Nadia 02: presencia

Advertencia: contiene sexo homosexual. Nadia sigue su impecable trabajo de seducción. Lara ha vuelto a casa.

Desperté sobresaltado con el sonido del teléfono taladrándome la cabeza pesada. Tenía la lengua pastosa. Nadia dormía con la cabeza y la mano apoyadas sobre mi pecho. Sentí mi polla despertar al verla. No entendía nada.

  • Digamé...

  • ¡Papá!

  • Lara, cariño...

  • Me has dejado tirada en la estación.

  • Pero... ¿Qué hora es?

  • Las doce, papá, las doce. Llevo una hora esperándote aquí con la maleta.

  • ¡Madre mía! Se me han pegado las sábanas, mi niña... Coge un taxi, dame un toque al llegar y salgo a pagarlo.

  • Desde luego...

Colgó sin despedirse. Me pesaba la cabeza, y el corazón me latía a cien por hora. Desperté a Nadia. Había que poner orden en aquel lío en que habíamos convertido el jardín. Me miraba con una sonrisa burlona dibujada en los labios mientras me afanaba en encontrar y recoger cada pieza de ropa esparcida sobre el césped. Tuve que meterme en el agua para rescatar los pantalones.

  • ¡Venga, coño, ponte algo! ¡Va a llegar en media hora!

Conseguí que se moviera. Mientras preparaba el café, ya cubierto por el primer bañador que encontré en el cajón y una camisa amplia de lino azul cielo, apareció por la cocina en bikini. Estaba preciosa. Sirvió dos tazas, las azucaró sin preguntar, y se acercó ofreciéndome una de ellas mientras me besaba los labios.

  • ¿Has dormido bien, papito?

Había algo en el tono de su voz que me resultaba terriblemente sugerente, excitante, como un desafío, una insinuación, no se... Me bastó escucharla para reaccionar involuntariamente envolviéndola con el brazo, apoyando la mano en su culito apretado y devolviéndola el beso. Sabía a café.

  • ¡Para...!

Debí decirlo sin convicción. No me hizo caso. Su mano continuó acariciando mi sexo, brutalmente erecto por debajo del bañador.

  • Solo un minutito, papi...

Se arrodilló ante mi con aquella sutil manera felina de moverse y permanecí quieto, consintiendo, con la taza en la mano, observándola, tan bella, fascinado por la manera en que su pollita levantaba la braga roja. Mirándome a los ojos, bebió un sorbo de café y se la metió en la boca. Sentí un temblor de piernas al notarla tan húmeda y caliente. Sin saber por qué, yo mismo bebí un trago sin perderla de vista ni siquiera por un instante. Me miraba a los ojos mientras la deslizaba adentro y afuera lentamente. A veces, se detenía, bebía un nuevo sorbo, y volvía a sentir aquel calor intenso.

  • ¿Sabes que follaré tu culo?

Lo dijo sin darle importancia, mirándome con aquellos ojos grandes mientras su mano acariciaba mi polla brillante y rígida. Una sombra de duda cruzó mis pensamientos por un instante, como un súbito replantearme aquella situación absurda y, tras un nuevo sorbo de café, se esfumó en un instante como si el calor de su boca lo absorbiera. Sentí la presión de la sangre en las sienes, el temblor de las piernas, la succión intensa de su boca, y eyaculé en su interior lanzando un gemido ahogado, viendo a través de los párpados entornados cómo lo tragaba todo sin inmutarse, sin dejar de mirarme. Una manchita oscura destacaba en su bikini, allí donde se adivinaba el final de su polla diminuta.

En aquel preciso instante, sonó el timbre de la puerta. Todavía desconcertado, cogí la cartera de encima de la mesa y salí corriendo hacia la entrada del jardín para pagar el taxi a Lara. Se hizo la enfurruñada un momento, apenas un momento, antes de lanzárseme en los brazos para besarme mientras me reprochaba el abandono en la estación. Turbado, procuraba alejar de mi cuerpo el suyo, redondeado y precioso para evitar que notara aquella semierección que me avergonzaba.

