Nara aprende, etc.
Creo que tuve mucha suerte de haber conocido al señor. Él me mostró cómo se podía disfrutar, simplemente con dejar que sus manos recorriesen mi cuerpo.
Me llamo Nara, tengo 18 años y vivo con mi mamá. Hace un tiempo, discutimos y me fui un rato de casa, aunque volví pronto y mamá me abrazó y me perdonó. No le dije que había hablado con un señor muy amable que me encontré en el parque, porque a mamá no le gusta que esté con desconocidos.
El señor me dijo que yo era muy bonita y que le gustaría volver a verme. Me pareció que hablaba en serio, y le dije que tendríamos que hacerlo en secreto, para que no se enterara mami. Desde entonces, me esperaba en su rincón del parque y yo me retrasaba unos minutos en mi llegada a casa desde el instituto, para poder estar con él.
Desde el principio, el señor se mostró muy cariñoso conmigo. Ya el primer día se despidió de mí con un beso en los labios, que me gustó mucho. Hablamos de muchas cosas, pero sobre todo él me contaba qué es lo que le gusta de las niñas como yo, y aprendía de cada una de sus palabras.
A medida que iban pasando los días, teníamos cada vez más confianza. Desde que me mostró cómo se besa con lengua, practicábamos juntos. Qué delicia. Creo que tuve mucha suerte de haber conocido al señor. Él me mostró cómo se podía disfrutar, simplemente con dejar que sus manos recorriesen mi cuerpo. Por nada del mundo querría haberme perdido esas sensaciones que me regalaba el señor.
Él me enseñó que tengo un botoncito entre las piernas que se llama clítoris. Cuando el señor me lo acariciaba, conseguía hacerme llegar al cielo. También le gustaba usar sus dedos para entrar en mis agujeritos. Cuando los metía en mi culo, antes me hacía chuparlos para que resbalasen mejor. Otra cosa que hacía era apretarme los pezones, y así conseguía que nuestros besos fueran más intensos.
Desde entonces, mamá estaba más feliz, porque me veía radiante cuando llegaba a casa. Yo le decía que la quería mucho y que todo me iba bien en el instituto, pero creo que mi estado era porque el señor me dejaba siempre muy contenta con sus lecciones. En secreto, le estaba muy agradecida porque todo era mejor desde que le conocí.
Al señor le gustaba que no llevara ropa interior, para poder acceder mejor a mis partes íntimas. A mí me parecía muy bien, y siempre que iba a su encuentro me quitaba antes la braguita y el sujetador que llevaba bajo mi uniforme, aunque mis pechos habían crecido mucho, cosa que le encantaba al señor.
Desde el principio, yo había notado que el pene del señor crecía bajo su pantalón cuando yo estaba con él. Un día le pregunté por eso, y me dijo que era porque yo le gustaba mucho. Como teníamos mucha confianza, le pedí que me lo enseñara y el señor accedió. Me encantó ese trozo de carne tan grande y tan duro, y me dejó cogerlo con mi mano. Como vi que él se movía, deduje que le iba a gustar que lo frotase, igual que él hacía con sus manos en mi vagina. El señor se agarró de mis tetas y me metió la lengua hasta la garganta, antes de soltar unos chorros de líquido blanco, que luego me explicó que eran semen.
A partir de ese día, sus lecciones incluyeron los usos de su pene. Primero estuvimos unos días practicando cómo yo me lo metía en la boca, hasta que me dijo que había aprendido. Básicamente se trataba de que yo pudiera tragarlo entero, así como también el semen que soltaba al final. Para facilitar la tarea, yo me arrodillaba en el suelo entre sus piernas y él empujaba mi cabeza.
Después me enseñó a alojar su pene en mi culito. El señor tuvo mucha paciencia con eso, hasta que en poco tiempo también aprobé la lección. Por último, me enseñó a cabalgar sobre él usando mi vagina.
Para entonces, yo ya estaba felizmente acostumbrada a su trato, quizás un poco rudo pero siempre encantador para mí. Él me había comentado que le gustaban los pezones anillados, y me puse dos aros a espaldas de mi madre, ahorrando dinero de la paga semanal. El día que le mostré mi regalo sorpresa, él se emocionó y empezó a golpear mis tetas con sus manos, hasta ponerlas rojas.
Andando el tiempo, ideé la forma de que mis citas con el señor fuesen un poco más largas, con diferentes excusas para mamá y los profes. El señor me dijo dónde vivía, y yo acudía a su casa para poder seguir mi aprendizaje con más comodidad.
En ese ambiente más privado, el señor empezó a poner una serie de normas, que yo obedecía encantada y agradecida. Básicamente, al señor le gustaba que yo me comportase como si fuese su mascota, un juego que a mí me parecía muy divertido.
La casa del señor era muy confortable, y yo tenía mi propio espacio, en una cómoda camita de perra en un rincón del salón. El señor me compraba regalos, como un collar de cuero que yo debía llevar en su presencia, y algún capricho en forma de ropa interior preciosa o zapatos de tacón muy alto, que el señor me enseñó a utilizar.
En la casa, yo tenía que caminar siempre a cuatro patas. Al principio me dolían un poco las rodillas, pero pronto me acostumbré, lo mismo que con las bofetadas que me daba el señor, tanto en mis grandes tetas como en mis mejillas. Esos golpes, así como los azotes en mi trasero, acabaron siendo una costumbre, y si el señor se olvidaba de dármelos o no le apetecía, yo los echaba de menos.
Si el señor me escupía en la cara y me frotaba su saliva con la mano, yo sabía que él estaba contento, y procuraba atenderlo mejor que nunca. Cuando pude reunir de nuevo dinero suficiente, me puse otro arito en mi clítoris para complacer al señor. Él siempre decía que yo era una niña buena, y cuando oía eso, mi coño se mojaba automáticamente.
