Navidad con magdalena

Como regalo de Navidad, la bella universitaria, Magdalena, hace feliz a su tío cincuentón y después es poseída por su padre.

1

Magdalena y Enrique, habían planeado una cena en compañía de sus amigos del Círculo. Sin embargo, el sábado veintidós, por la mañana, Enrique recibió una llamada de Federico, su hermano mayor, quien este año se había divorciado y no deseaba pasar la Nochebuena solo y preguntó a su hermano si podía estar con ellos. Enrique no pudo negarse, y comunicó el hecho a Magdalena, y se prepararon para recibir a su tío al día siguiente,

La cara del tío Federico se iluminó de especial manera cuando fue recibido por su espléndida sobrina, Magdalena. “Cada día que pasa te pones más hermosa”, la elogió él, tomándola de una mano para hacerla girar, como si estuvieran bailando, y así, el tío admiró el sinuoso y tentador cuerpo de su sobrina. Magdalena usaba un vestido negro, que dejaba sus blancos hombros al descubierto y se adhería a sus curvas como una segunda piel. La joyería plateada en su fino cuello y en sus orejas, resaltaba el rubor de sus mejillas y el tono carmesí de sus labios. Su cabellera negra, ondulada e impresionante, descendía a lo largo de la espalda de la joven universitaria, y los altos tacones negros causaban que a cada paso, sus redondas caderas se balancearan de modo sugerente.

A Magdalena siempre le había incomodado el modo en que su tío Federico la observaba, incluso desde que ella estaba en el colegio, clavaba en ella una mirada de deseo descarado, como lo haría cualquier albañil. Magdalena cayó en la cuenta que era la primera vez que veía al tío Federico desde que empezara a desempeñarse como amante de su padre Enrique, desde hace algunos meses.

Federico era algo más bajito que Enrique, de barriga más prominente, proporcional a su cuerpo recio. Usaba una barba que ya lucía entrecana. Se había divorciado debido a una aventura que tuvo con una joven de su empresa, pero no es que la ex esposa fuera una santa, tampoco. Federico portaba una bolsa con sendas cajas envueltas en papel de regalo, así como una valija color marrón y no titubeó para posar su ancha y tibia mano en la cintura de Magdalena. El calor de la mano de su tío, en esa ocasión, le transmitió otra clase de sensaciones, muy similares a las producidas por las manos de su padre-esposo Enrique cuando recorrían su cuerpo desnudo. Magdalena se sonrojó un poco, imaginando que pudiera suceder algo entre ella y su tío de más de cincuenta años, sin embargo, los ojos de Federico resplandecían con una luz extraña, como de quien sabe algo supuestamente secreto respecto de la persona a la que observa.

Enrique los recibió en la sala y tras las formalidades y bromas de ocasión, anunció que el almuerzo pronto iba a estar listo, y solicitó a la diosa que tenía por hija para que guiara a su tío Federico hasta su habitación. A Magdalena no se le escapó la mirada cómplice que los hermanos intercambiaron, y se preguntó, en su fuero interno, si Enrique había contado algo de su secreto a Federico.

Mientras recorrían el corredor y subían escaleras, Magdalena le preguntaba a su tío por sus primos y su ex tía. Federico tenía tres hijos: Felipe, Raymundo y Esther. Los dos varones ya se habían casado y vivían aparte, en tanto que Esther, la menor, apenas unos meses atrás había cumplido los dieciocho años. Ella estaba devastada por la separación de sus padres, pero negociaron: la Navidad la pasaría con su madre, y el Fin de Año con su padre. Magdalena recordó a Esther con cariño, las dos se llevaban muy bien.

-Te preparamos el mejor cuarto, tío –dijo Magdalena, extendiendo uno de sus níveos brazos hacia el umbral.

Federico se adentró al dormitorio y puso la única valija que transportaba, sobre la cama matrimonial. Él se sentó al borde de la cama e hizo un gesto a Magdalena para que se acercara. Ella avanzó grácilmente hacia su tío y se sentó a su lado.

-Tengo un regalo para ti, Magdita –le anunció él, con su voz cavernosa, rebuscando dentro de la bolsa.

-No te hubieras molestado, tío, además, aún no es Nochebuena –replicó Magdalena, con su voz sedosa.

-No es ninguna molestia, sobrinita –dijo él, al tiempo que deslizaba un collar plateado con un dije en forma de cruz, también de plata, alrededor del delicado cuello de Magdalena. Ella se estremeció, tanto por el frío de la joya como por el contacto de los dedos de su tío en su carne.

-Es hermosa, tío, muchas gracias –dijo Magdalena, abrazando a su tío Federico, momento que él aprovechó para acariciar brazos, cabello y espalda de la sobrina, caricias que no pasaron desapercibidas a una Magdalena que ya no tenía un pelo de inocencia. Y así como su tío no retiró su mano izquierda de la espalda de la joven, ella posó una de sus manos sobre el muslo derecho de su tío, en un gesto de fingida ingenuidad.

