Natalia 01

Historia de una relación entre un hombre 36 años y su sobrina.

01 Natalia

A los diecisiete años Natalia se había convertido en un bombón de mujer perfectamente proporcionada, morena de tez y pelo, labios gruesos y carnosos y una viveza especial que atraía a todo el mundo.

Yo acababa de cumplir treinta y seis años y era el tío solterón de la familia, nunca mantuve una relación que durara más de un año y eso a la vista de mis sobrinos me convertía, y era verdad, en un vividor con mucho gancho. Eso y el hecho de haber tenido una suerte y una vista extraordinaria que me permitían vivir y disfrutar de la vida a tope sin tener que preocuparme de nada.

Mi hermana, un año mayor que yo, se quedó en estado a los diecinueve años y se casó con el padre de la criatura, un chico de familia bienvenida a menos de Palma. Ella y mis sobrinos eran mi única familia pues mis padres murieron en accidente cinco años después de la boda de Sara.

Con mi parte de la herencia, que no fue mucha me metí en negocios turísticos en la costa sur, tuve relativo éxito pero más tarde creé un grupo de empresas diversificando el riesgo; en diez años el grupo había crecido aunque no era mi mayor fuente de ingresos. En diez años decidí controlar mis negocios desde fuera, poniendo en cada empresa alguien de confianza, como mi cuñado o amigas que sabía no me fallarían.

Las mujeres, en general y sin fronteras, y mi barco eran lo que ocupaban casi la totalidad de mi tiempo; dos cosas que a menudo se combinaban perfectamente. El hecho de ser un velero de veinte metros llamativo me había deparado en ocasiones largas noches de amor en el mar.

Mientras me disponía a disfrutar de un café en la cubierta del barco después de una comida en el Club Náutico la vi pasear con un chico, ella coqueteaba abiertamente con él cogida de su mano y no fue hasta estar a escasos metros del barco cuando se dio cuenta de mi presencia.

Saludó con la mano y soltándose del chico continuó acercándose y se detuvo a popa.

Hola tío ¿vas a salir a navegar?

Si – contesté levantando – dentro de un rato, quiero ir a Formentera y pasar allí el sábado; volveré el domingo.

¿Puedo ir contigo?

Claro pero llama a tus padres que te den permiso y díselo a tus hermanos por si quieren venir.

Disfrutaba muchas veces saliendo con ello a navegar, habían aprendido desde pequeños y ayudaban bastante bien en las tareas del barco.

Mientras esperaba que llegaran los chicos recogí un poco el barco y, aunque los conocía de memoria, volví a calcular rumbos para pasar los Freus y desde allí al puerto de La Sabina.

Cuando ya tenía todo preparado llegó Natalia sola, dijo que sus hermanos tenían planes ya hechos y que no podían venir.

Salimos al atardecer, teníamos algo más de setenta millas que en este barco podrían hacerse en una diez horas y calculaba que el amanecer nos cogería pasando Los Freus.

Después de cenar algo ligero, preparó un café y lo tomamos en silencio camino al sur mientras el barco hacía casi diez nudos en un mar casi llana.

Tenía por delante toda la noche de guardia y coloqué las alarmas del radar para estar más tranquilo.

Nunca llegamos a Formentera, ni siquiera atravesamos los Freus, salto un Levante con rachas de más de 40 nudos y yendo solos los dos preferí entrar en Santa Eulalia sobre las dos de la mañana.

Desperté a mi sobrina que dormía desde hacía un par de horas, para que me ayudara a atracar y una vez bien aferradas las amarras nos calentamos el café sobrante, mientras me cambiaba de ropa, y lo tomamos en el salón.

Tú también debes ponerte algo seco.

Me hizo caso y entró a su camarote donde la oí trastear. Al rato salió con un pijama y se sentó a mi lado tomándose el café. Lo terminó y se recostó contra mi hombro.

¿Cansado?

No, y además con tanto café no soy capaz de pegar ojo.

Yo tampoco, se está muy bien aquí.

Me fijé en su pijama, pantalón corto ajustado que marcaba sus muslos y la camisa con un par de botones abiertos por los que asomaba el inicio de unos pechos firmes. Alguna vez en el barco la había visto desnuda tomando el sol, algo habitual, pero esta vez su proximidad me excitó.

