Natalia, Luis y María (Relato completo)

Recopilación de todos los relatos de este triángulo amoroso unidos en uno solo, corregido y revisado.

Estaba en el cielo. María, la más inalcanzable de mis tiempos de adolescencia estaba ahora mismo gimiendo ante mis embates. Era una belleza de ébano de labios gruesos y tetas exuberantes. Durante mi adolescencia no pude acercarme a ella pero en la escuela llenaba mis sueños de desenfreno. No era extraño que en aquella época fuese una presa a batir. Todos los niñatos del instituto le habían tirado los tejos no porque fuese mulata sino porque además tenía unos ojos azules herencia de su padre que la convertían en objeto de nuestras noches más calenturientas, cuando nos tocábamos con los ojos cerrados y musitábamos su nombre tapados por las sábanas para que nuestros padres no nos viesen si abrían la puerta de repente.

La tenía dominada, aplastada contra la cama, hecha un cuatro, resbalando sobre mi cuerpo, entrelazando sus piernas con las mías en un baile frenético. Se incorporó como pudo, levantándose con fuerza hasta alcanzar mi boca con la suya y gemir su orgasmo en mi garganta.

  • ¡Dame más fuerte, cabrón! - Chilló antes de caer derrumbada en la cama otra vez.

  • ¡Te voy a destrozar! - Respondí encendido y empujándola sujeté sus piernas forzándolas hasta ponerle los pies junto a la cabeza. Así tenía acceso a su coño, estirado e hinchado, húmedo hasta el punto de licuarse y entré violentamente como un misil.

Del arreón que le propiné más que gemir mugió, obligándome a taparle la boca. No quería que los vecinos escuchasen todo aquello justo cuando sabían que mi mujer estaba de viaje de negocios. Sobre todo la alcahueta de la puerta de al lado, cuyo salón lindaba con nuestro dormitorio.

  • La próxima vez - le dije - tenemos que ir a un hotel - No podía arriesgarme a hacerlo de nuevo en mi casa. Era demasiado peligroso. Si no supiese que Natalia estaba a más de mil kilómetros no habría ni pensado en hacer aquello. Yo amaba a mi mujer por encima de todo pero me había convertido en un gilipollas aquel día, exactamente a las cuatro y veinte de la tarde de un veinte de abril del año dos mil. A parte de lo exótico y el morbo tenía que reconocer que acostarme con María era un verdadero riesgo. Ella era un volcan, sino que le preguntasen a mi polla que se sentía estrangulada por aquel coñito prieto que parecía succionarla a cada embestida. Pero, ¿realmente valía la pena un polvo por bueno que fuese por traicionar a Natalia? En aquel momento apasionado habría dicho que sí, que aquello era demasiado bueno para dejarlo de lado pero ahora... no sé, no lo creo, la verdad.

  • Ni lo sueñes - Me dijo - Esto se termina aquí. No me vas a volver a tener. No quiero joder a Natalia.

Natalia y María eran amigas. Grandes amigas. Desde que se volvieron a encontrar hace tres años la antigua rivalidad se había convertido en amistad. María se había divorciado un par de años antes y se había incorporado a una gestoría, tratando de reorganizar su vida con el trabajo y decía que no buscaba a nadie. Nadie que no tuviese su amiga por lo visto. Su respuesta me cabreó. La niñata creía que podía probarme un minuto y tener escrúpulos al segundo siguiente. Me la estaba jugando y si estábamos haciendo aquello quería aprovecharlo todo el tiempo que pudiese. De perdidos al río joder, ya dice el refrán que comer y follar todo es empezar.

  • ¡Ni hablar! - Respondí - Te voy a follar cuándo y dónde me dé la gana. Menuda golfa estás hecha.

Acerqué mi rostro al suyo tratando de intimidarla mientras la derretía por dentro a pollazos. Quería que se volviese adicta a mí y solo tenía esa oportunidad. En medio de todos aquellos jadeos contenidos y la pasión que amenazaba desbordarse vi que estaba a punto de romper la cuerda porque me devolvió la mirada seria como témpano de hielo. No vi llegar el tortazo que me santiguó la mejilla. Con la sorpresa me hizo retroceder un poco, saliendo de su interior y permitiendo que se incorporase. Me obligó a quedar de espaldas, con mi hombría apuntando al techo y antes de darme cuenta, cuando pensaba que se iba a marchar indignada dejándome a medias, se empaló con fuerza. Daba pequeños y vigorosos saltitos sobre mi miembro. Al ponerse encima había tomado el control en el juego de tira y afloja que yo había iniciado.

  • Solo esta vez y ni una más. Natalia es mi amiga y no voy a joderle el matrimonio. Así que fóllame fuerte que no vas a repetir.

Llevó su mano a su coño y separó con los dedos sus labios vaginales para mostrarme en detalle cómo a cada empellón mi polla entraba un poco más. Lo hizo esta vez con violencia, acompañando con fuerza la caída y se penetró hasta la empuñadura. Sentí que temblaba y le llegaba el segundo orgasmo del día. Yo estaba al borde del desbordamiento. No podía responderle porque estaba tratando desesperadamente de contener mi eyaculación. Si solo iba a ser aquella vez tenía que durar lo más que pudiese.

Echando el cuerpo hacia atrás mi mirada alcanzó el espejo de cuerpo entero que ocupaba una de las esquinas del dormitorio y en su reflejo vi a Natalia, llorando mientras nos observaba.

Natalia. Era una de aquellas bellezas rubias de ojos azules que pasaban por mojigatas porque no se juntaban con chicos. Seria y estudiosa, coincidíamos en los trayectos de ida y venida al instituto porque viviamos en calles cercanas del mismo barrio. Nuestras madres se hicieron amigas desde que nosotros éramos unos enanos y cuando crecimos estábamos más unidos que muchos hermanos. El camino que al principio recorríamos acompañados por nuestras madres pasamos a hacerlo juntos cuando nos hicimos suficientemente mayores. En la adolescencia mis hormonas se revolucionaron y el miedo a poder estropear nuestra relación me frenaba cada vez que nos encontrábamos en situaciones propicias para enrollarnos a pesar de que desde hace tiempo era la musa preferente de mis masturbaciones. Una noche de encendido alcoholismo me atreví a decirle que me gustaba y quise besarla. Para horror mío me rechazó y me obligó a dejarla en casa. El día siguiente era domingo y desperté al mediodía, resacoso y arrepentido de haber metido la pata. Llevaba apenas cinco minutos despierto, vestía un boxer y la ropa de la noche anterior era un burruño en una esquina. Llamaron a la puerta. Los golpes me acuchillaban como aldabonazos en el cerebro y corrí a abrir antes de que me estallase la cabeza, pensaba que era mi mdre.

Tenía dieciseis años y no olvidaré jamás ese domingo. Al abrir vi a Natalia que traía uno de los brebajes de mi madre para la resaca. Se había duchado, tenía la ropa planchada y olía a rosas. Se me pasó la resaca en un instante. La lista de mi madre le había dejado entrar porque no imaginaba que Natalia fuese un peligro para su hijo. Era más una hermana que otra cosa y le pedía un momento a solas para hablar con su hijo no preguntaba nada y le dejaba entrar hasta la cocina. Ni me avisó que venía, le dejó llegar a mi puerta sin negociaciones.

Traté de recoger y ordenar lo que se pudiese sin darme cuenta de lo penoso de mi estado. El pelo desgreñado, oliendo a sudor y unas ojeras de gigante por no hablar de toda la habitación que era una leonera. Dejé que pasase y se sentase en la silla que usaba para estudiar después de apartar un par de libros que había abandonado allí a su suerte. Cogí el brebaje de mi madre y sin pensarlo mucho me lo tomé de un golpe. El líquido me bajó al estómago ardiendo y revolviéndome por dentro, haciendome boquear como un pez sin agua. En un par de minutos en los que no tuve el tino de vestirme siquiera Natalia tuvo la paciencia de esperar a que me serenase mientras me miraba con una sonrisa que en aquel momento no supe identificar.

  • ¡Luis! - Chilló mi madre desde algún lugar del piso - Me voy al cine con Pilar. Portaros bien.

Escuché la puerta de la calle al cerrarse. Pilar, la madre de Natalia también nos abandonaba dejándonos solos un domingo en casa. Una idea bastante peregrina me asaltó, tal vez estimulada por la lucidez que me había dado el antídoto contra la resaca. ¿Estaban nuestras madres compinchadas con Natalia? ¿Acaso querían que... sucediese algo entre nosotros? Entonces me di cuenta de que estaba casi desnudo y me iba a poner la camisa del pijama pero Natalia me detuvo.

  • Oye – me dijo – lo de ayer, ¿fue en serio?

Se me cayó el alma a los pies. No había tenido tiempo de reflexionar sobre nada, apenas llevaba veinte minutos. Tenía miedo de perder a Natalia también como amiga porque sospechase lo que sospechase lo que no podía imaginar es que quisiese nada conmigo después del plantón del día anterior.

  • No – me excusé – Estaba borracho.

Se me acercó. Demasiado. Olía a hembra, a delicado, a flores, a sexo. Me estaba muriendo de no poder besarla.

  • No me mientas. ¿Te gusto?

Aquella chica de normal era algo tímida pero se había acercado sin miedo, tan cerca que solo tenía que adelantar un poco el rostro para que se juntasen nuestros labios. Los ojos azules me miraron a fondo sin dejar que ocultase mis sentimientos con ningún subterfugio.

  • Me gustas más que el chocolate – Le dije sincerándome. Ella sabía que no había absolutamente nada que me gustase más que el chocolate. Era mi vicio y nunca tenía en casa por el simple hecho de que siempre que había algo me lo comía. Era superior a mí.

Se acercó un poco más, menos de un paso más cerca pero demasiado cerca para que pudiese mantener la compostura.

  • Quería que me lo dijeses sobrio. Has tardado mucho, nene - Pero no hacía ningún ademán de besarme o acariciarme. Tenía que hacer algo o retirarme para siempre.

Torpemente acerqué mi mano hasta su rostro y acariciando su mejilla la atraje hasta que nuestros labios se juntaron. Fue un beso casto al principio, reverente, lleno de sentimiento. Poco a poco abrimos los labios y exploramos con nuestras lenguas la boca del otro. Se me inflamó la sangre y cogiéndola de la cintura la levanté en vilo. La senté en la cama y poco a poco la ropa fue desabrochándose. Desnudé sus hombros, la camisa abierta mostrando menos de lo que deseaba. Besé la curva de su cuello, haciendo que le recorriese un escalofrío. La suave piel fue apareciendo conforme se escurría la ropa. Sus tetas eran firmes y las acaricié por encima del sujetador. Jadeaba y temblaba en mis manos. Ambos éramos inexpertos y por eso todo aquello se tornó en algo más bello y especial. Ella sopló en mi oreja, riendo como una niña traviesa, diciendo que lo había visto en una película romántica.

En represalia, mordisqueé el lóbulo de su oreja, arrancandole los primeros grititos. Volvimos a besarnos. Comenzamos a conocernos por debajo de la ropa. Sentíamos que íbamos a llegar hasta el final. Le quité la blusa y la coloqué con cuidado en el respaldo de la silla. Se dejó tumbar y me miraba curiosa mientras mi boca recorría sus hombros, ignoré de momento su sujetador y marqué con un reguero de humedad el camino hasta su ombligo. Gimió nerviosa y acarició mi pelo, aprobando mis avances. Recorrí el camino de vuelta y aprovechando que el cierre del sujetador estaba por delante lo abrí, liberando dos preciosas tetas. Estaba tan asombrado de su belleza que no hacía nada con ellas. Natalia, sonrojada, las acarició y estiró, juntandolas para que abultasen más, ofreciéndomelas. Aquello era tan erótico que a pesar del holgado boxer notaba mi polla estrangulada por la prenda.

Las devoré, recreándome, mordisqueando unas veces, lamiendo como un bebé otras, sobando con las manos casi todo el tiempo. Allí se descontroló todo. Comencé a acelerarme simplemente porque no aguantaba más. Tenía tan tensas las pelotas que me extrañaba que no reventasen. Traté de quitarle la falda con tan mala fortuna que a punto estuve de rasgarla, ni siquiera había desabrochado el cinturón. Ella, más juiciosa, me paró como pudo y se separó de mi, poniéndose en pie, torpe y extremadamente sexi, me hizo el primer estriptis de mi vida. Desnudó su cintura dejando ver poco a poco una de aquellas típicas braguitas blancas de algodón que ahora se tienen por horteras y carcas pero que me pusieron a mil. Yo, completamente anonadado, sentado sobre la cama con un empalme de antología no reaccionaba. Natalia demostró que llevaba algún tiempo planeando aquello, se acercó con paso felino y se sentó a horcajadas sobre mi erección, tapando parcialmente sus pechos, imitando a alguna diva de la televisión de aquella época. A través de la ropa interior nuestros genitales se frotaron y dado el nivel de excitación que llevaba estuve a punto de correrme en seco.

