Nata y chocolate

Dos colores. Dos gustos. El comienzo de una larga relación.

Nata y chocolate

1 – En la piscina

Me pusieron mis padres Eustaquio, nombre que no gustaba demasiado y todos me dicen Eu o Eus. Empezamos a ir a la piscina cuando se acercaba el tiempo caluroso y lo pasábamos muy bien. Mi mejor amigo de clase, Daniel, era muy tímido y me acompañó aquel día a darnos un baño. Nos cambiamos en el mismo vestuario y noté que se volvía un poco a la hora de ponerse el bañador. Yo no le dije nada porque sabía que reaccionaba mal, se callaba y se ponía colorado como un tomate. No es que me hubiera gustado verlo desnudo entero, sino que me pareció que estaba muy blanco y yo soy muy moreno.

Cuando nos sentamos al borde del agua, antes del primer baño, le vi mirarme con disimulo.

  • Estás muy blanco, Dani – le dije -, pero eso se remedia tomando un poco el sol.

  • ¡Joder! – exclamó mirándome asustado - ¡Es que tú eres un grillo! ¡Ojalá tuviese yo la piel tan morena!

  • Mis padres son muy amantes de la playa – le dije -; tenemos allí una casita y vamos muy a menudo. Me pongo el protector sólo el primer día, pero casi no necesito tomar el sol para ponerme así de negro.

  • ¡Me encanta tu piel! – dijo - ¡Casi me da vergüenza de verme tan blanco!

  • Dicen que el sol de la playa es mejor – le comenté – porque se combina con el aire yodado y te da este tono. El fin de semana que viene hay puente y nos iremos cuatro días a la playa ¡Me encanta!

  • ¡Jo! ¡Y a mí! – contestó mirando al agua -, pero a mis padres les gusta la montaña y no sé ni siquiera si el mar sigue existiendo.

  • ¿Qué dices? – le pellizqué en la cintura - ¿No están las montañas siempre en su sitio? ¡Pues el mar sigue también en el suyo!

  • ¡Ya! – puso cara de asco -, pero ni recuerdo cómo suena.

  • ¡Oye, tío! – le eché el brazo por encima -; este finde no viene mi primo ¡Vente con nosotros!

  • ¡Joder, Eu! – sopló - ¡Es que no sabes el corte que me da ir con tu familia!

  • ¡Anda, tonto! – casi lo dejo caer al agua - ¡A mis padres les da igual! Siempre nos llevamos a mi primo o a mi prima. Con mi primo lo paso de puta madre, pero mi prima es más cursi

  • No creo que mis padres me dejen – dijo -; son muy raros.

  • ¡Pregúntales! – lo miré de cerca - ¡Estás invitado a todo!

Puso una cara de felicidad que no parecía la suya, me echó agua por encima y corrió riendo.

2 – En el patio

Miraba yo a los compañeros jugar al fútbol y pensaba para mis adentros: «A todos los machos estos les gusta el fútbol ¿No será que les gustan los futbolistas?». De pronto, un balón se paró a mis pies y unos pies venían detrás.

  • ¡Hola, Eu! – era Dani muy contento -; no te he visto esta mañana al entrar en el instituto.

  • Ammmm… - pensé un poco - ¡Verás!, es que ayer estuvimos preparando las cosas para la playa y me acosté muy tarde, así que me he quedado dormido ¿A que no le has preguntado a tus padres que si te dejan venir con nosotros?

  • ¡Sí! – contestó ilusionado -, pero mi madre dice que quiere hablar antes con la tuya.

  • ¿Hablar con la mía? - lo miré extrañado - ¡Joder, que eres bien mayorcito para tomar tus propias decisiones!

  • ¡Ya lo sé, so tonto! – me respondió teatralmente -. Soy mayor de edad y no me van a prohibir que vaya, pero mi madre se cree que aún soy su niño

  • ¡Ah, vaya! – le cogí la barbilla -, pues dale mi teléfono fijo y que la llame. A mi madre le encantará esa «preocupación» de la tuya por venir con nosotros.

  • Entonces… ¿le digo que la llame?

  • ¡Pues claro, gilipollas! – me reí -; yo creo que a mi madre le hará ilusión que tu madre la llame, pero que sepas que no te va a faltar de nada: comida, toallas, ducha… ¡hasta un flotador por si te dan miedo las profundidades!

  • ¡Qué mala leche tienes, Eu! – dijo avergonzado -; no es cosa mía, es cosa de ellos.

Le puse mis manos en sus hombros y miré sus bellísimos ojos verdes.

