Natasha, la madre de Alena I

Hablaron de todo y de nada. Natasha se sentía cómoda. No se hacía muchas ilusiones de que la cosa fuera a más, ella ya era una mujer madura y bastante mayor que él.

(Ver “La calle”)

Hacía ya tres meses que Alena trabajaba en aquel local. Después de todo el trato no era tan malo, ganaba el cuarenta por ciento de todos sus servicios y, aun ingresando menos que otras, que no habían puesto límites, o menos que ella, lo cierto es que ganaba mucho más dinero que antes. Había aprendido algunas cosas, como por ejemplo a simular sus orgasmos, no podía permitirse tenerlos en cada cliente, de lo contrario cada día terminaría totalmente agotada, solo puntualmente se dejaba ir, para satisfacer sus propios deseos.

Se había comprometido, como hacían todas, a un año de trabajo allí, por lo visto a los clientes les gustaba que las chicas fuesen cambiando. o al menos esto es lo que le había dicho El Jefe, aunque ella sospechaba que había más razones, por ejemplo, que no se establecieran lazos afectivos con alguno de los asiduos al local. Durante un año estaba obligada a cumplir o tendría que atenerse a las consecuencias, que adivinaba, no serían agradables. Después podía escoger, dejarlo o hacer la calle.

Pensaba dejarlo, para ello, a diferencia de otras chicas, no se había dejado tentar por las drogas, que finalmente era lo que terminaba reteniéndolas. No pensaba lanzar sus ganancias y terminar prostituyéndose solo para poder seguir consumiendo.

Aquella tarde el Jefe la llamó a su despacho.

  • ¿Qué deseas Leo? Espero que no tengas ninguna queja de mí,

  • No, No, Por descontado que no, Te he llamado porque quiero que me presentes a tu madre.

  • ¿A mi madre? ¿Por qué quiere conocer a mi madre? No entiendo.

  • Porque me pone. Cuando miro las fotos que tenías en tu móvil me pone y quiero conocerla. No sé qué problema le ves. ¿Crees que voy a violarla o algo así?

  • No, no digo esto, pero es mi madre y además tiene ya una edad. No creo que esté para muchas aventuras, siempre ha sido una mujer respetable.

  • Tendrá cincuenta y un años o los que sea, pero me la pone dura, tiene la misma cara de viciosa que tú. Me dijiste que llevaba diez años separada ¿No?

  • No me gusta que hables así de mi madre, pero es que además no sabría cómo hacerlo. Ella cree que trabajo como relaciones públicas en una empresa. ¿A santo de qué vendría presentártela?

  • Mira niña. Tienes un contrato no escrito con nosotros. Como has comprobado se respetan los límites que pusiste. Hasta ahora todo va bien. no lo estropees. ¿Qué coño quieres? Que la localice por mi cuenta, sabes que podría. ¿Que la localice y le cuente a qué te dedicas? Seguro que haría lo que fuese para que no dañáramos a su hijita. Es mejor que se hagan las cosas por las buenas. Te voy a decir que vas a hacer: Vas a llamar a tu madre para tomar algo con ella, seguro que hace tiempo que no la ves y lo harás para este mismo viernes por la tarde. Casualmente apareceré yo y me la presentarás. Yo, el jefe de la empresa por la que trabajas como relaciones públicas, Me la presentarás y te largaras con cualquiera excusa, lo demás déjalo de mi mano y de la suya, que ya somos mayorcitos. ¿De acuerdo?

  • Esta bien…está bien… Pero no le hagas ningún daño, por favor.

  • Venga, lárgate a trabajar.

Madre e hija llevan un buen rato hablando. Sí, realmente hacía tiempo que no se veían. Natasha, a sus cincuenta y un año, aún era una mujer que se hacía mirar, guapa de cara, rubia con mechas, que aún la hacían más interesante, de ojos azules, labios carnosos, un busto que se adivinaba apetecible a pesar de su edad. quizá un poco culona, pero su altura hacía que esto no fuese especialmente perceptible. Llevaba ya diez años separada y muchos meses sin encamarse con nadie.

  • Hola Alena. Vaya que sorpresa.

Nunca había visto a Leo con traje, realmente parecía otro hombre o al menos otro tipo de hombre.

  • Si que lo es. Te presento a mi madre.

