Nacida de nuevo
m/F, incesto.
El otoño empezaba ya se dejaba notar donde vivíamos. Las hojas una vez verdes de los árboles iban marchitándose y volviéndose amarillas, marrones, anaranjadas y de mil colores distintos, todos ellos señal de que la estación calurosa había acabado. La nueva estación traería en unas pocas semanas la nieve a nuestra fría tierra y ésta lo cubriría todo de blanco, helando toda la vida hasta la primavera siguiente.
Pero a los habitantes de Dakota del Norte esto no nos asombraba ni nos preocupaba, era lo mismo cada año. Puede que fuera aburrido, pero nada podíamos hacer, así que nos resignábamos y nos dedicábamos a nuestras tareas cotidianas sin prestar demasiada importancia al frío o a la nieve.
Yo entonces, y aún hoy, vivía con mi madre en una casa de campo al oeste del estado. Teníamos un rancho en el que criábamos ganado, aunque no en mucha cantidad. Los dos trabajábamos duro cada día para mantener nuestro rancho alimentando nuestro ganado y ordenándolo todo, lo cual no era tan fácil teniendo en cuenta que teníamos varias cabañas con animales y un granero.
Mi padre se había ido al este del país varios años antes, abandonando a mi madre después de varios años maltratándola tanto física como psíquicamente. Yo tenía 10 años cuando se fue y me afectó bastante, pero por lo menos mi madre no sufriría más sus palizas ni sus insultos y humillaciones. Algunas de éstas incluían llamarla inútil y furcia cuando iban a algún sitio y ella hacía algo mal o dejaba caer accidentalmente. También solía decirle que su comida era comida para cerdos y no para él y que no servía ni para hacer comida.
Mi madre, como es lógico, siempre estaba triste y lloraba mucho. Era triste ver a una mujer de treinta y pocos años llorando desconsoladamente y gritando mientras mi padre le tiraba del pelo y la arrastraba por el suelo llamándola puta y mil otras cosas que mejor es no mencionar. Recuerdo que una vez, cuando yo tenía seis o siete años, la tiró al suelo y le dio una fuerte patada en el estómago. Mi madre se llevó dos días en la cama, después de haber estado vomitando sangre y llorando de una forma que podía partirle el corazón al más impasible.
Siendo mi padre así era lógico que yo me alegrara de que se fuera, pero el daño en mi madre ya lo había hecho. De ser una alegre campesina joven había pasado a ser una mujer madura y maltratada, triste y sin ilusiones. Sólo había una cosa, me decía, por la que la vida tenía sentido para ella, yo. Solía mimarme mucho y abrazarme siempre que podía y yo procuraba tratarla todo lo bien que mi padre no la había tratado, dándole amor y escuchando lo que tenía que decirme.
Esta labor mía, me dijo unos años después, fue lo que consiguió que saliera de su túnel oscuro y recobrara su alegría, aunque ya no era la misma de su juventud. Su amor hacia mí creció si cabe más y no paraba de decirme cosas bonitas y de mimarme como sólo ella sabía hacer. Además, insistía en que no dejara de dormir con ella en su cama, porque decía que le gustaba tener a un hombre al lado, sobre todo si era el hombre al que ella quería. Esto podía ser normal hasta los 12 ó tal vez 13 años, pero a mis 17 era ya algo extraño, por no decir inapropiado. Sin embargo, ella insistía en que durmiese con ella.
No es que no me gustase acostarme con ella en la misma cama o que me quisiera tanto, es sólo que me parecía un poco extraño, eso es todo. Además, tenía otra costumbre que no quería abandonar, ducharse conmigo. Lo habíamos hecho desde que yo era pequeño, pero a mi edad me daba cierta vergüenza hacerlo, sobre todo por el hecho de que me excitaba mucho ver su cuerpo desnudo tan cerca del mío. Ella decía que no había nada malo en ello y que no era del todo extraño que una madre se duchara con su hijo, no importa la edad que éste tuviera.
Lo que sí era normal es que mi pene se pusiera erecto cada vez que nos duchábamos y es que mi madre me parecía tremendamente atractiva. Tenía el pelo castaño rojizo, los ojos marrón claro y la piel muy blanca. No era muy alta, medía 1'64, y estaba rellena, pero de una forma agradable, bien proporcionada. Usaba la talla 95 de sujetador y tenía areolas amplias y pezones gordos y muy rojos coronándolas. Su culo era amplio, ya que mi madre era bastante ancha de caderas, y era duro y firme. Su vulva siempre estaba muy poblada de pelos castaño rojizos y formaba un triángulo no demasiado bien recortado. Mamá tenía un poco de barriga, pero no era ni de lejos excesiva y, para mi gusto, le quedaba muy bien.