Lara hablaba atropelladamente. Mezclaba el relato de su viaje con las últimas noticias, con los planes que había pensado para las vacaciones... Era un vendaval, una fuerza de la naturaleza. Al encontrar a Nadia en bikini en la cocina, después de reprocharla que estuviera así (“Qué habrá pensado mi padre”), se lanzó sobre ella besándola como si llevaran media vida sin verse. Hablaban a borbotones, atropellándose, ambas al mismo tiempo, y parecían entenderse. Me maravilló la complicidad que se percibía entre ellas. Me preocupaba lo que Lara pudiera pensar de mi si llegara a saber...

  • ¡Venga, vamos a la piscina, necesito refrescarme cómo sea!

  • Id... Id vosotras. Yo necesito una ducha y afeitarme, anoche creo que bebí más de la cuenta y estoy hecho unos zorros.

Aproveché la tregua que suponía quedarme a solas un rato para reflexionar. Estaba desconcertado, atónito. Nadia, dijera lo que dijera, era un maricón, y yo nunca había experimentado una atracción así. Sin embargo... Me costaba imaginarla como a un chico. Resultaba tan femenina... Mientras dejaba que el agua fría de la ducha cayera sobre mi espalda, con la cabeza descansando sobre el brazo, apoyado en la pared, rememoraba su contacto, su dulzura tan femenina, tan suave... No pude evitar una involuntaria erección al recordar el modo en que se movía sobre mi, el cabeceo rítmico de su pollita al correrse, su esperma salpicándome... Me sorprendí deseando tocarla... Sacudiendo la cabeza traté de quitarme la idea de la cabeza. Aquello no podía ser... Evité acariciarme y traté de pensar en otra cosa inútilmente. La imagen de aquella muchacha, o lo que fuera, parecía haberse instalado permanentemente en mi cerebro.

Salí del baño de mi dormitorio mojado todavía, cubierto por el albornoz. Me divirtió la idea de que Juana se enfadaría el lunes al encontrarse con las manchas del agua en la tarima. Las escuchaba murmurar en el jardín, junto a la piscina, a través de la celosía que formaban las enormes contraventanas de los ventanales que me permitían casi abrir la pared entera durante las noches tórridas de agosto. No pude evitar espiarlas.

  • Venga, porfa...

  • ¿Estás loca? Mi padre anda por ahí... Mira que si nos pilla...

  • Sí sí,...

  • ¿Qué?

  • Venga, ¿No ves cómo estoy? Cómemela...

  • ¿Sí sí qué?

  • Cómemelá...

  • No me dirás que...

  • Cómemelá y te lo cuento...

Sentí un rubor subiéndome a la cara, como si se terminara mi mundo entero en aquel mismo momento. A través de una de las rendijas de la contraventana, podía observar a Lara, mi niñita, inclinándose ante Nadia, tendida en su tumbona al sol, apenas a un par de metros de donde me encontraba. Lara chupaba su pollita mientras hablaba entre jadeos entrecortados y mi vida se desmoronaba ante mi.

  • Me... comí su polla... ahí miiismo... en la piscina...

-...

  • Menu... Ufffff... No pares... no pares...

-...

  • Menuda... polla tiene tu... papí... Trágate..la asíiii...

-...

  • Y me fo... lló... Me la... clavó en el culito... Gorda... dura... Síiiigue...

-...

  • Me la cla... vó... Me la clavó... hasta el... fondo...

  • Hija de puta...

  • Por... por fa...vor... sigue... Así...

  • Me folló... me folló has... ta... hasta que me hizo... correrme... Y me llenó... de … leché... Ahhhhhhh!

-...

  • Hasta... que... me corrí... Así... a... síiii... asíiiiiiiii...

