Nacho, el andrómano

Nacho, el chico con cara de ángel que llevaba en su interior una semilla mortal.

Nacho, el andrómano

1 – Primer error

Estaba deseando de que llegase el autobús; conocía aquellos paisajes de los dos años anteriores. Mis amigos Gorka y Bruno habían estado inútilmente intentando convencerme de que nos fuésemos a veranear todos juntos; era el tercer año que me negaba a estar acompañado y me sentía libre al poder pasar un mes solo, sin mis padres, sin mis amigos, aunque algunos días me apeteciese tener a alguien a mi lado. Siempre encontraba a alguien con quien charlar y tomar unas cervezas… aunque nunca había conocido a otro chico que pensase como yo. Eso, hasta cierto punto, me daba igual.

El autobús paró bruscamente y creí que mi bolsa iba a caérseme encima. La señora que estaba sentada a mi lado me miró asustada y un chico sonrió desde la otra fila de asientos. Me levanté rápidamente, cogí mis cosas y salí al pasillo para bajar de los primeros.

En la plaza había mucho ambiente, como todos los años por esas fechas, y el aire olía a mar y a limpio. Respiré a gusto y comencé a andar hasta la casa de doña Inés donde tenía reservada mi habitación de siempre. No muy lejos de la plaza, entrando por una calleja muy fresca, vi pasear a un grupo de gente en bañador, con hamacas, sombrilla y bolsas que, con toda seguridad, iban ya a la playa, así que apreté el paso para dejar las cosas en mi habitación, cambiarme y darme el primer paseo y el primer baño.

  • ¡Hola, Ariel! – exclamó doña Inés al verme - ¿Ya estás por aquí?

  • ¡Por fin, señora! – la besé - ¡He estado todo el año deseando volver!

  • ¿Y dónde estás parando?

No entendí lo que me preguntaba. Doña Inés era algo mayor pero no tanto como para olvidarse de que tenía reservada una de sus habitaciones para mí.

  • Acabo de llegar – dije pensativo -; vengo a quedarme aquí como los otros años…

  • ¡Claro, hijo! – levantó los brazos -, pero… si mal no recuerdo tengo aquí apuntado que llegarías el día veintidós… ¡A ver!...

Miró su libreta ajada y buscó sin encontrar nada mientras sus gafas se le resbalaban por la nariz.

  • ¿Ves? – me mostró una página mugrienta -; hace dos meses que te tengo apuntado; para el día veintidós… y está todo ocupado.

  • ¡No puede ser! – exclamé -; le dije el día dos ¿Por qué iba a venirme a finales de julio?

Se quedó pensativa y, por su expresión, comprendí que se había equivocado. Me di cuenta de que podía haber hecho el viaje para nada; en aquellos días no había sitio donde quedarse en todo el pueblo.

  • ¡Vaya! – ladeó la cabeza -; seguro que me he equivocado, hijo, pero aquí tengo apuntado el día veintidós y… una de las tres habitaciones del patio tiene el suelo levantado ¡Ya sabes; las alcantarillas, que son muy antiguas!

En aquel momento, mientras aquella buena señora parecía pensar en lo que iba a hacer, llegó un chico desde el patio y se colocó a mi lado esperando. Lo miré con disimulo. Estaba en bañador y llevaba una toalla sobre uno de los hombros. Su piel era muy morena y sus cabellos eran cortos; más largos, rubios y muy alborotados por arriba. Lo que me dejó perplejo fue su forma de mirar. Tenía los ojos muy expresivos, los labios entreabiertos y muy rojos y de su oreja izquierda colgaba un pequeño arete de oro.

  • ¡Perdona, Nacho! – bajó la señora la voz -; tengo un problema con la habitación de este chico ¿Necesitas algo?

  • No, señora – dijo una voz muy sensual -; sólo quería dejarle las llaves para no perderlas en la playa.

  • ¡Haces bien, guapo! – pensé lo mismo que le decía doña Inés -; déjalas en la mesa ¡Fíjate qué lío tengo! Te he alquilado la habitación que tenía para este este chico ¡Qué cabeza la mía!