En cuanto a mí, he de decir que era un joven muy bien formado. No era atractivo de cara, pero sí de cuerpo, como mi madre me decía a menudo. Medía 1'85, era ancho de hombros y tenía muchos músculos, fruto de las dos horas que me pasaba trabajándomelos diariamente. Mis piernas eran gordas y musculosas, sin un gramo de grasa, mi culo de anchura normal y muy duro y firme, mi espalda ancha y mi abdomen lleno de músculos y muy duro. En cuanto a mi pene, he de decir que en erección medía 20 cm y tenía unos cinco de diámetro. Mi madre siempre me decía riendo que estaba muy bien dotado y que las chicas se iban a volver locas conmigo.
La verdad es que tal vez se habrían vuelto locas conmigo si hubiera vivido en un sitio más habitado, pero no desde luego donde yo vivía. Sí, era aún virgen a los 17 años, algo no demasiado habitual en Estados Unidos, pero no estaba demasiado preocupado por ese hecho, ya que sabía que tarde o temprano caería alguna chica. Por ejemplo, Mandy, la hija de un carpintero del pueblo más cercano ( Wildrose ), y yo habíamos estado saliendo juntos un par de meses no hacía mucho, pero tan sólo nos besamos y tocamos un poco, nada más. Después se tuvo que ir a la universidad ( era un año mayor que yo ) y lo dejamos.
Mi madre se había interesado mucho por aquella relación y suponía que había hecho de todo con Mandy, pero se equivocaba, y de qué manera. Mandy era muy tímida y se ponía muy nerviosa cuando la tocaba un poco o algo, así que no habíamos llegado muy lejos. A mi madre no se lo dije y ella siguió sonriéndose cada vez que el tema de Mandy salía.
Cuando mi madre y yo nos duchábamos, ella siempre insistía en enjabonarme, dedicando siempre mucho tiempo a mi pene erecto. Yo hacía lo propio enjabonándola a ella y disfrutaba al frotar sus tetas y su sexo. Era algo un poco subido de tono, pero a los dos nos gustaba y nos aliviaba ciertas tensiones. Yo comprendía que tantos años sin sexo debían haber afectado a mi madre, que en aquel momento contaba 41 años, y deseaba hacerlo con ella, deslizar mi pene dentro de ella y sentir su maternal calor, pero no me atrevía ni a sugerirlo.
Una noche, cuando los dos estábamos sentados viendo la tele en el salón y se había desatado una tremenda tormenta fuera, se fue la luz. Mi madre cogió unas lámparas que tenía y las encendió iluminando pobremente la estancia. Se volvió a sentar junto a mí en el sofá y se mesó el pelo, que le llegaba por los hombros. Me sonrió y dijo:
-Bueno, Eddy, parece que nos vamos a tener que entretener hablando. Ya sabes que cuando se va la luz aquí, no vuelve en horas.
-Sí. . . -dije yo.
-Cuéntame, ¿no has vuelto a saber nada de Mandy?
-No, se fue a Minneapolis a la universidad y ni siquiera me ha escrito. . . -le dije yo con expresión de decepción.
-Oh, vaya. . . Pobre Eddy, después de lo que hicísteis. . . -me dijo mamá con cara algo pícara.
-Te he dicho que no hicimos nada, mamá. . .
-Oh, vamos. . . Seguro que sí. . .
-No, de verdad. . . Sólo nos dimos unos cuantos besos en el coche -dije yo.
-Entonces, ¿no. . . ?
-No. . .
-De modo que todavía eres virgen, ¿verdad? -me preguntó.
-Eso me temo. . . -me lamenté.
-¿Y ni siquiera te dejó que la tocaras?
-Sí, un poco, pero es muy mojigata y no le gusta que se propasen en lo más mínimo con ella.
-¿Qué te dejó que le tocaras. . . ? Oh, vaya, esto es muy personal. . . Perdona. . . -me dijo.
-No, da igual, no me importa decírtelo. . . Sólo me dejó que le tocara un poco las tetas, pero de todas formas las tiene pequeñas y me dejó hacerlo sólo sobre el vestido.
-Y yo que creía que era una chica de esas que son muy tímidas y luego pieden el control. . .
-Pues no, por lo menos conmigo no perdió el control. . . Es más casi me hace perder a mí la paciencia. . . Pero bueno, por lo menos te puedo ver a ti desnuda y me dejas tocarte cada vez que nos duchamos. . .
