Nadia 01: ausencia

Advertencia: contiene sexo homosexual. Un cuentecillo dulce, familiar, casi inocente. El principio de un verano.

  • ¿Papá?

  • ¡Lara, cariño! ¿Ya estás de camino?

  • Pues es que...

  • No fastidies.

  • Es que a mamá la han citado...

  • ¿La han citado?

  • Sí, para lo de las pruebas, y no quiere ir sola.

  • Ya, lo de siempre...

  • No seas así.

  • Si es que siempre se le ocurre algo, mi niña.

  • Bueno, no importa, solo me retraso un día y me tendrás un mes enterito para ti.

  • ¡Jo! Había reservado mesa en “Colino” para cenar esta noche...

  • Pues... Ya que la tienes...

  • ¿Sí?

  • Pues es que había invitado a una amiga a pasar la semana allí, y ya está en camino, así que podrías llevarla a cenar a ella.

  • ¿Una amiga?

  • Nadia, es de mi clase, y va desde Lisboa. Te va a encantar. Llega a las cuatro, y me ha dicho que cogerá un taxi.

  • Mira que eres lianta.

  • Por eso me quieres ¿No?

  • Mmmmmmm... Igualita que tu madre.

  • Anda, anda, no seas quejica, que llego mañana por la mañana.

  • Bueno, venga, un beso, mi amor.

  • Un beso, papi. Estoy deseando darte un abrazote.

Colgué el teléfono contrariado. Una vez más Mariló se las había arreglado para fastidiarme el inicio de las vacaciones. Nada nuevo. Si incluso se había mudado a Barcelona y estaba seguro de que lo había hecho solo para fastidiarme. A ver qué coño se le había perdido al zorrón en Barcelona, más que complicarme el puto fin de semana al mes que la jueza me había concedido.

“En fin”, me dije, solo sería un día de retraso, y después un mes entero para disfrutar de mi niña. El último fin de semana me había pillado atrapado en Amsterdam a causa de un retraso imprevisto en las negociaciones de la fusión de nuestra filial de allí, y me había perdido su décimosexto cumpleaños. Sentía que mi princesa se estaba convirtiendo en una mujer y yo me lo estaba perdiendo, y me preguntaba si el dinero que ganaba me compensaba por los días junto a ella perdidos antes de que la vida la empujase aún más lejos.

  • A la puta de su madre sí que le está saliendo bien, sí...

En la cocina, Juana me había dejado un salmorejo y una fuente de pescadito adobado. Apenas me bebí la sopa de un trago y probé un par de trozos. No tenía hambre. Le había dado el viernes libre para disfrutar tres días seguidos de mi niña sin extraños por la casa y ahí estaba: solo, un poco triste, y esperando a una nueva amiguita de mi hija que, me imaginaba, sería otro bicho raro adolescente de los que acostumbraba. Me preparé un gin-tonic y me fui a tumbar a la sombra, junto a la piscina. Me gusta el sonido de la cascada de acero por donde retorna el agua de la depuradora...

Me despertó el sonido del timbre de la puerta, una campanada que resonaba por toda la casa y el jardín. Me puse el bañador a toda prisa y me cubrí con el albornoz. Por la pantalla, pude ver a una muchacha delgada, de pelo oscuro y corto, que aguardaba con un trolley junto a la puerta del jardín. Abrí. Mientras caminaba hacia mi, observé que era menuda. No debía medir más allá de 1,60. Parecía ir desarrollándose más tarde que mi Lara. Si tenía tetas, apenas destacaban bajo el vestido corto y liviano de tirantes de color rosa pálido. Tenía el cuello largo y delgado y, en general, un aire grácil. Resultaba ser una muchachita muy atractiva, a pesar de su delgadez, que se movía con elegancia y exhibía una sonrisa preciosa.

  • Tú debes ser Nadia -saludé-. Lara me ha dicho que vendrías. Ella va a retrasarse, y no vendrá hasta mañana, pero no te preocupes, solo será una tarde-noche de aburrimiento con el carcamal de su padre y mañana la tendremos aquí.

  • Bueno, tampoco está tan carcamal el papaíto -bromeó cortés-.

