My life: doctoras y bultos
Sonó un teléfono móvil en el bolsillo de la bata de la doctora Beiroa. Sin bajarse el vestido, con la otra mano sacó el teléfono y respondió a la llamada. Si cariño, dime.
Llevaba ya unos meses en la universidad y la verdad es que me adapté bastante bien en todo los aspectos. En todos menos en uno; no follaba. Siempre había pensado que eso de la vida universitaria era todo fiestas y follar. Pero no fue así. De tal modo que al cabo de unas semanas empecé a aliviarme en solitario. Unas veces por la noche, otras por la mañana. Cada vez con más asiduidad, hasta que llegué a un punto de masturbarme dos o tres veces al día. Una mañana, cuando me disponía a mi rutina diaria, descubrí un pequeño bulto en la base de mi miembro, justo entre los dos testículos. No le di importancia y continué con mi labor matutina.
Pasaron unos días sin volver a acordarme de aquel pequeño bulto hasta que una noche cuando estaba en pleno orgasmo, sentí un dolor terrible en la zona del bulto. Fue un dolor tan fuerte que incluso se me escaparon algunas lágrimas. Tras sobreponerme del dolor, palpé el bulto, que para mi sorpresa era ya del tamaño de una aceituna. Asustado por aquello, pasé esa noche casi sin dormir. A la mañana siguiente, como de costumbre, me desperté con una erección, y casi automáticamente empecé a masturbarme como hacía a diario. Como era de esperar, llegado el momento cumbre de la paja, sentí de nuevo aquel dolor intenso. Tras aquello, entendí que aquel bulto sospechoso no era nada bueno y decidí que tenía que ir a consultar a un médico.
Esa misma mañana me acerqué al centro médico más cercano. Como estaba desplazado de mi ciudad habitual por estudios, tuve que solicitar una tarjeta sanitaria nueva y la asignación de un médico. “¿Alguna preferencia de doctor?” Me preguntó la simpática mujer que me atendió en el punto de información. “Hombre”. Fue lo único que se me vino a la cabeza al recordar el motivo por el cual necesitaba un médico. Hubiese sido bastante incómodo exponer mi problema a una mujer. “No, solamente tienen cupos libres de pacientes la Doctora Beiroa y la Doctora Sánchez”. Me quedé paralizado. “Me da igual”. Fue lo único que dije. “Doctora Beiroa entonces, tienes cita mañana, a las 10 en la consulta 134” Me respondió la mujer mientras apuntaba los datos en una tarjeta y me los entregaba. Pasé el resto del día intentando pensar cómo iba a explicarle mi problema a aquella mujer de un modo que no me hiciera sentir vergüenza, porque aunque era una doctora, estaba seguro que no iba a ser agradable explicarle mi problema a una mujer.
A la mañana siguiente me desperté nervioso, me duché nervioso, desayuné nervioso y me dirigí a la consulta aún más nervioso. Entré al centro médico y me senté en la sala de espera frente a la puerta 134. A las 10 en punto se abrió la puerta y salió una mujer. Madura de unos 45 o 50 años, de pequeña estatura, pelo corto teñido de un rojo intenso, bien maquillada, con una bata blanca abierta que dejaba ver un vestido de una pieza hasta por debajo de las rodillas, rojo estampado con flores rojas, medias negras y zapatos de tacón rojos a juego con el vestido y el pelo. Miró a la sala de espera. “¿Jon?”. Me levanté del asiento. “Pasa” dijo ella cerrando la puerta tras mi paso. “Toma asiento. Soy la Doctora Beiroa, cuéntame que te pasa” dijo mientras se sentaba al otro lado de la mesa. Dudé un par de segundos. “Tengo un bulto”. “¿Dónde?”. Volví a dudar. “En la zona de los testículos”. “¿Es doloroso?”. Dudé en cómo decirlo pero no encontré mejor forma.”Duele cuando eyaculo”. No estoy seguro pero creo que la doctora sonrío al oír aquello. “¿Con que frecuencia eyaculas?”. Volví a dudar en la respuesta, pero supuse que debía decir la verdad. ”Todos los días”. Entonces sí que estoy seguro que sonrió, quizás pensando que estaba delante de un pajillero. “Entiendo. Túmbate sobre la camilla y quítate los pantalones y la ropa interior”.
