Naufragio del Trintia: Selena y Philip
Tras el naufragio, los supervivientes del Trintia avistan tierra y empiezan una nueva vida alejados de las normas sociales. Selena es la única mujer y se verá obligada a luchar para sobrevivir en un mundo de hombres.
Naufragio del Trintia: Selena y Philip
Se presentó a un ejercicio de TR hace aproximadamente un año.
Tema: naufragios.
El cuaderno de bitácora cayó de la mesa quedando a mi altura, se abrió mostrando el último registro de navegación:
22 de mayo de 1854
Hora 19:36
Ruta de travesía: Océano Atlántico sur.
La página había quedado inservible después de que el tintero se derramara sobre la cubierta, calando hoja a hoja. Lo deposité cuidadosamente a mi lado e hice un rápido balance de la situación; inevitablemente, los ojos se me llenaron de lágrimas.
El balanceo a bordo del Trintia era insoportable. Escuchaba el crujir de los tablones de madera y las cajas con las provisiones corriendo de extremo a extremo de la bodega. Al mismo tiempo intentaba proteger mi cuerpo pequeño y frágil de los golpes de los objetos, aferrándome a la pata de la mesa, anclada en un extremo. La superficie plana sobre mi cabeza me proporcionó cierta seguridad, pero ese detalle no menguó la desesperación que se abría paso en mi interior como una llamarada sin control, advirtiendo a mi cuerpo con el frenético bombeo de un corazón en guardia, preparándome para una muerte segura.
Mi padre me había prohibido subir a cubierta, obligándome a permanecer escondida, mientras él y el resto de la tripulación intentaba dominar las velas y controlar el timón para sortear la furia del mar.
Los estridentes gritos de los hombres que luchaban contra el gigante azul, sería algo que jamás podría olvidar; ese sonido agudo, agonizante, desgarrador... permanecería grabado en mi subconsciente para siempre.
Me encogí todavía más, solo quería desaparecer, hacerme tan pequeña como pudiera mientras durara esa pesadilla.
Era incapaz de controlar el llanto, pues de mis ojos brotaban gruesas lágrimas que resbalaban por la barbilla, perdiéndose después en algún lugar de mi vestido.
Los golpes persistieron durante horas, habían establecido una pauta fija, medida por los segundos que tardaba en sacudirnos una nueva ola, podía secuenciarlos de la siguiente manera: un, dos, balanceo suave, tres, cuatro, balanceo suave, cinco, seis, ¡GOLPE!, balanceo brusco, un, dos... El patrón se repetía en mi cabeza una y otra vez, avisándome para estar alerta en el momento oportuno. Tras el último golpe, los hombres gritaron al unísono anunciando la caída del mástil, y el fuerte estruendo, hizo retumbar el interior de la bodega. Tras el chasquido se produjo un fuerte crujido. Miré a la izquierda y mis peores sospechas se confirmaron: acababa de descubrir una fisura en el armazón de madera, y rápidamente, el agua empezó a infiltrarse. Me arrastré hacia la zona afectada, intentando controlar las fuertes sacudidas, y rompiendo una gran cantidad de tela de mi vestido, intenté inútilmente taponar la brecha. Pero el mar es insaciable, y aquella noche se había propuesto segar nuestras vidas; no había nada qué hacer.
El agua empezó a entrar a borbotones, ampliando la grieta, tragándose todo cuanto había a su paso, por lo que no tuve más remedio que levantarse y subir a cubierta.
Lo que mis ojos revelaron fue difícil de procesar, todo estaba confuso, caótico, era incapaz de reaccionar. El Trintia no era más que un punto en la inmensidad del océano, no suponía un obstáculo para las altas olas que engullían la nave amenazando con volcarla. Un cuerpo sin vida se alejaba sobre el agua boca abajo, no sabría decir a quién pertenecía. Con la mirada intenté localizar a mi padre, tenía miedo de perderlo, era la única familia que me quedaba y no sabría imaginar una vida sin él.
Estudié rápidamente a todas las personas que sostenían las cuerdas, las que intentaban bajar el bote y los que salían de la escotilla cargando cubos de agua, intentando evitar el hundimiento del navío, entonces, en respuesta a mi plegaría interna, divisé a mi padre amarrando la cuerda de la vela, negándose a asumir su derrota y declarándole la guerra al mar.
—¡Papa! —grité con desesperación desde la otra punta.
—¡Entra en la bodega! —me ordenó enervado.
—¡Hay agua!
Mi padre apretó fuertemente los ojos y volvió a enderezar la cuerda, cuando una ola envolvió la embarcación arrebatándole la cuerda de las manos. Su cuerpo cayó hacia delante y se golpeó la cabeza contra el castillo de proa, emití un angustioso chillido y corrí a socorrerle.
—¡Papá! ¡Estás sangrando! —Sollocé taponando la brecha con mis manos.
Mi padre me apartó y palpó su cabeza, observando la mancha roja que relucía en la palma de su mano.
—Tienes que ir al bote, ¡corre, ve!
—¡Capitán, tenemos que irnos de inmediato, el barco se hunde! —confirmó Philip, el joven marinero, acercándose a nuestra posición.
—¡Llévatela! —le ordenó deshaciéndose de mí.
—¡Cójase a mí capitán!
—¡No! No hay tiempo y en el bote no cabemos todos.
—¡¿Qué estás diciendo papá?! —pregunté confusa.
Él miró a Philip y le hizo una señal que no supe interpretar.
—¡Cójase a mí, puedo con los dos! —repitió poniéndose a la altura de mi padre.
—No voy a abandonar mi barco.
¡¿Qué?! miré a mi padre anonadada, no podía creer que prefiriera morir en esa nave en ruinas a acompañarnos. En cuanto logré salir del shock dije:
—¡Yo tampoco me muevo de aquí!
—¡Llévatela Philip, cuida de ella por mí! —desvió la mirada hacia las altas olas antes de volver a hablar— ¡Iros! ¡Antes de que sea demasiado tarde!
Philip no tuvo fuerzas para hacer entrar en razón a mi padre y me miró, pero lo cierto es que no pensaba moverme, sabía que ambos moriríamos en ese barco en ruinas y lo cierto es que me daba igual. Rodeé el cuerpo de mi padre con los brazos, desafiando a Philip con la mirada.
La sangre salía a borbotones de su cabeza, aún estaba vivo, pero sentía como si cada vez estuviese más lejos, ya apenas podía mantener los ojos abiertos.
El chico no esperó más, y haciéndome percibir su fuerza, me arrancó del cuerpo moribundo de mi padre y tiró de mí agarrándose a la toldilla hasta llegar a la altura del bote. Protesté e intenté rehusar su contacto, pero cuanto más me resistía a avanzar, más fuerza ponía él. Finalmente se detuvo, el resto de supervivientes ya habían tomado el bote, por lo que no dudó en empujarme, entregándome a los brazos de sus compañeros para luego saltar él y unirse al grupo.
