Naufragios: Libertad

Octavo relato. Nos acercamos al final del ejercicio. Disfrutemos de esta lectura

NAUFRAGIOS: LIBERTAD.

A las cuatro de la tarde del 23 de agosto de 1987, los miembros de la directiva de TARSA, una de las empresas más prósperas de México, dedicadas a la venta de tabaco, hacían sus maletas, y se embarcaban en un crucero por las costas del inmenso Pacífico.

El único objetivo del viaje era el descanso y la recuperación de sus miembros, que tras quince días se verían de nuevo inmersos en la rutina profesional. Quizás otra razón por la que el dueño y señor empresario organizó la travesía, era el conocimiento personal entre sus trabajadores; pues siempre bajo la tensión del trabajo es difícil entablar otro tipo de relaciones.

Eran exactamente trece aspirantes al ambiente vacacional. Siete de ellos mujeres, seis varones de lo más caballeroso. Sus edades eran de lo más dispersas, la más joven, una mujer con sus veinticinco años era toda una ejecutiva agresiva. Adriana que así se llamaba, una mujer soltera y muy atractiva, de pelo largo rubio y ojos color miel.

La mayor de ellas rondaba los cincuenta y... era la directora de producción. Una mujer de carácter, viuda, con dos hijos mayores.

En cuanto a los hombres, cuatro de ellos tenían su vida hecha. Hombres de familia, educados, buenos mozos y trabajadores. Los otros dos restantes eran dos jovencitos con la carrera recién acabada, soñadores ambiciosos.

A parte de estos trece personajes, había un capitán de barco contratado expresamente para el viaje: Beto, un hombre de talante varonil, marcado físicamente por la vida marítima, cercano a los cincuenta pero aparentemente envejecido, víctima de los efectos solares. Rodolfo, su ayudante, era un joven estudiante aficionado a la navegación.

Todos ellos zarparon aquella tarde, alegres, ilusos, de camino al descanso. El sol brillaba con fuerza, en el cielo sólo se veían gaviotas, ni una sola nube se interponía entre los rayos solares.

La primera tarde y parte de los dos días siguientes fueron realmente agradables para todos, cada día se alejaban un poquito más de la civilización, adentrándose en el mar. Por el día, tomaban el sol y daban uso a la pequeña piscina construida en la cubierta principal. Las noches eran apacibles, impregnadas de un ambiente húmedo con sabor a sal. No faltaba la cerveza, y una serie de botellas interminables de alcohol. Ron Habana y el buen Chivas 15 años. El objetivo estaba saliendo a la perfección. Risas, tiempo de ocio y el buen comer, entre otros, ayudaron a fortalecer las relaciones entre los miembros de la conocida TARSA.

Conforme pasaban los días, la atracción entre hombres y mujeres brotaba como lo hacen las flores en primavera. Incluso los maduros hombres de su casa, como era el ejemplo de Joaquín, un individuo alto, moreno y atractivo, padre de un hijo con futuro prometedor, jefe de ventas, se había ido a fijar en la más joven de sus compañeras. Adriana, y sus dorados cabellos parecían estar volviendo loco al gran empresario. La quinta noche en el barco, tras beberse unas cervezas de más, Joaquín se acercó un tanto patoso a su admirada rubia, la cuál reposaba en una hamaca, en compañía de su copa a medio tomar. Charlaron amistosamente, lanzando miradas seductoras, gestos de complicidad. Había una conexión especial entre ellos. Adriana se levantó y despidiéndose de Joaquín se dirigió a su camarote. Él la siguió.

A los pocos minutos de esperar tras la puerta de la habitación de Adriana, Joaquín tocó...dulcemente la puerta. Tenía una excusa perfecta, ella había olvidado su chaqueta en la hamaca. Adriana abrió, y con cara de sorpresa y en camisón miró detenidamente a Joaquín, que alcanzó a decir:

Siempre hubo caballeros, señores y piedras de mechero...