Me levante de la silla y empecé a desnudarme mientras la doctora se colocaba unos guantes azules de látex en las manos. “Tengo que hacerte una exploración del bulto para saber si puede ser un tumor, Jon”. Asentí con la cabeza mientras me tumbaba en la camilla. Agarró mi miembro con una mano para ponerlo hacia arriaba mientras con la otra ponía su dedo sobre el bulto, apretándolo. “¿Duele?”. Yo miraba al techo intentando abstraerme de aquella situación, que aunque vergonzosa, me excitaba debido al contacto de su mano con mi polla. “No duele”. Ella apretó más fuerte. “¿Ahora?”. “No”. “¿Tienes más bultos?”. “Creo que no”. Mientras ella seguía sujetando mi polla hacia arriba, con la otra mano empezó a palparme los testículos. Los apretaba y los masajeaba al mismo tiempo. Entonces mi polla empezó a ponerse dura. Ella se dio cuenta de que mi polla estaba creciendo entre sus dedos y sonrió mientras seguía mirando mis testículos. “No parece que tengas ningún bulto más”. Dejó de palparme los testículos pero seguía sujetando mi polla, que poco a poco se iba poniendo más dura. “¿Y dices que sólo te duele cuando eyaculas?”. “Sí”. “Creo que puede ser la inflamación del conducto seminal, pero no estoy segura. Nunca había tenido un caso así. Haré algunas consultas con los compañeros para tener su opinión. Vente mañana a la consulta a la misma hora. Ya puedes vestirte”. Asentí con la cabeza mientras ella liberaba mi polla ya casi erecta. Me levanté de la camilla y me puse mi ropa mientras ella volvía a sentarse en la silla. “Hasta mañana, Jon”. “Adiós doctora”. Salí de la consulta aún con la polla dura bajo mis pantalones.
A la mañana siguiente, a las 10 en punto volvió a abrirse la puerta de la consulta. El mismo pelo corto de color rojo intenso, pero distinta ropa bajo la misma bata blanca. Esta vez era un vestido verde oliva bastante más corto, que apenas le llegaba a cubrir la mitad de los muslos. Sin medias y con zapatos de tacón a juego. Al ver a la doctora así vestida mi polla comenzó a excitarse levemente, sin duda debido a la vestimenta de la mujer y a que llevaba un par de días sin mis sesiones de auto placer. “Adelante Jon”. Entré y ella cerró la puerta. “Desnúdate de cintura para abajo y túmbate en la camilla”. Mientras yo me desnudaba y me tumbaba en la camilla, ella abrió una puerta que había en el interior de la consulta y desapareció de mi vista, cerrando la puerta a su paso. Supuse que esa puerta comunicaba con la consulta de al lado. Oí que la doctora hablaba con otra mujer, e intenté escuchar lo que decían, aunque era difícil enterarse de toda la conversación. “Es el chico que te dije ayer, creo que es un problema de retención en la eyaculación, pero mejor lo miras tú también”. Silencio. “Dice que eyacula todos los días”. Risas. “Eso pasa por exceso de pajas”. Más risas. “Seguramente, incluso ayer se le puso dura en la consulta mientras le exploraba”. ”Bueno, ya sabes que en esta profesión hay que ver de todo”. Risas de nuevo. “Por lo menos no era un anciano de esos que las tienen arrugadas”. ”La verdad es que estaba bien”. Risas de nuevo. “Bueno, vamos a ver a ese pajillero”.
Al abrirse la puerta aún tenían una sonrisa en la cara. Junto a la doctora Beiroa entró otra mujer algo más joven, misma altura, misma bata blanca, media melena negra, gafas, camiseta de botones azul y pantalones vaqueros negros ajustados bajo la bata. “Esta es la doctora Sánchez, Jon, le he pedido que venga para que opine sobre tu caso”. “Hola”. Dije mientras las dos mujeres se ponían unos guantes de látex en las manos y se colocaban en el mismo lado de la camilla. “Hola Jon, vamos a ver que tienes aquí”. Dijo la doctora Sánchez mientras me agarraba la polla hacia arriba con una mano y con la otra comenzaba a palparme los testículos, al igual que me hizo la doctora Beiroa el día antes. “Aparte del bulto, yo no veo nada extraño”. Dijo la doctora Sánchez mirando a su compañera. “Seguramente sea algo puntual, alguna retención de liquido que desaparecerá en unos días”.
