Nada es lo que parece 1
Me había dado perfecta cuenta de su turbación cuando en ese preciso instante debía estar viendo como el camisón de Gloria, en su inocente descuido al agacharse, se alzaba por detrás, destapando un redondo, blanco y prieto trasero, galardonado en su centro con una sobresaliente y hermosa vulva...
NADA ES LO QUE PARECE
Apuró hasta el último instante la visión de Gloria ataviada con su camisón transparente y, rápidamente, antes de que ella le viese se refugió detrás de las amplias hojas del periódico desplegándolo para ocultar hábilmente su fulminante erección.
Tuve que haber advertido a mi mujer de que teníamos un invitado. Pero ayer era tarde cuando Arturo y yo llegamos y no quise desvelarla. Al despertarse antes que yo, bajó sin hacer ruido a la cocina a desayunar. Y lo hizo con uno de sus camisones de verano, ligero, breve, traslúcido, y, por supuesto, sin nada debajo. Tampoco se apercibió de la presencia de Arturo en el sofá del salón descansando de su habitual carrera matutina. Él suele levantarse temprano para correr, incluso después de haber trasnochado. Costumbres heredadas de una vida dedicada al deporte.
Así de vaporosa y con sus pechos bamboleándose acudió al frigorífico a prepararse el desayuno. Con la ignorancia de no saberse observada, se agachó con elasticidad de pantera, inclinando su torso hacia delante sin flexionar un ápice sus rodillas. Cientos de veces la había visto adoptar esa postura que le permitía estirar los músculos de las piernas y desentumecer la espalda mientras se entretenía eligiendo algo de fruta y cogiendo la leche. Seguidamente, con la leche y la fruta en cada mano, solía rematar esta genuflexión irguiendo el tronco, poniéndose de puntillas y juntando las piernas extendía los brazos en cruz apretando hasta agarrotar todos los músculos de su espalda, cuello, brazos, muslos y glúteos, quedando éstos tan marcados como los de una bailarina de ballet clásico. Por fuerza Arturo, como espectador de lujo sentado en el sofá justo enfrente de la puerta de la cocina, tuvo que ver esa felina demostración de flexibilidad, y, por fuerza, tuvo que ver como la Madre Naturaleza había sido del todo pródiga con ella, pues el camisón, además de prácticamente transparente, es muy cortito y apenas podía tapar su desprotegida intimidad. Tuvieron que ser impactantes las variopintas y naturales instantáneas que se le ofrecieron a mi afortunado amigo. Sólo había que verle la cara que se le quedó al muy pillo, pues en ningún momento desvió la mirada.
Fueron unos segundos de bloqueo pero reaccionó rápido, e inmediatamente antes de que mi mujer pusiese fin a ese largo minuto de involuntaria exhibición y se volviese, se parapetó detrás del periódico que acababa de comprar y ocultó el bulto que ya se dibujaba visiblemente en el pantalón elástico de deportes que yo mismo le había prestado.
El ruido del periódico al desplegarse hizo que Gloria se volviese bruscamente. Sobresaltada, se quedó un segundo aterrada mirando a la persona que se escondía detrás del periódico y sólo un instante más tarde inició una alocada carrera escaleras arriba pensando que había un intruso en casa. Aterrizó en mis brazos y antes de que pudiera decir una palabra le expliqué que el intruso era Arturo.
En ese momento, mi amigo, haciéndose el sorprendido, bajó el periódico y dijo:
-
¿Qué pasa?, ¡ah! Hola Gloria, …perdona, …¿es que te he asustado?. Lo siento mucho. Estaba leyendo el periódico y no me he dado cuenta de tu presencia.
-
Ehhh, … hola Arturo. No pasa nada. Es culpa de Pedro, que no me dijo nada – dijo escondiéndose detrás de mí.
-
¡Oh!, lo siento cariño. Ayer se nos hizo un poco tarde y no te quise despertar. Viene de viaje de negocios por una semana, así que le he propuesto que se quede con nosotros en la habitación de invitados, al menos este fin de semana. ¿No te importa verdad?
-
Claro que no cielo… ¡Bienvenido Arturo!
-
Muchas gracias Gloria.
Y mi mujer desapareció de nuestra vista no sin antes dirigirme una mirada asesina.
Me había levantado de la cama casi inmediatamente después de ella y salí detrás suyo para avisarla pero llegué sólo unos segundos tarde, los justos para ser testigo mudo de las reacciones de Arturo a la involuntaria exhibición de Gloria. Me había dado perfecta cuenta de su turbación cuando en ese preciso instante debía estar viendo como el camisón de Gloria, en su inocente descuido al agacharse, se alzaba por detrás, destapando un redondo, blanco y prieto trasero, galardonado en su centro con una sobresaliente y hermosa vulva, cuidadosamente depilada, como si fuera el corazón de una diana a la cual hay que alcanzar con un dardo certero. Vi como tragaba saliva y como con la lengua se humedecía los labios inconscientemente.
Desde mi posición en lo alto de la escalera que da entrada a nuestro dormitorio no podía ver a Gloria, pero reconocí el tintineo de las botellas de la puerta del frigorífico y el tararear desenfadado de una cancioncilla que entonaba mi mujer mientras buscaba en la nevera.
La cara atónita de Arturo, su mirada fija al frente y el movimiento de su nuez tragando saliva fue lo que me dibujó la escena que se debía estar ofreciendo ante sus ávidos ojos.
Yo era, a diario, el único espectador que disfrutaba de ese exclusivo saludo matinal al nuevo día en forma casi de danza tribal, con el que Gloria me regalaba la vista antes de ir a trabajar. Varias veces después de este breve espectáculo, me había arrimado a su cuerpo con todo mi ser pegando mi hinchado miembro a su hipnotizante retaguardia para penetrarla inmediatamente contra la puerta de la nevera.
A pesar de llevar varios años casados y unos cuantos de noviazgo, mi mujer me tiene hechizado. Me reconozco adicto total a ella. Intento complacerla en el más mínimo detalle y estoy atento constantemente a sus sugerencias colmándola en lo posible con todo lo que puedo darle, incluso en muchos de sus tontos caprichos. Yo, sin ánimo de presumir, creo que recibo lo mismo de ella y a su lado me considero el hombre más feliz del mundo.
Como ejemplo de su dedicación a mí os contaré como recuerdo aún la sensación de vértigo que experimenté por primera vez cuando, para mi cumpleaños, Gloria se depiló el sexo totalmente como regalo y, antes de salir a cenar, me llamó desde el dormitorio. Al entrar en el cuarto, me encontré con una estampa inolvidable. Ella desnuda y de rodillas en la cama con su grupa apuntando directamente hacia mí. Su pecho desnudo y generoso reposaba sobre el colchón. Su salvaje melena azabache extendida a lo largo de su sinuosa espalda. Mantenía juntas sus estilizadas piernas que, rematadas por unos elegantes zapatos de largos y finos tacones adornando sus pies, daban cierto aire de decoro y elegancia a tan atrevida postura más propia de una ramera desvergonzada que de una respetable mujer casada. Aquella escena fue suficiente para provocarme una erección inmediata y, así, totalmente ofrecida, me preguntó moviendo traviesamente los pies si me gustaba su nuevo “corte de pelo” . Caí de rodillas rendido ante semejante ofrenda, y, como toda respuesta, hundí mi rostro en sus nalgas serpenteando con frenesí mi lengua y deleitándome con la tierna pulpa de esa fruta de la pasión hasta saciar mi sed con su rico almíbar. Inmediatamente después desenvainé mi arma y entré a matar hundiendo de un certero golpe mi palpitante estoque en aquella vulva rosada desprovista de su mata natural. Qué suave y acogedora estaba su cueva, la sensación de gozo fue tal que en apenas un minuto y después de culeadas frenéticas y golpes de cadera arrítmicos le vertí todo lo dentro que pude mi abundante torrente.
Aquella noche, durante la cena en el restaurante, estuve continuamente metiéndole mano por debajo de la mesa, palpando la sedosa piel de sus muslos hasta conseguir alcanzar su barbilampiña entrepierna desprovista de prenda alguna por expresa exigencia mía. La rigidez de mi miembro durante toda la cena no tuvo atención por su parte pero fue recompensada con creces luego ya en casa. Esa noche hicimos el amor no me acuerdo cuántas veces hasta terminar agotado casi al alba.
A partir de ese día, ella, como amante esposa que es, atendiendo mis exigencias, o, más bien mis súplicas, cuida la estética de su intimidad al máximo.
Por eso mismo, no podía echárselo en cara a Arturo. La culpa fue mía. Además ¿quién no se hubiera empalmado con semejante escena? Bastante autocontrol había demostrado.
Bajé al salón mientras Gloria se quedó en la habitación vistiéndose.
-
Lo siento, tío, creo que deberías haberle avisado ayer. Se ha llevado un susto de muerte y además tenías que haberte asegurado si quería tener invitados. Tenía cara de no estar muy conforme.
-
¡Bah!, no te preocupes. Está enfadada, sí, pero por el susto nada más y porque la has visto en camisón.
-
Luego me disculparé de nuevo.
-
No le des más importancia.
-
Ya, pero para ella puede ser incómodo, ¿no?
-
Pues no lo se, pero para ti seguro que lo es, vas a perforarme el pantalón de deportes que te presté – le dije quitándole el periódico y dándole con él un golpecito en su rampante cipote.