  • Que la llame a medio día – le dije -; se llama Manuela. Ella ya sabe que he invitado a un compañero del instituto. Sabe que eres Daniel. A tu madre le encantará hablar con la mía ¡Seguro!

Le di una patada al balón y salió corriendo tras él, pero miró hacia atrás y me sacó la lengua de una forma muy sensual. Estaba blanco, sí, pero era un bombonazo ¡Jo, lo que me esperaba en la playa! ¡Yo, que me empalmo mirando un guijarro!

3 – En mi casa

Llamaron a la puerta y fui corriendo a abrir.

  • ¡Es Dani, mamá! – grité - ¡Yo le abro!

  • ¡Hijo! – exclamó mi madre al verlo - ¿Qué guapísimo eres, por Dios! Tu madre tenía razón. Habrá que tener cuidado con las quemaduras del sol ¡Santo Dios, qué pelo rubio y qué ojos! ¡Pasa, pasa! ¿Traes algunas cosas?

  • Sí, señora – dijo -; el bañador, camisetas… ¡ya sabe!

  • Aunque vinieses sin nada – le dijo mi madre -, ibas a venir. Necesitas aire puro de la playa y sol; mucho sol.

  • ¡Te lo dije, Dani! – le susurré -, a mi madre le encanta que venga gente con nosotros, pero es que… además, le has caído bien.

  • ¡Bueno! – bajó la voz -, por lo menos me ha dicho que soy guapo.

  • ¡Es que lo eres, joder!

  • No me digas esas cosas que me corto – dijo - ¡Ya lo sabes!

  • Pues es que es verdad – le contesté - ¡Estarás blanco, tío, pero estás…!

  • ¿Cómo estoy? – me preguntó pícaramente -.

  • No se lo digas a nadie – le dije casi al oído -, pero estás buenísimo.

Me extrañó que no me diera una respuesta cortante: «¿No serás maricón, verdad?». Me sonrió y me pellizcó la nariz.

  • ¡Tú sí que estás bueno y no yo tan blancuzco! – exclamó - ¡Ya veremos si es verdad que esto tiene remedio!

  • ¡Verás como vienes más guapo todavía! – le dije - ¡La tías se van a volver locas por ti!

No dijo nada. Miró alrededor y cogí su macuto para llevarlo al dormitorio. Se vino detrás de mí muy callado y mi padre lo saludó en el pasillo revolviéndole el pelo.

  • ¡Eh, tío! – le dijo - ¡Lo que dice Eu es verdad! Necesitas un poco de sol. ¡Ya verás qué bien lo pasas!

Cuando entramos en el dormitorio se quedó parado y asustado.

  • ¿Qué pasa? – le dije - ¿No te gusta mi dormitorio?

  • Sí… - dijo tímidamente -, pero pensaba que habría dos camas

  • ¡Ah, eso no importa! – le dije -; mi madre dirá que nos acostemos cada uno para un lado. «Top to toe» o algo así, que es lo que dicen los ingleses.

  • ¡Entiendo!

4 – En la cama

Cenamos, vimos un poco la tele y mi padre dio la orden de irse a dormir. Íbamos a levantarnos muy temprano para aprovechar el primer día.

Tal como le había dicho yo ya a Dani, mi madre había puesto una almohada a los pies de la cama.

  • ¡Tú verás, Dani! – le dije al cerrar la puerta - ¿Prefieres la cabecera o los pies?

  • ¡Me da igual, la verdad! – dijo -; lo que me da es un poco de corte.

  • ¿Quieres que eche el pestillo? – le dije al oído - ¡Mis padres no van a entrar! Si quieres, dormimos juntos.

  • ¡Déjalo! – dijo -; mañana tu madre se daría cuenta.

  • ¡Seguro! – me eché a reír -, pero le importaría un bledo. Yo me acuesto con mi primo, ¿sabes? Ella no dice nada. Pero mi primo es un borde y casi todas las noches me roza y me toca y eso. ¡Es un fresco!

  • ¡Sí, déjalo! – me miró cortado -; yo me acostaré hacia los pies.

Acerqué mi cara a la suya (que olía a rosas) y le hablé en voz muy baja.

  • ¿Te da miedo acostarte conmigo?

Hubo un poco de silencio. Tragó saliva sin dejar de mirar a la cama y me miró un poco nervioso.

  • ¡No! – susurró - ¡Me encantaría!, pero dejémoslo para otro momento; es la primera vez que vengo

Destapé las sábanas y nos metimos allí muy serios. Él tenía la cabeza levantada y me miraba el cuerpo con la boca abierta y los ojos como un espantado. Le di la mano y las buenas noches y dejamos caer nuestras cabezas en las almohadas. Entonces, apagué la luz y sólo entraba un suave reflejo de la calle entre los visillos.

