Navidad con papá

La primera navidad juntos.

Hace algunos años, cuando todo empezó, mamá me sacó de la casa por mi embarazo. Estuve muy triste, como han de suponer, y por más que mi amiga Prisilla me dejó quedar en su casa, yo no me reponía de mi tristeza. Lo bueno era que acababa de terminar la escuela y estaba por entrar a la universidad una vez que naciera mi bebé. En esos días, yo no sabía qué sería de mí. Tenía a mis amigas, pero no podía abusar de su confianza por mucho tiempo. En verdad no sabía qué me esperaba al día siguiente.

Ya casi era navidad y gracias al cielo me llegó un mensaje de mi papá. Claro, mi amiga no sabía que él era un familiar mío, sólo lo conocía como el señor con el que me fui la noche en la que fui al bar. Me invitaba a quedarme en su casa un día antes de navidad para celebrar en privado y yo podía irme el día siguiente a pasarla con mi madre. Le respondí que sí, de inmediato, pero no le dije que mi mamá me había sacado de la casa. Pris me preguntó si él sabía de mi embarazo, a lo que yo sólo respondí que sería una buena forma de enterarse.

-          Uy, Janine, eres toda una piruja. – Me dijo como burla, pero orgullosa.

Al día siguiente me recogió en una plaza comercial y después de comprar algunas cosas, fuimos a su casa. Varias veces me miró con curiosidad a mi vientre, pero en ninguna se atrevió a decir nada. Está mal suponer que una mujer está embarazada, y él no quería cometer el error de insultarme. No quería tener riesgos. Sólo elogió mi vestuario, o sea mi vestido negro corto y mi cabello ondulado de ese día.

Ya en su casa, dejó las cosas en la mesa y quiso hacerme platica. Yo estaba callada, pero hubo algo que empezó a calentarme, y aún sigo sin saber por qué:

-          ¿y qué piensas estudiar, bebé? – me preguntó. - ¿te tomarás todo el año?

-          Sí. Todo el año, hasta después de algunas cosas.

-          ¿y cómo está tu mami? ¿está bien? ¿Sigue igual de bonita que cuando la conocí?

-          Creo que sí. Se ha conservado bien. – yo estaba en el sofá mientras él preparaba un poco de comida. Trataba de sorprenderme con sus habilidades en la cocina, aunque después me di cuenta de que sólo sabía hacer un par de platillos. - ¿Por qué? ¿la extrañas? – Luego me enteraría de que sí.

-          Un poquito, sí, pero creo que ya perdí la oportunidad. Igual me quedan los recuerdos. Ella estaba buenísima cuando tenía tu edad.

-          ¿Por eso la embarazaste?

Se detuvo brevemente, pero siguió preparando su comida.

-          Una cosa llevó a la otra. Yo no sabía que tú…

-          ¿Qué yo iba a nacer?

Suspiró mientras preparaba un sarten.

-          Perdóname, Janine. Debí estar con ustedes. No sabía… era muy joven… - se le cortó la voz, pero se repuso – pero estás aquí y nos conocimos bien.

Como dije, algo en todo eso hizo que me calentara. No sé si fueron las palabras de amor paternal o de cómo habló de mi madre, pero me levanté y me le acerqué en la cocina. Nos miramos por un momento, con mis brazos alrededor de él, y luego nos besamos. Noté su erección de inmediato, aun cuando no estaba su cuerpo centrado hacia mí.

-          Tienes una nueva oportunidad. – le sonreí. Me levanté el vestido hasta las tetas y le mostré mi pancita. Debía tener veintiséis semanas o algo así, como seis meses y medio. Ya se notaba, pero no era tan grande. Alguien podría confundirla con colitis o algo por el estilo. y él se quedó con la boca abierta.

-          Imposible. ¿no has estado con otro?

-          Con ningún otro hombre jaja – le dije traviesamente. Prisilla y yo, nos habíamos besado un par de veces cuando me había quedado con ella. No habíamos cogido, pero ya lo veía venir. Igual, quise exagerar la situación para emocionarlo.

-          ¿Entonces, esto es mío?

