Nacer de nuevo
Un hombre cuenta en qué circunstancias y de qué modo perdió su virginidad y encontró su felicidad, a manos, mejor dicho, a pija de un moreno que la suerte interpuso en su camino de angustias...
NACER DE NUEVO
por Mauro
(Revisión Eduardo de Altamirano)
Nací en el Gran Buenos Aires, en el año 1970, y me crié en un barrio nada diferente al común de los barrios de la región, aunque sí con algunos detalles de categoría… No tengo malos recuerdos de mi primera infancia… Puede decirse que disfrute plenamente de la inconsciencia de mi niñez, junto a los míos, mi padre, mi madre y una hermana, también otros familiares y amiguitos de mi edad que me brindaron siempre un trato generosamente cálido y cariñoso…
Cuando comencé a alejarme de eso que llamo “primera infancia” y fui acercándome a la pubertad, el cuadro idílico de mi niñez comenzó a deteriorarse lentamente, sensiblemente… El mundo, mi mundo, dejaba de ser la mano suave que me acariciaba, deparándome alegría y placer, para convertirse en una pared contra la que inevitablemente chocaría…
Comencé a comprender que mis padres no me amaban a mí, sino al chico que ellos querían que fuese y que yo no podía ser, sencillamente porque no estaba en mi naturaleza serlo… Eso me llevaba a ser un desconocido en mi propia casa, para mi propia familia… Bien que se mire, esto es una tragedia sean quien fuere el protagonistas… A mí me tocó vivir esa tragedia y lo hice de la manera más discreta posible, porque a pesar de todo, yo amaba a mis padres y me horrorizaba que pudieran sufrir por mi culpa…
En mi interior alimentaba la esperanza de que cuando fuera grande las cosas iban a cambiar… Sin estridencias, la pared dejaría de estar y yo sería libre para vivir mi vida sin ocasionarle daño a nadie…
La diferencia espantosa entre quien yo era, o iba en camino de ser, y quien querían o esperaban mis padres que fuera se centraba en mis inclinaciones sexuales… Inclinaciones que, por supuesto, ellos desconocían, porque me cuidaba que no trascendieran mi fuero íntimo. Desde que tuve 10 u 11 años noté en mí que me atraían los varones, a diferencia del común de los chicos que se sienten atraídos por las mujeres… ¿Qué podía hacer yo frente a esa realidad no elegida, sino impuesta por mi naturaleza psico-física... Nada, absolutamente nada… Era como pedirme que fuera morocho, o que tuviese mota… Lo máximo que podía hacer era maniobrar para que el drama no saliera a la luz y, mientras tanto, construir lentamente las bases de un futuro donde no hubiese conflictos… Evitar conflictividades era mi designio…
Y puede decirse que lo logré con éxito, pero a costa de sacrificar mi juventud o la parte más hermosa de ella, la que va de los 15 a los 20 años… Lapso en que la mayoría de los jóvenes liberan todas las potencialidades para que se desarrollen y que yo tuve que mantener encarceladas entre los muros de mi fiera voluntad…
En ese lapso, yo no hacía otra cosa más que masturbarme, soñar y fantasear… Por supuesto, fuera de lo que eran mis actividades, llamémoslas, públicas y convencionales… Estudiar y hacer una vida aparentemente “normal”…
Para compensar, me había creado un mundo ilusorio y lo alimentaba con algunas realidades que, en ese entonces comenzaban a darse con mayor libertad en país… Las revistas gay de sexo explícito que circulaban en kioskos de revistas… Algunos cines para adultos habían florecido en Buenos Aires y allí se proyectaban películas gay; pero yo no me atrevía a ir… Tenía miedo…. Me seducía la idea de ver en la pantalla grande esos formidables machos que mostraban la exuberancia de sus atributos, prodigando inmensos placeres; pero, al mismo tiempo, sentía una especie de vergüenza, de temor; no sabía con lo que me podía encontrar y prefería quedarme bajo la protección de las paredes de mi casa…
Hay que pensar que yo era un muchachito muy bajo, de apenas un metro sesenta, muy delgado… No obstante practicar deportes –hockey- no impresionaba como muy fuerte… Más bien todo lo contrario; quizás por ser blanco, de pelo rubio y lampiño… Cualquiera podía hacerme víctima del despropósito que se le antojara…
