Navidad en familia.

La mejor Noche Buena que nunca imaginé.

Recuerdo la Noche Buena del año en que tenía once años. Mi familia tenía un negocio familiar y la verdad es que no nos faltaba de nada. Como todas las celebraciones importantes, aquella noche la pasamos en la gran casa que tenían mis abuelos Juan y Ángeles. Juan tenía cincuenta y ocho años, era alto y conservaba un buen cuerpo aunque se le notaba ya los años, canoso y siempre muy divertido. Ángeles era una mujer que gracias al ejercicio y algún retoque de cirugía, tenía un cuerpo muy excitante a sus cincuenta y cinco años, en más de una ocasión me he masturbado pensando en ella, siempre cuidaba mucho su imagen.

Allí íbamos las familias de sus tres hijos. Por un lado la de su hijo mayor, tito Juan de treinta y cinco años. Éste hacía mucho ejercicio y tenía la misma manía que su madre en cuanto al físico, se le podía encontrar siempre en la empresa trabajando o en el gimnasio. También era alto como su padre y mucho más musculoso. Era el orgullo de su madre que siempre le dedicaba algún piropo.

Tita Esther era su mujer y con la misma edad. Era preciosa y siempre me tuvo enamorado de sus hermosos ojos azules. No necesitaba pasar por el gimnasio, aunque su marido insistía, su hermosura y su cuerpo eran un don de la naturaleza que cuidaba sin mucha dificultad. El volumen de sus pechos y ese culo respingón y redondo fueron inspiración para mis momentos de soledad. Nunca tuvieron hijos, si la naturaleza le dio el don de la belleza a Esther, le negó por siempre poder transmitirla teniendo hijos. Siempre pensé que si me hubieran dado una prima tan hermosa como mi tía, me hubiera casado con ella.

Después estaba mi madre, Marta de treinta y dos años. Qué puedo decir de mi madre. No era tan exuberante como mi tía Esther. Sus pechos eran más pequeños, tenía unas anchas caderas con un abundante culo, pero lo que mi madre tenía por encima de cualquier mujer eran unas piernas largas y bien formadas. A veces acompañaba a su hermano al gimnasio, así que se conservaba en buena forma física. Algunas veces he dormido con ella y, con disimulo, acariciaba sus hermosas piernas y me ponía bastante caliente con el tacto de su suave piel. Yo no tenía padre, por desgracia murió en un accidente de coche cuando yo sólo tenía dos años, así que apenas lo recuerdo, aunque me cuentan entre todos lo bueno y divertido que era, además llegó a ser la mano derecha de mi abuelo en la empresa.

Además aquella Navidad estaba con nosotros tita Pilar. Era la pequeña de la familia. Tenía treinta años y nunca tuvo un novio que le durara el año. Le gustaban mucho las fiestas. Para nuestra sorpresa venía con Raúl, un tipo bastante guapo y elegante, además era muy educado y en apenas dos horas tenía a mi abuela entregada en una conversación. A todos le agradó que viniera con él pues aquello significaría que podía haber asentado la cabeza, pero cuando se enteraron que sólo tenía veintidós años hubo algunas quejas, pero si normalizaba su vida no importaba la edad de él.

El veinticuatro por la tarde llegamos a casa. Allí estaban mis abuelos esperando como siempre a que todos sus hijos estuvieran en casa. Salimos del coche y corrí para saludar a mis abuelos que nos esperaban en la puerta de la casa.

-¡Hola hijo! – Me saludo mi abuelo - ¡Qué grande estás!

Mi abuela anduvo hasta abrazar a mi madre y darle dos besos. Después fui para mi abuela y la besé. Los cuatro entramos en casa y el servicio se encargó de subir todo el equipaje a las habitaciones. Llegamos al salón y allí estaban mis tíos Juan y Esther, me abracé a ella para besarla. Estaba hermosa sentada en aquel sofá mirándome con sus grandes ojos azules. Mi tío me gastó las bromas que siempre solía gastarme y después permanecí sentado en el regazo de ella para sentirla cerca de mí.