Y con aires de señor, devolvió a la chica su chaqueta. Adriana, sola y melancólica por problemas que no vienen al caso, tomó a Joaquín del brazo invitándole a pasar. Se acercó a él, pegándose contra su pecho, haciéndole notar su respiración bajo su barbilla y su corazón tremendamente agitado...estaba temblorosa, padecía una lucha interna entre la moral y el deseo. Pero no tuvo tiempo de mucha reflexión, porque Joaquín agarrándola de la cintura la besó apasionadamente, acariciando su espalda en toda su extensión, bajando por sus nalgas dibujando su silueta a la perfección. Sus lenguas se encontraron, a un ritmo frenético. Los movimientos del barco no eran nada comparados con el poder de su iniciativa, de su fogoso e insaciable deseo.

Adriana...he soñado tantas veces contigo...

Dijo él...susurrando y alternando con cálidos besos en la femenina piel.

Las prendas comenzaban a caer, dejando al descubierto sus cuerpos, perlados en sudor.

Una de las ventanas de la habitación daba a la cubierta, a la popa. Muy cerca del lugar de trabajo de Beto, el navegante. Las luces estaban encendidas, el inoportuno encuentro era culpable de aquel desliz. Cualquiera podría ver la escena desde fuera. No era difícil que Beto o Rodolfo pasaran por allí.

Joaquín tumbó sobre la cama a su hembra, ambos desnudos, besándose incansables. Sus cuerpos eran recorridos por los labios del otro, lamidos por la lengua ajena, ensalivados, amados...deseados. Colocándose detrás de ella, ambos tumbados de perfil, Joaquín levantó con delicadeza una de las piernas de Adriana, dirigiendo su erecto pene de tamaño natural a la entrada de la cueva rebosante de jugos. Tras varios intentos en los que su pene resbaló recorriendo cada uno de los recovecos de la vagina de Adriana, logró introducirse dentro de ella, robándole un suspiro ahogado. Las manos de ella agarraban con fuerza las nalgas de Joaquín, en una necesidad imperiosa de sentirlo lo más profundo posible...

El descuido de las luces fue esencial aquella noche. Beto había avistado una pequeña isla a pocos kilómetros giró el timón. Rodolfo, que se dirigía a buscar un encargo, no pudo evitar pasar por allí. Casualidades de la vida; probablemente ese era su destino. La imagen le dejó petrificado. Se veía a la perfección, una película porno en directo, algo inimaginable para el chaval. Observó durante unos segundos y corrió a la timonera. Tras informar del suceso a su maestro de navegación, Beto acompañó al chico. La curiosidad pudo con él.

Joaquín y Adriana disfrutaban de su pasión, muy lejos de imaginar que estaban siendo espiados nada más y nada menos que por el navegante y su aprendiz. Beto se entusiasmó tanto con el espectáculo que descuidó el mando del barco. De repente una sacudida inmensa, violenta, acompañada por el sonido del crujir de las planchas hizo estremecer al barco. Beto y Rodolfo corrieron hacia el timón. Habían chocado, sin saber como, ni con qué. Al parecer el hueco formado en uno de los laterales del barco era tan profundo que no había forma humana de evitar la catástrofe que se les vino encima. El barco comenzaba a hundirse, a un ritmo vertiginoso. Todos pasajeros habían sentido el estruendo, incluso Adriana y Joaquín, que gozaban insaciables. Se vistieron dejando a medias el encuentro, y en pocos minutos estaban todos a proa, contemplando el rostro horrorizado de Beto.

Zafarrancho de abandono.... - dijo Beto con la voz entrecortada.

Los demás no articularon palabra. Sólo miraban... se miraban entre ellos, atemorizados.

¡A los botes! He avistado una isla muy cerca. Yo iré primero, ¡seguidme...!

Beto y Rodolfo soltaron las cuerdas del bote, y los quince subieron en él.

No tardaron mucho en alejarse. Vieron el hundimiento del barco en un abrir y cerrar de ojos.

