Natación y luego una ducha caliente
Me compré un bañador de natación que me aprisionaba bien las tetas. Lo estrené en clase de natación, con Amanda y en las duchas me lo quité.
Cuando era pequeña y aún estaba en edad de colegio e instituto, destacaba especialmente en el ámbito de la educación física o gimnasia, como vulgarmente se la conoce. Años después dejé atrás el deporte para centrarme en mi carrera estudiantil (Ingeniería Aeronáutica), hasta que aparecieron los primeros indicios de celulitis en mi cuerpo.
Empecé a huir del espejo y a centrarme en aprobar las difíciles asignaturas, año tras año. Pero la evidencia puede a un puñado de fórmulas y cientos de apuntes: me sentía cansada y algo deprimida por mi cuerpo.
Soy de complexión delgada pero fibrosa, por lo que no me ha obsesionado mi peso ni mi figura en demasía. Hasta hace unos meses, cuando decidí apuntarme a nadar.
En realidad fue mi mente lo que falló, sometida a años de estudios intempestivos, silencios sepulcrales en bibliotecas y días tras las cuatro paredes de siempre. Tuvo que estallar, y estalló.
Ya no me importaba tanto si me cogía esa asignatura de quinto que tanto me interesaba, ni si tenía que aprobar aquélla otra que se me había atragantado. Sí, lo hacía, es cierto, pero empezaba a ver que me estaba perdiendo mucho ahí fuera. Un lugar donde viven el resto de los humanos, donde se divierten y salen.
La primera licencia que me tomé, a principios de este curso 2005/2006, ha sido un cambio radical en mi forma de vestir, antes recia y oscura. Le di un lavado de cara a mi apolillado armario y me compré bolsas y bolsas de ropa distinta. La segunda "locura" que hice fue visitar más la cafetería y menos la biblioteca. Allí me relacioné con los compañeros que antes veía sólo en clase y en prácticas.
Un día cualquiera de inicio del presente curso, creo recordar que era martes, mi amiga Amanda me comentó que se había abierto el plazo de inscripción para natación. Era una buena idea, un deporte muy completo; y la piscina estaba en el mismo campus universitario donde estudiábamos. No podía ser más atrayente. Además, otra de las ventajas es que los precios a la comunidad estudiantil son muy baratos.
Al día siguiente me personé en el polideportivo, preparada para seguir con mi cambio. Iba a ir nadar dos días por semana (martes y jueves), para renovar mi aspecto físico y deshacerme de la incómoda celulitis que estaba haciendo fuerte en mis glúteos.
Las clases empezarían una semana más tarde, así que el mismo día que me apunté por la tarde, me fui con Amanda a comprar un bañador, gorro y gafas para la piscina. Todo el equipamento.
Llegamos a una gran superficie dedicada exclusivamente al deporte y allí tuve mi particular momento "Pretty woman" probándome bañadores. Opté por uno granate con algunas rayas blancas que me hacía muy buena figura. Amanda me ayudó bastante a elegir, porque yo no tenía mucha idea. Ella llevaba yendo un par de años a clase de natación, por lo que tenía bastante experiencia.
El bañador me sentaba estupendamente. Me lo compré ajustado porque era consciente de que iba a adelgazar próximamente. Con él aún puesto me observé unas cuantas veces. Me aprisionaba los pechos un poco, pero no me importó. Ando bien servida de ellos, así que me quedaba como un guante.
Amanda me comentó que yo tenía un cuerpo muy bonito, con muchas curvas. Mi culo es un poquito respingón, tengo la cadera prominente y una cintura estrecha, de menos de 58 centímetros. Tengo un contorno pectoral de 94 centímetros. Pensando un poco de manera egocéntrica, me sentí estupenda.
Compré un gorro de tela (con el pelo largo no es nada recomendable uno de goma), una gafas de buceo y unas chanclas a juego. El dependiente que nos estuvo atendiendo me hizo un descuento especial, según sus propias palabras, "por haber tenido un espectáculo tan bonito y haberme alegrado la tarde".
Salimos de la tienda riéndonos y hablando de lo bueno que estaba el chico. Además estuvo todo el rato portándose muy cortesmente conmigo y viendo si todo era de mi agrado. Yo sabía que lo que le pasaba era que quería verme desnuda, así que dejé la cortina de los probadores bastante descorrida para que me mirara y ¡vaya si lo hizo!
