Nada en común.
Absolutamente nada en común tenían Pedro y Rino. Salvo ELLA.
Nada en común. Absolutamente nada tenían en común Pedro y Marino, desde niños habían sido tan distintos como la noche y el día. Pedrito siempre había sido un niño tranquilo, obediente, siempre callado, siempre formalito, el niño ideal para las visitas que llegaban a su casa y le veían con su trajecito y su corbata y le sobaban la cabeza durante horas y decían a su madre lo buenísimo que era y lo responsable que se le veía, y su madre sonreía orgullosa y no podía evitar sentir un poco de conmiseración por la madre de Marino, que corría tras él por todo el jardín, mientras el terremoto con patas que era el hijo de su vecina llevaba la corbata atada a la cabeza, la chaqueta anudada a la cintura, la camisa arremangada, empapada y sucia porque había jugado con el agua del estanque y se había revolcado en la hierba después, y daba gritos de guerra diciendo que era el jefe de los apaches…
Pedrito era un niño estudioso y aplicado, sus cuadernos eran pulcros y le encantaba el estudio, siempre las mejores notas, los trabajos mejor hechos, horas de consulta en la biblioteca… Marino no aguantaba sentado ni dos minutos, se llevó más bofetadas que todos los demás niños de su clase juntos y pasó más tiempo expulsado fuera del aula que dentro de ella… Sus padres hubieran caído en la desesperanza más absoluta, de no ser porque Pedrito era el mejor amigo de su hijo, y el único que podía controlarle un poco gracias a su amistad; y porque Marino le escuchaba y le quería con locura, le hacía caso en todo y lograba aprender un poco, llevar los deberes más o menos hechos y estudiar aceptablemente. Todo el mundo sabía que Marino era mucho más listo que Pedrito, pero era increíblemente revoltoso… si se hubiera puesto a estudiar, hubiera podido sorprender a más de cuatro, pero Marino sólo parecía interesado en usar su inteligencia para hacer trastadas.
“¿Para qué voy a estudiar tooodos los días?” solía decir cuando Pedro le instaba a ello “¡Si con mirarlo un poco el día antes lo saco de sobras! ¡Yo quiero vivir la vida!”. Pedro intentaba convencerle que aunque efectivamente aprobase, no le servía de nada aprobar el examen si al día siguiente ya no recordaba nada… pero Marino, apenas con once años, ya insistía en que lo llamasen Rino y si de niño había sido revoltoso, de preadolescente era realmente una explosión nuclear… y lo que quedaba.
Pedro y él llegaron juntos al instituto, Rino para entonces había empezado ya a fumar, a usar camisetas sin mangas de grupos de heavy metal y la cadena de su bicicleta como cinturón. Pedro obtenía las mejores calificaciones mientras Rino jugaba al fútbol como un cosaco y empezaba a perseguir chicas… Pedro no sabía lo que era una cita, pero muchas chicas suspiraban por él, “el ratón de biblioteca”, como le llamaban. En cambio, su amigo se ganó a pulso el apodo de Rino Rompebragas, aunque muchas chicas le detestaban por su irresponsabilidad, su obsesión por el sexo y su marcado gamberrismo… llegó el ingreso a la universidad y Pedro durmió bien la noche antes del examen del ingreso, se duchó por la mañana, se afeitó su incipiente barba, peinó su cabello castaño claro, se puso sus pantalones con raya y su camisa blanca, desayunó bien, fue a la universidad en transporte público y se puso a esperar a su amigo Rino, con el que había quedado. Éste, por su parte, se despertó tarde y con un fuerte dolor de cabeza, agarrado a un botellín de cerveza con una mano, y con la otra a una chica casi desnuda de la que no recordaba su nombre. Se medio lavó la cara, se alborotó el pelo negro, no se afeitó a pesar de la cerrada sombra negra que le cubría la cara, se colocó su camiseta con el logotipo de su grupo de Rock duro favorito, los pantalones negros y las botas de vaquero, vio sobre la mesa un trozo de pizza fría de la noche anterior en el que alguien había aplastado un cigarrillo, retiró la colilla y se lo desayunó de un bocado a lo pavo, y salió precipitadamente del piso de alquiler, se montó en su moto y salió disparado hacia la universidad.
Pedro le dirigió una mirada de reconvención cuando le vio llegar, casi en el último minuto y estuvo a punto de regañarle, pero Rino le detuvo con su inefable sonrisa. Tenía una sonrisa pícara, que decía claramente al mundo: “Sí, soy un golfo sinvergüenza, ¿a que me quieres?” Y era cierto… su sonrisa era contagiosa y parecía imposible enfadarse con él cuando la emitía.
-Nunca te tomarás nada en serio… - se contentó con decir Pedro.
-¿Quién dice que no? Me subestimas… ¿quién lleva en la media TRES matrículas de honor?
