Muy llena de culpa
Una hermosa joven de 28 años le confiesa a su compañero de trabajo que no tiene relaciones sexuales con su novio hace más de un mes. ¿Qué debe hacer un hombre frente a esa señal?
A Macarena la conozco hace cuatro años. Siempre estuvo de novia y nunca encontré el hueco propicio para un acercamiento. Al principio éramos compañeros de trabajo y después nos hicimos amigos. Ella presumía su rutina en pareja subiendo a Facebook e Instagram fotos de viajes, cenas con amigos y situaciones familiares. Se reía de mi vida de bon vivant, de soltero post-treinta. Yo era un cogedor serial rompecorazones, según Macarena.
Dos semanas antes de la fiesta de fin de año del laburo, algo en su relación comenzó a resquebrajarse. Me fue tirando data de a poco, como para que yo la procese y saque una conclusión acerca de eso. Básicamente, me confesó que su novio con quien convivía hace dos años, ya no se la garchaba. El tipo usaba su nuevo rol de jefe como excusa para estar lejos de ella el mayor tiempo posible. Llegaba “cansado” a eso de las diez de la noche y apenas le dirigía la palabra. Macarena para tener algo en común le proponía mirar juntos una serie en Netflix pero su novio a los pocos minutos de arrancar cualquier capítulo se quedaba dormido. Yo escuchaba atentamente y opinaba al respecto con palabras medidas. Mi primera conclusión era: se está culeando a otra. Pero por supuesto no le dije eso a Macarena. Actué como el psicólogo ideal, el confidente nato.
La fiesta de fin de año de la empresa era en un hotel lujoso, con un catering avasallante y unos animadores que trataban de ponerle onda al bodrio que éramos como contingente. Macarena se había puesto un vestido negro bastante elegante pegado al cuerpo. Su pelo negro y lacio cayendo a los costados de sus mejillas, con una raya al medio tajante, le daban un aspecto vampiresco y sensual. Tenía los ojos delineados y los labios pintados de un rojo furioso que contrastaba bien con su piel blanca pero saludable. Algunas mujeres de piel muy blanquecina dan aspecto de estar enfermas pero no era el caso de Macarena. Sin embargo, mi olfato de cazador sentía una fragancia incómoda entre ella y yo. Se notaba en el tono de su voz, en la velocidad con que bebía: hacía demasiado tiempo que no tenía sexo.
Las copas del catering iban pasando. Yo tenía charlas meramente superficiales y laborales con el resto de la gente mientras mantenía un ojo en Macarena. Ella seguía tomando a buen ritmo. Seguramente para las 2 a.m. cuando terminara la fiesta, iba a estar borracha. Después de unas palabras cliché de parte del CEO de la empresa, empezó una música cachengue. La verdad es que no había buena vibra entre los empleados. Eran todos unos trepadores competitivos pendientes de arrancarle la cabeza al otro. Eso se notaba en la pista de baile: algunos esbozaban unos pasos tímidos pero nadie se acercaba demasiado.
–Boludo, ya estoy ebria –sentí una voz que se me acercaba al oído.
Ví unos sillones situados en un punto intermedio entre irnos de la fiesta y quedarnos en el hotel. Le dije a Macarena que no escuchaba bien lo que me decía. Que vayamos a sentarnos. Ella accedió, pero primero fue hasta la barra a que le preparen otro Gin-Tonic.
–Esta fiesta es un asco –me dijo Macarena con el sorbete del trago metido en la boca–. No veo la hora de que termine.
–Si, la verdad que es un embole –asentí yo–. Tampoco es necesario que nos quedemos hasta el final.
Macarena arrastraba las palabras. No estaba precisamente borracha, pero daba indicios de que todo se encaminaba hacia ese estado. Se me ocurrió preguntarle como estaba todo con su novio, para pincharla un poco. A ver qué respondía en ese estado de sincericidio.
–Yo lo amo –arranco diciendo Macarena–. Pero siento que nuestra relación se desgastó. Son cuatro años juntos. No sé qué hacer la verdad... estoy súper angustiada al respecto.
– ¿No probaron hacer terapia de pareja? –dije como para seguirle el hilo a la conversación.
–Lo pensé –dijo Macarena–. Pero proponerle eso sería darle a entender que estamos en crisis.
