Nadadores I

Este relato se enmarca en un equipo de nadadores, donde Gabriel quedará conmocionado por el nuevo y exótico integrante del equipo que le dará grandes dolores de cabeza y de corazón.

Capítulo 1

Un largo pasillo separaban la piscina de los vestuarios, al atravesar un arco el fuerte olor químico te golpeaba la nariz, la luz que se reflejaba en el agua me cegó de golpe haciendo que mi pupila se contrajese obligada por el intenso azul que bañaba el espacio. Podía notar como mis sentidos se activaban, el aroma aséptico del cloro inundaba mi nariz y hacía que mi estómago se retorciese nervioso. Todo mi cuerpo se estremecía, se tensaba y se ponía en marcha. La piscina se había convertido en mi meca, en mi remanso de paz, en mi templo y sobre todo, en mi mayor miedo. Subía a la plataforma, el vértigo y la ansiedad se apoderaban de mí, un temblor nacía en mis piernas y ascendían hasta mis manos. Descomprimía mis tensos músculos, estirándome, me ponía en posición y esperaba. Dos largos y eternos minutos de desasosiego, en los que absorbía todo lo de mi alrededor, los ojos escudriñándome y mis rivales agresivos, segregando testosterona desafiantes. En esos ciento veinte segundos no pensaba, respiraba, me empapaba del aire viciado por el químico, de los sonidos de la gente, del bombeo de mi corazón, de la palpitación de mi cabeza, del temblor de mis piernas y de mi agitación. Era puro miedo, me aterraba pensar que no podría nadar, que olvidaría nadar en cuanto me zambullera en el agua, que  aquel inmenso rectángulo azul me engulliría hasta la eternidad. Entonces ocurría, la voz metálica, los pitidos, la tensión. Me agachaba, y esperaba, esperaba hasta que la bocina sonara, me impulsaba, me dejaba caer y nadaba.

Puede que la natación no sea todo lo que una persona podría desear pero lo era todo para mí, mi única y verdadera pasión. Más allá de lo que significaba sumergirme en la fría agua desinfectada, la sequedad en la piel, los ojos llorosos y las flemas matutinas debidas al cloro,  más allá de eso, se encontraba mi otra gran pasión: El género masculino.

En las piscinas tenía mi cotidiano desfile de cuerpos esculturales que paseaban exhibiendo sus músculos, mostrándome la belleza de la estructura masculina, revelándome cada día el deseo tan agudo y pasional que me dominaba. En mis peores momentos de almacenaje de carga sexual se podía volver un dulce calvario observar sumergido las diferentes anatomías, apenas cubiertas por un fino bañador de licra, empapados, mostrando sus atributos. Parecían incitarme a violarlos. Se lucían estirando, sumergiéndose y enseñando la fisionomía atlética de la natación. En días de juerga nos tocábamos, jugábamos, los sentía pegados a mí, me mostraban su completa desnudez en las duchas bajo jolgorios indecentes. Aquellos nadadores hacían que mi juvenil cuerpo explosionase en hormonas y apareciese una dureza escandalosa que ni el agua helada lograba calmar.

Llegados a este punto de confianza me presentaré, me llamaron  Gabriel  al nacer, lo hice en el seno de una familia acomodada formada por una enfermera y un padre cardiólogo, que, irónicamente murió cuando tenía ocho años de un infarto cerebral. No sobrepaso los diecisiete años, y, para que lo voy a negar, soy increíblemente guapo. No lo digo yo, mi ego no es tan grande, lo dice la gran mayoría de personas con las que me encuentro, y entonces, me lo creo.    Soy un joven lozano alto a rabiar, pero no demasiado musculoso, puedo asegurar que de no dedicarme a nadar sería un auténtico esqueleto. Me siento especialmente orgulloso de mis abdominales, lo suyo me han costado sacarlos a la luz y sobre todo, de mis bíceps, benditas bolas musculosas que parecen de profesionales. De lo demás no hay nada destacable, rostro gracioso según me han dicho, con rasgos aniñados eso no podía negarlo, cabello castaño claro caracoleado, produciendo un gracioso flequillo, y unos ojos a juego. Y lo que más odio de mí, un arremolinamiento de pequeñas pecas que rebosaban por mi nariz, se esparcían en menor medida por mis mejillas, y sobre todo caían como la caspa sobre hombros y espalda. Mis pecas eran como las pulgas, se juntaban, follaban y explotaban por todo mi cuerpo.