Movía el culito como una perra en celo. Culeaba sujetando la cabeza de mi hija con la mano. Comprendí que se corría, que llenaba de esperma su boca de labios gruesos... Sin dame cuenta, sacudía la mía histericamente. Lara, mi niña, a cuatro patas, metiéndose la mano bajo la braguita del bikini, se la tragaba temblando. Me corrí contemplando sus tetas gruesas y firmes bambolearse bajo el sostén mientras, con su pollita en la boca, bebía su esperma que imaginé brotando a borbotones, como anoche... Me corrí avergonzado, muerto de excitación y de vergüenza.

Comimos en el jardín. Preparé un arroz esforzándome por aparentar una normalidad que estaba lejos de ser cierta. Me sentía el centro de todos los secretos: sabía que Lara se follaba a Nadia, que sabía que yo también la había follado pero ambas creían que yo ignoraba su conversación... Me sentía incómodo, aunque creo que conseguí disimularlo. Veinte años de negociaciones me habían enseñado a fingir lo que no sentía. Bromeamos, reímos, tomamos pasteles de postre y me excusé a la hora del café alegando el sueño que realmente padecía para retirarme a mi cuarto.

Desnudo sobre la cama, incómodo por el calor, sudando, mirando girar lentamente el gran ventilador del techo, el sueño me venció sin conseguir quitarme de la cabeza la infinita colección de imágenes de deseo que Nadia despertaba en mi, esforzándome por no masturbarme de nuevo. Suavemente, casi sin darme cuenta, la realidad alrededor se deshizo en jirones suave y dulcemente sin conseguir desprenderme de la ansiosa sensación de culpa que sentía. En el porche, al otro lado de la contraventana, las chicas hablaban en susurros. No quise saber lo que decían. Me sumí en el sueño inadvertidamente. La luz, como suele, fue diluyéndose y, en algún momento indefinido, perdí el contacto con la realidad.

  • Nos has visto.

  • ¿Eh...?

  • No disimules. He visto tu silueta detrás de la persiana.

-...

Susurraba junto a mi oído, tumbada a mi lado. Todavía con esa sensación extraña de despertar en medio de una acción empezada y no prevista, irreal, la escuchaba incapaz de reaccionar mientras tomaba conciencia de mi mismo. Sus dedos acariciaban suavemente, casi sin tocarla, mi polla, que se mostraba nuevamente erecta.

  • Nos has visto. Sé que nos has visto ¿Has visto cómo me la comía?

  • … Sí...

  • ¿Se te ha puesto dura?

  • ¡Joder!...

  • ¿Te has tocado viendo cómo tu niña se comía mi pollita?

Me dominaba. Sencillamente me dominaba. Susurraba en mi oído con aquella voz dulce, sugerente, y la delicada caricia de sus dedos me hacía perder el control. Estaba preciosa, vestida tan solo con un bikini blanco que feminizaba su silueta delgada a pesar de la evidente ausencia de volumen de sus senos. Besé sus labios. Su pollita, pequeña y pálida, muy firme, asomaba por encima del elástico de la braga.

  • Venga, dímelo ¿Te has tocado?

  • Sí...

  • ¿Te has corrido?

  • Sé que te has corrido. Está preciosa, con ese culito grande y redondo, los muslitos...

  • Estás loca, anda por ahí... Podría...

  • Está dormida. Ha pasado la noche en el tren y está agotada. Ahora podrías follarla si quisieras, y no se despertaría.

Había agarrado mi polla y la acariciaba lentamente, cubriendo y descubriendo el capullo con la piel mientras vertía en susurros, en mi oído, aquellas imágenes brutales que me hacían sentir violentamente excitado y lleno de vergüenza.

  • ¿Alguna vez te has acariciado pensando en ella?

  • Venga, cuéntamelo ¿Has fantaseado con follarla? ¿Te has tocado imaginándola debajo de ti? ¿Te has corrido pensando en tu polla chapoteando en su coñito, en tus labios lamiendo sus pezones? ¿Los has visto?

