Nandi invita a Mónica

Antes de contestar se abalanzó sobre mí, repitiendo el movimiento que me había visto hacer. Sus pequeñas manos eran ágiles y muy viciosas en su torpeza, pues me masturbaba usándolas a la par o bien acariciándome los testículos con una, mientras la otra le daba al badajo.

Muy frecuentemente, al menos dos veces al año, solíamos pasar algunas temporadas con mis tíos y mis primas, bien recibiéndolos en casa o bien yendo a la suya, alternando la Semana Santa allí y el verano aquí. Entre mis hermanos y mis primas éramos dos varones y cuatro hembras repartidos en cinco años de diferencia, así que los jóvenes formábamos un grupo compacto y con muy buen rollo entre nosotros. Mi prima mayor tenía mi edad, y éramos uña y carne en nuestras correrías vacacionales. Nandi era divertida, bastante atrevida, y tenía una cabeza muy bien amueblada que usaba para analizar los riesgos de nuestras travesuras para dar un paso siempre más allá del sentido común. Ese invierno no pudimos ir a visitarlos, así que cuando llegaron en verano llevábamos una eternidad sin vernos. Por eso, cuando la volví a ver entrando en casa, la sorpresa fue mayor. Ella siempre había sido muy delgada, aunque con unos pechos hermosos que procuraba invisibilizar, y ese año vino como una mujer de bandera. Me encontré que su escote no podía ocultar el evidente aumento de talla y descubrí una cintura que coronaba unas espléndidas piernas y un culo que se anticipaba redondo y perfecto. Tras darle los dos besos de bienvenida pude leer en su mirada que ella había leído la mía perfectamente, pero también supe que ambos haríamos lo imposible por mantener intacta nuestra fuerte complicidad, a pesar de que desde que la vi atravesar el umbral de nuestra casa estaba intentando ocultar mi erección.

Los primeros días sólo podía admirar sus piernas perfectas, que fueron tomando un atractivo color canela en muy poco tiempo. En la playa era peor, pues el bikini no hacía sino dejar al descubierto un cuerpo de diosa, y mi mirada se perdía en su amplio escote y sus glúteos lisos y casi desnudos en la diminuta prenda. Mis amigos estaban como locos con ella, pero Nandi supo mantener las distancias usándome a veces de parapeto con ellos. Eso me provocaba unas erecciones que debía aliviar a diario antes de dormir, normalmente en el aseo. Mi madre, que se había dado cuenta de mi incontenible admiración, le comentó a mi hermana con cierta maldad y a mis espaldas, pero de forma que la pudiese oír, que Nandi se había transformado en un bellezón, pero que seguramente fuese flor de un día pues su familia materna era propensa al sobrepeso temprano. Me lo tomé como un ataque de celos algo infantil por parte de mi madre, pues por aquel entonces era incapaz de imaginarme a mi prima con las anchas medidas de mi tía.

Volviendo a mi prima, ella estaba encantada con su nuevo físico y supo exhibir con coquetería las bondades que la naturaleza le había concedido. Seguíamos con nuestra complicidad en nuestras correrías estivales y en privado se mostraba permeable a mis miradas indiscretas, siendo muy condescendiente con mi irrefrenable pulsación. Me tenía como una cobaya para comprender el impacto que de buenas a primeras ocasionaba entre los hombres allá por donde pasaba.

Cuando estábamos en casa, a veces nos veíamos en una habitación donde pasábamos las horas leyendo libros, cómics o revistas, y yo alternaba mi mirada entre las páginas y las curvas de su cuerpo, que ella recibía pacientemente. Un día que estábamos hojeando cómics, le dije que ella podía ser una de las chicas que salen en ellos, en clara referencia a su escultural figura. Ella se sorprendió al recibir el piropo con la sinceridad y admiración que me había salido del alma, y la animé a que tomara algunas posturas que se veían en las viñetas. No se lo tuve que repetir dos veces y replicaba a la perfección cada gesto que encontrábamos en las ilustraciones. Nandi no sólo era un calco de esas mujeres perfectas metidas en mallas, es que aún era más espectacular. Durante el juego, su escote había quedado muy abierto y al darnos cuenta paró en seco aquellas poses tan sensuales. Le pedí que no se tapase, que siguiésemos, y cuando dejó su vaporosa camisa al pairo de sus movimientos también le pedí que me dejase tocarle las tetas. Ni se ofendió ni me dejó hacerlo. Pero ante mi insistencia, salió del cuarto sin decir adiós. A pesar del miedo que me entró de haber metido la pata y perder a mi prima favorita, lo único que pude hacer al quedarme solo fue masturbarme allí mismo, tocando las esquinas del cómic como si fuesen unos pezones imaginarios.