-Caray, Magdalena, eres tan hermosa que hasta me arrepiento de ser tu tío, pues de lo contrario, no dudaría en hacerte la corte –le dijo él, besándole una mano.

Magdalena se ruborizó genuinamente, y sonrió: Qué exagerado eres, tío. Pero te agradezco el cumplido.

Acto seguido, Magdalena le dio un beso en la mejilla, que duró más de lo normal y se puso de pie, sonriendo. “Te veré en el almuerzo”, le dijo ella, y se aseguró de contonear muy bien su portentoso trasero para el placer visual del tío Federico.

2

Magdalena se reunió con Enrique en su despacho privado. Caminó hacia él y rodeó su cuello recio con sus brazos, y la hija besó al padre con inusitada pasión, sus lenguas intentando escabullirse al fondo de la garganta del otro.

-El tío Federico está más afectuoso conmigo, que de costumbre. Me preguntaba si le habías dicho sobre nosotros –dijo Magdalena, sin pelos en la lengua, aún abrazada a su macho, bajando su vista hacia la cruz de plata que reposaba en medio de sus abultados senos.

Enrique acarició su cara y le dio un beso tierno en los labios. Se sentó en un sofá y se sacó el tieso pene, que apuntaba al cielo. Magdalena se hincó ante su padre para aferrarle la pija y empezar a chupársela. Enrique suspiró complacido, viendo los sensuales labios de su princesita muy apretados contra su carne trémula.

-Tu tío está enterado de todo –le confesó Enrique. Magdalena no detuvo la felación incestuosa en ningún instante-. Estaba muy alicaído con esto del divorcio, así que decidí darle el mejor regalo de Navidad posible –Magdalena lo miró a los ojos, mientras trazaba círculos con su lengua alrededor del glande hinchado de su padre, a la expectativa-. Tú eres ese regalo, Magdalena, quiero que hagas a tu tío muy feliz, porque al hacerlo, yo seré feliz también.

Magdalena volvió a tragarse el fierro de Enrique, ejecutando una de sus mejores mamadas, su nariz casi rozando el vello púbico. Luego, sacó el pene resplandeciente de saliva y dijo a Enrique: Lo que sea que te haga feliz, mi amor, yo lo haré gustosa –y la siguió chupando hasta que Enrique rugió y eyaculó en la boca de su hija. Magdalena, ya fogueada, se lo tragó todo y abrió su boca para que Enrique pudiera constatar que no había rastro de semen.

-Ningún manjar me gusta más, papi, que comerme a mis hermanitos –dijo ella, seductoramente.

-Eres la caníbal más hermosa del mundo –contestó él, antes de inclinarse hacia su hija hincada y besarla apasionadamente, sujetándole la cabeza con sus dos manos.

3

Más tarde, el almuerzo transcurrió con normalidad. Estuvieron presentes algunos socios y clientes, tanto de Enrique como de Federico, y alguno que otro intentó coquetear con Magdalena. Finalmente, los invitados se marcharon y Enrique, a eso de las cinco de la tarde, despachó a la servidumbre. Quizás sea oportuno señalar que algunos de ellos ya tenían sus sospechas sobre el exceso de días libres que su patrón les otorgaba, pero como ellos eran los beneficiados, las sospechas no pasaban a más.

Como a las seis de la tarde, cuando el cielo comenzaba a oscurecer, Magdalena, Federico y Enrique degustaban un vino tinto en el despacho privado de éste. El hogar cobijaba un fuego que proporcionaba una agradable y oportuna calidez. Los adornos navideños también estaban presentes. Federico y Enrique se habían sentado en dos sillones, mientras que Magdalena se había acomodado en el mismo sofá largo en el que horas antes, hubiera convidado sexo oral a su propio padre.

-Óyeme, hermano –dijo entonces Federico, cortando la conversación sobre el clima y los negocios-, déjame decirte que te envidio mucho, porque siempre estás acompañado por este ángel, esta diosa preciosísima.

Magdalena se sonrojó de nuevo, pero se rió, agradeciendo las lisonjas de su tío. Enrique sonrió a su vez, y Magdalena comprendió que todo estaba listo, los dos hombres tan sólo esperaban que ella cumpliera la orden emitida por su amo y señor.

