Nada es imposible

El amor no entiende y hace de las personas lo que quiere y a Cecie el amor le hizo una jugada haciéndola girar en ángulo recto en menos de una hora...

Eran ya las seis y media de la tarde cuando empecé los ejercicios que me había mandado la profesora de Lengua Española. Leí la hoja por encima:

  1. Acentúa las palabras que lo necesiten y escribe...

  2. Pon la tilde a las palabras que lo necesiten de las oraciones siguientes y después...

  3. Coloca el acento diacrítico...

  4. Explica por qué maíz y raíz necesitan tilde y a tapiz y barniz, que son también agudas acabadas en iz, no les hace falta.

En total había 22 ejercicios. La verdad era que iba a tardar, pero hacer mi tarea sobre Castellano equivalía a pensar en la profesora que impartía la asignatura y esto suponía un mundo de fantasías en las que ella me decía que me amaba y que era mía.

En ese momento llamaron a la puerta de mi habitación. Era Claudie, una de mis compañeras de clase, que venía a hacer los deberes conmigo.

--¡Hola! -Me saludó jovialmente- ¿Por dónde empezamos?

--Por Lenguaje.

--¿Por Caste?

--¿Te parece mal...? -Le pregunté algo dolida- Si quieres hacemos otra cosa.

--¿Como qué? -Se sonrió- ¿Como quitarnos la ropa? Hace calor, ¿no crees?

--Bueno...

--¡Vamos, no me dirás que te da vergüenza! -Se escandalizó teatralmente- Nos conocemos desde niñas y ya otras veces nos vimos en ropa interior.

--Ya, ya sé. -Balbuceé- Sólo que ha de venir Ignacio José.

-¿Qué? -Se molestó ella- ¡Creí entender que no amabas a Ignojo!

--Y no lo amo, Claudie... -Le susurré. No quería molestarla más de lo que ya estaba.

--Entonces, ¿a qué viene? -Me preguntó indignada y después añadió sarcásticamente-: ¿A barrer tu habitación, quizá?

--No.

--¿Entonces? -Me miró desconfiada y susurró-: ¿Viene a hacer el amor contigo? Sé que no sería la primera vez, Cecie.

--¿Qué... qué dices...? -Me asusté- ¡No, Claudie!

--Sí, Cecie, sí... -Su mirada me intimidaba- Lo niegas, aunque sabes que estoy en lo cierto...

--¡Por favor, no pienses eso! -Me desesperé- ¡No es verdad!

--Sí, sí que es verdad... -Se me acercó peligrosamente. Temí que fuera a golpearme, pero no lo hizo. Sentía su respiración, curiosamente entrecortada, en mi cuello- No sé por qué desconfías de ese modo de mí, sabiendo como sabes que tú...

--¿Qué haces, Claudie? -Me estremecí al notar sus manos debajo de mi camiseta- ¿Qué pretendes...?

--Que me digas la verdad.

--¿Qué verdad...? -Le pregunté con un escalofrío al sentir sus manos subir por mi espalda- Clau... Claudie, yo no... yo no lo amo...

--¿Estás segura, Cecie? -Sus manos habían llegado a la altura del sostén. Tras una mirada fugaz, me lo desabrochó. Yo estaba atónita- ¿Segura que no me ocultas nada...?

--Yo... Claudie...

--Tú... -Me besó en el cuello y sus manos resiguieron mis costillas hasta dar con mis pechos. Yo era incapaz de creer lo que estaba ocurriendo- Cecie... el amor de mi vida...

Si mi corazón no latiera ya por otra persona se lo hubiera entregado a ella, pero el caso es que era la profesora quien me hacía suspirar cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Pero, fijándome bien, los ojos negros de Claudie eran un abismo vertigioso que contrastaba con su cabello que le llegaba a media espalda. tan deportiva como siempre. Aquel día llevaba un chándal: pantalones cortos de color azul y camiseta de manga corta más blanca imposible.

--Yo, Claudie... mi corazón ya...

--Lo sé. -Me cortó firme, aunque su mirada denotaba inquietud- Sé que nunca te conseguiré, que tan sólo soy una amiga más, que...

--¡Eso sí que no! -La tomé de los brazos y la miré directamente a los ojos. Un palmo separaba nuestros rostros- ¡Tú, Claudie, tú...!

--Yo, Cecie, yo... ¡yo te amo, pero soy conciente de que tú a mí no!

--¡Pero no eres una amiga cualquiera, Claudie! -Me quedé en blanco bajo la influencia de su mirada en mi cerebro- ¡No me mires así, Claudie!

--¿Por qué? -Acercó más su rostro al mío- ¿Qué te ocurre?

--No ocurre na... nada. -Me perturbó su mirada.

--Nada... -Estaba tan cerca que sus labios rozaban los míos al hablar- ¿Sabes, Cecie? Te deseo tanto que ni vivir sé ya.

-Yo... Claudie...

--Tú... Cecie... eres tan dulce... -Y sin más, me besó.

Yo ya había sido besada otras veces por Ignacio José, pero jamás había experimentado aquella sensación de vértigo. Era como estar subida en una atracción que bajara velozmente una pendiente y subiera por una nueva cuesta y que yo no llevara asegurada la barra de seguridad. Fue todo muy rápido. Sentí un fuego que se extendía por todo mi cuerpo y una tranquilidad se apoderó abruptamente de mí.