Al día siguiente Nandi me volvió a acompañar al cuarto, confiada y sin reproches. El alivio que sentí al ver que no se había enfadado conmigo se me cortó junto con la respiración cuando vi que no llevaba sujetador. Sus pechos bailaban dentro de la fina camisa y empecé a tener una erección. Ella se hacía la indiferente ante mi mirada y mi reacción, y exageraba los movimientos de forma que podía hacerme una idea de todo el contorno de sus tetas.

—Nandi...

—Como me pidas tocarme, me voy

—Vale, vale —estaba desesperado—. ¿Y no me puedes enseñar más?

Se desabrochó un botón extra y el pecho se quedó casi al aire, o así lo veía en mi excitación, pues en realidad, para poder ver sus pezones, debía quitarse uno o dos botones más, pues sus ubres eran grandes y firmes. Tener esa bella masa de carne a mi alcance hizo que mi pene se pusiese totalmente rígido. Aquellos elementos eran suficientes para mí. Me puse una toalla sobre la ingle y empecé a tocarme. Nandi intentó ignorarme, pero ahora era ella la que no podía evitar mirar el movimiento de mi mano bajo la toalla. Cuando estuve a punto de eyacular, paré, temiendo alguna reacción humillante por parte de mi prima. Poco después nos fuimos, pero antes le dije lo mucho que apreciaba su generosidad, y ella me sonrió con un poco de picardía echando una última mirada a mi paquete.

La siguiente vez se complicó todo. Ya habíamos tomado nuestras posiciones en nuestro templo privado, con el pene ya endurecido minutos antes de entrar y ella con sus pechos aplastados en una camiseta de tirantes. Sin habernos puesto de acuerdo, ambos llevábamos unos shorts anchos, de forma que esta vez saqué la verga por el pernil. Ella se había sentado con las piernas muy abiertas y como sus calzonas le venían grandes, mi vista pudo adentrarse más allá del final de su pierna hasta, si mi vista no me engañaba, su coño desnudo envuelto en la penumbra. Esta vez llegaría hasta el final, me dije. Agarré mi pene y en un par de sacudidas lo puse totalmente rígido. Nandi se echó hacia atrás, apoyada en sus brazos estirados, haciendo que sus pechos se expandiesen bajo la camiseta. Quería verme y le di el espectáculo que quería, mirando sus pezones erectos y sus muslos abiertos. Ella bajó una mano, y en cuanto se tocó el pernil para abrirlo para mí, Mónica, mi hermana pequeña, entró en la habitación y me sentí desolado. Me tapé como pude con la toalla que había usado el día anterior y ella se sentó junto a nuestra prima.

Preguntó qué hacíamos, a lo que respondimos vagamente y se molestó. Hubo un pequeño rifirrafe, con amenaza de chivatazo a nuestros padres, pero Nandi supo calmarla. Le empezó a hablar al oído y Mónica la oía atenta, abriendo los ojos y la boca y mirándome de reojo. Mientras veía sus labios carnosos moviéndose sentí mi polla recobrar la firmeza en mi mano y me aseguré que la toalla me tapase, no obstante fui acariciando levemente mi pene. Nandi se dio cuenta y se sonrió mientras seguía murmurando cosas a mi hermana. Las palabras de mi prima eran un murmullo apagado y me di cuenta de que no estaban destinadas a que mi hermana se fuese, haciendo que una sensación de ardiente deseo envolviese mi cuerpo. Todo era extraño, sabía lo que quería y debía hacer: echar a mi hermana, pero el ardor de mi polla empalmada dominaba mis actos. Nandi terminó con un "puedes quedarte si quieres". Mónica, poco convencida sobre lo de seguir con nosotros pero tan fascinada por la situación como yo, me miró inquisitiva y al ver mi mano oculta en la entrepierna tomó la decisión de quedarse.

—Sigue —me pidió Nandi.

Aparté la toalla y Mónica se rió. Fue una risa nerviosa, porque mientras lo hacía se fue quedando embelesada mirando mi pene. Nandi le preguntó algo y Mónica se rió y dijo que sí, mojándose los labios. A la siguiente pregunta Mónica encogió la cabeza por las cosquillas que le hacían los labios rozándola, pero volvió a pegarse a ellos, y volvió a afirmar. Nandi me hizo un gesto para que me masturbase. Quise decirle a Mónica que se fuera, que aquello no estaba bien, pero sus dos síes a Nandi me decían que mi hermana se negaría a dejarnos a solas. Arrastré el pellejo hacia atrás y mi prima me miró. A pesar de todo, también tenía sus dudas sobre si aquello era lo correcto. Quizás ella había esperaba una negativa por mi parte. Quizás los tres hubiésemos querido que yo hubiese puesto una nota de cordura a aquello. Pero mi polla y la curiosidad por lo prohibido nos dominaba.

