Naty, la prima de mi mujer. Preludio.

Naty, la prima pequeña de la que sería la madre de mi hijo y compañera de vida; una chica escultural que cambió todo mi entorno.

Todo comenzó hace algunos años, precisamente por la etapa de mediados y finales de la universidad. Una universidad con muchas más mujeres que hombres, de donde los pocos hombres existentes la comunidad homosexual también era mayoría, lo que dejaba a los heterosexuales con muchas oportunidades para ligar y follar, por más feo que fueras.

Yo, con muchos ligues; más allá de tener novia formal, la vida en esa escuela daba para mucho y tener flirteos con compañeras era lo normal. Ella, mi compañera de cursos, también, según se veía, enamorada perdidamente de su noviecillo en turno, un chaval tirando a gordo, feo, de baja clase social y con una suerte extraordinaria al haberse hecho pareja de María.

La forma en la cual María y yo comenzamos a salir fue totalmente fortuita, más allá de las ganas que nos traíamos el uno al otro, cosa que con el tiempo nos confesamos. Un trabajo escolar, ella y su novio parte de mi equipo de trabajo, mi casa dispuesta para reunirnos, alcohol una vez hecha la tarea y los designios del destino que se comportan de manera caprichosa.

Esa tarde la idea era acabar pronto el trabajo y aprovechar para convivir y pasar un rato agradable y sacar el estrés propio de los trabajos finales con unos buenos tragos mientras escuchábamos música. Cerveza tras cerveza fue pasando el tiempo, a lo que ella y yo aprovechamos cada oportunidad que su novio iba al baño para besarnos y meternos mano, ella estaba excitadísima y yo con la polla tiesa, indagar dentro de sus bragas y sacar mis dedos con flujo disimulando cuando volvía su galán era todavía un hecho que aumentaba más las ganas de follarnos.

El tío ya llegando la noche iba que se caía de borracho y en ese momento supe que era la hora de atacar, amistosamente lo acompañé a acostarse mientras María iba al baño, lo dejé sobre una colchoneta cubierto con una manta y me lancé sobre mi presa. Ella me esperaba mirándose frente al espejo de una manera sensual, sabiéndose bonita y poseedora de un delicioso cuerpo el cual quería hacer mío sin mayor dilación.

La tomé en mis brazos desde la parte trasera estrujando sus tetas y haciéndole sentir mi pene en sus nalgas veinteañeras, besando su cuello, mordisqueando sus hombros y llenándome los sentidos con el aroma de su cabello, acrecentando su cachondez, poniéndola a tono mientras una de mis manos ya bajaba y se colaba por el elástico de su ropa interior descubriendo un monte de Venus poblado, el cual abría el camino a un coño jugoso que moría por horadar.

Lo siguiente que recuerdo es a María tornarse y encararme, afrontándome con una mirada lujuriosa y llena de deseo, comerme la boca con desesperación y sobarme la verga sobre el pantalón. Se hincó y saco mi pene, no diré que fue una mamada hasta hacerme correr, sólo quería conocer lo que en unos momentos estaría dentro de su cuerpo, unos cuantos besos cortos, su lengua rápida saboreando mi lubricación y dejando su baba ansiosa escurriendo por mis huevos.

Al incorporarse, salvajemente se abrió y bajó el pantalón, dejando al descubierto sus piernas y unos calzoncillos coquetos casi de adolescente, moteados con puntos de colores y que se pegaban a su sexo por los caldos que despedían; metí mi lengua hasta su garganta, nos besamos frenéticamente y mis manos no daban abasto al manoseo grosero de su culo, tetas y su coño, el cual sentía ansioso por ser asaltado, lo cual hice una vez hacer a un costado la delgada tela que separaba y consumaba una infidelidad mutua, con su novio a unos cuantos metros y mi novia qué sé yo igual en casa de su madre o incluso también follando a alguien más.

Así, parados, ávidos de unir nuestra intimidad, la penetré. Frente a frente, viendo la cara de placer que ponía al ser desesperadamente follada, mordiendo cuello, hombros, lóbulos, besando cada parte de su cara, llenándola de mi saliva, de mi aliento a cerveza oscura, mezclando nuestros fluidos tanto arriba como abajo, entrando y saliendo de su coñito que me apretaba de una manera que me hacía querer jamás terminar. Un coito brutal, desenfrenado, pelvis con pelvis chocando y el sonido de mi verga y su encharcada raja llenando el baño de mi casa hasta que lo inevitable llegó, me corrí en su interior, temblando en los últimos estertores del placer, con ella convulsionando al unir su orgasmo al mío, abrazándome y lacerando mi cuello con sus dientes bien clavados, babeándome incluso y desparramándose sobre mi casi desfallecida.

Esa noche ella se acostó junto a su pareja, yo me quedé en mi cama y al otro día nada más desayunar, partieron. El chaval se veía serio, como si se hubiera enterado de la faena anterior o tuviera alguna sospecha pero jamás me dijo nada, en ese momento lo atribuí a la resaca por el alcohol ingerido y no le di mayor importancia. Después me enteraría que dentro de su peda algunos ruidos alcanzó a escuchar y procesar y tenía sus sospechas.

En los días finales de exámenes y de trámites la vi algunas veces en la escuela, siempre con la complicidad de lo sucedido en mi casa. Algunos escarceos y reuniones en la cancha de la escuela o en los baños más alejados que no llevaron más que a besos rápidos, alguna mamada sin terminar, hurgar en su coño por algún momento y toquetearnos lo más posible con la promesa de algún día, libres de la compañía de novios y compañeros, poder repetir de mejor forma y con mayor tranquilidad esa deliciosa follada, éramos puro vicioso, estábamos desatados a esa atracción sexual que nos unía.

Por cosas de la vida no fue posible repetirlo, llegó la fecha de graduación y ahí estábamos en la entrega de diplomas y la posterior fiesta. Ella espectacular en un vestido de su color favorito, morado, con un escote que dejaba poco a la imaginación, con ese par de tetas exquisitas y su cuerpo que me atraía tanto.

Y ahí, ese día, conocí a la mujer que en el futuro sería mi perdición y por la que me metería en tantos problemas. Al acercarme a saludar a su mesa la vi, una apenas niña de 15 años, delgada pero ya con el atisbo de lo que en un par de años serían unas piernas y nalgas carnosas, suculentas, macizas y bien firmes, unos pechitos juveniles que se adivinaban bajo una blusa semitransparente, su cara afilada y su púber voz, un conjunto magnífico que me fascinó. Naty, la prima de mi compañera de clases, amante ocasional y amiga María; quien diría lo que el futuro nos deparaba juntos…