Nadie como mi hermana

La complicidad entre mi hermana y yo llega, quizás, a un punto que no sea demasiado habitual.

Nadie la chupa como mi hermana. Veo su boca abierta sobre mi polla succionando con delectación y me maravillo de que tanta dulzura pueda resultar tan lasciva. Mi hermana parece la imagen misma del candor. El eterno rubor de sus blancas mejillas y la corta melena rubia dibujan sobre la claridad marrón de sus ojos un rostro de ángel, un semblante alejado de toda carnalidad. Clava su mirada en la mía y chupa y lame y besa mi polla. Juega con mis pelotas y me lleva una y otra vez al borde exacto en que me digo que ya voy a poder descargar en su boca pero entonces abandona y  me deja en ascuas con mi dolor de huevos. Se sienta sobre mi regazo dándome la espalda  y hace que me folle sus braguitas. El roce de mi polla con el algodón resulta casi balsámico. Me calmo y espero a que se las baje. Se sitúa unos pasos delante de mi, se inclina y me descubre su culo. Se inclina un poco más y aparecen los pliegues de su coñito. Me provoca con movimientos sinuosos y desaparece por unos instantes para volver con un condón. Me la chupa de nuevo y termina de colocarme la goma con su boca. No queda nada para tenerla ensartada sobre mis muslos. ¿Dónde va ahora? ¿por qué se aleja?. Camina hacia el otro extremo de la habitación y se arrodilla sobre la silla en la que colgaba algo de ropa. Vuelve la cabeza y me mira durante un instante. Mueve el culo. Los labios de su coño parecen inflamarse. Me levanto. Es su turno. Abro con ambas manos sus nalgas y mi lengua recorre con desesperación todo lo que está a su alcance. Desde el nacimiento del culo hasta el origen de la vulva en el  interior de los muslos. Me atragantan mi saliva y sus jugos mientras la punta de mi lengua incursiona todo lo adentro que puede en la resbaladiza sima. Oigo sus tímidos gemidos y borracho de humores y con la boca dolorida entiendo que es la hora de que me reciba en su interior. No quiere que me corra en el condón y me lo susurra entre empellón y empellón. La saco y se apresura a retirármelo. Agarra mi polla mientras la sacude y la encañona hacia su cara para recibir la corrida.

No sabría decir como hemos llegado a desearnos de ésta manera. Sí recuerdo la ocasión en que estirada sobre la cama de su habitación me pare a contemplarla como hubiera mirado a cualquier chica en una postura sugerente. El amplio short dejaba entrever sus braguitas a la altura de ambas ingles y la camiseta de asillas blanca le marcaba los pezones. Leía unos apuntes entre bostezos de sopor y aburrimiento. Recosté mi espalda sobre el trozo de colchón libre que quedaba a sus pies mientras los míos se apoyaban en el piso. No recuerdo de qué hablamos sólo se que a medida que me iba fijando en los detalles de su cuerpo las ganas de tocarla me iban inflando la polla. Palpé con timidez el gemelo de su pierna izquierda acariciándolo suave y distraídamente hasta que dobló sus piernas para apoyar ambas plantas sobre la colcha. El short se abrió aún más dejándome ver la totalidad de las braguitas grises y algún pelito rebelde y curioso. Busqué su muslo. Recuerdo que charlábamos. Mi erección era cada vez más evidente. Acariciaba ya los flancos de su chocho al borde mismo de sus braguitas y entonces, de eso si me acuerdo, la oí preguntarme si estaba salido o si era que todavía no me había hecho una paja.

Mi hermana y yo somos de la misma edad. Para no faltar a la verdad habría que decir que es once minutos mayor que yo. Desde hace diecisiete años y 249 dias somos los mellizos y únicos hijos de nuestros ahora felices pero entonces asustados padres. Hemos crecido y nos hemos educado a la par y para el grado de camaradería y confianza que compartimos no es obstáculo la diferencia de genero. La primera polla con la que jugo mi hermana fue la mía y el primer chochito que yo aprendí a admirar fue el suyo. Con trece o catorce años bajo el agua del mar ella me pedía que le enseñara  mi “pez rabo” y yo se lo mostraba sólo si ella me dejaba ver su “almeja barbuda”. Con unos años más y si yo tenía mi toalla bien situada sobre la arena mi hermana podía obsequiarme con una apertura sostenida de su bikini que yo luego compensaba al enseñarle lo empalmado que me había dejado. Eran juegos de descubrimiento inocentes pero que ya despertaban nuestro morbo. Que alguien estuviera cerca daba igual que fueran nuestros padres, amigos o gente anónima, le ponía más emoción a la cosa  y disparaba nuestras ganas de exhibirnos el uno para el otro.

