Nada es lo que parece 3

¿Podrá descubrir Luis que está pasando?

CAPÍTULO 5

Mi confianza en Julia estaba muy tocada y eso se resintió en nuestro día a día. Las conversaciones eran respetuosas, pero poco cariñosas. El sexo pasó a ser eso, sólo sexo. Había algo de amor lógicamente, pero siempre que lo hacíamos me preguntaba si realmente era el único que usaba su sexo, o si a Mauro si le daba lo que a mi siempre me negó, su culo.

El invierno ya no golpeaba tan fuerte y poco a poco, la primavera se hacía paso.

No obtuve ninguna prueba de infidelidad en Julia y a ella parecía que se le pasaba el susto. Puede ser que si se relajaba podría pillarle en un descuido.

La relación volvió a lo que era pero los mensajes continuaban y yo los leía todos. O eso creía yo, porque a veces me daba cuenta que Julia había vaciado el chat de Mauro y eso me frustraba.

Una tarde noche cenando, Julia me dijo:

  • Le he dado tu número a María.

  • ¿Qué María? – me hice el despistado pero sabía a quién se refería.

  • Mi compañera, la que se sentó a tu lado en la cena de empresa. Me ha dicho si conocía un fontanero para poner una pila nueva que se ha comprado, y como eres tan manitas, le he dicho que podías hacerlo tú.

  • Pues no se Julia. Mira que si me sale algo mal y le hago una chapuza… - quería quitarme el “marrón” de encima.

  • ¡Que dices! Si la de casa la pusiste perfectamente. Venga, hazle el favor que va muy justa de dinero – suplicaba Julia.

  • Ya veremos.

Al día siguiente me llamó María y me dió su dirección para ver lo que podía hacer. A mí no me hacía mucha gracia pero Julia no paraba de insistir. Yo le pedí que me acompañara, no quería tentar la suerte otra vez. Estaba enamorado de Julia, pero no soy de piedra y María estaba muy buena, la verdad.

Julia declinó mi ofrecimiento de acompañarme diciendo que esa mañana aprovecharía para ir al centro comercial a comprar ropa.

Y allí me planté yo, en el portal de casa de María, un Sábado a las 10.30 de la mañana. No sabía lo como me recibiría María, pero yo entré en su casa como un torbellino. No quería que mi actitud indecisa le hiciera verse ganadora como la vez anterior. Tenia que mantener mi mente alerta para esquivar cualquier intento de acoso.

Entré y ella cerró inmediatamente. Llevaba unas mallas que definían mucho, tanto por detrás como por delante, y una camiseta holgada que no dejaban ver sus tetitas bien puestas. Nada explosiva, de andar por casa. La cosa empezaba bien para mi.

  • Luis, antes que nada, quisiera pedirte disculpas por mi comportamiento el día de la cena de empresa – empezaba bien la conversación.

  • No te preocupes. Lo pasado, pasado - ¿qué podía decir?

  • Si. Me preocupa la opinión que te hayas formado de mi. No soy una… buscona. No se que me paso, pero estaba sola y tú fuiste tan simpático, y Julia ni te miraba. Perdón – realmente parecía afectada.

  • Seguramente sería el alcohol. No te preocupes, de verdad. Dime que necesitas – tenía que cambiar de tema urgentemente.

  • Mira, ven.

La seguí hasta su dormitorio y entramos en el baño de este. Ahí había una pila (la que suelen poner las constructoras cuando te compras el piso nuevo), y a su lado una pila con mueble incorporado.

  • Esta es lo que quiero que metas – y sonrió pícaramente.

Yo no hice caso a la indirecta y examiné el hueco. Podría hacerlo, no era complicado, quitar uno y poner otro. Asegurarlo a la pared y poner los latiguillos del agua. Luego siliconear todo, y listo. Pero no tenía herramientas.

  • No es difícil, pero no tengo herramientas. Tendré que venir otro día.