Charlaban de cómo les había ido el viaje y como marchaba la empresa. Mi abuela y mi madre hablaban de las ropas que vestirían esa noche. En fin que pasó un buen rato entre conversaciones varias cuando sonó el timbre de la puerta. Un momento después entró mi tía Pilar con Raúl.

-Buenas a todos. – Dijo y besó a todos los que allí estábamos expectantes de saber quién era él – Este es Raúl, mi novio… - dijo lo de "mi novio" esperando ver cual sería la reacción de todos.

-Hola, yo soy Ángeles, su madre.

-Señora, pensé que era su hermana… - le dijo e hizo que la cara de ella se iluminara con una gran sonrisa.

-Yo soy Juan su padre.

-Señor. Estoy estudiando Administración de Empresas y muchas cuestiones las estudiamos en el entorno de las suya. Un honor conocerlo.

Él sabía que se tenía que ganar antes que nada a los padres de ella y la verdad es que la entrada no les desagradó. Saludó uno por uno a todos y después nos sentamos a tomar un café.

Ya casi eran la ocho de la tarde cuando mi abuelo llamó a los criados. Siempre trabajaban hasta las once de la noche, pero aquel día hizo que se marcharan para que disfrutaran de la Noche Buena con sus familias. Todo estaba preparado para la cena.

Entre todos preparamos la mesa del gran salón. Nos sentamos a comer sobre las diez de la noche y hablaron de todo un poco. Después nos sentamos es los sillones y yo puse música en el equipo para sacar a bailar a mi tía Esther. A continuación Pilar y Raúl se unieron a nosotros y salvo mi tío Juan, todos nos divertíamos bailando y jugando en aquel salón.

Pusieron una película y fue cuando yo quedé dormido. Recuerdo que me despertaron y mi tío Juan me llevó en brazos hasta mi cama. Mi madre me desnudó y quedé dormido.

-Duerme y por la mañana veremos que regalos te trae Papa Noel. – Fue lo último que le escuché a mi madre.

Abajo, todos bebían y se divertían. Mi abuelo no bebía normalmente, pero en las fiestas sacaba sus mejores licores y gustaba de beber acompañado de su hijo y de cuantos se les unieran. Así los tres hombres bebían y charlaban reposando la cena en un fabuloso sofá mientras mi abuela decidió hablar con su hija Pilar.

-Pili, ayúdame a llevar esto a la cocina. – le dijo.

Entre las dos cogieron una gran olla y la depositaron en una mesa que allí había. Pero mi abuela no quería llevar aquello allí, lo que quería era hablar con ella de su nuevo "novio".

-Hija, parece buen hombre, pero ¿no es demasiado joven?

-Tal vez mamá, pero es bueno y me encuentro muy a gusto con él, tengo la esperanza de que lo nuestro dure para siempre. – Aquello animó a su madre que esperaba con ansiedad el día que ella se casara. – Además, está bien dotado y me vuelve loca en la cama.

-¡Hija! No digas eso.

-Venga mamá, sé que siempre te pone un buen rabo… - y con las manos le indicó el tamaño aproximado.

-¡Eso no existe! – dijo su madre con los ojos muy abiertos.

-Perdonad, dónde están los servicios. – dijo Raúl desde la puerta.

-Ven, te llevaremos. – Pili lo agarró de la mano y le indicó a la madre que los siguiera.

Sin que nadie los viera entraron en el servicio que había en el pasillo. Raúl estaba extrañado de que las dos entraran con él, pero conocía lo perversa que podía ser su novia y no le dio más importancia. Se acercó al inodoro y sacó su miembro para empezar a orinar. Cada una se colocó a un lado de él mientras descargaba.

-Es gorda, la verdad. – dijo la madre que empezaba a sentir como su sexo se humedecía.

-Espera y te mostraré hasta donde puede llegar. – Pilar esperaba que él acabara.

Poco tardó y entonces Pilar empezó a acariciar su miembro. Él desabrochó el pantalón y lo dejó caer. Ángeles se arrodilló al otro lado sin dejar de mirar como poco a poco aquello tomaba un aspecto verdaderamente gigantesco. Era larga, como de unos veinticinco centímetros, pero más impresionaba lo gruesa que era. Mientras la hija no paraba de masturbarlo, la madre se pasaba la lengua por los labios y comenzaba a pasar la mano por su sexo. Raúl las miraba y empezaba a calentarse cada vez más.