Para entonces la mancha húmeda que empezaba a transparentar sus braguitas daba muestras de que no era yo el único salido. No me había, en efecto, hecho paja alguna y así se lo dije. Como intuía que ella tampoco se había dado una alegría esa tarde le propuse, mientras mis dedos hurgaban ya en su rajita, darnos satisfacción mutua. Nunca antes habíamos llegado tan lejos y en el último año, quizás porque ella tenía novio y también, quizás, porque yo salía con alguien, habíamos olvidado nuestros jueguecillos. Me bajé los pantalones y me tumbé junto a ella pero del revés. Mis pies donde estaba su cabeza. En esa posición ella podía sobarme la polla con comodidad y yo tenía acceso franco a su coño. Creo que se corrió antes que yo. La lefa que solté le manchó su blusa de asillas.

Me esperaba en lo alto de la escalera y cuando yo empezaba a subir se levantaba la falda. Se abría de piernas sin llevar bragas o abultando uno de sus carrillos con la lengua simulaba una mamada. Yo le arrimaba el paquete al pasar junto a ella o me plantaba en la puerta de su cuarto y con la situación controlada  me la sacaba por la bragueta unos instantes. En una ocasión acordamos hacernos una paja, cada uno en su habitación, pero a la vez. A las seis y cuarto de una tarde nos encerramos cada uno en nuestro cuarto y separados por un tabique dimos en darnos a la autosatisfacción. Como prueba de haber cumplido el trato yo debía entregarle mi corrida recogida en un condón y ella, por su parte, tenía que darme todo lo mojadas que pudiera sus braguitas. Teníamos 16 años y nuestra madre estaba en el piso inferior. Era muy excitante saber que en el minuto exacto convenido ambos estabamos masturbándonos. Lo repetimos alguna vez y para darle aún más morbo ella se frotaba con mis calzoncillos y yo me la pelaba oliendo  una de sus braguitas, con cuidado, eso si,  de no dejar huellas que llamaran la atención del ama de casa encargada de poner las lavadoras, es decir, de nuestra madre. Una vez no lo pude evitar y más por accidente que por intención me corrí sobre unas. Mi hermana las mantuvo escondidas hasta que pudo lavarlas y retornarlas al cajón.

No es fácil que tengamos oportunidad de estar a nuestras anchas y el ansía de estar juntos nos ha llevado a cometer alguna imprudencia. No es raro, por ejemplo, que sentados a la mesa de estudio de mi cuarto con una mano sostengamos el bolígrafo y con la otra ella sostenga mi polla mientras yo le trabajo el clítoris. Alguna noche, muy de madrugada, se ha colado en mi cuarto para chupármela y alguna noche he sido yo el que he despertado en medio de un sueño con la polla tiesa y con unas ganas insoportable de hociquear en su coño.

Para evitar disgustos y dar pábulo a nuestros deseos nos hemos aficionado a correr. Vivimos muy cerca de un bosque de pinos donde hay un acceso asfaltado de aproximadamente 2 km que conduce a un mirador. Los turistas caen de vez en cuando por allí y algún que otro vecino lo usa para pasear a los perros o bajar el colesterol. Nos hacemos la mitad del recorrido y si no hay nadie a la vista abandonamos discretamente el asfalto y nos adentramos en el monte. Es fácil encontrar un lugar donde nadie pueda vernos ni siquiera por accidente. Ya voy caliente de contemplar el culo de mi hermana embutido en las mallas elásticas dando botecitos delante de mi así que cuando me la sacó para ponerla al alcance de su boca la tengo tiesa como un palo. Son muchas las veces que lo he hecho pero tirar de la prenda de lycra y descubrir el culo de mi hermana me pone berraco de una manera que no puedo explicar. Se apoya en el árbol y me da la espalda para que me la folle de manera tan excitante que mientras me calzo el condón no puedo creer la suerte que tengo y lo afortunado que soy. En medio del monte el silencio sólo se rompe cuando el viento agita las copas de los pinos así que follamos levantando el menor ruido posible. Cualquier sonido extraño se percibe a gran distancia y una exclamación inoportuna podría delatarnos. Cuando estamos a solas, sin embargo, no nos cortamos. Yo le digo que su coño está hecho para mi polla, que se ajusta tanto a ella que parece un molde. Le digo que se la estaría metiendo días enteros. Ella me dice que se alimentaría sólo con mi corridas; que le saben a dulce de leche y que siempre se queda con hambre de más. Ella me pide que la folle y yo le pido que me la chupe.