  • Si tiene una cama-mueble – dijo el chico -, no me importaría compartir la habitación. Es muy grande.

  • Tengo una cama mueble tan vieja, que no se la pondría ni a un perro. Esto no es tan fácil. Vamos a ver…

  • No importa, doña Inés – dije resignado -, si no tiene sitio donde quedarme volveré a casa esta tarde… Pero no puedo asegurarle que venga el día veintidós.

No pude evitar mirar al chico casi fijamente. Era guapísimo y estaba intentando convencer a la señora para que me acomodara con él. A pesar de que el chico era un bombón, casi prefería irme a buscar un sitio donde dormir solo o volverme a casa… Pero el chico insistía y me miraba de vez en cuando, con miradas muy cortas, como si esperase a que yo le dijese algo. Mientras tanto, doña Inés llamó por teléfono.

-¿Te importaría ir a otra casa, hijo? – me dijo poco convencida -. Tengo una amiga que este año no alquila sus habitaciones. Está con su hija por motivos de salud. Tiene una doble que no usa y estoy segura de que me haría el favor ¡No sabes cómo lo siento!

El chico no se movió y doña Inés parecía esperar una respuesta, así que recogí mi bolsa del suelo, les sonreí a los dos y encogí los hombros. Si aquella habitación de la otra casa que decía no estaba mal…

  • Esta señora, Tomasa – me explicó dudosa doña Inés –, no te podrá dar las comidas. Almuerza y cena con su hija; no cocina. Es muy cariñosa. Si no fuera así no te enviaría allí, lo sabes…

El chico, que seguía pendiente, aparentemente nervioso, dejó las llaves sobre la mesa.

  • Yo estuve allí el año pasado – dijo entonces con voz dulce -. Me gusta ese sitio.

Se fue hacia la salida como si tuviese prisa y, antes de llegar a la puerta, miró atrás un par de veces con timidez y su mirada se me quedó fotografiada en la mente.

  • ¡Ariel, escucha! ¡Que te hablo y estás en otro sitio! – dijo doña Inés -. No sé qué hacer. Es verdad que Nacho se quedó con Tomasa el año pasado. Estuvo con su amigo hasta dos meses…

¡Nacho!, pensé. La verdad era que a pesar de que buscaba soledad, no me hubiera importado pasar todo el mes acostado en el suelo, en una manta, junto a él. La primera vez que encontraba a alguien así tenía que irme a otra casa. Salí a la calle resignado para oír las explicaciones de doña Inés.

  • ¡Ya sabes, guapo! – me besó -; la segunda a la derecha, en el número 4. Y aquí tienes tu casa para comer. Tráeme también la ropa para lavarla. No te cobraré nada…

2 – Segundo Error

Caminé cabizbajo por la calle. No me importaba tener que dormir en una casa y comer en otra – estaban cerca -; incluso me ilusionada dormir en una cama de matrimonio para mí solo… Así es el destino. No podía borrar la mirada de Nacho de mi retina. No sólo se trataba de haber visto unos ojos tan bonitos; en su mirada, en su voz y en sus gestos había algo que no podía comprender.

Al volver la esquina de la calle donde estaba la casa iba mirando al suelo y vi unos pies que se acercaban despacio hacia mí y levanté la cabeza ¡Era Nacho! Sentí que me temblaba todo el cuerpo y sudaba; debí ponerme como un tomate. Me sonrió.

  • Hola, Ariel. La casa es aquella – señaló atrás -; te va a gustar. Yo ya he estado allí. ¿Te acompaño?

  • ¡Vale! – me gustó la idea - ¡Como quieras!

  • He pensado que, a lo mejor, podría alquilar doña Inés mi habitación pero… imagino que querrás estar solo. ¡Doña Tomasa es una mujer tan encantadora!... Me quedaría contigo.

  • Claro – no sabía qué decirle - ¡Bueno, no! ¡Verás!...

  • Yo estoy solo – me dijo - ¿Tú no vienes con nadie?

  • ¡No, no! – no quería mirarlo -; no es que me moleste estar con alguien, sino que siempre vengo solo unos días.