La acompañé hasta su dormitorio y me aseguré de que se sintiera cómoda. Le expliqué donde estaba la cocina, invitándola a tomar algo... En fin, me comporté como el anfitrión que se espera de un caballero de mi categoría, y la invité a pasar la tarde en la piscina.

  • Estamos a 37º, así que no hay gran cosa que se pueda hacer por ahí. Si te parece, podemos pasar la tarde tranquilamente en el jardín, darnos algún baño, y al atardecer salimos a tomar algo. He reservado mesa en un restaurante precioso del club náutico para cenar.

  • Yo, si no le importa, prefiero echarme una siesta. Llevo de viaje desde las cinco de la mañana y estoy molida.

  • De tú, cielo, no me hagas sentir más viejo. Vale. Si veo que no te despiertas, te aviso luego. El mando del aire está en la mesilla.

Junto a la piscina, dormitando junto a un nuevo gin-tonic, por que el viejo se había convertido en un caldo turbio casi sin tocar, me sorprendí fantaseando con la nueva amiguita de mi hija, con sus piernas delgadas, su culito, que imaginaba apretado, su cuerpecillo casi de niña larguirucha... Tuve que lanzarme al agua para aplacar la terrible erección que me causó imaginarla cabalgándome...

  • ¡Desde luego...! ¡Estás hecho un cochino, Mauri!

Como era de esperar, tuve que despertarla. Tras golpear la puerta repetidamente con los nudillos sin éxito, me asomé a la penumbra de la habitación a oscuras. Había quitado el aire, y la atmósfera en la habitación estaba cargada y densa. Dormía con expresión plácida, vestida con un camisoncito blanco que el sudor pegaba a su cuerpo y tapada hasta la cintura con la sábana. Su piel brillaba dorada. Me alegré de haberme puesto el albornoz. Mi polla se puso como una piedra al contemplarla. Empujando su hombro suavemente, la desperté susurrando:

  • ¡Nadia!... ¡Nadia! Nos vamos a quedar sin cena...

  • Mmmmmmmmm... Me he quedado dormida...

Su imagen estirándose sentada en la cama me pareció lo más sensual que había visto en años. Empezaba a preocuparme la manera en que aquella muchacha me atraía.

Tuve que esperarla casi media hora vestido en la sala y, finalmente, cuando apareció, me dejó alucinado: se había maquillado y vestía un conjunto extravagante de falda corta de cuadros rojos y verdes escoceses, un jerseicito de punto muy abierto de color blanco muy amplio y asimétrico sobre un top del mismo color, unas medias también blancas que se sujetaban milagrosamente en sus muslos, por debajo de la falda con unas ligas lisas, y unos zapatos de medio tacón, como de bailarina de flamenco, que completaban una imagen de niña mala que terminó de colocar mi corazón al borde del colapso.

Si hubiera sido Lara, la hubiera obligado a subir a cambiarse, pero no me atreví, o quizás... El caso es que bajamos en coche al puerto. Mientras conducía por el camino quebrado que bajaba desde la urbanización, en lo alto de los acantilados, tuve que esforzarme para poder concentrarme en la sucesión interminable de curvas y contracurvas, evitando mirar sus medias blancas, la piel morena por encima, la oscura promesa en sombra justo al otro lado del borde de la falda... Me pareció que sonreía con picardía, como si comprendiera el suplicio a que me sentía sometido.

Tomamos una cena ligera en la terraza del club, al borde mismo del agua. La regamos con un gewurztraminer alsaciano frutal, cítrico y delicioso. Me pareció que se achispaba un poco. Resultó tener una conversación deliciosa, insustancial, alegre, divertida e inteligente. Una vez superada la sorpresa inicial a nuestra entrada, causada por su extraña indumentaria, demostró una sencilla simpatía que le hizo granjearse los favores del estirado camarero de siempre, que terminó por atendernos con un esmero superior al acostumbrado y aconsejarnos bien. Noté que los comensales de las mesas vecinas me miraban con una peculiar mezcla de envidia y reproche que me hizo sentir entre halagado e incómodo.