Yo miraba al techo de nuevo mientras mi polla comenzó a ponerse dura, esta vez en las manos de la doctora Sánchez. Ellas seguían hablando mientras yo sentía mi polla crecer poco a poco. “Túmbate de lado, Jon, mirando hacia este lado. Vamos a comprobar si tienes algo en el perineo”. No tenía ni idea de lo que era aquello del perineo, pero me tumbé como ella me indicó. Sus caderas quedaron justo a la altura de mi vista. El vestido verde de la doctora Beiroa era aún más corto de lo que recordaba, seguramente con 10 centímetros menos de tela podría haber visto su ropa interior. Tenía sus muslos prácticamente pegados a mi cara. Esa visión hizo que mi polla volviera a crecer. Intenté apartar la vista y reparé en los vaqueros ajustados de la doctora Sánchez. Tan ajustados que se le marcaban los labios del coño a través de la tela. Aquello hizo que mi polla se pusiera dura como una piedra al momento.
No estaba viendo sus caras, pero noté que las dos mujeres se sonrieron al darse cuenta de mi erección casi instantánea. “¿Estás cómodo, Jon?” Preguntó la doctora Sánchez. ”Si”. “Bien, vamos a explorarte por debajo de los testículos, ¿de acuerdo?”. Asentí con la cabeza. “Si notas algún dolor, lo dices”. “De acuerdo”. La doctora Sánchez empezó a tocarme con un dedo en la zona que hay entre los testículos y el ano. Movía el dedo por la zona haciendo presiones.”¿Duele?”. “No”. “Bien, pero vas a tener que salir al aseo un momento. Vamos a necesitar una muestra de tu semen, cuando la tengas vuelves a la consulta”. Recordé el dolor intenso que me producía aquello. “No creo que pueda, cuando eyaculo me duele mucho”. “¿Mucho?”. Asentí con la cabeza. “La primera vez se me saltaron las lágrimas”. “Pobre chico”. Dijo la doctora Beiroa casi sin mover los labios. “Bueno, no es muy ético, pero si te parece podríamos intentarlo aquí, así no te retendrás por miedo al dolor”. Dijo la doctora Sánchez mientras para mi sorpresa con su otra mano agarró la base de mi polla rodeándola con sus dedos. “¿Te parece bien, Jon?”. Asentí con la cabeza, tras lo cual ella comenzó a deslizar su mano arriba y abajo a lo largo de mi polla dura. Se hizo un silencio absoluto en la consulta mientras la doctora me masturbaba cada vez un poco más rápido. Movía su mano con firmeza, pero a la vez suavemente.
Pasaron un par de minutos más. “¿No te sale, Jon?” Preguntó la doctora Sánchez sin dejar de masturbarme. “No”. Podía sentir como las dos mujeres tenían la mirada clavada en mi polla. “Quizás sea por vergüenza”. Dijo la doctora Beiroa. “A ver si con esto conseguimos algo”. Dijo ella mientras con su mano se levantaba el vestido verde por debajo de la bata blanca hasta tenerlo a la altura de su vientre. No llevaba ropa interior. A escasos 20 centímetros de mi cara apareció el coño de la doctora Beiroa. Un coño maduro con una línea vertical de pelos púbicos teñidos de color rojo, al igual que los de su cabeza. Unos labios carnosos que brillaban sin duda debido a que la doctora estaba mojada. Me quedé mirando fijamente aquel coño mientras la doctora Sánchez aceleraba el ritmo de la paja.
Sonó un teléfono móvil en el bolsillo de la bata de la doctora Beiroa. Sin bajarse el vestido, con la otra mano sacó el teléfono y respondió a la llamada. “Si cariño, dime”. “Sí, no se me olvida que esta noche vamos a cenar con mis suegros”.”Claro que sí, no te preocupes”. “Tengo que colgar que estoy con un paciente, te quiero”. Mientras escuchaba la conversación de la doctora, sin duda con su marido, apenas me di cuenta de que la doctora Sánchez se había inclinado hacia adelante y estaba pasando su lengua a lo largo de mi polla. Desde la base hasta la punta, un par de veces, hasta que se la metió en la boca y comenzó a chupármela. “¿Te falta poco, Jon?” Preguntó la doctora Beiroa. Asentí con la cabeza. Ella se movió hacia adelante hasta casi rozar su coño con mi cara. “A ver si así terminamos antes”. Su coño desprendía un olor intenso, mientras unas gotas de flujo salían por sus labios y resbalaban hacia sus muslos. La doctora Sánchez apretaba con fuerza mis testículos mientras se tragaba mi polla hasta la base.