Las olas nos sacudían sin cesar, obligándonos a achicar el agua para que no volcar. Fui incapaz de reaccionar, y poniéndome en un rincón para no entorpecer las maniobras, me limité a observar.
Pasaron largas horas hasta que se aplacó la furia del mar, y tras la tormenta, se abrió un cielo claro, raso, sin nubes, y todo volvió a adquirir su color natural. El sol se convirtió en nuestro principal enemigo, pues abrasaba nuestros rostros quemándonos los labios, y pronto, la sed empezó a ser una necesidad incontrolable.
Pasé la vista por los rostros de esos hombres que habían estado al servicio de mi padre tiempo atrás, hombres corrientes y trabajadores que ya no tenían un capitán, estaban expuestos y a la deriva, a merced de su suerte.
Entre ellos destacaba a Philip, el chico más joven, el último que había visto con vida a mi padre. Sus labios secos, cuarteados, prácticamente blancos daban miedo con solo mirarlos. Parecía un alma en pena, pues la expresión de sus ojos bastaba para leer la tragedia vivida. Su cabello que antes solía ser castaño y lacio, ahora estaba enmarañado y cubierto de lodo. Lo único que daba algo de brillo a su apagado rostro era la anilla plateada que tenía en la oreja izquierda.
Luego estaba Jonás, el más grueso y corpulento de todos. En aquel momento solo podía recordar la forma grotesca con la que solía masticar con la boca abierta, y a juzgar por el voraz apetito que le caracterizaba, no tardaría en volver a tener hambre.
Cristian era el más tímido y callado. No solía hablar, pues su tartamudez provocaba las burlas de sus compañeros. Siempre me había caído en gracia, pero ahora ya no quedaba nada de aquel chico, que sin proponérselo, siempre había logrado sacarme una sonrisa.
Y por último estaba Robert, un hombre de mediana edad con una pronunciada cicatriz en el rostro. Nadie podía decir gran cosa acerca de él, ya que no le gustaba relacionarse. Se escuchaban innumerables historias en las que se decía que había matado a decenas de hombres con sus propias manos, pero estaba convencida de que no eran más de habladurías.
—¡Nnno-no lo aguanto más! —balbuceó Cristian— ¡Ttt-t-tengo mucha sed!
El chico se inclinó y ahuecó las manos para coger agua del mar y todos sus compañeros reprendieron su gesto y le obligaron a desistir en su propósito. Los bruscos movimientos balancearon la barca, haciendo que mi estómago se agitase, sin poder evitarlo, me incliné descolgando un poco mi cuerpo y vomité gran cantidad del agua ingerida el día anterior.
—No aguantaremos mucho en estas condiciones —confirmó Jonás—, debemos encontrar tierra o moriremos deshidratados.
Robert suspiró sonoramente y recostó bruscamente la cabeza contra la pared del bote.
—Yo no pienso morir aquí —aseguró Jonás.
—¿Y qué propones? —intervino Philip.
—Ttt-t-tengo sss-sed.
—¡Quieres parar ya! ¡Todos tenemos sed tartaja de mierda!
—¡Basta ya Jonás, insultando no solucionamos nada! —le reprendió Philip.
Se hizo el silencio durante un rato. El calor era sofocante y nuestra sed aumentó, era pensar en agua y nuestras gargantas parecían arder a causa de la sequedad.
—Solo podemos hacer una cosa —los tres hombres alzaron el rostro para mirar a Robert—. Comernos al más débil —argumentó sin un deje de temblor en la voz.
No tardó en desviar la mirada en mi dirección, pero ni siquiera eso me hizo reaccionar y permanecí en silencio, agachando la cabeza en señal de sumisión.
—¡Solo dices gilipolleces! —espetó Philip con desánimo.
—Ahora piensas eso. Pero mi idea no te parecerá tan descabellada de aquí un par de días, cuando el hambre empiece a apretar de verdad y te veas obligado a hacer cualquier cosa por sobrevivir, ya no serás tú quién decida, lo hará el monstruo que hay dentro de cada uno de nosotros.
—¡No nos vamos a comer a nadie! ¡No somos animales por el amor de Dios!
Robert sonrió con indiferencia y volvió a mirarme. Tragué saliva para hacer pasar el nudo de emociones que se había quedado atrancado en mi garganta.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó, tal vez fueron horas, pero parecieron días. Entre sueño y sueño perdí la noción del tiempo. Estaba débil, literalmente agotada, y apenas podía moverme. No sabía lo que pasaría en las próximas horas, tal vez me convertiría en comida sin poder evitarlo, pero si ese iba a ser mi destino, había decidido asumirlo sin más. Morir no era tan malo después de todo, significaba dejar de sufrir.
Entonces se produjo el milagro. Cristian señaló con energía un punto en el horizonte y todos nos volvimos esperanzados; habíamos avistado tierra.
Sacando fuerzas, descolgamos nuestros brazos y empezamos a remar con desesperación en dirección a la isla. Mientras avanzábamos, escuchaba las risas nerviosas de los hombres, ya que este nuevo descubrimiento, nos daba una pequeña tregua.
Arrastramos el bote hasta la orilla sacándolo del mar, y sin perder tiempo, nos detuvimos a mirar el que sería nuestro nuevo hogar. Altas palmeras enmarcaban la playa, y más allá, en las alturas, podía distinguir una pronunciada montaña recubierta de densa vegetación. El sonido de los pájaros, el lento murmullo del mar, los extraños crujidos procedentes de algún lugar de la boscosa selva... Todo me resultaba extraño, pero satisfactorio. Después de todo mi cuerpo añoraba la solidez de un suelo firme bajo los pies.
Caminamos con inseguridad estudiando el entorno, me situé al final de la fila, intentando pasar desapercibida, incluso continué con el voto de silencio que había iniciado tras la tragedia del Trintia . Ellos parecían contentos, planeaban colocar algo visible en las alturas para llamar la atención de los navíos que se aproximasen, también les oí comentar estrategias de caza, y cómo improvisar un campamento para resguardarnos del frío de la noche mientras esperábamos ayuda. Todo parecía sencillo, sin embargo, esas teorías no eran más que una completa y total pérdida de tiempo, pues con ello solo conseguiríamos ganar tiempo, nuestro fatídico destino estaba ya escrito.
—¿Qué te parece? —comentó Philip en cuanto terminó de entrelazar las hojas de palmera que formaban parte del techo de un improvisado refugio.
Me encogí de hombros.
—¿No vas a decir nada?
Suspiré y negué con la cabeza, sentándome delante de la entrada de mi pequeña cueva. Él se acercó a mí y se sentó a mi lado, rodeando sus rodillas con los brazos.
—Nos encontrarán Selena, ya lo verás, solo es cuestión de tiempo. Además, aquí tenemos alimento y podemos conseguir agua, únicamente debemos armarnos de paciencia.