Pedro, mal que le pesase, tuvo que reconocer que era verdad. Durante el curso preparatorio a la universidad, Rino al parecer, se había puesto las pilas, ni sus padres le reconocían. Había aumentado considerablemente su nivel de atención en clase, llevaba los trabajos hechos y al día, tomaba apuntes y consultaba frecuentemente con los profesores… había obtenido nada menos que tres matrículas de honor, en Historia del Arte, Latín clásico y Filosofía, dejando pasmado a todo el cuerpo docente, a sus padres y al propio Pedro, que nunca hubiera soñado que su mejor amigo pudiera poner tanto interés en algo durante tanto tiempo seguido… Casi a final del curso, había dicho a sus padres que necesitaba independencia y se había mudado a un piso compartido de estudiantes, y trabajaba media jornada para pagar su parte del alquiler, y aún podía ahorrar, porque como era un piso subvencionado para jóvenes, la renta no era alta. En una palabra: había pegado un giro. Y también pegó un giro físico en ese instante, y citó a su mejor amigo para que la viera:
-Hey, Pedrito, al loro la Rottenmeier… - dijo entre risas. Pedro se volvió y vio a una chica con cara de ratita. Llevaba el pelo recogido en un moño alto, y grandes gafas redondas que casi le cubrían todo el rostro. Llevaba una falda muy larga y sandalias con calcetines oscuros, y un horrible jersey negro de punto, de cuello alto. A Pedro le resultó simpática al instante y una punzada de enfado hacia su mejor amigo le invadió por vez primera.
-No seas cruel, Marino – al oírse llamar por su nombre completo, Rino se dio cuenta que había metido el remo…
-No me irás a decir que te gusta… Pedro, que es una escoba con faldas….
El citado estuvo a punto de mandarle callar, pero entonces sonó el aviso y fueron entrando a las aulas para examinarse. Pedro deseó buena suerte a su amigo, pero no podía dejar de pensar en la joven… parecía una buena chica tímida, alguien como él… cuando le pusieron el examen delante, luchó por concentrarse y rellenar las preguntas, y con alguna dificultad, pero lo logró y salió contento con el resultado.
Pasaron varios meses, el curso universitario empezó, Pedro se puso a estudiar Derecho y Rino por primera vez, siguió un camino totalmente distinto al de su mejor amigo, y se metió en Ingeniería de Telecomunicaciones. Contra todo pronóstico, ya que venía de un bachillerato de Humanidades, se le daba muy bien, a pesar que se lo tomaba con bastante calma… decía que era porque trabajaba, pero Pedro le conocía bien: era mucho más cómodo estudiar sólo la mitad del curso y dedicarse a montar fiestas salvajes cada fin de semana que estudiar el curso entero currando como un condenado sin pararse ni para respirar. En sus innumerables sesiones de biblioteca, Pedro encontró a la chica de cara de ratita. Era muy tímida… tanto que las primeras veces que él le dirigió la palabra, ella apenas le miraba a la cara y solía cambiarse de asiento rápidamente, pero con el tiempo se fue acostumbrando a él… Se llamaba Arnela. Era la sobrina del Decano y por eso siempre estaba sola, todo el mundo pensaba que no necesitaba estudiar, que su parentesco le daba el título hecho, y en cierta manera, la tenían miedo… bastaría que ella se quejase de alguien a su tío, para que ése alguien fuera fulminantemente expulsado… pero Rino no tenía miedo ni respeto por nadie. Cuando Pedro se la presentó como su amiga, éste la cogió por los hombros y le dio dos besos, haciendo que la joven se sonrojara violentamente… Pedro le llamó la atención y le pidió que fuese delicado. Rino contestó que haría lo que pudiera. Esa noche de viernes, salieron juntos los tres.
-¿Te gusta el Heavy? – preguntó Rino, conduciendo el pequeño coche de tercera mano que se había comprado.
-Eeeh… bueno… no sé…. Nunca lo he oído… - se medio disculpó Arnela.
-Eso se soluciona. – Rino puso un cassette a todo volumen, y la joven se tapó los oídos ante el ruido atronador, mientras Pedro se tapaba los ojos con una mano… ¿Qué entendería su amigo por “delicadeza”? Pero lo peor, fue la letra de la canción, que aunque estaba en inglés, era perfectamente comprensible por los tres y excesivamente gráfica…. “lloras de dolor y pides más, tu culo sangra, eres mi perra… trágatelo todo, sé que te encanta…”.
-Creo… ¡creo que no me gusta! – Arnela tuvo que elevar la voz, porque no se oía nada, y Rino quitó el cassette de mala gana.
-Es una lástima que no te guste… suelo usar esta canción como sugerencia de lo que me gusta a mí, y tú tienes un culito precioso.
Aquello era una broma, pero Arnela, que no conocía a Rino, se echó a llorar sin consuelo, Pedro ordenó a Rino que parase y se encaró con él, increpándole ferozmente. Su amigo intentó explicarle que no había querido decir… pero el orgullo le pudo y también él se puso a gritar. Por primera vez desde su infancia, en toda su amistad, se insultaron gravemente y juraron no volver a hablarse.
Así pasaron seis años. Durante aquél tiempo, Pedro se situó en el último año de carrera, si bien hubo de repetir uno. Arnela hacía su especialización en Derecho Notarial y planeaban casarse tan pronto como él terminase y encontrase una colocación. Rino estaba en su cuarto año de Teleco y seguía tan calavera como siempre, pero de esto, nada sabían Pedro ni Arnela. Rino se había convertido en algo del pasado, una cara conocida que de vez en cuando veían en el campus y que tanto uno como otra evitaban palpablemente. Pedro a veces le asesinaba con la mirada, pero ella directamente se ruborizaba hasta las orejas y huía en dirección contraria, tapándose el trasero con la rebeca de punto que solía llevar. Rino se sentía dolido, pero todos sus esfuerzos por recuperar a Pedro o hablar con Arnela cayeron en saco roto, de modo que se desfogaba del único modo que sabía: montando farras, algunas de las cuales habían llegado a oídos del Decano y alguna había estado a punto de motivar su expulsión fulminante, pero por las excelentes notas que llevaba, se había salvado con una amonestación. Rino, casi cada día se acercaba a la biblioteca de Filosofía y Literatura, en parte porque, aunque no deseaba que se supiese porque ello le haría “perder imagen”, había hecho su bachillerato en Humanidades y le gustaba leer a los clásicos, y en parte por ver a Arnela, por intentar hablar con ella, ahora que trabajaba como ayudante del bibliotecario estaba allí todos los días, pero la joven prácticamente huía cuando le veía llegar, y Oliverio, el bibliotecario, le tenía una fila terrible. Bien ganada, todo hay que decirlo, porque casi iba en la naturaleza de Rino enfrentarse a cualquier autoridad, pero no por ello menos molesta.