-
¡¡JODER!!
-
Já, já, jaaaaa- me descojoné de él.
-
Mierda tío,…
-
¿Estás empalmado aún verdad?, porque como sea este tu tamaño habitual me pensaré mejor eso de que te quedes en mi casa todo un fin de semana, cabronazo salido- me descojoné de nuevo.
Arturo se puso colorado de vergüenza y no sabía bien qué responder.
-
Coño, lo siento de verdad tío, no he podido evitarlo. Debe ser que como acabo de volver de hacer deporte estoy con la energía subida.
-
Será eso,… o será la visión del coño de mi mujer, que también es muy posible…
-
¿Cómo?...
-
¿Te crees que no me he dado cuenta de cómo la mirabas? Tranquilo hombre, no te culpo, está irresistible con esas ropitas que se pone para dormir, ¿verdad?
-
Ya lo creo tío, está de puta madre chaval – admitió
-
¡¡A QUE TE SUELTO UNA HOSTIA MAMÓN!!.
-
Hey, hey, vale, tranquilo tío, perdona, creía que…
-
Era broma gilipollas…ja, ja, jaaaaa...
-
Pero mira que eres cabrón,…, paso de ti,…, me voy a duchar.
-
Sí, sí, vete a duchar que falta te hace, pero con agua fría,… – reí haciendo un gesto con la mano como si apuntase el chorro de la ducha a mi entrepierna.
En ese momento bajaba Gloria por la escalera justo para ver el gesto maleducado que con su dedo corazón me dedicaba Arturo como toda respuesta a mi último comentario.
-
¿Qué pasa?
-
Nada cariño. ¿Estás enfadada?
-
Hombre, me levanto de la cama y me encuentro un tío en el salón. El susto ha sido tremendo. Eso por no decir que iba en camisón y que se me ve casi todo.
-
O sea que, aparte del susto, lo que te ha molestado de verdad es que te viera en pelotas, ¿no?
-
Bueno, no ha podido ver mucho, salí corriendo a toda leche.
-
No estaría yo tan seguro. Creo que nuestro amigo se deleitó contemplándote unos segundos mientras te entretenías en la nevera.
-
¿Tú crees? A decir verdad me pareció un poco falsa su respuesta de que no se había dado cuenta de nada. ¿Y tú porqué lo crees?
-
No lo creo, lo se. Le pillé con la mirada absorta en dirección a donde tú debías estar en ese momento agachada delante de la nevera.
-
¿Y porqué no le dijiste nada?, ¿y porqué no me avisasteeeee?...
-
Fue muy rápido cielo, y no me dio tiempo a reaccionar siquiera, sólo pude observar la cara de bobo de Arturo y pensar: “pero mira que cabroncete…”
-
¡Cielos!,…, ¿sabes acaso lo corto que es ese camisón?
-
¿Qué si lo se?, me lo conozco de memoria, cariño. Digamos que dejan muy poco espacio para la imaginación.
-
O sea, que me ha visto todo, todo… ¿no?, joooodeeeer, ¿y… tú no dices nada?
-
¡Caray!, tampoco es para tanto, no vamos a hacer un drama por esta tontería, Arturo es como de la familia.
-
¿Ah sí?, entonces eso le da derecho a que me vea el culo, ¿no? – ironizó - Qué vergüenza, pensar que ahora voy a tener que conversar con él cuando me ha visto así de…de…no se… de expuesta.
-
Se dice sexy, provocativa, arrebatadora... Creo que le procuraste un magnífico plano de tu tierno conejito asomando de su madriguera para saludar el nuevo día.
-
¡¡No seas imbécil!! ¿qué va a pensar de mí?
-
¿Pensar?, ¿pensar?, ¡¡bufff!! Pues no se, pero me imagino que, por lo que tarda en ducharse, te va a tener en mente durante un rato. JÁ, JÁ, JÁAAA
-
De verdad que cada día estás más salido.
-
Y tú cada día estás más buena – le dije atrayéndola hacia mí por el culo y besándola - ¿En qué va a pensar Arturo después de haber visto este culo y el tesoro que esconde?, pues en que soy muy afortunado y en lo que pensaría cualquier hombre,… ya sabes... Y, la verdad no le culpo, eres espectacular y seguro que ahora mismo tiene que estar relajándose de alguna manera rítmica digamos....
-
Vale ya por favor, no sigas.
-
De todas formas, Arturo te ha visto mil veces en bañador y con la lencería más atrevida cuando desfilabas y aún éramos novios. Acuérdate que fue él quién nos presentó y que se casó con tu amiga Amanda, maniquí como tú. Recuerdo la de veces que tanto él como yo os hemos visto desfilar juntas. Está más que acostumbrado a ver mujeres hermosas.
-
Pero no es lo mismo verme en bikini o ropa interior y desfilando junto con otras chicas y de forma impersonal para cientos de personas que en mi propia casa y casi sin nada encima.
-
Lo se, tuvo que ser grandioso. Espero que no me de de sí los pantalones cortos que le presté.
-
¿No me digas que estaba empalmado?
-
Como un burro. ¿Porque te crees que disimuló con el periódico?
-
Claro, qué tonta, ahora caigo, ni siquiera se levantó del sofá para saludarme.
-
Normal, con el brazo de gitano que casi le asomaba por la cinturilla del pantalón…,
-
¿De verdad?...¡Anda ya!, exagerado…
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De eso nada. No debería decirlo, pero parecía que había salido a comprar el pan y traía la barra escondida …
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Qué bestia eres. Además, tú no tienes nada que envidiar a nadie bobo.
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Eso creía yo pero ya ves…, y además el muy cabrón es de reacción rápida, no ha debido tardar ni medio minuto en desplegar el mástil e izar bandera.
-
Bueno, vale ya. ¿Y con este par de salidos voy a tener que convivir un fin de semana?
-
Eso parece mi vida, je, je, je…
-
Mejor será entonces que empiece el día desayunando fuerte.
Se dirigió a la cocina a preparar el desayuno para los tres y me pareció advertir un leve gesto de orgullo. Me imaginé que, después de todo, el que hubiese captado la atención de Arturo alimentaba su ego, por otra parte, algo dormido después de varios años sin desfilar y sin provocar la adulación del público masculino que frecuenta las pasarelas.
Al principio de salir juntos, cuando la veía desfilar no toleraba bien ver a tanto salido babeando con el cuerpazo de mi novia. Igual me ocurría cuando íbamos a la piscina y captaba la atención de los allí presentes y eso que sólo usaba recatados trajes de baño por no llamar la atención. Más de una vez puse cara de mala leche a algún mirón.
Presentía, a mi pesar, que mi novia hacía correr ríos de semen en su honor cada vez que desplegaba toda su sensualidad en las pasarelas.
Recuerdo un día, ya casados, paseando por una calle comercial, nos detuvimos ante el escaparate de una tienda de muebles. Anunciando las cualidades magníficas de un tipo de colchón aparecía el cuerpo desnudo y estilizado de una mujer de lado y vuelta de espaldas. Gloria me dijo que era ella, que era una foto de hacía tiempo y que ya casi ni recordaba. Estaba impactante, daban unas ganas terribles de follársela, de hecho había un par de caballeros que disimuladamente mientras sus mujeres no les veían se deleitaban con la contemplación de la foto. Seguro que esa noche cuando se acostaran y atacasen con diferente ansiedad la retaguardia de sus esposas pensarían en la retaguardia de la chica de la foto, o sea, en el culo de mi mujer. ¡¡Coño!!.
Aunque no es una mujer que le guste llamar la atención en su forma de vestir, que nadie se haga idea de una Gloria mojigata en la intimidad. Su recato no significa que no sea una mujer apasionada. Todo lo contrario. Hace gala de una maestría consumada en el arte de la sensualidad propiciando el ambiente perfecto para hacer el amor. Asimismo, su destreza natural en el sexo, la convierten a mis ojos en la perfecta compañera de cama. Especialmente destacaría el don natural que tiene para el sexo oral y que la convierten en una consumada “ felatriz ”. ¿Don natural?, nos gusta engañarnos a nosotros mismos. Nadie nace sabiendo y lo que yo concedía un don natural, igualmente me inspiraba fundadas sospechas de cómo había podido adquirir semejante pericia. ¡Qué más da! – me consolaba yo mismo - si ha chupado unas cuantas pollas antes que la mía, gracias a eso yo disfruto de su saber hacer. Merced a algún amante precoz habrá aprendido a cómo hacer que la felación sea más larga retrasando mi eyaculación, merced a alguno con más aguante habrá aprendido a estimular las zonas precisas para acelerar el final y merced a alguno o algunos cuantos afortunados habrá aprendido a volverme loco cada vez que engulle mi miembro y no para hasta saborear y tragar todo mi elixir. Por que sí, Gloria traga siempre mis eyaculaciones provocadas por su dulce boquita y sin que yo se lo haya pedido nunca y eso no lo hacen muchas mujeres. Lo traga con tal soltura que yo creo que ha debido tener muchas catas de diferente sabor y acidez previas a las mías. ¡Malditos cabrones afortunados, espero que no hayáis sido muchos!