  • Sin problema. Cuando puedas, ya que me haces el favor…

  • Ok. Pues, ¿Cuándo te viene bien? – pregunté yo.

  • Cuanto antes. ¿Mañana?

  • ¿Domingo? Tengo que hablar con Julia. Ya te llamo luego y te lo confirmo.

Esta conversación ya estaba acabada. Le preguntaría a Julia, pero a mi no me hacía mucha ilusión pasar un Domingo haciendo chapuzas.

  • Si queréis, os invito luego a comer. Me salen unos canelones para chuparse los dedos – por lo menos vendría Julia conmigo.

  • Ya te confirmo luego. Me marcho – me dispuse a darle dos besos.

  • ¿Ya, tan pronto? Tómate algo conmigo. ¿Qué quieres? – no tenía prisa en que me fuera.

  • Un café – algo rápido para no ser descortés.

  • Siéntate en el sofá que vengo enseguida.

Me senté en el sofá del salón. Era pequeño pero bien amueblado y muy coqueto. El sofá no era muy cómodo pero no tenía intención de probarlo mucho tiempo.

Enseguida llego María con una bandeja con mi café, un zumo para ella y dos tostadas con mantequilla. Estaba cambiada. No sabía que era pero cuando llegue no tenía ese brillo en la cara.

Se había perfilado los ojos, creo, y eso le hacía la mirada más felina y atractiva. Me fije más en ella al sentarse conmigo y no llevaba sujetador, aunque no lo necesitaba. Sus tetas eran dos montañitas con una banderita en la cima.

Me sirvió café y me alargó una tostada.

  • ¿Azúcar? – le pregunté.

  • Si. Una cucharada – se acomodó en el sofá y disparó – Tenía miedo al reencuentro

  • Y yo – y aún lo tenía.

  • Es que me gustaste mucho. Y cuando me ofrecí a ti y te fuiste….y me quedé muy caliente y enfadada.

  • No soy de engañar a mi pareja – a ver si le quedaba claro – De todas formas luego ví que bailabas con un compañero.

  • Fue para darte celos. Pero se me fue de las manos. Y estando fuera con él vi que os ibais, y ya no tenía sentido hacer más la tonta

  • Mira María, eres un encanto de chica, y tienes un cuerpazo. Podrías tener a cualquiera a tus pies… – creo que me estaba metiendo en un jardín.

  • Pero a ti no te tengo – dijo apenada.

  • No, a mi no. Yo soy de Julia y a ella le debo un respeto – otra vez aclarando conceptos.

  • Lo tengo claro – agachó la cabeza pensativa.

Parece que empezaba a entender. Por lo visto mi negativa en la cena hizo el efecto contrario al que yo pretendía. En vez de alejarla, le llamé más la atención.

  • Entonces, ¿crees que tengo un cuerpazo? – volvía a la carga.

  • Si. Pero no pasará nada entre nosotros mientras tenga pareja – tenía que marcharme ya.

  • Es que mis primas tienen ganas de verte.

Entonces se levantó la camiseta demostrándome que yo estaba en lo cierto, no llevaba sujetador. María cogió mi mano y la llevo a su pecho derecho. Lo palpé. Era duro y firme, y su pezón cari me atraviesa la mano de como lo tenía. Mi voluntad estaba flaqueando.

  • María para. No quiero hacer esto – intentaba parecer firme.

  • Pues tu amigo no opina lo mismo – mientras acariciaba mi pene.

Lógicamente, mi polla estaba más dura que el acero. No todos los días tiene oportunidad uno de tocar unas tetas que no eran las de su mujer y que, por que no decirlo, eran una delicia.

  • Chupa el pezón, muérdelo. – María no me daba tregua.

  • ¡Que no, ostia!.

