Natalia y Blas (parte 3)
Con su pasado asumido Marcos/Natalia afronta su nueva realidad y su relación con Blas.
El resto del día Blas y yo apenas hablamos.
Yo estuve dibujando y él con sus álbumes y sus películas de recuerdos de otras personas.
Fui al baño y comprobé que mis bragas estaban mojadas. Me había excitado y ni quiera me había enterado.
Comimos y cenamos sin decirnos nada.
Nos fuimos a dormir y nos despedimos deseándonos las buenas noches casi en un susurro.
Apenas pude dormir mientras veía un montón de posibilidades y recuerdos pasar por mi mente de forma desordenada.
Apenas tenía relación con mis padres. No era bueno con las mujeres. Trabajaba desde casa. Casi no tenía amigos. Y tenía a Blas. Él había esperado todo este tiempo con unas tetas de un disfraz que llevé hace diez años. ¿Me había esperado a mí? ¿Qué esperaba de mí?
Entonces recordé que no todo había sido tan malo. Le hacía vestir de malo porque esperaba que como castigo él me hiciese vestir de mujer. Jugábamos juntos. Íbamos al cine. Había veces que me avisaba que ir a algún sitio entre semana aunque no estuviese con mi padre.
Me di cuenta de que le odiaba por aquel beso. Por hacerme ver como algo que jamás iba a ser. Por mostrarme unas posibilidades que parecían imposibles y que ahora tenía al alcance de mi mano.
Cogí unas bragas rosas con encaje y un sujetador a juego. Metí mi pene entre las piernas y me puse los pechos postizos. Los toqué y pude sentir el tacto de mi mano sobre ellos como si fuesen míos, no los recordaba tan pequeños pero era evidente que yo había crecido. Me puse un picardías muy sugerente de color blanco.
Me miré en el espejo.
Salí de mi habitación y entré en la de Blas sin llamar. Estaba dormido o al menos lo parecía. Tenía una cama grande. Mucho mejor.
Me metí con él bajo sus sábanas. Se sobresaltó y se giró de inmediato.
-¿Qué haces Marcos?
-Natalia -le dije.
Encendió la luz de su mesa de noche a una intensidad baja y me miró tratando de entender lo que veía. Primero miró mi rostro, luego mis pechos.
-Eres más guapa que la última vez que te vi -dijo mientras acercaba una de sus manos a mis pechos muy despacio. Le detuve.
-Blas no… quiero hacer nada de lo que me pueda arrepentir. ¿Podemos dormir juntos y ya?
-Me parece bien. Sólo dormir.
Me desperté abrazando a Blas. Él seguía dormido. Mis pechos estaban en su sitio. Mi pene entre mis piernas. Seguía siendo yo. O mejor dicho no era yo por primera vez en mi vida.
No quería moverme, si lo hacía despertaría a Blas. Quería irme. Quería seguir allí. Quería que eso acabase. Quería que fuese eterno.
-Buenos días -susurró Blas.
Resulta que estaba despierto.
-Buenos días -respondí. -Dime que anoche no pasó nada.
-No que yo sepa. No sé cuándo me abrazaste pero si pasó algo fue todo cosa tuya.
-Entonces no pasó nada -respondí.
Fuimos a desayunar. Yo seguía con el picardías y los pechos.
Estuvimos en silencio todo el rato, Blas me miraba de vez en cuando con una sonrisa. Yo no sabía qué hacer ni qué decir.
Terminamos y Blas se fue a la ducha. Cuando salió sólo llevaba un calzoncillo que marcaba su enorme paquete.
¿Me gustaban los hombres? ¿Me gustaba ser mujer? ¿Por ser mujer tenían que gustarme los hombres? Me lo preguntaba mientras no dejaba de mirar aquella entrepierna.
Fue mi turno en la ducha. Me tuve que quitar los pechos, pero los dejé a mano para ponérmelos más tarde. Había llevado un albornoz y una toalla para secarme así como un conjunto de ropa interior amarillo y negro como si fuese una avispa además de un vestido corto para estar por casa de color amarillo muy claro.
Nunca había tenido mucho vello así que no tuve problema a la hora de la depilación. Blas había pensado en todo y había comprado un gel depilatorio que hizo maravillas con mi piel. Cuando salí estaba más suave que cuando era un bebé.
Me puse la ropa interior, una vez más oculté mi pequeño pene y me puse los pechos. Me miré en el espejo del baño varias veces, podía pasar por una chica gordita. El vestido terminó de hacer el trabajo. Como tenía el pelo corto me lo puse de punta como algunas chicas de las películas que había visto recientemente en cartelera. Por supuesto me puse las zapatillas que Blas me había regalador.
Busqué a Blas y vi que estaba en su mesa así que me acerqué a él y sin hacer ruido le di un leve toque en el hombro. Se sobresaltó, pero su sorpresa fue mucho mayor al darse la vuelta y verme con aquel vestido.
-¡Increíble! -exclamó mientras se ponía en pie. -Después de lo de anoche y lo de esta mañana pensé que no volverías a vestir así. Estás… ¡Guau! ¡No tengo palabras!
-Gracias -acerté a decir.
-No hay de qué. Estás genial.