De su vida anterior, apenas sabía lo que ella me había contado y nunca insistí en conocer su pasado. Por ella me enteré que, antes de conocerme, había tenido sólo un novio serio durante dos años y varios poco serios antes, durante y después de esa relación. A veces he pensado en ese “durante”, porque eso significaba que le había encasquetado unos lindos cuernos a su novio serio. ¿Me lo dijo sólo para prepararme por lo que me pudiera pasar? ¿Podría ya haberme hecho ella lo mismo?, desde luego por falta de proposiciones no sería. No quería dudar de ella y que eso fuese el germen de algún malestar, pues no tenía el más mínimo indicio de deslealtad. De cualquier forma, si lo hubiera hecho no me hubiese enterado pues nuestra libertad, como dije, es absoluta. Ella es una persona adulta, responsable y sobretodo libre para valorar si quiere tener una aventura o no. Lo mismo que yo.
Nunca le hice preguntas insidiosas surgidas de los inevitables celos.
Me fui acostumbrando a esas situaciones aunque no del todo. Por eso me molestó un poco la reacción de Arturo, pero como lo había presenciado tantas veces en otros hombres ya tenía piel de lagarto y además era mi amigo, en el cual confiaba plenamente.
El estar casado con una belleza así conlleva ese estado de alarma y sospecha continua.
-
¡Energyman!. El desayuno está preparado. Pasa bien la ducha por los baldosines de la bañera y échale bastante agua a los grumos blancos que chorrean que si no luego se queda todo pegajoso y es un asco – bromeé de nuevo tocando la puerta del baño con los nudillos.
-
¡Véte a cagar, gilipollas!
Arturo y yo teníamos la confianza suficiente para hablarnos de esta guisa y las bromas pesadas y lenguaje un tanto soez entre nosotros eran normales.
Arturo. Leal en la amistad, espíritu altruista y con un grandísimo corazón que entregó sin reservas a Amanda. No atendió a razones de nadie cuando le dijimos que esa mujer no le convenía. Ella era una de esas rubias fieles al canon de belleza anglosajón, de llamativos ojos azules y cuerpo perfecto. Fabricada artificialmente desde su adolescencia para ser una “ Barbie ”, a sus 15 años ya había firmado su primer contrato profesional como modelo. Nadie que viese sus fotos de aquella época hubiera imaginado su edad. Tal era su desarrollo corporal que compartía pasarela con modelos de edad muy superior. De descendencia estadounidense, su padre era un alto mando de una base militar en España, y su madre la reina de la belleza de un pueblucho del interior de Estados Unidos. Sencilla y típica historia americana. Colmaron de caprichos a su única hija malcriándola desde pequeñita.
Ya antes de casarse los coqueteos y escarceos de Amanda estuvieron a punto de dar al traste con la relación, pero ella siempre supo hacerse perdonar por Arturo. Consiguió casarse con él, a todas luces asesorada por sus padres que veían en su futuro yerno el mejor partido para su hijita, ya que era dueño de una de las inmobiliarias más importantes del sur de España. Los frecuentes viajes de trabajo de Arturo daban toda la libertad a Amanda que nunca le acompañaba por que siempre tenía alguna gala o inauguración de algún sitio de moda o algún trabajo esporádico de modelo aunque ya no ejercía como tal desde hacía un par de años. Las infidelidades no tardaron en aparecer.
Pero, tras tres años de negarse a la evidencia y de cerrarse a los consejos de sus más allegados, por fin él se hartó del pendón con el que se había casado y se divorció, costándole el piso de la ciudad y alguna que otra propiedad en la costa, además del incalculable golpe anímico.
Llevaba un año alejado de ella y aún tenía recaídas que intentaba disimular. Me fastidiaba ver como mi amigo, un hombre joven y bien parecido que lo tenía todo en la vida estaba tan perdido. Yo sabía de las infidelidades de Amanda por boca de Gloria y creo que era lo más parecido a una ninfómana que haya visto. Según Gloria, no había compañero masculino de pasarela al que no se hubiera trajinado. Esta fue una de las razones por las que Gloria y ella se fueron poco a poco distanciando. Gloria no quería ser cómplice de sus aventuras.
Más tarde me enteré por boca del propio Arturo que tuvo que tragar con muchas de sus infidelidades y hacer la vista gorda por no perderla, hasta que ya no aguantó más y le planteó la separación.
Jamás le confesé a Arturo, ni por supuesto a mi mujer, que una de las aventuras de Amanda había sido conmigo, y no sólo una vez si no varias. La carne es débil, y la del hombre cuando se siente tentado mucho más. Caí en sus jueguecitos de seducción y cobardemente me rendí a sus caderas un día que coincidí con ella en una feria del automóvil en la cual trabajaba como relaciones públicas para una conocida marca de coches deportivos. No había hombre que no posara sus asombrados ojos en ella. Un espectacular y ajustado atuendo, su flamante melena rubia ondulada, su radiante sonrisa, sus ojazos azules y la distancia de ambos con el hogar hicieron el resto.
El físico de Amanda es perfecto. Expele sensualidad por todos sus poros. La atracción puramente sexual que emana esa mujer está fuera de lo común, su tono muscular perfectamente en forma, sus gestos, su manera de andar, en fin, es imposible explicarlo, toda ella irradia magnetismo. Un cuerpo así junto con una personalidad extrovertida como la suya es una bomba de relojería.
A ella le debo la primera y única penetración anal que he hecho. Su culo perfecto se abrió a mí como la mantequilla. Casi no me lo creía cuando me lo pidió. No perdoné la oportunidad y le entré por detrás como un tren de mercancías entra en el corazón de una montaña a través del oscuro túnel. ¡Como gemía la muy puta! Como un loco poseso mi pistón hizo su cadencioso y tunelador trabajo en tan estrecho agujero, sin preocuparme un segundo que la carne que estaba mancillando tan concienzudamente y sin piedad era coto reservado de mi amigo. Así fue como di por culo a Amanda.
Cuando lo recuerdo pienso que soy un cabronazo. Cuando Arturo me hablaba de su ex y de lo desleal que había sido y la mandaba a tomar por culo en voz alta, yo me remordía para mis adentros pensando “no te preocupes por eso que ya me he encargado yo”
Al menos me queda el consuelo de haber cortado por lo sano aquella aventura que me dio muchos quebraderos de cabeza y que a ella no pareció importarle lo más mínimo, pues probablemente ese mismo mes ya tendría otro enfebrecido amante entre sus piernas.
Cuando Arturo me dijo que estaría por Madrid unos días rápidamente le invité a quedarse en casa y aceptó gustoso.
Era sábado y Arturo nos invitó a cenar en un restaurante hindú que conocía. Los tres nos pusimos guapos y nos fuimos en mi coche.
Gloria nos sorprendió a ambos arreglándose de tal manera que era imposible que pasara desapercibida para cualquier bicho viviente.
Aprovechando la temperatura veraniega que ya teníamos para ser mayo, su atuendo consistía en una elástica minifalda verde estampada con margaritas que se le ajustaba al medio muslo realzando sus caderas y sus glúteos de forma deslumbrante. Una amplia blusa de seda blanca no era capaz de disimular su generoso busto que se mecía suavemente al ritmo que le marcaban los pasos decididos de sus elegantes zapatos de alto y fino tacón. Sus pezones tensaban la seda de la camisa aún estándole holgada. Si lo que quería era llamar la atención a fe mía que lo iba a conseguir.
Su culo alzado era perfecto, el tono muscular de sus glúteos redondeaban la elástica minifalda. Era tan perfecto que de repente me asaltó una duda, no conseguía vislumbrar el relieve de sus braguitas. Debía haberse puesto una mínima tira elástica que a veces suele usar con los vaqueros, pero no estaba seguro. ¡A lo mejor no llevaba nada debajo! Diciéndole lo hermosa que estaba y dándole las gracias en nombre de los dos por haberse arreglado de esa forma tan exuberante la besé y le acaricié el trasero hasta que dí con la tira de lo que sería una de esas mini tangas que rara vez usa y le di un pequeño estironcito. Me quedé más tranquilo y se lo dije mientras bajábamos las escaleras de casa y Arturo hablaba por el móvil.
-
Cariño, vaya susto, creía que no llevabas bragas.
-
Vaya preocupación la tuya, ¿cómo no voy a llevar bragas?
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No se, te has puesto tan sexy que igual…
-
Ahora te preocupas por que tu mujer salga a la calle sin bragas y esta mañana te ha dado igual que me vieran todo, ¿en qué quedamos?
-
Pues hombre, lo de esta mañana ha sido un incidente simpático pero eso no significa que me agrade que vayas enseñando el potorrito a diestro y siniestro.
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¿No te gusta cómo me he vestido?
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Claro que me gusta, a mí y a cualquiera
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Incluido Arturo, ¿no?
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A ese más que a ninguno, ya le has alegrado la mañana y ahora le vas a alegrar la tarde.
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Pues que así sea.
-
Pero bueno, ¿qué te propones…?
-
…nada…- me sonrió pícaramente.
Justo cuando nos sentábamos a la mesa y antes de taparse con el largo mantel se marcó un cruce de piernas espectacular que captó la atención de todo aquel que se encontraba en el salón. La minifalda se le subió casi hasta la cadera, dejando claro a los allí presentes quién marcaba estilo en aquel lugar. No hizo falta llamar al camarero, se presentó ipso facto con una sonrisa de oreja a oreja.
Gloria quedó franqueada por Arturo y por mí de tal forma que acaparábamos casi toda su atención e impedíamos que el resto de comensales tuvieran vista directa a sus encantos.