Cuando terminó su helado de mango con no se qué y no se cuantos, propuso dar una vuelta. A aquellas alturas, me resultaba imposible negarle nada que me pidiera, y salimos a pasear. Se colgó de mi brazo. La coquetería resultaba innata en ella. Se desenvolvía con soltura entre la picardía y una inocencia cándida que me hacía sentir perverso por desearla así.

  • ¿No vas a invitarme a una copa?

  • ¿No has bebido bastante? No quiero que me detengan por corromperte.

  • ¿Vas a corromperme?

Bueno, sonó como un aldabonazo. Lo dijo sonriendo, pensé que con picardía, provocándome, colgada de mi brazo y mirándome a los ojos con descaro. Sonó como una promesa, como un desafío, no se... Llegamos a la terraza Möet, en un lado de la playa, y pedí una botella de seco que bebimos brindando entre risas. Nadia bromeaba echada en una tumbona, junto a mi, que fumaba nervioso cigarrillo tras cigarrillo sin conseguir quitarle la vista de encima. Cada movimiento suyo me parecía una invitación que contrastaba con su aparente inocencia. Tan solo en ocasiones como aquella, una única frase, una mirada ardiente que se extinguía al instante entre risas, parecía desvelarla, como un flash, como si a través de su aspecto de adolescente inocente se trasluciera de pronto un diablo subyacente, un pentimento oscuro que permitiera ver el retrato de un demonio a su través.

Me sentía enfermo de deseo. El leve mareo del alcohol junto al agua, su risa cristalina, el movimiento animado de sus labios, su pecho liso, inexistente, adivinado a través del encaje, esculpido tras el elástico del body, la sombra insinuada bajo la falda de cuadros... Era presa de una excitación permanente, de un ansia que contradecía mis convicciones. Deseaba a aquella muchacha, y ella parecía invitarme a desearla con aquella coquetería sensual y su modo delicado de moverse, con aquella elegancia que parecía no dibujar nunca un quiebro, como un deslizarse sin tocar siquiera el aire.

Decidí dejar el coche en el puerto, y paseamos del brazo hacia casa. En la penumbra de la luna de aquella noche de agosto, hablábamos en susurros de todo lo imaginable. Caminando entre los pinos retorcidos, escuchando el mar a lo lejos, cada tema parecía despertar un millar de preguntas, que desplegaban un millar de pequeñas conversaciones que parecían abrirse en un millón, como un fuego de artificio de preguntas y explicaciones incompletas que quedaban arrolladas una tras otra por nuevas cuestiones que, durante un instante, un parpadeo apenas, destellaban en el aire antes de ser reemplazadas por otras.

  • ¿Y por qué te dejó?

  • Bueno... En cierto modo... Yo fui quien la dejó a ella...

  • ¿Te buscaste a otra?

  • No, yo... yo no...

  • ¿Ella?

  • No es que se buscara a otro... Más bien era que todos se la encontraban ¿Entiendes?

  • ¡Vaya! ¿La mamá de Lara? ¿Te ponía los cuernos?

  • ¡Mujer...!

  • ¿Y cómo te enteraste?

  • Pues lo sospechaba hacía tiempo, y un día me la encontré en la piscina con mi contable... Ya sabes, eso de volver a casa por sorpresa y tan contento...

  • ¿Con tu contable?

  • Sí.

  • ¿Y le despediste?

  • No, no... Es un buen contable. Los negocios...

  • Ya... Pero... ¿Los pillaste follando?

  • Sí, exactamente así.

  • Pero... ¿Con la polla metida y culeando?

  • ¡Joder, Nadia!

  • Venga.

  • Pues sí.

  • ¿Armaste un lio?

  • No. Estuve un rato mirándolos, escondido, y luego me marché. Ya no volví a casa hasta que se fue a Barcelona.

  • Un rato... ¿Se te puso dura?

  • La madre que te parió.

  • ¿Se te puso dura... como ahora?