-Señora, desea probarla. – le dijo a Ángeles.

-Por supuesto. – dijo ella y se levantó, apoyó una mano en la pared y con la otra apartó su falda para ofrecerle su redondo culo.

Él alargó una mano y acarició sus glúteos durante un buen rato. Apartó las bragas a un lado hasta dejar al descubierto la raja de su culo y poder ver los depilados labios de su sexo. Se movió y se colocó detrás de ella con su imponente ariete apuntando a su culo. Ángeles sintió un momento de miedo, si se le ocurría meter aquello en su culo, la partiría en dos. Su hija se colocó debajo de él y chupo el gordo glande. Se la sacó de la boca y la dirigió a su madre.

-Despacio, no le vayas a hacer daño. – le indicó Pilar guiándolo. – Yo estoy acostumbrada a este tamaño, pero a ella nunca le ha entrado algo así.

-No te preocupes Ángeles, seré delicado. – le dijo agarrando sus caderas.

Ángeles sintió que salían más flujos cuando las manos de él la agarraron. Pilar dirigía su hermoso pene a la entrada de su madre mientras él se acercaba. La madre sintió la presión del grueso glande que empezaba a empujar en la entrada de su vagina. Pasó una mano por debajo y con dos dedos consiguió separar los labios. Notó la presión de la carnosa punta que se abría poco a poco paso en su interior separando las paredes de su vagina.

-¡Aaah, qué maravilla! – Gemía al sentir como se dilataba su interior - ¡Nunca imaginé este gozo!

Él empujaba un poco más para penetrarla por completo y paraba para que se fuera acostumbrando a su grosor. Le ponía caliente ver como la cara de aquella cincuentona se retorcía al penetrarla y se sintió más macho. Otro poco más adentro y ya sus huevos golpearon en ella. La sacó despacio hasta que su glande volvió a asomar envuelto por los labios de ella. Agarró fuerte su hermoso culo y con una violenta embestida la volvió a penetrar por completo.

-¡Aaah, so cabrón! ¡Me vas a partir en dos! – decía ella entre gemidos y gritos de dolor al sentir que el se clavaba hasta donde nunca había llegado ningún pene.

Ya hacía tiempo que no la penetraba ningún hombre joven y el vigoroso Raúl lo hacía de tal manera que le arrancaba enormes gemidos de placer. Agarrado a sus caderas le metía todo su pene a mucha velocidad. Temblaban las piernas de ella por el placer y clavaba sus unas en su mano al sentir un gran placer.

-¡Sácala que me voy a correr! – dijo ella.

La sacó en el mismo momento en que ella lanzaba de su sexo un gran chorro mezcla de flujos y orina mientras se convulsionaba por el orgasmo que estaba sintiendo. Para él era la primera vez que veía a una mujer correrse de aquella manera. Ella se sentó sobre el inodoro para acabar de tener el orgasmo mientras se tocaba su sexo.

Pilar se colocó al lado de él y lo masturbó apuntando a su madre. Él se puso rígido al sentir que se iba a correr. Ángeles acercó su boca al enorme glande y sintió como el primer chorro le llegó a lo más profundo de su garganta. Siguieron varios chorros más que cayeron por su cara y boca. Él se tuvo que sentar para no caerse por el placer de la corrida que había obtenido de las dos mujeres. Se limpiaron y dejaron el baño en orden para volver al salón.

Nadie los había visto salir del baño y dirigirse al salón. Entraron y se sentaron en uno de los sillones. Nadie los vio, pero todos imaginaban que algo habían hecho por la cara de felicidad que traía Ángeles que se sentó junto a su marido.

-¿Este año no me vais a dar mi regalo de navidad? – dijo el patriarca de la familia.

-Por supuesto cariño, - dijo su mujer – pero este año para las mujeres hay una sorpresa. Por favor Pili

-Vale mamá, no lo he hablado con él, pero supongo que después de lo que ya ha pasado no tendrá problema. – Dijo y se volvió para hablar con Raúl – Mira cariño, en este día y como regalo a mi padre, hacemos una pequeña orgía para que se levante el ánimo. - refiriéndose a su pene, pues ya le costaba más levantarlo.