Me estaba dejando alucinado. Gloria poquísimas veces se vestía de forma tan sugerente, lo que no significaba que no tuviera ropa para tal fin. Había aparcado su aire recatado y mostraba todo lo que podía sus esplendorosas piernas. Su escote sin ser descarado, mostraba el angosto desfiladero a través del cual cualquier explorador avezado soñaría con aventurarse. Tan avezado como el insistente camarero hindú que no perdía detalle cada vez que venía a atendernos.
A tenor de la solícita conducta del joven camarero, Arturo hizo un comentario gracioso sobre su excesiva amabilidad cuando venía a la mesa con la cada vez menos disimulada intención de admirar la belleza que allí se sentaba. Los tres reímos el comentario y Arturo no desaprovechó la ocasión para alabar la belleza de Gloria.
Adoro esos manteles largos de algunos restaurantes que dan esa sensación de confort e intimidad al saberte menos observado, y que ese día me permitió deslizar varias veces mi mano derecha por la piel sedosa de Gloria. Su accesible minifalda permitió que mis dedos traviesotes juguetearan con su pubis e incluso con la hendidura de su rajita, inocentemente defendida por un minúsculo triangulito delantero de debilísima tela. Pero ella no me dejó ir más lejos y apartó mi mano discretamente. Creo que si en ese momento me hubiera sincerado con Arturo y le hubiese confesado mi necesidad de deslizarme bajo la mesa para arrodillarme ante Gloria, me habría entendido perfectamente. Hubiera podido pues, como reptil libidinoso, enroscarme entre sus piernas y separándoselas ascender por ellas hasta introducirme bajo su falda y con mi lengua, aunque no bífida sí experta, invadir su intimidad. Mi cerebro trabajaba enfebrecido, me imaginaba la cara de Gloria intentando contener sus espasmos de placer mientras yo le procuraba una sucesión de orgasmos frotando mi lengua pulposa contra su sexo, celebrando nuevamente la consagrada hermandad entre sus órganos y los míos, mi lengua y su vulva, mis labios y su clítoris. Estos pensamientos hicieron que el estado de excitación de mi vástago alcanzase su máximo esplendor. Afortunadamente, el largo mantel me protegía. Gloria, adivinando mi estado, palpó mi enhiesto pene por encima del abultado pantalón como para constatar que me tenía como ella quería y bajo su control. O quizá, lo hizo como respuesta a mis anteriores caricias, como las palmadas que se propinan al perro fiel que está ansioso de la caricia de su amo y que a lametazos reclama su atención: - ¡¡Tranquilo, tranquilo, luego te suelto y te desfogarás!!-, fue el mensaje que quise interpretar.
El caso es que me quedé con el morcillón henchido de sangre y a punto de estallar. Mantuve el garrote como una piedra durante casi toda la cena, sin mostrar fatiga, ansiando el momento de llegar a casa y liberar a la bestia. Cuando estábamos en los cafés al fin noté que aflojaba un poco.
Pero en ese momento un detalle sin importancia iba a cambiar el desenlace de esa noche. Gloria se quitó el reloj de pulsera, regalo de aniversario, que adornaba su muñeca izquierda y lo dejó en la mesa. Arturo lo tomo para observarlo mejor y comentó mi buen gusto eligiendo este reloj de fina pulsera dorada y que tenía en vez de esfera una especie de óvalo de fina piedra negra. Se asombró de lo corta que era la cadena, pues la muñeca de Gloria es realmente fina y recordé que tuvimos que retocarla en el joyero para ajustarla a su medida.
En ese momento, mientras Arturo jugueteaba con el reloj entre sus dedos, le susurré sonriendo una cosita divertida a Gloria pero Arturo se percató.
-
¿Qué secretitos os traéis entre manos?
-
Nada, una tontería mía sin importancia – comenté.
-
¡Anda ya! Suéltalo ...
-
No se cariño, ¿tú que piensas?, díselo tú si quieres – dije con la total seguridad de que ella iba a rehusar.
-
Pues Miguel piensa…- y en ese momento Gloria, para darme escarmiento por todos los comentarios parecidos que le había hecho todo el día, hizo una pausa mirándome fijamente con una cara terriblemente pícara y gozando de mi perplejidad por haberla retado de esa forma continuó – pues que…, en fin…, no debería decirlo yo pero cree que tampoco la pulsera del reloj abarcaría tu pito, je, je, je…
-
Coghh, coghh,.. ughhh,… - Arturo se atragantó con el café.
Me quedé flipado, jamás hubiera pensado que tuviese el coraje de decirlo, me puse colorado como un tomate pero el color de Arturo era también el de las amapolas en primavera. Gloria se partía de risa con nuestras caras.
-
Perdona Arturo – tomé la palabra – era una broma absurda y sin importancia que se me ha ocurrido al verte esforzándote en cerrar el reloj alrededor de tus dedos.
-
Sí, sí, pero me ha precisado que el grosor de tu miembro es mayor que el de mi muñeca, pero no con esas palabras precisamente, de hecho sus palabras exactas han sido: “con el rabo que se calza el colega reventaría la cadenita” insistió Gloria dirigiéndome su mirada - ¿o no?–
-
Vamos a ver, era solo una broma, nena, nada más, y el que haya usado esas palabras pues son las habituales con las que Arturo y yo bromeamos, ¿verdad tío?
-
Pues claro, no pasa nada – intentó suavizar Arturo que hasta ese momento había permanecido callado. Pero no dio carpetazo al asunto y añadió gracioso – Miguel y yo siempre bromeamos así pero lo que no se es cómo puedes saber eso, ¿es que me has visto el nabo?
-
Pues no ni quiero, gilipollas, pero era una broma, ¿no?
-
Ahh sí, ya caigo, el incidente de esta mañana con el culotte elástico que me has prestado para correr. Esas prendas las carga el diablo, te delatan con facilidad. Por cierto Gloria, llevo buscando todo el día un momento para disculparme contigo por lo sucedido, de verdad que siento haberte asustado de esa forma.
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No te preocupes Arturo, la culpa es de Miguel por no avisarme y sí que fue un poco embarazoso para mí saber que me habías visto casi desnuda.
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Lo imagino, por eso reitero mis disculpas, y porque yo mismo podía haber evitado esa situación esta mañana habiéndote saludado nada más verte bajar por la escalera, pero no lo hice.
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Y… ¿porque no lo hiciste? – pregunté yo acusadoramente.
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Pues sinceramente macho, por que me pudo el morbo. Mi pene sólo exteriorizó lo que yo pensaba en ese momento y es que, ¡joder Arturo!, tienes por mujer una belleza.
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No te preocupes Arturo, ya ha pasado y tú deja de ponerle en una situación incomoda – me criticó Gloria que asombrosamente había superado totalmente el momento embarazoso de la mañana con toda entereza. Y añadió para terminar:
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Bueno, estoy rodeada por dos hombres atractivos cuyo sentido del humor es estupendo – me miró – y cuya forma física es envidiable para muchos – y miró a Arturo.
Reímos abiertamente el comentario de Gloria aunque a mí me tocó el premio de consolación.
-
Hablando claro, ahora que ya nos hemos sincerado, has dejado a mi maridito tan asombrado por tu tamaño que lleva todo el día machacándome con bromitas por el estilo. Y como está un poco salido, o mejor dicho, más salido que un presidiario de permiso, se imagina que con esos comentarios consigue entonarme.
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¿Y no es así? – preguntó Arturo
-
Pues no mucho vaya. Lo único que ha conseguido esta vez ha sido despertar mi curiosidad.
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PERO BUENO – levanté la voz – QUE ESTOY AQUÍ, ¡¡COÑO!!
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No te pongas así, sólo que me gustaría comprobar por mí misma que lo que dices es cierto y que no es una exageración tuya.
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¿Tú que dices Miguel?, ¿has exagerado? – me preguntó Arturo.
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Yo digo que os vayáis los dos un poquito a la mierda.
Se descojonaron de mí y me percaté que Gloria había estado vacilándome y que Arturo le había seguido el rollo. Ella para picarme un poco más siguió divertida bromeando:
-
O sea, que estoy como un portero de fútbol en la portería, con un palo a la derecha y otro a la izquierda – dijo la muy guasona y pegó un tirón hacia arriba del mantel de la mesa para descubrir las piernas de todos nosotros.
En esos dos o tres segundos hasta que el mantel volvió a caer lentamente como un paracaídas sobre nuestros regazos, pudimos contemplar Arturo y yo otra vez su precioso cruce de piernas y ella ver dos falos rígidos tensando la tela de ambos pantalones y, claro, quedarse estupefacta, pues no se lo esperaba.
Se hizo el silencio y Gloria miró fijamente la mesa por que no sabía que hacer.
-
Pues ya sabes lo que sienten los porteros de fútbol…- dije.
Las carcajadas de Arturo y mía fueron escuchadas en todo el restaurante y la gente se giró para ver qué pasaba. Al final, Gloria también se unió a nuestras risas pero no muy decididamente. No se esperaba que estuviésemos empalmados como burros.
-
Bueno cariño, si ya está satisfecha tu curiosidad, pues has visto lo mismo que yo esta mañana, os propongo que nos vayamos a casa a terminar la noche con una copita en el jardín. Hace una noche estupenda, ¿qué os parece?