A la semana siguiente, el martes, yo estaba un poco nerviosa. Fui a clase como siempre, pasé un par de horas en la biblioteca, también como siempre; pero la novedad es que antes de comer me iría a darme un chapuzón a la piscina.
Fui con Amanda, nos cambiamos juntas en el vestuario diáfano y pude ver que tenía todo el cuerpo depilado, incluso el pubis. También observé que llevaba un tatuaje tribal en la parte lumbar (justo donde empieza el trasero) y otro en el tobillo.
Diré que mis inclinaciones sexuales son abiertas, por lo que creo simplemente en la belleza del cuerpo masculino y femenino. Me gustan tanto ellas como ellos, pero sólo si consiguen que algo dentro de mí entre en erupción. Si estoy con otras chicas o chicos que no me atraen, puedo verles desnudos, practicando el sexo o intentando provocarme, que no conseguirán nada. Sin embargo, si la persona en cuestión provoca un leve cosquilleo en mi clítoris, ya no puedo dejar de mirar y mirar.
Eso mismo es lo que me pasó con Amanda. Tranquilamente mientras charlábamos yo escaneaba cada poro de su piel. Tenía unos pezones casi del mismo color que su piel, y la aureola apenas se notaba. Cada uno de sus pechos acababa en un gracioso y pequeño botón, que estaba duro y prominente por encontrarse desnudo frente al aire no demasiado caliente. Su cuerpo tenía bastantes lunares que le quedaban estupendamente, todos pequeñitos y planos. Me fijé, mientras hablábamos distendidamente, en que su pequeño y ovalado ombligo estaba tapado por una piedra de un piercing de metal granate.
- Me encantan los piercings en el ombligo - dije, mirando ahora descaradamente.
- Pues tarda en curar mucho tiempo, pero luego merece la pena, son muy bonitos, ¿verdad? - se lo tocaba mientras me hablaba. Asentí mirándolo más de cerca, para ver todos los detalles.
- Además - prosiguió - tengo un ombligo un poco feo, así que la piedrecita me lo tapa. Pude darme cuenta de que estaba demasiado cerca de su cuerpo. Tanto que podía oler la suave fragancia que desprendía su piel. Me recordaba a algún tipo de aceite de niños de los que se echan tras la ducha. Sin duda, un olor delicioso.
Nos terminamos de preparar, porque ya se acercaba la hora del comienzo de la clase y fuimos hacia la piscina, dejando toda la ropa en las taquillas que estaban en los mismos vestuarios. Yo me moría de vergüenza, con tan solo un bañador que separaba mi cuerpo de la mirada de los curiosos. Conocimos a Jorgue, nuestro profesor, y al resto de los alumnos. En total seríamos alrededor de 15 personas, repartidas en 2 calles (la de los lentos y la de los rápidos). Jorge me miró de arriba a abajo y me dijo que me metiera en la calle de los rápidos y ahí me haría la prueba. Si iba demasiado lenta, pues me iba a la calle de los lentos. Dejé la toalla en unos percheros, aparté mis zapatillas a un lado y me zambullí en el agua tirándome de cabeza. La clase de desarrolló muy bien, los ejercicios fueron suaves, para habituarnos y, poco a poco, fui cogiendo soltura y confianza, que falta me hacía. En la calle rápida, por supuesto.
Amanda nadaba por delante de mí, abriéndome las aguas y yo la seguía de cerca, mirando primero sus pies y luego, con un poco de pericia, observando allí donde se abrian sus piernas para impulsarme cuando nadábamos a braza. Tenía un culo precioso y con el esfuerzo para hacer el movimiento, se le metía un poco el bañador por la rajita que iba desde el culo hasta la vagina. Yo nadaba casi a la par con ella, para poderme fijar un poco más en su cuerpo, sin que ella se diera cuenta de nada. Las gafas que me había comprado eran maravillosas.
Una hora después salimos exhaustas y nos metimos a duchar para quitarnos el desagradable olor a cloro que despedía nuestro cuerpo.
Las duchas son compartidas y abiertas, así que no hay ninguna separación entre ellas. Además de eso tienen un pulsador para que sólo dure unos segundos la salida de agua. Así que aquello es casi como librar una guerra civil. La toalla a colgar en un lado, los botes de gel y champú en otro lugar, quitarte el bañador y escurrirlo, lavarte, etc. Todo ello intentando que no se te escape una chancla y tengas que ir a buscarla y pillar algún hongo por el camino. En fin, que llegamos a la conclusión de que tardaríamos menos si primero una hacía de ayudante de la otra. Y así lo llevamos a cabo. Primero me tocó a mí ayudarla a ella pulsando el botón para que no se le acabase el agua caliente, sujetarle el bañador cuando se lo quitó, escurrírselo y agarrarla mientras se ponía a la pata coja para enjabonarse cada pie.