En lo referente a mi vida, me encuentro a mediados de enero, un Enero lluvioso y frío. Mi equipo de natación estaba alterado, sobretodo el entrenador el más emocionado porque íbamos a participar en un torneo nacional en Mayo. Mi vida social era adecuada a mi edad, amigos, salidas nocturnas  y la ley del esfuerzo medio en los estudios, del resto, se centraba en la bendita natación. Pero no fue hasta la tarde de un miércoles cuando me llevé una agradable sorpresa, la cual vino de la mano de un joven y nuevo integrante del equipo que me hizo revolverme por dentro. Llamó a todos la atención por sus cualidades en el ámbito atlético, pero a mí me impactó todo él, toooodo él.

Lo observaba con disimulo para no incomodar a nadie, pero alojándolo bien en mi retina. Poseía una altura casi como la mía, algo más bajo, más musculoso y de espalda ancha y trasero pequeño. A primera vista parecía ser de ascendencia árabe, aunque tampoco lo podría jurar.

La piel era de un tono oscuro, un color terroso claro bonito y brillante, su rostro era exótico con un tono más pálido pero muy homogéneo, con marcadas ojeras,  pero sin lugar a duda el cabrón, por lo menos para mí, era terriblemente guapo.  Tenía una leve barba, escasa en las mejillas y abundante en el bigote, y una curiosa nariz, torcida y bastante gruesa en la punta, parecía que se la hubiera roto un par de veces pero le hacía una cara muy interesante.  Se finalizaba su semblante con unas gruesas y expresivas cejas oscuras, tan negras como su pelo lacio que caía sobre la frente con un corte anticuado, como de los noventa. Y ahora sí, ahora venía el plato fuerte de la tarde, sus ojos, supongo que un don que le ofreció Alá allá en el seno de su madre, un insulto al resto de la humanidad que debería ver con recelo como brillaba en su iris un frío gris azulado.

Aquella hermosa criatura impacto en mí, tanto por dentro como por fuera, era un todo, una composición de los gestos, aroma, mirada fría y desconfiada y sobre todo el acento moruno que invadía su voz de barítono. Nos saludó a todos con un corto movimiento de cabeza, echando un rápido vistazo, nuestros ojos se encontraron, su iris se posó tímidamente sobre los míos, apenas unos segundos para luego desviarlos a la nada. Aunque mis compañeros eran amables y grandes personas, el desinterés que poseía el moro generó mala leche en el resto de la pandilla, lo que hicieron que no fuera demasiado bien recibido en el equipo.  A mí eso me daba igual, no me guiaba por la fidelidad del grupo, sino por un deseo más animal y pasional, por el sexo, el sexo y la ambición de encontrar a un compañero de fatigas, a mi media mandarina.  Antes de que el moro llegara a la salida me adelanté al resto, como un rayo me estampé contra la puerta y sufrí la mirada de ‘’ eres gilipollas o qué’’ por parte del susodicho. Con toda la dignidad del mundo, le agarré del hombro, mostré mi rostro más amable y hermoso que pude dar en ese momento. Esquivé su fiera mirada gris, no me acobardé, apreté una vez más su hombro duro y huesudo, me miró, me miró con frialdad. Estiré el brazo, él con recelo me imitó, y en un tensó momento pude estrechar su mano caliente y grande, ardía sin sudoración, una mano suave, mullida y de dedos largos.

  • Bienvenido, soy Gabriel
  • Sharif  - Después se separó raudo y veloz cual galgo y me dejó solo y expectante.

Las enormes ganas que tenía por entablar una recia amistad con el árabe parecían luchar con sus prisas, apenas acabábamos los entrenamientos salía disparado por la amplia puerta de cristal. Las semanas transcurrían con rapidez y no había logrado ni intercambiar media frase con él cuando ya desaparecía tan rápido como venía. Era un chico amable con todos aunque mantenía tanto las distancias que no acabó  encajando en el equipo, él pasaba de todos y todos pasaban de él menos yo.  Eso no impedía que lo pudiera observar con detenimiento, que de mi interior saliera el más repugnante de los  acosadores y todos mis momentos libres me las pasase obnubilado, como un idiota mirándolo con cara de tonto. No podía quitarle el ojo de encima, era su forma de moverse, las largas brazadas bronceadas, sus piernas tensas pataleando con fuerza, los músculos de su espalda… salía del agua con un fuerte bufido, escuchaba su tiempo y me miraba desafiante como queriendo decirme que algún día me derrocaría del podio interno.

