Natalia y Blas

Un joven se queda varios días sin ropa y sin casa y debe acudir a su hermanastro y usar la ropa de su ex novia durante unos días mientras rememora su infancia con él

Mis padres se separaron cuando yo era muy pequeño. Unos años después mi padre se juntó con otra mujer con la que nunca se llegó a casar. Se llamaba Clara y tenía un hijo un año y medio mayor que yo llamado Blas. Veía a mi padre dos fines de semana al mes así que no llegué a tener una gran relación con Clara y Blas, aunque ella me apreciaba mucho y me cuidaba como a su propio hijo.

Mi padre y Clara tenían algo en común, les encantaban las fiestas de disfraces. Todos los meses había una fiesta. Cuando Blas y yo éramos pequeños nos llevaban a las fiestas y cada mes uno de los dos elegía disfraz.

--

La tubería de mi casa había reventado. Era inhabitable durante al menos dos semanas. Para colmo la tubería daba a mi armario. Al armario de la ropa.

Toda mi ropa empapada y no la tendría hasta al menos tres días después.

El seguro cubría los gastos, pero estaba sin trabajo y no podía costearme un hotel durante dos semanas.

Llamé a mi padre. Estaba en el pueblo. A 600 kilómetros. Y su casa estaba en reformas.

Cuando pensé que nada podía empeorar mi padre puso el último clavo de mi ataúd.

-Llama a Blas. Seguro que no le importa tenerte unos días en su casa hasta que encuentres un sitio o un nuevo trabajo.

Aunque encontrase un trabajo no cobraría hasta pasados dos meses, soy dibujante y lo habitual es que pagasen un 20% para material y el resto tras entregar el trabajo.

La madre de Blas, Clara, había muerto tres años antes. Mi padre y Blas seguían quedando todas las semanas. Era mejor padre con él que conmigo, aunque Blas también era mejor hijo con él que yo.

Yo no quería saber nada de él. No después de aquello.

Cogí el teléfono y le llamé. No contestó, aunque yo tampoco esperé mucho.

Sin embargo un minuto después mi teléfono sonó. Era Blas. Lo cogí con desgana.

-¡Marcos! Perdona que no haya contestado, estaba en el baño. ¿Cómo va todo? ¿Sigues trabajando? ¡Oye no me respondas! ¿Quedamos para tomar algo?

-Todo bien Blas -fingí estar ilusionado por hablar con él. -He hablado con papá, está fuera de la ciudad, supongo que ya lo sabes…

-Sí, estuve el fin de semana pasado con él en el pueblo. ¡La próxima vez tienes que venir conmigo!

-Sí, verás… sobre eso… He tenido un accidente en mi casa y estoy sin trabajo y…

-¡Ven a casa! Tengo una habitación libre. No digas más. Ahora no estoy allí. Ven en unas cinco horas.

Blas siempre era impulsivo. Demasiado impulsivo. Colgó de golpe la llamada y me mandó un mensaje con su dirección diciendo que podía ir cuando yo quisiera.

Aunque yo no tenía mucho aprecio a Blas él siempre había estado pendiente de mí, y aunque hacía mucho que no teníamos una relación seria siempre se había preocupado por mí. No sé por qué pero siempre estaba preocupado de que no me pasase nada.

Y luego estaba lo de los disfraces.

Lo de aquella vez.

--

Yo no sabía lo de los disfraces la primera vez que fui a la casa de mi padre y Clara. Tampoco contaban conmigo ese fin de semana. Muy rápidamente fueron a la tienda de disfraces para que Blas y yo pudiésemos ir conjuntados. Lo único que quedaba era un disfraz de David el gnomo y su mujer. Puesto que Blas era más alto decidieron que él fuese de David y yo de su esposa Lisa.

No recuerdo ni nada de aquel día salvo que me pusieron unos leotardos y una falda así como una cosa (luego entendí que era un sujetador) que llenaron de ropas y trapos para simular los pechos de la mujer gnomo.

--

Llegué a casa de Blas con una pequeña maleta de mano con las cosas básicas para el aseo y otra con mis materiales de pintura y algunos libros.

-¡Marcos! -gritó Blas nada más abrir la puerta para después darme un abrazo. -He hablado con tu padre. Pasaremos aquí unos días y luego iremos el fin de semana al pueblo.

