Nachtmusik (1)

¿son acaso incompatibles el sonido de la lluvia, el amor y el placer? Primera parte de una historia de amor poco convencional.

Afuera llovía a cántaros, y ya comenzaba a oscurecer. Pedro estaba sentado en un sillón, junto a la chimenea, leyendo un libro. Perecía una escena de una película antigua, cuya banda sonora era una mezcla dulzona entre la música clásica y el sonido hipnótico de la lluvia cayendo en el techo. Pero Pedro no era el anciano que le hacía juego a dicha escena, sino muy por el contrario un escuálido joven, muy delgado, imberbe, de cabello oscuro y enredado, su cara era adornada por lindos ojos verdes que se escondían tras unos anteojos de medialuna; aparentaba mucho menos edad de la que en verdad tenía. Y es que era un chico especial, un ratoncito de biblioteca, cuya vida eran los libros y estudiar. Tenía pocos amigos; en verdad sólo tenía una amiga, pero se había ido a estudiar al extranjero.

Esa noche, Pedro esperaba algo especial. En sus 23 años de vida aún era virgen. Habían muchos factores que llevaban a eso. Uno de ellos, era que no le gustaban las chicas. Pero era muy reservado para aceptarlo y muy tímido como para buscar compañero. Por eso había recurrido a un escora masculino que contactó por Internet. Era un estudiante de 18 años; en sus fotos se veía fantástico. Pedro lo había citado en la su cabaña de las montañas, lo había contratado por todo el fin de semana. Porque si algo Pedro sí tenía, era dinero; dinero heredado de sus padres fallecidos en un accidente hace muchos años; dinero de sus abuelos, dinero de su trabajo. Lo único que había ganado estudiando tanto, era ganar dinero, y había comprobado que la felicidad no podía comprarla.

Cerca de las 7 de la tarde se escuchó el motor de un auto. El corazón de Pedro saltó. Tocaron a la puerta. Era un joven alto, moreno. Venía vestido con jeans, muy normal para lo que Pedro esperaba.

-         em.. creo que me equivoqué de casa.. – dijo el chico en la puerta con tono dubitativo.

-         No, no creo… - respondió Pedro - ¿eres Alex?

-         Si - dijo el chico con tono de sorprendido – y tu eres

-         …Pedro – respondió.

-         Lo siento Pedro, pero esto es ilegal, no puedo atender a un niño… - dijo Alex con cara de molesto.

-         Hey hey, no soy un niño, tengo 23 años … - secundó Pedro un poco alterado, con la voz entrecortada por los nervios.

-         Si, claro, adios. – interrumpió Alex mientras se daba la vuelta.

Pedro salió a la lluvia y le mostró su identificación. Sólo ahí Alex accedió a entrar a la casa. Aunque Alex seguía algo tenso, aceptó una copa de vino blanco. Pedro descorchó una empolvada botella, mientras Alex se iba acomodando en un sillón. Se sacó la bufanda y el abrigo, quedando con una ajustada polera y sus jeans desgastados. Brindaron. No dijeron el motivo, solo chocaron copas y bebieron. Conversaron bastante, hasta que Alex calculó que las copas ya habrían desinhibido un poco a Pedro. Se sacó la polera, dejando al descubierto un torax delgado, con músculos marcados pero no muy abultados. Lentamente se acercó a Pedro, y como un experto suavemente lo besó en los labios. Fue un beso corto, pero fue intenso: el primer beso de Pedro.

Pedro se alejó repentinamente. Estaba nervioso, sudando. Pero era una extraña sensación entre nerviosismo y éxtasis. Alex quedó plasmado en el sillón, no entendía nada. Sus clientes habituales, o al menos los que le habían tocado en el poco tiempo en que desempeñaba su oficio, eran hombres mayores, experimentados, que les gustaba disfrutar de carne fresca, y que los llevaran a explorar elasticidad de su cuerpo que habían olvidado que alguna vez tuvieron. Eran hombres de dinero, muchos tenían familia, pero ninguno lo había llevado escondido a una cabaña lejana, ni habían comprado tanto tiempo con él.

-         Si quieres nos vamos más despacio – dijo con voz tranquilizadora Alex – tiempo tenemos de sobra.

-         Gracias – murmulló apenas Pedro.