-Vaya, con que a mi hombrecito le gusta tocar a mamá, eh. . . -me dijo sonriendo.
-S. . . sí. . . claro. . .
-Oh, vamos. . . No te pongas nervioso. . . A mí también me gusta verte desnudo y tocarte. . . Y me encanta acostarme contigo. . .
-A mí también me gusta dormir contigo. . . -admití.
-¿Y te gustaría tocarme cuando estamos en la cama? ¿Te gustaría que durmiéramos desnudos?
Yo me quedé un poco asombrado ante las preguntas, pero respondí.
-Claro. . .
-A mí me encantaría. . . Si quieres podemos jugar un poco ahora. . . Tengo ganas de verte sin esos calzoncillos. . . -dijo señalando mis calzoncillos largos, que era la única prenda que vestía en ese momento.
Yo hice como me pidió y me bajé los calzoncillos. Mi pene saltó de debajo con fuerza completamente erecto con el glande escondido aún. Mi madre se mordió el labio inferior disimuladamente y luego se puso de nuevo normal, aunque no dejaba de mirarme.
-Desde luego, la tienes muy grande. . . -dijo con un tono de voz algo raro-. ¿Quieres que me quite yo también la ropa?
-Sí, por favor. . . -dijo yo, como cabía esperar.
Mi madre se puso de pie y se quitó el camisón que llevaba puesto dejándolo caer sobre sus pies. Se quedó en sujetador y bragas, ambos de color rojo, como a ella le gustaba la lencería. Luego se acercó un poco hacia mí y me dijo:
-Ven, desabróchame tú el sujetador, Eddy. . .
Yo me levante, con mi enorme falo apuntando hacia arrriba ligeramente. Mi madre se puso de espaldas y mi pene quedó a la misma altura que su amplio culo, que sus bragas apenas podían cubrir. Mi miembro viril estaba a tan sólo diez centímetros de las nalgas, pero decidí no acercarme, ya que aún no sabía qué se proponía mi madre. Llevé mis manos al gancho de su sujetador y lo desenganché. Mi madre lo agarró por delante, se dio la vuelta y lo dejó caer mientras yo la miraba. Con una mirada sugerente miró hacia abajo a mi pene y luego a sus pequeñas braguitas rojas. Yo la entendí muy bien y me agaché poniéndome de rodillas. Agarré la prenda íntima con las dos manos y la fui deslizando hacia abajo poco a poco, revelando su voluptuoso y denso bosque rojizo. Conforme las iba bajando por sus gordos y firmes muslos se iban enrollando hasta casi hacerse minúsculas. Cuando llegué a sus rodillas, mi madre movió sus piernas y dejó que cayeran sobre sus pies. Luego se las sacó del todo y me dijo:
-Ven. . . vamos al sofá, cariño. . .
Los dos nos sentamos pegados el uno al otro en el cómodo sofá y mi madre me empezó a tocar el pecho, pasando sus manos y apretándolo excitada. Se mordía el labio inferior de nuevo. Yo acariciaba sus tetas suavemente, jugueteando con sus pezones decribiendo círculos alrededor de ellos. Mi madre pasó sus manos por mi abdomen y finalmente llegó a mi zona púbica. Comenzó a acariciar mis testículos, poniendo su mano sobre ellos. Luego pasó un dedo por mi pene hasta llegar al glande. Con un movimiento de la mano lo descubrió entero y pudo ver lo rojo y brillante que estaba.
Yo llevé mi mano a su poblada vulva y empecé a acariciarla por encima de los pelos. Mi madre apretó mi glande con suavidad y me hizo gemir durante un instante. Luego empezó a deslizar su mano de arriba abajo masturbándome. Yo no me lo podía creer, pero estaba pasando y yo mismo estaba tocándole el coño a ella. Empecé a recorrer su húmeda raja en toda su longitud. Describí lentos círculos alrededor de su erecto clítoris y luego introduje dos dedos en su vagina, metiéndolos y sacándolos lentamente al principio y luego rápido.
Mi madre jadeaba mientras me masturbaba más rápidamente. Yo ahora estaba de nuevo excitando su clítoris, su fuente de placer. Mi madre empezó a retorcerse y cerró apretó sus muslos, se puso rígida y dejó que el orgasmo se apoderara de ella y la hiciera gozar. Cuando se recuperó me sonrió y siguió masturbándome hasta que, un minuto después, un potente chorro de semen se elevó medio metro en el aire para caer sobre mi muslo izquierdo. El siguiente se elevó un poco menos y cayó sobre mi abdomen. Los últimos chorros cayeron sobre mi vello púbico y en la mano de mi madre.