Y como todavía tenemos tiempo hasta  que logre forjar una amistad con el moro os ilustraré con mi escasa  y triste vida sexual. No es que no ligase con el género masculino, no me movía tampoco en el ambiente, pero sí que me había encontrado en numerosas ocasiones con bastantes pretendientes dispuestos a meterme un buen meneo, y eso era lo que no quería. No había forma humana de que me dejase hacer, me ponía muy tenso y nervioso y acababa huyendo de callejones, coches y demás sitios oscuros en situaciones comprometidas. Yo lo que quería era una cama, un amante y mucho amor en mi primera vez, y sí, por muy imbécil que sonase eso también se extendía al sexo oral y magreos indecentes. No es que fuera un completo santo virginal, mi primera mamada la recibí detrás de un pub, a los quince años, de la mano de una joven borracha con un vestido muy corto y unas tetas muy gordas. Yo correr me corrí, más por el contacto de su boca caliente y la situación que por el deseo de su cuerpo femenino, luego hui. Después de aquello decidí que navegaría por el mar de los tritones en vez  del de las sirenas, fue una revelación mariana, en plena noche, después de fumar la colilla de un porro rancio me dije a mi mismo: ‘’Asume que eres marica’’, y asumí que lo era.

A los dieciséis perdí la cabeza por un niñato tres años mayor que yo, al principio intenté ir de duro, de estrecho y mojigato pero acabé, no sé si enamorado, pero encoñado hasta las trancas por el semental.  Ya desde el principio sabía que íbamos por caminos distintos pero estaba tan loco por el desgraciado… para mí era mi novio, mi primera pareja, mi hombre, alto, fuerte, varonil, lo era todo, todo menos amable pero eso tampoco era necesario. Solo nos acostamos una vez, una tarde en la que entre tanto besuqueo, magreo y demás tocamientos indecentes acabamos tan calientes como una olla al fuego. Me intentó follar pero al final gané yo y acabó por ser él el enculado, fue algo brusco, más por su parte que por la mía, yo lo hice con todo el amor que fui capaz de transmitir.  Se convirtió un acto bastante tenso y hosco, para nada magnífico como tantas veces había recreado en mis pensamientos, pero bueno, perder, perdí la virginidad.  Yo acabar acabe pronto y él terminó conmigo, luego se fue bastante molesto. Ahí ya apuntaba maneras de que no éramos demasiado compatibles, pero yo continué en mi nube maravillosa de los mundos de yupi rodeado de amor imaginario.  Evidentemente la relación llego a su culmine y se derrumbó, fue una tarde en la que insistió para acostarse conmigo, para abrirme como una flor en primavera, me resistí a ser penetrado en plena semana laboral y  justo antes de un examen de matemáticas. La frase definitiva que me empezó a golpear con la realidad fue – Joder que soso eres para lo bueno que estas… por lo menos chúpamela ¿no?- ¿NO? , ¿No qué?, no es tan obvio que si rechazas el dejarte follar el siguiente acto lógico es realizar una mamada al intento de violador. Pero accedí, porque estaba agilipollado por el mamón, me arrodillé como buen sumiso y entre mis manos masturbé su falo, un falo que empezó a tornarse asqueroso a medida que el amor empezaba a eliminarse de mi organismo.  Pequeña, babosa y venosa, rodeado de un espeso pelaje rizado negro, con un cabezón rojo y empapado del denso efluvio salado. Y allá que fui, al maravilloso mundo de la felación, la alojé en la boca llenándola con el cilindro cárnico, hasta que ocurrió. A mi compañero del alma, y no me equivoco si pienso que fue un acto de venganza por mi carácter mojigato, decidió que se iría de mi casa por todo lo alto. Su mano se aferró a mi cráneo con firmeza y en un acto de violación empujó hasta la garganta, fueron, quizás un minuto o dos, no estoy seguro, pero maravillosos segundos en los que me debatía entre la náuseas y las ganas de respirar. Los embiste se combinaban entre jadeos, arcadas, babas y mi tráquea por no quedar obliterada con un trozo de glande, un glande que sin motivo aparente empezó a escupir furioso el pesado semen salado y grueso justo a mi garganta . Lo empujé tosiendo, rojo e hinchado, corriendo al baño a vomitar aquella masa repugnante que salió de mí interior, juro que debía haberle vomitado encima, no sé porque coño no lo hice. Lo oí desplazarse hasta la puerta, huyendo como una puta, y todo el amor que me quedaba se concentró en mi mala hostia, en dos maravillosos bíceps todavía en desarrollo y en su nariz partida y ensangrentada. Ahí puse el punto y final a nuestra ideal relación de amor  y comprensión que, finalizó con mi orgullo hecho jirones y mi corazón roto.  Desde entonces mi río de sexo se secó, mis ganas no disminuyeron pero si mi confianza en el macho enternecedor, y de esta forma me zambullí en el arte de las pajas, pajas mañaneras, de mediodía y de noche, con lubricante, con porno… de todas las formas habidas por haber. Incluso en noches de mucho desenfreno sexual y mucha fogosidad de mi parte me dejaba manosear y besuquear por algún idílico chaval tan idiota como yo.