-
Bien…, bien - musitó ella que no estaba aún repuesta de la sorpresa.
-
Aprobado por unanimidad – dijo Arturo – En cuanto nos traigan la cuenta y la sangre vuelva a su sitio nos levantamos y nos vamos – me guiñó un ojo y otra vez nos descojonamos.
Una vez en casa, salimos al jardincito a disfrutar de la noche más que primaveral que anunciaba la próxima llegada del verano. Nos pusimos cómodos en las tumbonas del jardín y nos servimos una copa.
Situada en la hamaca del centro pudimos disfrutar ambos las espléndidas vistas tanto del cielo estrellado como de las largas piernas de Gloria, ya que, descalzándose, se tumbó cuan larga era en la hamaca y de vez en cuando recogía las piernas hacia su pecho o las cruzaba desenfadadamente una sobre la otra, la otra sobre la una. Desentendiéndose por completo de la posición en que quedaba su minifalda.
Empecé a pensar que se estaba exhibiendo ante nosotros dos.
La tenue luz amarilla que arrojaba el farolillo de celosía decorativo que compramos en un viaje al Sáhara, apenas penetraba la penumbra de la noche. Esa luz macilenta no nos permitía distinguir más que la silueta de nuestros rostros pero proyectaba en los muslos de Gloria unos reflejos hipnotizantes, sensuales y del todo cálidos. Figuritas arabescas de luz bailaban por sus piernas con sus movimientos. Me di cuenta que Arturo intentaba no perder detalle. Gloria lo tenía atrapado con sus encantos.
No es de extrañar. Arturo llevaba sin probar las mieles de una mujer más de dos meses según él mismo me había confesado. Nunca había sido muy lanzado y no era de los hombres que suelen frecuentar chicas de compañía. Siempre le costó dar ese primer paso y por eso aunque era un tipo bastante atractivo prefería dejarse conquistar que ser el primero en mover ficha. Puede que por timidez, puede que por miedo al fracaso o puede que por comodidad.
Tras apurar la primera copa Gloria se atrevió a preguntarle por Amanda ya que había perdido el contacto totalmente con ella. Arturo nos contó que hacía poco había recibido una llamada suya para saber cómo le iba y que le sorprendió bastante el tono cordial suyo. Desde entonces hablaban al menos una vez a la semana para preguntarse como les iba. Pero Arturo desechó cualquier posibilidad de reconciliación.
Mejor, pensaba yo, si ellos vuelven a juntarse, en cualquier confesión podían aparecer cosas del pasado y que Arturo se enterase por boca de Amanda de mi affaire con ella.
Un poco más tarde mi mujer se excusó con que estaba cansada y se despidió de nosotros para ir a dormir. Un casto besito en la mejilla a cada uno y se subió a la habitación. Unos minutos más tarde nos volvió a interrumpir asomándose al balconcito de nuestra habitación que da al jardín, justo encima de nuestras cabezas, forzándonos a girar el tronco un poco y mirar en una postura incómoda hacia arriba. Quería pedirnos que hablásemos bajo y que fuésemos discretos en lo que decíamos a ver si ella se iba a enterar de nuestros secretitos. Sonrió maliciosamente y desapareció de nuestra vista.
Esta vez había sido más precavida que por la mañana y aunque se asomó al balconcito con uno de sus cortos camisones tuvo la prudencia de ponerse una mano entre los muslos metiendo la tela entre ellos y otra mano en su cuello para evitar espectáculos. Aún así, estaba para comérsela y me acordé de la escena de la mañana y la reacción de Arturo. No pude evitar lanzar una mirada furtiva a su entrepierna y aún con la penumbra me pareció advertir más volumen de lo normal. Al volver a recostarse en la tumbona hizo un movimiento para colocarse el paquete, confirmándome que estaba empalmado. Debía haberlo estado durante todo el tiempo que estuvo mirando a Gloria en la tumbona, casi una hora. Menudo dolor de huevos se le va a quedar, pensé. Éste o se hace una paja esta noche o revienta.
Un par de copas más tarde le dije a Arturo que yo también me subía a descansar. La verdad es que quería llegar a la cama antes de que Gloria estuviese muy dormida para poder hacerle el amor. Llevaba toda la tarde pensando en ello. Arturo, creo que entendiendo perfectamente mis intenciones, no hizo esfuerzo alguno por retenerme y dijo que se iba a quedar un rato tomándose otra copa plácidamente.
Segundos más tarde subía con premura las escaleras, tropezándome mientras me desabrochaba los pantalones, para entrar dando pequeños saltitos a la pata coja mientras peleaba con una pernera y el calzoncillo enrollado en el tobillo izquierdo. La ropa voló hasta el otro lado de la habitación y ya en pelota picada y con el rabo tieso me deslicé debajo de las sábanas para prodigarle a Gloria un agradable despertar.
A veces en la noche, cuando me despierto y me desvelo, aprovecho la ocasión para escurrirme por debajo de la ropa de cama y explorar las piernas de ella, empezando por sus muslos y ascendiendo hasta su trasero, el cual masajeo suavemente hasta que con un dedo empiezo a rozar su parte más íntima. Pronto esta caricia va seguida de otra más cálida y húmeda procurada por mi lengua. Continuo así hasta que suspira y se despierta para notar como mi lengua penetra suavemente su intimidad y mis labios aferran su clítoris. Le hago gemir dulcemente hasta que se abandona en mi boca una, dos y hasta tres veces. Cuando la tengo rendida penetro con mi ariete su encharcada almeja y bombeo con pasión hasta procurarme el ansiado goce.
Este era mi plan y lo ejecuté con maestría como siempre, pero esta vez ella, después de correrse una vez me pidió que parase y sentándose en la cama me dijo que quería pedirme una cosa. Le dije que esperase a mañana pero me dijo que no podía esperar, así que me senté a su lado con el nabo bailoteando de arriba abajo y de izquierda a derecha. Ella cuando lo vio lo agarró con su mano derecha y lo empezó a acariciar comprensivamente. Estiró de la piel para abajo y desnudó su cabeza dejando al aire mi glande necesitado de atenciones. Empezó a hablar mientras con su palma frotaba suavemente mi capullo.
-
Verás cariño. Hace tiempo me llegó el chivatazo de que tú habías tenido un lío nada menos que con Amanda y quería que me lo confirmaras o desmintieras. Creeré sólo lo que tú me digas.
Madre mía, mis peores temores confirmados. Lo que siempre hubiera querido evitar había sucedido, quién se lo había dicho daba igual. Debía ser fiel a la sinceridad que siempre había reinado entre nosotros, una cosa es que le pusiera los cuernos y no se lo dijera y otra que ella me lo preguntase y lo negara, eso sería mentir. Como dije, la confianza que teníamos el uno con el otro era total. Por tanto le dije la verdad. Mi polla, por cierto, estaba arrugadita entre sus manos, parecía una cría de gorrión que apenas asomaba la cabecita del nido que formaban sus dedos. Más que polla era pollita.
-
Cariño, es cierto – empecé- Todo fue una aventura a la cual no le di la más mínima importancia. Perdí la cabeza y me acosté con ella pero sólo fue sexo y nada más, una aventura pasajera que la terminé rápidamente.
-
Te creo y también se que fue iniciativa tuya tanto el iniciarla como el terminarla. Me dolió cuando me enteré, pero valoro más el hecho de que fuiste juicioso y terminaras tú con ello. Creo que saldremos fortalecidos de esto.
-
Gracias. Así lo veo yo también. Te juro que no volverá a suceder.
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No prometas cosas que no eres capaz de cumplir. Todos los hombres perdéis la cabeza por echar un polvo y siendo el caso de Amanda me imagino que las tentaciones habrán sido mucho más fuertes de lo normal.
-
Cielo, yo no quiero que pienses que persigo mujeres…
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Ya lo se. Si no es eso. Conociendo a Amanda seguro que te lo puso en bandeja y con lo salido que tú estás me imagino que no tardarías en caer en sus redes. La conozco bien y es bastante loba. Lo que me sorprende es que ni siquiera ella respetase al marido de su mejor amiga.
-
Pues ya ves, a lo mejor es que ella no te tenía en la misma estima. ¿Fue por eso por lo que poco a poco te distanciaste de ella?
-
Sí, por eso y por que no quería que me asociaran con la misma fama de libertina que tiene.
-
Hiciste muy bien. Te pido humildemente perdón.
-
Te perdoné hace mucho.
-
¿Entonces tenías la certeza de que había tenido una aventura con Amanda?
-
Sí, sólo quería oírlo de tus propios labios.
Nos besamos profundamente. Las cosas habían salido mucho mejor de lo imaginado. Mis miedos perdían fuerza a la misma velocidad que mi pene recobraba renovadas energías. Ya me veía montando a pelo a mi yegua en veloz carrera, oyendo sus bufidos de placer a la vez que sus crines se agitaban por su espalda, pero de repente Gloria comenzó con un eficacísimo movimiento de masturbación en mi pene destinado a que me corriera rápidamente, es más, me empezó a pajear salvajemente, casi con brutalidad. Sirviéndose de sus dos manos y sin dejar de besarme con lascivia apretó fuertemente sus dedos entorno a mi congestionado falo y no paró hasta que crucé ese límite que todo hombre conoce y tras el cual no hay vuelta atrás, tras ese límite aunque el ritmo decelere la corrida ya es irremisible, sólo es cuestión de unos segundos más o menos, pero la eyaculación es imparable, solo depende de la maña y de las ganas de la mano masturbadora de hacerte acabar, y esa noche Gloria le imprimió toda la velocidad que pudo hasta ver como mi pene expulsaba como un géiser toda su carga. Dirigió la manguera hacia mi pecho y toda mi abundante corrida cayó en mi tórax y estómago, resbalando los últimos borbotones por sus dedos porque siguió su rítmico movimiento hasta que me vació por completo.