Alex fijó su mirada en un juego de saló que estaba escondido por ahí. Era un scrabble, el juego de las palabras cruzadas. Fue a buscarlo, lo desempolvó, mientras Pedro servía un trago más fuerte. Era una mezcla peculiar que Alex no había visto antes. Un color verde intenso lo hacía desconfiar. Pedro no lo había bebido antes, pero sí lo había preparado; aunque no tenía con quien disfrutarlo, ensayaba el momento en que necesitara de aquél “duende verde”. Le extendió una copa a Alex, y brindaron nuevamente. Comenzaron a jugar. Pedro no entendía el fin de jugar un pasatiempo que hasta él encontraba aburrido. Pero Alex sabía lo que hacía. Y las palabras que empezaron a aparecer en el turno de Alex eran del tenor de SEXO, COITO, PLACER, PENE, LARGO… etc. Efectivamente la estrategia surtió efecto. Pedro, asistido por el trago, tuvo repentinamente una notoria erección.

Fue el momento que Alex eligió para conectar su iPod al equipo, sacar la música clásica y poner algo de música hot, esa música que crea el ambiente ideal para el sexo. Desde el rincón del aparato musical, fue caminando lentamente hacia Pedro, mientras se iba sacando la ropa. Se quitó los zapatos, los pantalones, y quedó en unos boxers apretados. Acarició el cabello enredado de Pedro, mientras con sus manos acariciaba la cara, con suaves movimientos circulares; bajó por el cuello, para llegar a su espalda, y gentilmente le quitó el polerón que traía puesto. Para sorpresa de Alex, Pedro llevaba muchas capas de ropa; tuvo que quitarle cerca de tres camisetas para dejar su torso desnudo. Pedro era un enclenque, muy flaco, sin un vello en pecho, apenas sobresalían unos pelitos de sus axilas. Pedro se puso de pie, y Alex lo detuvo de un beso. Aquel si que fue un beso. Pedro abrió naturalmente su boca, permitiendo que entrara la lengua de Alex. Masajearon sus lenguas, mezclando sus salivas, mientras Alex le iba quitando el cinturón. Pedro nuevamente se puso algo tenso. No le había alcanzado a decir a Alex que era virgen. Con voz entre cortada masculló la frase. Alex no se sorprendió. Pedro era un pollito. Se puso tras Pedro, acariciándole el pecho desde atrás, besándole el cuello, pasándole la lengua por la espalda, mordisqueando sus orejas.

La erección de Pedro no daba más. Por fin se sacó los pantalones, y dejó al descubierto unos boxers sueltos, que mostraban la magnitud de su pene erecto. Nuevamente una sorpresa para Alex: el pene de Pedro era enorme. Le bajó los calzoncillos y comenzó a masturbarlo. La excitación de Pedro era muy notoria, lo que lo hizo eyacular casi de inmediato. Alex, que lo había previsto, comenzó, todavía desde su posición trasera, a masajearle las bolas, mientras seguía con sus besos. También se deshizo de sus boxers, y empezó a tocar con su pene a Pedro, cerca de los gluteos, por la espalda… Pedro se excitaba nuevamente. Alcanzó una erección prominente otra vez; pero Alex no volvería a jugar con su pene, no por el momento.

Alcanzó de su abrigo un condón y lubricante, puso a Pedro de rodillas, y sin avisarle comenzó a introducir su pene por el ano de Pedro. Suave, muy suave, solo la puntita. Seguía masajeando los pequeños pezones, su estómago plano, los brazos escuálidos, y de pronto lo penetró completamente. Un quejido de dolor de Pedro se escapó, pero Alex siguió penetrando, con un vaivén uniforme. Los quejidos de dolor pasaron de pronto a placer. Pedro sentía que se moría de excitación, placer y dolor al mismo tiempo, y así como estaba, comenzó a masturbarse. Alex no lo dejó. Retiró la mano de Pedro de su propio pene, y la llevó a su trasero. Y mientras Alex se movía penetrando, Pedro trataba de introducir un dedo el ano de aquél.  El sudor de los cuerpos juntos, pegados, ponía a Pedro a mil.

Cuando Pedro ya estaba muy cansado, Alex salió de él. Pedro se había portado muy bien. Merecía un premio. Así que aprovechando la erección que aún duraba en el pene de Pedro, Alex comenzó a mamárselo. Se lo lamía, pasaba su lengua, lo introducía en su boca, aunque no entero, pues no cabía, y masajeaba sus huevos. Pedro eyaculó otra vez, varios chorros de semen llenaron la cavidad bucal de Alex, quien mantenía el fluido en su boca. Se levantó y dio a Pedro un beso increíble, en que la saliva no fue el único fluido que intercambiaron; el semen aún fresco y tibio de Pedro, pasaba de la boca de Alex a la de él, mientras sus lenguas jugaban a encontrarse.

Se quedaron dormidos en el sillón, desnudos, abrazados. Aún quedaba bastante fin de semana. El encuentro no había terminado.

Continuará

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