-Genial. Gracias Blas. Aunque espero que sean sólo un par de días.

-Los que necesites. Esta es tu casa.

Blas tenía su propia empresa. Se dedicaba a hacer montajes con fotos, vídeos y música de gente a los que luego les entregaba dos DVD o Blu-Ray y tres álbumes de fotos. El trabajo según decía mi padre era excelente y a Blas le iba genial.

No podía empatizar con él por mucho que quisiera.

Él medía 1,75, guapo, con una barba perfecta, fuerte, educado y sabía desenvolverse en cualquier ambiente.

Yo medía un 1,65 y aunque no era feo mi aspecto de chico gordito, tímido y sin un pelo en el cuerpo  no me hacía popular entre la gente.

-Esta es tu habitación -me dijo Blas. -Te dejo algo de ropa. Además… bueno hay… hay más ropa.

Blas se ruborizó, le hice un gesto con la mano para que arrancase.

-Hace unos días Marta se marchó, de repente. Se unió a un grupo hippie y dejó aquí sus cosas. Me dijo que las donase.

-Llevaré sus cosas mañana -respondí con desgana.

-¡No no no! Confío en que vuelva tarde o temprano. Lo que quiero decir es que si quieres puedes… Bueno… ¡Está claro que tú y yo no tenemos la misma talla de ropa! Pero creo que la de Marta te puede servir. ¡Hay mucha ropa unisex!

-Gracias Blas -aquello era un golpe bajo.

Y recordé por qué tenía tanto odio a Blas.

--

La segunda vez que fue a casa de mi padre y Clara me dijeron que tendríamos una nueva fiesta de disfraces para mi próxima visita. Lo mejor es que me dejaron elegir mi disfraz y el de Blas.

Acababan de estrenar Batman Vuelve y yo quería ser Batman, pero además Blas tendría que ser el malo. Yo sería el héroe pero Blas se tendría que fastidiar y ser el Pingüino.

Cuando me puse mi disfraz de Batman me vi a mi mismo con un héroe, pero aquello se me pasó muy rápido. Blas era el Joker. Un Joker tan parecido al de Jack Nicholson que hasta daba miedo.

Y así era siempre que me tocaba elegir disfraz.

Si yo era Peter Pan él era un gran Capitán Garfio. Yo Luke Skywalker y él Darth Vader. Yo el Power Ranger rojo y él el verde. Yo policía y él un ladrón con dos metralletas geniales.

Todos los disfraces le quedaban como un guante mientras que yo parecía un Mister Potato con un disfraz cada vez más ridículo.

Él era alto y delgado y yo bajito y gordito.

Aún así era mucho peor cuando él escogía disfraz. O eso me decía a mí mismo.

--

Me di una ducha y fui en albornoz a mi habitación. Tenía ropa de Blas encima de mi cama y un enorme armario con un montón de ropa de mujer de todo tipo.

Me sentí muy tentado pero decidí coger la ropa de Blas.

Me puse un calzoncillo, un pantalón y una camiseta. Todo me estaba ridículamente ajustado. Blas era más alto que yo pero desde luego también más delgado. El pantalón no llegaba a mi cintura. La camiseta me agobiaba. La goma de los calzoncillos me apretaba más de lo que podía aguantar. Sin embargo lo peor de los calzoncillos era la cantidad de tela que me sobraba en la entrepierna.

Que yo tenía el pene pequeño era un hecho. El de Blas por el contrario era enorme. Aunque eso no era una novedad.

Me desnudé y miré en el armario. Cogí un pantalón de deporte y una camiseta de un grupo de rock que apenas soportaba.

La ropa me quedaba bien pero no soportaba no llevar ropa interior. Busqué de nuevo en el armario y cogí unas bragas negras sin dibujos ni costuras.

Con todo aquello salí de mi cuarto esperando el comentario de Blas.

-No me vale tu ropa -dije de forma hiriente tirándola al suelo.

-Lo suponía -respondió mientras la recogía-, mañana iremos a comprarte ropa.

-No hace falta -respondí. -En tres días me tendré mi ropa, en cuando eso pase buscaré otro sitio para vivir.

-Como quieras, por mí no hace falta. ¡Me alegra que estés aquí!

Me sorprendió que no dijese nada de mi ropa. Mucho más que se pusiese a trabajar y me dejase una mesa para mis cosas.