Hubo un rato de silencio tenso. Mis pies apuntaban hacia él y los suyos hacia mí. Me estaba poniendo muy nervioso, pero yo estaba en mi casa y sabía que mis padres jamás entrarían allí. Él estaba en una casa ajena y lo noté muy quieto y muy tenso, así que agaché un poco la cabeza y me metí su dedo gordo en la boca. Encogió la pierna asustado, pero volvió a dejarla en su sitio, es más, yo diría que la estiró un poco más. No dijo nada, pero noté cómo se alteraba su respiración. Estuve chupándole el dedo un rato y comencé a acariciarle el pié. Pensaba que iba a decirme algo, pero noté que cogía mi pie y chupaba mi dedo mientras me acariciaba.

Poco a poco, noté que echaba su cuerpo más hacia abajo y tuve su pie delante de mi cara. Luego, sus manos comenzaron a acariciarme las piernas y yo, sin cortarme un pelo, fui bajando mis manos y acariciando más allá de sus rodillas. Volvió a moverse más hasta que su boca estuvo a la altura de mis rodillas, entonces, no me lo pensé. Me incorporé un poco y me eché hacia abajo hasta toparme con su polla dura debajo de sus calzoncillos. Él se movió también hasta que formamos un 69 maravilloso y no pude evitar empujar sus calzoncillos hacia abajo. Su polla salió como un resorte y me golpeó en la cara. Le oí reír, pero también me quitó los calzoncillos y fue buscando con su boca mis huevos y luego mi polla y se la metió en la boca con ansiedad hasta que paró de chuparla.

  • ¡Eu! – dijo muy flojito - ¡Me encantaría vértela tan morena!

  • ¡Voy a encender la luz! – le dije también susurrando - ¡A mí también me gustarías ver la tuya!

  • ¡No, espera! – contestó - ¡Me da vergüenza! ¡La tengo muy blanca!

  • En la variedad está el gusto, Dani – le dije casi riendo -; tú me ves la mía morena y yo te veo la tuya blanca ¡Venga, hombre!

Entonces, sin pensarlo más, encendí la lamparilla y le vi mirarme asustado y mirar luego mi polla sin soltarla.

  • ¡Es preciosa! – exclamó -; no te va a gustar la mía.

  • ¿Cómo que no? – la miré mordiéndome los labios - ¡Joder! ¡Qué polla!

  • ¿De verdad te gusta?

Me incorporé y le acaricié sus cabellos mirando sus lindos ojos claros. Él se incorporó también y me dio un beso suave con un chasquido, pero sacó luego la lengua y nos besamos abrazados desesperadamente.

  • ¡Me encantas, Dani! – le dije - ¿Por qué nunca hemos hablado de esto?

  • Porque soy muy corto, Eu – dijo -, pero llevo disimulando mis empalmes en el instituto desde que te conocí.

Volvimos a echarnos, pero no apagué la luz, sino que quise disfrutar de aquella polla tan suave y tan blanca y que él disfrutase de la mía. De vez en cuando, dejaba de chupar y me decía:

  • ¡Joder, Eu! ¡Haría esto a todas horas contigo!

  • ¡No te preocupes, Dani! Tenemos unos cuantos días para acariciarnos, besarnos y hacer todo lo que te guste.

  • ¿A ti qué te gusta, Eu? – preguntó - ¡A mí me encanta esto!

  • Pues vamos a chupárnoslas hasta que nos corramos – dije -. Tenemos que probar muchas cosas.

  • ¡Espera, espera! – dijo como asustado - ¿Esto significa que tú y yo vamos a estar juntos?

  • ¡Mira, Dani! – me incorporé -; si lo que quieres decir es que cuando acaben los días de playa se acabó esto, estás equivocado. Yo quiero seguir siempre que podamos.

  • ¿De verdad? – preguntó incrédulo - ¿Podré tenerte siempre que quiera?

  • Déjame tenerte a ti y me tendrás a mí.

Volví a echarme y seguí chupando aquella polla que parecía de seda. En algunos momentos pensé que no entendía cómo le gustaba una polla casi negra a Dani, pero la respuesta la había dado yo ya antes: «En la variedad está el gusto».

Seguimos chupando y nos hacíamos gestos con las manos para descansar. No queríamos corrernos tan pronto. Levanté sus piernas y empujé sus nalgas hacia arriba para comerle los huevos y el culo, pero le dio vergüenza y me dijo que apagase la luz.

Seguimos mamando una y otra vez hasta que ya le dije que no podía más.