Asentí. Su positivismo era admirable, pero a mí ya nada me importaba, si conseguíamos salir de esa isla seguiría estando sola, no tenía familia y no conocía a nadie, pues únicamente sabía vivir a bordo de un barco en compañía de mi padre.
—¡Philip! ¡Deja de perder el tiempo y ayúdanos a coger más cocos y a preparar el fuego!
El joven puso los ojos en blanco y se despidió de mí.
En cierta manera era un alivio estar rodeada de hombres fuertes y capaces de pescar, enfilarse a altas palmeras para recoger cocos e ir en busca de leña para encender un fuego. Eso me permitió despreocuparme, seguir inmersa en mis pensamientos mientras ellos realizaban todo el trabajo pesado.
Antes de que cayera la noche poniendo fin al primer día, Philip vino a buscarme y me obligó a sentarme junto al fuego que ellos habían encendido, incluso me ofreció una porción de pescado. Todos estaban contentos de seguir con vida, y casi empezaron a olvidar los dos días que pasaron a la deriva, temiendo por sus vidas, pero ni siquiera la nueva situación hizo que me relajara un ápice, tal vez me había acostumbrado a estar en tensión, y esa sensación se había perpetuado, formando parte de mí.
El cansancio acumulado durante un día repleto de emociones, empezó a hacer mella, e hizo que poco a poco nos retirásemos a nuestros escondites. Yo dormía a parte, no demasiado lejos, pero completamente sola. Les escuchaba roncar en el silencio de la noche mientras pensaba que ojalá fuese capaz de dormir tan despreocupada como ellos.
Y así, los días avanzaron lentamente, pronto dejé de llevar la cuenta. Por desgracia las cosas no siempre fueron tan bien como al principio, y la desesperación volvió a cebarse con nosotros desde una nueva perspectiva: los seres humanos somos animales de costumbres hechos para vivir en sociedad, sometidos a unas normas para mantener a raya ciertos impulsos naturales. Alejados como estábamos de un entorno civilizado, no tardaron en aflorar los instintos más básicos:
Necesidad de seguir a un líder. Todos querían tener la última palabra, criticaban las actuaciones del prójimo y se encaraban para defender su razón y demostrar quién era el miembro más fuerte, al que todos los demás debían seguir incondicionalmente. A la cabeza de este duelo se encontraba Robert, seguido de Jonás. Philip, por su carácter tranquilo y sosegado, mediaba entre ambos continuamente, ofreciendo objetividad a sus absurdas disputas. Era un elemento neutral que amansaba a ese par de fieras. Cristian únicamente se dejaba llevar, no solía negarse a cualquier orden que le dieran.
Desconfianza entre miembros. Los días en la isla no siempre eran abundantes, de manera que tuvimos que aprender a racionar las provisiones. Normalmente solíamos repartir a partes iguales, pero pronto empezaron a marcarse ciertas diferencias entre nosotros. Los hombres que más trabajaban por el bien común, eran los que podían disponer de más alimentos, mientras que las mujeres (es decir, yo) y los otros, disponían de menos cantidad. El miedo a que algún miembro "de segundas" cogiera más porción de la que le correspondía, hizo que se establecieran guardias para custodiar las escasas provisiones.
Defensa del territorio. La distinción entre miembros también nos llevó a proteger lo que considerábamos como "nuestro". Estar en zona seca, resguardados de la brisa del mar gracias a las altas rocas y disponer de más hojas de palmera para resguardarse, era todo un privilegio. De manera que cuando consideraban que algún miembro quería invadir un lugar que no le correspondía, se desataban nuevas peleas.
No podía dejar de observar todas esas conductas animales, y por mi experiencia sabía que tarde o temprano estallaría una guerra entre ellos. Tenía miedo de que eso sucediera, hasta ahora había logrado pasar medianamente desapercibida, mi poca colaboración con el grupo y mi prudencia a la hora de mantenerme alejada de los conflictos, había hecho que nadie reparara en mí, pero no sabía por cuánto tiempo eso sería así. El único que se acercaba y me ofrecía su ayuda, era Philip, incluso a veces se alejaba del grupo masculino, sobre todo cuando este empezaba a discutir. Se había empeñado en hacerse mi amigo por todos los medios: intentaba animarme, me daba comida a escondidas, incluso se ofrecía a acompañarme cuando necesitaba adentrarme en el bosque, y manteniéndose lo suficientemente apartado para dejarme cierta intimidad, esperaba hablando en voz alta para que pudiera encontrarle después de hacer mis necesidades.
—Un momento, deja que te ayude —dijo tras ver que intentaba dominar mi cabello sin éxito.
Con cuidado, se sentó a mi espalda y tiró mi cabeza hacia atrás. Pasó suavemente los dedos por el cuero cabelludo, sentí como se clavaban, produciéndome un gratificante cosquilleo hasta llegar a mi melena, luego tiró de ella para desenredar los nudos con toda la delicadeza de la que fue capaz.
—Me gusta tu pelo —confirmó anudándolo con una mano. Seguidamente se aproximó a mí y aspiró en un lugar detrás de la oreja—. Además huele muy bien.
Se me escapó la risa, era imposible que mi pelo oliera bien, pues no disponíamos de jabón para asearnos.
Siguió peinándome desde atrás, estirando mi cabello y trenzándolo hasta llegar a las puntas. Luego cogió una rama tierna de brezo y la enroscó, anudándolo para impedir que el peinado se deshiciera.
—Ya está —Dijo apareciendo nuevamente frente a mí.
No contento con eso, atrapó uno de los mechones más cortos que había quedado suelto y lo llevó tras mi oreja, dejándome el rostro despejado.
—Guapísima —constató con convicción. No puede evitar reírme de nuevo.
—Me gustaría que me hablaras, ¿sabes?, creo que lo consideraría como un regalo personal.
Volví a sonreír, y juro que intenté decir algo, pronunciar una palabra después de tanto tiempo, pero por otra parte, no me sentía con fuerzas. Había momentos en los que lograba distraerme, pero el dolor y la pérdida vivida a bordo del Trintia , me resultaba imposible de olvidar. Incluso el recuerdo de aquel fatídico día se manifestaba noche tras noche en mis sueños.
—Bien, si no hablas tú, lo haré yo —continuó tirando de mis hombros hacia atrás, para que quedara recostada a su lado—. Recuerdo que una vez...
Sus monólogos se hacían interminables, me contaba historias, pequeños pasajes de su vida, felices, graciosos. Solo Philip era capaz de sumirme en una realidad paralela, alejada de esta maldita isla, que empezaba a acabar con nosotros. Me sentía atendida por él, incluso protegida, y pronto nuestro acercamiento hizo que creáramos un fuerte vínculo. Casi sin darme cuenta, volví a sonreír por pequeños sucesos del día a día, con él era fácil olvidarse de los problemas. Pero todavía no había sido capaz de verbalizar una sola palabra, mi silencio seguía siendo un arma poderosa que mantenía a ralla mis sentimientos, mi dolor.
