Nada es completo
Femme Soie nos ofrece en el Ejercicio una muestra de como se cumple el dicho nada es completo en la vida...ni en el sexo.
Juan Pablo, mi amor, ¿me llamabas?
Te levantas de la cama y desnudo caminas hacia mí. Sin articular palabra, me abrazas y besas dulcemente y, sin más preámbulos, tus manos intrépidas y llenas de pasión recorren las sinuosidades de mi cuerpo a toda velocidad. En un momento masajean mis pechos y, al instante siguiente, van y vienen palpando la cara interna de mis muslos para luego adentrarse en mi intimidad y cautivar a mi botoncito de placer. Gimo de gusto, lo que te alienta para intensificar el magreo clitoriano.
Como de los tenues gemidos he pasado a un sonoro gimotear, comienzas un morreo delicioso que complementas con un penetrar veloz de tres de los dedos de tu mano derecha en mi vagina. Me siento en la gloria, mi cuerpo se estremece, vibra por entero de puro goce. Un grandioso orgasmo me sobreviene con una premura imprevista. Lo grito a todo pulmón mientras me retuerzo tratando de atrapar todas y cada una de las sensaciones de gozo profundo que experimento.
En retribución y porque me apetece, asgo tu polla erecta con ambas manos y le doy masaje oral. La recorro de punta a cabo una y otra vez. Siento cómo mis jugos íntimos se deslizan por mis muslos cual rio de lava. Aquello incrementa mi excitación y la transforma en franca ardentía colosal.
Reflejo ese mayor encendimiento por medio de una acometida feroz e intensa al frenillo peniano. Empiezas a resoplar con fuerza. Intentas coger mi cabeza para dirigir mi accionar, pero recuerdas a tiempo que aquello me molesta y corta mi inspiración. Entonces vuelcas tus manos en mis senos y los amasas con frenesí.
La experiencia me indica que tu torrente seminal viene en camino y no me equivoco. Tu descarga de simiente caliente en mi boca se concreta y despierto sobresaltada y húmeda. La habitación está silente. Miro a mi costado esperando encontrarte junto a mí. Sin embargo, quien está a mi lado es Raúl, mi anciano esposo, durmiendo plácidamente.
Entonces digo para mis adentros:
Nada es completo. Ni este sueño, ni mi matrimonio, ni mi esposo que no me satisface como amante, ni yo, incapaz de hacer frente a la situación, ni nuestro deseo pasional mutuo que es tan potente que hasta lo sueño, y ni siquiera tú, Juan Pablo, hijo mío.