Precisamente había sido el bibliotecario quien le había echado en cara lo que había sucedido… Rino no lo había pretendido. Lo sospechaba, lo temía, pero palabra que ésta vez, no lo había propiciado. Una mañana llegó a la biblio, muy temprano. Esperaba encontrar a Arnela sola, que muchas veces llegaba incluso antes que el propio Oliverio, para hablar con ella, poner las cosas en claro… Se metió entre los estantes para ocultarse hasta que la viese llegar. El caso es que se encontró unas bragas tiradas en el suelo, y aquello le hizo gracia, se agachó a recogerlas y el bibliotecario le pescó.
-¡AJÁ! ¡Le descubrí! – gritó a su espalda y Rino saltó en el aire casi un metro del susto. El joven intentó convencer al jefe de biblios que aquélla prenda no era cosa suya, pero Oliverio le acusó de estar usando la sala como picadero… y de hacerlo sólo para burlarse de Arnela. En un principio, Rino no comprendió o no quiso comprender qué quería decir, pero el bibliotecario le habló más claramente - ¡No quieras hacerte el tonto! – dijo, señalándole – Ella está enamorada de ti, ¡tú la has seducido! Viniendo aquí todos los días, y diciéndole esos "piropos de albañil", a ella que tú sabes igual que todos, que nunca ha tenido ningún novio, ni nadie se ha interesado por ella, por el ratoncito de biblioteca, la sobrinísima del Decano… ¡pero te lo advierto! ¡Si el que sea la sobrina del Decano para ti la convierte en una especie de…de reto, o algo semejante, yo no voy a consentir que la hagas daño! ¡Más te vale dejarla en paz, o yo mismo me encargaré de que te expulsen de la Universidad! ¿Ha quedado claro?
-¿Enamo….? ¡Sí, señor, claro que sí, señor! – Rino en su vida había llamado “señor” a nadie, y hasta el bibliotecario pareció sorprendido de su reacción, pero él no tenía tiempo para ocuparse de lo que pudiera pensar de él, sólo quería huir… No podía ser cierto… Era verdad que a veces, para llamar la atención de Arnela, para ver si ella se acercaba aunque sólo fuera para darle un bofetón, le había hecho gestos, simulando rugirla y haciéndola garras, guiñándole un ojo mientras le sonreía lascivamente en broma o haciéndole gestos de apretarle los pechos… Sabía que ella y Pedro llevaban muy en secreto su relación, se trataban como si fueran sólo compañeros, ni siquiera amigos, era normal que el bibliotecario, pese a las horas que pasaba con ella, no supiera que ella sí tenía un novio… y aún así, sí se había dado cuenta de algo semejante… Rino estuvo a punto de chocar contra Arnela, que entraba en la biblioteca en ése momento, y le dio un vuelco el corazón. La joven se tapó los pechos con la carpeta que llevaba y se sonrojó, evitó su mirada y echó a correr para refugiarse junto a Oliverio, que lanzó una última mirada de advertencia al joven.
Aquélla tarde, Rino intentó liarse con una chica para olvidarse del asunto, pero su cerebro no parecía por la labor, y le traía recuerdos de Arnela a cada instante. “No es verdad… lo siento si yo le gusto, pero… ¡¿Pero cómo le voy a gustar?! ¡Soy el polo opuesto de su novio, y de ella misma! Somos incompatibles… su familia la mataría. Todo el mundo se reiría de mí, me expulsarían. Esto es absurdo. No debo preocuparme, sólo debo evitar verla, ella se casará con Pedro y esto se le pasará, es como si se hubiera enamorado de un actor de moda, nada más…”, se decía una y otra vez… pero cuando tuvo a la chica desnuda en sus brazos y se sentó sobre él, Rino, con la cabeza metida entre sus pechos se vació de aire gimiendo el nombre de Arnela. La chica lo abofeteó y le hizo salir de su cuarto casi a patadas, y, cosa extraña, Rino no opuso resistencia.
