Naufragios: amantes en potencia
En la rutina y estrés del trabajo pocas veces nos damos cuenta del amante en potencia que tenemos al lado.
NAUFRAGIOS: Amantes en potencia
"En la rutina y estrés del trabajo pocas veces nos damos cuenta del amante en potencia que tenemos al lado."
Joaquín era un hombre muy atractivo; alto, de ancha espalda, cejas pobladas, ojos profundos y una boca que a cada instante parecía invitar a ser besada, lamida y mordisqueada. Trabajaba en una constructora importante en un cargo igualmente importante y era un hombre eficiente en su trabajo, tal vez demasiado. Su jefe inmediato era Luciana, una de las hijas de la Gerente General de la empresa, a la cual habían acomodado a las malas en un cargo para el cual no tenía la preparación. Era una mujer que aunque joven y bella era déspota e imponente.
Luciana se sentía sexualmente atraída hacia Joaquín. Cada vez que lo veía se decía a si misma "este hombre tiene que ser mío a las buenas o las malas, no tendré paz hasta que no lo sea" y se limitaba por ahora, a mirarlo en silencio, a desearlo. En el trato diario con él, lejos de demostrarle algo, se comportaba altanera, de esa forma dominante de la cual ningún empleado quisiera ser tratado y menos un hombre como Joaquín que muy en el fondo buscaba admiración y reconocimiento laboral.
A Joaquín no le gustaban muchas cosas de Luciana, le parecía bonita, atractiva pero solo bastaba que abriera la boca para que esa atracción fugaz desapareciera.
Una tarde, casi noche cuando casi todos los empleados habían terminado su jornada laboral Joaquín se encontraba aún en la oficina haciendo unas anotaciones para el día siguiente. Hacía mucho calor por lo que tenía las mangas remangadas. La corbata, símbolo de yugo laboral, a esas horas del día yacía en cualquier cajón de su escritorio y Joaquín, sabiéndose solo y con ganas de estar mas cómodo había desapuntado un par de botones de su camisa.
Al terminar apagó el computador, respiró profundamente para llenar de aire sus pulmones, tomó su maletín y se disponía a irse; pero Luciana como salida de la nada, estratégicamente parada en la puerta de salida se lo impedía.
- Necesito que venga urgentemente a mi oficina – dijo en un tono que no daba lugar a dudas.
Joaquín, resignado dejó sus cosas nuevamente pensando que donde manda capitán no manda marinero. Siguió a su jefa quien dando media vuelta se encaminó al piso superior donde tenía su oficina. Joaquín, ni corto ni perezoso aprovechó para dirigir sin ningún reparo su mirada por la nada despreciable anatomía de ella. Luciana llevaba puesto ese día un traje sastre de chaqueta y falda muy corta, color blanco en contraste con su hermoso color de piel tostado.
Llegaron a la oficina de ella donde ambos se sentaron uno a cada lado del enorme escritorio.
- Usted dirá – comenzó él – para que soy bueno.
A Luciana se le pasaron mil cosas por la cabeza con esa frase. Eres bueno para muchas cosas pensó decirle pero no lo hizo pues su orgullo se lo impedía.
Surgió un imprevisto de última hora – dijo ella – es necesario entregar una presentación muy completa de la empresa mañana a primera hora.
Ya mismo comienzo a trabajar en eso – contestó Joaquín incorporándose.
Aún no le pido que se retire Joaquín – dijo ella levantando ligeramente la voz.
El se sentó de nuevo algo contrariado y la miró fijamente tratando de descifrar por qué se comportaba de esa manera.
Necesito hablar con usted sobre algo que viene rondándome la cabeza hace un par de semanas – dijo ella – y si no hablo creo que voy a explotar.
Usted dirá – contestó Joaquín cada vez mas molesto mirando de reojo su reloj.
¿Qué siente usted por mi Joaquín? – preguntó ella mirándolo fijamente.
¿Perdón? – preguntó el pensando que había escuchado mal.
Que si le gusto, si le atraigo – contestó ella.
¿A qué viene esa pregunta? Me sorprende mucho.
¿Cree que no he notado como me mira cuando piensa que nadie mas lo nota?
Yo… - intentó decir él.