Retomemos mi relación con el morocho. Nuestra amistad comenzó en los vestuarios de la piscina, un sábado a las ocho y media de la mañana. Casi sin excepción los sábados me dedicaba a nadar a mi aire bien temprano, era un momento íntimo entre la piscina, yo, y el socorrista con cara de asco.  Pero ese día no, ese día me adentré en los vestuarios silbando cual campesino en plena faena, y nada más entrar apareció ante mí un ¡culo!, no había espalda, ni piernas, ni cabeza, solo un trasero redondo, pequeño y bien prieto en pompa. Éramos su culo y yo, yo y su culo pero sobretodo mi polla que pareció brincar con vida propia en mis pantalones. Sharif dio un respingo y me miró fijamente con una mueca entre sorpresa y enfado que me aceleró el corazón. Sin duda eran sus ojos, me daban miedo y me puso tan nervioso que un fuerte calor ascendió por mi espinazo, noté como me palpitaba la cabeza y un cosquilleo explotaba en mi estómago. Debió notar mi ansiedad, bajó la mirada sobre sus enseres, recogió con prisa, me saludó y se encaminó a la piscina. Justo al pasar golpeó mi costado con su cuerpo y automáticamente una corriente eléctrica me traspasó, jadeé fruto de la sorpresa. No sentí su piel, pero lo sentí a él, el calor que emanaba, la forma de su cuerpo, el aroma que desprendía entremezclado con el látex, la licra y el olor del lugar. Sus fríos ojos culpables se clavaron en mí por unos segundos, el aliento caliente de su boca me llegó, luego vino su voz grave y áspera disculpándose y más tarde el vació que generó. No necesité más para saber lo que me ocurría, me había vuelto a encoñar, esta vez por un ser arisco, heterosexual y de ascendencia árabe, desde ese momento, como si de otra revelación mariana se tratase supe que necesitaba, quería y deseaba ser amigo del moro.

Una vez dentro del agua por mucho que quisiese, no era capaz de sacarme de la cabeza mi gran descubrimiento. No sabía cómo entablar amistad con ese ser hosco y huraño que me miraba por encima del hombro. Me empecé a cabrear yo solo, chapoteando en el agua y mirándolo de reojo, fruto de toda esa ira contenida, me adentré como un resorte en su carril encarándome con él.

  • Oye, ¡eh! – obtuve toda su atención – Y digo yo que podías ser un poco más amable, joder, que llevas ya casi un mes en el equipo y ni un puto hola.-no habló, sus ojos lo decían todo, me mandaban a la mierda- A ver si empiezas a integrarte, que es un EQUIPO, no cada uno por su lado.- silencio incómodo - joder, tío… ¿Qué? ¿Qué dices?

  • Qué… si bueno… tienes razón.

  • Entonces… ¿Echamos unas carreras? Luego nos cronometramos y miramos tiempos, ¿sí? – Se quedó tieso encaramado a la pared, mirándome y de pronto esbozó una sonrisa de lado. – algo para… conocernos. – volvió a sonreírme, metió la cabeza bajo el agua y buceó hasta donde me encontraba topándome de frente con él.
  • Veamos quién es el más rápido – me lanzó agua divertido.