Llegaron a la isla conmocionados, sin nada encima. Tan sólo lo puesto. Todas sus pertenencias descansaban en lo más profundo del océano. Para entonces, ya estaba amaneciendo, el sol hacía su aparición. Estaban solos, perdidos y sin nada. En medio de una pequeña isla desierta. Joaquín y Adriana, tenían sus manos unidas con fuerza, detrás de la espalda, evitando miradas ajenas o algún que otro reproche. Aún no eran conscientes del hecho.

Dejaron el bote en la orilla. Bajaron y se distribuyeron para analizar la isla, buscar alimentos y lo más importante, agua. Joaquín y Adriana desaparecieron juntos, atravesaron arbustos, juncos y palmerales. Ella sollozaba, caminando con la mirada perdida mientras Joaquín seguía sus pasos. En un momento de debilidad se dejó caer al suelo. El gran empresario, o lo que quedaba de él, se agachó y apretó a la joven Adriana entre sus brazos. La besó una y otra vez en la frente, enterrando su propia desesperación. De nuevo sus labios recuperaron el momento dejado atrás, pausado por la tragedia del barco. Tenían las ropas mojadas y estaban semidesnudos. Entre ajetreos, besos y achuchones escucharon el sonido del agua. Era un río, al parecer de agua potable. Al menos habían descartado la muerte por deshidratación, y descubierto un lugar para bañarse y...aprovechar el momento.

Se desnudaron, y se metieron al agua como críos juguetones, salpicándose, besándose y excitándose en medio de una isla sin escapatoria. Los instintos ya habían hecho su aparición, y no tardarían en aparecer en todos los demás.

Joaquín estaba asalvajado, poseído por el deseo y la intimidad. Sus gemidos eran inagotables mientras se dejaba hacer por Adriana. Ella acariciaba su pene por debajo del agua, totalmente erecto y apuntando al infinito y más allá. Joaquín la levantó sin mucho esfuerzo y la colocó sobre sus caderas, y ella rodeándole con sus piernas se dejó penetrar. Al principio con dulzura, una dulzura que se fue convirtiendo en ferocidad. Joaquín embestía con fuerza, siempre sin dejar de besarse y lamerse. Dos animales copulando en medio del río.

Mientras los demás buscaban algún posible alimento, no mucho más que árboles frutales. Estaban cansados, no habían dormido y la nueva situación les tenía a todos en un estado de confusión terrible. No era fácil asimilar que no había forma posible de ser rescatados, al menos en mucho tiempo... quien sabe cuánto.

Joaquín y Adriana seguían su cópula eterna. Gritaron desfallecidos cuando un espasmo se apoderó de sus cuerpos. Desplomados de placer, y arropados por el agua recuperaron aliento. Debían volver al punto de encuentro y anunciar el descubrimiento del río.

Una vez reunidos todos, compartieron hallazgos. Amontonaron las frutas, entre ellas plátanos, cocos y alguna que otra piña. Era todo lo que tenían.

Beto y Rodolfo estaban unidos, unidos por el sentimiento de culpa de haber sido culpables directos de la catástrofe. Nadie sabía por qué... sólo ellos. Conversando sobre su desliz se adentraron entre la maleza, observando el terreno. Una de las veces en las que Rodolfo se giró para comentarle algo al capitán del barco hundido, le sorprendió acariciándose la entrepierna por encima del pantalón. Beto se dio cuenta...

Uno tiene instintos, muchacho...

Rodolfo se acercó y tímidamente imitó al capitán.

¿Puedo?

  • Dijo tembloroso.

Claro... cómo no.