Concluido el secundario, ingresé a la Universidad y, poco tiempo después tuve un trabajo que me deparaba una aceptable solvencia económica… Sexualmente seguía con lo mismo, con la diferencia de que, además de revistas, podía ver de vez en cuando algún video condicionado… Pero, no me atraían mucho porque eran heterosexuales…
De repente, cuando estaba a punto de cumplir mis 21 años se desencadenó una tremenda desgracia familiar en mi casa. Mi padre, quien siempre había tenido una salud de hierro, súbitamente se enfermó y en poquísimo tiempo falleció. Había sido un hombre acendradamente homófobo y su figura me inspiraba terror… Temblaba de solo pensar que pudiera llegar a enterarse de que su hijo era una mariquita… Lamenté profundamente su muerte, porque no dejaba de quererlo; pero, al mismo tiempo, la sentí como un alivio, una liberación…
A partir de ese trágico acontecimiento, las cosas cambiaron en casa… En particular porque debíamos adaptarnos a la nueva situación económico-financiera derivada de la repentina ausencia del jefe de la familia… Mi hermana, quien siempre fue una mujer muy inteligente y juiciosa, propuso en esta ocasión una solución maravillosa a nuestros problema: vender la propiedad donde vivíamos y con el producido de la venta –por un lado- comprar un departamento para mi, y, por el otro, adquirir una casa más acorde con las necesidades que mi madre y ella realmente tenían…
Esa solución me daba la libertad que tanto necesitaba y terminó facilitando enormemente mis estudios y mi trabajo…
Por lo demás, los bienes de la familia continuaron produciendo lo que siempre habían producido…
Lo concreto es que fui a vivir a la Capital Federal, al barrio de Almagro, en las proximidades del cruce de las calles Rivadavia y Bulnes… El departamento que se compro para mí no era gran cosa en cuanto a tamaño, pero cubría sobradamente mis necesidades y formaba parte de un edificio importante e impactante… Con cosas traídas de un lado y de otro lo pude decorar elegantemente… Podía vivirse muy bien allí… Además, estaba a un paso de todo…
Los primeros tiempos de mi vida allí fueron una prolongación de las rutinas que observadas en casa de mis padres… Mucho aislamiento, mucha soledad… Casi nadie me visitaba y quienes lo hacían no entraban en la esfera de mi intimidad… De mi parte, no me animaba a largarme…
En 1993 me asocié a un Videoclub próximo a la intersección de la calle Ayacucho con la Avda. Corrientes… Allí me aprovisionaba de videos gay que luego miraba con verdadera fruicción en mi departamento…
Tenía mis ídolos, Jeff Stryker, John Davenport, Dick Master… Sus porongas grandiosas me perturbaban mentalmente; verlas era entrar en un estado de desequilibrio total… Para quienes no conozcan a estas grandes estrellas del porno, me permito agregar unas fotos de ellos, donde son harto notorias sus grandes dotes… A poco que observen las imágenes, se les hará claro por qué yo estaba enamorado de ellos… Mi fascinación era de tal envergadura (palabra muy apropiada al caso) que a veces los sentía palpitar junto a mí, como si realmente me estuvieran tocando y haciéndome vibrar con sus encantos…Vibrar y otras cosas más rotundas…
A veces salía a caminar por Bulnes en dirección a Santa Fe, y luego por esta hacia las proximidades de su intersección con Callao, animado por la fantasía y la esperanza de conocer algún hombre que me hiciera suyo; pero, volvía siempre al departamento tan solo como había salido…
En el departamentos se repetían las mismas cosas, los mismos hechos… Sueños y masturbaciones, donde hombres fornidos me tomaban como un juguete para satisfacer sus urgencias sexuales, hombres brutales que me hacían saber en carne propia lo que era una pija necesitada de expulsar los demonios furiosos que habitaban sus huevos…
A pesar de tamañas oníricas violaciones, urdidas unas y otra vez en un sonsonete de delirios, yo no perdía mi tenaz virginidad, que a esa altura empezaba a sentir como un castigo, como una condena…
Tal era mi estado de ánimo que de un modo bastante confuso percibía como que me estaba muriendo en la esterilidad de mi inoperancia…