Me levanté del sillón con mi polla a punto de reventar y salí de esa casa. Ni siquiera me había tomado el café, pero no volvería para tomármelo. Esta chica tenía un problema, y yo también. Al día siguiente tendría que ir a colocarle la pila aunque, por suerte para mi, Julia vendría también, por lo que no creo que María intentara nada. Le haría la chapuza porque me había comprometido pero después no pensaba volver a cruzar una palabra con María.

Llegué a casa y no había pasado ni una hora. Eran las 11.20 de la mañana y Julia ya se había marchado al centro comercial.

Pensé en llamarla para decirle lo ocurrido, pero prefería contárselo en persona para que viera mi cara de susto.

Al poco tiempo de estar en casa recibí un mensaje de María:

M- Siempre te escapas.

L- María olvídame. No quiero ser infiel.

M- ¿Crees que Julia dirá lo mismo que tú?

L- ¿A qué viene eso?

M- Nada, nada.

Emoticono de cara con beso.

¿Qué significaba eso?. Julia me engañaba. No podía ser otra cosa, y María lo sabía. Los habrá visto en el trabajo o en otro sitio. Tiene que ser en el trabajo porque Julia no va a ningún sitio sin mi. Alguna quedada con amigas a tomar café y poco más. Bueno, y hoy que ha aprovechado mi ausencia para ir al centro comercial a comprar ropa.

Estaba esperando la llegada de Julia para hablar con ella. Estaba algo más tranquilo y el susto era menor. Eran casi las 3 de la tarde y Julia no había llegado. Tenía un hambre atroz y llame a Julia para ver si tardaría.

  • ¿Dime Luis?

  • ¿Vienes ya? Es que tengo hambre

  • Si ya voy. Estoy aparcando.

  • Vale. Voy preparando la comida.

  • Muy bien amor.

Si yo había llegado a las 11.20 y eran las 3 de la tarde, Julia llevaba casi cuatro horas comprando ropa. Era mucho tiempo para comprar y mis alarmas se activaron.

Julia entró con prisa y me dio un beso. Llevaba solamente dos bolsas con ropa. Para haber estado cuatro horas comprando.

  • Has tardado mucho, ¿no? – tenía que saber el porque.

  • No tanto. Me entretuve y salí tarde de casa – me volvía a mentir.

  • ¿A qué hora saliste? – tenía interés en descubrirla.

  • A la 1 más o menos.

Otra mentira más. Siempre me decía la verdad, era la clave de nuestra relación.

  • Pues yo he llegado a las 11.30 y no estabas – ya no podía callarme.

  • Bueno, es que salí pronto pero me encontré con mi amiga Ana y estuvimos un rato hablando.

  • ¿Casi dos horas? – su respuesta no me convencía.

  • Si. Es que hacia tiempo que no la veía. ¿No me crees?

  • Claro que te creo – no podía hacer otra cosa. No podía demostrar si era verdad o mentira lo que me decía Julia – por cierto, mañana tenemos que volver a montar el mueble.

  • ¿Tenemos?

  • Si. Julia nos invita a comer y así me agradece el favor.

  • Perfecto. Pero yo iré a la hora de comer y así aprovecho para limpiar la casa.

  • ¿No podemos ir juntos? – pregunto yo sintiendo que mi plan no funcionará.

  • ¿Y yo que hago ahí? Sería un estorbo

Esto no marchaba bien. No quería volver a estar a solas con María, ya no me fiaba ni de mi autocontrol.

  • Pues limpiamos ahora y así te vienes mañana – yo quería arreglar la situación.

  • ¡Que pesado eres! Acudo luego y punto. – sentenció Julia.

Tampoco entendía porque no se venía conmigo si se lo estaba cadi suplicando. Todo eran conjeturas, pero su insistente negativa, sumado a la mentira de antes, me hacía pensar mal. Siempre pensando mal.

Así que pensé en poner toda la carne en el asador y contarle a Julia lo que había pasado esta mañana en casa de María. O, al menos algo parecido.

  • Mira Julia. Esta mañana María se me ha insinuado y la verdad es que yo no estoy a gusto sólo con ella. Por eso te pido, por favor, que vengas conmigo.