Le invitó a sentarse con ellas. Estaban terminando ya una copa de vino. Pidió lo mismo para él y les invitó a tomar otro. A aquel hombre gustó a su madre, le gustó como era, su simpatía, su sonrisa, su olor, era encantador y más que esto.

  • ¿Queréis acompañarme con una copa más? No me vais a dejar bebiendo solo después de haber encontrado una compañía tan agradable.

  • Por mí sí, aún es temprano.

  • Yo me tomaría otra, pero debo irme mamá, aún tengo que visitar a un cliente.

  • Vaya Alena. Tu siempre tan trabajadora.

Alena se levantó despidiéndose de su madre con dos besos. tal y como había pactado con Leo.

  • Os dejo, así os conoceréis mejor - Dijo con una sonrisa, a pesar de que no le gustase aquello. No le gustaba dejar a su madre con él. Esperaba que al menos no la tratara como la había tratado a ella.  A pesar de que sabía de lo que podía ser capaz, confiaba en su palabra.

Hablaron de todo y de nada. Natasha se sentía cómoda. No se hacía muchas ilusiones de que la cosa fuera a más, ella ya era una mujer madura y bastante mayor que él.

  • Debiste tenerla muy joven. ¿No?

  • Bueno, no tanto, tenía ya veintisiete años. - No le importaba poner al descubierto su edad, es más, lo prefería.

  • Vaya. entonces tienes…Nadie lo diría, la verdad. ¿Sabes? No me gusta mentir y espero que no te enfades. Pero este encuentro no ha sido tan casual como parece, de hecho, le pedí a tu hija que nos presentara, quería conocerte.

  • ¿Y eso? ¿Debería enfadarme? En todo caso sería con Alena por haberme llevado engañada. - Dijo sonriendo. - No hacía falta que lo hiciera.

  • Bueno, la verdad es que un día me habló de ti y me mostró las fotos que tenía en el móvil y bien…Aquí me tienes. No te enfades con ella, insistí mucho. Me pareciste, no sé, una mujer interesante.

  • Me halagas.  Es imposible que me enfade.

  • Bueno. Espero volver a verte, supongo que tu esposo te estará esperando.

  • ¿Mi esposo? ¿No te contó que estaba separada? Llevo diez ya.

  • No. No me contó nada de esto. Vaya, entonces quizá aceptes una invitación. ¿Te gusta bailar?

  • Hace años que no lo hago y no creo que supiese moverme con las músicas, por otra parte, para mi odiosas, que se llevan ahora. - Por esto no sufras. Conozco un bar musical cerca de aquí. Hacen unos cócteles inmejorables y hay una pequeña pista de baile, es perfecto para gente de nuestra edad. Ponen música de nuestra época y se baila como en nuestros tiempos.

  • Vaya, es tentador. ¿Pero te refieres a personas de tu edad o de la mía? Porque llevamos unos cuantos años.

  • Nadie lo diría. Venga anímate, es viernes.

Evidentemente aceptó, aunque puso reparos en el hecho de no ir vestida para salir. Llevaba una falda de lo más normal, negra, justo por encima de la rodilla, zapatos de medio tacón y una blusa beige claro. A él aquello no parecía importarle y realmente le importaba poco, sabía que aquella noche terminaría desnuda y en sus brazos, al menos este era su objetivo.

Sentada en un taburete alto, al lado de Leo, de pie, contemplaba a las parejas, todas maduras, bailando baladas, boleros. si, realmente parecía haberse trasladado en el tiempo.

Los dos vinos y un par de cócteles “Aunt Roberta”, sin haber comido nada, estaban haciendo mella en ella. Así se lo comentó a él cuando le propuso bailar.

  • Bueno llevo algo que te ayudará a despejarte, Pero no se lo digas a nadie. Solo si quieres, claro.

Sonreía, mientras sacaba, del bolsillo de su americana, una bolsita llena de aquellos polvos blancos, aquella nieve tentadora. Estuvo un largo rato antes de contestar. Hacía ocho años que no lo hacía, que no tomaba, pensó que por una noche y más una noche como aquella, bien podía hacerlo. Cogió la bolsa de su mano y se fue al lavabo.

  • Bueno. Ahora sí que puedo bailar.