Caminábamos ya por el jardín de casa, descalzos sobre la hierba, con los zapatos colgando de dos dedos. Lo preguntó girándose hacia mi, mirándome a los ojos, sonriendo mientras alargaba su mano hasta acariciar mi polla por encima del pantalón amplio de lino. Fue de repente, como si se concretara una atracción que había flotado implícita en el ambiente. En el calor húmedo y denso de la noche, me encontré besándola en los labios, agarrado a su culito pequeño y duro, apretándola contra mi, sintiendo en las manos su piel mojada y el ligero perfume alcohólico de su boca.

  • ¿Vamos a la piscina?

  • No está bien.

  • Jajajajajajaja...

  • Vamos por los bañadores.

  • ¿Nos va a reñir el socorrista?

Debí sonrojarme, pero nadie lo vio en la oscuridad. Avanzamos por el jardín hasta la parte de atrás de la casa durante una eternidad, sin dejar de besarnos. Nadia conducía la situación con un aplomo y una naturalidad deliciosos. Me seducía en cada frase, en cada delicado contoneo de su cuerpecillo menudo. Tiraba de mi o me frenaba a su antojo. Me mordía los labios, mantenía la conversación viva entre besos. Su risa sonaba como cristales derramándose.

  • Pon un par de copas ¿No?

  • ¡Pero Nadia!

  • ¿Vas a follarme y no puedo tomarme un gin-tonic?

La vi desnudarse a la carrera por la ventana de la cocina mientras las preparaba, y escuché el chapoteo del agua al recibirla. Se reía a gritos. Me alegré de haber comprado aquella casa aislada. Ni siquiera la duda acerca de qué opinaría Lara despertó el más mínimo titubeo. Caminé siguiendo el rastro de su ropa extendida por el césped, con las copas en las manos, hasta dejarlas al borde del agua, y me senté con las piernas colgando, dejando que se mojaran mis pantalones y sintiendo aquel fresco delicioso en el bochorno de la noche. Lara nadaba entre risas invitándome a desnudarme y seguirla. Me quité la camisa sin prisas, bebí un sorbo de mi copa. Su culito dibujaba un triángulo blanco a la luz de la luna sobre la piel morena.

  • ¿Te ayudo?

Frente a mi, bebió un sorbo y comenzó a desabrocharme el cinturón. Apenas tenía que inclinarme un poquito para tomar sus labios. A veces reía. Me besaba, bebía, y sus dedos se movían hábilmente desabrochándome, sacándome la ropa, que quedó flotando en el agua. Me hablaba en susurros, junto a mi oído, junto a mis labios.

  • ¿Te gusto? ¿Me deseas?

  • Mucho.

  • ¿Te gusto mucho o me deseas mucho?

  • Me gustas mucho y te deseo mucho.

  • ¿Se te puso dura?

  • Sí.

  • ¿Te tocaste imaginándolos?

  • No.

  • ¿Así de dura?

Sus manos jugueteaban con mi polla. La acariciaba sin agarrarla, rozándola, dejándola, mordiéndome los labios, sonriendo. En la penumbra azulada de la noche, el contacto de sus manos, de su boca en mis labios, de su lengua, me causaba una desesperación dulce, esa contradicción deliciosa entre el deseo de acabarlo y quererlo prolongar para siempre.

Bebimos un trago largo. Brindamos en silencio a sugerencia suya expresada apenas con un gesto, volvimos a beber y se inclinó. El contacto de su boca helada me dejó sin aliento. Acariciaba mi polla con los labios fríos. Se metía el capullo en la boca y sentía la succión, la caricia delicada de su lengua. Me dejé caer hacia atrás dejándola hacer, sujetándome con los brazos, contemplándola. Me miraba a los ojos. Algunas veces, la sacaba de su boca sonreía, me acariciaba con la mano haciéndola resbalar en su saliva.

  • ¿Te gusta?

  • Sí.

  • ¿Cuanto te gusta?

  • Me gusta todo.

  • ¿Vas a follarme?

  • ¿Lo deseas?

  • Me muero por que me folles.

  • Entonces sí.

  • Quiero sentirte dentro. Quiero que me claves esta polla tuya y que me folles hasta que me vuelva loca. Quiero que te corras dentro de mi y hagas que yo me corra sintiendo dentro tu leche caliente y espesa.