--¿Qué haces? -Le pregunté cuando se apartó.

--Nada. Sólo me retiraba.

--¿Ya?

--¿Ya qué, Cecie?

--Es que... -Me ruboricé.

--¿Te gustó? -Preguntó acabando mi frase.

--Sí. -Admití- Fue el mejor beso que recibí jamás...

--Tal vez. -Se me acercó de nuevo- Pero demasiado breve.

Su respiración y la mía se mezclaron. Yo ya caía en el abismo de sus ojos y sus labios y los míos estaban a punto de encontrarse nuevamente cuando, sin previo aviso, ella se apartó.

--¿Qué...?

--Sht. -Metió sus manos debajo de mi camisa y abrochó el sostén, no sin antes acariciarme los pechos con un movimiento rápido- Date prisa, ponte a hacer ejercicios.

--¿Qué pasa?

--Está aquí. -Me miró fríamente.

--¿Quién? -La interrogué verdaderamente sorprendida. Entonces volví a la realidad- ¡Ah! ¿Él?

--Sí, él, y no hay ¡ah! que valga.

Despegué los labios para asegurarle que nada pasaría, pero entonces se abrió la puerta. Yo ya estaba acostumbrada a sus entradas sin previo aviso, pero a Claudie no le gustó y en su expresión se denotaba el desprecio que sentía por el que entonces era mi novio.

--Hola. -Dijo y se sentó en la cama- Acércate, Cecilie.

Observé a Claudie que miraba con frialdad a Ignacio José, quien, a su vez, la miraba con cara de asco.

--Creo, Cecie -Me detuvo Claudie cuando me acercaba a mi novio-, que, de la manera que entró a tu recámara, no se merece ningún beso.

--Porque tú lo digas. -Me cogió él de la mano al ver que yo no recobraba la movilidad- Eres una simple amiga, mientras yo soy el amor de su vida.

--Te prohibo -Acerté a decir-, que vuelvas a decirle a Claudie que ella es una cualquiera.

--Yo no he dicho que sea una puta. -Se defendió él.

--Pues ganas no te faltan. -Le espetó ella e Ignacio José la miró con odio- No es a mí a quien podrías dañar insultándome.

Hubo un incómodo silencio en el que no apartaron los ojos el uno del otro. Y entonces se abalanzó sobre mí un sentimiento que tan sólo conocía de oír hablar de él: los celos. Jamás había sentido la necesidad de tener una capa invisible y hacer desaparece a Claudie para que los ojos de mi novio no pudieran verla, ni siquiera con aquella mueca de repugnancia. El deseo de llamar su atención para que dejara de observarla, pues me hervía la sangre en las venas y ésta me subía al cuello y a la cabeza, era insoportable. Sin darme cuenta le di un empujón que lo hizo caer al suelo.

--¡No la mires! -Le grité- ¡No hay necesidad!

Ambos me fulminaron con la mirada, preguntándose, seguramente, de cuál de ellos tenía celos. Ignacio José, desde el suelo, sonrió, mientras Claudie parecía indecisa entre quedarse o marcharse. Optó por preguntarme si los celos se los tenía a ella.

--No. -Le aseguré.

--¿A él...? -Se acercó a mí y mi corazón empezó a latir con fuerza.

--Sí. -La sangre quería evaporarse: era mía, me pertenecía y él no tenía derecho a mirarla.

--Cecie...

Su cuerpo y el mío estabgan tan juntos que formaban uno. No había necesidad de hablar, ya que nuestros ojos lo hacían por nosotras. Nos besamos.

--¿Qué significa esto? -Rugió Ignacio José poniéndose en pie.

--Creo que está muy claro. -Le repuso Claudie tomándolo de la muñeca para evitar que me alcanzara- Cecie no te ama. De hecho, Ignojo, si hemos de ser francas, jamás te amó. Nunca fue tuya ni ella te consideró suyo.

--¡Cecilie sí es mía! -Bramó y yo temí por Claudie- ¡Estábamos preparándolo todo para la boda!

--¿Qué te inventas? -Lo cortó ella- No creo que Cecie fuera tan imprudente como para ofrecerte su mano a los 17 años.

--¡Pues lo hizo!

--Miente. -Lo contradije abrazándome a ella, sintiendo que no quería que me dejara sola nunca más- No se me hubiera ocurrido nunca.

--¿Lo ves, Ignojo? Ni siquiera la perdiste porque jamás la tuviste.

--Cecilie, ¿significa que aquí acaba todo?

--Acabaría, ciertamente, si alguna vez hubiera empezado. -Sentenció Claudie- Ahora, por favor, sal de aquí, pues interrumpiste un momento muy especial para mí.

--Y para mí... -Susurré y Claudie me sonrió.

Ignacio José se dirigió a la puerta pisando fuerte y la abrió de un tirón. El portazo que siguió a continuación me hizo pensar que una puerta se cerraba y otra se abría.

Claudie me tomó del brazo y nos sentamos en la cama. Tras mirarnos a los ojos momentáneamente, nos abrazamos, nos besamos y...