Naturalmente

Una relación sexual que se fue generando de forma sencilla y natural entre madre e hijo

Mi nombre es Raquel, soy una mujer felizmente casada con dos hijos. Mi hija se llama Ana y mi hijo Rodrigo.

Mi marido, Raúl, es muy especial para mí. En la época que nacimos el nudismo no estaba nada bien visto, nos llamaban guarros o salidos. Yo prefería andar desnuda en casa y cada vez que podía, me sentía mucho más cómoda, pero los chicos veían en eso una actitud sexualmente agresiva, y nada más lejos de la intención. Sin embargo Raúl no, él pensaba como yo, era natural.

No nacemos vestidos, cuando hace calor no tiene sentido estar vestido. Uno se pone ropa para evitar algo, lo más común sería el frío, las inclemencias temporales o laborales, pero ir vestido porque sí....yo no lo veo como algo necesario, y mi marido tampoco.

A raíz de vernos en algunas playas nudistas comenzamos a salir, nos entendíamos perfectamente. No éramos hypies, sólo naturales.

Poco después nos prometimos amor eterno, sin curas, ni Iglesias, ni contratos. Solos él y yo, de noche, en una playa al calor de una fogata y cava. Fue una noche muy romántica.

En casa hacíamos el amor a todas horas en cualquier parte, era fantástico. Estábamos y seguimos estando tremendamente unidos. Él sabe lo que yo quiero sin siquiera abrir un poco la boca.

Más adelante tuvimos al mayor, a Rodrigo. Durante una temporada el sexo a tope pasó a biberones y pañales a tope. Pero en cuanto Rodrigo se quedaba tranquilo, los días que no terminábamos muy cansados, teníamos un sexo que valía el doble. No es que hiciéramos el amor por la noche para que Rodrigo no se diera cuenta, en absoluto. Era porque él no nos necesitaba para nada y Raúl y yo podíamos disponer de nuestro tiempo a nuestro gusto. Y qué gusto. Nunca cerramos la puerta al tener sexo, solos o entre nosotros.

Rodrigo fue creciendo y su necesidad hacia nuestra atención se fue pasando, de tal forma que los días de sexo eran más abundantes. En alguna ocasión, estábamos Raúl y yo haciendo el amor y llegó mi hijo, nos preguntó qué hacíamos y le dijimos efectivamente lo que hacíamos, sin parar mientras tanto. Él se iba, con la sensación de no haber entendido bien lo que le dijimos, pero con la respuesta creo que le bastó en su momento.

Nos pilló en más de una ocasión y, si bien generalmente se marchaba enseguida de la habitación, alguna vez se quedó mirando un poco.

También, cuando Raúl no está en casa por temas laborales y me entra la necesidad me masturbo en la habitación o en el cuarto de baño, e igual que cuando hacemos el amor dejamos la puerta abierta, así hago cuando me masturbo. Es por esto que mi hijo asimismo me ha visto masturbarme, le he comentado qué hacía y también ha habido veces que se ha quedado mirándome, incluso hasta llegar al orgasmo. Cosa que por cierto ocurría antes y más placenteramente cuando mi hijo me miraba que cuando lo hacía totalmente a solas.

Volví a quedarme embarazada, de mi hija Ana. Sin embargo este embarazo fue distinto. Raúl tenía más trabajo del habitual, en la empresa estaban despidiendo a gente y él no quería distinguirse para evitar ser despedido, sobre todo ahora que venía Ana. Por eso mis masturbaciones eran mucho más comunes que antes.

Una de aquellas ocasiones en las que estaba en mi cama, jugando con mis pechos y mi clítoris, con los ojos entornados, mi hijo entró en la habitación. Yo no le di ninguna importancia pues fue algo común que solía hacer, sin embargo se acercó a mi y comenzó a sobarme el pecho. Yo me dejé hacer, concentrada en mi propio placer, sin ver nada malo en todo aquello, supuse que le llamaría la atención además ver cómo me agarraba yo misma las tetas y querría comprobar él qué pasaba.

Notar otra mano, párvula, suave, tierna, que amasaba mis pechos al tiempo que me deleitaba con mi clítoris hizo que mi orgasmo no sólo llegara mucho antes de lo esperado, sino también con una intensidad olvidada de hace tiempo. No sé cuántos espasmos tuve ni cuando recobré el control de la respiración y mi cuerpo, pero sí que vi a mi hijo Rodrigo con una erección tremenda, sonriéndome y dándome un beso en la mejilla mientras él se sentaba a mi vera y comenzaba torpemente a masturbarse.

Él entornó los ojos y comenzó a subir y bajar la mano en su pene mientras comenzaba a jadear. Pocos minutos después tuvo, creo yo, su primer orgasmo. Era enternecedor ver cómo se retorcía de placer por primera vez, cómo se le sonrojaban los pómulos y se le arqueaba la espalda al tiempo que eyaculaba sobre su mano. El pobre al ver que había manchado las sábanas me pidió disculpas y me dijo que no sabía que iba a pasar eso.

Le di un beso en la mejilla, le dije que no se preocupara, que lo limpiaría yo, pero que fuera al baño a limpiarse y que jugara un rato.

Al llegar por la noche Raúl, le conté lo sucedido. Le hizo gracia, pero creo que le agradó porque no terminó de cenar y ya estábamos en la cama teniendo sexo de los que valían por dos.

A raíz de ese día Rodrigo estaba más pendiente de mi. Procuraba estar conmigo todo el día. Pasaron dos días y me entraron ganas de masturbarme de nuevo así que me fui a la habitación, me comencé a acariciar y apareció mi hijo. Yo seguí, como siempre, haciendo lo que fui a hacer y mi hijo, sin embargo, en vez de mirar o tocarme las tetas, en esta ocasión comenzó a tocarme la entrepierna....el pobre no tenía ni idea de lo que hacía, sólo estaba explorando. Sabía que a mamá le gustaba, pero no sabía en realidad como hacerlo así que le agarré su mano y la guié diciéndole:

  • sigue los movimientos de mi mano cariño, suavemente como hace mamá, arriba y abajo.