Sus palabras tenían la virtud de causarme más excitación y más deseo que el contacto de sus manos o su boca. Me enervaba como si acariciara el interior de mi deseo. Salió del agua empujándome y, al hacerlo, tiró una de las copas al agua. Reímos al oírla. Me tumbó en el césped besándome, besando mi boca, mi cuello, mi pecho. Acariciaba mi polla besándome, y escuchaba su respiración onda y ansiosa. Comencé a acariciarla y, al llevar las manos a su sexo...

  • Pero... Tú...

  • Yo.

  • Tú... Eres...

  • Yo soy Nadia.

  • … Nadia...

Nada hubiera sido ya capaz de detenerme. Nada capaz de vencer mi deseo, el magnetismo en que me envolvía aquel tintineo de su voz, los movimientos felinos de su cuerpecillo delgado, la segura convicción con que me tomaba como suyo. Ni siquiera... Acaricié tímidamente su pollita pequeña, lampiña y finita. La sentí entre mis dedos palpitante y dura, y la acaricié haciendo que la piel cubriera y descubriera su capullito, haciéndola gemir. Nadia me mordía los labios jadeando, y se pecho resbalaba sobre el mío sin peso, como si flotara en mi.

  • ¿Me deseas?

  • Mucho.

  • ¿Vas a follarme?

  • Sí.

  • ¿Te gusta?

Giró sobre mi tendiéndose sobre mi cuerpo y volvió a besar mi polla arrancándome un gemido. La suya se balanceaba frente a mi cara y, abriendo la boca, la tomé entre los labios. La sentí gemir al hacerlo. Su caricia enervante me impulsaba a complacerla, a mamar aquella pollita curva y diminuta, de apenas ocho o diez centímetros que me cabía entera en la boca. Me fascino percibir su latido, el modo en que su cuerpo respondía a mis caricias, en que me devolvía la intensidad con que la acariciaba y, a veces, incapaz de contenerse, se curvaba su espalda abandonando la mía, agarrándose a ella con la mano, y gemía.

  • Para, para... Vas a hacer que me...

  • Hazlo... La... quiero...

  • Pero...

Como para reforzar sus palabras, intensificó la succión hasta hacerme perder la voluntad por completo. Su culito se movía metiendo su pollita en mi boca entreabierta. Me sentía extrañamente excitado, violentamente excitado sintiéndola. Comencé a correrme como no recordaba. Bebía cada chorro de esperma que disparaba en su boca. La mamaba. La suya comenzó a hacer lo propio, y recibí su líquido espeso y templado. Me sentía impulsado a tomarlo, a succionarlo, a beberlo. Gimoteaba, y su pollita latía en mi boca regalándome aquella golosina insípida.

  • Ven, vamos a ducharnos.

La seguí sin rechistar, y dejé que me frotara bajo el agua, junto a la piscina, con sus manitas delgadas. Recorrí su cuerpo con las mías sintiendo su excitación y su deseo. Su sexo volvía a estar erecto, y el mío... El mío parecía poder volver a estarlo con solo un mínimo esfuerzo más.

Me llevó hasta la tumbona grande y nos echamos sobre ella sin preocuparnos por mojarla. Se acurrucó a mi lado, abrazándome. A veces, me besaba en los labios y sonreía. El contacto de aquello sobre el muslo me inquietaba. Recorría mi pecho con un dedo como dibujando grecas intrincadas en la piel.

  • Yo...

  • ¿Tú?

  • Yo... nunca lo había hecho con...

  • Shhhhh... No lo digas...

  • ¿Y Lara... ?

  • ¿Lara?

  • Lara... ¿Lo sabe?

  • Claro.

  • ¿Y...?

  • Shhhhhh... No lo pienses.

Siguió acariciándome en silencio, sonriéndome. Sus ojos enormes brillaban a veces reflejando la luz de la luna. Me recorría entero con la mano, me besaba, sonreía... Mi polla no tardó en recuperar su prestancia y sonrió. Tomando un bote de crema que encontró, comenzó a extenderla sobre ella, a acariciarla haciendo resbalar su mano en la crema.

  • Me habías prometido follarme.