-Pues… como tú quieras… - dijo él sin saber bien de que iba la cosa. – Tú dirás.

Entonces lo colocó en medio de la habitación y se arrodilló delante de forma que su padre pudiera verlos bien. Le sacó el pene, que aún estaba algo gordo, y todos exclamaron al ver tal aparato. El padre se alegró, "esto promete", su hijo Juan se lamentó "con eso no hay quien compita" y los ojos de las mujeres se abrieron de par en par.

-¡Dios, qué maravilla! – dijo Marta que se le hacía agua la boca.

-¡Vamos con él! – dijo Ángeles levantándose del sillón y dirigiéndose hasta donde estaban ellos.

Marta hizo lo mismo y las tres, Pilar, Marta y su madre estaban de rodillas delante de él. Los dos Juanes, padre e hijo, veían como las tres empezaban a chupar el hermoso miembro que en un instante tomó todo su tamaño y volumen. Se turnaban en darle chupadas. Pilar se levantó y empezó a besarlo mientras su madre se metía lo que podía en la boca y mamaba. Marta pasaba su lengua por los testículos y él, entre gruñidos y gemidos, las acariciaba. Padre e hijo, sentados en el sillón se habían quitado las ropas y se tocaban sus penes. El padre lo tenía fláccido, pero el hijo ya tenía una buena erección.

-Ven cariño, te espero. – le dijo el hijo a su mujer Esther.

-Nunca me ha gustado participar en estas cosas y este año no voy a hacerlo.

Entonces Marta dejó a Raúl y se dirigió al sillón donde estaban los otros. De rodillas se inclinó sobre el hijo y comenzó a mamar su pene. Éste se lo agradeció acariciando su cabeza. Después de unas mamadas se puso de pie y se quitó el vestido, quedó con un corpiño con liguero que sujetaba unas medias, no llevaba bragas y quedó al aire su hermoso sexo cubierto por pelos. Padre e hijo se dedicaron a tocar su cuerpo por todas partes.

Pilar se separó de Raúl y se desvistió mostrando las pequeñas bragas que cubrían su sexo sin pelos. Ángeles dejó de chupar y también se desnudó, se quitó las bragas y el sujetador, dejando libres dos enormes tetas que ofreció a él que de inmediato chupó sus pezones.

Serían las dos de la mañana cuando me desperté en mi cama. Había tenido un extraño sueño erótico. No lo recordaba bien, había sido algo así como que mi abuela lo hacía con el novio de mi tía Pili en el baño y que todos se liaban en el salón como si fueran animales en celo. Aquella misma tarde, mientras todos tomaban café y charlaban en el salón, había estado jugando en el despacho de mi abuelo.

Solía ir muchas veces a esa habitación e imaginar que yo dirigía la empresa. Cogía uno de los grandes puros y hacía que fumaba mientras tomaba grandes decisiones para ganar dinero. Cogía algún libro y, aunque no los entendía, los leía y me sentía importante. Cuando esa tarde cogí uno que estaba algo alto, cayó a mis pies una revista de pornografía. Con algunos amigos había visto en verano alguna, pero tener aquella allí sólo para mí, me excitó. La miré. Eran escenas en que hombres con grandes penes se los introducían a las mujeres por todos lados. Aquello me excitó y el calentón me duró hasta en mis sueños.

Entonces me fijé que estaba totalmente empalmado y con muchas ganas de orinar. Me levanté y entre en el aseo. Cuando salí no tenía ganas de volver a acostarme y decidí ir a la habitación de mi madre y echarme junto a ella, con el calentón que tenía me agradaría tocar sus muslos. Anduve en silencio por el oscuro pasillo hasta que llegué a la habitación de mi madre, entré y con la luz que entraba por la ventana, comprobé que no estaba allí. Seguiría hablando en el salón con mi abuela.