  • ¿Se ha insinuado? – parecía que entraba en razón – Jajaja. ¡ Que macho eres! ¡Ya será menos!. La habrás malinterpretado, María es muy cariñosa.

  • No creo que la malinterpretara – no podía decir más sin ser cauto – Por favor…

  • Tú vas por tu cuenta y yo más tarde – no cedía.

  • Pues entonces, no voy. Le dices que me he puesto enfermo.

  • ¿Tan grabe ha sido?. Voy a llamarla para que me explique.

Julia cogió su teléfono y se salió al balcón para hablar con María. Cinco minutos más tarde entró con cara risueña.

  • Dice que se ha comportado normal pero que tú la mirabas con cara rara. Que sería por algo que ha hecho sin darse cuenta y la has malinterpretado.

  • Entonces no me acompañas – dándome por vencido.

  • No. Acudo luego.

Por la tarde fuimos a pasear y paramos en un bar a tomar un café, compramos cena y fuimos a casa. Después de cenar nos pusimos a ver la televisión un rato. Julia estaba más pendiente del móvil que de la basura que emitían. Volvían sus sonrisas y los tecleos rápidos. Intenté mirar la pantalla y otra vez el maldito Mauro. Un rato estuvieron hablando.

  • ¿Con quién hablas amor? – pregunté esperando una respuesta sincera.

  • Con Mauro, le he dicho que estábamos viendo una peli en casa y me ha dicho que si vamos al pub donde está el.

  • ¿Quieres ir? – la respuesta era obvia.

  • Me apetece. Es pronto aún así que nos dará tiempo. He quedado con él a las 12.30.

O sea que me parezca bien o mal, ella ya ha quedado a las 12.30.

  • Estaba muy a gusto en el sofá contigo, pero vamos. – dije yo sin mucho ánimo

  • Si no te apetece no. – decía mimosa Julia

  • Vamos arréglate!!! Que nos vamos a tomar algo.

  • ¡Gracias cariño! – me dio un beso y salió corriendo hacia nuestro cuarto.

Yo me arreglé rápido y Julia apareció por el comedor diez minutos antes de la hora de quedada. Iba muy guapa. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos con unos tacones altos y una camisa de tirantes holgada. Una belleza de mujer. Tenía suerte de tenerla a mi lado tanto por su cuerpo, como por su forma de ser.

Llegamos al pub pasadas las 12.30 y, nada más llegar, vimos a Mauro. Estaba junto a un grupo de seis personas. Habían tres chicos y tres chicas. Una de ellas era Sara, la mujer/amiga de Mauro.

Nos acercamos ellos y Mauro nos presentó a todos pero ya no se separó de Julia. Sara enseguida vino a hablar conmigo.

  • Hola bailarín. ¿Qué tal estas? – dijo Sara dándome dos besos.

  • Hola maestra – haciendo una reverencia – Pues ya ves. A pasar un rato.

  • Tráeme un gin-tonic, amor – interrumpió Julia viendo nuestro saludo.

Me fui a la barra para pedir las consumiciones y al volver Julia ya estaba bailando. Le acerqué su copa y me situé a su lado para copiarla.

Los minutos pasaban y Julia y Mauro cada vez bailaban más juntos. Otra vez me hacía el vacío.

Yo los miraba y me ponía enfermo. Era una copia de lo que pasó en la cena de empresa. Sara se dio cuenta y vino a hablar conmigo.

  • ¿No te diviertes Luis? – se acerco simulando que bailaba.

  • Pues la verdad es que no. Me estoy preocupando por el rollito de estos dos. Y estoy enfadado -me sinceré con Sara.

  • No te preocupes que Julia parece una tía legal.

No sabía porqué pero Sara me inspiraba confianza. Sería porque no podía hablar con nadie más de ese tema ya que con Julia lo había intentado y me acusó de celoso.