Recuerdo que cierta vez en que caminaba por Santa Fe con la ilusión de encontrar a mi Salvador, me detuve frente a la vidriera de una librería y allí me quedé recorriendo los títulos en oferta… En eso estaba cuando se me acercó un joven con aspecto de taxi boy, me dijo alguna cosa que no entendí y tras ello “se ofreció a hacerme todo por cincuenta pesos”… El muchacho no estaba nada mal… Al contrario, daba la impresión de ser un tipo cuidado… Bien pude haber transado con él, como transaban tantos… ¿Qué eran cincuenta pesos?. Nada, al menos para mí… Pero no, yo me asusté, me empezaron a temblar las piernas y huí del lugar como alma que se la lleva el Diablo… Sentí como que las Fuerzas del Mal querían apoderarse de mi ser…
Vuelto al refugio de mi departamento, tomé agua, me serené y con el auxilio de una pastilla me dormí… De alguna manera, inconscientemente, me estaba suicidando… Y, también, estaba muerto…
¿Qué me pasaba?... No se… Esa fúnebre sensación se había apropiado de mi… Hundido en la desesperanza, me iba acostumbrando a ese estado, donde una letal inconsciencia parecía crecer día a día…
Tal como casi generalmente me ocurren las cosas a mí, una nochecita, de golpe, todo cambio… Como de costumbre había salido a caminar por Bulnes en dirección a Santa Fe, cuando antes de llegar a esa avenida, entretuve mi mirada observando un Gimnasio que allí funcionaba… Mi vista se topó entonces con la figura de un hombre enorme, similar a los que habitaban mis sueños recurrentes… Con los brazos cruzados y en posición vigilante parecía uno de esos personajes que ilustran los cuentos orientales. Solo le faltaban el turbante y la cimitarra… Demás está decir que su imagen me impactó tremendamente… Seguí mi camino, pero tenía la sensación de que sus ojos disparaban rayos como flechas sobre mis espaldas…
¡Qué hombre fabuloso!... Tan esbelto, tan fuerte, tan bien plantado… Con esa piel oscura, aterciopelada y esa mirada fulminante… Su imponencia se veía acentuada por el rigor de sus rasgos faciales y la firmeza de su cráneo… Sin entreactos, ese gigante paso a ser un personaje central en mi vida, desde que ocupaba un lugar primordial en mi memoria, de donde no podía desplazarlo…
Al día siguiente, intencionalmente, volví a pasar por frente al gimnasio… No lo vi… No estaba… Me decepcioné, pero no aflojé… Volví al otro día… Seguía sin aparecer… Me empeciné, prometí retornar… Tras un domingo, lo hice, no un día, sino tres… En el último obtuve mi premio… Allí estaba, alto, imponente, majestuoso, con su mirada cuasi diabólica… No tuve la impresión de que hubiera reparado en mi… Yo si reparé en él y muy atentamente… Vi como el equipo de gimnasia que vestía, azul-celeste con detalles blancos, apretaba su cuerpo que era puro músculo; vi sus pies grandes, sus manos grandes… Debía medir cerca de dos metros…
Me impuse una rutina: pasar todos los días por allí para deleitarme contemplando su excitante figura… La grababa y regrababa en mi mente y la llevaba conmigo a la intimidad de mi cuarto para procesarla y meterla en mis sueños… No voy a contar la cantidad de cosas que le hice hacer en mis fantasías a ese genio, porque sería cosa de nunca acabar…
Muchas veces repetí esta rutina hasta que un día tuve la sensación de que el enorme moreno había reparado en mí y me miraba… Entonces adopté una decisión, para la siguiente pasada, aprovechando el calor reinante, me pondría un short bastante ajustado que realzaba mi cola, de por si redonda y empinada, dejando al descubierto mis piernas, desprovistas de bello y bien torneadas. El short era casi una sunga… Su color blanco parecía darle mayor presencia… Y así hice…
La caminata frente al gimnasio la hice muy lentamente, como para que el moreno pudiera observarme a sus anchas… Era una actitud provocativa la mía… El gigante parecía no inmutarse, pero mis ojos rápidos vieron como los suyos me seguían con una mirada más penetrante que nunca…
Al día siguiente volví a pasar y la escena fue un calco de la nochecita anterior… En mi fantasía sentía el roce, el peso de su mirada sobre mi cola, como una mano caliente oprimiendo mis bien formadas nalgas… El jueguito me gustó y no pensaba abandonarlo… Era la primera vez que, para mí, las cosas del sexo no era meros sueños, sino realidades palpables, aunque no fueran más allá del plano de los aprestos…