  • Una vez...

  • ¿Los has visto una vez?

  • Tomando... el sol...

Me susurraba al oído, me besaba los labios, los mordía, y volvía a susurrarme. Me enervaba. Su cuerpecillo menudo descansaba de costado en el colchón y su pierna sobre la mía se movía mínimamente acariciándome. Su polla resbalaba húmeda sobre mi piel. Sentía su contacto con aquella aprensión contradictoria entre el deseo y la teórica repulsión que debía producirme y que, inexplicablemente, no sentía. Acariciaba su culito bajo la braga atrayéndola hacia mi, gozando del tacto sedoso de su piel.

  • Yo he follado con ella.

  • ¿Qué?

  • Tendrías que verla: los ojos entornados, gimiendo y jadeando, abrazándose a mi mientras clavo mi polla en su coñito...

Hablaba entrecortadamente, alternando cada frase suelta con besos, con caricias de sus labios en mi cuello, mis oídos, mis labios, mi pecho... Parecía dibujar en el aire a pinceladas simbólicas aquellas escenas excitantes, violentamente excitantes por prohibidas. Era un demonio tentándome, un súcubo perverso bajo aquella apariencia delicada que me envenenaba de deseo. Su mano resbalaba en los fluidos que hacía manar de mi polla. Se apoderaba de mi voluntad con sus caricias como con sus palabras.

  • Se moja y mi polla resbala en su coño empapado, y gime cómo una gata en celo, y culea y me abraza con fuerza como si quisiera tragarme.

  • ¿A que te la follarías?

  • Estás... estás... lo... ca...

Trepaba sobre mi. Nuestros cuerpos empapados de sudor resbalaban, encajaban, se movían como buscando el contacto más completo. Desanudó las lazadas que sujetaban su biquini y sentí su pollita resbalar junto a la mía, acariciándose contra ella. Olía a cloro y a pereza, y me hacía enloquecer de deseo.

  • Imagínatela: en cuclillas sobre ti, con tu polla clavada, moviéndose despacio... ¿Quieres que siga?

  • Venga, dímelo ¿Quieres?

  • … Sí...

  • Gimotea, se mueve despacito, haciéndola resbalar en su coño, y acaricias sus tetas...

  • Si... gue...

  • Te mira con sus ojos azules entornados...

  • ... ¡Ahhhhh!...

  • ¿Sabes que lleva el coño afeitadito? Lo tiene sonrosado, liso, brillante... Tu polla resbala dentro...

Se había sentado a horcajadas sobre mi tripa, de rodillas en el colchón, y movía su culito acariciando mi polla, haciéndola resbalar entre sus nalguitas mientras la suya se deslizaba en mi piel acariciándome. Me besaba el cuello y los labios. Estiré mi brazo hasta encontrarla y, envolviéndola con ella, dejaba que sus propios movimientos dirigieran la caricia.

  • ¿Te gusta mi polla?

  • Yo...

  • ¿Te da vergüenza?

  • Un... un poco...

  • Pero te gusta...

  • Sí...

Parecía tener vida propia. Se deslizaba entre mis dedos. Sentía su consistencia, firme, dura, y la rugosa textura bajo la piel delicada y pálida. El capullito, que la piel cubría y descubría, se oscurecía por momentos tornándose violáceo.

  • Un día... ¡Ahhh!... Un día voy a follarte con ella...

  • ¿Te gustaría?

  • Pero ahora no... ¿Quieres chupármela?

  • Dímelo.

  • Sí...

  • Pídemelo.

  • Quiero... déjame chupártela...

  • ¿El qué?

  • La... la polla... Déjame chuparte... la polla...

Parecía resbalar sobre mi. Lentamente se deslizaba hacia arriba sobre mi, y su pollita se acercaba cabeceando, manando aquel fluido viscoso y transparente. La deseaba con toda mi alma. Se echó a un lado mirándome con una sonrisa inocente y un brillo pícaro en la mirada.