  • así mamá? Me preguntó, entusiasmado por ayudarme.

  • ohhhh, siiiiii, así hijo, así. No pares.

Fui quitando mi mano dejándole hacer, mientras yo agarré mis pezones....qué bien lo estaba haciendo mi hijo.

  • un poco más deprisa hijo.

  • así mamá?

  • sí, asiiiii, ohhhh.

Creo que en esta ocasión fui yo la que no duró ni dos minutos. Oleadas de placer recorrían mi espina dorsal de arriba a abajo. Era maravilloso, nunca tuve un orgasmo tan sensacional.

De nuevo, cuando recobré el sentido, vi a mi hijo sentado a mi lado, dándome un beso en la mejilla y comenzando a masturbarse.  Sin embargo yo le dije:

  • túmbate Rodrigo, tú me has ayudado antes, ¿quieres qué te lo haga yo a ti ahora?

  • sí mamá, gracias!

Le di un beso en la frente, el se tumbó boca arriba y yo comencé a besarle el pene hasta que me lo introduje en la boca. Él soltó una especie de bufido suave. Empecé a subir y a bajar la cabeza al tiempo que acariciaba sus testículos suavemente.

  • ohhh, mamá, me gusta mucho.

  • gracias cariño- le contesté con una sonrisa de oreja a oreja, y continué con la mamada, que me estaba sabiendo a gloria, ese pene sabía a cabello de ángel, estaba delicioso y no paraba de catarlo.

  • mamá, creo que voy a manchar las sábanas otra vez.

  • no te preocupes hijo, no mancharás nada, tú disfruta- y me volví a zampar el pene de mi hijo sabiendo que eyacularía en breve.

Y así fue, comenzaron los estertores y brotaron cantidades ingentes de semen en mi boca, que procuré no dejar escapar tragando según iba acumulándose.

Al finalizar yo estaba de nuevo excitada, pero sabía que mi hijo ya se había desquitado con esa felación, así que le di un beso y le dije que se duchara. Momento que aproveché para volver a masturbarme, de nuevo con un resultado mucho más que placentero.

Cuando se lo conté a Raúl por la noche pasó lo que supuse, mi marido se puso a cien y, por sino hubiera tenido sexo suficiente, hicimos el amor hasta que no pudimos más.

A la mañana siguiente era yo la que esperaba que mi hijo me persiguiera, sin embargo este se encontraba en sus juegos y distracciones habituales matutinas, con que fui a hacer las labores de la casa.

Las hube terminado y miré qué hacía Rodrigo, estaba viendo una película....y era el principio.

En parte me sentí decepcionada, quería que me tocara, pero por otro lado pensé que no puedo hacer que mi hijo me tenga que dar sexo según me placiera, así que me fui a la habitación, esta vez agarré el consolador que tengo en el cajón, lo lubrifiqué con geles especiales y pasé a desahogar mi apetito sexual.

Me encontraba en medio del gozo cuando mi hijo asomó por la puerta y vio cómo me ensartaba una polla de plástico, se acercó a mi entrepierna, con sus manos agarró el consolador retirando las mías y siguió él agitándolo dentro y fuera de mí.

Yo estaba tremendamente contenta y al tiempo más excitada aún si cabe, así pues mis gemidos se aceleraron y aumentaron de volumen, mi cuerpo vibraba más y más y entonces el clímax llegó, de nuevo, invadiendo y poseyendo mi cuerpo, adueñándose de todas mis funciones motrices, impidiéndome controlar mis espasmos.

Cuando abrí los ojos me hizo gracia ver que mi hijo ya se había tumbado boca arriba, como sabiendo que ahora le tocaba a él disfrutar, sin embargo lo que no sabía es que hoy aprendería otra lección nueva.

Le di un beso en la frente, me senté a horcajadas a la altura de su cintura y me fui introduciendo su pene en mi humedísima vagina. Él estaba petrificado, pero no de miedo, sino de placer y curiosidad por igual. Empecé a cabalgarle con suavidad, él entrecerró los ojos y se dejó hacer. Le agarré sus manos y las llevé a mis pechos, era maravilloso.

Debido a que estaba aún sobre excitada del orgasmo anterior y dada la morbosa situación yo volví a correrme. Creo que cuando mi vagina comenzó a contraerse y dilatarse debido al orgasmo, con el pene de mi hijo dentro, este se sorprendió y preguntó:

  • mamá, ¿por qué me agarras y sueltas el pene?

  • es por el orgasmo, luego te lo explico- atiné a responderle.

Seguí cabalgándole hasta que noté que ya no aguantaba más, entonces hice algo que me sorprendió a mi misma. Saqué el pene de mi hijo de mi coño y me lo llevé a la boca, para tragarme su leche. Él gemía, jadeaba, se arqueaba y yo no paraba de succionar, hasta dejarlo limpio y tragarme hasta la última gota.

Cuando se tranquilizó se acercó a mi cara, me dio un beso y me dijo.

  • gracias mamá, te quiero mucho. Me ha gustado un montón, ¿voy a la ducha?

Estuve a punto de soltar una lágrima, es un cielo. Le dije que sí, que nos ducharíamos los dos.

A partir de ahí tuvimos muchas veces sexo, unas veces sólo masturbaciones, otras veces coito, alguna vez Raúl y Rodrigo al tiempo conmigo...hasta qué nació Ana y tuvimos que descansar un poco para prestarle atención a la pequeña de la familia.