La noche siguiente volví con la misma intención de repetir el sketch, como quien dice para avivar el calor de sus brasas… Pero, ¡oh, sorpresa!, hete aquí que el destino me sorprendió con otro de sus giros imprevisibles… El moreno no estaba tras los cristales del gimnasio, sino en medio de la vereda por donde yo debía pasar… Quedé estupefacto, alelado… No sabía sin continuar la marcha o volver sobre mis pasos… Una ráfaga de coraje, como viento de cola, me impulsó y continué mi camino… Íntimamente suponía que al llegar al punto donde él se encontraba, habría de apartarse para dejarme pasar… Y así fue; pero, a medias… A medias porque, al mismo tiempo que se apartaba, pidiéndome disculpas, me dirigió la palabra para preguntarme muy correctamente por qué lo miraba con tanta insistencia, quiso saber si sucedía alguna cosa, si quería decirle algo… Su voz, gravemente dulce, teñida por un acento meloso, me sonó como algo envolvente… Sentí como que su enorme persona se me venía encima…
Por supuesto, detuve la marcha… Mi confusión era absoluta… Apenas si podía controlar mis nervios… Sacando fuerzas no sé de dónde, me animé y le respondí que me llamaba la atención su físico extraordinario y que por eso lo miraba…
No sé cómo habrá sonado mi voz ni qué movimientos delatores pude haber hecho, porque el moreno, en lugar de declararse conforme con mi explicación y facilitarme el paso, me retuvo con una manifestación que deseaba oír, pero no esperaba…
Iluminando su cara con una sonrisa pícara, agachándose para acercarse a la cortedad de mi estatura y pidiéndome perdón por su franqueza, me susurró al oído que a él le encantaban los jóvenes lindos como yo…
Casi me desmayo al oír semejante confesión… Yo le gustaba al gigante… No podía ser… No podía ser, pero era… Quedé desconcertado y sin saber para qué lado disparar, estaba atontado… Por suerte el genio morocho se apiadó de mi confusión y me sacó del trance invitándome a entrar al gimnasio… Accedí… El lugar era mucho más importante de que lo que parecía desde afuera… El morocho se presentó: me dijo que su nombre era Nelson y que, entre las 18 y las 24 hs., era responsable del establecimiento. A mi vez, yo también hice mi presentación… Le agradó mucho saber que yo era relativamente vecino y, creo que le gustó mas, saber que vivía solo…
En forma totalmente informal se desgranó una inesperada conversación que, paso a paso, se fue haciendo cada vez más interesante y, también, más íntima… El moreno, pese a su porte de matón, era un sujeto seductor que sabía manejar situaciones embarazosas como la que estábamos protagonizando… Rápidamente logró que yo abandonase esa actitud reacia y defensiva que siempre asumía frente a lo inesperado o sospechoso y, que paulatinamente, me fuera entregando a las propuestas que él sutilmente planteaba… Me preguntó si me gustaba conversar… Respondí que eran pocas las oportunidades que tenía para conversar… Esa escueta respuesta le sirvió de base para disparar una ofensiva arrolladora que terminó por derribar todas mis defensas… Dijo que el apetito venía comiendo; que conversar buenamente era algo positivo para todos, porque acercaba buenamente a las personas; que conversar era uno de los modos de empezar a amar; que conversando la gente se conoce y entiende, y toda una serie de cosas más que exaltaban las virtudes del diálogo, imponiéndolo como necesidad… Al final concluyó manifestando su deseo de conversar conmigo y destacó su sospecha de que los dos podíamos tener algunas cosas en común y que bueno sería descubrirlas y explotarlas… Cuidadoso de que sus dichos se no diluyeran y quedaran en la nada, se ocupó de tirar un buen anclaje… Me propuso que lo visitara allí, en el gimnasio, para charlar y tratar de conocernos mejor… Antes de que pudiera responderle, lanzó la opción de que nos encontráramos en mi departamento, donde –según él- tal vez yo me sintiera más cómodo…
La verdad es que dudé en aceptar; pero otra ráfaga de coraje me impulsó y terminé aceptando… A pesar de todos mis miedos, también acepté que viniera a mi departamento…
Fue así como concertamos que me visitaría el viernes siguiente, cuando saliera del gimnasio… Estábamos en un día miércoles, por lo que tendría que esperar 48 horas para descubrir como continuaría la historia…
