Naufragios: Háblame del mar, marinero

Cuarto relato de la serie escrita por diez autores diferentes, embarcados en un original ejercicio narrativo.

NAUFRAGIOS: HABLAME DEL MAR, MARINERO.

1. La tripulación.

Estás dictándole a Gloria el escrito de demanda de un pleito particularmente enrevesado. Entra Ana:

He localizado las sentencias del Supremo que me pediste.

Gracias, cielo.

Es un "gracias, cielo" maquinal, producto de la costumbre de años. Ana sigue en pie, frente a tu mesa de despacho, observando a Gloria. Si las miradas matasen…

¿Sí

? –la interrogas.

No es nada

  • tuerce el gesto.

Se va.

Gloria y Ana. Ana y Gloria. Ana, alta, rubia, delgada. Gloria, rellenita, morena, menuda. Ana, ojos azules, pechos breves, caderas estrechas. Gloria, mujer guitarra con la noche en los ojos. Ana, chapada a la antigua, fría, calculadora. Gloria, espontánea, una mujer de hoy. Ana, blusa blanca y pantalón gris. Gloria, muslos, muslos, muslos, muslos gloriosos, muslos apetecibles, muslos morenos, muslos de mujer-mujer emergiendo de la brevísima mini azul marino, y pechos llenos, redondos, rebeldes, mal contenidos en el top ajustado. Ana, huesos. Gloria, carne. Sabe mucho la Iglesia. No hay un pecado de los huesos. Sí hay un pecado de la carne. Ana asexuada. Gloria, supersexo. Ana, el ying . Gloria el yang . Tú en medio y los tres en el mismo despacho. Ana, abogada. Gloria, administrativa. Ana, tu legítima, tu esposa en Cristo Jesús, lo que Dios ha unido no lo desate nadie. Gloria, tu secretaria, el caramelo que nunca te llevaste a la boca aunque te mueres por hacerlo. Ana sospecha. Observa. Espía. Tiene celos. Presiente, adivina una rival. Si las miradas matasen…

"Samaniego abogados". Un buen bufete, especializado en Derecho Mercantil. Tres letrados: Carlos Samaniego, el socio más antiguo que da nombre al despacho, su sobrina preferida, que es precisamente tu mujer, y tú. También tres administrativas, aunque solo tienes ojos para Gloria. Pasas de las otras. No existen para ti. Ana huele tu devoción por Gloria. Hay tensión. En el despacho. En casa. Allá donde estéis. Incluso ha intentado que despidierais a "tu chica". Los celos son así. Samaniego, pese a que Ana es la niña de sus ojos, se ha opuesto. Es una simple tregua. Las espadas siguen en lo alto.

Acabas de dictar.

Gracias, Gloria. Luego te llamo.

¡Cómo camina la condenada! ¡Cómo mueve el trasero a un lado y otro! Pam, pam, pam, pam. Cuatro pasos escasos hasta la puerta del despacho, pero en ellos cabe la esencia del universo, se aviva el fuego del infierno, se anuncia la belleza del amanecer. Entra Ana. El mundo se hace chato y la realidad vuelve a ser aburrida.

Reunión en la Sala de Juntas.

Y allá que vais.

2. Embarque y travesía.

A Carlos Samaniego le encanta convocar reuniones. Lo hace cada dos por tres. Aprovecha los motivos más nimios. Le gusta sentirse importante. ¿Acaso no es el fundador de la firma? Es un abogado magnífico, nadie se lo discute. Un águila para las fusiones de sociedades. Un lince en materia de quiebras. Pero también es muy pesado con las cosas del mar. Tiene barco –"Un barco ¿eh? Nada de barca. Un barco" presume- y consiguió el título de Capitán de Yate –"Cualquiera es Patrón de Yate. Capitán es ya harina de otro costal" sigue dando la vara. Se pierde por los símiles marineros. Los encadena. Cuando entraste en el despacho –tú mujer ya estaba- te dijo: "Bienvenido a bordo". Para él no hay sino singladuras y timones de nave. ¿Ganamos un pleito? Supimos llevar el buque a buen puerto. ¿No lo ganamos? Hemos perdido el rumbo. O la brújula. O el cuaderno de bitácora. O Dios sabe qué. Resulta gracioso oírle unos minutos. Soportarlo día tras día es toda una cruz.