Entonces volví a andar por el pasillo y al pasar por la puerta de la habitación de mis abuelos pude ver que tampoco estaban. Me decidí a bajar y estar con ellos echado en algún sillón. Empecé a bajar por la escalera y la luz que salía del salón me ayudaba a bajar los escalones sin problemas.

A medida que bajaba empezaba a escuchar unos ruidos raros. La escalera acababa en frente de una de las puertas y allí podía ver a mi adorada tía Esther sentada y algo nerviosa. Una serie de gritos y gemidos llenaron mis oídos cuando entre en la habitación y vi la escena.

Esther miraba como mi abuela y mi tía Pilar estaban enganchadas al pene de Raúl, que con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás disfrutaba de la mamada que le daban. Casi al lado de la puerta pude ver como mi madre estaba a cuatro patas sobre el sofá y sobre mi tío y mi abuelo. Mientras se tragaba el pene de mi tío hasta el fondo, mi abuelo metía su cabeza en su culo y le chupaba todo lo que podía. Me empecé a excitar con aquella visión. Mi familia estaba haciendo una orgía de navidad.

-¡Paco, hijo mío! – escuché hablar a mi tía Esther que corría hacia mí para evitar que viera lo que los demás hacían.

Todos pararon. Mi tía me sacó en volandas y me llevó a mi habitación. Me pedía que me tranquilizara por lo que había visto e intentaba que no llorara. Yo no estaba llorando y menos inquieto. En realidad estaba bastante excitado pues se parecía al sueño que tuve un momento antes y mi pene reaccionó como con el sueño y estaba bastante erecto.

-¿Cómo estás? – dijo mi madre al entrar en la habitación medio vestida y preocupada. – No te preocupes por lo que has visto, son juegos de mayores.

-No me importa… - dije y las dos mostraban asombro en sus caras – lo que pasa que siento algo raro, no sé que es, pero mira como se me puso el pito.

Me bajé el pijama un poco y les mostré mi pene erecto. Aquello era chico pues aún no me había desarrollado, pero a las dos se les abrieron los ojos de par en par.

-¡Fíjate! Al alevín le gusta el sexo. – le dijo mi madre a mi tía – Ya que tú no quieres participar en nuestra fiesta, por qué no le enseñas a él todo lo que quieras

-Pero… es… - Esther no sabía que decir.

-No es tan hermosa como la de Raúl, pero serás la primera en usarla. – Mi madre la animaba – Os dejo para que aprovechéis. – y salió de la habitación.

Estuvimos unos minutos en silencio. Yo tenía cerca a mi tía Esther, con sus preciosos ojos azules, su pelo rizado, sus hermosas tetas… toda ella me excitaba más que tocar los muslos de mi madre. Entonces me hizo acostar en la cama y me tapó, se puso de pie a poca distancia y me habló.

-¿Has visto alguna vez una mujer desnuda?

-Hoy he visto una revista en la oficina del abuelo donde salían varias. – le dije para compartir mi secreto con la mujer que más me atraía, pero ella no pareció darle importancia.

-No, me refiero a verla delante de ti.

-No… he visto alguna vez a mi madre al salir del baño en ropa interior… - y no pude acabar la frase.

-¿Te gustaría verme desnuda?

No podía decir nada. Me temblaba todo el cuerpo por la excitación de poder ver a aquella maravilla de la naturaleza desnuda. Desde hacía varios años me sentía excitado cuando, en la playa o la piscina, la veía en bañador. Y allí la tenía, a poca distancia diciendo si la quería ver desnuda. Mi cabeza respondió moviéndose arriba y abajo.

Sus manos viajaron a su espalda y bajó la cremallera de su vestido. La tela cayó de sus hombros y aguantó el vestido a la altura de su pecho para mostrármelo tras pensar si debía hacerlo. Unos segundos después, que parecieron minutos, dejó caer sus ropas que quedaron enganchadas en sus anchas y bonitas caderas.

Un hermoso sujetador blanco de encaje sujetaba sus dos redondos y generosos pechos. Mi excitación aumentó al ver como se marcaban sus grandes y oscuros pezones a través de la traslúcida tela. Marcaban la tela pues estaban duros y pareciese que iban a romperla. Sin duda ella estaba excitada por lo que hacía.

