo. Llevó una de sus manos sobre su pecho y lo amasó con delicadeza. Apenas rozó el pezón con la yema de sus dedos y éste se endureció sensiblemente. La joven apretó las mandíbulas y con un gesto enérgico, agarró el cepillo y comenzó a cepillar su larga melena azabache.
María suspiró desalentada, agarró el albornoz colocado en su colgador y se enfundó rápidamente en la mullida prenda. Apagó la radio que reposaba sobre la tapa del inodoro y salió en dirección a la cocina a apagar la olla a presión.
Mientras esperaba a que todo el vapor saliera por la diminuta válvula, decidió preparar una ensalada. Recogió la radio del baño y buscó una emisora de información general.
–Otra vez con la puñetera prima de riesgo, con los bancos y la madre que les parió –la joven no había terminado la secundaria y, todos aquellos términos, la asustaban sin saber muy bien cuáles eran sus consecuencias—que se vayan todos a tomar por el culo, panda de chorizos.
Varias hojas de lechuga fueron lavadas y troceadas sobre una ensaladera. Un par de pequeños tomates siguieron a la lechuga. A primeros de abril los pepinos aún tenían un precio prohibitivo, por lo que tan sólo tenía un par de zanahorias para añadir a la ensalada. Miró detenidamente la zanahoria que sujetaba en su mano izquierda y suspiró.
La joven no entendía qué le ocurría últimamente, pero lo cierto es que se encontraba excitada constantemente. Con un movimiento de negación en su cabeza comenzó a pelar la hortaliza.
Con un brusco movimiento de la mano, desenroscó la tapa de la olla rápida, para permitir que se enfriaran un poco las lentejas.
José iba a visitar a unos acreedores que le debían dos pagarés, con lo cual la joven dedujo que ese día comería sola. Siempre pasaba lo mismo: le invitaban a comer, le servían unas copas y a lo mejor hasta le pagaban una puta. Pero de los 5000 Euros que les debían, ni rastro.
La joven mujer sintió frío en el pecho y bajó la vista hacia sus senos. Con el brusco movimiento del brazo al abrir la olla, el albornoz se había abierto, mostrando todo su canalillo hasta volverse a cerrar a la altura del ombligo. La imagen que vio le pareció sugerente. Sus pezones quedaban tapados por la prenda blanca, la cual hacía un fuerte contraste con su bronceada piel.
Miró en dirección a la ventana para cerciorarse de que nadie la observaba. Sin saber muy bien por qué, decidió mirarse en el gran espejo del dormitorio.
La imagen que le devolvía el espejo, era la de una joven bajita, de largo pelo negro y rostro agradable. Tal vez tenía la nariz demasiado aguileña, tal vez las cejas muy pobladas y a lo mejor incluso su boca era algo grande.
De lo que estaba segura es que su cuello era esbelto y bonito. Descendió observando las graciosas semicircunferencias que delimitaban su canalillo. Dos tercios de los pechos quedaban cubiertos por el blanco albornoz, mientras se le delineaba un bonito canalillo, con aquella peca junto a su teta derecha. El estómago se intuía más que se mostraba en un fino triángulo de piel cobriza. Un estómago y un vientre que aún permanecían planos a sus 25 años.
Estaba arta de que la confundieran con una chica árabe, pues no habían españolas como ella, sobre todo en el sur. El Quiosquero, que se las daba de culto, incluso le dijo que parecía una mujer Semita. Vete tú a saber que significaría aquello.
En estas reflexiones se encontraba María, cuando escuchó el timbre de la puerta. No pudo evitar sentirse pillada en falta, como un niño que estuviera haciendo una travesura.
Tras recolocarse el albornoz y ajustarse el lazo del mismo, se dirigió con paso lento hacia la puerta. Debía controlar mínimamente su sobresalto antes de abrir la puerta a quién fuera.
Se acercó con sigilo a la mirilla. Al otro lado de la puerta aguardaba un sonriente joven de densos rizos rubios. ¿Sería un testigo de esos?
–Buenos días, soy del movimiento “Basta ya”, si fuera tan amable de atenderme no le robaré mucho tiempo –el joven se dirigía hacia el movimiento observado por la parte convexa de la mirilla—. No deseo venderle nada, tan sólo hablar con usted.