A pesar de todo, no me sentía cómodo y sentí bajar la presión. Nandi se bajó los tirantes de la camiseta en un instante, dejándome ver sus pechos perfectos. Al ver su teta pegada al brazo de Mónica, volví con brío a la masturbación. Mi hermana parecía incómoda en el sentido de no saber qué hacer. ¿Querría masturbarse? ¿Lo hacía con frecuencia? Sin duda estaba en esa edad de descubrimiento. Tras unos minutos, sentí que no tardaría en correrme y miré a Nandi, que no supo interpretar mi inquietud.

—¿Qué hago? —le dije finalmente.

—Sigue —me contestó tras pensárselo unos segundos.

—Si sigo, me corro —repliqué mirando de reojo a mi hermana.

—Sigue.

Algo avergonzado por eyacular en presencia de Mónica, aumenté el ritmo. Pronto lo que me avergonzaba se convirtió en deseo, tal y como me miraban la polla.

—¿Puedo? —preguntó mi hermana, de forma sorprendente.

Antes de contestar se abalanzó sobre mí, repitiendo el movimiento que me había visto hacer. Sus pequeñas manos eran ágiles y muy viciosas en su torpeza, pues me masturbaba usándolas a la par o bien acariciándome los testículos con una, mientras la otra le daba al badajo. Me resultaba extraño sentir sus dedos y, de forma natural, el sentir el tacto de mi hermana en mis genitales no era algo que precisamente alimentase mi deseo. No obstante, la polla estaba ya encaminada a su dicha final y no necesitaba ningún estímulo extraordinario para mantenerse firme. En otro arrebato, Mónica se quitó la camiseta y la parte superior del bikini. Mostrar su cuerpo sin apenas cintura y sus pechos diminutos con los pezones casi invisibles tuvo el efecto que ella buscaba, pues también dejó desnuda y sin adornos la obscena situación en la que nos encontrábamos. Y así, conforme sus manos subían y bajaban, se iban cayendo una a una las pátinas de repulsa que me quedaban por sentir su contacto, haciéndose cada vez más evidente mi entrega incondicional.

Mi polla hinchada se veía más grande entre sus manos que entre las mías. Eso, unido a las miradas de lasciva curiosidad de mi prima y mi hermana, me hizo subir el ego. Mi prima se incorporó hacia nosotros, haciendo que sus pechos temblasen en el movimiento y esa imagen se me quedó como una impronta desde entonces. Los rocé con el anverso del índice, y esta vez dejó que la tocase en la primera pasada, evitando que repitiese en una segunda. Pero ese único y fugaz contacto me ha permitido sentir de forma perenne su pezón en mi piel. Mi hermana tenía mis huevos entrelazados entre sus dedos y pudo sentir perfectamente el momento en el que empecé a eyacular, porque me miró con los ojos muy abiertos antes de recibir el primer chorro. Terminó de pajearme con las dos manos, cubriéndose de semen, bajo la excitada atención de mi prima. A pesar de que ya había salido la última gota, Mónica siguió masturbándome esperando que brotara más, haciendo que me doliera la polla, así que tuve que pararla sujetando sus manos con cariño, algo que nos divirtió a Nandi y a mí.

Justo después de terminar, con las manos de Mónica empapadas, nos miramos los tres. Yo me sentía abatido, pues me arrepentí al momento de haber llegado tan lejos con mi hermana. Nandi tuvo que tener un pensamiento parecido, pues en su mirada faltaba la chispa de complicidad con que habíamos iniciado el encuentro. Mi hermana parecía ajena a cualquier carga moral de aquello. Se acercó la mano a la nariz para oler mi semen, y le acerqué rápidamente la toalla para que se limpiase, temiendo que lo chupase. Ella comprendió el gesto y tuvo una pequeña muestra de vergüenza. Me sentí culpable por todo y me fui. Desde entonces, cada vez que íbamos a la playa, me empalmaba mirando el cuerpo de mujer de Nandi y también el de mi hermana, a pesar que no podía competir en atractivo sexual con el de nuestra prima. Fui entendiendo entonces los mil y un hilos que forman la madeja del sexo y del deseo, en los que no siempre la hebra  más brillante es la más importante.