Se que le gusto Joaquín y usted también a mi, es más, mas que gustarme lo deseo intensamente.
Esta conversación no tiene ningún sentido – dijo Joaquín incorporándose.
Luciana, lejos de quedarse callada comenzó a gritar lanzando toda suerte de improperios contra Joaquín quien salió dando un portazo. Ella, impulsiva como era, tomó un florero de la mesa, y con flores y todo lo lanzó contra la puerta cerrada por la que acababa de desaparecer aquel que la había rechazado.
Joaquín volaba de la ira. En un trabajo anterior su jefa lo había acosado sexualmente amenazándolo con despedirlo si no cedía a sus pretensiones. Ahora no estaba dispuesto a tolerar los caprichos de ninguna mujer demente y despechada que quisiera usarlo a su antojo valiéndose de artimañas tan bajas.
De inmediato comenzó a redactar su carta de renuncia pero cuando la estaba imprimiendo cayó en cuenta que no podía renunciar tan fácilmente, su contrato era a término fijo y de irse debería pagar una multa. Arrugó la carta pensando que de seguro lo despedirían lo cual era preferible al menos económicamente hablando.
Salió de la oficina con la moral por el piso.
Al día siguiente Joaquín llegó a la hora de siempre pensando lo peor, pero la mañana transcurrió sin novedad, al igual que la tarde. Luciana ni siquiera se apareció por la oficina, ni ese día ni el siguiente.
Joaquín, extrañado pero tranquilo siguió su vida normal pensando que a lo mejor no estaba todo perdido.
Pasaron cuatro días en total desde el desagradable suceso entre Joaquín y Luciana; se acercaban las fiestas de fin de año y Joaquín pensaba que a lo mejor terminaría el año desempleado. Pero lejos de ser así ocurrió un hecho inesperado, Luciana volvió a aparecer actuando como si nada hubiera pasado, al contrario, se comportaba como si Joaquín no existiera.
"Que extrañas son las mujeres" – pensó él – "Con ellas nunca se sabe". Pero se encogió de hombros y siguió frente a su computador.
Ese mismo día, a última hora de la tarde, Joaquín y sus compañeros recibieron una carta de la Gerencia de la empresa en la cual invitaban a todos los empleados, en total 12, a un viaje en yate por el mar caribe.
Todos sabían que las invitaciones de la Gerencia eran más órdenes disfrazadas que otra cosa pero nadie podía resistirse a los espléndidos viajes de fin de año organizados por la empresa.
Partieron justo después de las fiestas de fin de año, muy entusiasmados pues para la mayoría era la primera vez que navegaba.
Era un yate privado de 102' con un casco de acero, en general de características muy fuertes, decorado con artículos reunidos por la tripulación durante sus viajes. Su generoso 22' de altura proporcionaba lujosas cabinas muy espaciosas además de los encantadores paneles de robles a través de la nave.
La primera noche les brindaron una reunión de bienvenida; la pasaron en el salón y el bar, entre copas, charla y juegos de cartas.
Ya en su cabina Joaquín se sintió más relajado, de por sí era un hombre solitario y la fiesta de bienvenida lo había dejado extenuado y con ganas de encerrarse en si mismo simplemente para meditar.
Se tumbó aún vestido, mirando hacia el techo, pensando…
Afuera en la cubierta comenzaron a escucharse las gruesas gotas de lo que mas tarde se convertiría en una tormenta. Los pocos que permanecían allí se retiraron a descansar sin saber que descansarían para siempre. Entre los que estaban en cubierta se encontraba Luciana quien fue una de las primeras en retirarse para tomar un largo baño...
Joaquín comenzaba a dormirse cuando sintió un ruido similar al de una bomba, aunque bien es cierto que cuando nos despertamos abruptamente todo sonido parece más fuerte. Este no era el caso, el impacto había sido tremendo… y nadie supo contra que o como fue... el yate acababa de volcarse cual si fuera un barquito de papel navegando por un charco y tumbado por las caprichosas manos de un niño pequeño.