María no supo muy bien por qué decidió abrir. tal vez le inspiró confianza el guapo muchacho. Sintió un leve cosquilleo en su estómago, fruto de la inquietud de mostrarse en albornoz frente a un extraño.
–Buenas tardes, son ya más de la una y media –dijo la joven por saludo al abrir la puerta.
–Oh, discúlpeme. Si la pillo en mal momento podría volver otro día –el joven miraba con una intensidad desconocida por María, mientras le sonreía seductoramente– ¿Se estaba pegando una ducha?
–Tranquilo, no pasa nada –María no pudo reprimir un estremecimiento, cuando fue repasada de arriba abajo por la mirada penetrante del joven.
–Mi nombre es Gabriel, estoy anunciando al barrio las acciones llevadas a cabo en defensa de la ciudadanía, por el movimiento “Basta ya”. Imagino que como cualquier persona estará inquieta por la situación política y económica que estamos sufriendo –el joven se expresaba con una dicción exquisita, modulando su voz para enfatizar los puntos importantes de su discurso.
–¿Quiere pasar y sentarse? No tiene mucha pinta de ladrón –la joven se apartó del dintel para permitir el paso al joven.
–Muchísimas gracias. No todo el mundo es tan amable como usted. En apariencia, a todas las personas les preocupa la situación actual, pero son muy pocos los que pierden media hora de su vida en intentar cambiar algo –el joven se internó en dirección al sofá del pequeño salón—. En toda la mañana tan sólo cuatro personas han permitido que hablara con ellas.
–Vaya, pues habrá estado toda la mañana hablando –preguntó María con una sonrisa involuntaria, de la cual enseguida se sintió avergonzada– ¿Quiere un vaso de agua, una cola fresquita?
La joven, ante la respuesta del muchacho, regresó a la cocina en busca de un vaso de agua. Qué narices le estaba pasando, estaba nerviosísima. ¿Sería por estar desnuda debajo del albornoz? Definitivamente, sus hormonas estaban revolucionadas, pensó.
Regresó al salón-comedor, tomando asiento en el sofá opuesto al que ocupaba el joven. Mientras éste ordenaba minuciosamente recortes de prensa sobre la mesa de café, María pudo observarlo con más detenimiento. Era alto, algo más que su marido José, con una figura estilizada, mas bien delgadito. Impresionaba más por su rostro que por su físico. Su cara de gruesos labios, adornados por dos hoyuelos en sus mejillas cuando sonreía, Resultaba angelical. Su mirada era madura, tranquila, como si tuviera mucha más edad de la que aparentaba.
–¿Cuántos años tienes? –Dios, había salido aquella pregunta de sus labios. El rubor tiñó el rostro de María mientras bajaba la vista abochornada–, perdona, he sido una maleducada.
–No pasa nada, tranquila. Es normal –la sonrisa del muchacho era verdaderamente contagiosa y tranquilizadora—tengo 22 años. Estas cuestiones de la lucha ideológica nos afectan a todos, pero solemos ser los universitarios los que encendemos la chispa.
–¿Qué estudias? –joder otra torpeza ¿Por qué no se callaría de una vez y dejaría hablar al muchacho? El sonrojo de las mejillas de la mujer se incrementó notablemente.
–Estudio Periodismo, pero en ésto estamos todos unidos; de norte a sur, de este a oeste –Gabriel miraba de un modo paternalista a la joven mujer-. ¿Se encuentra usted bien? Si lo desea podemos posponer la charla.
–No, que va, para nada. Me encuentro perfectamente.
–Si lo desea puedo abrir una ventana para que corra el aire, le sentará bien.
–No, que va, ya me encuentro mucho mejor –María era un manojo de nervios. Cómo podía ser que aquel joven la sumiera en aquella inquietud. Sentía perfectamente el sensual roce de sus pezones contra el mullido tejido del albornoz. Escalofríos recorrían su cuerpo, cuando una pequeña brisa se adentraba entre los pliegues de la prenda y sus piernas cruzadas. La cabeza comenzaba a darle vueltas por toda aquella insólita situación.
