Nachtmusik (2)
¿son acaso incompatibles el sonido de la lluvia, el amor y el placer? Primera parte de una historia de amor poco convencional.
Eran las dos de la madrugada. Apenas. Aquel fin de semana recién comenzaba y afuera seguía lloviendo. Alex y Pedro estaban quietos en la cama, desnudos, mirándose mutuamente a los ojos. Hacía sólo unos minutos Pedro había recibido por primera vez un pene en su ano; lo disfrutó, lo recordaba y repasaba a cada instante, mientras miraba a su desflorador.
23 años y aún virgen. Pero hasta ahí llegó la pureza. Y ahora era su turno de penetrar.
Alex lo había masajeado, lo había tocado eróticamente, y nuevamente estaba con una erección gigante. Pero no se atrevía. Por eso Alex decidió que debían hacer un poco de caricias previas. Así como les gustaba a sus clientas mujeres. Y en eso estaban. Acariciándose, tocándose, mirándose. Pedro quiso probar el pene de Alex primero, y comenzó a lamerlo. El sexo oral es algo con lo que Pedro había soñado mucho tiempo. Un pene duro en su boca lo excitaba más que nada. Aún así le costó hacerlo. Se había quedado quieto mirándolo, como si fuera una obra de arte. Lo tocaba, lo miraba, lo palpaba, hasta que lo tocó con la punta de su lengua.
Pedro estaba disfrutando su sabor, mientras Alex se adentraba en sus propios pensamientos. Recordó la primera mamada que le dieron, pues esa era la misma sensación. No recordaba haber recibido otro mamón tan agradable como aquél, pero el de ahora estaba superándolo por poco. Aquella vez fue un amigo, que en su adolescencia quería probar cosas nuevas. Alex tenía una novia que se negaba al sexo oral, muchas hormonas, y un pene relativamente grande para su edad. Su amigo, por su lado, tenía una boca grande y una imaginación sin límites. Esa fue la primera relación homosexual que tuvo. Desde entonces, Alex era abiertamente bisexual.
Alex se demoraba en eyacular, y Pedro comenzaba a agotarse. La posición en la que estaba no era cómoda. Alex sacó su pene de la boca de Pedro, y le dijo que era hora de hacerse hombre, con una risita coqueta. Se besaron largamente, mezclando salivas y pensamientos. Alex pasó su lengua por todo el pecho de Pedro, hasta que, bajando por su cuerpo, llegó a un duro falo que lo estaba esperando. Sutilmente le puso un preservativo, y agregó algo de lubricante extra. Humedeció su propio hoyito con lubricante y se colocó en 4 patas, provocando a su compañero. Pedro se envalentonó, se acercó lentamente y con ayuda de Alex, metió la cabeza de su pico erecto entre los glúteos del gigoló. Y así comenzó a dar un vaivén. Sin previo aviso, Alex embutió casi todo el miembro duro de su cliente en su orificio trasero. Se sentía más grande de lo que esperaba, pero en fin, ya estaba acostumbrado.
Pedro se sentía en las nubes, estaba penetrando a un hombre, por primera vez. Poco a poco aceleraba el ritmo de embestidas, mientras Alex, en posición de perrito le pedía más. Pedro se sentía nervioso, temía no cumplir con las expectativas. Pero qué diablos, al fin estaba pagando por eso, y muy caro. No debería pensar en satisfacer a Alex, se supone que es él quien tiene que complacerlo.
Un estremecimiento le vino a Pedro en todo el cuerpo. Y sintió que el placer recorría desde la punta de los pies hasta la punta de su nariz; estaba eyaculando. Sus pequeños y lampiños pezones se pusieron duros, el cabello se le erizó, y no pudo evitar emitir un gemido. De pronto había terminado. La erección comenzó a pasar, y sacó su pene semi flácido del ano de Alex; éste se dio vuelta y lo besó nuevamente. Apasionadamente. Prolongadamente, casi sin respirar. Y se volvieron a dormir. Ahora por todo lo que quedaba de la noche.
Continuará
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