  • Por favor Luis – me pidió – Es mi primera vez. Hazlo con cuidado.

Me entró el miedo escénico. Era su primera vez ... ¡y la mía!

  • Claro – Respondí con cariño haciéndome el valiente aunque los nervios por poco acaban conmigo. Estaba acojonadito.

Como una gata satisfecha se estiró sobre mi erección, volviendo a frotarse y mirándome con lujuria. De nuevo le acaricié el rostro y para mi sorpresa cogió mi dedo pulgar con sus labios y lo lamió como si fuese un falo, saboreándolo como una piruleta. Bajé el ritmo pero no me detuve, no debía, tenía que satisfacerla como fuese. Pegaba sus pechos a mi torso, aplastandolos de un modo delicioso, piel contra piel. Mi mano izquierda, traviesa, bajó por la espalda hasta posarse atrevida al final de la espalda, apretando ese culo respingón, forzando a que se frotase con más y más fuerza cada vez, acelerando nuestras respiraciones y haciendo que nos dejásemos de tonterías. Volvimos a comernos la boca, devoré también sus pezones, estirándolos, obligándole a gemir de modo quedo. Hice que se levantase solo un poco y deslicé sus bragas unos centímetros pero Natalia estaba más frenética que yo. Me hizo ponerme de pie y me arrancó los boxer dejando libre mi erección.

  • ¡Qué bonita! - me dijo y tímida al principio me acariciaba sin apartar la mirada. Nunca pensaba que llegase a ver a Natalia así. Mi polla estaba siendo sacudida con torpeza pero la excitación era tremenda. Decidí devolver caricia con caricia y comencé a acariciarle entre las piernas. Tenía el coño hinchado y húmedo. Empecé con la palma abierta, jugando con los labios vaginales, deslizando las yemas de los dedos. Uno de ellos, curioso, encontró una hendidura y se deslizó lentamente. Natalia boqueó y dejó de acariciarme. No lo sabía pero acababa de rozarle el clítoris, dejandola a punto de caramelo. Me abrazó y acercó su cuerpo al mío mientras se dejaba hacer. Mas audaz cada vez, comencé a explorar la fortaleza enemiga deseoso de vencer sus defensas, que poco a poco se iban desmoronando. Un gemido me indicó que iba por buen camino y aumentando la frecuencia del movimiento introduje el dedo un poco más. Mi mano se llenó de agua mientras Natalia, abrazada a mí, temblaba a punto de caerse. Se había corrido en mis manos. Exultante de gozo el instinto me llevó a ponerla en la cama, presto a introducirme en su interior.

Tuve que hacer un esfuerzo realmente hercúleo para no entrar con violencia. Enfermo de lujuria como estaba todo me pedía barrenar sus defensas con un asalto frontal pero algo me decía que en aquella batalla la delicadeza iba a ser un arma más inteligente. Mi torpeza me hizo errar varias veces mi objetivo. Quien diga que acertó la primera vez sin problemas es un puto mentiroso y más si tratas de entrar en un coñito virgen por más húmedo que esté. Ella estaba ansiosa y entre gemiditos que me enervaban todavía más culebreaba tratando también de encajarse. La punta de mi miembro rozaba una y otra vez su objetivo y con el vaivén y los errores nos íbamos encendiendo cada vez más. Finalmente sentí que me encajaba en algo y poco a poco como una flor su vagina fue cediendo para abrazarme. Estaba estrecha, muy estrecha. Tal vez fuese por mi grosor pero a pesar de la humedad me costaba avanzar. Natalia se quejó por primera vez.

  • Para un momento – me pidió y como un caballero me detuve hasta que me pidió que siguiese

Volví a empujar en aquel estrecho túnel que me abrazaba con fuerza. Poco a poco avancé hasta sentir el himen.

  • ¿Segura? - Pregunté como un gilipollas. ¿Cómo se me ocurría preguntar aquella idiotez? ¿Es que acaso no había venido ella misma a mi cuarto? - Mierda – Volví a interrumpir rompiendo la magia del momento – Se me ha olvidado el condón.

  • Luis cariño – me respondió jadeando – como la saques ahora te la corto. ¡Fóllame joder! ¿Qué crees que quiero? ¿Jugar un parchís?

Se me fueron todas las tonterías y empujé. Con fuerza, violento. Natalia chilló, dos, tres veces, siguiendo el ritmo de mis embestidas. Los jadeos, los ojos casi en blanco, el sudor, los espasmos. Todo sucedió en menos de un minuto. Estaba tan caliente que me corrí como un cabrón, sin sacarla ni avisar pero Natalia no se quejó al sentir que me derramaba en su interior. Al contrario, me miraba con muchísimo amor.

Me reconoció más tarde que no tuvo un orgasmo en aquel momento. Le dolió demasiado pero recuerda con mucho cariño cuando se derritió entre mis dedos un poco antes y se aficionó a los que le proporcioné más tarde cuando la torpeza fue sustituida por la pericia y las caricias mal intencionadas, cuando follamos en la cama de su madre por la novedad unos meses después, cuando aprendió a exprimirme la polla con la mano, cuando en aquel campamento de viaje de estudios estuvimos a punto de ser pillados por uno de los profesores. Después llegaron algunos desencuentros, desconfianzas de imbéciles y tonterías de niños que rompieron nuestra relación. Hasta hace tres años cuando ya mayores y resabiados nos volvimos a encontrar en una reunión de antiguos alumnos. No tardó un mes en dejar a su novio y no llegó al año el tiempo que tardamos en casarnos.

Y en aquel momento, cuando María daba saltitos sobre mi polla, ese y otros muchos recuerdos desfilaron por mi conciencia. Se me juntó todo dentro cuando vi su imagen en el espejo, llorando mientras nos observaba.

Era demasiado para asimilarlo. Exploté llenando de semen el coñito de mi amante mulata mientras sin saber qué hacía me dio por gritar un nombre.

  • ¡Nataliaaaaa! - Chillé mientras eyaculaba con violencia, un trallazo tras otro de esperma en el caliente coñito de María

  • Alto, parad. - Pidió Natalia. Completamente subyugada por el último orgasmo María no parecía oír nada y durante unos segundos quedó desmadejada, impidiendo con su peso que me pudiese mover. Natalia unió la acción a los hechos y la empujó hasta derrumbarla en la cama, desacoplándonos por fin. - ¡Que paréis! No me lo puedo creer.

María por fin se dio cuenta y no conseguía reaccionar. Yo, libre por fin del peso de mi amante, trataba de incorporarme y taparme al menos para recuperar algo de dignidad.

  • Pero, ¿no estabas en Roma, en el congreso de marketing del que llevas hablando un mes? - Preguntó María

  • Sí, el congreso me lo inventé hace un mes – respondió Natalia – Hace un mes que sé que estoy embarazada y hace un mes que llevo preparando unas vacaciones con Luis para celebrarlo - Echando cuentas Natalia llevaba embarazada casi dos meses, aunque no se le notaba.

-¿Qué? - Reaccioné por fin. La noticia me saltó a la cara de sopetón – Pero si no quieres tener hijos

  • Tuve una falta y me hice un test de embarazo. Era positivo y me di cuenta de que quería el niño. ¡Y no me llames cariño! No con la puta de tu amante con el coño chorreando semen. ¡Cabrón!

Yo siempre había querido tener hijos, ha sido una de las fuentes de problemas de nuestro matrimonio. Natalia ahora sentía a nuestro hijo en el útero y no quería abortar. En medio de aquello vernos follar tenía que haberla destrozado. Si había alguna posibilidad de que me sintiese más miserable con todo aquello Natalia lo había conseguido. Simplemente no sabía qué hacer.

  • ¡Oye! - Protestó María – Eso de puta te lo callas – Cogió las bragas que habían acabado en la mesilla y se las puso como pudo mientras buscaba el resto de la ropa con la mirada. Tanto María como Natalia tenían bastante caracter, pensé que la mulata no se iba a dejar avasallar.

  • ¿Y cómo quieres que te llame? ¿Señora puta? ¿Reina puta?

Para mi sorpresa María se achantó

  • Lo siento – se atrevió a decir con la voz convertida en una parodia de su tono normal – No te lo tomes a mal. Esto ha sido una chiquillada, por probar. Yo le he seducido pero Luis te quiere a ti.

  • Por probar. Por eso te decía que la próxima vez en un hotel – Natalia me fulminó con la mirada – María, si no quieres empeorar las cosas mejor te vas

  • Sí, será mejor – concordó la mulata – Os dejo para que habléis.

A mí no me salían las palabras, como a un verdadero gilipollas. Tendría que haber dicho algo pero eran tantas cosas de golpe que seguía sin reaccionar. En unos segundos María se vistió y no se había terminado de abrochar la camisa cuando se había marchado de la habitación. Por fin salí de mi parálisis y me puse los calzoncillos.

  • Nena, yo ...

  • ¿Nena? No digas chorradas. - Natalia hizo un supremo esfuerzo para contenerse – Mierda. ¿Qué ha pasado? ¿Subisteis para hablar de algo y terminaste metiéndole la polla hasta las amígdalas?

  • Las cosas surgieron – mentí – Habíamos bebido y...

  • Siempre quisiste abrirle las piernas, ¿ya estás satisfecho?

  • No, yo...

  • Ya lo creo que sí. Menuda cara tenías cuando te corrías. Nunca has disfrutado así conmigo.

Se me rompía el corazón de ver así a Natalia

  • Nena...

  • Y yo, ¿qué? ¿Cuándo me has reventado a pollazos? Nunca me has tratado así. ¿No te gusto? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? - Sollozó y se sentó en la cama

Traté de tocarle en el hombro. Ya me había puesto al menos los pantalones y estaba buscando la camisa.

  • No me toques, me das asco – Natalia retrocedió un paso. Me miró y me cruzó la cara con fuerza, sobre la misma mejila que había recibido hace poco el tortazo de María. Me enganchó de mala manera haciéndome muchísimo daño – No te aguanto. Tienes una semana de vacaciones que te había pedido en el trabajo sin decir nada. Vamos a usarlas para reflexionar. Me voy a un hotel.

  • No – Respondí recuperando algo de sentido común. El infiel había sido yo, así que traté de hacer las cosas como debía ser. - Yo me voy a un hotel y tú te quedas aquí. Esta es tu casa. - Junté rápidamente la maleta que solía usar en los viajes de trabajo y poco más. Me marché como un zorro cobarde, con el rabo entre las patas. Trataba de imaginar el futuro cercano, buscar algún motivo para que Natalia me perdonase pero no encontraba nada.

UN MES DESPUÉS

Natalia leía y releía los papeles del abogado. Luis había tenido algo de coraje unos días antes y le había pedido poder ver a su hijo cuando naciese. Ella no era una hija de puta, nunca apartaría a un hombre de su hijo y le dijo que podría verle siempre que quisiese. Luis adoraba a los niños y sería un buen padre por muy cabrón que fuese. Ahora ya sabía que era un chico. Ir a la ecografía sola había sido un mal trago la verdad, viendo a todas aquellas parejas en la sala de espera. Ultimamente lloraba mucho. Se decía que era por el embarazo y las hormonas pero en el fondo sabía que le faltaba a su lado el hombre de sus sueños. Toda su vida habían sabido que eran el uno para el otro. Habían perdido juntos la virginidad. El suyo fue un amor idílico, bello, tierno. Llevaba tres meses de embarazo y comenzaba a notarse. Delante suyo tenía los papeles del divorcio pero no se veía capaz de firmarlos.

Alzó la vista. Aquella casa la habían comprado entre los dos, todos sus rincones eran pequeños recuerdos de su vida en pareja. El sofá donde veían películas y si eran aburridas, las alegraban con gemidos apasionados; la mesa del comedor donde a veces terminaban comiéndose el uno al otro; el baño donde se lavaban con caricias apasionadas si había algo de tiempo antes del trabajo y la cama de matrimonio, donde habían concebido a su hijo. Cada vez que la miraba no podía evitar ver a María saltando, con el rostro desencajado de placer mientras se corría.

Llamaron a la puerta. Al abrir el estómago le dio un vuelco. Era María. La maldita mulata tenía la desfachatez de presentarse allí, sin avisar siquiera.

  • Luis no está y yo no puedo romperte el coño a pollazos. Lo siento.

  • Quiero hablar contigo, no con Luis

Se paró a mirarla. Ahora, algo más calmada, vio sus ojeras y su mala cara. Parecía una caricatura de sí misma. Estaba jodida y se alegró sinceramente pero muy en el fondo sintió también algo de pena. Antes habían sido buenas amigas.

  • Pasa. ¿Quieres algo de cianuro?

  • Es sobre Luis

  • Espero que esté jodido

  • No puede con el pelo. Casi no come. Ha faltado al trabajo esta última semana. No me quería dejarme entrar cuando le fui a ver. Está muy mal Natalia. Te necesita.

