Nando (01: Inabrazablemente)
...tengo una personalidad intelectual, abierta, actual y directa, que va de la mano con mi vida sexual. Prueba de ello puede ser mi primera vez pero claro no hay una manera más trillada y sosa de iniciar una serie de relatos; que comenzar por el principio. Por ello comenzaré con el sábado pasado, no por que sea especialmente importante; es porque está fresco en mi memoria y es que casi puedo olerlo a él, en mí, aun.
NANDO 001 - Inabrazablemente
Soy un chico alto, blanco, gordito, velludo, fuerte, varonil, tipo oso; tengo el cabello negro azulado, ojos negros, nariz chistosa, vello facial y corporal prominente, cejas densas y bien definidas, rasgos toscos y fuertes, guapo para algunos; no tanto y para tantos como quisiera, pero tengo mi encanto. Aparte de un buen nivel cultural, y una mente despierta y ágil que creo que es lo mejor de mí. Un hombre un poco inseguro, también algo tímido al principio, pero tengo una personalidad intelectual, abierta, actual y directa, que va de la mano con mi vida sexual. Prueba de ello puede ser "mi primera vez" pero claro no hay una manera más trillada y sosa de iniciar una serie de relatos; que comenzar por el principio. Por ello comenzaré con el sábado pasado, no por que sea especialmente importante; es porque está fresco en mi memoria y es que casi puedo olerlo a él, en mí, aun.
Una, dos, tres, cuatro, cinco y a la sexta vuelta a la pista, estaba él, otra vez, al fin. Parado ahí con su botella de agua purificada sin etiqueta, cerrando los ojos por el sol tan fuerte, que, evidenciaba que se había quedado dormido esa mañana.
Simplemente hermoso, en una estética saludable y sin basura televisiva y publicitaria; un hombre grande, fuerte, recio, espalda inabrazablemente ancha, con sus lentes sin marco, de señor contemporáneo, y su cabello disperso y delgado color café oscuro, que al sol es más claro. Dejó, supongo que como siempre, su botella al lado de la pista, y tras estirar sus pectorales, y hacer ese curioso ejercicio como péndulo de reloj invertido, se sacó la camiseta, metió la mitad despreocupadamente dentro de su short, comprobó que sus tenis estuvieran fuertemente anudados; mientras exponía esas lomitas que marcan las vértebras en la parte baja de la espalda. Y tras dos pasos en falsos corrió firmemente, acelerando a medida que el tiempo se iba descongelando
Bien, sólo faltó decir que olía a hierba recién cortada y que los dientes de león flotaban en el aire; lo se, yo soy así, un poco cinematográfico. Todo se deriva de un día; que salí a tomar el autobús, y no tomé el que pasa junto a mi casa, quise variar un poco, si, yo se que es patético tomar otro autobús para sentirte vivo, pero en serio que soy una persona que trata de variar su rutina.
Caminé dos cuadras; hay un deportivo, al que tengo aversión desde que mi papá me arrastraba cada sábado, cuando tenía 6 años, para que jugara fútbol con mis compañeros de mi nueva primaria.
Y así, distraído como iba, noté como mis pasos se hacían eternamente lentos, mientras mis ojos se abrían, al ver a este tipo sudado, con unos omóplatos afiladísimos y que inclinándose un poco, para buscar las llaves de su auto, dejó correr una marejada de sudor, que recorrió su cuello y se desbordó en uno de sus largos y erectos pezones; dejando una gota aislada, sola; equilibrándose para no caer al vaporizante concreto, mientras que yo la observaba; como si, el respirar de nuevo, dependiera de ella.
Él lo notó, soy tímido, no discreto. Y cuando veo belleza en algo no dudo en contemplarla, pocas cosas me hacen sentir así de vivo; obviamente el tomar otro autobús no es una de ellas.
Entonces; yo tenía un autobús que tomar, y un hombre que me sonreía, sensualmente apenado, mientras abría la puerta de su auto. Esta no era una de esas ocasiones en que tienes un angelito a la derecha y un diablito a la izquierda, pero, para cuando terminé de asimilarlo, estaba yo sentado en la parte de atrás del autobús, en camino a mi práctica de fotografía.