Pedro sabía que era muy afortunado en comparación con su amigo… Rino sólo tenía “compañeros de juergas”, mientras que él tenía amigos de verdad. Tenía “líos de una noche”, mientras que él tenía novia formal con la que pronto formaría una familia. Y Rino solamente podía decir que follaba, con perdón, mientras que él pronto, muy pronto, conocería el amor… así se lo había prometido Arnela hacía unos días. Después de seis largos años de relaciones, al fin había accedido. Al principio, Pedro no quiso presionarla, ni siquiera se lo empezó a insinuar hasta casi dos años después de empezar a salir, sabía que su familia era muy religiosa, de ideas muy a la antigua, y ella misma tenía mucho miedo… conforme pasaron los años y la relación se formalizó, había empezado a pedírselo, argumentando que él no iba a aprovecharse de ella, sino a establecer un hogar… si por él fuera, se habrían casado mucho tiempo atrás… no iba a arrepentirse nunca de aquello… lo hacían porque se amaban, no por vicio… finalmente, había aceptado, y le había prometido que en su cumpleaños, el doce de Mayo, se entregaría a él. A pesar de que apenas estaban en Noviembre, Pedro estaba exultante de felicidad, se había prometido a sí mismo no decir nada a nadie, callarlo… pero se sentía tan dichoso, que si no se lo decía a alguien, le pareció que la sensación de plenitud lo ahogaría… finalmente, se sinceró con uno de sus amigos, en la biblioteca. Éste le felicitó de boquilla mientras pensaba que lo último que querría sería acostarse con Arnela, que sin duda sería reseca y fría como el hielo, y se limitaría a tenderse y esperar como un cadáver, pero para Pedro la felicitación de boquilla era más que suficiente… Salió de la biblioteca tan feliz, que no oyó un sonido de sorbido detrás de la estantería.
-¿Te pasa algo….? ¿Estás llorando? – Oliverio, el bibliotecario, tenía la mala suerte de conocer a Rino mucho más de lo que hubiera querido… pero precisamente por eso, le resultó impactante verle con los ojos húmedos.
-No es nada… un poco de alergia.- Rino, detrás de la estantería donde lo había oído todo, se limpió los ojos y la nariz con la mano y se alejó precipitadamente.
Aquella noche, Arnela estaba en la biblioteca, sola. Tenía permiso para ello. Es cierto que las notas que sacaba eran enteramente suyas, pero el ser sobrina del Decano y ayudante del bibliotecario, le confería ciertos privilegios, y el usar la biblioteca fuera de horas, era uno de ellos. Era un secreto a voces y algo que causaba antipatía a los demás, pero a la joven aquello no le importaba demasiado… tenía otra cosa en la cabeza. La promesa que le había arrancado Pedro.
¿Realmente, quería hacer el amor con él? ¿Realmente le quería, a fin de cuentas? Pedro era un buen chico… era un buen estudiante, era trabajador y responsable… y probablemente, el chico más aburrido del mundo. Sin duda por eso caía tan bien a sus padres y a su tío, pero a ella sólo le provocaba indiferencia. “Es el chico perfecto para la niña” decían todos…. Y quizá tenían razón. Ella hubiera dado cualquier cosa por alguien un poco más… vivo. Alguien que fuese capaz de hacerla reír, aunque sólo fuese una vez… pero era indudable que eso, era inalcanzable para ella. Ningún chico divertido se fijaría en ella, y aunque lo hiciera, sus padres no dejarían tampoco que esa relación fraguase. Pedro era lo único a lo que podía aspirar si no quería terminar sus días soltera y sola, pero lo cierto es que la idea de estar con alguien sólo para no estar sola, tampoco la seducía… pero había estado sola durante casi toda su vida, sin hermanos, sin amigos, nadie quería acercarse a la niña perfecta, la hija del director de la escuela, la sobrina del Decano… Pedro había sido el único que había mostrado interés por ella… qué menos que ser agradecida, y ya que quería sexo, que lo tuviera. Si bien era cierto que la idea la incomodaba, no quería admitir que había otra cosa que la incomodaba más aún: que Pedro no hubiera mostrado interés en sexo durante años y que hubiera sido tan paradito para pedirlo… según decía, la respetaba. Ella veía bien que la respetase, pero no veía qué podía haber de irrespetuoso en divertirse… pero Pedro no era divertido, se recordó. Como tampoco lo era ella, que, temerosa de que él la considerase una ninfómana, le había hecho esperar algunos meses antes de decirle que lo harían como regalo de cumpleaños. Eran el uno para el otro. La clásica pareja de muermos que se casaría pronto en una boda aburridísima, que harían un viaje aburridísimo y que vivirían una vida de rutina asquerosa y aburridísima, que harían el amor un par de veces al mes durante los primeros años de matrimonio, y cuando tuvieran uno o a lo sumo dos hijos, se convertirían en un matrimonio sin sexo, que quizá incluso separasen las camas. Tal vez Pedro se buscase una amante y ella se dedicaría a cuidar de los niños y ver la tele, porque, claro está, a pesar de haber sacado las notas más altas en su carrera, toda su familia esperaría que él la quitase de trabajar y Pedro lo haría, claro. Pedro siempre hacía lo que decía su familia.
Deseó tener a alguien a su lado, a un amigo… pero no a alguien como Pedro, sino a alguien que fuese primero amigo de ella, y sólo después, lo fuese de su familia, no al revés. O incluso que no fuese amigo de su familia, quizá hasta que detestase a su familia. Alguien que la enseñara a divertirse, a tener valor para enfrentarse a todos ellos, alguien como… alguien como Rino. Recordó lo que el señor Oliver, el bibliotecario jefe le había dicho, y sus orejas se pusieron coloradas, “parece que alguien ha hecho una conquista…” había dicho su jefe. Ella había pensado que Rino sólo pretendía hacer el burro, asustarla, reírse de ella… según el señor Oliver, Rino estaba interesado por ella… bueno, él lo había expresado con un “le gustas que no lo puede disimular”. Aquello la aterraba, ¿qué podía haber visto Rino en ella? A él le gustaban las chicas que llamaban la atención, las guapas que llevaban el pelo suelto y se divertían y les daba igual lo que dijera su familia, no tenían que enfrentarse a la presión de “si haces algo mal, humillarás a tu tío el Decano; decepcionarás a tu padre, director del instituto; entristecerás a tu madre, directora del colegio… y te ganarás una buena bofetada”. Aún si fuese cierto, ella no podría tenerle ni por amigo… la cosa llegaría muy pronto a oídos de su tío, y le prohibirían hablar o verse con él, como ya había sucedido cuando era más pequeña. De pronto Arnela sintió pena, mucha pena por sí misma y por la vida que le esperaba y deseó poder marcharse, huir lejos… o poder enfrentarse a su familia y comportarse de otra manera, ser una chica divertida por una sola vez… pero recordó que la vez que lo había intentado, su familia se apresuró a reprocharle que las chicas de buena familia no se comportan como las putas, que la diversión era para los irresponsables y los cabezas locas, que una chica bien se entretenía, pero no salía a divertirse como una cualquiera, y remarcaron los argumentos con dos bofetadas, “así no tendrás que maquillarte más; ya tienes la cara bastante roja”, le dijeron. Desde entonces, había tenido demasiado miedo para volver a intentarlo.