  • Y tú, ¿no le consuelas?

  • No me deja y ahora yo tampoco quiero nada con él. No me quiero aprovechar.

  • ¿Aprovechar?

  • Sí Natalia, aprovechar. Mira, si no nos hubieses pillado aquello habría quedado en nada. Yo no le hubiese permitido repetir y él se habría sacado las ganas. Respeto demasiado a Luis para tratar de aprovecharme cuando tiene roto el corazón. Vengo a decirte algo que no te va a gustar, pero quiero ser muy franca contigo por la amistad que hemos tenido.

  • Aún va a parecer que eres la buena. Venga, suelta lo que sea.

  • Pienso quedarme a Luis. Como le dejes escapar me lo llevo sin pagar impuestos. Luis merece mucho la pena y si os divorciais pensaré que dejas el paso libre.

  • Pero qué ovarios tienes. ¿Qué vienes? ¿A recochinearte? Cuida no te arranque los pelos del coño a tirones

  • No puedes, ya sabes que lo tengo depilado.

Era cierto. Ya había visto el coño de María lo suficiente. Tardaron una hora entera de tiras y aflojas en relajar la tensión. Habían sido muy buenas amigas y se tenían algo de cariño todavía. Natalia pudo comprender que María era sincera. No pensaba dejar pasar la oportunidad con Luis si llegaba el caso. Era el último aviso.

  • Lo que más me jode de todo esto – confesó – Es que contigo le vi muy diferente. Se mostraba muy apasionado. A mí siempre me ha tratado como una princesa, nunca me ha hecho sentir como a ti, perdiendo la compostura.

  • Creo que no te trataba así porque tenía miedo de perderte – La cara de asombro de Natalia era monumental – Perdisteis juntos la virginidad, Natalia. Para él siempre has sido una princesa y sigues siéndolo. No se ve capaz de mostrarse lujurioso de verdad. Creo que ese es el verdadero motivo por el que se me echó encima.

  • Entonces no le sedujiste

  • No – reconoció María – Él dio el primer paso y yo no quise perder la oportunidad de tener aunque fuese una vez al hombre de mi vida.

  • ¿Qué?

  • Sí. Luis es el hombre de mi vida. Me parece increible que no te hayas dado cuenta. Cuando llegué al instituto ya estabais saliendo y todos se me echaban encima. Todos menos Luis, que te tenía a ti. No miraba a ninguna más y yo quería alguien que me tratase como Luis te trataba a ti. Erais la pareja perfecta. Lo doy por imposible, comienzo a salir con Jorge y rompeis justo después. Luego en la universidad nos separamos. Cuando nos volvemos a encontrar lo primero que me decís es que os casais. Me he sentido toda mi vida una rechazada, mirando desde la barrera. Aquel día Luis estaba algo borracho. Me lo encontré en un bar, con unos amigos. Estaba buscando un coño. Pensé que mejor conmigo que con otra. Al menos yo le quiero.

  • La culpa es mía, que no le doy lo que quiere.

  • Es de los dos, que sois gilipollas. Tú una mojigata que no sabe que no es bueno reprimirse tanto y él un miedoso que no sabe que va a perder a la mujer de su vida por no confesar que el sexo con ella es frustrante. Luis quería más. Antes de llevarme a la cama se quejó de problemas de cama contigo. Se echaba la culpa de no hacerte sentir todo lo bien que merecías, que por eso no te entregabas totalmente a él.

La conversación continuó por los mismos derroteros. María habló y habló demostrando que conocía mejor en algunas cosas a su todavía marido que ella misma. Le dijo que todos los hombres, por más que respeten a su pareja necesitan una puta en la cama y si no lo consiguen o se convierten en eunucos o les ponen los cuernos.

  • Creo que no te has corrido como debe ser ni una vez en la vida. Si lo hubieses hecho no tendrías problemas en chuparle la polla a tu hombre. Es maravilloso sentir que se le pone tiesa en tu boca, saber que es por ti y por ninguna otra por lo que te está traspasando el paladar. No tienes a un hombre de verdad en el bote hasta que no le has chupado la polla en condiciones. Cuando le miras y le ves sonreir y te sujeta la cabeza y te folla la boca; cuando se te cae la baba porque no puedes tragar más rabo y se siente el dueño del mundo. En ese momento es cuando sabes que ese hombre mataría por ti

Natalia no pudo evitarlo, su mano estaba acariciando la parte interna de sus muslos. Tenía los ojos algo cerrados y en su cabeza veía a Luis completamente transportado de placer porque ella le estaba tragando el rabo hasta la empuñadura. Después de escuchar a María no conseguía comprender su anterior reparo a la felación. Otra mano acompañó la suya. María deslizaba la yema de los dedos sobre su piel, provocándole un ligero y placentero calambre. No supo porqué no le pidió que la retirase. Recordó que en el instituto se decía que a María le gustaba la carne y el pescado.

  • Eso mismo le hice a Luis – Le susurró María al oído - Le volví loco. Se corrió como un burró y tragué todo lo que pude pero una gran mayor parte cayó en las sábanas.

Las caricias se hicieron más osadas, tratando de deslizarse debajo de su falda y cuando trató de pararla María, con cariño y delicadeza se escurrió por un lateral subiendo más y más hasta alcanzar las bragas. Su dedo índice se apoyó a través de la tela, entre sus labios vaginales. Quieto, sin iniciar hostilidades.

  • Necesitas correrte fuerte. Saber qué se siente al desbocarse para saber qué necesita Luis y eres algo más que mi amiga. Te deseo. Te he mentido antes, cuando estabais juntos y os miraba, tenía envidia sí, pero lo que quería era estar entre los dos. Lo que de verdad quería es que me chupases el coño mientras Luis me perforaba y luego comerte entera mientras te corrías bien follada. Quería compartir vuestros orgasmos y regalaros los míos. Quería que la princesa se corriese temblando en mis manos mientras su príncipe me follaba el culo.

María inició las hostilidades, su dedo juguetón, acarició su clítoris provocandole una verdadera inundación entre las piernas. Natalia quiso quejarse pero era tarde, la mulata le había ido encendiendo poco a poco y ahora no sabía si quería comenzar a arder. Cuando abrió la boca para protestar la lengua de la mulata entró como un misil, hasta las amígdalas. Se sintió ultrajada, avasallada, casi violada. Era maravilloso. Antes de que pudiese reaccionar o le entrase la cordura sintió la mano izquierda de María levantarle la camisa de estar en casa y sin pedir permiso darle un leve pellizco en el pezón para acto seguido, mitigar el ardor del gesto amasando la glándula que reaccionó excitándola todavía más.

  • Déjame que te folle. - Dijo María con los ojos turbios de lujuria – Voy a enseñarte a correrte de verdad. Solo esta tarde, mañana será otro día y podrás olvidarlo todo.

Natalia se sintió completamente subyugada y no dijo nada pero dejó de resistirse y tímidamente comenzó a acariciar a su amante, alcanzando la parte que más envidiaba de ella. El trasero respingón que quiso amasar con cariñó.

  • No, así no – le corrigió la mulata – yo no soy una princesa. En la cama soy una puta y tienes que tratarme como a una. Te voy a comer el conejo hasta dejártelo escocido y luego me lo vas a comer hasta despellejarte la lengua.

María la tumbó y antes de darse cuenta tenía la falda en el ombligo y las bragas más allá de los pies, tiradas en el suelo. Respiraba entrecortada ya de antes pero lo mejor vino cuando una lengua juguetona, traviesa y delicada al mismo tiempo se introdujo en su coñito explorando los labios vaginales. Bueno, tanto hablar de correrse a lo bestia y Luis ya le había comido el coño mejor. Sintió un osado mordisco y un estirón. El tironcillo le provocó una punzada que antes de ser dolorosa fue mitigada por un chupón que le hizo temblar. Natalia se sumergió en un carrusel de sensaciones en el que se mezclaban un picor que no conseguía mitigar la dulzura de los chupones repentinos y la aparición repentina de un dedo insolente que le arrancaba espasmos.

Subió, subió, subió... iba a explotar pero María dejó de manosearla. La mulata se puso de pie, se bajó el pantalón con urgencia mostrando un tanga blanco de puntillas que rápidamente acabó al lado de sus bragas. Abrió las piernas, se acercó hasta ponerle el coño en la nariz y sujetándole de la cabeza le estampó el coño en los labios.

  • Para recibir hay que dar. Si quieres correrte empieza a chupar.

Ni en la peor de sus locuras se imaginó con la cara entre las piernas de María, pero llevada por la lujuria se vio sacando tímidamente la lengua, ensalivando los labios mayores y sujetándose en las posaderas de su amiga para no caer al suelo debido a los restregones que sufría porque estaba frotándole el clítoris en la cara. Miró hacia arriba para ver a María que le sonreía.

  • Tienes que aprender, yo te voy a enseñar bien enseñadita.

Los diez siguientes minutos los pasó aprendiendo a chupar el clítoris, a meter un dedo y luego dos juntos, a agitarlos con fuerza y a buscar sin éxito un lugar especial dentro de María que supuestamente le volvía loca.

Se vio haciendo un sesenta y nueve y recibiendo tanto como daba y se corrió tanto que creía que se había meado en la cara de María.

  • Ese – le dijo su amiga cuando apenas mantenía la consciencia – era tu punto G.

Un dedo audaz entró en su culo.

-´¿Qué haces?

  • Desvirgar esto. Si fuese hombre haría algo más que meterte el dedo.

Notó un subidón muy fuerte cuando el dedo del ano fue acompañado por dos más en la vagina. Sentirse avasallada en ambos frentes le superó y sintió que tenía que vengarse así que imitó a la mulata buscando su puerta trasera, poniendo con fuerza dos dedos en cada agujero.

  • ¡Síiiiiii! - Chilló María mientras se corría como un grifo.

Aquel día se destruyeron muchos complejos que tenía y pudo comprender algo a Luis, que deseaba por un lado hacer todo aquello con ella y por otro no se atrevía por miedo a ofenderla. Se dio cuenta de que parte del problema lo habían sido sus prejuicios y se prometió cambiar y tal vez ... hablar con Luis y ver en qué terminaba la cosa.

DOS DIAS DESPUES

Natalia dudaba si tocar el portero automático. Llevaba un par de días reflexionando sobre su relación con Luis y sobre lo que había pasado con María que le dijo que se lo pensase rapidito porque en el momento en que se divorciase haría su movimiento. A pesar de lo desagradable de la situación ella supo apreciar la sinceridad y no quedó muy claro cómo había quedado su relación. Antes eran amigas, después de la infidelidad enemigas declaradas y ahora ... ¿amantes? ¿amigas otra vez? ¿estaban en tregua? ¿adversarias por el amor de Luis?

Sobre todo tenía que responderse a sí misma. ¿Quería volver con Luis? ¿Quería volver a intentarlo? Por eso estaba allí, delante de la puerta de su piso.

Conocía muy bien el lugar. Había pasado toda su infancia y adolescencia recorriendo aquellas calles de ida a vuelta al colegio y luego saliendo junto a su cariñoso novio. Era la casa de la madre de Luis. Ella no se había mudado y ahora tenía más de sesenta años, con ganas de jubilarse. Cuando se separaron Luis estuvo un par de días en un hotel pero luego le mandó un wasap diciendo que volvía a vivir con su madre.

No podía pagar tanto tiempo un hotel y hasta encontrar un nuevo sitio volvía a su viejo barrio. Tenía que coger el metro para ir a trabajar, despertar un par de horas antes de su horario normal cuando vivían juntos y tardaba otro par de horas en volver después.

Ella se sentía culpable de la situación. Luis era un buen gestor con un buen futuro pero cuando comenzaron a vivir juntos ella condicionó todas las decisiones económicas de la pareja. Luis siempre había preferido cobrar menos, tardar más en llegar al trabajo o perder oportunidades profesionales para poder estar más tiempo con ella y disfrutar más tiempo juntos mientras que ella no había dejado pasar ni una oportunidad para ascender.

Durante un tiempo su marido parecía su chofer debido a la cantidad de veces que le llevaba y traía de juicios, congresos o reuniones de negocios. En la firma de abogados que estaba actualmente ganaba bastante dinero y sabía que parte de su posición la había conseguido porque Luis siempre le había impulsado hacia delante. Era la famosa frase al revés: Detrás de toda gran mujer hay un gran hombre. Él había sido su apoyo incondicional durante todo aquel tiempo y no había pedido nada a cambio. Ahora se daba cuenta de que él se había perjudicado gravemente por ella.

Una rubia se acercó al portal del edificio y llamó para entrar. Hubiese seguido reflexionando en la calle sin saber qué hacer si no fuese porque había llamado al piso de Luis y le habían abierto al responder que se llamaba Natalia. Sin saber muy bien porqué entró al portal justo detrás y subieron juntas en el ascensor. Era muy clara su profesión. Iba excesivamente maquillada, con la ropa enseñando más de lo que debía y la falda demasiado corta. Tenía los ojos azules. Incluso se le parecía un poco. Natalia no sabía dónde meterse. Llegaron al tercero y se abrieron las puertas. Era muy guapa.

