Náufragos (4)

Realmente dormíamos bien, hasta que noté que Carlos se rozaba con mi culo...

17 de noviembre de 1620

Cuando pasó el primer mes estábamos ya bien adaptados a la isla, habíamos hecho una cabaña con palos, ramas y la tela de las velas.

Nos refugiábamos en ella para resguardarnos de la brisa fría durante la noche. Por el día nos tumbábamos a la sombra de las palmeras junto a la playa, para evitar el sol y el intenso calor.

Durante la noche, a veces nos quedábamos también en la playa, el cielo era fantástico, yo disfrutaba mucho contemplando las estrellas y ante ellas, en silencio, rezaba porque algún día apareciese un barco para rescatarnos, aunque sabía que las probabilidades eran escasas y trataba de no hacerme ilusiones.

Un día, durante uno de los paseos exploratorios de mis hijos, descubrieron una cueva oculta entre unos árboles, junto a la ladera de un risco rocoso.

Este descubrimiento también nos sirvió de mucho, pues más tarde llegaron las intensas lluvias y los huracanes, que destrozaron el toldo y la choza improvisada dejándonos sin lugar donde cobijarnos. De modo que tuvimos que resguardarnos en ella.

En la cueva también dormíamos los tres juntos pues sólo teníamos dos mantas y así no pasábamos frío, yo en medio y mis hijos uno a cada lado. Realmente dormíamos bien, hasta que noté que Carlos se rozaba con mi culo, en una serie suaves movimientos que me parecieron del todo obscenos. Pero el colmo llegó cuando sentí su miembro erecto presionar mis nalgas entre los muslos desde atrás.

De forma que tuve que tomar cartas en el asunto e improvisar una cama con hojas de palmera y restos de vela para que Carlos durmiese separado con una manta para él y Daniel y yo nos mudamos a otra cama similar con la otra.

A partir de ese momento las noches fueron más tranquilas, Daniel era sin duda más "infantil" que Carlos y en él sí podía confiar. Se abrazaba a mí y dormía toda la noche, o bien lo abrazaba yo e igualmente descansábamos confiadamente.

Esta decisión mía no gustó a Carlos, quien protestó airadamente al enterarse. Así que me lo llevé aparte y entonces le advertí seriamente sobre sus comportamientos nocturnos en noches pasadas. Él pobre quedó tan avergonzado ante mí, que no volvió a insinuar que durmiésemos juntos de nuevo.

Pero como el diablo está en todos los rincones y la tentación acecha, tras echarlo de nuestro lecho, le eché de menos, pues ciertamente dormíamos muy calentitos juntos los tres y yo en medio de mis dos chicos. Pero ya no había vuelta atrás, ahora no podía cambiar mi decisión.

Y lo que no prensaba que pudiese ocurrir en aquel ambiente ocurrió, empecé a sentir unas excitaciones nocturnas como ya no recordaba desde mi juventud, antes de conocer a mi marido, cuando todavía era virgen y mi cuerpo despertaba al calor de la madurez.

Hasta terminé cayendo en la tentación y entregándome en mis ensoñaciones, calientes y obscenas, recordando aquellos roces de Carlos, pero esta vez fui más allá con la imaginación y tuve vívidos sueños donde Carlos a se colaba y volvía a sentir sus roces contra mi trasero y me imaginaba como sería su miembro erecto, ¡cómo sería sentirlo ahí, en íntimo contacto!

Desesperada me dedicaba unas caricias íntimas para aplacar mis ardores, mientras Daniel inocentemente dormía a mi lado. Y después me entregaba a la culpa y al remordimiento por el resto de la noche hasta que el sueño me vencía.