-
Uff cariño, ¡qué pasada!, la verdad es que lo necesitaba, pero quería haberme reservado para hacerte el amor.
-
Da igual, he notado que tenías tensión acumulada durante todo el día y era mejor soltarla cuanto antes.
-
En eso tienes razón, llevo toda la tarde y la noche pensando en follarte y con ganas de meterte mano. En el restaurante casi no me aguanto.
-
Ya lo he notado ya. Aunque no eras el único por lo que he visto. Que sorpresa me llevé cuando levanté el mantel y también Arturo estaba excitado.
-
Se debió calentar con las bromitas del relojito.
-
De eso no tengo duda y de eso te quería hablar.
-
Dime…
-
Verás…, se me hace difícil lo que te quiero pedir, y además no se bien cómo decírtelo…,
-
¿El qué…?
-
Pues mira…- empezó a pasarme la mano por mi agitado pecho y a juguetear con los goterones de semen esparciéndomelos como en círculos – jooo…pues…qué de tanto hablarme del tamaño del miembro de Arturo pues me ha entrado una curiosidad terrible, je, je…- me soltó poniendo una sonrisita forzada como pidiendo perdón por lo que acababa de decir.
-
¿C..c..c..cómooo…?
-
Pues eso…, que me gustaría comprobar por mí misma si es tan grande como dices, je, je, je…- otra media sonrisita con cara lastimera de no haber roto un plato en su vida
-
¡No me joooooooodas, no me jooooooooodas!, ¡uuuuffff!, esto sí que no me lo esperaba yo. ¿Pero te has vuelto loca?, ¿pero que quieres hacer?, ¿acaso espiarle mientras se ducha?, no me digas que lo que se te ha ocurrido es esconder una cámara de video en la habitación y quieres que me encargue yo de hacerlo…, pues olvídate, de ninguna de las maneras, eso es una invasión deshonesta de su intimidad que no estoy dispuesto a tolerar porque…….
-
Verás cariño…, no es eso exactamente en lo que yo estaba pensando…
-
¿E…entonces…?
Se aproximó a mí y posando sus labios sobre mi oreja me susurró la respuesta en el oído como si alguien nos pudiera oír, o quizá para evitar oírse a sí misma pronunciar esas palabras. Rematada la frase, me besó el lóbulo de la oreja y me lo mordisqueó con los dientes, retorciéndolo un poquito. Luego separó su cabeza unos centímetros y se quedó mirándome fijamente esperando mi reacción.
Yo era la viva imagen de la cara de un gilipollas tratando de digerir que por primera vez su esposa le estaba pidiendo permiso para ir a la habitación de invitados a hacerle una mamada a su mejor amigo.
Con la boca abierta todavía, giré mi cabeza para mirarle a los ojos pero no podía articular palabra. Ella me cerró la boca empujándome la barbilla hacia arriba.
-
No hace falta que digas nada. Comprendo tu sorpresa. Basta con que muevas afirmativamente la cabeza y me daré por enterada. Ni eso si quieres, con que cierres los ojos en señal de consentimiento será suficiente y supongo que menos doloroso que afirmar de palabra. Me imagino lo difícil que será para ti, cielito, y por eso me duele pedirte esto, pero es que estoy no se cómo decirlo…expectante y me come la curiosidad, tanto por lo que he visto en el restaurante como por lo que tú me has contado. También Amanda, porque nos confesábamos todos nuestros secretos, me comentó la buena dotación de Arturo y si lo decía ella, lo decía con conocimiento de causa dadas las comparaciones que había hecho con sus múltiples amantes y me dijo que casi siempre Arturo salía ganando. La verdad, cielo, es que no quisiera dejar escapar esta ocasión.
-
La ocasión para tragarte un rabo más grande que el mío, ¿no?
-
Hombre visto así, no se, pero…, sí, eso es básicamente. Estoy deslumbrada por lo que he visto en el restaurante y tus comentarios junto con los que he recordado de Amanda han enfebrecido mi imaginación. Por eso estoy que no puedo apartarlo de mi mente.
-
Déjate de monsergas. ¿Pero es que acaso te has vuelto loca?, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Comprendo hasta cierto punto que tengas un buen calentón propiciado por el vino de la cena, lo morboso de la conversación y el empalme de ambos, pero de ahí a pedirme lo que me estás pidiendo no le veo justificación.
-
Cariño, en la cena apenas he bebido vino, sólo una copita, así que no quieras acusarme de estar bajo el influjo del alcohol. Es una decisión muy meditada.
-
¿Muy meditada?, ¿desde cuando?, ¿desde esta mañana o desde esta noche?
-
Bueno, meditada lo que se dice meditada, desde que estábamos abajo en el jardín y he podido comprobar de nuevo y con más calma la tremenda excitación de Arturo, y, desde que he subido a la alcoba llevo devanándome los sesos en cómo pedírtelo.
-
Ya, o sea, que ya es una decisión, y si es una decisión porqué me lo preguntas, para qué me pides permiso, qué tengo yo que decir en esto…QUË COÑO PINTO YO EN ESTA MIERDA…
-
No te pongas así por favor, ¿acaso tengo que recordar tus palabras de hace unos minutos?, tú pintas mucho en esta historia. Me acabas de confesar unas infidelidades con mi mejor amiga y que duraron un tiempo. Yo sólo te estoy pidiendo una sola noche y …eso sí, con tu mejor amigo.
-
O sea, tu manera de perdonarme es pagándome con la misma moneda, ¿no?, pues menuda forma de perdonar…
-
¿Es que no has escuchado lo que te he contado?, te perdoné lo de Amanda hace mucho, es más, casi al mismo momento en que me enteré que tú mismo lo cortaste por lo sano y de eso hace más de un año. ¿Sabes las oportunidades que desde entonces he tenido de haber querido desquitarme y acostarme con otros hombres?, y no lo he hecho con ninguno... y no creas que no lo pensé y que no he tenido proposiciones… pero no lo he hecho.
-
Siempre he creído que eres una esposa ejemplar. Pero ahora me planteas esto y me dejas de piedra.
-
Una esposa ejemplar no le plantearía esto a su marido. Entre otras cosas, me he decidido a pedírtelo porque nunca nos hemos pedido explicaciones el uno al otro, nunca me he sentido falta de libertad y aunque podría haberlo hecho sin decirte nada, considero eso una deslealtad total y no quiero empezar algo que luego te pudieras enterar tú y nos afectase mucho Lo siento y además te digo que si no me das tu consentimiento no lo haré. Sólo es un capricho pasajero, un calentón que se me pasará.
-
Eso es peor todavía. Ahora me dejas a mí toda la responsabilidad. Si no te dejo hacerlo seré el malo de la película, el machista infiel del marido que engaña a su mujer y que no le reconoce a su mujer la misma libertad, para que algún día se entere que le han puesto bien los cuernos y a conciencia por mero desquite. Y si te doy mi aprobación me convierto automáticamente en un cornudo consentido, que autoriza a que su mujer se vaya con otro hombre y en su propia casa. No se qué es peor.
-
Uff, esto está siendo más complicado de lo que creía. Déjalo, no tenía que haber dicho nada. Hagamos como si no te hubiese pedido nada y nos olvidamos del asunto ¿vale?.
-
NO. Adelante.
-
¿Qué?
-
Que sí. Que adelante. Que lo hagas. ¿Qué más quieres que haga?, ¿qué te arrastre hasta su cama?
-
Lo dices con la boca pequeña, en realidad no quieres que vaya.
-
Es que en realidad no quiero, pero no te hagas ahora de rogar que igual me arrepiento. Aprovecha tu ocasión.
-
¿En serio me lo dices?, ¿me das tu autorización?
-
Qué remedio. Si no te la doy probablemente será peor más adelante, porque está claro que cuando a una mujer le pica la curiosidad por algo al final termina saliéndose con la suya.
-
Gracias mi amor. Nunca olvidaré este gesto.
-
Ni yo este día, ni estos cuernos. Espero que no se repita.
-
Qué cuernos ni qué niño muerto, que no son cuernos si tú me lo autorizas. Sólo será un rato y estaré de vuelta antes de que te des cuenta. En ningún momento pensaré en que te estoy poniendo los cuernos, más bien al contrario, estaré con la conciencia tranquila sabiendo que tengo tu autorización.
-
Y así ese rato lo disfrutarás más, ¿no? Me parece a mí que se me va a hacer eterno. Y, por cierto, ¿cuánto tiempo crees que te llevará el asunto?
-
Pues no lo se, todo depende, primero romper el hielo y luego ya puestos en faena pues quizá media hora, no creo que más. Si está tan necesitado como dices no creo que aguante mucho tiempo mis artes, ya sabes…- me dijo entornando un poco los ojillos y con una sonrisa de golfona increíble.