  • Perdona – se atrevió a decir a la mujer antes de que llamase a la puerta de Luis.- ¿Natalia?

  • Hoy sí. - Respondió algo sorprendida la puta – Pero mañana me puedo llamar como quieras. ¿Quieres saber mis tarifas?

  • No, no. Verás – Su cerebro trataba de improvisar a toda velocidad – Si te fijas cómo voy vestida... yo... quiero darle una sorpresa a Luis

  • Ya veo – La mujer le miró de arriba abajo, con aire crítico – Pero el problema es que tengo un compromiso con el machote de este piso. Me gusta mi trabajo y tiene una voz seductora por teléfono. Hoy tengo ganas de marcha. No voy a dejarle escapar fácilmente. Si le dejo bien satisfecho me llamará otras veces, ¿sabes?

  • ¿Te importaría marcharte? Ya te digo que quiero darle una sorpresa. Te pagaré.

  • Una sorpresa. No me lo digas, también te llamas Natalia. Bueno, tal vez tengas trescientos euros por mi tiempo. Si me los das te dejo dar todas las sorpresas que quieras. Sino me meto y me lo follo vivo, porque ten clara una cosa. Cuando me junto con un macho el que se lo folla soy yo.

¿Trescientos euros? Pero, ¿tan desesperado estaba Luis para pagar aquella burrada por unos minutos de jadeos? Su marido era un degenerado, encargando una puta que se le parecía. Además, ¿dónde estaba su madre para dejarle contratar una puta y subirla a casa?

Rebuscó en su cartera. Nunca tenía demasiado efectivo y sospechaba que aquella mujer no iba a esperar a que bajase a un cajero. Además Luis esperaba que llamasen al timbre y podía ir a mirar al pasillo. Tuvo que sacar el dinero de emergencia que llevaba en el forro del bolso pero lo juntó todo y se lo entregó a la puta.

  • Muy bien – le dijo – Encantada de conocerte. - Se metió los billetes en el escote con un gesto verdaderamente vulgar, parecía el cliché de una mala película. La puta se dirigió de vuelta al ascensor – Cuidadito con ese, que me ha pedido unas cosas muy raras...

  • ¿Qué cosas? - Preguntó. Pero el ascensor ya estaba bajando.

Se decidió. Iba a hablar con Luis, enterarse de verdad qué había pasado y darle tal vez una oportunidad.

Por un lado era asqueroso que hubiese pedido una puta que se le pareciese pero por otro se sentía halagada. Tal vez María le había dicho la verdad cuando le dijo que Luis estaba fatal, no solo porque quisiese defenderle. De todos modos, ¿qué coño hacía María tratando de que ellos volviesen y amenazando con ligárselo al mismo tiempo? ¿De qué iba la mulata? ¿Tenía algún interés escondido? Solo se le ocurría que quería que siguiesen juntos para luego unirse a ellos dos. Se lo había dicho claramante. En fin, no tenía tiempo para divagar.

Llamó a la puerta, el tono del timbre le traía recuerdos. No terminaba de encontrarse, de saber qué estaba haciendo allí pero sabía que no podía dejar las cosas como estaban. En su bolso, los papeles del divorcio estaban sin firmar todavía. Tenía que tomar una decisión de una vez.

Luis abrió. Verlo muerto le habría impresionado menos. Apestaba a alcohol, su rostro estaba pálido y demacrado. Desarreglado, mal afeitado y los ojos turbios, perdidos. Le miró y le vio sin verle. No la reconoció.

  • Adelante guapa – Le dijo. Su voz rajada, rota. No quería hablar con él desde el pasillo y entró - Entra al salón y ponte cómoda. Ahora voy.

Todo sucedía muy rápido. Esperaría a que le ofreciese algo de beber y hablarían, pondrían las cosas en claro. Le oyó orinar en el baño, no había cerrado la puerta. Se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de una silla. Cuando volvió Luis estaba desnudo de cintura para abajo, se había quitado los pantalones y la ropa interior después de orinar.

  • Luis – dijo dándose cuenta de que tal vez había metido la pata de mala manera – Tenemos que hablar

  • ¿Qué hablar ni qué leches? ¿Porqué no te has desnudado?

  • Luis, soy Natalia – Trató de explicarse.

  • Sí, lo sé. ¿Porqué cojones no te desnudas?

  • Yo... - Tenía un brillo peligroso en los ojos. Recordó a la puta avisándole, que tuviese cuidado – Creo que va a ser mejor que me vaya.

Trató de marcharse pero al pasar a su lado, la sujetó y dominándola con una fuerza que nunca imaginó que tuviese su marido la besó. Pero no lo hizo con cariño como solía, buscando la complicidad pausada y morbosa de sus lenguas. Forzó el beso mordiéndole además con fuerza los labios, haciéndole algo de daño. Sus manos fueron directas a los botones de la camisa, abriéndola a tirones.

  • Para, Luis – Le dijo - ¡Para! - Trató de defenderse pero se llevó un empujón y algunos botones que no aguantaron saltaron repiqueteando por el suelo. Sus tetas, contenidas a duras penas en el sujetador blanco de puntilla, quedaron expuestas.

  • Joder, te voy a pagar un extra. ¡Qué bien lo haces! - Sujetándola con fuerza le bajó el sujetador sin desabrocharlo y mordió el pezón derecho. - ¡Qué dulce! - dijo como pudo con la boca llena de teta.

Por más que forcejease no conseguía sacárselo de encima.

  • Así no, Luis. ¡Nó! - Chilló cuando él estiró el pezón dándole un latigazo de dolor, mitigado rápidamente cuando amasó el mismo pecho con bastante violencia.

  • Así sí. ¿No querías que te matase a pollazos, como a María? Ahora me vas a conocer.

Eran las quejas que le dio cuando les pilló. Luis no había encargado una puta para follar, sino para desahogar su rabia. Como paró de forcejear, Luis le estrujó el otro pecho, haciéndole daño y volvió a besarla, con violencia y ansia. De repente le dio la vuelta, clavando su erección a través de la falda que aguantaba a duras penas entre los cachetes del culo. Mordió su cuello y luego antes de que se quejase succionó con los labios como si fuese un vampiro bebiendo de la yugular. Iba a dejarle un buen chupón.

  • Luis – se sorprendió gimiendo – Lo siento. Lo siento tanto.

  • Calla puta. No sientes nada – La mano libre dejó su teta y se deslizó osada camino de su coño pero ahora, en las distancias cortas, era imposible no notar la piel tirante del estómago, primera señal de su embarazo. - Joder, si es que también estás embarazada. Te has ganado un gran extra, joder. Cómo voy a disfrutar.

La situación comenzaba a ser irreversible. Se dijo que seguía siendo su marido, por muy ebrio y confuso que estuviese, que seguía siendo el hombre que había estado a su lado los últimos cinco años y que durante toda la vida antes de eso le había cuidado. Además, ella, a su pesar se estaba excitando. Iba a probar la pasión de su marido. Quiso convencerse de que estaba actuando por propia voluntad.

  • Vale – Le dijo – No me hagas daño. Yo... te dejaré hacer lo que quieras.

  • ¿Vas a dejar a la dama a un lado? ¿Te vas a olvidar de que mereces un respeto? ¿De que no te trate como una puta? ¿Vas a olvidarte de todos los límites?

Se le saltaron las lágrimas. Siempre que Luis se apasionaba con ella, que le pedía algo extraño o raro, ella le aleccionaba una y otra vez. Que si era un vicioso, que le daba asco chuparla, que el sexo anal no estaba bien... Luis terminó por no tratar de ir más allá, por perder algo de la ilusión. Se convirtió en una persona rutinaria, se adaptó a ella, como siempre hacía y por ello mismo terminó buscando alguien más. Era culpa suya.

  • Sí, Luis. Esta noche no soy tu esposa. Soy tu puta, sin límites. Soy tu solaz y tu descanso. Desfógate. Saca toda tu rabia. Úsame.

Entonces sucedió algo aterrador. Un sonido roto, cascado. Luis reía. Una risa amarga.

  • Por fin – dijo el hombre y volvió a darle la vuelta – Por fin

La puso de rodillas. Él ya estaba desnudo de cintura para abajo y sin pedir perdón ni permiso le colocó la polla en los labios. Lentamente avanzó, como probando que ella no se iba a resistir. Y no se resistió. Abrió la boca, aceptando el rabo de su marido. Luis no se detenía y fue entrando poco a poco hasta alcanzar el fondo de la boca, hasta presionar sobre el inicio de la garganta. Natalia trató de aguantar, dejándose usar, pero le vino una arcada, un reflejo.

  • Mírame – Le pidió su marido. Al mirarle le vio sonreir. Una sonrisa sincera - Aguanta por mí, cariño.

Lentamente retiró el miembro y repitió la penetración. Aumentando poco a poco la velocidad y la frecuencia de los vaivenes comenzó a follarle la boca. Cada vez más y más rápido. Ella sentía su polla endurecerse más y más . Por ella. Porque a Luis le gustaba follarse su boca. Se sentía humillada y al mismo tiempo poderosa. Tal como había dicho María. Además, a pesar de la violencia le había llamado cariño. Se esforzó en tragar rabo, por ese hombre que le estaba follando la boca. Luis siempre había tenido una buena herramienta y le llegaba hasta muy atrás. Babeaba, la baba se escurría por los lados de la boca. El se volvió más violento, más apasiondo. ¿Porqué estaba tan mojada si solo había recibido restregones, pellizcos y arañazos? No había sentido apenas cariño, salvo tal vez, aquella palabra suelta. Se sintió extraña, excitada, muy excitada.

  • ¡Jodeeerr! Qué buenoooo

Luis se hinchó todavía más dentro de su boca, su pene a punto de explotar. Le sujetó por la nuca y forzó una penetración todavía más profunda. Le sobrevino una arcada pero trató de aguantar. Por Luis. ¡Deseaba que se corriese en su boca! Y lo hizo. Una descarga tras otra. Muchísimo semen le llenó. No se dio cuenta del sabor ni de nada, no tuvo más remedio que tragar porque a pesar de lo incómoda que estaba no quería resistirse. Quería sinceramente que ese hombre notase que ella se tragaba toda su corrida. No pudo reprimir una arcada, sobre todo cuando notó que parte de la corrida comenzaba a inundarle las fosas nasales. Él se apartó por fin. Escupió parte sobre el suelo y boqueó tratando de respirar, los ojos le querían llorar. No le había soltado la cabeza y él tiró obligando a que se levantase y la miró a la cara. Por un momentó sintió que le había reconocido. ¿Ella quería que le reconociese? ¿Quería follarse a su marido sin compromiso, probar y luego ya veremos? Tal vez sí. Estaba claro que aquello no iba a terminar todavía.

  • Vamos a lavarnos, estás pringosa.

La llevó hasta el cuarto de baño. El viejo baño donde se ducharon juntos por primera vez, haciéndose el amor con torpeza, resbalando en la bañera hasta casi caerse y hacerse daño. Fue una experiencia que luego recordaba con cariño y ternura.

La ropa cayó al suelo del baño, sin importar que se ensuciase y ella se apresuró también a desnudarse, expectante. Entraron juntos, el agua arrastraba los malos sentimientos sobre sus cuerpos desnudos. Desde el primer momento Luis recorrió su cuerpo, con la mirada, con las manos, con la lengua, con su propia piel. Ella era una muñeca rota en sus brazos que le empezaron a enjabonar. ¿De dónde había salido el champú? Estaba en una nube. Aquel sí era su marido, la ternura y sus caricias suaves como mariposas que le calentaban poco a poco. Un mordisco, fuerte, en el cuello justo debajo de la oreja. Como los animales que exigen sumisión en una batalla de poder. Un chupón, fuerte también, que le envió un escalofrío recorriendo la columna vertebral, erizando más si cabe los pezones y de repente una intrusión. Dos dedos moviéndose en su interior, pinzando por dentro con suavidad y un segundo después hurgando agresivas, casi a punto de hacer daño.

  • Síii... - se escuchó gemir

Faltó un pelo para que se corriese allí mismo. Cuando se abandonaba a la sensación sintió una intrusión en el trasero. Un dedo de la otra mano forzaba la entrada, curioso, incisivo. No le gustaba la sensación pero recordó sus propias palabras. No pondría límites. ¿No podía probar una vez por Luis? Se lo había pedido tantas veces, de tantas maneras. No quería resistirse, quería entregarse por una vez. Una sola vez, sin límites. El jabón actuaba de lubricante y poco a poco entraba más y más.

  • Para ser una puta esto está muy cerrado.

  • Por favor, no me hagas daño.