Luego ella hizo lo mismo conmigo, hasta que las dos estuvimos limpias. Nos dimos un último enjuague antes de ponernos las toallas y Amanda me sorprendió con un pequeño bote de aceite de niños para después de la ducha.
- El cloro seca mucho la piel, así que uso esto para hidratármela. Es mejor que una crema convencional - me dijo. Empezó a echarse pequeñas cantidades de aceite transparente en las manos y comenzó a untárselo por todo el cuerpo. Un suave aroma, idéntico al que le había olido antes al acercar mi cara a su piercing, inundó el ambiente. EL cuerpo comenzó a brillarle y las gotas que aún quedaban en su cuerpo se quedaron formando pequeñas pelotitas acuosas que le daban el aspecto de una rosa mojada por el rocío de la mañana. Se frotó las tetas con generosidad dándose un masaje largo y muy sensual, a mi modo de ver.
Se puso aceite en todo el cuerpo, incluído el coñito depilado que tenía. Al verme mirando descaradamente me dijo: - Así no se me irrita cuando salgan los pelos, porque lo tengo rasurado. Míralo. Yo no sabía muy bien qué hacer. Estábamos en una ducha pública y había mujeres en el vestuario cambiándose, aunque en este momento no había nadie con nosotras en las duchas. Acerqué mi cara y vi los pequeños puntitos oscuros que le había dejado la cuchilla al rasurarse. Apenas se notaban, pero estaban ahí. - Sí, es verdad, yo no me lo rasuro que luego me pica mucho, pero sí me recorto un poco el pelo y me depilo las ingles - le dije yo. Entonces fue ella la que se acercó a mi pubis para verlo más de cerca. No sé si notaría que yo estaba un poco húmeda y que mi clítoris estaba medianamente inflamado de la excitación del momento, pero yo me comporté naturalmente. - Lo tienes precioso, la verdad. Deberías echarte un poco de aceite tú también, ¿quieres? - me tendió el bote. - Vale - cogí el bote con una sonrisa en mi cara. - Primero, si no te importa, échame un poco de aceite en la espalda que no llego. Aquello no era tampoco nada del otro mundo, eché aceite en mis manos y los esparcí por su espalda lisa y bien torneada. Bajé lo que pude hasta el culo, sin levantar sospechas y estuve todo el tiempo que quise dándole un masaje bien intenso. - Esto viene muy bien después de la natación - le dije. - Uuuuuuuuf, das unos buenos masajes, ya me gustaría a mí que mi novio supiera dar los masajes como tú. - Pues cuando quieras te doy uno en un sitio más apropiado - aproveché a decir - y así te alivio las tensiones. - Encantada, si quieres el próximo día de natación te vienes a mi casa y ya nos duchamos allí y me lo das en mi cama. Yo estaba imaginándome a mí misma frotándole las tetas con aceite y me estaba poniendo mala de verdad. - Vale, pues el jueves entonces vamos a tu casa y vas a saber qué es un buen masaje. - Antes te voy a poner un poco de aceite yo en las partes en las que no llegas, y luego ya sigues tú.
Me quitó el bote de las manos y empezó a echarme aceite por la espalda. Tranquilamente me echó en el culo, como si supusiera que yo tampoco llegaba o algo así. Sus manos se desenvolvían perfectamente sobre mi piel y la suavidad que profería el aceite hizo que el tacto fuera aún más delicioso. Llegué a pensar que me estaba acariciando, en lugar de simplemente echándome aceite. Me devolvió el frasco y yo terminé con el resto de mi cuerpo. Como ella me froté bien las tetas y el pubis y dejé mi cuerpo brillante.
Ya envueltas en las toallas, volvimos al vestuario para terminarnos de preparar e irnos. A pesar de que nos veríamos en clase al día siguiente, quedamos para dentro de dos días en natación. ¡Iba a masajear a Amanda!
Esa noche y la siguiente me marturbé varias veces pensando en el precioso cuerpo de mi amiga Amanda cubierto por la transparente y brillante película de aceite. Veía sus tetas brillar y me imaginaba tocándolas con mis dos manos. Aprentando cada una de ellas y jugando a pellizcar sus pezones. Imaginé cómo sería introducir mis dedos entre su rajita depilada y encontrarme con el clítoris. Llegué incluso a tener una fantasía, entre masturbación y masturbación, a la que terminé por dar forma, y que voy a relatar aquí.