-
Prefiero que no me des detalles, pero eso sí, vamos a poner ciertos límites, te autorizo nada más a que le hagas una mamada, nada más que una mamada ¿me oyes?, ni magreos ni besuqueos y por supuesto nada de follar.
-
¡Pues vaya!, eso va a ser difícil, a ver cómo consigo que entre en situación y se caliente si no le dejo que me toque ni un pelo, así lo único que conseguirás es que tarde más tiempo. Yo creo que los prolegómenos se deben respetar, son fundamentales para el buen desenlace. Pero de follar nada de nada, OK.
-
Está bien COÑO. Pero nada más, sólo lo justo y necesario para que se caliente y se termine el asunto cuanto antes. Y ¿piensas tragártelo todo… ya sabes…?
-
Si es tan grande como parece no creo que me quepa
-
No me refería a eso
-
¡Ah! ¿su corrida dices?, pues no me había parado a pensarlo porque como lo hago siempre.
-
Sí, lo haces siempre, pero me lo haces a mí.
-
Para mí es fundamental, es el premio final y además me gusta. Es gran parte del atractivo de hacerlo. Muchas veces he hecho mamadas sólo para saber a qué sabe.
-
¿Te refieres a otros hombres?
-
¡Uy!, perdón, ¡qué tonta!, lo siento cariño. Sí. Me refiero a relaciones anteriores.
-
Esta noche está siendo toda una revelación, ¿quieres contarme algo más?, no se…, el número de amantes, rollos o novietes que has degustado…
-
Mira, se que te encanta que te haga acabar con la boca, pero te voy a decir una cosa por si no lo sabes: a hacer bien ESO –dijo alzando la voz- como casi todo en la vida, también se aprende.
-
No sigas, me imagino cómo. Confiaba en que tuvieras un don natural para ello.
-
¿Cómo si un hada madrina me hubiera tocado con su varita y me hubiese concedido ese don al nacer?, ja, ja, jaaaaa …, ¿te imaginas?...” tú, mi querida niña, te otorgo el don de ser una magnífica felatriz” – dijo con voz pomposa no exenta de sorna.
-
Ya veo ya – dije cada vez más mosqueado.
-
Ahora te estás beneficiando sólo tú de esa experiencia adquirida, deberías estar agradecido de mi experiencia y no poner esa cara.
-
Pongo esa cara porque a partir de esta noche ya no voy a ser sólo yo el que se beneficie de tu experiencia.
-
Es cierto, pero tu seguirás siendo mi único hombre, ¡muuaaac! – me besó sonoramente en la mejilla - Volviendo al asunto. Déjame tragarme su corrida también por favor, me apetece muchísimoooo…, si en mi vida sólo hubiera probado la tuya comprendería que no quisieras que yo probara ninguna más, pero si como te he dicho no has sido el único, ¿qué te importa otra más, no?
-
Jodeeeer, venga, vale,… ya puestos que más dará, de acuerdo, ¿vale ya?, ¿estás satisfecha?
-
Satisfecha, satisfecha…te lo diré después, ja, ja, jaaa..que bueno – se rió ella sola pues a mí no me hizo ni puta gracia.
-
¡Ah! y haz gárgaras antes de volver – dije de mala leche - Ahora comprendo tus prisas en hacerme la paja, estabas deseando largarte con él.
-
Sí tontín, tengo prisa no se me vaya a dormir.
-
No te preocupes por eso, creo que con la tarde que nos has dado y con el espectáculo de muslamen que nos has ofrecido en el jardín, va a tardar en conciliar el sueño. Igual se está aliviando la tensión ahora mismo, tal y como tú has hecho conmigo.
-
Pues más razón para que no pierda tiempo, a ver si voy a llegar y me voy lo voy a encontrar roncando y sin ganas.
-
Tampoco te preocupes por eso, en cuanto te vea seguro que se vuelve a poner como un burro. ¿Cómo vas a ir?, ¿así desnuda sin camisón ni nada?
-
Qué bobada, ¿acaso me has visto alguna vez cuando me pongo melosa contigo ponerme directamente en pelotas? Ya sabes que me encanta seducir con más elegancia y además es mucho más efectivo.
-
¿En qué habías pensado?, podías aparecer con el picardías transparente que llevabas esta mañana. Seguro que le trae recuerdos inmediatos – quería que Arturo sufriera un shock nada más verla y que esa calentura provocara que se corriera rapidísimamente.
-
No es mala idea, pero había pensado en algo mejor.
-
¿En qué?
-
¿Te acuerdas de ese tanguita mínimo de seda rojo que me regalaste por Nochevieja para estrenar el año?
-
Y que te duró puesto muy poquito…je, je, je – sonreí recordando el episodio
-
Ese. Pues había pensado en ponérmelo junto con una corbata tuya también de seda roja.
-
¿Y nada más?
-
Nada más
-
Eres perversa, pero que muy perversa, podrías resucitar a un muerto con eso – sonreí de nuevo aunque sólo un segundo ya que me dí cuenta de la absurda situación que se estaba dando al estar confabulando con mi mujer la mejor forma de conseguir empalmar a un tío para que ella se atragante con su leche.
Se fue a asear un poco al cuarto de baño y una vez que se puso este atuendo apareció ante mí para ver qué me parecía. Estaba impresionante. Se quedó de pie en frente mío, se dio la vuelta para que la viese por detrás sus espectaculares nalgas desnudas salvo por un pequeño cordelito que rodeaba sus caderas y que desaparecía entre ambos cachetes del culo. Se soltó la melena y me preguntó:
-
¿Qué te parece?, ¿estoy guapa? – y de repente se rió señalando mi entrepierna
-
Aquí tienes la mejor respuesta que te puedo dar – le señalé con un gesto de mi cabeza mi miembro en pleno esplendor.
-
Ufff, ¡cómo se te ha puesto otra vez!, lo siento cariño, pero me tengo que marchar, luego cuando vuelva te recompensaré con creces, ¿vale?
-
Eso espero, porque no quiero ni pensar que lo que estás haciendo es ponerte así de guapa para acudir a la cama de otro. No paro de pensar que en cuanto cruces esa puerta es para convertirme en un cornudazo consentido.
-
Eso suena fatal, dí mejor perfecto compañero y comprensivo esposo. Y, además, intenta no pensar en ello, ponte la tele o una película de guerra, algo con lo que te puedas evadir y antes de que te des cuenta estaré de vuelta. O si quieres salir a dar una vuelta y vienes en una hora pues genial – tomó el mando del televisor y lo encendió subiendo bastante el volumen.
Terminó de pintarse los labios de carmín y dio una carrerita cortita hasta mí y me besó en la frente. Como si estuviera besando mis incipientes cuernos.
-
Hasta luego cielo. Vendré rápido. Intenta relajarte.
Y desapareció del dormitorio. Entre el ruido de la tele y como iba descalza, no oí sus pasos por la escalera, pero sí oí el inconfundible tintineo de las botellas de la puerta de la nevera y me pudo la curiosidad. Seguro que ha cogido una botella de champán para romper el hielo –pensé- Salí sin hacer ruido al pasillo tal y como estaba, en pelotas y empalmado aún. Pude ver que se dirigía en la semioscuridad hacia el dormitorio de invitados llevando en sus manos un vaso de leche. Bajé en silencio detrás de ella preguntándome para qué quería el vaso de leche y me imaginé que era la escusa buscada para entrar en la habitación de Arturo.
Me asomé al pasillo que da a la habitación de invitados y observé a Gloria parada delante de la puerta. Parecía como si después de todo se lo estuviera pensando, o quizá lo único que estaba haciendo era buscar la frase acertada para entrar. La luz del dormitorio salía por debajo de la puerta y se oía claramente la voz de la presentadora del noticiero. Arturo debía estar aún despierto.
Ni cinco segundos después, Gloria llamó a la puerta con los nudillos y preguntó en voz alta
- Hola Arturo. Perdona que te moleste. ¿Puedo abrir?
Hubo dos o tres segundos de silencio y Arturo contestó:
- Sí, por supuesto, adelante. – Arturo bajó el sonido de la tele.
y Gloria abrió sólo lo justo para asomar su cabeza. Pude oír perfectamente la corta conversación que tuvieron ella y Arturo antes de penetrar en el cuarto:
-
Hola. He visto que había luz por debajo de la puerta y he pensado que a lo mejor no podías dormir. Hace bastante calor para ser sólo primavera.
-
Pues sí, la verdad. Estaba intentando ver las noticias económicas a ver si me entraba sueño pero ni por esas.
-
Por eso he pensado que igual te apetece tomar un vaso de leche bien fría.
-
¡Oh!, genial, espera que salgo y nos lo tomamos en la cocina.
-
No hace falta. Te lo he traído yo. ¿Puedo pasar?
-
Ehhh, por supuesto, claro, ¿Cómo no? Estás en todo.
Y en ese momento Gloria empujó la puerta para aparecer delante de Arturo prácticamente desnuda, con sólo la protección de un diminuto tanga, mi corbata y su larga melena azabache cubriéndole los pechos.
-
Te he traído sólo un vaso de leche fría para ti porque yo prefiero la leche calentita.
La estupefacción de mi amigo tuvo que ser tremenda porque no se le oía decir ni pío. Sólo debía estar fijándose en la diosa semidesnuda que entraba en su habitación con un vaso en la mano. Ni siquiera creo que prestara atención a la ingeniosa metáfora de Gloria acerca de que ella prefería la “ leche calentita” , para referirse realmente a que lo que ella había venido a buscar era “ leche recién ordeñadita” .