Y bueno, ahí está con la vieja murga de que el despacho es el navío que ha de fondear en el puerto del éxito. Ahí está con la repetida obviedad de que vosotros sois sus tripulantes y tenéis que estar en permanente ojo avizor para sortear calmas chichas y temporales, para afrontar la maldición del escorbuto, la crueldad de los tiburones asesinos –los abogados contrarios, por supuesto- y la astucia de los calamares gigantes. Sigue diciendo tonterías y te arrullan sus palabras, te sumergen en un estado casi hipnótico, y, de rondón, ya no estás en la Sala de Juntas sino en cubierta, y huele a brea y a salitre, y el barco parece salido de una película de piratas, "Jalad la mayor". Gloria trepa por las jarcias. Se detiene justo sobre ti, a un par de metros por encima, ofreciéndote el mejor de los panoramas: sus braguitas blancas –te has decidido por imaginarlas después de desechar el tanga. Las braguitas, sobre todo si son blancas, te ponen más-, sus braguitas, sí, y los muslos morenos, y los pliegues de carne en que el nacimiento de las piernas muda de textura y de sustancia y se convierte en trasero y el mínimo bultillo del monte de Venus que sombrea el blanco de la íntima prenda. Te corren gaviotas por las venas. Gloria sobre tu cabeza. ¿Es ella quien huele a mar o es el mar quien huele a ella? Y Carlos Samaniego dale que te pego, Ana quedaría bien de mascarón de proa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul, sí, Ana sería un buen mascarón de proa con traje chaqueta y ojos azules y fríos como peces, Carlos Samaniego, a sus órdenes mi Capitán, avante un tercio y que ruede la rueda del timón, y las otras dos chicas del despacho, guardiamarinas o grumetes o lo que mejor les cuadre, es ésta una buena travesía, navegamos de bolina, no te digo más, y con esto –termina el socio más antiguo del despacho- queda claro que el pleito de Tartancosa va viento en popa ¿no os parece?

Os parece. Es tarde ya. Ana no hace más que consultar su reloj. Cena con amigas. Tienes el campo libre. Si fueras Carlos, dirías que no hay moros en la costa. Estaría bien tomar unas copas con Gloria. Cuando Ana sale con las amigas, vuelve muy tarde a casa. Puedes tomar unas copas…y lo que surja luego. Es bueno dejarse llevar por el viento.

3. El naufragio.

Te mira Gloria. La miras. Os miráis. Le tomas una mano. La abandona en las tuyas.

Habéis cenado en un pequeño restaurante de velas encendidas en las mesas y manteles a cuadros. Habéis hablado de lo divino y de lo humano. Ahora tomáis una copa en un pub discreto.

Gloria…

¿Sí?

Tragas saliva. Ni te lo crees, pero estás nervioso. Un flan. Quizá Gloria te importa más de lo que piensas. Suena, surgido del túnel del tiempo, un viejo éxito de Marisol adolescente:" Háblame del mar, marinero". "Dicen que hay toros azules en la primavera del mar…" La música se hace íntima y sugerente, de banda sonora de película de amor. Acaricias la barbilla de Gloria. Te deja hacer. Acercas tus labios a los suyos. Es el minuto mágico de los violines y de los besos. Lástima que, por uno de esos absurdos caprichos del destino, hoy vuelva a repetirse a microescala lo sucedido el 14 de abril de 1912, precisamente a las 23 horas y 40 minutos.

Diego…

No tienes perdón. Ni siquiera nos has dicho todavía tu nombre. Diego. Te llamas Diego.

Tu mujer acaba de entrar en el pub y nos ha visto.

Ana. La fría Ana. Cubitos de hielo Ana. El témpano Ana. Fue a las 23 horas 40 minutos cuando el vigía Fleet, de guardia en el "Titanic", avistó un gran témpano por proa y a estribor.

No me gastes bromas, mujer.

El primer oficial William Murdoch no dio importancia al aviso del vigía Fleet hasta que vio el iceberg con sus propios ojos. La historia se repite. Gloria no bromea. Es Ana. Está frente a ti. Las personas son mucho más altas cuando está sentado quien las mira. El iceberg del "Titanic" se elevaba sesenta metros sobre el agua. Ana, sesenta kilómetros sobre ti.

¡Hijo de puta!

Es su única y rotunda salida de tono. Ana suele ser educada. Tremendamente educada, como buena señora chapada a la antigua. Parece no tener sangre en las venas. La mujer de hielo. El témpano. El iceberg. Se saca el anillo del dedo y lo arroja al suelo.

Hemos acabado. No vuelvas por casa ni siquiera a recoger la ropa. No tienes nada ¿entiendes? Nada. Ni un céntimo. Tampoco trabajo. Ni se te ocurra ir al despacho. No quiero veros por allí ni a ti ni a tu putita.