Gin-Tonic de por medio fue hilando su monólogo. Otra vez mencionó el hecho de que no tenían relaciones sexuales hacía más de un mes. Qué abstinencia tétrica, pensaba yo por dentro. Macarena no merecía estar sin ser cogida. Tenía 28 años. Qué hacía con ese idiota que ya no la tocaba ni le dirigía la palabra. El amor además de ciego, es sordo y mudo. Se me cruzaban todas esas frases por la cabeza mientras la escuchaba a Macarena. Su congoja iba en ascenso. Por suerte se acercaban las 2 a.m. La fiesta de la empresa ya estaba en su total decadencia. Había un viejo borracho y solo bailando en la pista.
–Me voy a pedir un taxi –dijo Macarena sacando el celular de su cartera con lentitud. Tomé eso como una señal.
–Yo te llevo, Maca –le dije con velocidad–. Vine con el auto y tomé relativamente poco.
–Ay, sos un divino –me dijo–. Si dejaras de ser tan bon vivant, ya podrías estar casado y con hijos.
Subimos a mi auto. Macarena siguió hablando de la relación con su novio. Que ella ya estaba lista para casarse. Para tener un hijo. Que entre sus familias había muy buena onda. Que sus amigos le caían fantástico. “Falta lo más importante, Macarena. ¡El sexo!” me moría de ganas de decirle.
Venía hablando sola lo más bien y yo acotaba cuando era necesario. De pronto, me dí cuenta que habían pasado algunas cuadras y ella no había emitido palabra. De reojo ví que estaba con el celular. Frenamos en un semáforo y la miré con más detenimiento: una lágrima rodaba por su mejilla.
– ¿Estás bien, Maca? –llegué a decir antes de que el llanto explotara por completo.
Imaginé que había hablado con alguien por el celular y eso había detonado su tristeza. Me limité a estacionar el auto en un lugar cualquiera para contenerla. Elegí una zona oscura y tranquila.
– ¿Qué pasó, Maca? –insistí frente a su silencio.
–Ay, abrazame –dijo Macarena y se tiró encima de mi pecho–. Estoy triste, borracha y sola acá... ¿No te parezco patética?
Empecé a acariciarle el pelo por encima de la nuca. Se dejó. Ese masaje me sale bien. Hay que hacer movimientos circulares muy sutiles con las yemas de los dedos. No sé qué terminaciones nerviosas hay ahí, pero ponen dócil a cualquiera. Con la otra mano, levanté su mentón y puse su cara frente a la mía. Ahí nomás, la besé. Fue un beso de unos segundos. Macarena estaba bajando la guardia pero se resistió.
–No, no... pará... me siento re-mal haciendo esto... mi novio... –dijo mientras yo le interrumpía cada sílaba con un beso. La tomé de la cintura y la atraje más hacia mí. Ella se fue soltando y me abrazó el cuello. Tiré el asiento del conductor hacia atrás. Agarré sus piernas y la senté a Macarena encima mío. Su culo estaba apoyado sobre uno de mis muslos. Ya no hablaba. De a poco fuimos rompiendo el límite de los besos, abriendo las bocas y entrelazando las lenguas. Sus brazos estaban sobre mis hombros, sus manos agarraban el pelo de mi nuca, casi arrancándolo. Abrí los ojos. Macarena tenía los ojos cerrados. Estaba concentrada y entregada. El Gin-Tonic le había perfumado la boca positivamente. Era habilidosa con la lengua. Se ve que esa boca estaba sedienta de acción. Le bajé los breteles del vestido. Tenía un corpiño strapless. Con una sola mano empecé a desabrochárselo.
–No, no... pará, pará –dijo Macarena retirando su boca de la mía–. Esto que estamos haciendo es cualquiera. Vos y yo somos amigos... Yo a mi novio lo amo, no puedo hacerle esto...
Mi mano derecha ya había desmantelado el “sistema de seguridad” del corpiño. No hizo falta ni soplarlo para que se cayera y develara las tetas de modelo de Macarena. Me atrevería a decir que tenía 90 de medida. Los pezones rosados y erectos se destacaban de su piel blanca. Unos mechones de pelo negro que le caían sobre las tetas completaban la foto. Ella dijo algo más arrastrando las palabras mientras yo engullía uno de sus pechos.