  • Pero...

  • Shhhh... ¿Lo habías prometido?

  • Sí...

Se sentó sobre mi colocando su pollita junto a la miá, y comenzó a acariciarlas juntas, a frotarlas la una con la otra y ambas con las manos sin dejar de verter chorros de crema sobre ellas. Su cuerpo delgado de movimientos como de agua se dibujaba sobre el cielo estrellado. Me enervaba.

  • Un hombre siempre cumple sus promesas ¿No?

  • Sí...

  • Así que...

  • Tengo que follarte.

  • ¿No quieres?

  • Sí...

  • ¿Me deseas?

Mientras lo decía, levantándose un poquito sobre las rodillas, se colocó y condujo mi polla con la mano hacia su culito mirándome a los ojos. Sentí la presión y escuché su quejido al comenzar a penetrarse con ella, un quejidito mimoso, un momento de respiración rápida, acelerada, resoplando hasta conseguir acomodarse y, poco a poco, tenerla clavada entera, y comenzó a moverse despacio, resbalando sobre mi pubis, con una mano apoyada en mi vientre y la otra en el muslo.

  • ¿Me deseas?

  • Con locura.

  • ¿Te gusta?

  • Mucho... muchísimo...

  • Fóllame, papá de Lara. Clava tu polla grande y dura en mi culito.

  • ¿Quieres llenarme de leche?

Me hablaba en susurros, jadeando y gimiendo. Se movía lentamente, con un no se qué felino, y su culito estrecho comprimía mi polla haciéndome sentir un placer desconocido. La suya, asombrosamente rígida, se balanceaba al mismo ritmo exacto que imprimía a su danza sensual hipnotizándome. Traté de acariciarla.

  • No... dé... ja... la...

Se movía adelante y atrás, sin despegar su culito de mi cuerpo, gimiendo, muy despacio, como poseída por un frenesí místico, resbalando en la crema que lubricaba nuestros cuerpos. El balanceo cadencioso de su polla me obsesionaba, deseaba acariciarla, y una vez tras otra me lo impedía. Se movía acariciando la mía con su interior cálido y sedoso, volviéndome loco de placer, convirtiéndose en una obsesión deliciosa, en el único ser sobre la tierra en quien era capaz de pensar, salvo en Lara. A cada momento, me la recordaba, como si sintiera un placer malvado en su recuerdo, como si quisiera introducirla en nuestro juego haciéndolo así más perverso.

  • ¿Te vas a... correr..., papá de Lara...?

  • Vamos, pa... pito... dispara tu... poooo... lla grande y du... ra... Dáme... laaaa...

Se dejó caer hacia atrás hasta quedar apoyada en la colchoneta de la tumbona con los brazos. Su pollita pareció tensarse más, y escupió un chorro de esperma que salpicó en el aire cayendo sobre mi pecho. Gimoteaba. Era un continuo correrse a borbotones sobre mi. Manaba sin cesar, como a latidos. Su polla se tensaba, parecía elevarse hasta conseguir su posición natural, su culito temblaba en un espasmo que me aprisionaba, y volvía a escupir un nuevo chorro que, a veces, caía en su cuerpecillo, en mi cuerpo, en mi cara....

Me sentí estallar en su interior. La presión a que me sometía su culito estrecho, las contracciones que parecía experimentar cada vez que eyaculaba, la sensualidad brutal de sus movimientos, sus gemidos... Me corría en ella agarrado a sus caderas, atrayéndola hacia mi, obligándola a tumbarse en mi pecho por la fuerza hasta sentir los últimos chorritos de su esperma templada derramarse entre nosotros mientras terminaba de correrme en su interior temblando y mordiéndole la boca.

  • Eres un amor, papaíto...

Sus palabras me envolvieron en ese momento preciso en que el sueño se adueñaba de nosotros. La noche refrescaba lentamente y su cuerpecillo menudo y delgado se ceñía al mío. Me envolvía entre sus muslos, me besaba los párpados y los labios, acariciaba mi pecho enredando sus dedos entre los vellos, y el cielo se desdibujaba convirtiéndose tan solo en una sensación.