Y sí, bailaron, cada vez sus cuerpos más juntos. Después de todo era una mujer adulta, no iba a estar tonteando y aquel hombre le gustaba. Ella con sus manos rodeando su nuca, él cogiendo su cintura. No le importó poner un muslo en su entrepierna, cuando él bajó las manos hasta sus nalgas. Apoyó la cabeza en su hombro.

  • ¿En tu casa o en la mía?

  • Donde tu digas.

  • En la tuya. Así te conoceré mejor.

Pasó lo que tenía que pasar, lo que ella deseaba y él buscaba. Fallaron. Mejor dicho, hicieron el amor. Aquel hombre sabía dar placer a una mujer, sabía dónde, como y cuando tocarla. Después de tantos meses Natasha encontró el placer, el placer de estar con un hombre, con un amante, Sí, aquel hombre sabía satisfacerla, enamorarla. sabía esto y muchas más cosas. Sabía cómo tratar de otra manera a una hembra y sobre todo lo sabía todo sobre ella, había hecho que investigaran sobre su presente y sobre su pasado. Sabía que había sido adicta a la cocaína, que hacía ocho años había tocado fondo, había quemado todos sus ahorros. Tuvo que ponerse en manos de una clínica de desintoxicación con el poco dinero que le quedaba. Sabía cuál era su punto débil.

Ella acurrucada a su lado, él fumando un cigarrillo, no sin antes haberle pedido permiso. Satisfechos. Relajados.

  • Cuéntame de ti Natasha. ¿A qué te dedicas?

  • Hago traducciones del y al ruso. Tengo algunos clientes fijos y siempre salen otras cosas más, puntuales. La ventaja es que trabajo aquí en casa. No me hago rica, pero me da para vivir y terminar de pagar la hipoteca de este piso. Me quedé con él cuando me divorcié, con él y con sus cargas, claro. ¿Y tú? ¿De que es tu empresa? Mi hija no me ha contado nada.

  • Bueno es una empresa de servicios. De servicios sexuales.

Natasha, rio. Aquel hombre, además de ser un perfecto amante, sabía hacerla reír.

  • ¡Venga ya! Una empresa de servicios sexuales,

  • Ya te he dicho que nunca miento. Tengo un Pub, el Pub “Los Rosales” más algunas mujeres haciendo la calle. La verdad es que ellas se ganan la vida y a mí y a mis socios nos va muy bien.

  • ¿Estás hablando en serio? Pero, pero mi hija…

  • Tu hija trabaja en el Pub, estamos muy contentos de ella. Es una de las mejores. Hace esto porque quiere, gana mucho más que antes y le gusta su trabajo. Puedes preguntárselo.

  • Vete. Vete de aquí.

  • No pienses que me he acostado contigo para aprovecharme de ti. Eres demasiado mayor para esto.

  • Te he dicho que te vayas.

  • ¿Estás segura?

  • Vete. Nunca he estado tan segura de algo como ahora.

  • Está bien, tranquila, Ya me voy.

  • Espero que no le digas que nos hemos acostado juntos.

  • No temas, no soy de los que van contando sus aventuras.

Se levantó de la cama y se vistió para irse. Antes de salir dejó, en la mesita de noche una tarjeta de Pub y la bolsita de nieve.

  • Ha sido un placer.

¿Cómo iba a poder soportar aquello? Su hija, su niña, prostituyéndose. No podía, ni quería imaginárselo. ¿Cómo le miraría a la cara? Decidió que no le diría nada. No si ella no lo hacía. Estaba cansada y derrotada, llorando. Qué ingenua había sido, acostándose con aquel hombre sin saber nada de él.  El sueño la venció entre sollozos.

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Se despertó a media mañana, con resaca. Las sábanas olían aún a aquel hombre, las sábanas y su cuerpo. Se levantó, sin ningunas ganas de hacerlo, de volver a la realidad. A la terrible realidad que le había sido revelada. Alena, su hija, prostituta en un Pub. vivir con aquello no le sería fácil.