–Nos puede ver alguien acá en el auto... –dijo Macarena con la voz extasiada por el trabajo de mi boca en su pezón.
–No pasa nadie por esta calle, estacioné acá a propósito –dije y rápidamente volví a trabajarle el pezón rosado, erecto y caliente con mi lengua.
Me encantaba el sabor de sus tetas. Era como una mezcla de chocolate con caramelo. Se notaba que esa piel estaba trabajada asiduamente con alguna crema. Era una piel fresca, bien humectada y perfumada. Por más que Macarena tratara de ponerle paños fríos a la situación, sus tetas hablaban por ella: estaban bien paradas y esos pezones mal atendidos reclamaban atención urgente. Le dí un pequeño mordisco y me pasé a la otra teta, que también tenía sabor acaramelado. La temperatura de la piel de Macarena estaba subiendo. El bulto de mi pantalón también. Decidí ponerle turbo a la situación. Le levanté la falda del vestido. Se lo saqué lo más rápido que pude aunque las dimensiones del auto hacían el acto un poco más difícil de lo habitual. Se quedó en bombacha, también negra y de encaje.
–Ayudame –le dije mientras me desanudaba la corbata.
–Estamos haciendo cualquiera... –insistió Macarena pero la callé con un beso.
Me quite rápido la camisa. Me desabroché el cinturón. Estiré las piernas y le pedí a Macarena que me ayude a sacarme el pantalón. Me quedaron las medias puestas pero no me importó. Estábamos los dos semidesnudos, contemplándonos. Un segundo de silencio o de inacción podían ser letales: Macarena todavía no estaba convencida. Deslicé mi mano hacia su entrepierna y empecé a tocarle la vulva por encima de la bombacha. Su humedad había empapado la tela. Otro indicio, otra prueba de que su cuerpo hablaba por sí solo y la mente sólo trataba de acallarlo, reprimirlo. Esa concha estaba ansiosa de ser bien tratada. Empecé a frotársela como quien quiere despertar al genio de la lámpara. Macarena miró hacia arriba y cerró los ojos. Hacía leves movimientos con la pelvis para aumentar la intensidad del frotamiento. De repente, me agarró la mano y me la metió por adentro de la bombacha. Mi dedo corazón, no tardó en encontrar el pequeño corazón de su vagina.
–Ahí, ahí –dijo Macarena y después de reprimir un gemido agrego–: Me da mucha culpa esto que estamos haciendo, tendríamos que parar ahora mismo...
Mi dedo índice ya se había unido al festín. Junto con el dedo corazón me encargué de deslizarlos bien adentro de su vagina para acallar a esa mente culposa que la atormentaba. Con la mano que no tenía adentro de su vulva húmeda e hirviente, casi que le arranqué la bombacha. Se la dejé por debajo de las rodillas. ¡Qué linda concha tenés Macarena!, estuve a punto de decirle. Sin vello y prolija, sin ese acné post-depilación que se le nota a las mujeres de piel blanca. Esos labios vaginales rosaditos tenían una simetría digna de una clase de geometría. A todo esto, mi verga ya no sabía como pedir pista para sumarse al baile: me miré el calzoncillo, lo tenía humedecido de líquido preseminal. Retiré cuidadosamente la mano de adentro de su vagina. Mis dedos estaban unidos por una película transparente y pegajosa. Me tentó la idea de chuparmelos pero no lo hice.
–Ayudame a sacarme esto –le dije una vez más y estiré las piernas.
Macarena me ayudó a sacarme el calzoncillo. Mi verga brotó como un payaso con resorte de adentro de una caja. Apareció elegante, digna de una foto porno. Solita nomás se arremangó la piel y dejó la cabeza roja y altanera al frente. El agujerito no paraba de supurar lubricante natural, brilloso y transparente.
–No, no, pará... Esto es demasiado –dijo Macarena sin quitar la vista de mi verga.
– ¿Te parece muy grande? –le dije completamente sin sangre en las neuronas: estaba toda concentrada en esa erección que había esperado cuatro años en hacerse maciza y orgullosa. Sólo faltaba que Macarena tome cartas en el asunto. Sin embargo, ella se quedó hipnotizada. Supuse que su novio tenía un tamaño standard. O peor, era un pito chico. Con razón ya no la cogía. Los de pene pequeño no saben reinventarse en la cama, pensé.