-Me siento tan rara y a la vez tan bien. No puedo explicarlo. Estoy haciendo algo que parecía tan imposible para mí.
-No todo es imposible –dijo Blas sin apartar la mirada de su trabajo pero sonriendo.
-Aquella noche, cuando nos besamos y vomité, no fue por el beso. Ni por el alcohol. Fue porque aquello me gustó pero nunca iba a ser mujer.
-¿Por qué no?
-No sabía lo que era un transexual.
Blas dejó su trabajo y me cogió de mis manos con suavidad.
-Tendría que haber hablado contigo con más detalle. O mi madre. Dimos por hecho que sabías cosas que en realidad desconocías. De haber actuado de otra forma ahora tú ya serías una mujer como cualquier otra.
Solté sus manos casi automáticamente.
-¡Espera! Más despacio. No he dicho que me quiera operar ni nada por el estilo. Estoy bien así, pero nada más. Y no te hagas ilusiones porque hasta donde sé me gustan las mujeres.
-¿Estás segura?
Era una buena pregunta. Como hombre siempre me había fijado en mujeres, pero cuando pensaba en mí como en una mujer siempre pensaba en estar con un hombre, casi todos tan parecidos a Blas que ahora me daba cuenta de algunas cosas que eran en realidad bastante obvias. ¿Intuición femenina? Sólo había una forma de saberlo.
-¿Y yo te gusto a ti? -pregunté sin esperar respuesta.
-Sí.
Así de simple. No dudó ni un solo segundo.
-Eres mi amor platónico. No he dejado de pensar en ello y he procurado tener amantes travestis o transexuales siempre que he podido. Pero tú eres tú.
Ahora sí que no sabía qué hacer. Cubrí mi rostro con mis manos con una mezcla de vergüenza y de pánico.
Ahora puso sus manos sobre mis hombros.
-No tienes nada que temer. No haré nada que no quieras. Si sólo quieres que seamos amigos por mí no hay problema. Pero si quieres hacer cualquier cosa puedes contar conmigo.
-De momento es mejor que trabajemos. Muchas gracias Blas.
Me puse a dibujar como nunca. No había cómo pero la inspiración me había llegado. Se me pasó tan rápido el tiempo que cuando me di cuenta habían pasado tres horas.
-Deberías descansar un poco.
-Creo que sí, me empiezan a doler los hombros.
Sin decir nada Blas se puso detrás de mí y comenzó a darme un masaje en los hombros y el cuello. Eran movimientos muy lentos y suaves pero que me relajaron como nunca.
-No pares por favor –dije casi con un gemido.
Blas aumentó la velocidad del masaje y su intensidad. Los pechos postizos que llevaba se levantaban dándome un placer hasta ahora desconocido.
Esta vez no pude evitar gemir. Lo hacía muy bajo, con suavidad. Cada vez que lo hacía la intensidad del masaje aumentaba y mis gemidos eran mayores. Entramos en un bucle durante varios minutos hasta que la cosa empeoró.
-¡Para! -grité. -¡Para por favor para!
-Lo siento. ¿Te he hecho daño?
-No -respondí rápidamente. –No es, ¡joder! Lo siento –dije mirando el cojín en el que había estado sentada y que estaba mojado. -Lo siento. Me he excitado y... ¡No me he corrido! Pero ya sabes que se escapa siempre un poco de líquido y...
A Blas aquello parecía divertirle ya que no paraba de sonreír.
-Tranquila. Está bien, no pasa nada. Cámbiate de ropa si quieres o date una ducha.
-No sé qué me ha pasado. Todo mi cuerpo se movía y mis tetas, bueno no son mías pero es como si lo fuesen. Puedo sentir a través de ellas.
-Son prótesis -explicó Blas. -Están diseñadas para transmitir el tacto a través de su material hasta la piel. No las sientes como tuyas pero la sensación llega hasta ti.
En ese momento comprendí que no alucinaba, que solo eran un canal para sentir a través de un objeto.
-Se usa en cirugía en mujeres. Supongo que mi madre pensó que eran perfectas para ti.
-Creo que se han quedado pequeñas -dije sin pensar.
-Si quieres tener unas tetas más grandes yo te las conseguiré.
-¡No hace falta!
-¿Quieres una tetas más grandes?
Asentí, me acerqué a él y poniendo su cuerpo contra el mío le intenté besar pero no sabía como actuar.
-Hazlo tú -le dije.
-No quiero forzarte -respondió serio pero sin dejar de sonreír.
-Quiero hacerlo, pero no sé cómo hacerlo. Eres más alto que yo y no llego a tus labios.
Blas cogió mi mano izquierda y la llevo hasta detrás de su cabeza la cual acercó a la mía hasta que nuestros labios estuvieron a la misma altura. Entonces me lancé, aunque dejé que él llevase la iniciativa.
Como hace años rodeó mi cintura con un brazo, cogí su otro brazo y acerqué su mano a mi pecho.
Su entrepierna se encontró con la mía.
Tenía el pene más grande, más tieso y más duro que en la fiesta de disfraces.
Y yo no iba a vomitar.
Sabía que podía ser una mujer.
-¿Qué haces esta noche? -le pregunté sin ningún temor.