Creo necesario repetir que, con 23 años encima, en esos momentos yo era (no me avergüenza decirlo) un perfecto nabo, sin ninguna experiencia… Jamás había visto, en vivo y en directo, un hombre desnudo… La visita del moreno era algo enloquecedor para mí… Pensaba y pensaba como tenía que comportarme, qué tenía que decir, cómo debía arreglarme… Pensaba, pensaba; pero no decidía nada… En mi trabajo me preguntaron si me pasaba algo, si me sentía bien… Tal era el grado de ansiedad que estaba viviendo… Lo terrible era que no podía compartir con nadie lo que me ocurría… Yo no solo estaba en el closet, sino que me había preocupado por cerrarlo con llaves y cruzarle una buena tranca para no poder salir…
Por lo demás, después de tremenda espera, llegó la medianoche del viernes y, diez minutos después, el portero me anunció la llegada de Nelson… Como una luz bajé y le abrí la puerta… Traté de mostrarme lo más natural posible… El moreno me elogio el conjunto que tenía puesto… Era un poco llamativo… Afortunadamente, no me crucé con ningún vecino…
Déjenme contarles que el conjunto que tenía puesto era un invento mío… En el Once, en un local que está en una galería de la calle Castelli, le había comprado a una coreana un short de tela sintética que parecía seda color te con leche… Era amplio y su caída remarcaba muy bien mi cola…Se ajustaba a la cintura con un cierre de belcro… Demás está decir que era para mujer; pero, un metrosexual bien podía usarlo muy cómodamente… El conjunto lo completaba con un camisolín blanco sin cuello y mangas tres cuarto de una tela rara, que podía ser una falsa bambula… Como estaba bastante bronceado, esa ropa me quedaba perfecta… Para completarla debí haberme maquillado discretamente, pero no lo hice…
Retomo la historia… Como en un cuento de hadas, mi príncipe de bronce entró en el departamento… No sabía qué era lo que podía llegar a pasar… Tenía un cierto temor, pero, un ángel bueno me ayudo a serenarme y a no trabajar, como siempre lo hacía, en daño propio…
Nelson demostró ser un tipazo… Canchero al máximo… Aunque no se me notara, él sabía que yo estaba pasando un momento muy difícil y su actitud en todo instante fue de ayuda, para que las cosas se me hicieran mas fáciles… Como persona criada en un ambiente de buenos modales que soy, tras mostrarle el departamento, le ofrecí sentarnos en el living y compartir una copa… No quiso whisky, prefirió una gaseosa… Pude habérsela servido en la latita, pero preferí trasvasarla a una copa de cristal… Quería que sintiera que le brindaba un trato distinguido…
El se sentó en el sillón de cuatro cuerpos donde habitualmente me recostaba para mirar la TV y las pelis de que les he hablado… Yo estuve a punto de sentarme en uno de los sillones individuales, pero Nelson lo impidió, pidiéndome que me sentara a su lado… Esa fue la primer señal de que quería tenerme cerca… ¿Para qué?... Aún no lo sabía a ciencia cierta, no había una declaración previa explícita de lo que íbamos a hacer…
En un primer momento nuestro diálogo fue bastante formal, yo diría rígido… Me contó algo de su historia personal… Así supe que no era argentino (algo que presumía), sino brasilero… Había nacido en Río, en una favela donde vivía con su familia… Una familia muy grande… A los 16 años vino a nuestro país con un hermano… Aquí terminó sus estudios y empezó a trabajar… Su capacidad auditiva hizo que aprendiera muy bien el español y que se le contagiara el modo de hablar de los porteños… También me comento que tenía una relación no muy estable con una chica, unos años mayor que él…
De mi parte no sabía cómo cambiar la orientación del diálogo, que se mantenía en ese plano formal que, para ser sincero, me exasperaba… El genio morocho si sabía cómo llevar las cosas… Le sobraban triquiñuelas… En un momento dado, me hizo saber -como al pasar- que sentía calor… Le ofrecí encender el aire acondicionado, pero amablemente rechazó mi oferta… En cambio, me pidió permiso para quitarse la remera… No opuse objeciones… ¡Cómo iba a oponer objeciones, si justamente era eso lo que estaba esperando, lo que deseaba… Verlo desnudito!...