Ana, espera…

Sabes que Ana dice verdad. Es suyo el dinero y suya la casa. Su tío es el amo del despacho. Trabajas –trabajabas- en él porque eres –porque eras- su marido.

A las dos horas y veinte minutos del lunes 15 de abril de 1912, el "Titanic" se hundió en el mar como una piedra. No te hace falta consultar el reloj. Deben ser las dos y veintiuno.

Ana se fue. Quedáis Gloria y tú. En silencio. Buscas en los bolsillos. Quinientos quince euros y la Visa oro. Aun en el peor de los naufragios, siempre queda un leño al que agarrarse.

4. ¿Supervivientes?

¿Quiénes son los vivos? ¿Quiénes son los muertos? ¿En qué lado del muro habita la verdad? Si no vuelves a ver a alguien nunca jamás, muere para ti. En justa correspondencia, dado que la moneda tiene dos caras, también mueres para él si no te ve de nuevo. Ambos vivos y muertos ambos. Todo es según el color del cristal con que se mira, muchacho.

Según el color de vuestro cristal, solo Gloria y tú sobrevivisteis al naufragio. Carlos Samaniego, Ana y las dos chicas que a veces son administrativas y a veces grumetes, han desaparecido de vuestro presente y de vuestro futuro. No están. Se esfumaron. Murieron aunque gocen de buena salud. Cayeron al océano envuelto y envueltas en sendas banderas. No lo saben, pero sucedió así. Vuestra vida sigue solo para vosotros.

¿Vamos a mi casa?

  • pregunta Gloria.

Claro que vais. No hay otro lugar. Uno va donde le lleva la marea. Puede acabar ahogado. O en una casa. O en una isla desierta. Depende de las corrientes. De los vientos. De la suerte. De lo que sea. Vosotros acabáis en casa de Gloria y os apercibís que es tan absurdo lamentarse por el pasado como inquietarse por el futuro. Solo el presente existe. El presente es pastel que ha de engullirse de un bocado. No queda otro remedio para seguir viviendo sin volveros locos.

5. La isla desierta.

¿Sabes qué pienso, Gloria? La tuya es piel de mar. Es suave y calma. También bravía. Depende del viento de mis manos. Nado en el mar de tu cintura. Chapoteo en la poza de tu ombligo. Te acaricio los pechos en dulce zambullida. Ahora me envuelve la espuma de tu carne. Siento tu embrujo de sol y tiburones. Cuentan que las sirenas seducen con sus cantos a los viejos marinos. Dicen que los escollos afilan sus cuchillos en cuadernas y baos. Tu voz roja y densísima da entre mis mismos muslos. Y heme aquí. Desvalido.

Chapoteo en la poza de tu ombligo.

Quisiera que tu vientre fuera playa ofrecida y reposar en ella, mi cabeza en tu arena. Que fueras una isla sin sendas ni caminos. Enteramente mía. Tú todo mi horizonte, yo todo tu presente. Si fueras una isla… Chica. Virgen. Desierta. Playas de arenas blancas en que el mar languidece entre conchas rosadas. Tu piel nácar moreno. Espesos palmerales, promesa y antesala, son las negras guedejas de vello ensortijado en que mis dedos buscan la gloria de tu centro y el centro de mi Gloria. Tus muslos dulces, llenos, colinas torneadas. Un precipicio oscuro, manantial, pozo, gruta, herida de amor tierno, profundidad que late, boca hambrienta de carne, torbellino que llama, volcán, ansia, sirena. Yo el único marino. Pondré en tu hoyo caliente mi tótem palpitante. Seré tumi . Moai . Acaso mástil. Clavo. Te entraré en las entrañas en dura zambullida. Seré estaca. Barreno. Taladro infatigable. Los dos, tú y yo, por siempre, isla y tótem unidos, hechos uno en milagro, sobre un colchón tejido de sol y siete mares.

Así es como te veo, amor y Amor. Dulzura. Un abrazo redondo que ni empieza ni acaba. Tu sexo. Tu mirada. Tus pechos. Tu sonrisa. Tus caderas rotundas. Ese gesto tan tuyo de apartarte el cabello que te cae a la cara. Mañana… ¿Habrá mañana? Tal vez tengamos suerte y nunca haya una vela en todo el horizonte. Solo unos pocos euros y una tarjeta Visa. Los restos del naufragio. Bésame, cielo mío. Mi mar. Mi sol. Mi isla. Bésame, mi futuro. Mañana… ¿Y qué importancia tiene el que haya un mañana? Hoy. Hoy. Hoy. Hoy por siempre.

Robinsón. Tú, mi isla.

Nada más en redondo.

Autor: Trazada30