La verdad es que la mañana entre una cosa y otra se me hizo muy amena. A eso de los veinte minutos nos sentimos más cómodos entre nosotros, comenzamos a charlar y jugueteamos como críos en el agua. En ese momento surgió nuestra amistad, bendita sea mi impulsividad. Comenzamos charlando de natación, de sus tiempos, de técnicas, trucos y poco a poco la conversación fluyó de forma natural y derivó en diversos temas. El lunes estaba nervioso, no estaba seguro de si volvería a su mutismo, pero después de un poco de palique banal por mi parte logró coger el ritmo y me acerqué aún más a él. Lo presenté como Dios manda al resto de la cuadrilla para que lo conocieran, lo aceptaran y la atmósfera del equipo mejorara, poco a poco se fue abriendo al resto e hizo buenas migas con un par de mis mejores amigos. Era muy tímido, mucho más que yo, siempre con la mirada huidiza o bien, mirada de asesino, pero siempre con una gran sonrisa y una sana carcajada.

Teníamos interminables conversaciones mientras compartíamos un cigarrillo, marca Winston si era de los míos, los mismos que fumaba mi padre, o marca Fortuna si eran suyos. En esos ratos de intimidad me contó que era español para mi ignorancia, debido a su acento  y aspecto me lo imaginaba de una zona menos ibérica, mucho más exótica y vestido con largas túnicas de jeque árabe. Sus padres de origen israelitas llevaban un lucrativo negocio de coches de alta gama, eran gente con dinero y poderío. Se trataba de una familia musulmana muy tradicional y cerrada, formado por tres hermanos y dos hermanas todos mayores, él era el menor y en el que menos responsabilidad recaía, por lo que gozaba de cierta libertad.  Según me decía con chispa, entre calada y calada, él era un ateo disfrazado de musulmán, no creía en el Corán, le importaba una mierda todo lo relacionado con su tierra y con su religión, con la tradición y con cualquier elemento que tuviera que ver con los moros. Fingía para su familia, yo tampoco me quise meter en esos temas, si él me los quería contar por mi bien, pero no insistí en ello. Con el paso del tiempo se volvió costumbre vernos cada día media hora antes y después de los entrenamientos, no hacíamos nada especial, ni siquiera nos movíamos del recinto de las piscinas, salíamos al jardín y fumábamos entre risas. Hablábamos de cualquier cosa, de las clases, de sus preocupaciones de las mías, de su vida y de cómo se adaptaba. De cinco años para atrás empezaron a mudarse por toda la península y Sharif nunca había sido demasiado bueno contando con las personas, así que en el instituto tampoco se lo pasaba demasiado bien, se metían con él y yo me cabreaba y me daban ganas de meterles una buena paliza a esos mamones.

El martes fue un día muy lluvioso, ya desde que me desperté el día estaba oscuro y húmedo, por la tarde no fue mejor, quizás debido a la  tenebrosidad tan temprana se me antojó que sería un día raro. Me encontré con Sharif directamente en las piscinas y al salir la lluvia era torrencial, parecía el puto diluvio universal. Se descojonó de mi cara de incredulidad y me arrastró  debajo de un tejadillo entre risas donde comenzamos nuestro cotidiano cotorreo y cigarrillos.  Me  sentía extraño, quizás era por verlo tan pálido y helado, con los mofletes colorados, la nariz roja y las manos temblorosas, en lo único que podía pensar era en que quería besarlo y abrazarlo. Nuestra conversación al igual que mi actitud se fue tornando seria a medida que transcurría el tiempo bajo el chaparrón, nos pegamos más el uno con el otro mientras nos pasábamos el tercer cigarro de la tarde. Parecía que él no quisiera marcharse, aunque probablemente era yo quien malinterpretaba la situación pero tampoco hice amago de irme y evitarme los malos sentimientos.