El señor me enseñó qué eran los orgasmos, y cómo debía controlarlos a su voluntad. Cada vez que él me permitía tener uno, yo me mostraba muy agradecida. También me enseñó que, además de tragarme su semen, podía beber su pis. Pronto, cada vez que el señor tenía ganas de mear, yo le servía como inodoro humano.
Mi vida de aprendizaje continuaba mientras, sin que nadie supiera que yo hacía esas visitas a la casa del señor. Mamá seguía satisfecha de verme tranquila y feliz, y yo hacía mis deberes y sacaba muy buenas notas.
Un día que el señor no podía atenderme, llegué a casa antes y vi a mi mamá en la cama, desnuda, tocándose su vagina. Me desnudé yo también y me tumbé junto a ella, para ayudarle a que llegara al orgasmo. Cuando se dio cuenta de la situación, me pidió que me fuera de su cuarto, pero yo seguí empujando mi manita con la suya y le metí la lengua en la boca, hasta que se calmó. Seguí masturbándola y le dije al oído que se correría cuando yo le indicara.
Vi que ella estaba un poco tensa, pero seguí con mis movimientos, hasta que le di la orden y explotó. Luego nos vestimos y nos pusimos a cenar, como todos los días.
-Mami, me ha gustado jugar contigo.
-No quiero hablar de eso ahora, Nara, hija mía.
-Pero yo sí, mami. Te correrás cuando yo te lo diga. Yo sé que a ti también te ha gustado.
Mami se puso a llorar, y la consolé agarrándole de sus grandes tetas y apretándole los pezones, como hacía el señor conmigo. Eso hizo que se le pasara el sofocón, y se mantuvo sentada sin hacer nada, mirándome a los ojos. La volví a besar, y ella empezó a jugar con su lengua en mi boca mientras yo le retorcía más los pezones.
-Muy bien, mami, buena niña. Vamos a probar otra vez. Córrete. Ahora.
Mamá empezó a correrse de nuevo. Era como yo, una perra necesitada de órdenes para disfrutar.
-Genial, mami. Ahora recoge todo esto y luego me pones el pijama.
Para mami, todo eso había sido muy raro. Su niñita estaba dándole órdenes y haciendo cosas con ella que ni imaginaba que una pequeña como yo pudiera tener en la mente. Después de recoger las cosas de la cena, llamó a mi habitación.
Le indiqué que entrara, y sin decir nada empezó a desvestirme. Luego me puso el pijama, me acosté y me dio un beso de buenas noches, como siempre, sentada en la cama a mi lado. Cuando fue a levantarse, le agarré del cuello.
-Mami, me gusta mucho que seas tan obediente conmigo. ¿Has visto cómo, si te dejas llevar, puedo hacer que te corras cuando yo quiero? Ahora dame un beso de verdad.
Mamá acercó su boca a la mía y nos pusimos a jugar con nuestras lenguas, como antes de la cena.
-Ay, Nara, no sé qué me estás haciendo. Es como si de repente el mundo estuviera al revés.
-Mami, el mundo está bien como está. Ahora vamos a vivir más felices las dos, contigo a mis órdenes. Confiesa que te gusta esto.
-Claro que me gusta, mi pequeña. Pero es todo muy extraño. Esos aros que llevas puestos, tu actitud tan firme y adulta... Me ha cogido todo por sorpresa.
-Se trata de disfrutar, nada más, mami.
Cuando me cansé de babear con ella, le dije que se acostara en la alfombra, junto a mi cama, y nos quedamos dormidas.
-Despierta, preciosa. Tienes que ir al instituto.
Abrí los ojos y vi a mamá arrodillada junto a mi cama, con una bandeja de desayuno. Se había levantado antes que yo y se había arreglado para mí. Mientras me daba de comer, vi que llevaba puesto un precioso conjunto de lencería que dejaba sus tetas al aire, y unos zapatos de tacón.
-Qué rico todo, mami. Y te has puesto muy guapa. Así me gusta.
-He decidido dar rienda suelta a mi lado más guarro, hija mía. Siempre me ha gustado ser la puta de alguien, y quién mejor que mi dulce niña, tan transformada de repente.
-Genial, mami. Ahora ponme el uniforme, que llego tarde al instituto. Ahora que eres mi perra, te contaré mi secreto, cuando vuelva esta tarde.
-Gracias, mi ama. Todo esto es muy excitante. Ni me podía imaginar acabar así, convertida en esclava de mi hija.
Cuando salí del instituto, mi amo estaba esperándome en su casa. Nada más verme, se dio cuenta de que tenía noticias nuevas.
-Hola, mi perra. Traes una carita muy alegre. Seguro que hay cosas que quieres contarle a tu amo.
-Sí, mi amo. Ayer, cuando fui a casa antes de lo previsto, encontré a mi mami masturbándose y acabé haciéndola mi perra.
-¿Así de fácil?
-Sí, mi amo. Resuta que yo estaba viviendo con una puta arrastrada y ni me había dado cuenta. Ha sido todo gracias a sus enseñanzas.
-Pues habrá que aprovechar la situación. Vamos a verla.
Llegué a casa con el señor, y mi mamá se sorprendió mucho al verlo.
-Mira, perra. Este señor es mi amo, y de él he aprendido cómo tratarte a ti. Ahora serás también suya.
-Hola, jovencita. Tienes una hija excepcional. La he moldeado a mi gusto, pero seguro que también han tenido que ver tus genes en ello. Me encantará comprobarlo.
-Pero señor, yo no le conozco de nada...
Mi amo te dio una buena bofetada a mi perra. Qué delicia, verlos congeniar.