-Tío, antes me dijiste que por poco te arrepentías de ser mi tío pues, siéndolo, no puedes cortejarme –y mientras decía esto, se puso de pie, y sus manos se dirigieron hacia el lazo que ceñía su vestido azabache por la cintura. Tras desatar el lazo, Magdalena dejó caer la prenda alrededor de sus pies, para detenerse ante su atónito tío, solamente con sus tacones, sus zarcillos plateados y el collar que Federico le obsequiara, con su cruz plateada reposando en el intersticio en medio de los dos magníficos pechos de la universitaria-, déjame preguntarte, tío, ¿quién dice que por ser mi tío no puedas amarme? –le retó ella, hasta hincarse como ramera en medio de las piernas de Federico, cuyos ojos estaban muy abiertos.

-En… Enrique, ¿estás seguro de esto? –tartamudeó él.

-Ella es quien lo desea, hermano –fue la respuesta de Enrique, de espaldas a Magdalena, sentado en su sillón.

-Es mi deseo que seas feliz, tío, además, sé que te mueres por poseerme, me encanta cómo me ves, ¿qué tiene de malo que desee cumplir tus fantasías? ¿Qué tiene de malo que nos amemos con más intensidad? –dijo Magdalena, mientras escrutaba los pantalones de Federico hasta hacer brotar su pene, oscuro y grueso, muy duro, con las venas muy marcadas. No era más largo que el de Enrique, pero sí más grueso. Federico suspiró cuando su sobrina lo tomó para pajearlo despacio.

-No puedo creer que esto esté sucediendo, ¿tienes idea cuántas veces me hice la paja imaginando que estábamos cogiendo? –dijo Federico, sus manos clavadas en los brazos del sillón y sus ojos cerrados.

-Y en esas fantasías tuyas, ¿qué cosas me hacías? ¿Cómo me portaba yo?

-Eras muy guarra, y me la mamabas mucho, me cabalgabas, te la dejaba ir por el culo… -en esto, Federico suspiró repentinamente, cuando su pene rechoncho desapareció en medio de las fauces de su sobrina, hambrienta de carne masculina. Federico se tensó mientras Magdalena empezaba a mamársela lentamente.

Tras ellos, Enrique se la jalaba, poseído por el infinito morbo de ver a su propia hija, la bellísima Magdalena, su culo perfecto iluminado por el fuego del hogar, arrodillada, desnuda, chupándosela a su hermano mayor. Federico se relajó y ya estaba disfrutando la comida de pija, y acariciaba el pelo de Magdalena. “Chúpame las bolas”, le pedía, y su excitación era incontenible al constatar que su escultural sobrina obedecía sin rechistar, sus ojos iluminados de lujuria, sus rasgos tenuemente orientales convertidos en una máscara de deseo, de putería.

Entonces, Federico aferró la cabeza de su sobrina y la besó con toda el hambre que le llevaba, Magdalena correspondió como toda una escort bien pagada, posando sus manos en el rostro de su tío, sintiendo su barba. Magdalena le succionaba la lengua y respiraba pesadamente, era difícil determinar quién de los dos estaba más caliente. Magdalena volvió a comerle el mazo, pero con renovada furia, abriendo su boca al máximo para engullir más carne.

-¡Esta cipota es una maravilla! –exclamó Federico, llevándose una mano a la frente, que ya se mostraba perlada de sudor. Magdalena se aferró de su corbata para atraerlo nuevamente y besarlo, ella sonreía, gozando cada instante, y de reojo vio a su padre masturbándose.

Federico tomó a Magdalena de las manos y los dos se pusieron de pie. El tío y la sobrina volvieron a besarse, cual pareja de amantes, y Federico recorrió a su antojo el cuerpo de Magdalena, apretándole las nalgas y los pechos, arrancando gemidos rebosantes de concupiscencia a su sobrina. Luego, la acomodó sobre el sillón, indicándole que dejara sus piernas maravillosas colgando sobre los brazos del mueble. Federico se hincó ante ella y hundió su cara peluda en el sexo de Magdalena. Ella creía que nadie podría comerle el conejo mejor como lo hacían Pamela o Clara, pero estaba muy equivocada. Casi de inmediato, se estremeció y tembló sin control, clavando sus uñas en el cabello del tío Federico.

-¡Ay, mi tío, qué rico me estás comiendo! –exclamó ella, llevándose unos dedos a su boca, su cara enrojecida y sus pechos hinchados, todo un espectáculo para Enrique.

Federico lamía la rajita sensitiva de Magdalena, y usaba sus gruesos y cálidos dedos para estimularla, metiéndoselos en la vagina o en el recto. “Enrique le da duro por el culo a su niña, porque no lo tiene tan socado”, pensó Federico, en tanto prensaba entre sus labios el clítoris de Magdalena, haciéndola aullar de prohibido placer. Magdalena temblaba y se estremecía, cuando le daban sexo oral, se convertía en una muñeca nerviosa a merced de quien estuviera comiéndole la vagina.