  • ¿Sabes? – me dijo después de un silencio tranquilo– no sé… pero estar… cuando me meto en el agua es… como si fuera una bolsa de té, no sé si sabes lo que te digo… o sea, es… como si todo el agobio, la ansiedad, los malos rollos… todo lo malo en cuanto me zambullo  se fuese… es – sus ojos se posaron en mí con dos grandes coloretes en sus mejillas – es una chorrada – alargó su mano para robarme el pitillo – olvídalo, es una gilipollez.
  • Qué va – le di la última calada al Winston y lo tiré bajo el chaparrón observando cómo se mojaba– A mí me ocurre lo mismo, siento como si me purificara, sabes, o sea, en cuanto estoy dentro ya no pienso en nada más… jobar, yo que sé, como cuando por ejemplo tienes un mal día,  a mí por lo menos al nadar toda la mala leche parece que se me disuelve…. Yo creo que es por el puto cloro que es veneno puro.
  • Qué asco le tienes al cloro.
  • Lo odio – me reí – joder, lo huelo en todas partes ¡es como si viviera sumergido en él! –  Se río un poco conmigo, pero  más tarde empezó a aparecer de nuevo el mismo silencio como si vaticinara algo grande. Dio pequeños saltitos delante de mí intentando quitarse el frío del cuerpo, se frotó las manos y las calentó con la humareda blanca que salió de su boca.  – te estás quedando azul como un pitufo.
  • Joder, es que hace un frío… me estoy helando.
  • Ay moro, moro…  no tenías que haberte ido del desierto… eso os pasa por ir conquistando tierras.
  • Que te den, Alá es grande.
  • Alá será grande pero tus huevos seguro que son como aceitunas– tiré de él con una sonrisa tonta, lo pegué a mi cuerpo y empecé a frotarle los brazos.- chiquititos, chiquititos.- Sharif se rio golpeándome como si estuviera boxeando, me dio dos derechazos en el hombro y un golpe en el estómago. Volvió a calentarse las manos. De pronto me dio un algo por dentro indescriptible, tomé sus manos entre las mías y sonriendo se las froté y las llené con mi aliento, a mí me pareció lo más normal del mundo, sabe dios porque, como si lo hiciera cada día pero evidentemente no lo era. Sharif no hizo amago de apartarse, solo me miró sonriente acercándose más hasta que, unidos por las manos soltó:
  • Es… un alivio estar contigo – un suspiro avergonzado se escapó de su boca– eres mi mejor amigo.
  • ¿Qué? ... – gemí sorprendido. Lo vi acercándose a mí y lo único que podía pensar era en que me iba a besar, oh dios, me iba a besar y estaba deseándolo. Me acerqué yo también esperando sus labios abierto al amor, pero no, no me beso, solo me observó fijamente intentando descifrar mi expresión forzada.
  • Sé que suena raro – se apartó, abrió mucho los brazos y negó con la cabeza – Joder, seguro que piensas que soy un friki… no me conoces y yo diciendo gilipolleces como está – se removió nervioso de un lado a otro en el pequeño espacio en el que nos guarecíamos -
  • No, no, está bien…- pero volví a sentir su negativa -  oye… que este es un momento muy bonito – sonreí  tomándolo de las manos– tú también eres mi mejor amigo.
  • No bromees. – se apartó con brusquedad.
  • No lo hago, lo eres.
  • Venga no mientas, seguro que tienes un montón de amigos mejores que yo.
  • Es en serio… tú y yo hemos conectado de una manera… especial –  pude ver como su expresión se iluminaba - Y eso está bien… hay que hablar, comunicarse y decirse estas cosas… ¿ves?, ahora sabemos lo que sentimos el uno por el otro.
  • Tampoco te pases, pero yo te lo digo de verdad… me gusta mucho estar contigo… … …  me haces sentir bien.
  • A mí me gusta mucho más, te lo aseguro.  – Le sujeté los brazos emocionado acercándolo más a mí, juro que pensé que era algún tipo de declaración amorosa, que me estaba diciendo que me quería más que si fuéramos amigos. Nos miramos por un segundo, esos ojazos grises y fríos se clavaron sobre los míos, se acercó tanto  que pensé que era el momento, pero no, solo me sonrió de una forma muy cálida y sincera, y seguidamente, su rostro se desvió camino a mis labios y se hundió sobre mi hombro para acabar rodeándome con los brazos. La verdad, es que beso o no, yo flotaba en una nube hecha de Sharif, estaba inundado en su aroma, en su calor, en su ropa, en su piel y no pude evitar gemir como una colegiala primeriza. Solo me besó en la mejilla de forma cariñosa, un cálido y amoroso beso que me mareo. Antes de que se alejase un centímetro lo amarré y le devolví el casto beso multiplicado por dos. Me miró divertido, sin pizca de maldad y como si se tratará de un juego él volvió a besarme, yo continué y así estuvimos pasando los minutos entre besos, abrazos y caricias que se antojaban extraños en dos amigos, pero que parecían alejarse del acercamiento que tanto ansiaba. Estaba claro que no había intenciones de amor romántico, creo, yo no me lancé, yo me dejé querer tal y como él quisiera amarme, me daba igual. Al final paramos, las intenciones cariñosas llegaron a su fin y nos sumergimos en otras conversaciones hasta que, fumándonos el quinto y último cigarrillo que coincidió con el escampe de la lluvia regresamos cada uno a su casa.