En un segundo quedó con el torso al aire… Así, semidesnudo, era algo espectacular, fuera de serie… ¡Era la belleza masculina personificada, un dios!... Perfecto desde todo punto de vista… Toda una exposición de potencia y virilidad… Yo no quería que se trasluciera lo que esa visión de ensueño producía en mi interior… Me temo que no lo logré para nada…
Nelson sabía perfectamente bien los efectos que su persona física producía en mi y sutilmente avanzaba con sus maniobras para acentuar esos efectos y hacerse más irresistible… Tras quitarse la remera, sin pararse, comenzó a realizar una serie de movimientos gimnásticos que exaltaban sus músculos, mientras a la par hablaba sobre los beneficio del ejercicio y me recomendaba la asistencia al gimnasio… Yo lo miraba embobado… Sorpresivamente se incorporó y comenzó a realizar una serie de flexiones que mostraban la increíble elasticidad de su cuerpo… Podía voltearse hacia atrás, apoyarse sobre las plantas de sus pies y las palmas de sus manos, y caminar –como quien dice- en cuatro patas, con el vientre hacia arriba… Todo un contorsionista… Tras la muestra, volvió a sentarse; pero, esta vez lo hizo mucho más cerca de mi… Nuestras diferencias corporales se hicieron inocultablemente ostensibles… Me pidió que me quitara el camisolín… Obedecí… Con mi torso al desnudo me sentía terriblemente desprotegido…
Nelson apoyó su mano enorme sobre mi hombro… Me miraba con ojos dulces y una sonrisa, como transmitiéndome confianza… Me dijo que lo deslumbraba la blancura de mi piel y deslizó su mano por mi pecho, que era nada frente a sus fornidos y enormes pectorales… Sentí entonces necesidad de confesarle que era virgen… Sorprendido, como pidiéndome que se lo ratificara, repitió mis palabras: nunca estuviste con un hombre ni con una mujer… Lo ratifiqué sin rubor alguno… Era la pura verdad…
No cesó de tocarme… Como si pensara en voz alta afirmó “siempre hay una primera vez” y antes que el eco de sus palabras se apagara, volcó su cuerpo sobre el mío para tomarme en entre sus brazos y, apretándome fuerte, muy fuerte, besarme con un apasionamiento tan repentino como furioso… Me sentí desbordado, preso de un maremoto que me arrasaba con la fuerza de mil tigres…
Sentí sus labios carnosos adueñarse de mi boca y su lengua áspera penetrar en mi garganta… No podía respirar… Nelson era una montaña de placer que se me venía encima… Una catarata de emociones recorría vertiginosamente todo mi ser… Tenía miedo y, al mismo tiempo, la necesidad imperiosa de que esa montaña humana me aplastara totalmente…
No sé en qué momento Nelson se quitó los vaqueros y el calzado, pero, repentinamente, se incorporó, y apareció ante mis ojos con el esplendor de una desnudez total y embriagadora… Eso que tantas veces había visto en el televisor y en mi sueños, de golpe, lo tenía ahí, ante mis ojos incrédulos… ¡Ese macho no podía ser!... Una vez alguien a quien le confié esta experiencia, me preguntó cuán grande la tenía, cuánto medía… En ese no se me ocurrió averiguar cuánto medía… Antes, mas bien, quería abrevar toda la felicidad que esa magnífica poronga exultante depararme… Sin que nadie me lo dijera sabía que ella encerraba el secreto de mi dicha, de esa dicha que había esperado tantos años… Nelson me pidió que se la agarrara y se la agarré… ¿Cómo?... Con las dos manos, como si temiera que se me escapase… La quería toda para mí y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograrlo…
Nelson se tendió sobre el sillón y, como los hombrecitos de Liliput sobre Gulliver, así me subí yo sobre su cuerpo… Claro que mi faena era algo distinta a la de los liliputienses… Lo mío estaba impregnado de una lascivia, de una lujuria, que reconocían límites… No sin cierta desesperación me prendí a su pija, con ansias incontenibles de comérmela toda… El moreno aprovechaba de mi postura sobre su vientre para cachetearme las nalgas sin piedad ninguna… Mientras me golpeteaba, yo seguía chupándole la verga con una angurria de la que no me hubiera creído capaz apenas un rato antes… Respondía así a los oscuros mandatos de mi ser profundo, cumplía un designio de la naturaleza… Era yo…
Nelson también estaba fuera de sí y alternaba sus cachetadas sobre mi cola con fieras amenazas, que no por fieras dejaban de ser algo dulces… Prometía que me iba a reventar “el culito virgen”… Anticipaba que iba a enseñar lo que era “una buena garcha” y que me llenaría de leche…
A pesar de todo el desorden mental de ese momento, no dejaba de advertir que estaba a punto de hacer algo tremendo: dejarme penetrar, y tenía miedo… Un miedo muy extraño… No me paralizaba… Por lo contrario, me empujaba al abismo… Sin decirlo, me decía “que sea lo que Dios quiera”… Me resignaba como aquel que sabe que va a morir y no tiene salvación…