La noche avanzó y los bailes de los “amantes” cada vez eran más arrimados. Llegó un momento en que bailaban cogidos y Mauro le decía cosas al oído, demasiado cerca de su cuello. María, lejos de molestarle, parecía que le agradaba porque no paraba de reír y asentir o negar con la cabeza de manera divertida.

Sara no se separaba de mi lado y me animaba a bailar y a no estar pendiente de ellos pero, ¿Cómo no voy a estar pendiente de mi mujer cuando su jefe/amigo no para de acariciar su oreja y su cuello con los labios?.

En un momento dado, empezó a sonar salsa o bachata o yo que sé que baile latino. De esos bailes que se bailan pegados y que los que saben bailar se lucen mucho. Julia no es que fuera buena bailando, pero tenía ritmo y no lo hacía mal. El que no sabía bailar era Mauro que iba descompasado. Pero a Julia eso parecía divertirle aún más y reía a carcajada limpia.

La cara le cambió cuando él bajó su mano hacía el culo de mi mujer. Ella me miró y yo, en un rápido gesto, desvié la mirada para saber cual sería su reacción. Eta no se hizo esperar. Como pudo subió la mano de Mauro hasta su espalda y éste, no dándose por vencido, bajó la mano otra vez. Pero esta vez no abarcó su nalga como antes. La sitúo entre su espalda y su culo y eso a Julia no le pareció mal. Pero a mí si.

Salí disparado hacia ellos pero Sara me interceptó pidiéndome que me relajara.

  • Tranquilo Luis. No la líes aquí dentro que los de seguridad no se andan con rodeos y a Mauro lo conocen pero a ti no y, seguramente, irían contra ti -trató de asustarme para que no hiciera una locura.

  • Sara, no puedo ver como mi mujer me engaña en mi cara. Yo no soy un consentidor.

Aparté a Sara que se dio por vencida y me dirigí a donde estaba la parejita.

  • Julia, vámonos a casa. – les interrumpí el baile.

  • Espérate un poco que lo estoy pasando bien – me dijo Julia sin mirarme a la cara.

  • Ya lo veo. Pero yo no.

  • ¡Déjame que la noche es joven! – y siguió bailando.

Yo no tenía ganas de ver como me corneaban así que le di las llaves del coche a Julia.

  • Toma. Me voy a casa. No bebas que si no, no podrás conducir.

Mi intención era que se diera cuenta que no era un farol y se viniera conmigo aunque se enfadara. Prefería una pelea que unos cuernos.

  • Vale. No tardo.

Me dejó de piedra. No esperaba que le diera igual. Creía que se enfadaría y nos iríamos o se enfadaría y me diría que nos quedáramos, pero estaba claro mi destino.

Me aleje de ellos y me fui hacia la salida con lágrimas en los ojos. Sara se cruzó conmigo e intentó pararme pero mi noche había terminado.

Cogí un taxi hasta nuestra casa y me puse el pijama. Al tumbarme en nuestra cama me derrumbé. Lloré como un niño. Y lloré por amor, por impotencia y por rabia. Y llorando me dormí.

Me desperté con el ruido de la puerta de casa. Miré el reloj y habían pasado tres horas desde que yo llegué. La infidelidad estaba consumada.

Me hice el dormido para no tener que ver la cara de Julia. Entró despacio al dormitorio, con los zapatos en la mano, dijo mi nombre muy bajito para comprobar si dormía. No contesté. Se desvistió, cogió su pijama y se encerró en el baño. Encendió el grifo de la ducha y salió veinte minutos después limpia de todo pecado. Se acercó despacio a mi y yo, con los ojos cerrados, noté como me miraba fijamente. Me dio un beso en la frente y me dijo:

  • Te quiero.

Y se tumbó en su lado de la cama mientras yo lloraba en silencio. Al momento la oí llorar también. ¿Sentimiento de culpabilidad?. Sinceramente, no me importaba.