Puede que Sharif gozase de limpieza divina de espíritu, pero eso no quería decir que yo también lo poseyera. Fue un viernes cuando descubrí que yo también tenía un resquicio de perversidad comparable al peor de los enfermos. Sé que los viernes suele ser caldo de cultivo de revolución hormonal debido a que se acaba la semana laboral, especialmente para los estudiantes, pero ese viernes no era cualquier viernes. Me desperté alborotado, en un estado de celo animal que no había tenido tiempo de calmar obligado por el día tan ajetreado que llevaba. Como de costumbre me encontré con Sharif y estuvimos charlando, pero debido a mi electricidad acabé derivándola hacia el sexo lo que provocó que mi calor interno aumentase.  En medio del agua el asunto no mejoró, no era capaz de concentrarme y lo único que veía eran hombres apenas vestidos, muchachos imberbes que se acercaban a mí para manosearme, contagiados por una euforia incomprensible que no parecía cesar. El entrenador tampoco estaba hoy mucho por la labor, en mitad del entrenamiento visto que nuestro humor no era demasiado profesional nos dejó a nuestro aire y se largó con viento fresco. Craso error, la avalancha humana de hormonas explotó en el líquido elemento, y bajo la fría mirada del socorrista empezó una batalla acuática con grandes dosis de entusiasmo. Una avalancha de cuerpos atléticos cayó sobre mí, tocándome, sobándome y dejándose ellos sobar, notaba sus alientos en mi nuca, y ahí estaba Sharif como uno más con la alegría brillándole en los ojos.  Podía sentirlo más cerca que nunca, observándome con detenimiento, cogiéndome en volandas, permitiéndome manosearlo por mi pervertido yo y lo único que podía pensar era – Por favor, que no note que estoy empalmado-. Ya ni quise ducharme, no podía, si lo hacía reventaría como el chocapic y probablemente acabaría empotrando a alguien contra una pared. Me vestí y me iba directo a casa, a pajearme en mi sucio cuarto como un pervertido más, pero no pude.  Él me lo impidió, Sharif sufrió un ataqué de verborrea justo en la entrada, mientras yo salía me cogió del brazo y habló, habló hasta la saciedad, empezó con cosas livianas y acabó contándome aspectos tan subidas de tono que apenas fui capaz de articular palabra.