"Todo partía del mismo momento en el que nos metíamos a duchar. Todo sucedía igual hasta el momento que ella sacaba el aceite. Ahí es donde mi mente comenzó a hacer de las suyas y me imaginé un pasado paralelo en el que Amanda se comportaba de una forma más sexual y menos amigable.
Ella sacaba el bote y me pedía con cara de lascivia si le podía untar todo el cuerpo con ese aceite. Yo accedí, porque en mi fantasía no había vergüenza ni más gente merodeando. Echaba un chorro viscoso en mi mano y empezaba por los hombros, pasándo por el cuello y la clavícula. Tras esto bajaba por delante hasta alcanzar sus tetas, que aún tenían los pezones en reposo. Agarraba sus dos pechos con mis dos manos, mientras los masajeaba, frontando bien con la suavidad del aceite. Al momento sus pequeños pezones ya estaban duros y desafiando la gravedad, lo que me dio pie a que los pellizcara. Se me escurrían entre los dedos por la grasa del aceite, pero eso parecía divertirla y excitarla a la vez. Seguí bajando por el vientre, embadurnándome una y otra vez las manos con el viscoso fluído. Tenía una tripa bestial, tal y como la recordaba. Pero en mi fantasía, además era muy suave, tersa y daba gusto tocarla. Su piercing me excitó demasiado y tuve que acercar mi boca hasta él y meter mi lengua húmeda y ávida de un agujero por detrás hasta alcanzar su ombligo. Dejé que ella disfrutara mientras caía el agua (en mi fantasía no había que apretar una y otra vez el botón). Me eché un poco más de aceite en la palma de mi mano derecha y bajé por su vientre hasta su monte de Venus.
Esa diosa que tenía ante mí no paraba de gemir y de mover su cuerpo incitándome a que siguiera magreándola. Hacía rato que eso había dejado de ser un simple "échame crema" ya había pasado a un sobeteo y magreo muy suculento.
Lo tenía depilado, suave, muy suave y dejé que unas gotas de aceite bajaran por acción de la gravedad hasta sus labios mayores. Entonces deslicé mis dedos índice y corazón hasta su zona más erónena e introduje los dedos debajo de sus labios. Pasé mucho rato frotándole la vagina. Ella estaba roja de placer. Yo estaba agachada con las piernas bien abiertas dejando que mi coño se pudiera ver bien, como si hubiera espectadores. Seguí tocándola y metí tres dedos de golpe dentro de su coñito. Estaba suficientemente mojada y abierta como para que no le doliera, y el aceite desde luego que ayudaba mucho. Ya no pude aguantar más y acerqué mis labios y mi lengua para comérselo todo. Me encantaba aquel coño con olor a aceite suave y dulce.
Ella gemía y se mojaba cada vez más. Estaba húmeda, caliente, gritaba y las paredes devolvían su eco. Succioné el clítoris de Amanda con ganas de arrancarlo y llevármelo como trofeo. En ese momento a ella le flojearon las piernas y tuvo que tumbarse en el suelo mojado de las duchas. Se puso bocarriba y yo me lancé entre sus dos piernas, hacia su coño que pedía más. Le lamí el clítoris salvajamente. Ella se arqueaba y gritaba. - Aaaaaaaaah, sí, sigue, sigueeeeeeeeee eeeeeeeeeeeeeeeeeeee. La llevé al éxtasis más maravilloso y se corrió entre mis labios. Nunca había visto a nadie correrse así, le dieron espasmos y me agarró con sus muslos, dejando mi cabeza aprisionada. Casi me quedo sin respiración, ella apretaba y apretaba con sus espasmos acompañando, hasta que se quedó relajada y soltó mi cabeza de entre sus muslos. Se había corrido y yo había bebido su flujo amargo, pero exquisito."
La visión de ella allí, exhausta, abierta de piernas, con el agujero del coño bien abierto, todo el cuerpo brillante y precioso, las tetas ligeramente echadas hacia los lados, hizo que saliese de mi fantasía y tuviese yo misma un fabuloso orgasmo pensando en Amanda.
Y todavía quedaba quedar con ella el jueves para darle un masaje en su cama... Aquello me dio otro par de orgasmos en su honor.