Me tocó la barriguita, y a pesar de que eso normalmente me provocaría cosquillas, me mojé todavía más. Lo tomé de su muñeca, y conduje su mano hacia la tanguita más traviesa que pude conseguir entre las cosas de Pris. Apagó la estufa con la otra mano, dejó el sartén, y me tomó de la espalda para besarme. La otra mano bajó más, por mi pubis depilado para la ocasión, hasta los labios que estaba empapados en mis juguitos llenos de amor. Tuve un sobresalto cuando uno de sus dedos entró en mí. En ese momento sólo aguantaba uno, pero con el tiempo podría resistir más. Igual me sentí en el cielo, y más cuando lo empezó a sacar y meter. Yo apenas podía respirar por los besos, y el calor de mi alma sobrepasaba el que mi cerebro podría resistir. Gemía, mientras él me miraba con seriedad, como si estuviera concentrado en capturarme y que yo fuera suya. Esos ojos me hacían excitar más, tanto que no me pude resistir a pedirle lo que mi cuerpo me imploraba en ese momento.

-          Quiero tu verga por favor.

Sonrió un poco y me dio vuelta. Su cocina tenía una mesa en medio, y me apoyé en ella, aún cuando creía que pudiese caerse por mi peso. Puso mi culo hacia él y abrí las piernas por insisto para que pudiera pararse entre ellas. Sentí la punta de su verga cerca de mis labios. Mi corazón se alborotó de sólo sentirlos. Gemí fuerte cuando pasó su glande por entre ellos para encontrar la tan ansiada cavidad que le daría una caliente y humeda bienvenida.

-          ¿quieres mi verga?

-          Sí, por favor. Ya no aguanto.

-          ¿te la meto?

-          Por favor. – le supliqué.

-          ¿y si te la meto, yo qué gano?

-          Llenarme de leche. Te ganas echarme toda tu leche adentro de mí. Échame toda la que quieras.

Empezó a meterlo, lo hizo lentamente.

-          ¡SÍ! ¡METEMELA TODA!

Lo que faltaba, por lo menos la mitad, la metió de golpe y yo gemí con fuerzas. Me tomó de las caderas y empezó a embestirme, primero lento y luego un poco rápido, pero siempre con fuerza. Resbalaba con facilidad, había mucha lubricación para que su verga se moviera a placer.

-          ¡Janis! – exclamó. - ¡Janis! – decía con cada metida.

-          Así me dicen… soy Janine, uy… tu hija… la hija a la que te coges… ay, ¡sí!... se la metes en la cocina porque… porque… - aumentó la velocidad y por lo tanto, la fuerza. Pero no quería dejar de hablar. Lo calentaba con cada palabra.

-          ¿por qué? ¿Por qué te cojo aquí? ¿Por qué te la meto aquí?

Apenas podía hablar. Mis gemidos se habían convertido en gritos y mi voz alcanzaba niveles que normalmente no alcanzaría. Quería más. Me daba con fuerza, pero quería más. Crecía en mi interior la sensación de gozo, esa sensación embriagadora que hay cuando uno está por explotar. Yo era muy joven, apenas mayor de edad, y tenía la verga de mi padre adentro de mí. No lo había visto en mi vida, lo conocí de forma fortuita en un bar y coincidió que había embarazado a mi mamá hacía años. Esa misma verga adentro de mí había vaciado su leche en el coño de mi mamá. Las mismas manos que la habían tomado de la cadera y jalado hacia él para meterse con más fuerza, ahora me tocaban a mí. Me tocaba las chichis, cada vez más grandes, me acariciaba la espalda y finalmente, con la izquierda me tocó el vientre.

-          ME LA METES PORQUE TE ENCANTA… AAAHHH, SÍ… TE ENCANTA QUE ME HAYAS… ME VOY A VENIR… AHH… TE ENCANTA QUE ME HAYAS EMBARAZADO…

Lo hizo con más fuerza. Su verga se hinchó aún más y sentí cómo se venía. Era como si hubiese conjurado todo su placer, pero me convino porque coincidió con el mío. Nos venimos al mismo tiempo. Lanzó toda su leche en mi interior mientras me la insertaba en lo más profundo. Me dolía, pero al mismo tiempo lo adoraba.