No la tomaba por una mojigata, ni mucho menos pero yo era su tío y mucho mas mayor que ella. Era muy mimosa, eso si, le encantaba que la rascaran la cabeza y al cabo del rato pasé mi brazo por su espalda y metí mis dedos entre su mata de cabello negro.

Se apretó más contra mi torso y notaba el calor de su cuerpo a través de la ropa mientras sus piernas recogidas rozaban las mías. Estuvimos un buen rato sin hablar, solo mirando al frente y dejé de enredar mis dedos en su pelo.

Me encanta que me acaricies.

Eso – contesté volviendo la cara hacia ella – nunca se lo digas a un hombre, podrías encontrarte con lo que no buscas. Y menos a un hombre maduro. ¿Te das cuenta que eres una mujer llamativa? Ten cuidado con lo que dices.

¿Te das cuenta que eres un hombre muy interesante y yo una jovencita inexperta a la que estas acariciando la cabeza? – Soltó una pequeña risita – Ten cuidado con lo que haces.

No pude por menos que reírme con ella y al hacerlo la rodeé la cintura atrayéndola hacia mí. Ella se quedó mirándome a los ojos y apoyó la cabeza en mi hombro. Casi sin darme cuenta comencé a acariciar su cintura, suavemente, y encontré su piel entre la camisa y el pantalón. Mis dedos cobraron vida y recorrían cada centímetro de su cintura hasta introducirse debajo de la camisa.

Pensé que me estaba metiendo en un lío del que no sabría las consecuencias y separando mi brazo de ella me levanté.

Vamos a descansar, será mejor, y veremos como amanece mañana.

Natalia no dijo nada y yo casi tropezando me metí en mi camarote. Me desnudé y me metí en la ducha frotándome todo el cuerpo. Dejé correr el agua caliente un rato y me sequé restregándome con la toalla. Me metí en cama sin ponerme nada y dejé una luz encendida para leer mientras llegaba el sueño.

Oí más a popa a Natalia duchándose una vez terminé yo y comencé a leer. Duró poco la lectura pues al rato se abrió la puerta y entró mi sobrina en bata; bajé el libro y me quedé mirándola.

Se acercó al borde de la cama y abrió la sabana un poco, soltó el cinturón de su bata y dejó que esta resbalara por su cuerpo hasta el suelo. Estaba preciosa, un cuerpo con la cantidad de curvas justas, no muchas pero don de deben estar.

Se metió en mi cama y su cuerpo desnudo se pego al mío. Rodeé sus hombros y mi mano se posó en sus pechos duros como piedras, y comencé a acariciarla sin prisas.

Natalia se dejaba acariciar abandonada a mis manos e incorporándome en la cama acerqué mis labios a los suyos. Los entreabrió acreciéndome su boca fresca y la bese lentamente sin prisas. Luego mis labios recorrieron su cuello y poco a poco bajarán a sus pechos. Sus duros pezones fueron el juguete de mis labios y mis dientes los mordisquearon mientras ella comenzó a ronronear como una gatita.

Seguí bajando por su vientre y mis manos separaron sus piernas dejando ver su sexo casi depilado que besé extasiado. Mi lengua penetró entre esos labios y mis dedos comenzaron a jugar con su clítoris, ella se retorcía mientras gemía de placer.

Durante mucho tiempo, mis caricias y mis besos recorrieron todo su cuerpo y por fin mi enorme erección se abrió paso entre los labios de su sexo y poco a poco la penetré; ella se movía lentamente sabiendo ayudar en cada uno de sus movimientos y rodamos por la cama una y otra vez.

Un gemido largo de ella y un respingo de su cuerpo me indicaron que había llegado al orgasmo, sin embargo siguió moviéndose sobre mí besándonos locamente. Por fin llegué al orgasmo y ella mantuvo apretadas sus piernas sobre mi abrazada a mi cuello.

Al rato se separó y me levante cogiéndola de la mano entramos en la ducha. Dejamos que el agua corriera sobre nosotros mientras la abrazaba por detrás. Llené su cuello de besos y luego sequé su cuerpo lentamente.

Abrazados en la cama sin hablar empezaba a salir el sol cuando noté su rítmica respiración y comprendí que se había dormido.

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