El grupo también empezó a notar el acercamiento entre Philip y yo, y de tanto en tanto sus miradas se centraban en nosotros. No sabría describir ese ápice de rencor en los ojos de Robert, era como si desaprobara nuestros encuentros, aunque no osó manifestar su opinión.
Aquella mañana salí de mi escondrijo y me estiracé. Los hombres estaban apilando leña alrededor del fuego y Philip intentaba pescar cerca de la orilla. Era un día corriente, como cualquier otro, así que aproveché la distracción del grupo para aislarme, buscando un poco de paz en el interior del bosque. El relente de la noche había creado charcos en algunas zonas, incluso pequeños riachuelos descendían de la montaña para acabar creando una balsa de mediana capacidad en la zona más baja.
Me senté en el borde y bebí hasta encontrarme saciada. Después, observando que estaba completamente sola, llevé las manos a la espalda para desabotonar mi vestido. Con cuidado fui desprendiéndome de él, primero descubrí los hombros y lo arrastré por los hombros hasta llegar a los pies. Pequeños morados decoraban mi pálida piel, estaba incluso irritada por algunas zonas a causa de los metros de tela que se ceñían día y noche a mi cuerpo.
Entré lentamente en la balsa, el agua estaba fría, pero no me importó. Me froté los brazos y el cuerpo con la mano, intentando dejar la piel limpia, luego me arrodillé y dejé caer mi larga melena hacia delante, hasta tocar el agua. Ya me había lavado antes, pero ahora no había nadie esperándome al otro lado y podía permitirme el lujo de entretenerme, disfrutar del agua cristalina y las sensaciones.
Estaba relajada, a gusto, me sentía fresca, limpia... volvía a sentirme humana.
Pero lo que no podía prever, era que alguien estaría observándome sin que me diera cuenta, esperando el momento en el que saliera del agua para descubrir su presencia.
—Así que aquí es donde te escondes.
Ahogué un chillido y me apresuré a recoger mi vestido para cubrir mi intimidad.
—Llevas mucho tiempo tentándome, aunque tú no te das cuenta, ¿verdad?
Observé como Robert caminaba a mi alrededor, observándome como si fuera un león hambriento frente a su presa.
Entonces se agachó, dejándome sin espacio para retroceder, y antes de que mi mente lograra encontrar una salida, se abalanzó sobre mí y tiró de mi cabello arrastrándome por el suelo.
Chillé y me revolví intentando agredirle, pero con un ágil movimiento consiguió tumbarme y se sentó a horcajadas inmovilizando mis caderas. Sus manos se aferraron a mis muñecas y las sostuvo encima de mi cabeza al tiempo que su cuerpo fue inclinándose hacia delante hasta percibir el lento y salivoso recorrido de su lengua en mi cuello.
—¡Déjame! —grité desesperada.
—Pero si hablas y todo... —dijo en tono irónico y continuó lamiendo mi cuello, descendiendo por el hueso de la clavícula y dirigiéndose hacia mi pecho.
—¡He dicho que me sueltes! —repetí encolerizada.
—Solo somos hombres, cielo, ¿qué esperabas? Quizás aquí el hambre no sea tan fuerte como para decidir acabar con tu vida, pero hay otro tipo de necesidades que deben ser cubiertas.
—¡Estás loco!
Una de sus manos envolvió con fuerza ambas muñecas, mientras la otra se dedicó a recorrer mi cuerpo ciñéndose a la cintura, acariciando la cadera y dando un giro para cubrir mi pubis. Sentí su calor sobre mi sexo y como sus dedos se movían intentando abrirse camino hacia mi interior. No disponía de espacio para moverme, su cuerpo era un plomo pesado sobre el mío.
Apreté los músculos impidiéndole el acceso, pero esa reacción instintiva le produjo un jadeo que ahogó rápidamente sobre mis labios, y susurrando añadió:
—Te propongo una cosa, quiero que seas mía, si estás a mi lado y me eres fiel no permitiré que ninguno de los otros te toque, además no dejaré que pases hambre, velaré por ti. Si no es así, si te empeñas en resistirte y ponérmelo difícil, te tomaré de todos modos, pero no moveré un dedo cuando los otros quieran desahogarse contigo y te conviertas en el juguete de esta isla.
Mi corazón latió embravecido, sus palabras me hicieron topar de bruces con la realidad, solo era cuestión de tiempo que Jonás o Cristian intentaran seguir al líder y ni siquiera Philip podría interponerse en sus intenciones si todos se unían. Mis probabilidades de sobrevivir sin la ayuda de Robert eran escasas. Una parte de mí sabía que lo más coherente era aceptar su propuesta, estar al lado del más fuerte haría que jamás me faltase de nada y solo pedía mi cuerpo a cambio. Pero lo cierto es que Robert me producía arcadas, era un animal salvaje y no quería ceder a su petición, pese a que eso iba a significar mi condena.
De pronto me sorprendí dejando de ejercer fuerza, me limité a permanecer inmóvil, impasible... Lo único que evidenciaba mi malestar eran las lágrimas que salían de mis ojos sin control mientras el monstruo apartaba sus manos de mis brazos, permitiendo que la sangre volviera a circular, y ciñéndose a mi cuerpo mientras me besaba con desesperación, con una urgencia desmedida.
—No lo hagas... —susurré con la esperanza de hacerle cambiar de idea.
—Te trataré bien si tú también lo haces, así que no temas, no pretendo hacerte daño.
Se bajó los pantalones hasta los muslos de un movimiento veloz y percibí la dureza de su miembro, algo húmedo, presionando mi pubis hasta casi hacerme daño. Sus labios seguían dejando sobre mi piel carreteras de saliva, le escuchaba jadear mientras ignoraba mis sollozos.
—Joder... llevo queriendo hacer esto desde que te vi por primera vez a bordo del barco de tu padre, tus ojos, tus labios, tus firmes senos... han estado torturándome desde que embarcamos, y ahora solo quiero hacerte mía...
Ladeé el rostro para esquivar el húmedo saqueo de su lengua y llevé mis manos hacia su vientre, intentando levantarle. No podía dejar de llorar, odiándome a mí misma por no poder encontrar otra salida.
Entonces se produjo un cambio. Philip llamó la atención de Robert y justo cuando este se giró sobresaltado por su proximidad, le atizó con un tronco dejándolo indefenso a mi lado.
—¡Vístete! —me ordenó.
No tardé en hacerle caso.
—No sabes lo que acabas de hacer —espetó Robert poniéndose en pie con torpeza—, acabáis de condenaros...
—¡Escúchame bien saco de mierda! He tenido mucha paciencia contigo, pero no consentiré que traspases cierta línea.
Robert rió mientras se subía los pantalones.
—Esta vez tu estupidez va a costarte la vida, aquí hay una regla muy clara: o sigues al grupo, o estás muerto.
Philip encaró a Robert cogiéndole de la camisa y atrayéndolo bruscamente hacia sí.
—No te acerques a ella, te lo advierto, estaré vigilándote.