  • Pues yo voy a tragarme tu leche – dijo -; así no se llenarán las sábanas.

  • ¡Vale, Dani! – le contesté -; yo voy a tragarme la tuya ¡Me encanta!... y mi madre no es tonta.

Nos echamos a reír aguantando para no hacer ruido y comenzó la mamada definitiva. Mis manos se agarraban a sus nalgas para mover su cuerpo y él me la cogía con una mano y tiraba de mí con la otra. Casi al mismo tiempo, nos corrimos los dos. Cuando noté el calor de su semen en mi boca, casi me desmayo de placer. Cerré los ojos y tragué. Era la primera vez que me tragaba el semen de alguien, pero no era el semen de cualquiera; era el semen de Dani.

5 – En la playa

Fueron unos días maravillosos y yo, que tengo la cara más dura que el cemento, le dije a mi madre que preferíamos acostarnos en una sola cama. La respuesta de mi madre dejó a Dani pasmado.

  • ¡Ah, perfecto! ¡Así me ahorro hacer una cama y lavar tantas sábanas!

En la playa, cuando nos mirábamos en bañador echados en la misma toalla, teníamos que ponernos boca abajo para que no se nos notara el empalme y un día… ¡vino lo mejor!

Salimos corriendo hacia el agua y entramos saltando porque estaba bastante fría. Nadamos un poco para entrar en calor y me miró Dani un poco asustado.

  • ¡Eu, Eu! – me dijo - ¡No hago pie! ¡Me da un poco de miedo!

  • No te preocupes, Dani – le dije acercándome -, estoy a tu lado.

Lo cogí por la cintura y comencé a nadar un poco más adentro.

  • ¡Me asustas, Eu! – rozamos las mejillas - ¡Esto está cada vez más profundo!

  • ¿Ah, sí? – le dije como extrañado -; yo creo que no. Tú agárrate a mí; fuerte.

  • ¡Eu, que me estoy empalmando! – dijo asustado - ¡Luego habrá que esperar a que se me baje para salir!

  • ¡Toca la mía! – le dije - ¿Te crees que eres el único que la tienes dura? ¡Cógemela!

Le metí la mano entre las piernas y él comenzó a acariciármela también. Lo fui notando más relajado y nos agarramos entrelazando nuestras piernas y comencé a besarlo.

  • ¡Eu, que nos van a ver!

  • ¿Desde la orilla? – le comí sus labios carnosos - ¡Desde allí ni se nos ve! ¡Vamos a hacernos una paja flotando, Dani! ¡Será maravilloso!

  • ¡Sí, Eu! – comenzó a mover su mano -, debajo del agua no se ve nada.

  • ¡Ni encima, tonto! – le dije - ¡Bésame lo que quieras!

Comenzamos a besarnos mientras flotábamos en las aguas frías y nuestras manos tiraron de los bañadores hasta dejar que el agua acariciase nuestras piernas. Mientras nos besábamos y nos masturbábamos, miraba yo de vez en cuando por si alguien se acercaba, pero acabamos encogiéndonos de placer y mordiéndonos los labios y el cuello.

¡Oh, Dios mío! Cuando salimos del agua teníamos moratones en los cuellos.

  • ¿Qué hacemos? – preguntó Dani asustado -; ¡se van a dar cuenta!

  • Hay crema – le dije -; lo disimularemos un poco como una quemadura. Mis moratones se ven menos que los tuyos. Yo te ayudaré.

Mi madre se dio cuenta en cuanto llegamos a casa y me llamó a la cocina.

  • Eu – me dijo -, eres mayor de edad y yo ya no soy nadie para decirte nada, pero no soy tonta, ¿sabes? Lo malo es que la gente tampoco es tonta, así que toma la crema que tengo en mi bolso y dale a Dani un poco hasta que se le disimule… «ese golpe». Mi crema tiene color. No se le notará.

Miré a mi madre asustado y acabé sonriendo.

  • ¡Gracias, mamá! – la besé -; me parece que todas las madres no son como tú.

  • ¡Pues deberían!

Cuando volvimos de la playa, Dani venía un poco quemado y ¡cualquiera lo tocaba!, pero cuando pasó algo de tiempo, llegamos a hacernos una paja en la misma clase; en las últimas bancas.

Se acabaron las clases y llegaron las vacaciones. Mi madre, sabiendo lo que sabía, le dijo a mi tía (su hermana), que un chico necesitaba venirse con nosotros a la playa. De esta forma, mi primo se fue a un camping y Dani y yo comenzamos lo que hasta ahora es nuestro amor.

Él sigue siendo muy blanco y yo muy negro. En la variedad está el gusto.