Lo primero que hizo fue ducharse, tenía que quitarse aquel olor de su cuerpo, el olor de él. Puso las sábanas en la lavadora. Fue entonces cuando se percató de la tarjeta y de aquella bolsita. Rompió la tarjeta en cuatro trozos y la echó a la papelera, al lado de su mesa de trabajo, en cuanto a la bolsa, su primera fue tirar su contenido en el wáter, pero… Aunque fuese sábado tenía que trabajar, debía entregar la traducción de unos documentos lo más pronto posible ya que necesitaba cobrar el trabajo, además había dos clientes más esperando que los visitara. En aquellas condiciones, en aquel estado de ánimo le era imposible hacerlo. Después de todo, hacía ocho años de aquello, de su caída en la adicción. ahora podía controlarlo. Solo una línea diaria y después nada más, solo para poder trabajar: No le duró ni una semana. Tres días sin aquello y no podía más. No podía más con la oscuridad que llenaba su alma. Llamó a sus dos antiguos proveedores, pero nadie respondía ya a aquellos teléfonos. No le cabía más que recurrir a Leo, solo sería una bolsita más, unos gramos. Rebuscó en la papelera. Allí estaba. la tarjeta, con el nombre de Pub “Los Rosales” y un teléfono.

  • Hola. ¿Leo?

  • Si. ¿Quién eres? - Natasha. Soy Natasha.

  • ¿Natasha? ¿Natasha? A sí Natasha, la madre de Alena. Perdona, ya no me acordaba de tí. ¿Qué quieres?

  • ¿Tienes?

  • ¿Te refieres a lo que imagino?

  • Sí. Sí. Si pudieras darme un poco.

  • Bueno, no me dedico a esto. Tengo para mí y para algunas chicas a quienes les gusta. pero siendo tú. Pásate por aquí. Naturalmente no te haré pagar más de lo que me ha costado. Ya te digo que no me dedico a esto.

  • ¿No podría ser en otro sitio? No me gustaría encontrarme con mi hija.

  • Pásate sobre las seis, ella no se pone antes de las ocho. Dile al portero que vienes a verme.

A las seis estaba allí, aparcó su coche y se dirigió a la puerta. Cuidó de vestir con discreción, de hecho, llevaba la misma ropa que aquella noche. Preguntó por Leo, le estaba esperando. Aquel hombre la miró extrañado.

  • Espérate aquí. ¿Cómo has dicho que te llamabas? ¡Ah! Sí Natasha. Espérate.

La salió a recibir un hombre fornido. Uno de los socios pensó. Otro explotador...

  • Espérate aquí. Voy a avisarle. Tomate algo, invita la casa.

Nunca había estado en un local así. Era un espacio amplio, con solo una barra, sin mesas, con poca luz, una música suave de ambiente. Pidió agua. No quería beber alcohol. Vio una escalera por donde bajaba una chica joven y un cincuentón barrigudo. Sintió una mano posándose en su hombro.

  • Vaya. Una mami. Vienen pocas por aquí Con que a mi me gustan.

Era una chica muy joven, morena, de ojos grandes y negros, sonreía mientras acercaba su cuerpo al suyo, olia a perfume barato, vestia un top blanco, debajo del cual se adivinaban unos senos adolescentes. Un top y una falda que apenas cubría su tanga.

  • ¿No te apetece subir conmigo? Soy muy buena, ya verás.

  • Solo he venido a ver a Leo.

  • ¿Leo? ¿No te apetece más una bebe de diecinueve años como yo, mami?

  • Lo siento. Eres muy guapa. Pero no he venido a esto.

  • ¡Oh! que desengaño. Bueno si quieres después ya sabes,

  • Déjala tranquila. Ven Leo te está esperando.

Sentado detrás de una mesa de despacho, con un ordenador al lado. Allí estaba. No parecía el mismo. Con una camiseta de manga corta, arrapada a su cuerpo atlético, dejaba ver unos pantalones tejanos. Después de saludarla, con un hola, abrió un cajón.

  • Aquí tienes, son cinco gramos. Traducido en dinero ciento cincuenta euros. Ahora mismo no puedo ofrecerte más. Si quieres puedes probar una raya, Verás que es muy buena. Solo compro buen material.

Preparó, de otro sobre, una línea sobre la mesa y le dio a probar ofreciéndole un billete de veinte euros.  Después de tres días en ayunas no se hizo de rogar. Inclinada sobre la mesa, notó enseguida como subía y notó algo más: Sus manos subiéndole la falda, bajando sus bragas. Se apoyó en la mesa. No hubo palabras, solo suspiros y gemidos de placer. Otra vez aquel olor…

  • Adiós Natasha. Vuelve cuando quieras,

Sentía ganas de llorar de regreso a su automóvil. Qué débil era. Pensó.