La doctora Beiroa con su mano libre acarició mi cabello mientras empujaba mi cabeza contra su coño. Instintivamente saqué mi lengua y como pude, comencé a lamer sus labios. “Vamos Jon, termina”. Dijo ella mientras apretaba con fuerza mi cara contra su pubis. Moví mi lengua arriba y abajo a lo largo de aquellos labios carnosos hasta que sentí cómo me apretaba con más fuerza y se corría contra mi boca. Lamí y tragué todos sus jugos mientras mi polla comenzó a palpitar próxima a eyacular. La doctora Sánchez tomó un bote de muestras de su bata, sacó mi polla de su boca y colocó el bote en su lugar mientras seguía masturbándome. Mientras se llenaba el bote con mi muestra de semen, lancé un grito de dolor, a lo que la doctora Beiroa respondió apretando su coño contra mi cara de nuevo intentando tapar el sonido. “Tranquilo Jon, ya pasó todo”. Me dijo con voz maternal. Cuando mi polla terminó de eyacular todo el esperma, la doctora Sanchez tapó el bote y lo guardo en su bata. Mientras la doctora Beiroa se apartaba de mí y se bajaba el vestido. “Ya puedes vestirte Jon, ven mañana a la misma hora a por los resultados de la muestra”. Asentí con la cabeza mientras me levantaba de la camilla y me vestía. “Gracias”. Dije mientras salía por la puerta.
A las diez en punto, como los días anteriores se abrió la puerta de la consulta. Allí estaba la doctora Beiroa, mismo pelo corto teñido de rojo, medias negras y zapatos de tacón negros, pero con la diferencia de que llevaba la bata blanca abrochada. “Pasa Jon”. Pasé. “Siéntate, Jon”. Me senté en la silla que había frente a su mesa. “Las muestras que tomamos ayer de tu semen han sido positivas”. No entendí que significaba aquello, si era bueno o malo, y en vez de preguntar, esperé a que la doctora me dijese algo más. En lugar de eso, se colocó entre la silla donde yo estaba sentado y su mesa. Apenas a medio metro de mí. La miré a la cara esperando alguna frase más por su parte, pero en lugar de ello, se desabrochó la bata. Lo único que tenía bajo su bata de doctora eran unas medias de encaje negras y un liguero negro a juego. Nada más. Delante de mí, aquel coño con los pocos pelos teñidos de rojo y unos pechos grandes, algo caídos, de pezones grandes y casi del mismo color que su piel.
No dijo nada más, simplemente agarró mi cabeza y la llevó contra su pubis. Yo tampoco dije nada, sólo saqué mi lengua y comencé a lamerle el coño. Mientras mi lengua recorría sus labios, la doctora acariciaba mi cabello, empujándome levemente contra ella. Aquel sabor y aquel olor a coño maduro me pusieron la polla dura enseguida. “Cómete este coño”. Fue lo único que dijo entre suspiros y jadeos. Apartando sus labios con mis dedos, comencé a meter mi lengua dentro de su coño, arriba y abajo, lamiendo sus paredes por dentro. Rozando su clítoris con mi nariz. Sentí como su cuerpo se convulsionaba mientras me llenaba la boca de sus jugos calientes. “Arriba, Jon”. Me cogió por debajo de los hombros y me levantó de la silla. Se sentó sobre la mesa abriendo sus piernas mientras desabrochaba mi pantalón y liberaba mi polla dura. Sin dejar de mirarla, la agarró con su mano, la sacudió un par de veces antes de poner la punta en la entrada de su coño empapado. Agarró mis nalgas y lentamente comenzó a empujarme contra ella, deslizando mi polla dentro de su coño muy despacio hasta que la metió entera. Nada más sentir mi polla metida por completo dentro de aquel coño caliente me entró ganas de correrme. Metí mi cabeza entre sus pechos y comencé a lamerlos, chupando y succionando sus enormes pezones. Mientras, con mis manos agarré su liguero por ambos lados y comencé a follarla como un perro en celo.
La sacaba y la metía a golpes de aquel coño húmedo. Miraba cada vez más excitado cómo el coño teñido de rojo de la doctora se tragaba mi polla entera. “Me corro”. Fue lo único que acerté a decir. La doctora al oírlo, apretó mi cuerpo contra ella para evitar que saliera de su coño. Descargué chorros de semen dentro de su cuerpo entre placer y dolor mientras ella me abrazaba con sus piernas para recibir todo mi esperma. Me quedé un momento con mi polla dentro de ella mientras se hacía pequeña. “Ya puedes vestirte, Jon”. Dijo la doctora apartándome de ella. Obedecí. “Vamos a tener que hacer un seguimiento semanal de tu caso, Jon, así que la semana que viene espero verte de nuevo”. Dijo ella mientras abría un cajón de la mesa, sacaba una falda negra, una camisa roja y comenzaba a vestirse delante de mí, mientras parte de mi semen salía por su coño. “Te espero la semana que viene”. Dijo a modo de despedida. Yo asentí con la cabeza y salí de la consulta.