  • ¡Venga! ¡Te acompaño a dejar las cosas! – dijo muy contento -. Conozco a doña Tomasa y tengo ganas de verla.

Empecé a pensar que Nacho estaba a gusto a mi lado y, a renglón seguido, me di cuenta de que él estaba cambiando mis planes. Además, a partir de ese momento comenzó a hablarme como si me conociera desde siempre.

  • ¡Pasad, bonitos, pasad! – abrió la puerta aquella otra señora tan amable - ¡Creí que venía uno solo! ¡Inés no se ha explicado bien! Tendréis que dormir en la cama de matrimonio.

No dije nada porque no sabía lo que habían hablado. Miré a Nacho entusiasmado.

  • ¡Ah! – exclamó al fijarse en Nacho - ¡Pero si este ángel es el que se quedó aquí el año pasado! No se me olvida una cara y por aquí han pasado muchos chicos… pero no como tú. Este año no pensaba alquilar, hijo…

Nacho hizo un gesto de agradecimiento y Tomasa me señaló el camino a la habitación.

  • Aquí estaréis muy cómodos – dijo -; podéis entrar y salir cuando queráis. Si estoy en casa dejo la puerta abierta; afortunadamente, en estos pueblos todavía se puede dejar la casa abierta sin que te la desvalijen. Aquí está el baño… y este es el cuarto.

Nacho se asomó a mirar con curiosidad. Parecía más feliz que yo mismo; sus ojos iban a salirse de sus órbitas. Doña Tomasa nos dejó solos.

  • Deja las cosas y nos vamos a la playa – me dijo entusiasmado -.

  • Tendrás que esperarme un poco – me justifiqué – porque vengo sudoroso y quiero ducharme y cambiarme.

  • ¡No hace falta! – dijo -; vas a bañarte ahora en la playa ¡Cámbiate!

  • Estoy sudoroso…

  • ¿Y qué? – pasó la mano por mi pecho -. Te cambias en un momento.

Tenía que quitarme toda la ropa allí. El bañador venía en la bolsa. Me senté en la cama para quitarme las zapatillas y los calcetines. Las dejé a los pies de la cama y me levanté para quitarme la camiseta y los pantalones. Nacho no dejaba de mirarme. Cogí las calzonas antes para no estar mucho tiempo desnudo. Un tanto de espaldas a él, me saqué los pantalones y me bajé los calzoncillos. Enseguida, me puse las calzonas y me fui volviendo. Cuando me di la vuelta, Nacho había cogido una de mis zapatillas con el calcetín y la estaba oliendo.

  • ¿Qué haces? – exclamé - ¡Debe oler fatal!

  • Me gusta este olor – susurró -; y el tuyo me encanta.

  • ¡Vamos, deja eso! Tenemos que aprovechar el tiempo.

Se acercó a mí y tiró de mi bañador y de mi toalla:

  • ¡Me gustan!

Lo tomé por la cintura sin pensar en lo que hacía y nos despedimos de doña Tomasa, que nos acompañó despacio hasta la puerta.

  • Podéis dejarla entreabierta si estáis aquí. Eso hago yo. Cerrad con llave si os vais a la playa y por la noche. Aquí tenéis vuestra copia de las llaves. Mañana volveré a media mañana para haceros la habitación.

Nacho y yo hablamos mucho mientras caminamos por la calle hacia la playa y, de vez en cuando, me rozaba sensualmente con su mano. Si él hacía eso, ¿por qué no iba a hacerlo yo? Entramos en un bar a tomar algo fresco y le acaricié su vientre moreno y terso mientras tomábamos una cerveza; como si lo conociese de siempre. No dijo nada; siguió hablando y riendo mientras íbamos conociéndonos poco a poco. Tomamos unos baños; sus cabellos y sus pestañas mojadas eran todo un espectáculo. Me empalmé al mirarlo y jugar nadando y rozándonos. Se dio cuenta, se acercó y me la cogió bajo las aguas… y llegó la hora del almuerzo. Volvimos callejeando a casa de doña Inés yéndonos por la sombra. Casi no podíamos ver cuando entramos en la casa oscura y fresca.