Horas después Joaquín despertó en una playa no muy lejos del lugar, recordando solo a medias lo ocurrido. Con dificultad giró su cabeza y vio a Luciana a pocos metros de donde se encontraba. Él, olvido por unos segundos el accidente al verla convenientemente desnuda. Su piel, completamente llena de arena, boca abajo, el rostro de medio lado, con esa placidez y tranquilidad que da la inconciencia e iluminada tan solo por la luz de la luna.
Joaquín retiró la mirada del bello cuerpo de Luciana y entonces recordó con horror los momentos previos, el accidente, la muerte, la lucha por respirar, por tratar de sobrevivir, por aferrarse a lo que fuera. Todo había pasado muy rápido, como los cortos de una película de terror. De repente se sintió muy cansado y con un malestar que no había sentido ni siquiera dentro del barco. Con el cuerpo ladeado vomitó hasta lo que no tenía dentro del cuerpo y cuando terminó se tumbó boca arriba. Ya amanecía y el cansancio lo obligó a dormir.
El llanto de una mujer lo despertó quien sabe cuanto tiempo después, a lo mejor días. Era Luciana, con la cabeza entre las manos. El, protector, se acercó a ella con cierta dificultad. Ella brincó asustada al sentir el contacto de Joaquín.
-Pensé que estaba muerto – dijo Luciana entre sorprendida y aliviada.
Y de inmediato se aferró a él como si se tratara de su tabla de salvación, hasta que cayó en cuenta que estaba desnuda, o mas bien ese hecho que hacia unos minutos no era importante ahora era motivo de vergüenza. Trató de cubrirse con sus manos pero no era suficiente, así que Joaquín se quitó su camisa y se la tendió.
No pudo evitar mirarla, casi la veía con otros ojos; se veía desvalida e indefensa. Como Luciana no podía sostenerse en pie y Joaquín menos podía tomarla en brazos pasaron trabajos para caminar los escasos metros que los separaban de unas palmeras. Allí, bajo su sombra durmieron muchas horas, los cuerpos muy juntos, con pesadillas ambos, con fiebre, producto de la tragedia que acababan de vivir.
Despertaron al atardecer, primero él, ella un poco después. Joaquín sentía la boca pastosa, pesada por la sed. Para cuando Luciana despertó había logrado abrir un par de cocos que les sirvieron como único alimento del día.
Al llegar la noche Joaquín, ya mas repuesto por el descanso y el alimento encendió una fogata y construyó un improvisado cambuche con ramas sobre la arena y apostadas contra las palmeras, aunque realmente no se necesitaba pues el clima era ideal. Luciana lo miraba con verdadera admiración.
No le conocía esas habilidades – dijo ella.
Fui boy scout – dijo él restándole importancia – usted no se imagina la cantidad de cosas que uno puede aprender.
Joaquín, hay algo que quiero decirle – comenzó ella – con respecto a la última vez que hablamos…
No se preocupe – la interrumpió él – para mi es un asunto olvidado, no tiene importancia.
No Joaquín – dijo ella – no quiero que lo olvide y quiero que le importe mucho, así como usted me importa a mi y ahora mas que nunca.
Ella lo tomó de la mano y lo condujo al improvisado cambuche donde se sentaron frente a frente. Él, desnudo de la cintura para arriba; ella, como única vestimenta la camisa que Joaquín muy amablemente le había proporcionado y que escasamente le llegaba hasta medio muslo. Se veía muy sexy con el cabello secado al aire, sin maquillaje y así, semidesnuda. Que lejos estaba de ser la superiora de Joaquín… en ese momento casi parecía una colegiala.
Luciana se acercó a un Joaquín sorprendido que recibió en sus labios el beso más intenso que le había dado mujer alguna en la vida. Él, le devolvió a ella beso a beso olvidando en un segundo todo el pasado, el presente y el futuro, concentrándose solo en ese instante, en el sentir de sus labios que palpitaban bajo los labios de ella. Ambos se dejaron llevar por esos besos que rápidamente fueron subiendo de calibre, pasando de la ternura a la pasión, de la lentitud a la prisa, al desespero y al desenfreno.
Las manos de Joaquín se posaron en el cuerpo de Luciana, desde los tobillos pasando por las rodillas, la parte interna de los muslos hasta llegar a las caderas donde se concentró un buen rato con caricias que oscilaban entre las nalgas y el pubis. La respiración de Luciana se tornó difícil al compás de las caricias de Joaquín el cual no se atrevía aún a ir más allá.