  • Me has dicho que hiciese lo que quiera.

  • Pues haz lo que quieras, pero recuerda quién soy.

  • Bueno, pues haré lo que quiera.

Con fuerza y muy pocos miramientos entró un segundo dedo. Los dedos de su coñito desaparecieron, haciendo que su excitación bajase mucho. Empezó a molestarle.

  • Me duele

  • Menos quejas, putita.

  • Pero me duele

Un cachete fuerte en el culo, como un trallazo. El reflejo le contrajo los músculos enviando un espasmo doloroso y sin embargo se mojó más. ¿Qué hacía su cuerpo?

  • Tranquila. Relájate o será peor.

Lo intentó. Lo intentó sinceramente pero le seguía doliendo y su excitación había desaparecido casi completamente. Tenía que hacer algo. Tuvo una idea. Meneó el culo, forzando la entrada algo más.

  • Me gusta – mintió

  • ¿Te gusta?

  • Sí – volvió a mentir y meneando otra vez el culo trató de colaborar. Se hizo algo de daño pero extrañamente le dolió menos y el roce del ano con el champú le irritaba de forma dulce. ¿Qué estaba sintiendo?

  • Buena chica – Le dijo Luis que cogió la alcachofa de la ducha y dirigió el agua a su coñito. El agua al golpear con fuerza en sus labios vaginales le devolvió la excitación poco a poco. Y aquella nueva sensación en su culo no desapareció sino que se juntó. Se frotó contra los dedos de su marido con mimo. Fue ella la que comenzó a marcar el ritmo.

  • Muy bien – Le felicitó de nuevo.

Así iban a ser las cosas. Si ella colaboraba él le trataría mejor. Si se resistía sería peor. Ya no le molestaba casi el trasero. De hecho le provocaba una especie de dolor dulce que mezclado con el agua en el coño le estaba volviendo a poner a tope.

Luis colgó de nuevo la alcachofa y con dulzura se metió en su coño. Su polla se había recuperado y de qué manera. Se sentía llena, muy llena. Estaba tan hinchada que le rozaba por dentro como seda. Y llegó la violencia, duro en el culo, un tercer dedo, doliendo, rompiéndola de algún modo. Ya no le molestaba el dolor. Su trasero decía que siguiese aquello, que le daba igual. Que le gustaba y ella jadeaba y gemía. Placer y dolor se mezclaban y era maravilloso. Comenzó a llorar. Ella se había negado a aquello, durante tantos años. Y era tan bueno. Explotaba poco a poco, quería explotar con Luis. Con Luis, el amor de su vida. Sintió que ella le había despreciado, en el fondo ella le despreciaba porque él no se imponía a ella y le castigaba negándose. ¿Porqué? ¿Porqué lo había hecho?

Abandonó su coño y de golpe entró en su culo. Brutal. Hasta la empuñadura. Le dolió horrores a pesar de la dilatación, a pesar de los tres dedos, a pesar de querer entregarse. Luis estaba demasiado grande, demasiado duro. Trataba de relajarse pero no dejaba de doler.

  • ¿Te gusta?

  • Porque eres tú. Me gusta porque es tu polla.

  • Sé que te duele. Te conozco.

¿El juego había cambiado? ¿Qué quería Luis que respondiese?

  • Sí, me duele. - Confesó – Pero haz lo que quieras. Te quiero

¿Te quiero? ¿LE ACABABA DE DECIR QUE LE QUERÍA?

Luis se paró. El dolor no desapareció pero se mantuvo a la espera, agazapado.

  • Vale. Te creo.

Los dedos regresaron al coño, juguetones, volviendo a inflamarle, mezclando placer y dolor y volvió a moverse, poco a poco. Muy muy lento, rozando suave y duro a la vez. Creciendo... creciendo...

  • Estoy harta – se confesó – No puedo más con esto. Te quiero pero no sé si debemos seguir juntos.

  • ¿Has venido para eso? ¿Para hablar?

  • Te echo de menos. Me he portado mal contigo

Luis incrementó la velocidad, poco a poco. El trasero dejó de quejarse y empezó a colaborar, a decir que sí. A rendirse y pedir más.

  • Responde. ¿A qué has venido?

  • He venido a por ti. A recuperarte. No sé ni porqué. Solo sé que contigo soy mejor y comprendo que te hice daño. Tuve una parte de la culpa.

Él empezó a agitarse. No le faltaba mucho para correrse. Sus manos se deslizaron por todo su cuerpo. Su trasero se sentía genial. Su coñito se estremecía a pesar de haber sido abandonado.

  • Nena – Le dijo Luis, le cogió el rostro y le obligó a girarse para darle un beso muy lujurioso.

Comenzó a correrse. Muchísimo. Jadeaba sin respiración bajo el agua. Nunca se había sentido así. Había tomado una determinación. Tenía que volver con Luis. Tenían que hacerlo bien juntos esta vez. Tenía su hijo en el vientre y se encargaría de no repetir los errores.

  • Nena – Repitió Luis – No sé si quiero que volvamos.

Luis se corrió como un burro dentro de su culo.

Volvieron a intentarlo en serio.

Los dos meses siguientes ambos hicieron un esfuerzo por tratar de arreglar lo que quedaba de su relación. Luis se arrepintió sinceramente de haber estado con María y Natalia prometió ser más tolerante a nivel sexual, tratar de no frenar tanto a su marido y escucharle sinceramente. Los dos juraron ser completamente sinceros a todos los niveles.

Fue muy duro. Por un lado descubrieron que en la cama se entendían mucho mejor que antes. Para Natalia las nuevas prácticas sexuales fueron un soplo de aire fresco e incluso estando embarazada se aficionó a cosas que jamás hubiese imaginado que le gustarían. No sabía si era por las hormonas alteradas o porque se estaba convirtiendo en una viciosa pero descubrió que le gustaba bastante el sexo anal y que si pillaba un buen día podía encadenar varios orgasmos en una sola sesión de sexo.

Luis se vio sin frenos o con unos muy leves para sus perversiones y probaron varias posturas nuevas y prácticas que hasta aquel momento eran tabú para ellos; incluyendo la incorporación de algunos juguetes como un consolador; lo que permitía que Natalia experimentase la doble penetración, algo que la volvía loca.

Pero lo que ganaron en el plano sexual fue solo una dimensión de su relación. Natalia y Luis descubrieron que no se conocían.

Ella observaba extrañada a aquel hombre que antes le había tratado en palmitas y que ahora la miraba como si fuese una puta. No conseguía darse cuenta de que eran la misma persona. Sentía que su anterior relación había sido una pantomima y de algún modo, a pesar del sexo apasionado, sentía que él la amaba menos, que le había perdido el respeto. De vez en cuando, en los momentos en los que palmeaba su trasero marcando el ritmo de las penetraciones por ejemplo, creía que la fuerza del golpe tenía más que ver con la rabia o la aversión que con la pasión, como si quisiese castigarla por algo que ella no conseguía definir.

Él se odiaba a sí mismo. Toda su vida había querido que Natalia se le entregase de aquella forma. Ahora veía que ella había perdido los diques y no le gustaba. No quería que Natalia fuese así porque siempre la había visto como una princesa, delicada y maravillosa. Es como si hubiese encontrado una fisura en un diamante que parecía perfecto. Se odiaba por no ser capaz de aceptar a Natalia con su nueva forma de ser. Fue infiel con María por casualidad, pero lo habría sido con cualquier otra porque estaba buscando una aventura, insatisfecho de su vida sexual.

Ahora tenía la vida sexual que quería con la mujer que amaba y tampoco le gustaba. ¿Qué coño le pasaba? No se podía mirar al espejo. Además, se dio cuenta de que empezaba a tratar mal a Natalia, a pesar de todo lo que ella estaba sacrificando por él. No se le escapaba que el infiel había sido él. También había sido un calzonazos, incapaz de sincerarse con el amor de su vida y decirle que no se encontraba sexualmente satisfecho. En definitiva, si quería ser completamente sincero consigo mismo, veía que tenía una parte de culpa en todo aquello mucho mayor que Natalia y era un cobarde por no afrontar la situación.

El quinto mes de embarazo fue un calvario. El niño empezaba a notarse y Natalia comenzó a perder deseo sexual. Luis, como un niño enrabietado, no quiso entender la situación. Como la cama era el único sitio donde se llevaban bien y habían decidido no callar nada, comenzaron las discusiones. Llegó un punto en que se dieron cuenta de que no podían seguir así. Hablaron largo y tendido. Se dijeron muchas verdades que habían estado escondidas mucho tiempo. Se hablaron claro y se ofendieron gravemente y por primera vez en su vida, ambos encararon la relación que tenían como adultos. Ella dejó de comportarse como una niña mimada, de mirarle desde la distancia como si le hiciese un favor por hablarle. Él dejó de ser el príncipe azul y se quejó amargamente de los sacrificios que nadie le había pedido pero que había realizado por ella y que pensaba que no habían sido correspondidos.

Ninguno de los dos tenía toda la razón. Es así, en los claroscuros, cuando muere el amor. Pero gracias a Dios ambos mantuvieron las formas. Ella no le llamó cabrón y él no la volvió a llamar princesa porque ahora habría sido un insulto. Iban a tener un hijo en común y todavía se tenían cariño. Se divorciaron para no terminar odiándose. Se pusieron de acuerdo en la custodia, en las visitas, vendieron la casa y se repartieron los beneficios. Cambiaron de domicilio pero mantuvieron un estrecho contacto.

Natalia perdió la pista de María. No tenía tiempo de preocuparse ni ganas de pensar en ella. No hasta que de rebote volvió a entrar en su vida. Había quedado con Luis para una ecografía, cuando ya cumplía ocho meses de embarazo. Se sentía hinchada, torpe, pesada y deprimida. Su madre le acompañaba a la prueba. Luis vino acompañado de María. Ella estaba espectacular con un traje ceñido que no dejaba lugar a la imaginación, aquellas piernas largas como autopistas y el trasero firme y saliente. Parecía haberse pulido los blancos dientes que arrancaban reflejos de los fluorescentes cada vez que sonreía. Extrañamente sintió la entrepierna húmeda cuando recordó que una tarde, hace ya tiempo, aquel pibón de chocolate le había devorado el coño. No fue capaz de odiarla, ni siquiera cuando vio que se cogían de las manos. Por lo menos no se besaron delante de ella.

No llegó al noveno mes de embarazo. Quince días antes de que lo hiciese sintió un agudo dolor en el estómago. Durante toda la semana el bebé se había estado moviendo muchísimo y pensaba que se había adelantado el parto. Siempre le habían dicho que romper aguas era como sentir que te meabas pero lo único que notaba era dolor y algo de líquido que se escurría entre sus piernas. Para su sorpresa no era líquido amniótico, sino sangre.

Su madre y ella llamaron una ambulancia y fue ingresada. Estaba sufriendo un desprendimiento de la placenta. El bebé corría peligro de quedarse sin oxígeno y a ella le dolía todo. Los médicos, gracias a los cielos, fueron eficientes y prepararon un quirófano donde realizaron una cesarea de urgencia. Fue un cirujano que no había visto nunca el que trajo a su hijo a la vida en una intervención que duró cuatro horas.

Cuando despertó de la anestesia Luis estaba sentado a su lado. El bebé dormía, su pelo ralo y escaso no afeaba el bellísimo aspecto de sus mofletes rechonchos. Luis estaba horrible, mal afeitado, ojeroso y sudoroso y apenas peinado. Le habían sacado de una reunión y había salido del trabajo casi sin respirar. Tenía la corbata aflojada, la camisa arrugada, los ojos acuosos y brillantes y una estúpida sonrisa que se ensanchó al mirarle a la cara.

  • Hola, princesa – No había ningún rastro de burla en su tono.

  • Hola – Natalia miró al bebé a su lado - ¿Está bien?

  • Lo has fabricado perfecto. Como ha nacido antes de tiempo es pequeñito, dicen que tiene que comer mucho para crecer fuerte pero que no tenemos que preocuparnos. Le han hecho un montón de pruebas y están todas bien.

  • ¿Puedo cogerlo?

  • No veo porqué no.

Las dos abuelas conspiraban a un lado del cuarto cuando vieron que Luis, con infinito cuidado, cogía al recién nacido y lo ponía con reverencia en manos de su madre.

  • Desabróchame un poco – Pidió Natalia

  • Todavía no tienes leche, ¿no?

  • Leche no, pero quiero ver si produzco calostro. Es la primera leche y es importante darla al bebé. Estoy cansada de que me lo diga el ginecólogo. Tiene muchas cosas que necesita el bebé.

Con reverencia Luis desabrochó los primeros cuatro botones de la bata y le descubrió el pecho derecho

  • Ahora está dormido. ¿Mamará? - Preguntó curioso

  • Todos los hombres aprendeis a hacerlo deprisa – rió Natalia como una chiquilla. Acercó al bebé hasta poner el pezón en sus labios. Incluso dormido, trató de mamar lentamente, pero no salía nada. - Necesito que estimules el pecho – Pidió Natalia

  • ¿Estimular?