Nos sentamos juntos para comer y frente a nosotros comieron un chico y una chica. Recordaba aquellas comidas sabrosas de otros años y pensé que iba a poner unos kilos de más en pocos días.

Nacho terminó muy rápido, se levantó y se excusó amablemente para ausentarse. Lo esperé allí un buen rato y no volvía, así que salí del comedor tras el postre y busqué en un lado y en otro.

  • ¿Buscas a Nacho? – me preguntó doña Inés - ¡Se ha ido ya!

  • ¿Se ha ido ya? – no entendí -.

  • Sí. Ha recogido sus cosas ya – dijo con naturalidad -. Creí que os ibais a ir juntos, pero se ha ido antes.

  • ¡Ah, comprendo! – no lo entendía muy bien -. Es que él come muy rápido. Ahora voy a descansar unas horas. Volveré para cenar. Necesito dormir algo.

  • Sabes que tenéis la merienda, guapo – aclaró -. Venid cuando queráis.

3 – Tercer error

Pensé que se había escapado por la puerta de atrás sin dar explicaciones. No se comportaba conmigo normalmente y no sé a qué acuerdo llegó con doña Inés. A fin de cuentas… Nacho iba a estar conmigo.

La puerta de la casa estaba entornada y no tenía la llave puesta. La empujé despacio y entré en el oscuro pasillo llamando a doña Tomasa. No contestaba y encajé la puerta. Iba decidido a dormir una buena siesta. En un enorme silencio, recorrí el pasillo hasta el dormitorio. La luz del sol, atenuada por las persianas, iluminaba suavemente las paredes y por el resquicio de la puerta del dormitorio se veía bastante menos luz. Puse la mano en la puerta y empujé despacio. Sobre la cama, boca abajo y en pelotas, estaba Nacho oliendo algo que tenía entre sus manos.

  • ¡Nacho! ¿Qué haces aquí?

  • ¿No te ha dicho doña Inés que me venía?

  • ¡Claro! – me quedé un tanto perplejo -; pero pensé que ibas a esperarme ¿Cómo has entrado?

  • La copia de las llaves la tengo yo – rio -. Me he venido aquí a esperarte. Debería haberte esperado allí.

  • ¡No, no me importa! – me mantuve alejado de él - ¿Qué estás haciendo?

  • ¡Ven! – me hizo señas –. Estaba oliendo tus calzoncillos. Estas cosas me dan morbo. Si no quieres, no toco nada tuyo.

Me senté en la cama junto a él sin dar crédito a lo que veía. Apretaba mis calzoncillos contra su nariz y aspiraba cerrando los ojos. Me avergonzaba muchísimo que un casi desconocido se pusiese a oler mi ropa sudada y maloliente. No es que me molestase, es que no entendía su forma de hacer las cosas.

  • ¿Te molesta que haga esto? ¡Creo que me he equivocado! – se incorporó -. No soy nadie para tocar tus cosas sin tu permiso.

Puse inmediatamente mi mano sobre su hombro para que no se levantase y moví despacio mi dedo pulgar acariciándolo.

  • No, Nacho. No tienes que pedirme permiso, es que no estoy acostumbrado a estas cosas. Me gusta que estés en mi cama.

No respondió. Se quedó inmóvil mirándome y supe que no había estado imaginando cosas, sino que todo estaba siendo demasiado rápido. Él no había disimulado mucho; yo tampoco. Y allí estábamos los dos mirándonos como dos tontos. Acerqué mi cara con cuidado a la suya y noté cómo se entrecortaba su respiración y abría los labios. Mi mano se movió rápidamente hasta su cuello y tiré de él para besarlo. Soltó mis calzoncillos y tiró también de mí. Nos besamos frenéticamente revolcándonos a un lado y a otro y, cuando ya no podía respirar, me retiré un poco, lo miré fijamente sin creerme lo que ocurría y dejé caer mi cabeza junto a la suya en la almohada.

  • ¡Eres bellísimo! No puedo creer lo que está pasando…

  • Soy un fresco – susurró -; te lo he dicho. En cuanto te vi me puse malo. Quería que te quedases conmigo y no que te vinieses. Cuando estuvimos en la playa supe que pensabas como yo. No puedes disimularlo.