Se quedó jadeando, pero igual me la sacó. Yo me di vuelta para tenerlo de frente y con una sonrisa traviesa, me terminé de quitar el vestido que casi me colgaba del cuello. Aún tenía los zapatos de tacón y el collar que me había prestado Prisilla, que fueron suficientes para verme seductora, traviesa e inocente al mismo tiempo. Pero haberme despeinado me daba un toque extra, como de recién cogida.

Lancé el vestido al piso de la cocina como diciendo “vine a coger y no necesito esto por hoy”. Y sin perderlo de vista, me arrodillé (con cuidado porque los zapatos no eran los mejores para hacer eso) y tomé el mástil que salía de su pantalón abierto. Estaba lleno de leche y otros fluidos, goteaba de todo lo que nos había salido, pero eso sólo provocaba que tuviera más ganas. Por eso le guiñé el ojo mientras me lo llevaba a la boca. Lo metía y sacaba repetidamente. Al principio cerré los ojos justo como lo hacía cuando comía un pai de frutos rojos (mi favorito), pero me acordé que mi padre me miraba. Su cara de placer y de emoción me hizo mojar todavía más. Sentía como su espeso esperma empezaba a caer de mi vagina hasta el piso. Y creo que ver caer su semen combinado con mis fluidos hizo que se excitara más. Porque de nuevo se le empezó a parar.

Fue hermoso. Hermoso en verdad. Cada lamida lo llevaban al cielo. Cerraba los ojos y miraba al cielo como si le agradeciera a dios por haberle dado una hija tan buena. Yo era inexperta en eso de chupar verga, pero trataba de hacer todo lo que le generara una reacción positiva. Pero después de un rato me tomó del cabello y empezó a mover la cadera hacia mí. Empecé a preocuparme porque me la metía muy profundo en la garganta, pero había algo rico en sentirme utilizada. Era como si mi boca fuera una vagina, y yo pudiese verlo mientras la penetraba.

-          Ay, sí, Janine… ah, Janine… la mamas bien rico, Janine. – ahora lo hacía con más fuerza. – Quisiera cogerte todos los días… que fueras mi puta personal… quisiera que me la mamaras en la mañana antes de irme a trabajar… y que me esperaras con el coño abierto después.… Ay sí, Janine… tienes esa pancita y aún así quieres verga… eres mi hija y aún así me tienes con la verga en tu boca… ¿quieres mi verga? ¿Eh?... ¿quieres mi leche?... pues… pues… ahí te va… ahhhh.

Salió un buen chorro. No sé cómo lo sacó si ya había sacado una buena cantidad momentos antes. Pero me encantó. Me llenó la boca y me hizo toser por lo cerca que cayó de mi garganta. Cuando sacó la verga, todo se derramó por mi barbilla y me cayó en las tetas. No me di cuenta de que tenía los ojos llorosos, pero no por algo malo. Más bien me encantaba. Lo adoraba. Estaba orgullosa de lo que habíamos hecho y lo mejor era que de nuevo estaba lista para más.

Me toqué la barbilla y el pecho, y sintiendo ese maravilloso néctar varonil, lo miré y con la sonrisa más alegre que había tenido hasta el momento le dije:

-          Feliz navidad, papi.

Y sirvió para dar comienzo a una de las noches que marcarían un cambio en mi vida. Ahora veo ese evento como algo muy lejano, nebuloso. Esa niña sin aparente hogar, embarazada y sin estudios, fue lo que después se convertiría en lo que soy ahora. No ha pasado tanto, pero igual es algo lejano. No niego mi pasado, me sigue calentando siempre que lo recuerdo. Esos años con papá fueron inolvidables y he tenido la fortuna de compartirlo con algunos lectores (y lectoras) muy amables que he llegado a considerar como amigos por correspondencia. Tal vez no escriba tanto como otros escritores de este sitio, pero me gusta pensar que he ayudado a las fantasías de otros. Siempre prometo escribir más, pero es difícil porque, a diferencia de ese tiempo que acabo de narrar, ahora me encuentro acompañada de muchas personas y tengo que buscar el modo de esconderme para escribir un relato o para responder los amables correos que algunos me envían con mucho amor.

Por ahora me despido con la promesa de narrarles mis aventuras en el futuro próximo y espero que vivan su sexualidad al máximo. Hasta la próxima, y feliz navidad.