Arnela sintió sus ojos empañados y su nariz taponada. No veía nada y estaba tan ensimismada que no reaccionó cuando una mano le ofreció un kleenex; simplemente lo cogió y se sonó. Sólo entonces levantó la vista y vio a Rino Rompebragas a su lado.
Todo sucedió muy rápido: la joven intentó incorporarse, pero Rino la agarró de la cintura, ella trató de chillar y debatirse, pero él aprovechó su fuerza, la tumbó en el suelo y le tapó la boca con la mano, tumbándose sobre ella para inmovilizarla. Arnela tenía los ojos desencajados de miedo, gemía bajo la mano que le atenazaba la boca y sudaba copiosamente, mientras Rino la miraba sin sonreír. Parecía entre triste y furioso.
-Yo te vi primero. – susurró – Quiero a Pedro, es mi mejor amigo, pero él ni siquiera se había fijado en ti hasta que yo se lo dije. Esto es una estupidez, ¡estate quieta! – masculló cuando ella intentó debatirse – Si nos ven juntos, a ti tu familia te matará. A mí me expulsarán de la universidad por esto, quizá no me dejen entrar en ninguna otra. Y Pedro no volverá a mirarnos a la cara a ninguno de los dos… le haremos más daño del que haya podido sentir en su vida, nos odiará por ello. Siempre he sido un gamberro y lo sé, pero ahora voy a convertirme en un canalla. Pero no podemos evitarlo, ¿verdad que no, Arnela?
La joven intentó resistirse, pero Rino la sujetaba bajo su peso, frotándose lentamente contra ella mientras la mantenía agarrada. Una lágrima se escapó de los ojos de la joven que suplicaba piedad con la mirada, pero Rino se inclinó sobre su cara, lamiéndole quedamente las mejillas. Arnela cerró los ojos con fuerza, sabía que aquello era asqueroso, pero tenía la piel de gallina, temblaba, y no era sólo por temor. Deseaba a la vez que parase… y que siguiese. Notó la boca del universitario acercarse a la suya, tapada por la mano de éste. Retiró la mano y atacó con la boca velozmente, para no darle tiempo a gritar.
Arnela hubiera querido morderle los labios para intentar quitárselo de encima, lo quería de veras, lo intentó… pero su tentativa quedó reducida a perfilarle los labios con los dientes, acariciándoselos. Rino la sujetó de los brazos y prácticamente le violó la boca, metiéndole la lengua lo más hondamente que podía. A la joven se le escapó involuntariamente un gemido… era el primer beso con lengua que recibía en su vida. Pedro la había besado en ocasiones, pero nunca, jamás, le había metido la lengua en la boca. El corazón de Arnela estaba aceleradísimo… la lengua de Rino sabía a tabaco y a alcohol, era cálida y áspera, húmeda… recordó torpemente que su madre decía que los besos franceses eran asquerosos, que era tragarse las babas de otra persona… Estaba claro que a su madre jamás la había besado nadie como el Rompebragas, Arnela sólo sabía que su sexo acababa de desbordarse de jugos, que se notaba caliente, que sus pezones se habían puesto erectos debajo del sostén beige y el grueso jersey de lana marrón y que por mucho que le pesase reconocerlo, le estaba gustando lo que sentía. Quizá fuera toda la represión que había sufrido lo que cicateaba su deseo, no podía saberlo… pero le gustaba.
-Saca la lengua – pidió Rino, y Arnela obedeció maquinalmente, con las mejillas rojas. Su compañero le atrapó la lengua entre sus labios y empezó a mamar de ella, subiendo y bajando con la cabeza. La joven se estremeció de gusto y excitación notando la saliva de Rino deslizarse suavemente por su lengua hasta caer en la comisura de sus labios y escurrir traviesamente por su piel hasta el cuello, haciéndole cosquillas. Sus caderas empezaron a moverse solas. “Perdóname, Pedro… perdóname, te lo ruego”, pensó en medio de su confusión, sabedora que el deseo la había vencido. Iba a dejarse poseer allí mismo, por Rino Rompebragas, el gamberro institucional del centro… y la idea le gustó.
Rino se quitó de encima y agarrándola de la cintura, la hizo darse la vuelta y ponerse de rodillas, inclinada sobre el suelo de baldosas rojas de la biblioteca. Le levantó la falda y le dio un tirón de la cinta del pelo para quitársela de golpe, y los largos cabellos de Arnela cayeron por su espalda hasta el piso. Rino le metió las manos bajo el jersey y le apretó los pechos sin compasión, tiró de su sostén hasta bajarlo y le pellizcó los pezones mientras se frotaba contra sus nalgas, aún con el pantalón puesto, arañándole los muslos con la cremallera y la cadena del cinturón.