Movió su brazo con lentitud y agarró mi polla dura apretando la tela de mis calzonas. Mi mano se fue a su entrepierna y agarré su miembro duro y caliente.

  • Quítate el bañador – dijo -. Estamos solos.

  • Eres un caradura muy guapo – acaricié su rostro -. Gracias por haber hecho trampas; yo no hubiera sabido.

Me quité las calzonas, me eché sobre él y volvimos a besarnos pero acariciándonos ferozmente y me empujó hacia el colchón para ponerse sobre mí. Su polla se me clavaba en el vientre y la mía se entremetía entre sus piernas mientras nos balanceábamos. Apretó mi polla entre sus muslos.

  • Me iba a casa el día quince – dijo en mi oído -, pero sé que vas a estar todo el mes y me quedaré… si quieres.

  • ¡No te vayas! – le rogué -; pagaré lo que sea si no tienes bastante.

  • No tienes que pagar nada – habló con sus labios sobre los míos -; no te retires de mí. Con eso me conformo.

  • ¿Estás enamorado o algo así? – me extrañé -.

  • Sí – se quedó muy serio - …de otro chico.

4 – Cuarto error

No pude evitarlo. Mis manos soltaron sus nalgas y cayeron junto a mi cuerpo. Aquello no iba a ser nada más que un verano de sexo con Nacho y luego lo perdería de vista.

  • Deja que te explique, Ariel – suspiró -. Mi pareja y yo discutimos y hace tiempo que no estamos juntos. Lo quiero, es verdad, pero no podía aguantar que se acostase con uno diferente cada semana ¿Tú eres igual?

Acababa de preguntarme algo que ni yo mismo sabía. Mirando su rostro y oyendo su voz, no podía negar que había imaginado mi vida entera junto a él.

  • Yo no soy así – eché su flequillo hacia atrás -. Puedes tomarme por loco pero cuando nos hemos besado por primera vez estaba pensando que esto no iba a ser un juego.

  • ¡No juego con nadie! – puso el dedo en mis labios -. Lo que no voy a hacer es decirte que me he enamorado de ti, pero no puedo apartar mis ojos de tu cuerpo. Demuéstrame que tú si me quieres. Olvidaría a Felipe.

  • ¿Felipe? – me eché a un lado - ¿Así se llamaba tu pareja?

  • Sí, así se llama el chico del que estoy enamorado. Otra cosa distinta es que él esté enamorado de mí. Lo dudo.

  • Tenemos un mes para convivir – propuse – así que podemos demostrarnos si esto es un flechazo o no es más que un capricho. Si descubres que soy otro Felipe, olvídame.

Puso tal cara de sorpresa que yo mismo me asusté. Volví a poner mis manos sobre sus nalgas. Observé su cuerpo desnudo y estaba todo empapado de la misma belleza. Aquella polla brillante y dura, que dejaba asomar casi todo el grande rojo entre el prepucio, me estaba pidiendo que la mamase y me incorporé para meterla en mi boca.

Nacho puso su mano en mi pecho para detenerme. Miró atrás para ver mi polla y sonrió.

  • Es como la mía.

Me miró fijamente y se sentó sobre mí recorriendo con sus manos todo mi cuerpo.

  • ¡Quiero todo esto sólo para mí! – se mordió los labios - ¡Déjame dártelo todo y dámelo todo! Ya no quiero saber nada de nadie más; pero no te separes de mí.

Se fue deslizando poco a poco arrastrado su polla por mi pecho y cuando la vi acercarse, me levanté abriendo la boca. Empujó su cuerpo rápidamente y lo tuve dentro; chupándolo con ansias mientras él miraba al techo y me mesaba los cabellos. Volvió a separase mirándome muy serio; me quedé con la boca abierta. Se mojó los dedos con saliva y se untó el culo. Se fue deslizado despacio sobre mi pecho sin dejar de mirarme y, al poco tiempo, estaba moviendo mi polla para metérsela. Cuando sentí que estaba en su agujero, apreté suavemente.