–Los esfuerzos se suceden en todos los sectores de la sociedad. Desde los catedráticos, hasta las ancianas jubiladas, pero siguen sordos a nuestro grito de auxilio. No vengo pidiendo dinero ni para el movimiento ni mucho menos para mí. Vengo pidiendo manos que ayuden, oídos que escuchen y corazones que sientan. Porque habrá un momento en el que todo comience y ya no haya vuelta atrás. Esa es la gran necesidad de este movimiento, la chispa que de comienzo a todo. Esa chispa la puede provocar cualquiera. No se trata de la llegada de un Mesías, no. Se trata de alguien como usted y como yo. Ésto debe de cambiar. Puede ser que cambie ahora o dentro de unos años, pero si continuamos así, nos acabarán por aplastar –El joven continuaba con aquel agradable tono de locutor de radio que sumía a María en una inconsciencia onírica.
Lo cierto es que la mujer llevaba tiempo sin escuchar nada de lo que decía el muchacho. Tenía suficiente con oír su dulce y bien modulada voz, mientras sus ardores se extendían por todo su cuerpo sin posibilidad de que los pudiera extinguir.
–¿Se encuentra usted bien? –ante la falta de respuesta por parte de la mujer, el joven se acercó y se arrodilló junto a ella, tomando su mano entre las suyas.
María parpadeó compulsivamente como si retornase de un trance. ¿Por qué se encontraba aquel guapo muchacho arrodillado junto a ella? ¿Por qué le tomaba de las manos?
–Será… será…. Mejor que vuelvas otro día… creo que no me encuentro bien… –
verdaderamente no se encontraba bien. No pensaba que soportara mucho tiempo el contacto de aquellas cálidas manos. ¿Qué le pasaba? Jamás se había sentido así.
El joven llevó una de sus manos hasta el rostro de María, el cual acarició con ternura.
–No sufra María. Es usted una mujer muy bonita como para reprimir sus emociones –el joven descendía con su pulgar delineando la mandíbula de la mujer, acercándose peligrosamente a los labios de ésta.
–No… no… –no debía permitir que aquel dedo prosiguiera su camino. Pero, ¿realmente deseaba detenerlo?
María sintió como las fuerzas le abandonaban. decidiera lo que decidiese no se sentía capaz de mover ni un solo músculo de su cuerpo. Un tierno dedo rozó su labio inferior. La ternura y delicadeza con la que aquel muchacho recorría su mentón y su labio, la terminaron por paralizar.
Ni siquiera se sentía con fuerzas para mirarle a los ojos. Jamás había engañado a José y no estaba segura de quererlo hacer. Se sentía perdida, desorientada, no sabía qué hechizo habían utilizado con ella, pero ésa que permanecía inmóvil, mientras un joven rubio acercaba su boca a la suya, no podía ser ella.
Ocurrió, no pudo ni quiso evitarlo. Los labios de Gabriel se unieron a los suyos en un dulce y tierno beso. María no reaccionó, no sabía si salir corriendo o abrir la boca para que le introdujeran la lengua. Finalmente, volvió a ser el joven rubio quien tomó la decisión por ella.
Gabriel aferró el labio inferior de maría entre los suyos y sorbió de aquel delicado manjar. Lamió toda la zona con su cálida y húmeda lengua.
Estuvo así el tiempo necesario hasta detectar, que los apretados dientes de María se entreabrían mínimamente. Su lengua fue rápida como la de una serpiente, se introdujo por el resquicio antes de que la mujer volviera a cerrar la puerta. Pero la laxitud de María era todo un hecho, se había abandonado a lo que quisieran hacer con ella.
Gabriel jugueteó con su lengua en el interior de la boca de la mujer. En principio, fue un juego solitario, sin la más mínima compañía en aquella oquedad. Tímidamente al principio y de manera ansiosa y enérgica después, la lengüecita de María fue entrando en tan placentero juego.
La mano que aún mantenía Gabriel en el rostro de la mujer fue descendiendo por su cuello, acariciando cada milímetro de piel, hasta introducirse por la abertura de su albornoz.
La cálida piel que le aguardaba debajo de la única prenda de la joven, le enardeció. Sintió como su masculinidad vibraba entre sus piernas.
Mientras sus labios dibujaban senderos de cálida saliva por el rostro de la mujer, en dirección a sus orejas, sus manos se deleitaban acariciando con timidez los pequeños pechos recién descubiertos.
El albornoz aparecía ahora totalmente abierto, exponiendo por completo el broncíneo cuerpo de la mujer.
