Museo de la carne (1)

Francisco desea ser seleccionado para un museo de especímenes vivos. Para lograrlo, debe ser muy complaciente.

MUSEO DE LA CARNE (PRIMERA PARTE)

Se preocupaba más por su madre que por sí mismo. Él sabía que no era bueno para los estudios, pero que de alguna manera saldría adelante. Pero su madre, una ejecutiva moderna y de buena presencia, pensaba que a su pobre hijo sólo le quedaba el convertirse en vago. Su situación –y la de sus amantes- era buena, pero no como para no hacer que Francisco no estudiase hasta reventarse para superar esas malas notas. Entre madre e hijo lo único que existía de similitud eran unos grandes ojos negros y despiertos, una cabellera crespa y rubia y la posibilidad de hacer que se callase la gente mientras ellos caminaban por allí.

El joven conocía su fatal atractivo. Alguna vez lo había utilizado para zafarse una mala nota con algún profesor o profesora que caía rendido ante sus encantos. Aunque en general era más bien retraído.

Hoy caminaba deprimido por el centro de la ciudad. No quería llegar al hogar con tan malas noticias. Por eso se sentó en un invernal banco de plaza y comenzó a leer un panfleto que hacia él voló.

El papel decía lo siguiente: Se necesitan modelos para museo de la carne. Posibilidad de viaje al extranjero. Luego venía una dirección.

Más que nada para matar el tiempo y evitar volver al hogar, Francisco se dirigió hacia ese negocio, cuya dirección estaba cerca. Cuando tocó el timbre notó que una cámara realizaba un zoom sobre él y que subía y bajaba, como si estuviera revisándolo.

-¿Qué desea? –se escuchó una voz viril.

-Encontré este papel en la plaza y...

Francisco no alcanzó a terminar de hablar cuando la puerta se abrió.

-Sube hasta el quinto piso –escuchó que le decían.

Una vez llegado al piso, se dio cuenta de que todo el departamento correspondía a ese nivel. Estaba adornado con lujo y parecía la recepción de un médico. De pronto, de la sala contigua salió un hombre de unos veinticinco años, vestido con elegancia y opulencia, y lo saluda afablemente, mientras le entrega una de las dos copas que llevaba, llenas con un cocktail ligero.

-¿Sabes algo de qué es lo que te proponemos con este negocio? –le preguntó al muchacho.

-Pues nada. Sólo leí el panfleto.

-Bien –dijo el hombre mientras pasaba su mano por su bien peinada cabellera corta y negra.- El señor Rojas Mc Alister es un multimillonario que desea hacer una exposición en Grecia de los mejores especimenes de hombres. Con ciertos disfraces, hay que posar tras unos mostradores en lo que será el más grande museo de la carne. Este lugar donde tú estás es la oficina para toda América Latina. Aquí postula gente que traemos desde todos los países del sector. Si llegas a quedar seleccionado, la paga es millonaria y tienes que pasar un año viajando por lugares exóticos del mundo.

La idea, por su puesto, agradó a Francisco, quien pensó que era un medio muy cómodo para dejar la realidad actual. Pero pronto se desilusionó pensando en que ser seleccionado no debía ser nada de fácil. ¡Elegirían a los más apuestos hombres del mundo! De pronto y silenciosamente, comenzó a llorar. La presión en los últimos días había sido demasiada.

El hombre, dándose cuenta de que una lágrima caía por la mejilla del muchacho, le preguntó que qué le sucedía.

-La verdad es que el proyecto me gusta mucho –dijo Francisco,- pero alcanzar esa meta debe ser muy difícil.

-Por su puesto que lo es –dijo el ejecutivo,- pero nada pierdes con intentarlo. Yo te puedo afirmar, desde mi punto de vista, que eres una de los hombres más interesantes que hemos tenido la oportunidad de conocer.

-¿Y qué hay que hacer? –dijo el inocente joven.

El hombre no respondió, sino que sólo le estiró la mano diciéndole –Mucho gusto, mi nombre es Ernesto.

Luego, rápidamente, el hombre se dirigió hacia la sala del lado, entendiendo Francisco que debía seguirle. Era un estudio fotográfico.

-Tendremos que realizar algunas fotografías con distintos atuendos, pero al final entre ambos decidiremos cuáles son las mejores para mandar a la sede central en Grecia.

Francisco asintió con la cabeza. Su timidez le daba un rasgo angelical, que se acompañaba bien con sus crespos rubios.

-Comencemos con este traje –le dijo el hombre mientras le pasaba un disfraz de centurión romano.

Francisco miró hacia todos lados buscando dónde poder cambiarse. No se atrevía a preguntar. Por otra parte, Ernesto estaba regulando las cámaras y probando diversos lentes.

Así que decidió desnudarse lentamente. No quería llamar la atención, pero el fotógrafo ya lo enfocaba sin que él se diera cuenta. Fueron quedando arrumbados el abrigo, el chaleco, la colorida bufanda, los bototos, calcetines y gastados jeans. Temblaba un poco, pero no de frío, ya que el edificio tenía calefacción central, sino de miedo. Estaba casi desnudo frente a un total desconocido. Se paralizó en el instante y no se le ocurrió ponerse el disfraz romano. Ahí estaba, con sólo una pequeña prenda negra cubriendo sus huevos; el trasero al aire.