  • Estruja con cuidado, como si hicieses un masaje, cerca del pezón. Desde la glándula, como si estuvieses exprimiendo un tubo de plástico que tiene líquido dentro. Así el pecho pensará que son los labios del bebé y si hay líquido, saldrá.

Luis, con el mayor cuidado, acarició estrujando suavemente el pecho, cerca del pezón. Notaba la dureza de la glándula, que crepitaba ligeramente.

Natalia sintió un ligero escozor y un agradable tironcillo. No sentía mucho las piernas porque todavía le duraba algo la anestesia y fue una suerte porque sus genitales se hincharon un poco y comenzaron a humedecerse. Una gota apareció en la punta del pezón y el bebé goloso, la sintió. Girando un poco el cuello lamió el líquido y se amorró a la teta. Con esfuerzo comenzó a obtener algunas gotas más que comenzaban a convertirse en una fuentecilla. Ambos progenitores miraban a su hijo encandilados.

  • Es precioso – Dijo Luis

Natalia respondió con una sonrisa que estiraba las arrugas de preocupación y las ojeras. El bebé succionaba lentamente mientras los padres se sonreían como bobos.

La puerta se abrió y entró una enfermera. La madre de Natalia le había llamado al ver que despertaba. Le tomó la temperatura, la tensión y observó que se encontraba bien. Le dio una serie de consejos. Debía orinar para eliminar los restos de la anestesia y beber mucha agua. Comer algo si podía, aunque fuese poco.

Aquel día Luis y Natalia se volvieron a comportar como los primeros días de noviazgo. El en su papel de protector y ella agradeciendo la protección, dejándose querer. María llegó al final de la tarde, para recoger a Luis. Así fue como Natalia se enteró que estaban viviendo juntos.

El tiempo transcurrió despacio. Natalia tenía unos meses de baja en el trabajo para cuidar de Marcos. Cuando salió del hospital los días se convirtieron en paseos con el niño en el cochecito acompañada alternativamente de alguna de las abuelas o el padre, que sacaba tiempo de debajo de las piedras para estar todo lo que pudiese con su hijo. Luis vivía para aquellos paseos tranquilos que le apartaban del estrés del trabajo.

Pero no todo eran bueno. El bebé tenía cólicos, muchas veces de noche, robando sueño a la madre, que a veces sentía que no podía respirar sin tener un pañal en la mano o sujetando a Marcos para que eruptase.

Habían pasado tres meses desde el nacimiento de su hijo y Luis se miró al espejo del pasillo. María no tardaría en llegar del trabajo pero probablemente no le encontraría en casa porque él se iría con Natalia, para dar un último paseo. Dentro de una semana Natalia se reincorporaría al trabajo y él debía sacar tiempo para encargarse de Marcos los días que Natalia no pudiese hacerse cargo. Habían quedado en que sobre todo al principio Marcos debía estar con Natalia más tiempo para que le pudiese dar el pecho con más frecuencia pero poco a poco aquella etapa iba terminando. Habilitaron un cuarto de la casa para poner una cuna y cuidar al niño cuando le tocase.

María y Luis cumplían casi medio año desde que vivían juntos. Entre los dos había atracción, cariño, deseo y ... nada más. Luis no tenía muchos recursos y el dinero que ganaba se le escapaba casi completamente en su parte de la manutención del niño. Vivir juntos le permitía compartir el alquiler y tener algo de dinero para imprevistos sin tener que tocar ahorros. A Luis le extrañaba no haber conocido ninguno de los amantes de María de los que tanto se hablaba. Al principio pensó que ella no los traía a casa por respeto, luego nació el niño y no tuvo tiempo de pensar en apenas nada. El resultado final es que en vez de amantes eran compañeros de piso, amables y cercanos pero entre ellos no había nada, ni siquiera se habían besado en los labios desde el día de la infidelidad.

Aquella tarde Marcos había bebido dos biberones bien llenos y dormía en su cuna. Dentro de dos horas vendría Natalia a recogerle. De momento no tenía nada que hacer. Respiró profundamente, contento de tener un respiro y fue a la cocina para prepararse un café. En ello estaba cuando creyó escuchar que le llamaban. Pensaba que María no había llegado todavía pero lo habría hecho y no sería la primera vez que lo hiciese sin que él se diese cuenta. Llevaba tanto tiempo con la mente descentrada que a veces no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor. Fue hacia el cuarto de María. Estaba apenas a unos metros cuando volvió a escuchar que le llamaba. La puerta estaba entornada y al llegar a ella vio a su través a María, tumbada en la cama, de espaldas a él.

  • Luis – Volvió a llamarle la mulata. Tal vez no se encontraba bien, tumbada en la cama, dándole la espalda cubierta por las sábanas.

Vacilante, entró en el cuarto, dudoso de si estaba haciendo lo correcto. Extrañado y al mismo tiempo curioso. Iba a decir algo cuando ella volvió a llamarle.

  • Luis – Le llamó con tono alarmado. Tal vez le faltaba el aire.

Preocupado se acercó hasta extender el brazo y tocarle el hombro. María, al sentirle, se sacudió como tocada por un rayo desde debajo de las sábanas. Se giró y al verle su gesto era de sorpresa. Se mostraba agitada y sofocada. Su mano derecha huyó de donde reposaba antes, en la unión de las piernas. Todo encajó. El pobre Luis quería que le tragase la tierra. Le había interrupido en plena masturbación mientras imaginaba que estaba con él.

  • Perdona. Yo ... pensaba que me habías llamado. Nunca he estado más avergonzado en toda mi vida. Lo siento.

Se giró para marcharse. No había llegado a la puerta cuando ella superó la vergüenza y le volvió a llamar.

  • No tienes porqué irte – Le dijo – No si no quieres.

Torpe, como un adolescente, se acercó. María apartó las sábanas haciéndole un hueco para que entrase. Ella apenas llevaba una camisa de dormir, los pantaloncitos tirados a un lado. Pudo ver su entrepierna ligeramente húmeda. Luis, sin entrar en la cama, se sentó en ella, tímido. María se había portado muy bien con él todo aquel tiempo, acogiéndole en su casa y dando apoyo y cariño, sacándole de la depresión y animandole sin pedir nada. Exactamente el mismo papel que un amigo pagafantas suele desempeñar con la chica que le gusta. No sentía nada de lujuria ahora mismo. Recordó todas las veces que, incluso mientras salía con Natalia, miraba a María y la deseaba. Todas las veces que, estando casado, buscaba ver algo más de piel de la mulata cuando quedaban y le hacía arder de deseo. María siempre había sido puro morbo en su pensamiento pero nunca le había mirado como mujer con sentimientos. Ahora se conocían más y había descubierto el día a día con ella. La ropa por limpiar y las discusiones sobre las tareas domésticas, el pago de las facturas conjuntas y otros detalles del día a día. Le gustaba esta mujer. Adulta, madura y mucho menos golfa de lo que aparentaba, pero no la había mirado con deseo desde que se divorció.

Ella se incorporó en la cama, abrazándole desde detrás le besó suavemente en el nacimiento del cuello. Sus manos juguetearon un momento con su barba y luego comenzaron a levantar la camisa que llevaba para estar en casa, palpando por el camino sus pectorales. Lentamente giró el rostro para encontrar el primer beso. Dulce y cariñoso, acogedor. Poco a poco le quitó el pantalón mientras él se giraba viendo a la mujer que se le ofrecía. Volvieron a besarse y antes de dejarle entrar bajo las sábanas le lamió la oreja. Su lengua jugueteaba en su oído lentamente, comenzando a encenderle.

  • No me folles cariño. Hazme el amor.

Luis captó el mensaje. María sabía perfectamente la fama que tenía. Ella había sido la primera en acostarse con un chico cuando estaban en el colegio. Era la exótica negrita depravada para el resto de la clase y todo el mundo pensaba que le gustaba el sexo duro y que no paraba ante nada. Cuando descubrieron que había estado con una chica toda aquella fama se exacerbó todavía más. Ella nunca respondió a los rumores. Como además era extrovertida y no negaba nada ganó una fama que tal vez no fuese tan merecida. María le estaba pidiendo que no la tratase según su fama, como había hecho aquella vez en la cama de su casa, que fuese delicado y cariñoso. Se levantó un poco para quitarse los calzones.

La cogió de la cintura, ahora estaba desnudo mientras que ella todavía llevaba la camisa de dormir blanca que contrastaba con el ébano de su piel. Acarició la seda de su piel. Ahora no estaba borracho, no como cuando se juntaron aquel aciago día. Llegó hasta su culo y lo apretó haciendo que sus cuerpos se juntasen un poco. Su miembro empezó a endurecerse cuando ella, más atrevida de lo normal, avanzó y le besó con aquellos labios carnosos, deslizando la lengua juguetona sobre los suyos, huyendo por un segundo cuando el trató de devolverle la caricia. El mensaje era claro y se dejó besar mientras María exploraba la anatomía de su rostro con su boca, alcanzando su barbilla, su nariz y sus párpados. Con un suave tirón quiso inclinarle hacia atrás, para darle un beso como en las películas, pero haciendo ella el papel de galán. No se dejó, todo tenía unos límites. Con su mano izquierda, acarició el rostro de la bella amazona y la obligó a inclinar el rostro. Ella se dejó llevar mostrando una erótica sonrisa. Una sonrisa que besó. Por fin juntaron sus lenguas. Creía que llevaba la voz cantante pero sintió que le sujetaban el miembro, comenzando a pajearle lentamente, haciendo que se estirase ya completamente.

  • Sabes a chocolate – Dijo María

  • Es que compré un poco esta tarde.

  • Ya no te queda nada, ¿no?

  • Claro que me queda. Me voy a dar un atracón ahora mismo

  • Tienes buen gusto

Se arrastraron a la cama, ella acariciando su masculinidad sin vergüenza y él casi masticando cada poro de ella. Luis palpó su trasero respingón y atrevido fue metiendo su mano entre las piernas de la mujer hasta alcanzar su vulva depilada. Allí la piel también era suave y ya estaba húmeda, resbalosa y deseosa de ser avasallada. Se deslizaron bajo las sábanas, con su masculinidad rozando el vientre de ella, sus cuerpos deslizándose traviesos, sin prisas. Ella abrió las piernas y rodeó su cintura, inmovilizándole algo y culebreando frotaba su clítoris contra el glande de su miembro, tomando el control y aumentando su deseo de modo exponencial. Él, para fastidiarla, apoyó las palmas de las manos en el colchón y como si hiciese flexiones levantó el torso y la cintura, alejando su poya del objetivo de la mulata. Ella contestó con un mohín de finjido disgusto y con esfuerzo, alzando las caderas se encajó de modo que solo faltaba un empujoncito para que Luis la penetrase.

  • Entra, cariño – Le pidió y con cuidado, lentamente, Luis bajó como si estuviese haciendo una flexión y penetró a María cuya flor se abrió deseosa y húmeda, apretada y tragona.

Finalizó el movimiento apoyándose en su peso y lento pero sin pausa su balano entró cada vez más, sintiendo una deliciosa presión hasta hacer tope. Ella le abrazó con fuerza y gimió quedamente en su oído, temblando hasta parecer que convulsionaba. ¿Se estaba corriendo? Sentía que sí. Solo de ser penetrada lentamente. La besó con cariño, profundo, tranquilo y amoroso al mismo tiempo, mientras ella se licuaba en sus brazos. Pasaron unos segundos hasta que sintió que María se aflojaba en sus brazos y se recuperaba.

  • Haz más flexiones, sino pensaré que estás bajo de forma – Pidió su amante

Repitió el proceso, por supuesto, no menos de diez veces, con ella pidiendo más rapidez, más fuerza hasta que terminó suplicando que olvidase lo que le había dicho. Que la follase bien follada. Que se dejase de tonterías y le metiese una buena cantidad de pollazos. De ese modo las groserías y la pasión sustituyeron poco a poco la delicadeza y el cariño en un crescendo que un par de minutos después hizo explotar a María de un modo más escandaloso. Empezó a embestir con fuerza. Le ardían los hombros por la tontería de las flexiones pero ni se le pasó por la cabeza bajar el ritmo. Subió sus pies hasta ponerlos en sus hombros, aumentando mucho la profundidad de la penetración. María gimió deliciosamente, haciendo que su miembro se hinchase un poco más. Un segundo después la sujetó con fuerza debajo de las axilas y con esfuerzo la levantó en vilo, manteniéndola apoyada únicamente sobre su falo. Dado lo esforzado de la postura se levantó y apoyó a María contra la pared, lo que aliviaba mucho su esfuerzo y convulsivamente empujó una y otra vez como un ariete deseando destruir la entrada de una fortaleza. María con ese trato se volvió loca, gimiendo y bufando, rastrilló su espalda clavando las uñas profundamente mientras se corría una vez más. Luis siguió percutiendo para alcanzar por fin un orgasmo avasallador que le dejó sin aliento, derramándose copiosamente en su interior. Se controló lo suficiente para llegar hasta la cama antes de derrumbarse sobre ella, los brazos y los hombros ardiendo debido al esfuerzo.