No soy una persona que piensa en lo que pudo haber sido algo, yo pienso obsesivamente en algo hasta que pasa. Por eso nos arrastré a mi y mi pereza hasta el deportivo dos semanas después para preguntar por las cuotas de inscripción.
Heme ahí caminando rápido casi con la lengua de fuera, con la camiseta manchada de agua, como si me hubiera atacado una pandilla de niños con globos inflados con agua.
Y él, concentrado, metido en sus pensamientos, mientras respiraba hondo y sonoro, al ritmo de sus piernas de toro; que cimbraban la pista a mi alrededor, cada vez que me rebasaba.
Ya sabía más o menos cada cuantos minutos pasaba a mi lado, respiraba hondo, creo que era un intento mío por olerlo, por respirarlo y quedarme con parte de él. Sin embargo tardó mucho y simplemente voltee para ubicarlo. Pero estaba tras de mi, y con esa sonrisa que te provoca contestarla con otra, dijo ¿Eres nuevo aquí?
Hablamos un poco, durante un par de vueltas a paso lento. Le invité un jugo de naranja; pero me dijo que ya tenía el desayuno en su casa. Giré la cabeza, para completar la escena de rechazo. Pero me dijo ¿Quieres desayunar conmigo?
Llegando a su casa, seguimos con la plática al mismo tiempo que servíamos los jugos y la fruta; me preguntó si quería pan tostado y al dármelo, no lo soltó, yo no lo jalé; no quería romperlo, pero lo jaló hacia atrás, llevándome directo hacia él.
No nos besamos; al menos, no de momento. Sólo nos quedamos cerca, sin movernos mucho. El tiempo seguía corriendo, lo noté, porque sonó el teléfono. No se separó de mí, seguíamos ahí viendo pasar el momento, y respirando aun como si estuviéramos agitados por el ejercicio.
Sonó el bip de la contestadota, y oí una voz de hombre que decía Contesta por favor. Siento mucho lo de anoche. Por favor devuélveme la llamada.
¿Qué se dice cuando acabas de ligarte a un hombre lastimado? ¿Lo siento? ¿Me pasas la mermelada? De todas maneras, no soy muy bueno para decir lo correcto en momentos oportunos. Así que lo miré a los ojos, lo tomé de la nuca, y lo besé como había querido hacerlo desde que, esa gota se sudor no se desidia a caer al suelo y yo perdía el autobús. Nos respondíamos los besos, como un idioma. Nos abrazábamos, y acariciábamos los brazos al unísono que nuestra respiración nos llevaba dentro del otro. Podía sentir su desesperación en mi piel, sobre todo en el cuello, que repasaba con la lengua como si no estuviera sudado, o mejor aun, como si fuera lo único que pudiera tener después de cinco días de vagar en el desierto.
Fue un sexo oloroso, tibio y húmedo, agresivo, pero tierno; de una manera un poco extraña e incómoda. Pues me sentía un paño de lágrimas, al tiempo que recibía toda su furia y vigor dentro de mí. Había momentos de claridad en el acto, lapsos en que era conciente, de que ya era de tarde; que no habíamos cogido una o dos veces, que básicamente lo habíamos hecho muchas veces, una detrás de otra, intercambiándonos los roles, haciéndolo de distintas formas, con diferentes ritmos, algunas veces más duras y enérgicas que otras, pero con más o menos el mismo deseo.
El desayuno se convirtió en cena, una experiencia interesante, ya que nos comimos el uno al otro en la mesa de la cocina, en un ambiente de gemidos y comida fría con la que jugábamos a provocar al otro.
Hubo un momento delicioso, en que estando en la cama sentados, después de bañarnos, besándonos cariñosamente mientas explorábamos el interior del otro; con uno o un par de dedos. Trataba de no pensar en volver a la calle. En que este chico que congela el tiempo, no lo hace en realidad. Y que tendría que volver a mi vida en la que llego tarde a todos lados