Fue en esos instantes que Nelson, sujetándome por mis caderas, llevo mi cola hacia su boca y comenzó a lengüetearme con una vehemencia, un apasionamiento, una fogosidad imposibles de describir… Si mi culo estaba de por si caliente, la lengua de Nelson, yendo y viniendo y tratando de meterse en el orificio de mi ano, lo incendió hasta ponerlo al rojo vivo…
Si bien mi imaginación era y es bastante frondosa, no entraba en mis cálculos que me besara como me besó y mucho, muchísimo menos que me chupara la colita como lo hizo… Pese a mi inexperiencia sabía que los machos activos no son proclives a esos juegos, por eso no me había hecho ilusiones… Con Nelson me equivoqué de medio a medio… El morocho era un apasionado de la franela y los besos negros lo podían totalmente…
Creo que lo que más lo atrajo fue la blancura y redondez de mi cola, y que no tuviera ni un solo pelito… Esto último me lo dijo con gran asombro: “no tenés ni un pelito” y mientras me lo decía me frotaba el ano con sus dedos para excitarlo todo lo mas que fuera posible y ahí aparecía en escena su lengua, que se sentía más áspera que nunca…
Las cosas se fueron dando como si respondieran a un plan premeditado… De su bolso, que estaba a un costado del sillón, Nelson sacó una ristra de preservativos y, también, un pomo que contenía algo que yo desconocía y luego supe que era un gel con propiedades lubricantes… Con la maestría de un macho experimentado se colocó un preservativo y lo lubricó prolijamente… Me ordenó ponerme en cuatro patas sobre el sillón, mirando hacía el respaldo; él se ubicó por detrás e intentó penetrarme… Me pidió que me relajara… Lo hice… Algo de la pija me entró; pero, no mucho.. Me dolía… Viendo que la cosa así no iba, decidimos un cambio fundamental… Abandonamos el sillón y fuimos a mi dormitorio… El moreno me llevó alzado en sus brazos, como una virginal novia, hasta mi hermosa, mullida y amplia cama, convertido en tálamo nupcial, después de haber sido siempre para mi estepa de mis soledades… Allí, Nelson se tendió en diagonal (a lo largo apenas habría entrado) y me ordenó sentarme sobre su enorme verga que, de tan dura e hinchada, parecía que iba a reventar el forro… Me ubiqué cuidadosamente sobre la enhiesta poronga del moreno, montado a horcajadas, de espaldas a su cara, buscando que la pija apuntara con precisión hacia mi debutante ano… Se me calzó bien y no me dolía tanto… La calentura debía haber dilatado naturalmente mi orificio… Me aventuré a sentarme un poco más… Cuando apenas me había entrado poquitos centímetros, el dolor comenzó a arreciar…
No era broma comerse la pija del moreno y el moreno lo sabía… Por eso, a pesar de todas sus escaramuzas, que aumentaban la presión del momento y generaban mas y mas calor y alucinación, no hacía nada que pudiera perjudicar mi integridad… A todo esto, yo notaba que el dolor aflojaba o que yo me acostumbraba a él… Como si previera que seguir con el empeño de tragarme esa pija no me iba a acarrear nada malo, hice lo necesario para que me entrara mas…
Obviamente, la pose era óptima… Cuando a una pija se la hace entrar desde abajo, el acceso resulta muchísimo más fácil y menos doloroso, sobre todo si la verga es de un tamaño importante…
En ese entrar de la poronga de Nelson en mi culo llegamos a un punto en que la cola parecía decirme “no va mas”… Se había estirado al máximo… Ahí opté por quedarme quieto aunque sintiera deseos de levantarme… Cuando me acostumbre un poco al dolor, un movimiento repentino de Nelson hizo que su verga se me escurriera como un tiro en el interior de mis entrañas y, de golpe, dejara de dolerme…
Sentía que me la había tragado toda… No lo podía creer… En realidad, doler me dolía; pero, no era algo insoportable… Al contrario, al mismo tiempo sentía un placer inmenso; me sentía pleno, completo, como si hubiera obtenido o logrado algo que había buscado toda la vida…
Nelson rubricó ese estado de felicidad que yo experimentaba, abrazándome con fuerza, besando mi espalda y transmitiéndome un calor inconmensurable… Nos reacomodamos en el lecho y yo sentí la obligación y el deseo de entregarle mi culo por completo para que él me lo cogiera a su antojo, con toda su furia… Me sentía enteramente suyo… Y así se lo hice saber, con palabras y con movimientos ratificatorios de que estaba recibiendo lo mejor que se me podía dar: pija…
El moreno no se hizo esperar… Con toda su pija metida en las profundidades de mis entrañas, dimos una voltereta y yo termine quedando debajo del cuerpo de Nelson, que soliviantaba su peso para no aplastarme… En esa posición me ordenó levantar el culito lo más alto posible y, tan pronto como cumplí con su orden, me mandó una macheteada que, ni en el mejor de mis sueños de fantasía podría haber imaginado…
Ese pijón entrando y saliendo de mi culo, de mi ensanchado recto, me provocaba inimaginables sensaciones de placer… Olas de una poderosa corriente eléctrica recorrían todo mi cuerpo… Quería que eso no tuviera fin… Qué podía importarme el dolor si el deseo, la necesidad de tener un macho que me hiciera suyo se cumplía… ¡Y cómo!...