La experta lengua del joven, jugueteó con sus orejas. Su decidida boca mordisqueó y saboreó aquel fino cuello. Mientras tanto, los pezones de la mujer eran objeto de delicadas y cálidas caricias.
María no pudo seguir aquella función impasible y terminó por ceder al fuego que la invadía. Abriendo ligeramente sus piernas, se ofrecía libremente para que Gabriel pudiera llegar donde quisiera. La pequeña mano fue en busca de la prieta carne del muslo varonil.
Mientras las inseguras caricias de María se acercaban cada vez más a la entrepierna de Gabriel, éste se dedicaba a lamer y besar los endurecidos pezones de la mujer. La mano del joven descendió acariciando aquel vientre plano, para perderse poco después en la ardiente entrepierna objeto de su deseo.
María empujó sus caderas hasta el borde del asiento para facilitar a Gabriel la maniobra. El joven no tardó en comenzar a acariciar toda la húmeda y cálida vulva. Con dedos hábiles, jugueteó con sus labios mayores, mientras insinuaba penetraciones a su vagina que no llegaban a consumarse.
Los pezones de María eran sorbidos, lamidos, mordisqueados alternativamente, mientras su intimidad era objeto de las atenciones más delicadas que jamás hubiera podido imaginar.
La boca de Gabriel trazó un camino entre los pechos que devoraba, descendiendo en rápida carrera por el vientre hasta llegar al mullido pubis. Cuando llegó a su destino, éste se encontraba totalmente abierto por las atenciones dadas por sus dedos.
El joven introdujo la lengua en la femineidad de María, lamiendo cuanto se encontraba a su paso. Especiales atenciones recibió el clítoris, punto que sabía que agradaría a la mujer. Sus dedos mientras tanto, penetraban suavemente la cálida vagina.
Cuando María pensaba que se desharía en un orgasmo demoledor, todo se detuvo momentáneamente.
El joven había comenzado una alocada carrera por quitarse toda la ropa en el menor tiempo posible. María se tranquilizó al pensar que la espera sería corta.
Cuando el joven estuvo totalmente desnudo, se sentó junto a su amante, rodeándola con su brazo por la cintura. Ambos se devoraron las bocas con ansiedad redoblada, con lascivia desatada.
La morena aferró el tallo del miembro varonil con una de sus delicadas manos. Se estremeció al sentir la tersura y calidez de aquella piel. Notar que aquella verga estaba durísima, palpitando de excitación tan sólo por ella, la emocionó, transportándola a un mar de sensaciones placenteras.
María, se separó con esfuerzo de la boca de su amante para besar el cuello de éste como él hiciera, para morder sus tetillas, para acariciar sus costados. Descendió y descendió hasta que el glande de aquella ardiente polla descansaba frente a sus ojos.
Con necesidad, con ansiedad, se introdujo el extremo de la verga en la boca. Se excitó de sentir en su paladar aquel sabor salvaje, primigenio. Degustó con mayor deleite al observar los gestos de placer del rostro de Gabriel.
Emergió su pequeña lengua de la boca y lamió con maestría cada pulgada de piel. Jugó su lengua especialmente con la corona del prepucio, deteniéndose en el frenillo. Cada palpitación del endurecido rabo la elevaba a cotas de excitación inimaginables.
Unas fuertes manos la aferraron de los hombros impulsándola hacia arriba. María, chica lista como era, no tardó en entender el mensaje y subirse a horcajadas en los muslos del rubio muchacho.
Mientras volvían a comerse las bocas con labios hambrientos, la pequeña mano de María se introdujo en el escueto espacio entre ambos vientres. Localizó y agarró el cálido pene, conduciéndolo con determinación a la entrada de su gruta.
Apunto estuvo de correrse cuando el glande rozó la entrada a su vagina, pero logró controlarse. La joven se fue ensartando pausadamente, deleitándose con cada roce de sus húmedas paredes, con el acoplamiento de su vagina al intruso, con la sensación de plenitud.
El movimiento fue de una cadencia pausada al principio, mientras los amantes se deleitaban saboreando sus lenguas.