Arturo continuaba mudo. Oí como ella dejaba el vaso en la mesilla de noche y como volvía sobre sus pasos para cerrar la puerta que había dejado abierta, ofreciéndole otra espectacular estampa trasera de su figura. Ante esa demostración de descarada sensualidad no hay polla que se resista.
Con la puerta cerrada se acabaron mis esperanzas de que en el último instante se arrepintiera. Ya no había marcha atrás. Allí ya no pintaba nada. Lo peor que podía hacer era quedarme como un pasmarote en el pasillo y que por un casual llegaran hasta mí sonidos de la batalla sexual que estaba teniendo lugar. Gemidos de él, o muestras de admiración de ella. O simplemente silencio, un expresivo silencio en el que podía imaginar la boca de mi mujer atrapando el admirable falo y prodigándole mil caricias, ¿dónde estarían haciéndolo, en la cama, en el suelo…? En fin, podría ser una auténtica tortura y una guerra de nervios que no estaba dispuesto a soportar.
Volví de nuevo a subir a mi habitación arrastrando los pies más que caminando y tocando mi ya flácido pene cuya cabeza apuntaba al suelo resignadamente dejando claro cual era mi estado de ánimo.
Apesadumbrado, entré en el dormitorio y me eché en la cama casi con ganas de llorar. La realidad de la humillación era más cruda de lo imaginado. Mi mujer en esos momentos estaría avanzando ya con Arturo hacia lo inevitable. Sólo me quedaba la remota esperanza de que él la rechazara por respeto a mí. Pero ¿qué respeto?, ¿podía yo acaso invocar esa amistad que yo mismo había sido el primero en traicionar al haberme follado a su mujer durante semanas? Aún así y aunque se mostrase reacio a acceder a los deseos de Gloria, lo cual dudo mucho, su situación es más leal que la mía, pues era mi mujer quién iba a buscarle, era ella la que se ofrecía y la que daba el primer paso, no como hice yo cuando me tiré por primera vez a Amanda. Está claro que Amanda es bastante lanzada, pero el que la invitó a cenar y luego a bailar e hizo todo lo posible por llevársela al catre fui yo. Mi comportamiento fue del todo desleal con Arturo.
En esas cavilaciones estaba cuando me quedé dormido en pelotas encima de la cama y con la televisión funcionando. La implacable masturbación a la que me había sometido Gloria había hecho al fin su efecto sedante.
Me despertó la suave caricia de una mano que intentaba peinar el vello de mi pecho, desenredando con cuidado aquellos vellos que se habían quedado pegados con los goterones de esperma de mi abundante corrida.
Era ella. Se había acurrucado a mi lado mientras dormía.
Me giré y la miré. El sueño había sido muy profundo. Intentaba centrarme, ubicarme dónde estaba y porqué estaba desnudo encima de la cama sin taparme y con la televisión encendida. A los pocos instantes recordé todo. Un suave aroma a mentolado me confirmaba lo sucedido. Ella intentaba que el olor de su boca no recordara lo acontecido.
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¿Qué tal estás? – me preguntó
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Bien. Me he quedado dormido no se cuánto tiempo. ¿Qué hora es?
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Casi las dos de la madrugada.
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¿Cómo es que has tardado tanto?, dijiste no te llevaría más de media hora.
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No fue tan fácil como yo pensaba.
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¿Ah no?, ¿qué falló?, ¿él?
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No
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¿Funcionó tu atuendo?
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Sí
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¿Se te resistió mucho entonces?
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Bastante al principio. Estaba muy extrañado y no se lo terminaba de creer.
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Lógico. Me conoce mucho y sabe lo celoso que soy. ¿Y…?
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Que hasta que no le dije que estaba allí con tu autorización no accedió.
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¿Qué?, ¿cómo coño se te ocurre decirle eso?, hubiera preferido que pensase que me ponía los cuernos a mis espaldas. Ahora voy a parecer un pelele a sus ojos.
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Es que no había forma de convencerle…
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¿No me digas que le contaste también lo de mi rollo con Amanda?
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Por supuesto que no. Le dije simplemente lo que te dije a ti. Que sólo era un capricho mío y que tú eres un marido muy comprensivo y que me autorizabas a venir. Además me inventé que tú mismo veías en esto un gran favor que le hacías a tu mejor amigo, dadas las circunstancias de que estaba medio deprimido y a dos velas desde hace tiempo.
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¿Y te creyó?
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No. Le siguió extrañando y, como desafiándome, me dijo que mañana hablaría contigo.
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Le dije que como el quisiera, pero que se iba a encontrar con la misma respuesta.
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Que bien. Ahora además de cornudo consentido frente a mi mujer, también lo soy frente a Arturo. Estupendo. Al menos espero que haya quedado satisfecha tu curiosidad, ¿no?
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¿Qué más quieres saber?
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Quiero saber porqué has tardado casi dos horas. No creo que hayas estado todo ese tiempo mamándole el nabo. Nadie aguanta tanto.
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Él sí.
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¿Cómo dices…?
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Pues que vengo con dolores en los músculos faciales y casi con la mandíbula desencajada de tanto tiempo como he necesitado para hacerle acabar.
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Pero si tu eres una auténtica experta, eres la mejor que he conocido en esto. Me estás diciendo entonces que es…
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Un portento…, y,…en todos los sentidos – y me miró a los ojos adivinando la siguiente pregunta que le habría hecho.
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O sea, que no te has llevado una decepción.
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En absoluto.
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¿Y cómo se desarrolló todo?, ¿te metió mucha mano?, ¿le dejaste claro que sólo era una mamada?
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Sí, se lo dejé claro y tenías razón, es de empalme rápido. Cuando entré estaba en la cama desnudo pero tapado con la sábana, y, por mucho que me decía educadamente que no, su miembro no estaba de acuerdo con él y me indicaba lo contrario tensando la sábana de forma espectacular.
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Ya te avisé…
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Le reté diciéndole si iba a ser tan tonto de rechazar un regalo así en el que tanto yo como tú estábamos de acuerdo y que a ti te iba a decepcionar mucho el enterarte que rechazaba el mejor regalo que un amigo le puede dar a otro, su mujer.
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Y entonces accedió, ¿no?
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No inmediatamente. Me dijo que le costaba creerlo e insinuó que fuéramos arriba a preguntártelo a ti. Vuestra amistad estaba apunto de hacerme fracasar. No me quedó más remedio que pasar a la acción. Di un tirón a la sábana que le tapaba y apareció…
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El objeto de tu deseo.
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Eso es.
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¿Y…?
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Pues que en ese momento fue cuando yo me quedé sin habla.
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¿Grandecita, no?
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Está muy bien proporcionada.
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¿Gorda?
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Hubiera destrozado mi fino reloj de pulsera, …
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Fenomenal entonces. Lo que tú querías, ¿no? - ironicé
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Es un miembro espectacular, era difícil resistirse. Lo agarré y empecé a acariciárselo con mi mano mientras seguía intentando convencerle. Supe que lo había logrado cuando noté como su mano se posaba en mi muslo izquierdo y fue subiendo hasta hacerla reposar en mi nalga.
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¿Te sobó mucho?
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Algo sí. Un poco. Bueno la verdad es que mucho. Al principio estaba timorato pero tomó confianza rápido y luego ya no sabía cómo pararle. Pero tranquilo, no fuimos más lejos, aunque tengo que reconocer que tuve que hacer esfuerzos ímprobos para no caer en la tentación de follar con él. Como estaba agachada haciéndole la felación, él tenía acceso a todo mi cuerpo y empezó a acariciarme con mucha destreza. Estaba excitadísima y mojadísima y lo aprovechó para levantarme en vilo y ponerme boca abajo de tal manera que tuvo acceso a mi sexo con su boca.
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Joder, me lo figuraba…
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No puedo decir que me forzara a hacer un 69, porque en cuanto noté sus labios atrapar mi vulva casi me desvanezco de gusto. Consumamos un 69 durante un buen rato en el que consiguió arrancarme dos orgasmos evitando que yo me esmerase con mi boca, pues varias veces tuve que dejar de mamarle para respirar y gemir. Pero aún estando así de caliente no follé con él. Tuve que descabalgarme de encima suyo liberándome de su insistente abrazo y dedicarme en cuerpo y alma a estimular tan resistente falo y lucir todas mis artes hasta lograr al fin mi objetivo. Por eso vengo ahora con unas ganas terribles de follar.
No le respondí. Me abalancé sobre ella y mi pene empalmado como nunca penetró sin dificultad en su encharcada raja. Me la follé a lo bestia, sin compasión. Quería castigarla por lo que me había hecho pasar esa noche, así que la empalé como un poseso, con toda mi alma y a toda velocidad taladré su intimidad sin darme cuenta que a cada embate ella más venía a mi encuentro. Terminó corriéndose en un minuto o dos mientras se aferraba a mi cuello y sus piernas se enroscaban en mi cintura como anacondas. No aflojé el ritmo ni por un segundo, no tuve piedad y mi pistón siguió bombeando sin freno hasta que me corrí en lo más profundo de su cueva. Luego, tal como estábamos, abrazados y penetrada aún por mi ariete, nos quedamos dormidos.