Yo temblaba por la excitación y sentía extrañas sensaciones que nunca antes había conocido. No podía apartar los ojos de Esther, mi amada Esther que ahora se inclinaba para bajar su ropa por debajo de las caderas, sin apartar su mirada de mí. Sus brazos hicieron presión sobre sus pechos por ambos lados y los tuve directamente frente a mí al inclinarse, pareciendo más grandes aún.

Se puso derecha y la vi por completo, llevaba un porta liga y unas medias blancas a juego con su sujetador que marcaban sus caderas y sus largas y hermosas piernas. Además llevaba unas bragas blancas muy transparentes que dejaban ver el negro de los pelos de su pubis.

Se acercó a la cama y se quitó los zapatos, se subió en la cama a cuatro patas y pasó por encima de mí. Pude oler perfectamente el olor dulce de su perfume. Siempre me gustó acercarme a ella y disimuladamente olerla, pero aquella noche ella misma me ofrecía su olor.

Se puso de rodillas al otro lado de la cama y volvió a llevar sus manos a la espalda. Las movió un poco y después una de las manos la puso delante de los pechos para sujetar las copas del sujetador. Soltó la mano que tenía detrás y las tirantas cayeron por sus hombros. Con la mano de adelante agarró el sujetador y se lo quitó de una vez. Aparecieron ante mis dos pechos redondos, de piel suave y con unos pezones oscuros y de aureola pequeña, los dos estaban erectos por la excitación.

-¿Te gustan?

Yo seguía temblando y no podía contestar, fue mi cabeza la que de nuevo se movió para indicarle que sí. Entonces ella agarró una de mis manos y, acercándose a mí, me la colocó en uno de sus pechos.

-Son todas para ti, tócalas

Sentía en mi mano su pezón duro y comencé a acariciarla. Alargué la otra mano para tocar el otro pecho. Mi pene estaba a punto de estallar y no sabía que era lo que me pasaba. Estaba como en un sueño. Estaba mareado al sentir el cuerpo de mi adorada tía. Ella me destapó y empezó a acariciarme el pene por encima del pijama, se inclinó aún más sobre mí.

-Mámame el pecho como si fueras un bebé… - me pidió con una voz muy sensual.

Levanté un poco la cabeza y dirigí mi boca hacia aquel hermoso pezón erecto que me pedía lo chupara. Lo sentí en mi lengua y chupé de él.

-¡Aaah! – dio un grito y me asusté.

-¿Te he hecho daño? – le dije soltando el pezón preocupado por ella.

-No, todo lo contrario, sigue asiéndome eso, no te preocupes, no me harás daño aunque dé estos gritos.

Seguí chupando de nuevo y sentía como su mano se metía por dentro de mi pijama y calzoncillos y empezaba a tocar mi pene. Hasta ese momento sólo yo y alguna vez mi madre la habían tocado. Entre la excitación de ver desnuda a aquella mujer, tener sus pecho, mamar en uno y además sentir su mano acariciándome de arriba abajo mi pene, no sé que me pasó que sentí un placer inmenso que nunca antes había sentido y caí en la cama dando espasmos de placer.

-Así mi niño, sigue así. Te está gustando mucho. – me decía ella mientras acariciaba mi pelo sin dejar de tocarme el pene.

Cuando dejé de botar ella sacó la mano y se la miró. "Todavía no estás totalmente desarrollado" dijo al ver un extraño líquido que tenía en su mano. Entonces fue al baño y en breve volvió con unas toallas húmedas para limpiarme. Me desnudó por completo y después me limpió bien. Retiró todo lo que había en la cama y se acercó a mí.

-Veras como esto te va a gustar. – me dijo con aquella voz sensual.

Me fue besando por el pecho y bajó por mi barriga. Cuando llegó a la altura de mi pene, este se había levantado de nuevo sin tener que tocarlo. "Si que estás caliente" me dijo y sentí como empezaba a metérselo dentro de la boca. Sentía como lo chupaba y de nuevo mi excitación volvía a ponerse al máximo. Veía a mi tía de rodillas sobre mí, con mi pene en su boca, su culo redondo a poca distancia de mi cara y sus tetas botando al ritmo de sus chupadas.