Debíamos estar en luna llena, los astros se estaban alineando o incluso un puto cometa estaba cruzando la tierra, pero todo se estaba volviendo salvajemente sexual ese día. En mi opinión era la luna que había puesto cachondo a todo el ser viviente del planeta, no solo a mí, pero ahora mismo era el único maricón empalmado de aquella sala.  Mis compañeros de fatigas chillaban en el vestuario fardando de las bellas damiselas que se trajinarían esa noche, en un ataque de furia sexual empezaron a gritar y corretear desnudos entre los bancos mostrándome sus atributos semi-hinchados, cortándome la respiración. Al otro lado estaba Sharif, con sus penetrantes ojos mirándome con cara de sexo, apoyado contra la pared, en una posición tan erótica que parecía incitarme a violarlo, se acariciaba la barriga con una sonrisa, contándome entre susurros su primera paja a los doce años. Yo morí aquella tarde,  me encontraba en un infierno de pollas, calenturas y dolor de huevos, estático, amarrado a la puerta loco por lo que estaba pasando ante mis ojos.   Con el transcurso de los minutos la atmósfera empezó a despejarse, se calmó el ambiente y todos se fueron menos Sharif que se metió en la ducha después de nuestra despedida.  Y fue en ese preciso instante donde surgió el ser vomitivo que vivía en mi interior.  Lejos de irme me quedé a escuchar cómo se desnudaba, el sonido del bañador mojado deslizándose sobre la piel y cayendo seguidamente contra el suelo, sus pisadas resonando en la sala vacía y luego el agua estrellándose en la ducha. E hice lo que cualquier voyeur perverso sin pizca de ética haría, adentrarme de lleno en el vestuario.  Sabía qué hacía algo malo, joder que si lo sabía, pero hacía un buen rato que toda la sangre estaba estrangulada en mi pene. Me oculté entre las taquillas cual depravado topándome con la bolsa de Sharif y sin saber por qué me puse a rebuscar en ella hasta que surgieron, si lo encontré, aparecieron sus putos calzoncillos. ¿¿ Por qué hacía algo como eso?? ¿¿Qué me llevaba a querer olerlos?? No lo entendía,  jamás entenderé lo que me pasó, me dio asco pero me produjo un placer tan enorme que pensé que me correría en ese preciso instante. Tenía su aroma,  su olor íntimo alojada en mi pituitaria anestesiada por el cloro, el olor de su polla, de él, de su ser más profundo en mi mente, todo yo estaba embriagado por él. Ya ni me sorprendí al sentir que me estaba masturbando, al observar mi grueso falo a punto de reventar en mi mano, grande, rojo e hiriente, pero yo necesitaba más. Total, ¿Qué podía pasar? ¿Qué me llevara un par de hostias? ¿Qué perdiese la relación que tanto me había costado forjar con Sharif? ¿Qué me echaran del equipo? ¿Que llamaran a la policía? No tenía miedo, estaba caliente.

Me escurrí sigiloso hasta las duchas y agazapado, como el más asqueroso de los emponzoñados mentales lo observé. Vislumbre su desnudez, su elegante cuerpo mojado, moreno, brillante y hermoso. El ser más divino, completo y bien hecho que Dios jamás hubiera podido crear.

La melena negra estaba empapada y por ella escurría el agua que bajaba por su espalda, descendía más, recorriendo la forma de sus aterciopelados glúteos y morían en sus piernas. Yo ya me encontraba en un estado desinhibido, con una mano en la pared y la otra sobre la polla, zarandeándola con fuerza, apretujando el mástil enhiesto, empapando mi mano con las gruesas gotas translúcidas.  Estaba tan concentrado que se me cortó la respiración al verlo de frente, ahora, bajo el chorro de la ducha, su rostro se mostraba contraído por el calor del agua, su boca se abría al respirar,   el líquido discurría por la envergadura de su cuello, deslizándose por su pectorales culminados por dos oscuros pezones, caía por el abdomen definido y se estrellaba con el frondoso vello de su entrepierna. Y  bajo el bosque estaba ella, oscura, pequeña y regordeta, descansaba tranquila sin sentimiento alguno de excitación, apoyada sobre los firmes testículos, el rosa cabezón se mostraba orgullosa coronada por la cicatriz de su circuncisión. Yo ya no pude controlarme, y aunque el ritmo de mi mano no aumentó la excitación y la fuerte sensación que me embargaba sí, enloquecí en mi rincón, y con dos fuertes sacudidas noté como me dominaba el orgasmo y exploté, derramándome sobre los grises azulejos del baño

Necesité diez segundos para ser consciente de lo que había hecho, de lo que era, del hediondo y enfermizo ser que había salido de mí interior. Hui de allí conmocionado, bajo un estruendo escandaloso, chocándome con todo, abriendo la puerta con un chirrido y escabulléndome como un ladrón con retraso mental. No puedo asegurar si logré salir de las duchas en completo anonimato. Nada más pisar la calle toda la culpabilidad me golpeó como un buen bofetón en la cara que me impidió pensar en nada más.

Continuará.

Hola, para los que me conozcáis diré: ¡¡He vuelto!! Para los que no, espero que no se les haya hecho demasiado extenso el relato pero soy así de denso, me hago bola. Espero que guste, y también espero sus comentarios y críticas constructivas, a mí personalmente me dan mucho morbo los deportistas y sus relaciones interpersonales, a ver si a vosotros también Un saludo a todos y mucha suerte y besos.   MV