Ya satisfechos los dos, mi madre se sentó a horcajadas sobre mis muslos y acercó su cara hacia la mía. Sus labios rozaron los míos y luego pasó su lengua por ellos para después penetrar mi boca con ella. Con sus enormes tetas presionando mi pecho y su vello púbico rozando mis testículos, mi madre empezó a explorar mi boca con su lengua. Yo respondí y los dos nos sumimos en un largo e intenso beso incestuoso a consecuencia del cual mi pene se puso de nuevo erecto.
Mi madre dejó de besarme y me dijo:
-Vámonos a la cama, cariño. . .
Me cogió de la mano y con una maliciosa sonrisa dibujada en su rostro me guió hacia su dormitorio. Cuando llegamos la luz ya había vuelto. No era habitual que volviera tan pronto, pero nos vino muy bien. Mi madre se sentó en la cama junto a su mesilla de noche y sacó de ésta un preservativo envuelto en plástico transparente.
-Ven aquí cariño para que mamá te ponga el condón. . . -me dijo con tono maternal.
Yo me acerqué a ella con mi pene erecto y ella me colocó el condón. Luego se echó en la cama con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas.
-Ven con mamá, Eddy. . . -me dijo jadeante-. Métesela a mamá, cariño. . .
Me puse de rodillas sobre la cama y me aproximé a su jugosa vulva. Estaba completamente húmeda y podía ver su raja perfectamente entre sus abundantes pelos rojizos. Yo no podía aguantarlo más, así que me acerqué más y coloqué mi pene en la entrada de su maternal vagina. Mi madre puso sus muslos a ambos lados de mi cintura y me atrajo hacia ella para que me deslizara dentro. Eso ocurrió con mayor facilidad de la que me esperaba gracias a su enorme excitación. Muy pronto, estaba metiendo y sacando mi polla de su coño.
Las sensaciones eran maravillosas. Mientras copulaba con mi madre, pensaba en lo mucho que, incluso sin saberlo, había deseado estar dentro de ella de nuevo, sentirme parte de ella y darle placer. Ella gozaba con su túnel del amor completamente lleno con mi enorme pene, que la hacía gemir y jadear cada vez que entraba o salía. Me tenía aprisionado entre sus fuertes y suaves muslos y no dejaba de apretarme hacia ella para que la penetrara. Los dos seguimos follando hasta que mi madre se corrió. Su cuerpo se puso tenso de nuevo y agarró las sábanas con sus manos sudorosas. Yo no paré y la hice correrse de nuevo, esta vez gimiendo en voz muy alta y apretándome con muchísima fuerza con sus muslos.
Mi propio orgasmo se acercaba inexorablemente y yo aceleré el ritmo de nuestro coito. A mi madre le encantó y se corrió por tercera vez. Justo después de este último orgasmo, yo llegué al mío, llenando el preservativo con mi segunda eyaculación, más fluida que la anterior. Me acerqué a los labios de mi madre y los dos nos besamos durante un rato antes de que nuestros cuerpos se separaran. Luego, lo hicimos y nos metimos bajo las sábanas aún desnudos, acariciándonos y besándonos hasta que caímos en un sueño profundo abrazados el uno al otro.
A la mañana siguiente yo me levanté primero y le llevé a mamá un suculento desayuno a la cama en una bandeja. Al parecer nadie le había hecho esto antes y le sorprendió mucho. Me dio un beso llena de felicidad. Los dos desayunamos cómodamente en la cama, mirándonos como dos enamorados y hablamos sobre lo que habíamos hecho. Ella me dijo que jamás en su vida la habían hecho tan feliz como la noche anterior y que quería que yo fuese su hombre. Me dijo que quería casarse conmigo y ser mi mujer hasta que la muerte nos separase. Por supuesto, eso no era posible oficialmente, pero los dos actuamos como si lo fuera.
Mi madre asumió su nuevo papel de esposa con gran entusiasmo y yo el de marido con aún más entusiasmo y felicidad. Había encontrado el amor de mi vida. Los dos habíamos consumado el amor que nos habíamos tenido durante años y nos habíamos prometido fidelidad eterna. Yo la protejía como el mayor de mis tesoros, mimándola, acariciándola y haciéndola todo lo feliz que podía. Ella hizo lo mismo y nuestro hogar fue un acojedor lugar para nuestro amor y contacto carnal. Incluso hoy, cuando yo tengo ya 38 años y mi madre 62, nuestro amor no ha decaído y seguimos uniéndonos cada noche, oyéndonos gozar y acariciándonos como la más feliz de las parejas.