Alargué la mano y empecé a acariciar su culo. Ella me miró y sonriendo me lanzó un beso. La sentía chuparme y me daba un placer tremendo. Se levantó y se tumbó en la cama boca arriba.

-Ven cariño. – dijo y me situó delante de ella que tenía las dos piernas dobladas y abiertas, ofreciéndome una visión perfecta de su sexo. – Quítame las bragas.

Torpemente por la excitación y por no haberlo hecho nunca, le quité las bragas. Ante mí apareció su hermoso sexo. Estaba cubierto de pelos. Los apartó y separó los labios de su raja. Pude ver una rosada vagina que empezaba a humedecerse cada vez más.

-¿Ves este bultito? – Me dijo tocándolo con un dedo - ¿Serías capaz de lamerlo con la lengua como si fuera uno de mis pezones?

-Probaré. – fue la palabra que acerté a decir.

Me incliné sobre ella y al olor de su perfume se le unían ahora otro extraño olor proveniente de su sexo. Saqué mi lengua y la pasé por aquel bulto. Lanzó otro gemido y sentí el sabor de su intimidad. Me gustaba su sabor. Gemía y me pedía que no parara de hacerle lo que le hacía. Al igual que con sus pezones, se me ocurrió succionar sobre su bultito. Cuando le chupé con toda mi fuerza ella botó, sus piernas se cerraron y me atraparon entre ellas sin poder salir. Aún así no dejé de chupar y su mano me agarró la cabeza a la vez que lanzaba más gemidos y gritos que cada vez eran más fuertes. Se retorcía y movía las caderas convulsivamente con lo que le hacía.

-¡Para, para! – Me dijo entre gemidos y con la respiración entrecortada - ¡Me muero de gusto!

Solté su bultito y pasé mi lengua por toda su raja sin saber bien que hacía. Le gustó y botaba cada vez que le pasaba la lengua llenándome de sus flujos.

-Súbete sobre mí. – me dijo y aquello sabía bien lo que significaba aunque nunca lo hubiera hecho. – Déjame guiarte.

Me levanté y me coloqué entre sus piernas de rodillas. Ella agarró mi pene y lo volvió a acariciar, mientras yo la veía desnuda delante de mí, con sus grandes y redondos pechos que caían a cada lado de su cuerpo por la fuerza de la gravedad. Sentí como tiró de mi pene para que lo acercara a ella y me dejé caer entre sus piernas. Mi boca estaba en su cuello y le di besos mientras ella guiaba mi pene hasta sentir el calor que procedía de su vagina. Con la otra mano me empujó el culo y dejé caer mi peso sobre ella mientras sentía como iba entrado dentro.

De nuevo ella daba pequeños gemidos y me rodeaba con sus brazos para acariciarme. "Así cariño, así" me decía y yo disfrutaba de ella flotando como en un sueño. Instintivamente moví las caderas y la penetré por completo. Me empecé a mover y a penetrarla, gemía y se retorcía debajo de mí. Con mi pene aún no desarrollado, no podía darle demasiado placer, pero su placer estaba en el hecho de que disfrutaba y se excitaba siendo amada por su sobrino, enseñándole como se le daba placer a una mujer. Yo no podía aguantar mucho y en apenas dos minutos de estar dentro de ella volví a sentir la dulce sensación de que mis testículos se vaciaban, ahora dentro de ella.

Me detuve cansado por el placer y me quedé sobre ella, la miré a los ojos y le di un suave beso en los labios. Me tumbé al lado de ella y la abracé. Ella me besó en los labios y me acariciaba mirándome orgullosa de ser la primera en poseer mi cuerpo. Poco a poco no venció el sueño. Antes de dormirme sentí como mi madre se asomó para vernos y cerró la puerta para dejarnos descansar.

Aquella fue la primera vez que tenía sexo con una mujer, con tan sólo once años, pero la verdad es que ella me enseñó mucho y además me hizo un seguimiento durante los años venideros, haciéndome perfeccionar mi técnica para darle placer a las mujeres, pero eso será otra historia.