  • ¡Aprieta fuerte! – gimió - ¡Lastímame! Aprieta hasta el fondo y fóllame ¡Venga! No quiero que dejes de follarme ni un minuto.

Sus palabras, en ese momento, me parecieron un poco exageradas y, sin embargo, hice lo que me pedía. Apreté sin compasión, atravesando su esfínter y hundiéndome en él hasta el fondo mientras contenía sus gritos. Pellizqué con fuerzas sus nalgas y tiré una y otra vez de él para que no quedara ni un centímetro de mi piel fuera. De pronto, cogió mis calzoncillos de la cama y se los llevó a la cara para olerlos y lamerlos. Comenzó a moverse y a inclinarse sobre mí. Mis propios calzoncillos sudados se pegaron a mi nariz.

No podía aguantar demasiado tiempo la situación y lo incorporé un poco.

  • ¡Espera, espera! – dijo de pronto - ¡No te pares ahora! ¡Dame fuerte! ¡Ah! ¡Más fuerte! ¡Más! Así, así…

Sin esperarlo, vi salir una enorme metralla de semen de su polla sin haberla tocado. Me llegó hasta la frente.

  • ¡Vamos! – comenzó a saltar sobre mí - ¡Córrete dentro! ¡Dame fuerte! ¡Córrete ya! Tenemos mucho más tiempo luego…

Simplemente con saber que no le importaba que me corriese ya, dejé de aguantar y solté todo mi interior en él; repetidamente, apretándolo contra mí y gritando de placer. Mi cuerpo entero se estremeció mirando su bellísimo rostro como si estuviese recibiendo corrientes eléctricas hasta que eché mi cabeza a un lado exhausto y sudando a chorros.

  • ¡Lo haces muy bien, Ariel! – mordisqueó mi oreja -. Haz siempre lo que quieras conmigo.

  • Tú también – dije asfixiándome -; haz conmigo lo que quieras.

  • ¡Vamos al baño! – se le veía muy feliz -. Tienes toda la cara y el pecho lleno.

  • ¡Sí, vamos!

  • Métete en la ducha – dijo con naturalidad -; mírame y ponte en cuclillas.

Lamí un poco su semen, que sabía igual que olía su piel y me eché un poco hacia adelante para bajar mi cara cerrando los ojos ante su polla. No le oí coger la ducha y, al instante, un chorro caliente de su orina me estaba bañando toda la cara y caía por mi pecho hasta los pies. Creí que no iba a terminar nunca de orinar. Entonces sí cogió la ducha y comenzó a lavarme con agua templada. Se metió conmigo en el plato y se echó agua por la cabeza. En muy poco tiempo, se agachó y se puso de rodillas ante mí.

  • ¡Vamos, orina! – dijo -. Empápame de ti.

La verdad es que llevaba mucho tiempo sin orinar pero me costó trabajo empezar. Mi vejiga debería estar a tope. Estuve orinando sobre él un buen rato y, sabiendo que le gustaba, le fui regando los ojos, la boca, el cuello y el pecho. Cuando acabé, volvió a abrir la ducha y se enjuagó. Se quedó en pie muy quieto frente a mí y me hizo un gesto para volver a la habitación.

5 – Quinto error

Saltamos los dos a la cama muertos de risa y volvimos a fundirnos en un abrazo. Curiosamente, no había perdido su erección.

  • Date la vuelta, guapo – dijo -. Voy a follarte yo ahora. Tú ve pensando en lo que quieras hacerme.

  • ¡Espera, Nacho! – volví mi cara -. Debo de ser raro, pero si no descanso un poco me va a ser imposible…

  • ¡Ah! – pensó -. No te preocupes. Yo te follo mientras te recuperas.

  • Es que si me follas ahora… - no sabía qué decir -; si me follas lo voy a pasar mal. Ahora mismo soy incapaz. Déjame descansar sólo un poco y verás lo que es follar ¿Vale?

Se echó a mi lado sin expresión pero se notaba claramente que estaba contrariado. Volvió a coger mis calzoncillos, se los llevó a la cara y me dio la espalda. Comenzó a masturbarse. No aparté mi vista del techo. No podía asimilar todo aquello en tan poco tiempo.