–Vení para acá –le dije con algo de salvajía tomándola con las dos manos de la cintura. Macarena era flaquita. Su cuerpo era sencillo de maniobrar. Ya no se resistía. La senté encima de mi verga y con la tremenda erección que tenía, punteé su entrepierna hasta hallar el agujero.
–No... no puedo hacerle esto a mi novio –dijo Macarena mientras la cabeza de la pija entraba despacito, primero despeinando los labios vaginales hacia afuera y después adentrándose en esas paredes de carne rosada y húmeda. De a poco fue entrando toda. Macarena tenía una concha angosta pero flexible. Tenía sus tetas frente a mi cara así que aproveché para lamérselas. Iba y venía de un pezón al otro, haciendo un movimiento frenético con mi cara y mi boca.
–Sos un psicópata... qué me estás haciendo –dijo Macarena aferrada a mi cuello y de a poquito soltándose y empezando a cabalgar. Las dimensiones del auto no ayudaban pero con esas ganas de coger, su cuerpo podía adaptarse a cualquier espacio. Las manos de Macarena de a poco se deslizaban hacia mi espalda y se clavaban como estacas. Se notaba la desesperación de su cuerpo por ser poseído: ella estaba con los ojos cerrados, entregada por el alcohol, pero de la cintura para abajo estaba haciendo esfuerzos de gimnasta. El bombeo era muy prolijo, no se había salido ni una vez. Y eso que ella llevaba los límites del mete y saca al extremo. Se la clavaba bien hasta el fondo y se retiraba hasta un centímetro antes del glande. Una vez que llegaba hasta ahí, volvía a dejarse caer con todo y chocaba mi pelvis con la suya. La humedad hacía que esos choques hicieran un ruido acuoso: plaf, plaf, plaf.
–Ahhhh... no puedo creer que voy a acabar –dijo Macarena con la voz quebrada, casi en un susurro. Yo la sostuve fuerte y nos fundimos en un abrazo. Los bombeos fueron bajando de ritmo. Al principio ella reprimió el gemido. Pero su cuerpo hizo lo que quiso. Sentí como su respiración se agitaba, su pulso cardíaco se aceleraba. Hasta que finalmente largó un gemido largo de varias “A”. Hizo una oda a la vocal “A”, desafinada, desesperada y catarítica a la vez.
–No me acabes adentro... por favor... –dijo Macarena pero era demasiado tarde.
–Tu gemido descontrolado me volvió loco... –le dije y apoyé la cabeza sobre su hombro.
Mientras ella largaba ese gemido de desahogo en su acabada, mi verga explotó por completo. Mis huevos se contraían y descontraían, dando la señal de salida. Pude sentir la leche fresca, recién elaborada recorriendo cada zona de mi aparato reproductor. Desde los testículos, el conducto deferente, la uretra y finalmente la boquita del glande largando esa lefa espesa llena de proteínas. Sentí como el tronco se desinflaba un poco, como la sangre volvía otra vez a su lugar, al resto de mi cuerpo, a mi cerebro. Igual mantenía la erección mientras eyaculaba todo mi semen adentro de su vagina angosta y contenedora.
–No... ni mi novio me acaba adentro... –dijo Macarena con un aire de angustia.
–Ya fue tu novio, Macarena –le dije tratando de tranquilizarla–. Ahora compramos una pastilla del día después. No pasa nada.
Hice un ademán como para que nos despeguemos, pensando en que ella seguía con la culpa remordiéndole su ser.
–Esperá... esperá –me dijo y se aferró a mí–. Me gusta estar así, un poco más.
Mi verga seguía erecta. No tan firme como al principio. Sentí una distensión más que me recorría desde los huevos hasta el tronco del pene y desembocaba en el glande. Otra gota de leche más inundando sus entrañas, pensé. Una de mis manos, inquieta, se deslizó como un ninja por debajo de las piernas de Macarena. El dedo corazón, como quien no quiere la cosa, empezó a merodear el agujerito de su culo. Ella estaba por decir algo, seguramente sobre su novio.
–No... la cola no... Mi nov... –atinó a decir pero el dedo ya estaba adentro. No había vuelta atrás para Macarena. El pecado ya estaba cometido.