Federico se puso de pie, considerando que Magdalena ya se encontraba en el punto justo para ser penetrada, y se desvistió ante su sobrina. Magdalena sonreía y resoplaba, muy dispuesta a ser poseída por aquél hombre cincuentón, gordo y velludo, que era su tío. Él la condujo hasta el sofá y se sentó, acomodándose de manera que su pene erecto fuera fácilmente montado por su sobrina. Magdalena se la volvió a chupar frenéticamente, y cuando la sintió muy dura, se subió sobre su tío y se dejó penetrar. El grueso pene de Federico iba arrancando una cadena de suspiros y gemidos a la guapísima Magdalena, quien disfrutaba cada milímetro de carne que iba ingresando en ella, pudiendo sentir las venas del pene. Magdalena extendió sus brazos hacia atrás para apoyar sus manos en los recios muslos de su tío-amante y aulló de placer cuando su vientre se fundió con la carne de Federico. El tío y la sobrina constituían un solo ser unido por las más bajas pasiones.

Magdalena empezó a impulsarse, su cara muy roja, sus pechos inflados fueron el objeto de mayor atención de Federico, quien abría sus ojos desmesuradamente, aún sin poder creer que estaba cogiéndose a su sobrina. “¡Qué rica está tu paloma, tío!”, suspiró ella, “¡me encanta!”.

-Te la voy a venir a dar más a menudo –balbuceó él, ebrio de placer.

-¡Ay, sí, tío, venga más seguido para darme esta vergota suya! –exclamó ella a su vez, acelerando sus embates, sus carnes resonando como aplausos. Federico le magreaba los senos, y acariciaba sus brazos, muslos, abdomen, toda su sobrina era perfecta, le metía dedos en la boca, los que Magdalena chupaba sin dudar, o mordisqueaba. La cruz plateada saltaba y bailoteaba sobre los pechos de Magdalena, que subían y bajaban velozmente, según el ritmo que tomara la insaciable apsara.

Federico tomó la cabeza de Magdalena para atraerla contra la suya, para besarse mientras la cópula incestuosa alcanzaba su nivel más frenético. El tío y la sobrina jadeaban, sudaban copiosamente, se decían cuánto se amaban y además, obscenidades. Federico la aferró de sus redondas y carnosas nalgas para impulsarla hacia arriba y dejarla caer; Magdalena se puso más escandalosa. En la recta final, Federico la sujetó de su fina cintura para controlar su cabalgata, en tanto ella rodeó su cuello con sus brazos sin dejar de besarlo con lengua. Federico le metió un dedo en el culo y Magdalena empezó a chillar como una loca, como una poseída.

Fueron los espasmos orgásmicos de Magdalena que provocaron la corrida de su tío, las venas de su cuello hinchadas, su tez tan enrojecida como la de su curvilínea sobrina. Magdalena se arrodilló ante su tío y abrió su boca para recibir los candentes chorros de esperma de Federico. “¡Así es, trágate a tus primitos, zorra!”, rugió él, en tanto bañaba de lefa el rostro y busto de su sobrina, que resoplaba tras el esfuerzo. Después, Magdalena limpió con su boca el pene de su tío, resoplando ruidosamente, su lengua aviesa desplegada con inusual hambre.

Enrique, con su miembro muy duro, totalmente desnudo, tomó a Magdalena por sus caderas, y ella se apoyó de nuevo en los gruesos muslos del tío Federico, cubiertos de abundante vello. “Eres mi gorila lindo y pingón”, le susurró Magdalena a su tío antes de volver a besarlo en la boca, mientras Enrique iba penetrándola. Federico acariciaba la hermosa cara y los pechos de su libidinosa sobrina, mientras su hermano menor la cogía, y Magdalena lloriqueaba como una loca, muy necesitada de alcanzar su orgasmo. Enrique se aferraba de sus nalgas y la bombeaba con mayor fuerza, hasta que la hija y el padre alcanzaron juntos el clímax, gritando como si fueran víctimas de torturas, Enrique estalló muy adentro de Magdalena.

Los tres se dejaron caer sobre el sofá, respirando con pesadez, a causa de la faena, bañados en sudor. Los hermanos no vacilaron en manosear y acariciar el estupendo cuerpo de Magdalena a su antojo, y ella se turnaba para besarlos y pajearles sus pijas no tan fláccidas.

Magdalena se puso de pie y tomó su vestido que yacía sobre la alfombra. “Me iré a dar una ducha, la noche aún es joven, podemos festejar como hacen los conejos”, le guiñó un ojos a los hermanos y se marchó desnuda para bañarse.

-Creo que me voy a morir de un infarto si sigo cogiéndome a la Magdita –dijo Federico.

-Más tarde, nos la cogemos los dos –dijo Enrique-. Quizás podemos convencerla de que se deje hacer una penetración doble.

Federico casi acaba de nuevo al imaginarse a aquella belleza gritando y gozando, prensada entre dos penes.