  • Duerme un poco, corazón – me dijo sensualmente -. Ya me he corrido. Voy a ponerme las calzonas y a darme un baño en la playa, ¿ok?

  • Gracias, Nacho – lo besé -. Gracias por entenderme.

  • No – se levantó de la cama -. Me voy porque no te entiendo. Podríamos follar sin parar los primeros días. Luego… tres o cuatro veces nada más, ¿no?

  • ¡Claro, claro! – quise llevarle la corriente -. Es cuestión de que descanse del viaje.

Se puso las calzonas, cogió su toalla y sus playeras y salió del dormitorio dejando la puerta abierta. Lo oí salir y me levanté despacio. Se había ido. Cerré la puerta y me quedé mirando al patio por la ventana como si acabase de despertar de una terrible pesadilla. Siempre había oído hablar de fetichismo y esas cosas, pero nunca de alguien que era capaz de hacer el sexo sin parar y de cualquier forma. Empecé a pensar que lo iba a pasar muy mal. Me eché en la cama y caí rendido.

Me desperté cuando sentí un peso sobre mí.

  • Hola, amorcito. Ya me he refrescado bastante y he visto cosas que me han puesto como una moto; muy cachondo. Me he venido para estar contigo ¿Has descansado ya?

  • Sí, sí – musité -. Bastante. Me voy reponiendo.

  • ¡Perfecto! – exclamó -. A ver dónde está ese culito que me espera…

Empezó a abrirme las nalgas y a pasar sus dedos frescos por mi culo. Sentí una sensación muy agradable. Me masajeaba con cuidado y fue metiendo uno de sus dedos. Volvió el placer y respiré profundamente. En pocos minutos, me pareció que escupía en su mano y noté que me introducía, quizá, dos dedos. Hizo un masaje largo y con cuidado. Me estaba dilatando.

Sentí su polla mojada recorrer toda la raja de mi culo de arriba abajo, hasta llegar a mis huevos. Los acarició dulcemente. Había conseguido excitarme otra vez. Volvió a tirar de mis nalgas, agachó la cabeza hasta mi culo y comenzó a lamerlo con su lengua, de tal forma, que el placer iba a quitarme el sentido. Se incorporó y buscó mi culo con la punta de su polla caliente y dura como el acero. La introdujo un poco y aspiré profundamente de placer. A continuación, sin decir nada, apretó con todas sus fuerzas atravesándome como una lanza y partiéndome el culo en dos. No pude contener un grito de dolor insoportable.

6 – Sexto error

Sentía un escozor indescriptible y, cada vez que empujaba, un dolor muy intenso llenaba todo mi cuerpo hasta la garganta.

  • ¡No, no! – grité - ¡Para, por favor! ¡Para!

  • No importa, Ariel. El dolor del principio se quitará y ya verás cómo te gusta.

  • ¡No, Nacho, por favor! – insistí empujándolo -. Creo que me has desgarrado por dentro ¡No puedo soportarlo!

  • ¡Vamos!  Aguanta un poco; te alegrarás.

Tuve que morder la almohada para soportar aquel dolor que iba a hacerme perder el sentido. Cada vez que la sacaba y empujaba hasta el fondo, el escozor en el ano y el ramalazo me llegaba hasta la garganta quemándome por dentro. Tuve que aguantar bastante hasta que cayó sobre mí. Se me hizo interminable y mis lágrimas estaban empapando la almohada.

  • ¿Te ha gustado, eh? – dijo en mi oído -. A mí me ha llegado el gusto hasta los pies.

Noté que se incorporaba un poco y dejaba de hablar. Estaba observándome. Se acercó un poco y se echó junto a mí sacándola de un tirón. Me miró asustado y se le abrió la boca.

  • ¿Qué te pasa? – me acarició la cabeza -. No te he hecho nada especial…

  • Sí, Nacho – hablé entre llantos -. No estaba bien dilatado, supongo. Creo que me has roto el culo.