-Ay….¡auh! – se quejó la joven – Ten cuidado, sé… sé un poco más dulce… - Rino pareció ahogar un quejido y le apretó la cara contra el suelo, tumbándose contra ella, mientras con la mano libre le tiraba de las bragas hasta clavárselas en el sexo.
-Yo no puedo ser más dulce, no soy dulce, Arnela, ¡yo no soy Pedrito! – protestó – No te gusta la insipidez de mi amigo, pero te quejas de esto… ¿puedes tú ser distinta de cómo eres? ¿Puedes tú ser más valiente frente a tu familia, frente a tu novio, frente al mundo….? ¿No, verdad? Pues yo tampoco puede ser de otra manera. Puedes chillar y escaparte… o puedes quedarte aquí y disfrutarlo. Yo ya no te lo impido.
Arnela sollozó sin contenerse, Rino tenía razón… era una cobarde, pedía a los demás que cambiaran cuando ella misma era incapaz de hacerlo. Quería que Pedrito fuese divertido, cuando ella no podía ser de otra manera; acababa de desear que Rino fuese su amigo, pero no estaba dispuesta a aceptarle tal cual era, y ella misma no quería cambiar, no quería arriesgarse… quería que se lo dieran todo hecho en lugar de luchar de por ello, porque vivía aterrada por su familia y el qué dirán. No tenía derecho a pedirle nada a Rino, si le gustaba ser brutal, que lo fuera, antes prefería eso que pasarse seis años recibiendo besitos en la mejilla…
-Muerde – Arnela sorbió por la nariz y parpadeó para poder mirar lo que le ofrecía el Rompebragas. Era un preservativo, y la joven obedeció, mordiendo por un extremo, mientras él tiró del otro para abrir el envoltorio. Se lo pasó por la cara, era frío y viscoso. - ¿está frío, verdad? Eso se remedia pronto, abre la boca. ¡Ábrela! – la joven hizo caso, entreabrió los labios y Rino le embutió la goma en la boca – no mastiques, no uses los dientes… lámelo con la lengua, llénalo de saliva… empújalo contra los carrillos, eso es… ponlo bien calentito para mí. Escúpelo. – Rino le puso la mano delante de la cara y la joven abrió la boca, dejando caer el preservativo chorreante, intentando contener una arcada, era asqueroso lamer un trozo de plástico baboso, sabía muy mal. Pero su compañero emitió una risita lasciva y lo llevó a su espalda.
Arnela tembló cuando oyó el silbido de una cremallera bajándose y el roce de la ropa cayendo al suelo. Una parte de ella quiso intentar escapar a gatas, levantarse de allí y poner fin a aquélla pesadilla… pero permaneció arrodillada, agachada sobre el suelo como si estuviera clavada en él, con las piernas temblándole y llena de miedo… pero ansiosa por que Rino la penetrase, deseosa de sentir, de saber qué era el sexo y de que fuese aquél bestia, aquél gamberro quien se lo mostrase. Sabía que Pedrito querría morirse si se llegaba a enterar, sabía que no tenía excusa para aquello… pero el deseo era superior a su razón.
Un sonido de rasgado la hizo ahogar un grito. Casi ni se había dado cuenta, pero Rino le había agarrado las bragas con ambas manos y había tirado hasta desgajárselas por el centro. Arnela gimió tartamudeando y sus caderas se movieron solas, le avergonzaba terriblemente reconocerlo, pero estaba loca de deseo.
-Ahora, ya sabes que lo de “Rompebragas”, no es en sentido figurado… - musitó Rino a su espalda y la agarró de la cintura. Jugueteó con su pene en la entrada del sexo de la joven. Arnela se estremecía de ansia, el cosquilleo la volvía loca, la hacía reír por lo bajo, aquélla sensación daba muchas más ganas aún… Rino dio un empujón de caderas y la empaló de golpe.
-¡AAaaaaaaaaaaah…. Me duele! – Arnela había gritado hasta vaciarse los pulmones, sintió que se partía en dos, era muy cálido, pero también muy doloroso… ¿porqué tenía que doler? ¿No se suponía que esto daba gusto? ¿Sería un castigo por haber cedido…?
-Hos-tias… - musitó Rino tras ella – Era verdad, eras virgen. Te garantizo que no lo había creído, que después de seis años con Pedro, él y tú ya… ya lo habríais hecho… ¿Porqué no me avisaste?
-Creí que lo sabías… - susurró ella, entre gemidos ahogados, mientras sentía que su sexo palpitaba, intentando adaptarse al invasor – No irás… ¿no irás a dejarme así… verdad? – se sentía como una guarra suplicando aquello, pero Rino sonrió. Una sonrisa lasciva, pero amistosa, y llevó su mano al sexo de Arnela, y empezó a acariciar el botón – Mmmmmh… ¿qué… qué me estás haciendo…? Me gusta… aah… esto sí me gusta…
-¿Tampoco te habías tocado nunca…? – Arnela negó con la cabeza, muy colorada. No era del todo cierto, a veces sí que se había acariciado, a escondidas, siempre temerosa de que la pescaran… pero nunca hasta el final. Sus padres ni siquiera la dejaban usar pantalones porque decían que la costura de los mismos podía despertarle deseos impuros, de modo que lo que sabía de su propio cuerpo se reducía a la anatomía, no a la autoexploración. Rino se mojó los dedos en la humedad de su compañera y acarició algo más rápidamente. La joven se mecía al ritmo de sus caricias, debatiéndose entre el dolor y el placer. – Te duele porque es la primera vez – jadeó él, luchando por no moverse para no hacerla aún más daño – cuando lo hagamos… cuando lo hayas hecho unas cuantas veces, no te dolerá más… lo que sentirás será sólo placer… sólo esto. – subrayó frotando más intensamente el clítoris hinchado y rojizo.