Nelson transpiraba intensamente y las gotas de sudor caían sobre mi espalda como una lluvia de felicidad… En el paroxismo de su enardecimiento la acabada se le presentó como una urgencia inexorable… Me lo anticipó… “Voy a acabar”, me dijo… Yo procuré que mi culo fuera el más extraordinario y cálido continente para su enfurecida poronga… La leche le brotó explosivamente… Su verga se convirtió en una metralleta… No terminaba nunca de lanzar y lanzar chorros de caliente esperma… ¡Qué toro!... Me llenó…
Tas acabar, el moreno se desplomó sobre mí, que apenas podía soportar su peso, y con una voz ronca y fatigada me dijo “te maté”… “No –le respondí- me has hecho nacer de nuevo ”…
Pasarán años y años y jamás olvidaré la cogida de mi debut… Fue maravillosa… Después vinieron otras cogidas, con Nelson y con otros amores… Tal vez, alguna haya sido, técnicamente mejor, pero esa primera fue insuperable por todo lo que significó en mi vida…
Recuerdo que, en una de mis encamadas posteriores con Nelson, cuando ya éramos casi una pareja, nos calentábamos jugueteábamos en el lecho… Un lecho que supo ser un abuelo mío y su esposa, un lecho muy grande, porque mi abuelo medía 2 metros con cinco y pesaba 135 kilos… La verdad es que me podía haber regalado algo a mí que apenas hago sombra… En ese lecho, yo lo pajeaba al moreno sujetando su poronga con mis pies… Esto me permitió, tiempo después, y a raíz de la pregunta que ya les comenté –líneas atrás- sobre cuánto medía su verga, calcular su dimensión con bastante exactitud… Puestos a la par, un pies mío sobresalía unos 2 centímetros por sobre la cabeza de la pija del moreno… Es decir, la pija de Nelson era el largo de mi pies menos 2 cm… Mi pies mide 25 cm, uso número 38 de zapato, de modo que la verga del morocho era, nada más y nada menos, que de 23 gloriosos centímetros… Su grosor, en la parte central, a ojo de buen cubero, debía rondar los 5 cm y pico de diámetro… De esto da fe mi culo que tardó meses en adaptarse a las exigencias de semejante volumen…
Epílogo
Hola, soy Mauro, el pequeño protagonista de este relato… Les comento que mi relación con Nelson se prolongó durante largo tiempo… Fue algo muy hermoso y feliz, con mucho, mucho sexo… Sexo que disfrutábamos a pleno los dos… Para que tengan una idea, hubieron días en esta máquina morena llegó a echarme cinco polvos… Me destruía el orto y me elevaba al Cielo… Una serie de hechos ingratos que no quiero mencionar le pusieron fin a nuestra relación… A pesar de todo, en mi corazón lo tengo como un buen hombre y un amante único, insuperable… La suerte le fue esquiva y terminó llevándolo por malos caminos; caminos de los que no es fácil retornar… Por lo que sé, volvió al Brasil, a su Rio de Janeiro natal… Ojalá le esté yendo bien…
A él le debo haber nacido a una nueva vida, donde no me ha ido mal, después de todo… Con 41 años encima continuo disfrutando de las mieles del buen amor y también de un clima social más benigno con quienes somos diferentes…
Necesitaba contar esta experiencia, la pequeña historia de un pequeño hombre homosexual, nacido en un mundo donde a ciertos señores le dan el Premio Nobel por propiciar crímenes aberrantes y otras inocentes criaturas se las mataba por putos.
La escribí como pude. Nunca fui muy diestro para la escritura. Por eso, consciente de mis flaquezas gramaticales, le pedí a un reciente e inesperado amigo, el doctor Eduardo de Altamirano, que ordenara mis garabatos, los limpiara y puliese para hacerlos agradables y entendible. Y eso hizo, creo yo, esmeradamente.
A él entonces se debe que ustedes tengan acceso a la historia de un fenómeno que parece raro, pero no lo es: nacer de nuevo …
Si por algún motivo le quisieran escribir a mi amigo Eduardo, pueden hacerlo a decubitoventral@yahoo.com.ar o a buenjovato@yahoo.com.ar ... A mi deséenme suerte…
Muchas gracias…