El fotógrafo chifló sonoramente al ver el cuerpo del joven. Dos pezones rosaditos y levantados era lo que más llamaba la atención. Francisco no tenía ni una gota de grasa. Su cuerpo estaba absolutamente bien proporcionado y agradablemente musculado. El hombre giró alrededor y notó cómo las nalguitas se erguían hermosas entre los elásticos negros. No pudo evitarlo y pellizcó una de ellas, mientras acercaba su boca al oído del muchacho.

-Si quieres ganar esta competencia, a mí se me ocurre cómo ayudarte – le dijo al oído.

Luego mordió delicadamente el lóbulo de su oreja derecha, provocando en Francisco un tranquilo jadeo.

-Sigamos, por mientras, con la fotografía –dijo Ernesto mientras ayudaba a vestir al muchacho con el peto, el casco, las sandalias y la falda de legionario romano.

Comenzó entonces a tomar las fotografías en distintas posiciones, todas provocativas, mientras iba sugiriéndole una lenta sustracción de prendas. Finalmente, quedó nuestro protagonista tendido sobre un triclinio vistiendo sólo la falda de tiras. Ernesto le pasó unas grandes uvas negras para que fuera comiendo provocativamente. Frente al flash, toda la cortedad de genio de Francisco quedaba atrás. Ahora su pensamiento se centraba en que su erecto pene deseaba con urgencia ser liberado y manipulado. Ya no pensaba tanto, por lo que de frentón se quedó sin nada de ropa mientras comenzaba una lenta masturbación.

Sintió cómo el zoom quería devorar su miembro y luego todo quedó en silencio. La sesión había concluido momentáneamente y una mano sacaba la suya de su miembro.

-Aún no –escuchó la orden mientras un pañuelo cubría sus ojos.

Sus manos y sus pies fueron entonces atados a las cuatro patas del triclinio. Nuevamente escuchó el sonido de la cámara. Algo se acercó a sus labios y los abrió como por instinto. Entonces dejó entrar hasta su garganta un miembro de tamaño gigante. Le dolían las comisuras de los labios y tendió a atorarse, pero relajó más la garganta y simplemente dejó que todo pasase. Mientras, los dedos del experto empresario se cerraron en sus pezones haciéndoles doler profundamente. Pero no podía gritar ya que la boca la tenía llena. Para amainar el dolor, jadeaba y, de pronto, ya sin dolor, jadeaba por puro placer.

Ernesto entonces se alejó y tomó algunas fotografías más. Le levantó las piernas hasta los oídos, liberándolas de sus ataduras, y tomó unas cuantas tomas del hermoso agujero de su culo, también de color rosado.

Acercó entonces un dedo hacia el musculoso ano, que se abría compulsivamente al menor estímulo, como si estuviera mascando el aire. No fue difícil hacer entrar tres dedos. La experiencia previa de Francisco para mejorar sus notas hacían que su conducto fuera amplio. El deseo hacía al muchacho mover la cabeza de un lado a otro. Al no poder ver nada, sus sentidos se centraban en el tacto.

-Por favor, ¡métemela ya! –suplicaba.

Pero Ernesto no respondía ni con palabras ni con gestos. Simplemente sonreía y alejaba por unos cuantos minutos sus manos del cuerpo de Francisco.

-¡Qué esperas, cabrón! ¡Métemela hasta la empuñadura de una vez por todas!

Ernesto entonces reía fuertemente haciéndole saber a Francisco que aún estaba allí y, tomando un hielo que quedaba en su vaso, lo acercaba al ano del joven, que temblaba por la sorpresa y la emoción.

-¡Lo quiero todo, mierda! ¡Quiero que me metas el pico hasta que se me salga por la garganta!

-¿Estás dispuesto a dejarlo todo por partir en la gira del museo de la carne?- preguntó el fotógrafo.

-Hago lo que sea pero ahora quiero un pico en mi culo.

Ernesto introdujo su gigantesco miembro de un solo envión, haciendo que Francisco casi viese las estrellas. Desde el límite del desmayo, el muchacho comenzó a experimentar el mejor orgasmo de toda su vida. Cinco trallazos enormes salieron de su hermoso pene sin circuncidar inundando su pelo y su cuello. Aún así, su erección no disminuyó ni un solo punto. Por varios minutos más el garrote de Ernesto siguió bombeando violentamente en sus entrañas. Francisco sentía que eso era el cielo. Nunca antes había experimentado tanto placer en el mundo. Lejos estaba su congoja y sus problemas.

De pronto, sintió que le quitaban la venda de los ojos. Al acostumbrar la vista vio los hermosos ojos de Ernesto iluminados por el sexo. Habría hecho por ese hombre lo que le pidieran en ese momento. Pero sólo escuchó una voz:

-¡Ahora!

Y junto con sentir como la lava de su nuevo amante le invadía, se fue cortado nuevamente, lanzando ahora un chorro un poco menos potente sobre el pecho de Ernesto. Las descargas eléctricas de ambos se sucedieron durante varios segundos, como si fueran fuegos artificiales.

Una lengua amable entró en su boca y ambos se quedaron unidos en un beso juguetón y largo.

-Te digo algo que te va a gustar –le dijo el hombre al muchacho sin siquiera sacar su miembro de su culo.- Estás seleccionado. El viernes zarpamos hacia Grecia para que seas modelo del GRAN MUSEO DE LA CARNE.

Fin de la primera parte.

En el segundo capítulo, la travesía de Francisco hacia Grecia en un transatlántico de lujo, con todos los hombres seleccionados en Latinoamérica para el Museo de la Carne.

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