-Aaaah… haaah… Rino… Quiero que seas tú quien me dé placer… siempre… ¡haaah! Mmmh… así, así… - musitó ella, moviéndose imperceptiblemente sobre el miembro del Rompebragas. Él no contestó. Sabía que él también lo quería, por más que le molestase admitirlo, pero la estúpida ratona de biblioteca le gustaba más de lo que quería reconocer. El saber que estaba enamorada de él le atraía aunque quisiese evitarlo… no quería hacerla daño, no quería que su familia posesiva la hiciera daño, ni que los otros cretinos de la universidad la hicieran daño… y sobre todo, no quería ni pensar en su mejor amigo encima de ella, ni en ningún otro tío haciéndole lo que él. Quería que fuese sólo para él… pero también quería una Harley y sabía que se iba a morir con el antojo. Era imposible. Lo único que podía hacer era intentar disfrutar al máximo del momento que tenían, y que iba a ser el único en sus vidas.
Rino se inclinó sobre ella ligeramente, y notando que la propia Arnela se movía buscando placer, empezó a bombear lentamente, saliéndose casi por completo y entrando hasta el fondo, despacio. La joven emitía algo a medio camino entre quejido y gemido. Le seguía doliendo aún, pero su cuerpo se había relajado, el placer estaba ganando terreno lentamente. Rino se sentía muy estrecho dentro de ella… tan caliente, dulce y apretado, tan tenso… el preservativo no aminoraba en lo más mínimo la sensación de calor y placer, le parecía que tenía el corazón en la garganta… era la primera vez que se llevaba una virginidad por delante, y eso sólo lo ponía más caliente. Sabía que era un golfo sinvergüenza, pero el pensar qué cara pondría el rigidísimo Decano si ahora pudiera verle poseyendo a su sobrinita, le sacaba de quicio, qué ganas tenía de correrse… pero por una vez, quería que lo hiciera primero ella.
Arnela tenía los ojos en blanco y una sonrisa de placer en la cara, le parecía imposible poder sentirse tan bien, era tan delicioso… el placer le subía desde su sexo taladrado hasta el cuello, le bajaba hasta los pies, le producía escalofríos y tenía ganas de gritar a pleno pulmón lo feliz que se sentía, ¿cómo podía su familia decir que era una guarrada algo tan hermoso como tener un hombre dentro de una? ¡Era una maravilla sentirse llena…! “Ya no duele…” pudo pensar, meciendo sus caderas adelante y atrás, sin darse cuenta que lo hacía cada vez un poco más deprisa “Tenía razón, ya no duele nada… me gusta, me gusta mucho, es muy rico… qué calor… qué deliciaaa….”.
Rino intentaba dominarse, pero la sensación era cada vez más potente, sus testículos cosquilleaban, su miembro estaba a punto de explotar, pero a pura fuerza de voluntad logró contenerse… porque notaba que los jadeos de Arnela aumentaban de tono, ella también estaba a punto. Acarició más rápidamente su clítoris y ella empezó a dar botes sobre el suelo, estremeciéndose a cada roce de sus dedos sobre el botón, saboreando cada cosquilla, cada placentero escalofrío. “¿Qué me pasa…?” Se preguntó Arnela “siento como… siento como si me fuera a desmayar… oooh… no quiero que pare, pero me asusta….”. Rino se inclinó más sobre ella, hasta rozarle la oreja con los labios.
-Córrete, Arnela – susurró en su oído, quemándole la piel con el aliento que le ardía – Córrete teniendo dentro la polla del Rompebragas… - La joven sintió que se moría de gusto, una oleada de placer la electrizó subiendo por su columna vertebral, recorriendo la espalda a centímetros hasta que algo pareció hacer explosión en su sexo, y gritó sin poder contenerse, los puños apretados, temblando de la cabeza a los pies, sintiendo su vagina contraerse de gozo y abrazar aún más intensamente a su compañero dentro de ella… Jadeó y le pareció que sus rodillas no la sostendrían. Rino, a su espalda, jadeaba, apretándola de la cintura… daría cualquier cosa, cualquier cosa por no llevar protección, por sentir cómo su sucio semen de gamberro se derramaba dentro de la niñita perfecta… pero no estaba tan loco como para hacerla correr ese riesgo. A Arnela, no. La joven jadeaba de esfuerzo, a pesar de que había terminado, la sensación de bombeo era muy buena, “quiero que goce conmigo, quiero que… ¿cómo dijo? Que se corra, eso es, quiero que se corra…” pensaba, moviéndose ella también al compás de las embestidas.