Soltó a Robert y se dirigió hacia mí para cogerme de la mano. Ambos nos perdimos en la densidad del bosque.
—Debiste matarme cuando tuviste la oportunidad —chilló Robert desde la otra punta—, ahora es demasiado tarde. Follaremos a esa puta delante de ti hasta dejarla inservible y luego nos cebaremos contigo.
—No le escuches, no dejaré que nos haga daño.
Su voz sonó segura, pero la expresión de sus ojos no logró convencerme.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—Nos separaremos, encontraremos otro refugio.
—¿En mitad del bosque? —quise asegurarme.
—Sí —confirmó.
—No sobreviviremos, debemos estar cerca de la costa, aquí hay serpientes y...
—No tenemos muchas opciones, Selena. Robert solo ha sido el primero en intentarlo, ¿cuánto crees que tardarán en seguirle los demás? Creo que no te haces una idea de lo duro que resulta ser los únicos hombres en esta maldita isla y tener que... —negó con la cabeza interrumpiendo su discurso— Debemos aislarnos porque es la única manera en la que puedo protegerte.
No alcanzaba a entender todo lo que pretendía explicarme, mi única certeza era ser consciente de que sin quererlo, había arrastrado a un hombre bueno al exilio, apartándolo de su seguridad. Podía haberse mantenido al margen, o unirse a los demás y hacer conmigo cuanto quisiera, nadie podría impedírselo; sin embargo, prefería ponerse en peligro por mí y eso no podía permitirlo. Debía aceptar la propuesta de Robert, si aún me daba la oportunidad, era la única manera de mantenernos a salvo.
Seguimos adentrándonos en la frondosidad del bosque, él apartaba las hierbas con la mano y me ayudaba a sortear los obstáculos. Caminamos durante horas y tuve la sensación de que no hacíamos más que andar en círculos, pues todo me resultaba familiar. Lo que más me torturaba era ser consciente de que esa isla no era tan grande, y solo era cuestión de tiempo que los otros nos encontraran; huir no era factible.
Nos detuvimos para tomar aliento. Permanecimos de pie observando el lugar, pensando la dirección hacia donde debíamos dirigirnos. Lo cierto es que todo se nos estaba yendo de las manos, cada paso que nos alejábamos de la seguridad de la costa, más nos ponía en peligro.
—Tenemos que regresar, creo que puedo conseguir que Robert reconsidere las cosas si...
—¡Ni pensarlo! —espetó tajante.
—¿Por qué?
—No permitiré que ese indeseable te utilice, no pienso consentirlo.
—¿Qué más te da eso? No tiene nada que ver contigo.
—Sí lo tiene, Selena, desde el momento en que prometí a tu padre cuidar de ti.
Sus palabras fueron como una puñalada en pleno corazón, el recuerdo de mi padre seguía haciéndome daño, era una herida que tardaría en cicatrizar.
—No tienes por qué hacer esto, ya cumpliste tu palabra sacándome del barco. No le debes nada más.
—No solo es la promesa que le hice a tu padre —continuó con la mirada perdida—, me siento... pues eso, me siento...
—¿Qué? —demandé con impaciencia.
—Atraído por ti —espetó sin más.
Descolgué la mandíbula incrédula.
—Ya está, ya lo he dicho —recalcó con un ligero fastidio.
—No sabes lo que dices...
Me miró con el rostro serio, dolido por mi duda. Entonces comprendí que no se trataba de una broma, sus sentimientos eran sinceros y pronto descubrí que gran parte de mi ser le correspondía. Philip siempre había estado ahí, en los momentos difíciles, ofreciéndome su apoyo, su ayuda, cuidando de mi en las sombras, y saber que estaba cerca me tranquilizaba, y a la vez despertaba un deseo contenido. Me gustaba su proximidad, no tanto por la protección que me ofrecía, sino por el deseo que se abría paso en mi corazón, y que hasta la fecha, no había sido capaz de ponerle nombre.
Recogió mi mano derecha con delicadeza y la llevó al lado izquierdo de su pecho extendiendo la palma.
—¿Lo notas? —preguntó transcurridos unos segundos— Hace tiempo que mi pulso se acelera cuando te tengo cerca...
Ante el análisis de la situación, mi corazón también empezó a latir de forma audible contra las costillas y el aliento se me quedó atascado en la garganta. Me hubiera gustado decirle tantas cosas... Hablarle de los sentimientos opuestos que se fraguaban en mi interior, de todo lo que solo él me hacía sentir, de lo agradecida que estaba por haberme salvado de mi atacante exponiéndose él también. Pero como siempre, las palabras no eran mi fuerte, ni tampoco encajar tales emociones, completamente desconocidas para mí; no obstante, quise corresponder a su argumento de algún modo, así que me aproximé hasta percibir su cálido aliento cerca de mis labios. Nos miramos y a nuestras miradas le siguió un más que significativo silencio en el que los dos respiramos con inseguridad.
No era momento ni lugar para dejarnos llevar por nuestros instintos, pero la adrenalina ya se había disparado por nuestros cuerpos y no pudimos evitar sellar nuestro deseo con un beso. Philip fue dulce, abarcó mi fino rostro con sus grandes manos y continuó besándome, como si no estuviéramos en peligro, como si nadie pudiese encontrarnos en mitad de aquel claro rodeado de árboles; simplemente, el tiempo dejó de contar.
—No podemos hacer esto... —jadeé extasiada.
—Lo sé, deberíamos buscar un sitio donde escondernos —confirmó con la respiración errática antes de volver a besarme con desesperación, sujetándome con firmeza para impedir que me alejara.
—Si nos encuentra ahora... —balbuceé aturdida por su implacable insistencia.
—No lo hará. Robert irá a la playa para buscar a los otros antes de...
Interrumpí su discurso para volver a atrapar sus labios, parecerá una locura, pero esa breve pausa ya había hecho que anhelara su suave contacto.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Sé cómo piensa —concluyó y sostuvo nuevamente mi rostro para volver a besarme.
Gemí al sentir su lengua saqueando mi boca, mi pecho era incapaz de detener su incesante bombeo en un vaivén desmedido, producto del deseo que intentaba inútilmente contener, pero que a estas alturas, ya estaba fuera de control.
Prácticamente no me reconocía, nunca había actuado de forma visceral hasta ese preciso instante. Jamás había sentido esa presión en el estómago que me empujaba a vencer la moralidad, rompiendo todas las cuerdas que siempre me habían oprimido.
En aquel paraje natural, alejada de todo lo que me hacía sentir persona, estaba empezando a actuar como un animal, dejando fluir mis emociones para satisfacer una necesidad inmediata.
Rodeé su nuca con mis manos, tirando de su cabello hacia atrás, para seguir besándole con ganas. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, adaptándose a mis curvas y con suavidad, empezó a tirar de mi vestido hacia abajo. No me había dado tiempo a abotonarlo, así que la maniobra no le resultó difícil. Lo deslizó con cuidado hasta dejarlo en mis pies. Salí de él empujándolo hacia atrás, besándole con más urgencia, ahora excitada por las caricias con las que obsequiaba a mi cansado cuerpo, que parecía haber revivido de repente.