Gabriel se recostó, permitiendo que los pechos de María quedasen a su alcance. Mientras ella se sujetaba de sus hombros, el hombre aprovechaba para degustar la fina piel de las tetas de la mujer. De tanto en tanto los endurecidos pezones recibían leves presiones de los dientes de Gabriel, a modo de suave mordisco. Mientras tanto las manos del muchacho se aferraban a los duros glúteos de la mujer, masajeando, acariciando, apretando, tan sensible carne.
Sintiéndose más cómoda, María incrementó el ritmo de la follada. Comenzó un enérgico trote que derivó rápidamente en un intenso galope. Todo su cuerpo se estremecía al ritmo de las penetraciones. Escalofríos recorrían su columna cada vez que se dejaba caer por completo sobre la durísima verga. Cosquilleos invadían su estómago con las constantes succiones de sus pezones.
Y por fin llegó. Los dientes de Gabriel se hundieron en su pezón, mientras un volcán entraba en erupción dentro de su vagina. Las oleadas de cálido semen se derramaron llenándola por completo. En ese instante supo que no podía más. María gritó desde lo más profundo de sus entrañas. Un grito de liberación mientras su cuerpo se deshacía a causa del orgasmo más salvaje que había sentido en sus carnes.
Aquéllo no había estado bien, nada bien. Los remordimientos cayeron sobre ella como una losa de granito. Los primeros instantes, recostada sobre el hombro de Gabriel, habían sido maravillosos, pero poco a poco la vergüenza y el arrepentimiento se fueron alojando en su corazón.
Tras cerrarse la puerta del pequeño piso, Gabriel esbozó una amplia sonrisa. Aquella semana ya eran cuatro mujeres las que habían sucumbido a sus encantos, gracias a las visitas de “Basta ya”.
María se acomodó en el vehículo con cara de pocos amigos. Su abultado vientre hacía imposible la tarea de ponerse cómoda en el pequeño utilitario.
–No entiendo por qué tenemos que pasar la Nochebuena en el pueblo –la joven se peleaba con el cinturón de seguridad.
–Sabes que a mi madre le encanta que vallamos. Además, quién sabe si no serán estas las últimas Navidades que pase entre nosotros –José había cerrado el maletero y se acomodaba en el asiento del conductor—además, en la carpintería no hay ningún encargo urgente. No nos vamos a quedar solos aquí sin familia.
–Sí, lo que tu digas. Al final me pondré de parto en medio de la autopista.
–Anda no te pongas así cariño, si solo es una hora y media.
Pero aquella hora y media sería la más larga de la vida de María.
La nieve comenzó a caer intermitentemente a los 40 Kilómetros de abandonar la costa. Se convirtió al ascender la meseta Castellana, en un grueso manto que apenas permitía ver algo más que no fueran las luces del coche precedente.
–Perfecto José. Sólo falta que nos corten la carretera –María no había parado de refunfuñar desde que se subiera al coche y a medida que la nieve arreciaba, también lo hacía su mal humor.
El camino fue intermitente. Había momentos en los que por cinco minutos consecutivos podían avanzar lentamente entre el grueso manto blanco. Las más de las veces, permanecían inmóviles viendo caer la nieve por las ventanillas del pequeño automóvil.
–¡José, José, José! –La joven gritaba dominada por los nervios—que acabo de romper aguas.
–¡No jodas! ¿Y qué hago?
–¡Dios…. Aaahhh…. Cómo duele joder…. Busca ayuda jilipollas… –María gritaba con la cara desencajada por la repentina contracción.
José regresó en varios minutos, acompañado por uno de los Guardias Civiles que supervisaban el atasco por la nevada.
–¿Cómo está señora? –preguntó el joven Civil.
–¡Desgraciao! ¿Cómo crees que estoy? Hace frío, me duele mucho y esto es una puta mierda… –la muchacha sollozaba al tiempo que hipaba entre respuesta y respuesta.
–Tranquila cariño que viene el otro Guardia con el Todo Terreno.
–¡Que… te… jodan…! –la cara de María estaba cubierta de gruesos lagrimones producto del intenso dolor.
La rápida sucesión de contracciones, impidió que se pudieran alejar más que unos pocos kilómetros hasta llegar a una gasolinera. Para llegar al hospital más cercano con aquellas condiciones, habrían tardado más de dos horas.
El más joven de los Guardias Civiles, aparcó el todo terreno frente a la tienda de la gasolinera. Su pareja se había quedado en el lugar del atasco para dirigir las maniobras de los quitanieves.