“No aguanto más….”, Rino ya no se contenía, tiraba como un loco, notando cómo sus pelotas se elevaban para soltar la descarga, y al fin sus caderas dieron un golpe y notó la deliciosa sensación de estallido orgásmico, la dulzura de sentir que la vida entera se le escapaba por entre las piernas hasta dejarle agotado y satisfecho… el semen quedó dentro del preservativo, podía notar su miembro empapado dentro de la goma, pero abrazado por el sexo de Arnela… se salió de ella y la tumbó boca arriba, quitándose el condón mientras le levantaba el jersey marrón. La joven comprendió o no comprendió, pero el caso es que ella misma se soltó el cierre del sostén y se libró de él por completo mientras su compañero exprimía el preservativo sobre su vientre, manchándola de semen…
Arnela jadeó, ¡qué caliente estaba! Con curiosidad, tomó una porción del líquido blanquecino, espeso y viscoso con sus dedos, y su mano se topó con la de Rino, que se dirigía casi a lo mismo, a esparcir su semen por el cuerpo de la joven. Se miraron a los ojos. Arnela sintió ganas de llorar, y Rino se sintió avergonzado, pero antes de poder reaccionar, sus ojos quedaron cautivados por los diminutos pezones de su compañera, rosados y erectos, que coronaban dos pechos mucho mayores de lo que parecían con la ropa puesta, redondos y orgullosos. Arnela se sonrojó, sonriendo con timidez, y Rino negó con la cabeza, pasando a empringarle los pechos de semen.
-Jooooder, joder, ¡¿cómo se puede estar tan buena?! – masculló, agachándose para meter la cara entre las tetas de Arnela mientras ésta lo abrazaba, sonriente.
-Pedro… lo siento. Sé que debes odiarme… pero no puedo seguir. – Pedro no podía entender lo que pasaba. Arnela le había pedido hablar a solas, y le había dicho que quería cortar.
-Pero… pero, no lo entiendo… Arnela, vamos a casarnos… ¿qué pasa? Puedes contármelo, Nela.
-No, Pedro, no puedo, de eso se trata. De que no puedo contarte nada, porque tú se lo cuentas a mi familia. Sé que lo haces con buena intención, sé que quieres protegerme… pero no quiero otro protector más, ya tengo bastante con mis padres y mi tío. Cuando te dije que quería hacer arte dramático, enseguida se lo contaste a mi tío y me lo prohibieron, y eso que te pedí que no lo hicieras…
-¡Porque si hacías teatro, distraerías tus estudios! Y a tu familia no le gusta que seas actriz, no puedes ser tan egoísta, Nela, no puedes pensar sólo en ti, tienes que pensar también en los tuyos… en mí.
-Pedro, llevo pensando en los demás toda mi vida. Y me he dado cuenta que yo tengo que pensar en todos, pero nadie piensa nunca en mí. A nadie se le ocurre pensar qué puedo querer yo, nadie me ha preguntado nunca “¿qué te apetece hacer?”, simplemente me han dicho “vas a hacer esto”. Ni siquiera tú me preguntaste si quería casarme contigo…. Sólo lo hablaste con mi familia y dijiste “vamos a casarnos”, lo diste por hecho… ¿no se te ocurrió pensar que a lo mejor yo tenía algo que decir…? – Arnela hablaba con su voz bajita y tímida de siempre, como a medio camino del llanto… y sin embargo, se le notaba una extraña determinación.
-Pero… pero Nela… siempre nos hemos llevado bien… so-soy el único chico que ha habido en tu vida… yo te quiero…
-Eso, es muy halagador, Pedro… pero no es suficiente motivo para casarme con alguien. A lo mejor, no quiero casarme nunca con nadie.
-Pero tu familia quiere que te cases, tienes que tener hijos, dar nietos a tus padres, como la buena chica que eres… Arnela, ¿qué te ha pasado?
-…Que me he dado cuenta que quiero vivir MI vida, Pedro… no la vida de los demás. Estoy cansada de hacer siempre lo que quiere todo el mundo, nunca lo que quiero yo. No quiero casarme, ni ser ama de casa, ni tener niños… quizá algún día quiera algo de eso, pero hoy por hoy, no. Me asquea sólo pensar en ello. Tenía miedo de decírtelo porque sabía que iba a dolerte, pero no puedo aguantar más. No soy un androide, Pedro, no soy una muñequita que otros dirigen, lo he sido, pero estoy harta de serlo y no lo voy a ser más. Antes de decidirme a querer a alguien, tengo que quererme a mí misma, y para eso, primero tengo que saber quién soy… y mi primer paso para descubrirlo, es no atarme a una persona, por mucho que esa persona me quiera. Lo siento, Pedro.
-Ha…. Hablaré con el Decano, tu tío, con tus padres… entre todos te haremos entrar en razón… Ya lo verás, esto sólo es stress, un poco de miedo por el compromiso, es normal… verás cómo se te pasa, Nela… - Pero la joven negó con la cabeza y salió de la cafetería sin mirar para atrás, y dándose cuenta que Pedro seguía sentado, dejándola marchar. Por un lado, se sentía muy mal por el daño que le había hecho a Pedro. Por otro se sentía libre, libre por vez primera en su vida. Pedro no lo sabía, pero ya no vivía en casa de sus padres, había dicho que el compromiso se había roto y quería conocerse a sí misma, y sus padres la habían sermoneado primero y encerrado en su cuarto sin cenar después. Al día siguiente, había metido un poco de ropa en un bolso grande y había tomado un pequeño cuartito en la Universidad, en la residencia femenina de estudiantes. Sus padres se lo habían permitido porque, a fin de cuentas, allí estaba bajo la tutela del Decano.
“No puedo cambiar de golpe en un solo día”, pensó la joven, respirando el aire otoñal, caminando entre los plátanos de hojas doradas, “pero lo haré poco a poco, palabra…”. Detrás de ella, muy lejos, pero sin perderla de vista, Rino Rompebragas caminaba mirándole el trasero.