Alguna vez hemos coincidido en los sitios de moda. Ella con su pareja y yo con mi chica. Hay buen rollo entre los cuatro y nos lo pasamos bien bromeando y charlando mientras nos tomamos unas copas. En esas ocasiones no puedo dejar de sentir un poquito de celos. Se lo he comentado a mi hermana y me dice que algo parecido también le sucede a ella pero que es tontería. La tuya, me dice, es más grande, más gorda, y más linda. El tuyo, le contesto yo, es más acogedor, más sabroso y además, lo que le causa mucha gracia, huele mejor. Si tenemos ocasión de estar juntos esas noches en las que se evidencia que no somos novios y que algún día tendremos que separarnos la furia con la que jodemos es insuperable.

Al menos tres veces por semana practicamos el “fuckggin”. Hacemos tres kilómetros corriendo y descansamos tras un árbol dándole a la pelvis. Cuando no  lo hacemos es únicamente  si tiene la regla pero también ese tabú lo hemos roto. Fue cuando la posibilidad de estar a nuestras anchas en casa coincidió fatídicamente con su periodo. Se ofreció a chupármela sin contrapartida alguna pero  no soy de esos tíos a los que les importa un huevo que la pareja disfrute así que le dije que si no podía hacerle nada mejor sería dejarlo. Pareció reflexionar un instante y poniendo voz a sus pensamientos se dijo que ya era el cuarto día de su periodo, que el sangrado no era abundante y que incluso podíamos hacerlo a pelo. Para terminar de vencer sus recelos jure y perjuré que no me daba ningún asco. A mi no se hubiera ocurrido pero cuando ella apuntó que en aquellas circunstancias podíamos hacerlo a pelo un atisbo de inquieta excitación se apodero de mi. Pese a que la morbosidad del asunto era máxima y que por costumbre follábamos con desesperación en aquel momento todos nuestros gestos se volvieron solemnes y pausados. Nos desnudamos con calma y mi hermana se retiró al baño. Cuando volvió a su habitación desnuda como una diosa después de preguntarme si estaba seguro y de que mi respuesta no fuera otra que el sí más rotundo, dándome la espalda me buscó sentado como estaba al borde de la cama y una vez embocada en su coño se fue tragando la polla sin prisa pero con decisión. Los movimientos fueron pocos y pausados. La sangre teñía de un rojo suave la blanca baba que ya conocía y que  se acumulaba en la base de mi polla. Comenzamos a disfrutar y a gemir. No podía ver su cara. Mis ojos recorrían su espalda y el contorno de su glorioso culo mientras le acariciaba las tetas. Le anuncié que me iba a correr y se la sacó justo en el momento. Creí que me iba a dejar que me corriera dentro, que no importaba si lo hacía dentro y así se lo dije. Seguramente no, me contestó, pero me quedo más tranquila así. Hacerlo sin la puta goma por medio fue de una intensidad tal que todavía recordar el momento me pone los pelos de punta.

Hoy me he ofrecido a lavar el coche de mi padre. Viejo, le dije, voy a maquearte el buga. No es que me haya dado un arrebato; lo hice porque mi hermana me indujo. Tenía puesto el traje ligero de algodón verde militar y muchas ganas de juego. Como era de esperar de inmediato mi hermana se unió al plan. Me metió mano al paquete y tuve que moderar su ímpetu para hacerle ver que era conveniente antes de nada  cumplir con la tarea. Dividimos el trabajo para que ella se ocupara del interior y yo de la carrocería. Cuando secaba el techo del Focus y me apoyaba en el lateral mi hermana bajo la luna y se apoderó de mi paquete, me bajó la cremallera y empezó a lamérmela como si fuera un helado. No dimos por concluido el trabajo hasta que no logré que mi hermana se corriera a base de lengua. La muy viciosa me iba indicando despatarrada sobre el banco de trabajo dónde y cómo tenía que aplicar mi boca para conseguir darle gusto. Si no follamos entonces fue porque no teníamos condón y sobre todo porque a ella sólo  le apetecía que se lo comiera.