Con decisión retiré su raída camisa por la cabeza y empecé a desabrochar los botones de sus pantalones. Él me ayudó a desvestirse, quedando ambos desnudos.
En el núcleo de la arboleda no se escuchaba nada. Había un inalterable silencio, perturbado únicamente por el zumbido de los insectos. El sol nos obsequiaba con un calor suave, acariciándonos la piel, sin duda, todos los agentes externos parecían acompañarnos en esta locura: la de dar rienda suelta a nuestra pasión sin censura.
Philip fue cediendo, acompañándome hacia abajo hasta quedar tendida sobre la suavidad de su pecho. No pude refrenar el impulso y acaricié pasmada sus definidos músculos, el hueco de su garganta, sus perfectos pectorales... Jamás había estado con un hombre, y tener un cuerpo completamente desnudo frente a mí despertaba mi curiosidad. Él permaneció expectante mientras exploraba con mis manos cada pequeño lugar de su anatomía, no me metió prisa, pues él también estaba disfrutando con este inocente reconocimiento.
Me alcé para cuadrarme frente a su rostro, mis ojos quedaron a la altura de los suyos y mis pezones, prietos y redondos rozaron con sinuosidad su torso. Su mano se entrelazó en mi cabello, estirándolo lentamente con los dedos mientras me estudiaba. Podía percibir su erección, y esta vez, ese duro contacto bastó para excitarme. Pincelé su cuerpo con las yemas de mis dedos hasta detenerme a la altura de su miembro, acaricié la suavidad de su piel, palpé el definido relieve que formaban las venas dorsales y continué hasta alcanzar sus testículos, que percibí duros dentro de la bolsa escrotal. Sin percatarme presioné un punto que hizo brotar un gemido de su garganta y rápidamente alcé el rostro para estudiar su reacción. Sus ojos me contemplaron empañados por un deseo palpable, pero no cesé en mi empeño de estudiarle y llevé mi dedo alrededor del tronco hasta detenerme en el rosado glande. Sentí la piel más resbaladiza en esa zona, algo húmeda y muy caliente. Sin detenerme tracé un circulo a su alrededor y su cuerpo se estremeció en respuesta. Gimió y rehusó fugazmente mi contacto, era como si le hubiese transmitido un calambre, entonces comprendí que esa zona rojiza y redondeada debía ser más sensible que el resto. La miré con atención y por mi mente pasó un pensamiento fugaz, tenía la necesidad de degustar su sabor, de sentir cómo reaccionaba al contacto de mi lengua.
Descendí y me acomodé a su entrepierna, sin pedirle permiso, saqué tímidamente la lengua y acaricié fugazmente la punta. Su cuerpo volvió a agitarse, y esta vez, suspiró sonoramente. Me armé de valor y volví a lamer, tenía un gusto fuerte, peculiar, algo salado, pero para nada desagradable. Mis caricias se intensificaron a medida que su cuerpo se retorcía de placer, parecía incluso que movía las caderas, intentando encontrar más cabida dentro de mi boca. Decidí complacer su demanda y fui metiéndome despacito su miembro en la boca, la lubricación de mi saliva facilitó el movimiento.
—Mmmm... joder, esto es increíble —musitó con la voz entrecortada.
La saqué despacio, dejándola bien mojada antes de volver a engullirla. Su tamaño llenaba mi boca, sentía que era demasiado grande para poder metérmela entera, pero escuchar sus gemidos, me animaban a continuar, a darle más cabida incrustándola hasta el fondo de la garganta, hasta casi ahogarme.
Sus manos detuvieron mis movimientos, separándome de él, pero no dejó de respirar acelerado mientras lo hacía.
—Ahora me toca a mí —anunció escondiendo una sonrisa, y con decisión, fue tumbándome sobre la alfombra de hierba, que había quedado aplastada tras soportar el peso de su cuerpo.
Ocupando su lugar, me quedé quieta, a la espera de sus movimientos.
Se inclinó y percibí la calidez de sus húmedos labios, besando mis pechos, los recorrió con lentitud hasta llegar al pezón y tirar suavemente de él. Gemí en respuesta, sentí una especie de espasmo atravesándome entera, un incalificable placer mezclado con algo de dolor que me dejó con ganas de más. Luego se centró en el otro pecho y repitió la maniobra, se cubrió los dientes con los labios y volvió a estirar sutilmente de mi pezón; no pude reprimir otro gemido desgarrador.
Fue bajando y besándome a la vez, hasta llegar al pubis. Sus besos se detuvieron, pero entraron en juego sus manos. Me acarició de arriba abajo, estimulándome, desatando mis ganas antes de introducir la punta de uno de sus dedos en mi interior. Philip tenía práctica, a diferencia de mí, el cuerpo femenino no le resultaba un misterio.
Presionó un poco más profundo, desatándome un jadeo y siguió con su cuidadoso movimiento mientras su lengua se entretenía con mi clítoris, estremeciéndome de placer. Mi espalda se curvó como un arco en tensión, y empecé a tener necesidades, quería llenar partes desconocidas de mi cuerpo con él, sentirlo presionar ciertos orificios e incitarle a forjarse un profundo hueco en mi interior. Agarré su cabeza con fuerza, aplastándolo contra mí, sintiéndome presa de mis emociones. Cuando logré recobrar la compostura, tiré de su cabello para que corriera el aire entre nosotros. Mi cuerpo se agitaba nervioso y jadeante, no podía controlar mi acelerada respiración y no sabía cómo decir lo que necesitaba en ese momento, por suerte, Philip supo leer esos deseos no expresados con palabras y se incorporó. De un veloz movimiento me recogió del lecho de hierba en el que reposaba y volvió a tumbarse, pero esta vez, guió mi cuerpo hasta quedar a horcajadas encima de él.
—Creo que así será más fácil para ti —dijo colocándome más certeramente sobre su erección.
No tenía ninguna experiencia, pero mi cuerpo hablaba demasiado alto y enseguida supe lo que tenía que hacer. Elevé las caderas y acompañé a su miembro hasta la entrada de mi vagina. Philip suspiró, rodeó con las manos mi cintura y empujó sutilmente hacia abajo, guiándome. Empecé a descender a mi ritmo, dejando entrar al glande, su forma me permitió acomodarme rápidamente a él. Jugué un rato, sacándolo y volviéndolo a introducir, pronto la lubricación facilitó esas pequeñas acometidas. Me gustaba el cosquilleo que me producía sentir esa pequeña parte dentro de mí, adaptándose a los músculos, ese efímero contacto bastaba para saciarme y llevarme al placer, pero él no quería quedarse en ese punto, sus manos me apretaban la cintura, quería que descendiera, dejando que su músculo me atravesara entera. En todo momento se mostró paciente, pero sí podía leer la urgencia y el lascivo deseo grabado en su rostro. Sintiéndome fuerte, descendí un poco más, grité al sentir que había llegado más profundo de lo que pretendía, pero una vez cruzado el umbral, el dolor se hizo casi imperceptible. Seguí moviéndome, garabateando círculos con las caderas, dilatando los músculos hasta que, de una decisiva estocada, atravesé mi cuerpo hasta quedarme sentada encima de él. Nuestros jadeos se intensificaron al sentir esa presión, y pronto logré salir de mi aturdimiento y moverme.