  • Soy feliz – Le dijo María - Muy feliz

  • Yo también

  • ¡Qué vergüenza! Has tenido que pillarme masturbándome para que suceda esto.

  • ¿Vergüenza? La mía cuando me he dado cuenta de lo que pasaba

  • Si lo llego a saber me masturbo antes. Ya no sabía qué hacer para seducirte. Si me paseo con menos ropa por casa me cojo una neumonía

  • Pensaba que te gustaba ir cómoda

  • Solo me ha faltado desnudarme delante tuyo.

  • Bueno, lo que sea. Al final ha sucedido. Creo que estaba demasiado liado con el bebé como para darme cuenta de mucho más.

  • ¿Lo repetiremos?

  • Claro. Cuando quieras.

  • Vale, déjame recuperar el aliento. En cinco minutos nos ponemos otra vez.

  • Pero...

  • Has dicho cuando quieras... no te vayas a echar atrás que llevamos viviendo juntos ya mucho tiempo y tenemos que recuperar el tiempo perdido.

  • Es la primera vez que una mujer tiene más deseo sexual que yo.

  • No te voy a engañar, tengo un punto de ninfómana. Más te vale empezar a tomar vitaminas porque ahora no estás casado y te voy a exprimir.

  • Muy bien. Esta vez me levantas tú a mi

Estas y otras tonterías se dijeron mientras recuperaban el aliento. Ahí fue donde comenzó la relación de Luis y María, superando todas las confusiones que habían tenido hasta aquel momento.

DOS AÑOS DESPUÉS

La lluvia caía sobre la ciudad lavando toda las suciedad y los desperdicios escondidos en las esquinas oscuras. Incluso cuando algo se reseca y parece que será imposible arrancarlo un verdadero torrente de agua puede llevárselo todo. Eso pasa del mismo modo con el tiempo. Por más que en el pasado nos hayamos hecho daño el paso del tiempo lava las heridas del alma. Luis tenía algunas de aquellas heridas. Gracias al cielo no eran verdaderamente profundas. Muchas eran fruto de equívocos, confusiones, malentendidos o peor aún, errores de los que no podía culpar a nadie más que a sí mismo. La infidelidad, la falta de confianza, la soberbia, dar cosas por sentado. El tiempo sanaba muchas heridas y también el amor. El amor de su hijo que se movía por la casa como un pequeño demonio curioso especialista en encontrar el cajón que no tenía el seguro apropiado. Que le perseguía con los brazos abiertos para que le levantase una vez más y le hiciese llegar a las estrellas. Marcos ahora estaba jugando en brazos de María, la << Ía Maía >> como decía el niño.

Era maravilloso ver que se había acostumbrado a vivir en una casa u otra y a repartir cariño en ambas, alegrando a todos. Sabía que el niño era también la alegría más intensa de Natalia, a quien guardaba un inmenso cariño, por varios motivos. El principal de ellos, dejarle ver cuanto quisiese a Marcos. Natalia era muy buena persona. Por mala que fuese su relación o por problemas que tuviese nunca le negó un instante con su hijo ni le puso mala cara cuando pidió algún favor al respecto.

Su vida había abandonado la inseguridad y la incertidumbre. María le equilibraba, Marcos le ayudaba a recargar fuerzas y Natalia... siempre estaba allí, apoyando a su hijo y por lo tanto a él.

Tenía una última espina clavada. Volvió a sacar la cajita del bolsillo, abriéndolo para ver una vez más el forro rojo del terciopelo que sujetaba de pie un anillo. Un anillo de bodas. Cinco días antes, en una cena íntima, con su mejor sonrisa y su mejor traje había pedido matrimonio a María.

Ella se había echado a llorar. Nunca le había visto hacerlo. María era dura como un diamante y en los peores momentos mantenía la compostura cuando otros se rompían. Había llorado.

  • No te hagas esto – Le dijo

Aquellas palabras eran una lápida que pendía de su corazón. Le machacó durante dos horas con un monólogo durante el cual la comida se quedó fría y el champán se calentó. Decía algo sobre no repetir errores, sobre no precipitarse y sobre otras muchas cosas que no comprendía. Terminó diciendo que le quería. Aquella noche durmieron sin acariciarse siquiera, separados en la misma cama. María, tan fogosa, al día siguiente había escapado a su trabajo, huyendo de las sábanas para evitarle escudándose en papeles, trámites y burocracias de la gestoría. Llegó a casa por primera vez sin una sonrisa y volvió a dormirse rápido. El cariño y la ternura regresaron y al final volvieron a juntarse, como no podía ser de otro modo. Sentía en los huesos que María y él eran el uno para el otro y no pensaba dejar de luchar por ellos dos.

Pero en el pasado había sentido lo mismo por Natalia, tal vez lo seguía sintiendo. Cada vez que se encontraban por el motivo que fuese la veía igual de guapa que cuando se enamoraron, tal vez incluso más. Natalia, alegre, simpática, profesional y bellísima. Había remontado después de lo que pasó y ahora su firma de abogados iba viento en popa. Tenían más trabajo del que podían manejar así que iban a subir las tarifas y seleccionar clientes. Sabía que había tenido muchos candidatos a consolar su soledad pero había ido rechazando a todos. Se sentía fatal por alegrarse de aquello. Quería desear que Natalia reconstruyese su vida con otro hombre pero sabía que se moriría de celos si llegaba a suceder. Un pensamiento estúpido, irracional, pero incrustado en su corazón a piedra y fuego.

¿Se puede amar a dos personas?

¡Qué locura! No se atrevía a pensarlo siquiera. ¿Lo intuía María? ¿Le había rechazado por aquello? Suspiró tratando de alejar aquellos pensamientos atormentados. En el salón una algarabía de risas le hizo ir a unirse a María que estaba matando a Marcos a base de cosquillas. Marcos siempre conseguía hacer que olvidase los problemas.

Su teléfono móvil sonó estridente, rompiendo la atmósfera antes de que pudiese reír con ellos. Era Natalia y al mirar el nombre en la pantalla tuvo un mal presentimiento.

  • Luis, ¿puedo pasar para que hablemos? - Le pidió

  • ¿Qué ha pasado?

  • No por teléfono ¿Puedo pasar por tu... vuestra casa?

  • Claro

Tardó media hora en llegar. Desde la ventana vieron el paraguas azul de Natalia batallar contra la lluvia y el viento mientras caminaba desde la parada del autobús. El paraguas estuvo a punto de darse la vuelta.

  • ¿Está tonta? - Dijo María - ¿Porque no ha venido en coche con la que está cayendo?

Luis no sabía qué decir. Natalia tenía gustos caros. Decía que si le costaba tanto ganar el dinero se lo gastaría en vivir bien, que para eso era suyo. Era raro que no hubiese cogido el BMW y aparcado en su garaje. Bajaron los dos hasta la calle y le ayudaron a subir. El maquillaje se le había corrido no por la lluvia sino por las lágrimas. Algo que notó en seguida pero se calló. Tenía que haber sucedido algo muy grave.

Natalia estaba moralmente hundida. Uno de los socios había robado al resto, llevándose todo el dinero que pudo arramblar de las cuentas de la empresa, desviando dinero de cuentas de clientes y huyendo en mitad de la noche, por así decirlo. Estaba completamente arruinada. Ni siquiera podía vender el coche, joyas o enseres personales porque se consideraría quitar fondos que se usarían para pagar a los acreedores. Por eso no quería usar el coche. Llevaba toda la semana aguantando todo aquello y les confesó que había planteado quitarse de en medio.

  • No lo he hecho por Marcos y por ti. Porque os tengo todavía.

Luis se conmovió. Aquello había sido espontáneo, sincero y una declaración de amor en toda la regla. La ayudarían como fuese.

  • Pero si quiero volver a levantarme no puedo hacerlo sola. Esto me supera. ¿Puedo al menos quedarme unos días, hasta que me reponga? No sé si podré volver a casa. No puedo pagar la mitad de los gastos que ocasiona. Tendré que ponerla en venta si me deja el juez.

Luis tuvo el impulso de abrazarla pero se contuvo por la presencia de María. Antes de que pudiese contestar fue la mulata quien se le adelantó, abrazandola efusivamente. Tal vez con demasiado entusiasmo.

  • Eres tonta por preguntarlo. Esta es tu casa y tú eres familia. Tus problemas son los nuestros. Saldremos adelante.

Natalia lloraba aniñada en brazos de María y sucedió algo increíble. María le miró, intensamente, mientras Natalia hipaba, hundida la barbilla en el regazo de la mulata. Acarició el rostro de Natalia, le enjugó las lágrimas y la besó. Con cariño, con amor, con ternura. La besó en los labios y no fue un beso de hermanas. Se despertaron todas las alarmas pero en aquel momento y dados los antecedentes no podía montar ninguna escena. No sabía qué hacer. María extendió el brazo derecho, haciéndole un hueco para que se les uniese. Por supuesto lo hizo. Marcos al ver que todos se abrazaban exigió su parte de cariño y Natalia riendo y llorando a la vez le cogió y se fundieron todos en un abrazo conjunto.

Los días pasaron. Las lágrimas del día anterior se juntaron a las del siguiente pero al final todo acaba salvo la muerte. Las situaciones terribles suceden. Natalia tuvo que volver a vivir en una habitación pequeña, compartir el cuarto de baño y confundir las bragas con las de su compañera de casa. Bueno, más que bragas María usaba tangas o ceñidos culottes. Tuvo que vender su casa y dar gracias a Dios de que su madre no necesitaba estar en una residencia o cuidados especiales y podía vivir tranquila en su pueblo.

El asunto iba a tardar en arreglarse pero al ser acogida por María y Luis, tuvo menos gastos. Trató de recomponer lo que quedaba del negocio. Los clientes que habían sido estafados estaban furiosos y los que no, habían perdido toda la confianza en el bufette. Iba a tener también dificultades en conseguir empleo en otro sitio. El paro apenas le alcanzaba y los ahorros que tenía menguaban a pasos agigantados.

María y Luis no le exigieron nada por vivir con ellos y pronto de modo natural se convirtieron en una familia. Cada uno adquirió unos desempeños. Natalia se ocupaba de la casa, de la limpieza y de Marcos, que iba a comenzar el primer curso de infantil en el colegio en un par de meses. María y Luis, que trabajaban en diferentes gestorías sacaron tiempo para ayudar a Natalia en sus gestiones. Consiguieron recuperar algunos activos y comenzaron a rastrear el dinero. Era un trabajo lento y laborioso.

El día que sucedió todo Marcos estaba dormido en su camita, ya no usaba cuna. Luis estaba haciéndose un último vaso de leche. María y Natalia estaban en el salón, viendo algo en la televisión. María entró apresurada en la cocina, le cogió el rostro y le dio un beso de tornillo que le dejó sin aliento. Se pegó a él como una lapa, frotándose libidinosa y poniéndole a mil en apenas dos segundos. Cuando fue a soltar la taza para cogerla se escurrió de su brazo como un resbaladizo pez y huyó hacia el salón, haciendo que la persiguiese. Antes de entrar en él, le indicó que no hiciese ruido con el índice extendido delante de los labios, pidiendo con gestos que esperase. Luis intrigado, lo hizo sin entrar en la habitación.

Hace unos días María le había confesado que Natalia y ella, poco después de su infidelidad, habían estado juntas. Aquello le había sorprendido mucho y le había dejado todavía más inseguro. Ella le dijo algo muy extraño, que le había estado atormentando todos aquellos días. Le había dicho que quería a Natalia, que estaba enamorada de ella y que sabía que él también. No había sido capaz de negarlo.

Natalia vestía un pijama de dos piezas, viejo y deslustrado que le iba grande y sin embargo era incapaz de ocultar su escultural figura. Estaba de espaldas a ellos, mirando a través de la ventana. María se acercó por detrás y sin pedir permiso le abrazó. Luis vio cómo Natalia se estremecía.

  • No... para. No podemos. No quiero engañar a Luis.

  • Imagina que soy él

  • No quiero que le seas infiel.

  • Pues si quiere pararme que me pare.

María la abrazó con más fuerza, besando el inicio del cuello, después de apartar el pelo sedoso y rubio.

  • No. Eres la pareja de Luis

María se giró y le taladró con la mirada, quería devorarle el alma y lo que respondió se lo estaba diciendo a él.

  • ¿Ves algún anillo en mis manos? ¿Estamos casados? Le amo más que a mi vida pero esto que hago no le hará daño

  • ¿Qué? ¿Porqué?