A veces nos ponemos a recordar los hitos de nuestro mutuo aprendizaje sexual. Ella recuerda con embeleso la ocasión en que quiso saber cómo nos corríamos los chicos. Desde el momento exacto en que le desvelé, no recuerdo muy bien con qué edad, que por el agujero de la polla cuando me masturbaba me salía un líquido espeso y blanco parecido a la leche, mi hermana no paró de decirme que quería verlo. Su insistencia era tal que muchas veces me propuse acceder a sus deseos pero justo en el momento en que debía machacármela me cortaba y no había manera de que pudiera vencer la vergüenza que sentía al meneármela delante de ella. Una cosa era enseñarle la polla pero con quince años se me hacía muy otra pajearme si me estaba mirando. Había mucha confianza entre nosotros pero revelarle ese punto de intimidad me costaba y si no llega a ser ella quien da el paso no se cuanto tiempo hubiera tardado en satisfacer su curiosidad. Recuerdo el estampado de florecillas verdes de sus braguitas y el contraste de colores desplegado ante mis ojos cuando sostuvo muy abiertos entre sus dedos los labios rosáceos de su coñito que nunca antes había contemplado con tanto relieve de detalle. No tuve que trabajar mucho para conseguir que un potente chingo golpeara con sonido sordo de goterón el parquét de su habitación donde, yo de pie y ella recostada en la cama, consumamos las respectivas pajas. Era la primera corrida que contemplaba y le pareció tan fascinante como breve. Me pidió que lo hiciera otra vez pero de inmediato no pude y ya después vinieron nuestros padres. La cara de vicio que pongo instantes antes de correrme es, me dice, impagable. Solo por ese instante y aunque ella misma no obtuviera placer alguno ya valdría la pena chupármela una y otra vez. ¿Quién podría resistirse a una mujer así?

Con esa edad no nos tocábamos. De más pequeños sí que la curiosidad nos llevó a tocarnos tímidamente  pero hasta ese momento en que casi a los diecisiete nos atrevimos a masturbarnos mútuamente sólo valía mirar y no tocar. A partir de ahí las cosas fueron sucediéndose con un ritmo pautado. En aquel momento ambos  sabíamos lo que muy probablemente iba a ocurrir pero nunca forzamos los hechos. Por fortuna los dos habíamos perdido ya la virginidad  por nuestra cuenta y eso contribuyó, creo, a rebajar la trascendencia. Por lo demás nada hacía presagiar que aquel era el día elegido. Tenía la boca llena de su jugos y me concentraba para disfrutar largamente de la mamada así que evitaba abrir los ojos para no tropezarme con su abierta vulva sobre mi cara. Se detuvo y abandonó la postura. De pie a mi lado me preguntó si tenía algún condón. Lo busqué y ella misma me lo colocó. Me estiré sobre la cama con la polla tiesa como una vela mientras mi hermana se erguía sobre ella  con un pie a cada lado de mi cuerpo. Lo hizo con calma y sin dejar de mirarme. Apenas se sentó sobre mi vientre y ya con toda la extensión de mi polla palpitando en su interior se inclinó y me besó en los labios larga y dulcemente. Su aliento era cálido y susurrante. Me cabalgó como una amazona que tiene prisa por llegar a la meta sin separar un instante su boca de la mía, robándome el aliento con la boca muy abierta.

Más tarde o más temprano ella se irá de casa o quizás sea yo el que abandone el nido familiar. Sabemos que nuestra relación acabará un día u otro y ese convencimiento nos hace aprovechar todo cuanto podemos la efervescencia sexual de nuestros cuerpos. Hace apenas dos semanas ha roto la relación con su novio. Fue ella quien lo decidió. No está triste y tampoco parece preocupada. Ahora pasa más tiempo conmigo y follamos más a menudo. Veo menos a mi novia por estar con ella y aunque la quiero mucho estaría dispuesto a dejarla si mi hermana me lo pidiera. ¿Estás loco? ¿por qué ibas a cortar con ella?. No, ni se te ocurra. Lo nuestro acabará un día u otro pero mientras haz trabajar esa lengua y ésta polla que no tenemos todo el día.

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