Entonces Luciana decidió ir directamente al grano; instintiva como era dirigió una de sus manos al nada despreciable paquete de Joaquín y comenzó a acariciar su miembro por encima de la ropa de él. Fue entonces que Joaquín se decidió a acariciar por fin la rajita de ella que hacía muchos minutos esperaba caricias. Luciana soltó un gemido de gusto y abrió sus piernas por completo, entregada a esas caricias y al hombre que se las estaba prodigando.
- Que gusto – gimió ella con voz entrecortada – no dejes de tocarme así, por lo que más quieras.
Él, lejos de detener esas caricias tomó mas confianza y ahora sus dedos se deslizaban expertos de arriba abajo por momentos y otros ingresando de a uno o dos por la palpitante hendidura. Después, uno de sus dedos se apoderó del clítoris que lo esperaba erecto y ansioso. Estaba húmedo, en exceso; lo acarició en círculos un buen rato, con suma delicadeza. Ella por su parte había desapuntado el pantalón de Joaquín dejando salir su verga la cual prácticamente saltó al encuentro de la delicada mano de Luciana. La tomó con devoción para comenzar la consabida caricia de arriba abajo y viceversa, deteniéndose especialmente en el glande y testículos a los cuales trató con suma suavidad.
Continuaron masturbándose un buen tiempo, las caricias iban subiendo de intensidad con el pasar de los minutos. Joaquín no aguantó mucho más tiempo.
- Me vengo… - susurró.
Luciana no se detuvo en sus movimientos masturbatorios aunque si los aminoró para prolongar el placer de Joaquín el cual llegó al clímax en medio de estruendosos gemidos. Su verga seguía como un riel a pesar de eyacular en las mismísimas manos de Luciana.
- Penétrame – suplicó ella.
El ni corto ni perezoso terminó de desnudarse, se acostó encima de Luciana, enfiló su miembro hacia la gloriosa abertura y lo vio desaparecer por ella lentamente. Cuando la tuvo toda adentro se quedó quieto y la besó en los labios, luego comenzó a desapuntar uno a uno los botones de su propia camisa que cubría las voluptuosas formas de Luciana. La abrió lentamente solo para ver con más detenimiento los hermosos senos que antes solo había visto de reojo. Eran realmente perfectos, muy redondos, con el pezón rosado y chiquitín. Comenzó a mover las caderas en forma circular al tiempo que pasaba la lengua uno a uno por esos pezones que lo tenían embelesado. Luciana arqueó la espalda para sentir aún más profundamente los movimientos y sus brazos se colgaron de los masculinos hombros y nuca de Joaquín. Le era imposible quedarse quieta al igual que a él dejar de penetrar ese cuerpo que tantas veces había negado desear.
Luciana no tardó en tomar la posición dominante sobre Joaquín el cual se tumbó para dejarse hacer. Ella comenzó a batirse sobre el miembro de él, como una licuadora, fuerte, agresiva y salvaje como era su costumbre. En ese momento no parecía cansada ni preocupada por nada, era una verdadera máquina de sexo. Cuando Luciana alcanzó el orgasmo este no vino solo sino acompañado de otros estremecimientos menores en intensidad pero igualmente deliciosos que la dejaron exhausta sobre el cuerpo de Joaquín. Él siguió bombeando durante unos segundos mas como un animal enardecido para al fin derramarse en el interior de ella, sintiendo aún como se apretaba sobre su miembro los espasmos vaginales que la sabia madre naturaleza había creado.
Los cuerpos estaban separados de la arena tan solo por unas ramas y alumbrados por la luz de la fogata que Joaquín había encendido.
Ese día Luciana y Joaquín celebraron la supervivencia con la danza de los cuerpos que tan bien saben bailar los hombres y mujeres que viven con pasión a cada instante.
A lo mejor los rescataron en buque o en helicóptero, a lo mejor siguen en la isla, que mas da….
Autor: Horny
Nota de la organización: este relato no fue publicado bajo la cuenta Ejercicio, ignoramos la razón. Los anteriores ocho sí lo fueron, aunque luego se pasaran a las cuentas de sus autores.