No me dejó hacer nada a la hora de la cena. Todo fue amabilidad y buenas maneras. Aquel trato tampoco me terminó de gustar.

Después de la cena sacó unos vasos y una botella de whisky del bueno. Nos sentamos en su sofá y puso la televisión muy bajita.

-Es posible que te enfades pero… Sabía que la ropa de Marta te quedaría bien.

¡Ya lo ha dicho! Y sin embargo no sonó como algo sarcástico sino como un halago.

--

Cada vez que le tocaba elegir a Blas la temática era siempre la misma. Una pareja.

Él era Aladdin y yo Jazmín. Él la Bestia y yo la Bella. Él Willy Fog y yo su novia Romi…

Siempre me tocaba hacer de mujer.

Y él parecía disfrutar de verme hacer el ridículo de aquella forma.

Como Blas nunca se quejaba de mis disfraces yo no podía hacerlo con los míos.

Todo el mundo decía que los disfraces de chica me quedaban muy bien.

Aquello era tan habitual que incluso llegó a gustarme. Cuando estaba solo en casa le cogía ropa a mi madre y me la ponía para practicar para la siguiente fiesta.

Todo cambió cuando me llegó la pubertad.

--

-Me recuerda a cuando nos disfrazábamos con nuestros padres –dijo Blas con una sonrisa y los ojos a punto de soltar lágrimas. -Me encantaba llevarte como mi pareja. Aquellos niños no me caían bien y llevarte conmigo hacía que siempre fuésemos juntos a todas partes. No nos teníamos que separar.

-¿Te caía mejor que aquella gente? -pregunté extrañado.

-¡Claro! Para mí eras mi mejor amigo. Sé que nunca hemos tenido mucha conexión, apenas nos veíamos cuatro días al mes. Pero desde que tu padre conoció a mi madre has formado parte de mi vida.

-Podías haber dicho que no te gustaban esas fiestas para no ir más.

-¿Y quitarte la diversión? ¡No podía hacer eso!

-¿Qué diversión?

-¿Tengo que decirlo?

Asentí muy serio.

-No quería que dejases de vestir de mujer por mi culpa.

-¿Qué dices?

-Yo quería ir de Aladdin, tú tenías que ser el Genio, pero sólo había un disfraz de Jazmín. No era el azul que con la tripa al aire, era un vestido y te quedaba bien. ¡Te quedaba muy bien! te veía posando y pensé que aquello te gustaba. Por eso tú siempre eras la chica.

-Me veía raro. No posaba. No me gustaba.

-No te quejaste ni una sola vez.

-Tú no te quejabas por ser el malo.

-¡Aquellos disfraces eran geniales! Pensé que lo hacías para contentarme.

-Era mi venganza por hacerme ir como una mujer.

-En tal caso supongo que vas a hacer que me vista de villano ahora mismo.

No pude evitar reír.

-La ropa de mujer te sigue quedando bien –dijo Blas muy serio.

--

Hubo una vez que nos tuvimos que cambiar de ropa juntos. Tenía once años. Blas ya había comenzado su pubertad.

Recuerdo verle desnudo. Era la primera vez que veía a alguien completamente desnudo. Era un joven fuerte. Su cuerpo era totalmente distinto al mío. Y como nunca había visto a otra persona desnuda en mi vida tampoco conocía otra diferencia esencial.

No todos tenemos el pene del mismo tamaño. Sabía que los había grandes y pequeños y que era importante tenerlo lo más largo posible. Comprendí que o el suyo era grande y el mío muy pequeño.

Instintivamente metí el mío entre mis piernas. No quería que Blas lo viese y se riese de mí.

-Pareces una chica -me dijo mientras sonreía.

Observé que su pene se ponía tieso. Aquello me había pasado alguna vez pero no sabía que significaba.

--

El recuerdo del pene erecto de Blas siendo un niño mirando mi entrepierna vacía por aquel gesto de incomodó pero también me gustó.

Estaba vestido como una mujer ante alguien que se suponía era mi hermanastro. Ante alguien que me había visto como una mujer y se había empalmado.

Yo tenía once años y él casi trece.

Dejé pasar aquello.

Pero mis dudas habían vuelto de golpe.

Y una parte de mí quería volver a ese armario de inmediato.