María le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

  • Porque Luis está loco por ti. Te ama más que a nada. No puede hacerle daño ver a las dos personas que más ama, amándose.

  • ¡Qué dices! Eso no es posible.

  • Sí lo es. Así es como me siento yo.

Las manos de la mulata comenzaron a desabrochar botones. Natalia no se resistía hasta que de repente, asustada, casi gritando, reaccionó.

-¡No!

  • ¿Si Luis me diese permiso? ¿Te negarías? ¿Si los dos te quisiésemos? ¿Te abandonarías a nuestros brazos?

  • Eso es imposible. No existe. No puede ser.

Con la conversación la mulata consiguió meter una mano bajo el pijama y acariciar el pecho izquierdo de la rubia.

  • ¡Responde! No lo niegues

  • ¡Sí! ¡Lo haría! Me abandonaría a vosotros. Pero no puedo, no quiero romper lo vuestro. ¡Es imposible!

Zalamera, embustera y taimada, la mulata obligó a su amante a dar una vuelta de ciento ochenta grados hasta encarar la puerta del salón envuelta en penumbra.

Luis, completamente superado, seguía sosteniendo la taza de leche. Dudando, la dejó en la mesa del comedor mientras se acercaba. Natalia estaba callada, completamente sorprendida.

  • Luis, yo... - Dijo su ex mujer – lo siento tanto. María me ha empezado a besar y yo...

  • María nada. - Respondió Luis – No me molesta porque no hizo como hice yo, que te engañé y negué mis sentimientos. María ha sido completamente honesta

La mulata sonreía y aprovechó que Luis se acercaba para terminar de desabrochar la camisa del pijama. Las tetas de Natalia quedaron al descubierto, los pezones erectos.

  • ¿A qué esperas? - Le pidió María - ¡Bésala!

Luis cogió a Natalia del rostro, acariciando sus mejillas y besó sus labios. Natalia no tardó en reaccionar y devolver el beso, mientras se licuaba bajo las caricias de María que había empezado a pellizcarle los pezones. Fue como beber hasta hartarse después de haber cruzado el desierto. No sabía cuánto echaba de menos a Natalia hasta que volvió a tenerla en sus brazos. Sus lenguas volvieron a bailar, tanto conocían la boca del otro que era como volver a casa.

María no se paraba quieta y sus manos se deslizaron bajo el pantalón del pijama. Natalia solía dormir sin ropa interior así que después de deslizarse sobre su vientre alcanzó el monte de venus, que empezó a mojarse. Con la otra mano, cuando Luis y Natalia dejaron de besarse giró el rostro de la rubia y sustituyó unos labios por otros más carnosos y suaves. Natalia estaba superada y respondió encendiéndose. Sobre todo porque Luis, su Luis, había comenzado a mordisquearle el cuello al mismo tiempo y a curiosear con las manos todo lo que había quedado al descubierto. Se había convertido en un sandwich que estaban devorando a dos bocas.

Cuando dejó de Besar a María, la mulata se agachó y acercándose a Luis, de un tirón, le bajó el pantalón hasta los tobillos, llevándose también la ropa interior. El miembro ya había empezado a erguirse.

  • Mira Natalia. Voy a chupar la polla de tu ex marido – Dijo la zorra de la mulata y sin prolegómenos abrió la boca y de un solo movimiento aunque no sin esfuerzo consiguió alcanzar los testículos con los labios. Le fue imposible mantenerlo así porque dentro de su boca comenzó a crecer con gran rapidez – Está buenísimo- dijo con dificultad mientras el glande le rozaba la mejilla desde dentro.

Natalia quería sentir celos, ofenderse pero veía el rostro desencajado de placer de Luis y no conseguía más que sentir cariño por la mulata, que le estaba dando ese placer al hombre que amaba.

  • Me gustaría aprender – Se atrevió a responder, dejándose de tonterías de princesa remilgada

  • La práctica hace al maestro – Se detuvo a responder María pero Luis, completamente vencido le acarició la nuca. No le obligaba pero con el gesto le suplicaba que siguiese – Mira qué domesticado está – Y volvió a tragar el rabo hasta la raíz.

Natalia iba a decir algo pero solo pudo gemir porque Luis alcanzó los labios menores de su vulva, haciendo que se humedeciesen todavía más, expectantes por ver si lograba encontrar el clítoris. No lo hizo pero un dedo travieso se introdujo, frotando curioso.

María se levantó de repente y tomando control de la situación dio la vuelta a Natalia, manteniendo el sandwich pero haciendo que se girase hacia ella. La abrazó y a la vez dio un paso hacia atrás, haciendo que se inclinase hacia delante, dejando expuestos sus genitales. Luis actuó instintivamente. Estando erecto y con un coñito delante lo que se hace es entrar dentro para no resfriarse. La vagina de Natalia se fue abriendo con dificultad ante el glande pero fue gozosamente conquistada. Luis no tardó en empezar un movimiento de delante atrás sujetando a su ex mujer por el trasero para no resbalarse y entrando cada vez con más fuerza.

Si creían que María se iba a mantener al margen no tardaron en descubrir su equivocación. Natalia jadeaba, penetrada y bien follada desde hace ni se sabe. Suspiraba con los ojos entrecerrados, disfrutando del momento cuando unas manos cariñosas le sujetaron la cabeza y obligando a que la bajase le incrustaron la nariz y los labios en un coñito hinchado y húmedo. Sin remilgos la anterior princesa se dispuso a sacar la lengua y lamer el coñito de la mulata. Si quieres recibir placer tienes que darlo, le había dicho aquella vez y trató de aplicarse y hacerlo bien porque era María la que les había juntado a los tres. Si estaba de nuevo con el hombre de su vida era por aquella mujer y quería sentir que se corría en su boca.

  • ¿Has visto? - Dijo la mulata a Luis – Tu ex mujer me está devorando el coño. ¡Ahh! ¡Qué buenooo!

Luis creía que aquello era un sueño pero cada vez que pellizcaba el trasero de Natalia oía un gemido apagado en vez de despertarse porque la pobre tenía la boca llena y no es de buena educación hablar en esas condiciones. Le vino el orgasmo sin avisar. Se corrió copiosamente. Era demasiada excitación. Estaba con las dos bellezas que amaba y no podía contenerse, eran demasiadas emociones. Natalia también lo hizo y perdió la fuerza hasta el punto que la tuvo que sujetar para que no se cayese. Se deslizaron juntos hacia el sofá, ella reposando sobre su pecho. ¿Dónde estaba María? Había aprovechado aquel pequeño respiro para marcharse. No tardó en llegar casi corriendo.

  • Coge – le dijo y le paso un botecito. Vaselina. Pero no era lo único. Sin dejar que Natalia se recuperase se echó encima de ella, besándola y metiendole mano, a los pechos que pellizcaba suavemente y al coñito, donde empezó a meter varios dedos, encontrando restos de semen. En vez de limpiarse se los llevó a la boca – Delicioso – Le dijo mostrando a propósito cómo tragaba. María se puso sobre Natalia y le obligó a abrir las piernas. Natalia comenzó a recuperarse pero ya era demasiado tarde. María había vestido a toda prisa una braguita muy especial, que tenía acoplada un consolador y con suavidad, aprovechando la lubricación la penetró sin prisa pero sin parar hasta que lo introdujo entero. Al entrar una protuberancia hecha a propósito acariciaba también la vagina de María que comenzó a moverse como si fuese un hombre. Iba a soltar una frase ingeniosa pero esta vez se le adelantó Luis.

  • ¡Vaya! Si te estás follando a mi ex mujer. ¿Te gusta?

  • ¡Mucho! No pienso parar

Luis ya conocía el desparpajo de su pareja e hizo lo mejor que pudo para que se callase. Le metió la polla en la boca.

  • Por favor, limpiame bien y ponme a tono otra vez porque voy a darte caña.

  • ¿Mintra me ya folho? - María no conseguía pronunciar bien con el glande frotándose en el paladar

  • Si no te molesta

  • ¡No tardes!

La situación había hecho que se corriese rápido, pero también hizo que se recuperase mucho más deprisa de lo habitual. Con Natalia apoyada en el sofá y María embistiendo solo quedaba un lugar donde pudiese entrar. Echó la braguita a un lado para descubrir el ano de la mulata. María adoraba el sexo anal y aplicó la vaselina con cuidado para no hacerle daño. Cuando entró no tuvo ninguna dificultad. Fue increíble sentir a María follándose a Natalia que recibía el resultado de ambos impulsos y solo gemía y gemía, cada vez más alto.

  • Gracias cariño, por tu delicadeza – Habló la mulata – Pero la vaselina no era para mí.

Empujó con algo más de fuerza mientras terminaba de comprender el significado de lo que decía María. Al final no pudo evitar la tentación. Recostó a las dos mujeres, Natalia sobre María y con la vaselina comenzó a ensanchar la segunda entrda de Natalia. Poco a poco la fue dilatando hasta que consideró que podía empezar. Estaba apretadísimo. Natalia quiso decir algo pero se corrió justo en ese momento. Empezó a entrar pero el glande no conseguía hacerlo y tuvo que hacer bastante fuerza. Se notaba que Natalia no había practicado el sexo anal desde hacía mucho tiempo. ¿Habría sido él el único? Aquello le puso todavía más a tono. Además del esfínter que apretaba como el demonio sintió frotarse contra él el consolador. Faltó poquísimo para que se corriese justo al acabar de entrar.

No duraron mucho tiempo. Era imposible. Los gemidos, los besos, el cariño y la lujuria se alimentaban unos de los otros. Natalia y María tenían dentro algo que estaban expresando sin esconderse de Luis y se sentían muy bien los tres. Luis no iba a permitir que nadie les separara. Gemían los unos en las bocas de los otros hasta que se corrieron una y otra vez, a la vez o en solitario pero en compañía de las personas que amaban.

EPILOGO

Luis estaba en un sueño. Se encontraba plácidamente tumbado en un prado, mirando el cielo azul. Sin saber porqué se puso duro. Una sensación increíble le recorría la columna vertebral.

Abrió los ojos. Natalia, traviesa, lamía una y otra vez su pene, jugando a penetrarse la boca.

  • Fuenos días – Le dijo acariciando los testículos sin dejar de lamer. Estaban solos en la cama King Size que habían comprado. Se abandonó a la sensación de placer – Tienes que fespetar, campón – Siguió hablando en el idioma mamada Natalia – Que fasa chejar ta'de

  • ¿Dónde está María?

Natalia se dio cuenta de que no podía decir una oración larga y que se le entendiese así que se sacó el chupete de la boca para responder.

  • Se ha marchado, pero dijo que volvía en seguida. Ya sabes, alguna de sus locuras.

María era la más loca de los tres y la que había hecho que no mirasen atrás. Llevaban ya un año entero en aquella relación a tres bandas en la que el cariñó y el sexo desenfrenado se mezclaban. Ninguno sabía cómo iba a terminar pero no querían parar. No existían los celos entre ellos

Natalia volvió a engullir su pene antes de que pudiese pensar en nada fundiendole los fusibles, haciéndole entrar en una espiral de placer una vez más. Iba a necesitar un complejo vitamínico porque le exprimían un par de veces al día como mínimo y muchas veces superaban las tres. Natalia y María juntas eran una bomba sexual y no paraban de pedir más. Lo peor era llegar a casa cansado y escuchar los jadeos, acercarse y verlas sobándose libidinosas. Sabía que lo hacían a propósito. Iba a dejarlas solas cuando una de las dos, Natalia fue la última vez, abría el coñito de la otra y le provocaba con una frase sugerente. No pasaba un minuto sin unirse.

La puerta del dormitorio se abrió. María entró como un torbellino. Iba a decir algo, traía una bolsita pero al ver la escena optó por bajarse la falda y poner el coño a disposición de Luis. Ya no se andaban con tonterías y empezó a mimar el clítoris de la mulata lamiendo y mordiendo. Terminaron como siempre, jadeando, sudorosos y contentos.

Cuando se recompusieron María les pidió que se sentasen.

  • Paso de cenitas y tonterías – les dijo – Esto que tenemos es muy serio y lo he querido toda la vida. No me pienso echar atrás. - Sacó dos pequeñas cajitas de cuero y entregó una a Luis y otra a Natalia. Dentro de cada una había un anillo - ¿Os casáis conmigo?

Natalia se echó a llorar.

  • Pero... - respondió indignado Luis - ¿No vas a hacer las cosas bien por una vez?

  • No digas chorradas. Solo haz como Natalia y emociónate. Venga, ¡responded! Deprisita que no tengo otra vida y la quiero vivir con vosotros.

  • ¡Idiota! - Protestó Natalia - ¡Sí!

Luis miró a la mulata con una mezcla de rabia y cariño por hacer las cosas de aquel modo.

  • Sí, yo también me casaré con vosotras dos si os parece bien.

-¡Ssiiiiii! - Chilló María echándose también a llorar – A propósito. Estoy embarazada.