—Madre mía... —susurró cerrando los ojos—, no quiero que termine.
Mi estrechez me permitió percibir la fricción de su piel deslizándose de dentro hacia fuera, el dibujo de sus venas, la lubricación que segregaban nuestros sexos... todo estaba creado para inducirnos a ambos al éxtasis. Mis movimientos se intensificaron tras constatar este hecho, volviéndose más duros a medida que se desataba mi orgasmo, grité mientras él me sujetaba con firmeza, clavándose a mí sin descanso, animado por mis reacciones.
—Oh, sí...
Todo fue maravilloso, incluso ver la mueca de su rostro tras culminar en mi interior. Sentí incluso como su esencia se derramaba llenándome de una forma inimaginable.
No quería moverme, pues por primera vez, tenía la sensación de haber alcanzado el cielo, pero después de dar rienda suelta a nuestra pasión en el momento menos adecuado, la realidad nos sacudió con fuerza.
Escuchamos los ruidos de nuestros compañeros acercándose, así que con presteza nos vestimos y corrimos para refugiarnos tras los árboles.
—No te muevas...
Susurró Philip bloqueándome con su espalda, impidiéndome ver lo que sucedía a escasos metros de nosotros.
—Han estado aquí —constató Robert.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Jonás.
—La hierba está aplastada.
Se inclinó para tocarla.
—No deben andar muy lejos, aún está caliente.
Los hombres miraron a su alrededor, intentando adivinar la dirección que habíamos tomado.
—Iremos por aquí —señaló Robert en la dirección opuesta y respiré aliviada.
Los hombres se alejaron y Philip y yo volvimos a quedarnos a solas.
—No podemos escapar —constaté sintiendo como las lágrimas luchaban por salir.
Philip se giró y me hizo callar besando dulcemente mis labios.
—Tranquila, lo conseguiremos...
Sus besos pretendían tranquilizarme, pero no tuvieron el efecto deseado y pronto le separé, colocando mis manos sobre su pecho.
—Tenemos que hacer algo —intervine con acritud.
Philip suspiró y fue resbalándose por la corteza del árbol que había a su espalda hasta sentarse en el suelo. Yo le seguí.
—Trazaremos un plan, tengo una idea... —sugerí reclamando toda su atención.
Entre susurros hablamos durante un buen rato, ambos debíamos ser fuertes y no rendirnos; descartada la huída, había llegado el momento de tomar medidas para escapar de las fauces de esos animales sin sentimientos.
Había llegado el momento.
Caminamos por el bosque, asegurándonos que nadie nos seguía, hasta llegar a la costa. Disponíamos de poco tiempo para prepararlo todo antes de dirigirnos hacia el bote, al que debíamos dar la vuelta y llenar de provisiones.
Nuestro plan parecía sencillo, pero aún nos quedaba lo peor, ambos lo sabíamos y nos mirábamos con complicidad, transmitiéndonos valentía.
El aliento se me congeló en el pecho cuando Robert y sus secuaces nos encontraron. Observé desde la distancia como se aproximaban con lentitud hacia nosotros, sabían que no podíamos huir, pues habían descubierto nuestras intenciones.
Philip me miró apretando los labios, en su rostro vi el miedo reflejado, un miedo impropio en él, y ese pequeño gesto, empezó a alterarme. Desvió la vista al bote intentando calcular el tiempo que tardaría en llevarlo al mar y remar hasta ser inalcanzables; pero no disponíamos de tiempo.
—Mira el par de tortolitos que pretenden regresar al mar, dejándonos tirados en esta isla —anunció Robert a escasos metros de nuestra posición.
Philip asintió de forma imperceptible en mi dirección, sabía lo que tenía que hacer, así que sacó el cuchillo del bolsillo de su pantalón, exhibiéndolo ante el grupo.
—¡No os acerquéis!
A continuación me hizo una señal con la cabeza, e interpreté que quería que huyera. No lo pensé y corrí desviando la atención de los hombres, pero Robert pareció intuir esa reacción y me detuvo antes de llegar al bosque.
—¡No! —grité y me revolví inquieta.
—Me parece increíble que creyeras que podías escapar de mí...
Philip se derrumbó en cuanto vio que Robert me tenía retenida y dejó de forcejear contra sus atacantes, prácticamente se rindió, tirando su cuchillo al suelo mientras nos observaba sin hacer nada.
Cristian y Jonás le sostuvieron de los brazos, frustrando cualquier movimiento por su parte.
Entonces ocurrió lo que había predicho: Robert, dispuesto a cumplir su amenaza, hizo una señal a Jonás para que acabara con la vida de Philip delante de mí. Me volví con rapidez a mi captor y focalicé en él toda mi atención.
—Por favor... no le hagas daño —le rogué con los ojos abnegados en lágrimas. Llorar me resultaba sencillo, toda la tensión acumulada tenía que salir por algún sitio.
—Ese chico se ha convertido en una amenaza para nosotros —respondió con rencor.
Tragué saliva y cogí una gran bocanada de aire antes de continuar; ahora más que nunca debía ser fuerte.
Me acerqué a Robert, estirando la mano que tenía libre y llevándola hacia la cicatriz de su rostro. Me incliné lentamente para llegar a su oreja y susurrar mi propuesta: » yo, a cambio de su vida« .
Su cuerpo se tensó tras mis palabras, acababa de salir a colación su punto débil y debía aprovechar la oportunidad. Seguí vertiendo toda clase de despropósitos en su oído, todo con el objetivo de desviar su atención y hacerlo mío. Finalmente empezó a ceder; no dejaba de ser un hombre al fin y al cabo, un hombre con necesidades, tal y como él había mencionado horas antes. Acaricié sutilmente el lóbulo de su oreja con mis labios, mientras mi mano seguía abarcando su rostro marcado sin mostrar ningún tipo de pudor.
Cuando consideró que la tentación era demasiado fuerte, se dirigió a sus compañeros y les ordenó que ataran a Philip mientras él se encargaba de otros asuntos.
Jonás asintió la orden y eso me tranquilizó.
Procuré no reparar en Philip mientas sostenía la mano de Robert con firmeza y lo conducía hacia el bosque. No me hizo falta mirarlo para apreciar el disgusto que debía sentir, sabía que él temía por mi vida tanto como yo por la suya.
En cuanto estuvimos lejos, Robert se acercó a mí y jadeante, empezó a desvestirme, me afané en detener sus asquerosas manos.