José se apeó del coche corriendo hasta la tienda, la puerta de la cual fue aporreada con insistencia.
María, doblada por el intenso dolor, se sujetaba como podía al brazo del Guardia Civil, mientras lloraba desconsoladamente.
–¡Abrid por favor! ¡Emergencia! –José gritaba cada vez más nervioso.
Una joven con un uniforme azul y naranja les observó detrás del cristal de la tienda. Su cara, entre somnolienta y sorprendida, refulgía bajo los neones del establecimiento debido a la profusión de pearcings de su rostro.
–No puedo dejaros pasar –la muchacha no se mostraba muy segura de su afirmación pero eran normas de la empresa.
–¡Abra a la Guardia Civil! –el joven dejaba traslucir en su voz el pánico que sentía mientras sostenía como podía a la inquieta mujer.
La puerta se abrió y la peculiar joven permitió el paso al trío apartándose a un lado.
–¿Va a parir aquí? –preguntó la adormilada muchacha.
–¡No, subnormal ¡¡He venido a tomarme un refresco! –Los gritos de María se habían convertido en verdaderos alaridos de angustia– ¡Cabronazo! ¡Sal de una puta vez de mi tripa!
Entre los tres, acomodaron como pudieron a María sobre el estrecho catre que tenía la gasolinera para imprevistos como aquél.
José miró esperanzado al Civil, el cual negó con la cabeza. El Guardia miró a la joven gasolinera, la cual puso los ojos como platos y negó enérgicamente.
–¡Levantadme las caderas, imbéciles!
El Guardia Civil, llamó desde el teléfono de la gasolinera solicitando instrucciones al hospital más cercano.
Entre alaridos que le ponían los pelos de punta al tipo más duro, María fue dilatando, mientras la cabeza del bebé se insinuaba entre sus deformados labios mayores, entre un constante fluir de sangre, líquidos viscosos y orina.
Con un grito inhumano, desgarrador, la joven apretó con todas sus fuerzas expulsando la cabeza del niño fuera de sus entrañas.
El joven Guardia Civil, estaba preparado para recibir la pequeña cabeza entre sus temblorosas manos.
–Dicen que ahora introduzcas la mano para ayudar a sacar los hombros del niño –La joven de los pearcings con el teléfono al oído, dictaba las instrucciones que debía seguir el miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
José lo observaba todo ojiplático sin atreverse a intervenir, mientras su mujer aullaba presa de dolores atroces. María quiso morirse cuando la cabeza se abrió paso por su vagina, desgarrando aquellas sensibles carnes.
Con un último esfuerzo por parte de la exhausta María, el Guardia Civil pudo sujetar completamente el cuerpecito del bebé entre sus brazos.
La dependienta de la gasolinera corrió a limpiar al bebé con las toallas que habían preparado al efecto. Mientras, el picoleto recogía la placenta de la joven.
–Anda si es rubito –dijo la gasolinera cuando hubo limpiado al enrojecido bebé y se dirigía a apoyarlo sobre el pecho de su madre– ¿Cómo se va a llamar?
–Agua… dadme agua… –la voz de María era apenas un susurro inaudible.
–Pues hijo de María y nacido en la madrugada del 25 de diciembre, se debería llamar Jesús.
–Pues es un cabronazo Jesús, lo que me ha hecho sufrir –la voz de la joven tras beber agua se escuchaba algo más clara—me cago en tu padre Jesusito, qué mal me lo has hecho pasar.
María besó la frente de su niño y lo arrulló contra su pecho.
–Bueno… Feliz navidad… –dijo tímidamente la joven gasolinera.
–¡Feliz Navidad! –sonrieron el trío convertido ahora en cuarteto, mientras Jesús había encontrado el tan deseado pezón y se dedicaba a beber glotonamente sin necesidad de brindar con nadie–puta navidad susurró María sin que nadie la oyera.
Un recuerdo acudió a la mente de María, cuando sintió los labios en su crecido pezón. Una sonrisa traviesa se dibujó en su agotada cara.
–Feliz Navidad mi niño.
Nota: Guardia Civil es un tipo de Policía dedicado a las zonas rurales y al tráfico por carretera. También se les conoce como picoletos.
Dedicatoria: Pues a Luna, gasolinera de uno de los relatos de Moonlight