Beto bajó la cremallera de su pantalón, y se sacó aquel instrumento de mediano tamaño y de grosor considerable. Comenzó a masturbarse delante del chico, y éste, arrodillándose puso su boca a la altura del hinchado y enrojecido miembro. Beto comenzó a moverse, metiendo y sacando el pene de la boca de su aprendiz. Mientras tanto, Rodolfo dejó salir el suyo, que oprimía con fuerza sus pantalones. Se masturbaba y lamía firmemente el pene de Beto, que se volvía loco de placer. Fue Rodolfo el que primero dejó caer su semen sobre la tierra, apretando con fuerza el pene de Beto, aprisionándolo entre sus labios. El fogoso capitán llegó a su punto cumbre, rociando la cara del chico. Su nariz, su boca e incluso su pelo, chorreaban de semen. Era todo un espectáculo digno de ver... y se vio. Fue a parar allí por motivos personales la mismísima directora de producción, la viuda sola y olvidada, que muy a su pesar se perdió la mayor parte del acontecimiento. Allí, tras la maleza estaban los tres. Beto y Rodolfo, con los pantalones en el suelo, y sus partidas de nacimiento en estado semiflácido.

Antonia, que así se llamaba la viuda, en aquellos momentos dejó de ser la directora de producción. Ahora era una salvaje, cuyos instintos habían sido despertados. Se abalanzó a ambos, con una mano a cada lado, acariciando esos dos fabulosos instrumentos que tenía a su entera disposición. No tardaron mucho en avivarse y recuperar su tamaño. Despojaron entre los dos a Antonia de su ropa. Su cuerpo era señal evidente del paso del tiempo, Beto acarició sus pezones y los acercó a su boca, mordisqueándolos y chupándolos a la vez que los amasaba. Rodolfo llevó su mano a la entrepierna de Antonia, y resbaló uno de sus dedos desde el clítoris hasta lo más profundo de su vagina, arrancando gemido tras gemido a la insaciable mujer. Beto la colocó a cuatro patas, poniéndose tras de ella la penetró sin miramientos. Los tres escucharon los sonidos que emitía el pene del capitán embistiendo contra las abultadas nalgas de la gran mujer. Antonia, engulló con ansia el regalo que Rodolfo tenía para ella mientras era copulada por Beto. Lamió su herramienta hasta más no poder. Posiblemente no había disfrutado tanto en su vida.

Agua, frutas, descontrol, desconcierto, abandono, soledad, confusión, instintos...y ellos mismos. Quince personas, una isla, una lucha de supervivencia. Joaquín y Adriana se embarcaban ahora en un posible romance. Antonia, el humilde capitán y el joven aprendiz desbordados por el deseo carnal. Los diez restantes mantenían la calma. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Hoy, a 17 de septiembre de 2008 recuerdo aquel hecho que marcó la vida de muchos. Es lógico preguntarse... ¿qué sucedió con TARSA, mientras sus más importantes miembros estaban atrapados en una isla desierta? ¿Cuánto tiempo estuvieron allí...? ¿Quién fue testigo de todo esto? Pues bien, TARSA siguió en marcha. Familiares y socios ayudados y respaldados por conocidos introducidos en el campo empresarial consiguieron mantenerla a flote. Nos sustituyeron. Fue exactamente un año lo que estuvimos allí. Pero un año es suficiente para muchas cosas. Para cambiar vidas, para empezar una nueva. El tiempo vuela, como las gaviotas que se avistaban desde el barco. Durante la estancia perdimos muchas nociones, entre ellas la del tiempo.

El día 1 de Septiembre, cuando un helicóptero vino en nuestra busca, no se encontró con los 13 ambiciosos, ni con los 13 luchadores, trabajadores, empresarios competentes. Encontraron a 13 personas conviviendo como salvajes, descuidados, sin querer nos convertimos en animales. A la vuelta, algunos recuperaron su trabajo, otros no, e incluso perdieron mucho. Joaquín y Adriana ahora viven juntos. Él dejó a su mujer para casarse con ella. Tuvieron un bebé en la isla, una niña a la que llamaron Libertad.

Beto continúa con sus barcos, Rodolfo es independiente. Antonia murió a causa de la enfermedad maldita 5 años después.

Y yo... Yo soy uno más, uno que estuvo allí quizás más observador, que en vez de participar me mantuve al margen. Pueden llamarme "voyeur".

Y sí... libertad , para mí y para todos, esa es la palabra perfecta que define nuestras "vacaciones".

Autor: Escorpiona