—Lo haré yo —dije con voz firme y ecuánime.
Me retiré el vestido delante de él, y lo deposité con cuidado en el suelo, luego, empecé a desnudarlo con premura. Quería acabar con esto cuanto antes, la impaciencia por terminar me impulsaba a ser algo brusca en los movimientos, pero eso no le importó, interpretó mi urgencia como un acto de desmedido deseo y me arrambló fuertemente hacia él, para besarme con rudeza.
Nuestros cuerpos desnudos se acoplaron, percibí incluso como quería llevarme hacia el tronco de un árbol y utilizarlo para retener mi cuerpo, manteniéndolo erguido mientras me embestía salvajemente. Tuve que reaccionar rápido para impedir que me llevara ahí, así que no se me ocurrió nada más que arrodillarme frente a él. Sabía que las caricias de mi lengua habían excitado a Philip, así que podía utilizarlo para desviar las intenciones de Robert y de la misma manera, no estar lejos de mi vestido...
Su miembro rechoncho y ennegrecido quedó erguido frente a mí. Esta visión me entristeció y tuve que hacer serios esfuerzos para contener el llanto. Armándome de un valor impropio en mí, le di un fugaz besito en la punta. No quería entretenerme, internamente rezaba para que el tiempo pasara rápido. No había nada que me diera más asco que tener que saborear su verga, tan diferente a la de Philip.
—Métetela en la boca —ordenó llevando una de sus manos hacia mi nuca para indicarme la dirección que debía tomar, como si no fuera evidente.
Abrí la boca y dejé que ese trozo de carne duro se acoplara en ella. Sus manos guiaron las suaves embestidas hasta el fondo de mi garganta, pero pronto empezó a apoderarse de él la impaciencia y sus movimientos se tornaron poco cuidadosos.
Me movía con deseo, jadeando y emitiendo pequeños gruñidos, como un animal embravecido. Seguí chupando durante un rato, su sabor me producía arcadas y empezaba a tener miedo de que se corriera en la boca, no era así como lo había planeado, así que me deshice de él como pude, y me tumbé en la hierba junto a mi vestido.
—Ahora te voy a follar como nunca lo han hecho —anunció mientras se colocaba junto mí
Utilizó la rodilla para separar mis piernas y encajarse entre mis muslos. Intenté controlar el llanto y ser fuerte, dejar de ser una niña manteniendo la mente fría. La penetración fue fuerte, sentí el desgarro de la carne tras su embestida y no pude evitar gritar y retorcerme de dolor en el suelo. Se movió con brutalidad durante un rato, dejándose vencer por el deseo y aproveché que había bajado la guardia para girar su cuerpo colocándome encima de él.
—Sí... —jadeó lascivamente pasando la lengua por el contorno de sus finos labios.
Sus manos retuvieron con fuerza mis caderas, inmovilizándolas mientras se movía haciéndome percibir su fuerza, su brutalidad...
Mientras me movía llevé una mano hacia mi vestido y rebusqué entre los pliegues hasta hacerme con el puñal que Philip me había entregado horas antes, entonces no lo dudé, alcé la mano y lo clavé con decisión en su cuello, bloqueando cualquier chillido.
La sangre brotó de su gaznate sin control, sus ojos me contemplaron atónitos, incrédulos por mi inesperado ataque. Esperé a que su cuerpo dejara de convulsionar, asegurándome que había muerto antes de levantarme y volver a vestirme.
Corrí por el bosque, deshaciendo el camino andado y me agazapé para no ser vista desde la playa.
Jonás y Cristian estaban atendiendo el fuego y Philip maniatado en el tronco de un árbol.
—¿Estás bien? —susurró no bien percibió mi presencia a su espalda.
—Sí —susurré cortando el nudo con el puñal ensangrentado.
Philip se giró no bien sintió las manos libre y me acarició la mejilla mientras estudiaba mis ojos.
—¿Te has deshecho de él? —preguntó sin dejar de mirarme.
Asentí. Él cerró los ojos y suspiró mientras se aproximaba para darme un beso.
—De estos me encargo yo —dijo con convencimiento.
Permanecí escondida mientras él se alejaba con el puñal en la mano.
Lo primero que hizo fue atacar a Jonás mientras este no miraba, rebanó su cuello desde atrás y Cristian no tuvo tiempo para reaccionar. Intentó huir, pero Philip lo alcanzó y empezó a golpearle. Por un momento me compadecí de él, parecía indefenso, y en el fondo sabía que no era malo, su único delito era arrimarse al que consideraba el más fuerte para sobrevivir.
Probablemente Philip pensó lo mismo, pues decidió sucumbir a las suplicas y no acabar con su vida.
—Todo ha salido como pensamos, aunque tú tenías la parte más difícil de todas: despistar y deshacerte de Robert... ¿ha sido demasiado duro?
Apreté los labios y contuve el llanto, no quería dejarme llevar ni manifestar lo mal que me sentía, no sólo por haber acabado con la vida de un hombre, sino por todo lo que hice previo a su muerte.
—No estés triste... —continuó rodeándome con sus fuertes brazos— Era la única manera de poder acabar con los tres y ambos hemos hecho lo que teníamos que hacer. Nuestro plan ha funcionado y ahora somos libres.
Asentí mientras le abrazaba con fuerza.
—Oh, Philip...
—Tranquila, olvidaremos lo que hemos hecho, desde hoy escribimos un nuevo comienzo.
Sonreí fugazmente. A él no parecía importarle lo que había pasado en el bosque, puede que lo intuyera, pero si fue así, no dijo nada. Aparcó el tema para que nada pudiese interponerse entre nosotros, y pudiésemos vivir plenamente nuestra felicidad.
Metimos en el bote provisiones, agua, cañas afiladas para pescar... en definitiva, cualquier cosa que pudiera servirnos antes de emprender nuestro viaje: rumbo hacia ninguna parte.
El mar estaba tranquilo, nos llevaba a la deriva mientras sus brazos me acunaban y en ocasiones se inclinaba y besaba mi cabeza desde atrás, transmitiéndome su amor, su tranquilidad...
La lógica decía que debería estar asustada, pues no sabía cuánto tiempo permaneceríamos a la deriva o si ambos moriríamos en esa pequeña barca, pero estaba tranquila porque no me sentía sola, y porque al menos habíamos tenido la valentía de hacer algo para cambiar nuestro destino.
Dicen que las personas positivas atraen las cosas buenas, pues bien, nosotros debimos ser muy positivos al subirnos nuevamente al bote y adentrarnos en la inmensidad del mar, porque al amanecer, descubrimos un barco cerca de nuestra posición y ambos nos pusimos en pie, agitando los brazos para reclamar su atención.
Philip tenía razón; podíamos volver a empezar, escribir nuestra propia historia y después de todo, tenía la certeza de que jamás volvería a sentirme sola.
Philip me besó con una pasión desmedida sintiéndose preso de la alegría, segundos antes de que el barco nos tendiera un salvavidas.