  • Ven, papaíto, cómele la polla a tu putita.

Me abalancé sobre ella. La introduje en mi boca y comencé a chuparla con ansia, desesperadamente. Quería sentirla temblando entre mis labios, paladear aquel líquido viscoso que fluía, hacerla temblar y correrse en mi boca.

  • Despacio, despacio, papaíto, no te vuelvas lo... co...

Me dirigía sujetándome del pelo, como jugando. Me conducía haciéndome meter sus pelotitas en la boca, dejando que su polla resbalara en mi cara, haciéndome lamer su culito suave y pálido, perfecto. Me forzaba a contenerme, a hacerlo lenta y suavemente, y gimoteaba como una gatita en celo.

  • ¿La quie... res?

  • ¿Quie...res que... me... co... rra?

  • Sí...

  • Tóma...la, papi... to... Tó... maaaaa... la...

Comenzó a manar entre mis labios, a estallar en mi boca. Loco de deseo, la tragaba con ansia, embelesado. La sentía latir en mi boca, y estallaba vertiéndose, y la escuchaba gemir, jadear con los ojos en blanco, quedarse como sin aire, sin respiración, como suspendida, y bebía su esperma templada, densa, insípida. La bebía ansiosamente, succionándola, haciéndola chillar temblorosa, tensa, preciosa...

  • Pa... ra... Pa... ra...por... fa... vor...

Permaneció un instante temblando, tendida a mi lado. Yo, arrodillado, la miraba hipnotizado. Mi polla chorreaba. Literalmente chorreaba y cabeceaba amoratada, rígida como no recordaba. Su cuerpecillo menudo y tembloroso despertaba en mi un deseo anómalo, brutal. Me moría por ella. Su pollita todavía palpitaba.

Alargó el brazo hasta alcanzar la mía y comenzó a acariciarla despacio, a juguetear haciendo resbalar sus dedos sobre el capullo húmedo.

  • ¿Quieres correrte sobre mi?

  • ¿Quieres escupir tu lechita en mi cara?

  • ¡Venga, papaíto, dámela! Dámela toda, quiero sentirla corriéndome por la piel... Ensúciame, papito, dámela... Imagina que soy ella ¿Te gustaría correrte sobre ella?

Estallé. Apenas me rozaba con las yemas de los dedos y mi polla cabeceaba en el aire descargando violentos chorros de esperma que resbalaban sobre su cara. Se relamía, se reía a carcajadas. Estallé con aquella escena última que había introducido en mi cerebro, ardiendo, desbaratándome, deshilachándome, vaciándome a borbotones que resbalaban por sus mejillas, sobre sus párpados, en su boca abierta.

  • Dámelo todo, papaíto, quiero sentirla cubriéndome entera. Lléname de tu lechita...

Caí exangüe sobre el colchón y se tumbó sobre mi sonriendo, acariciándome y besándome el pecho. Se abrazaba con fuerza a mi cuerpo y envolví el suyo, delgado y cálido con el mío. Permanecimos así, quietos, sintiéndonos tan íntimos, durante no sé cuanto tiempo. Me sentía extrañamente bien.

  • ¿Te gusto?

  • … sí...

  • ¿Mucho?

  • Muchísimo.

  • ¿Me quieres?

  • … sí...

Fue como un velo de silencio que, de pronto, lo cubriera todo. Sin comprenderlo, me sentía bien, extrañamente bien. Se apretó contra mi y besé sus labios. Sabía a mi propio esperma y sonreía.

  • Tengo que irme, por que... ¿No querrás que nos encuentre así, verdad?

Me pareció que su sonrisa se ensombrecía al alejarse. Me lanzó un beso con la mano desde el quicio de la puerta y sentí que se me apretaba un nudo en el pecho. Llevaba el biquini en la mano y caminaba erguida y airosa, guapísima.