  • Espera, amor – se incorporó -, voy a ver si tienes algo.

Miró mi culo y, tan sólo con tocarme las nalgas, di un respingo.

  • No veo nada – dijo -. Si te duele, esperaremos un rato para seguir.

  • No puede ser, Nacho – gemí -. Estoy reventado por dentro.

  • No seas trágico – se levantó de la cama -; puedes tomarte un calmante y ya verás cómo se te pasa.

  • No, espera – pensé - ¿Te importa ir a la farmacia a por una pomada?

  • No me gusta ponerme lubricantes – dijo -. Tenemos el nuestro natural.

  • No es eso, Nacho – casi no podía hablar -, es para que me traigas una pomada. Creo que servirá una de esas para las hemorroides. Me quitará el dolor y la inflamación ¡Por favor!

Se puso las manos en la cintura mirándome desilusionado.

  • ¿Otra vez a la calle? ¿Dónde está la farmacia?

  • Tienes que salir al paseo marítimo y andar hacia la izquierda; hasta la plaza que hay al final.

  • ¿Hasta allí? – exclamó - ¡Está muy lejos!

  • Este pueblo es muy chico – me quejé -. No puedo moverme. Si no vas tú no sé que voy a hacer.

  • Está bien… - se puso las calzonas malhumorado -. Dame pasta. No tengo suelto.

  • Ahí, en mi cartera – señalé la bolsa -. Creo que con 10 euros tendrás bastante.

  • Me llevaré veinte por si acaso – estuvo rebuscando -; así me sobrará para una cerveza. Voy a tener que darme un buen paseo…

No me importaba que cogiese más. Deseaba que se fuera inmediatamente. No podía soportar el dolor. Se puso la camiseta y las playeras y se llevó el bolsito con el dinero dando un fuerte portazo al salir a la calle.

Había mandado a Nacho a la farmacia más lejana, porque cerca de la plaza había otra. Tenía que escapar de allí como fuese. Me incorporé como pude porque casi no podía moverme y puse mis dedos en mi culo hasta sentir el dolor de la llaga. Mis dedos se llenaron de sangre. Me asusté tanto que no pensé en nada más, sino en ponerme mis calzonas, una camiseta y mis zapatillas y salir de allí para alejarme de aquella criatura todo lo que pudiese.

Ponerme la ropa fue un martirio y, sin embargo, estaba decidido a sufrir aquellos dolores para escapar.

Al fin, creí que llevaba puesto lo suficiente, cogí mi bolsa y me fui hacia la entrada. Abrí la puerta con mucho cuidado y miré a ambos lados. Pasaba bastante gente pero no lo veía. Encajé la puerta y comencé a andar como pude hacia el lado contrario para ir hasta la plaza. Si había un autobús para cualquier otra ciudad, lo tomaría inmediatamente. A cada paso que daba tenía que tragarme un lamento y procuré andar de la forma más normal posible.

Al fondo vi la plaza con todo su ambiente veraniego y dos autobuses esperaban en la parada. Quise correr más y no dejaba de mirar atrás de vez en cuando. Al acercarme a los autobuses, no tuve que preguntar nada, la gente estaba subiéndose a uno que salía en pocos minutos para Sevilla.

Si Nacho tenía una mente tan malvada como imaginaba, podría ir a buscarme allí en cuanto viese que no estaba. La cola fue entrando en el autobús y, mientras pagaba, miré con atención para ver si lo veía. Pasé al fondo del autobús, puse mi bolsa arriba y me senté junto a otro chico. Me miró extrañado; debería notárseme que no estaba bien.

Aquellos minutos fueron interminables hasta que se cerraron las puertas y comenzamos a movernos. Por la calle principal vi a Nacho correr hacia la plaza y pegué mi cuerpo al asiento. Estaba libre de él.

En cierto momento no pude aguantar echarme a llorar y el chico de al lado me preguntó. Sonó el teléfono. Era doña Inés.

  • Hola, amor mío ¿Dónde estás? Doña Inés me ha dado tu teléfono. No quiero hacerte daño. Nunca te haría daño. Iré a buscarte y viviremos juntos para siempre.