Muñequita mía

Una joven mujer se ha sentido atraída por mucho tiempo por un primo, quien siempre la llama “muñequita mía”. Un día se presenta la coyuntura de quedar solos varios días y….

Muñequita mía

Acabo de ducharme y depilarme el coño, estoy a punto de vestirme cuando mis sentidos se alertan por el sonido del portero eléctrico que recorre el circuito telefónico cerrado de nuestra casa. Al aguzar el oído reconozco la potente y ronca voz característica del guapo de mi primo Julián. Un bombón de macho homo sapiens que me trae loquita desde mi tierna adolescencia y que, invariablemente, me saluda con dos besos en las comisuras de mi boca, un "estrecho" abrazo y un:

—"Hola muñequita mía" —que siempre, y no sé por qué, me derrite por completo.

Rápidamente reemplazo el aburrido atuendo de casa con el que pensaba vestirme por una sensual minifalda vaquera, una blusa ajustada y corta que demarca mis tentadoras tetas y deja ver mi ombligo. Me hago unas trenzas de niña, de muñequita, en el cabello y salgo deprisa a saludar a mi apuesto primito.

No sé si fue el sonido de los tacones de mi calzado, la fragancia de mi perfume o la cara de asombro que puso papá, pero lo cierto es que Julián se giró velozmente hacia mi, me recorrió con su mirada de pies a cabeza, puso cara de vicio, se acercó a mi, me dio los consabidos besos casi encima de mis labios, me atrajo con un brazo hacia su cuerpo, apretándolo deliciosamente contra el suyo, y dijo:

—"Hola muñequita mía". ¡Qué preciosa te ves, cariño!

Como de costumbre, aquel tan conocido saludo suyo, unido al halago posterior, a su mirada llena de deseo, a los besos semihúmedos, al achuchón que hizo que mis pezones se alojaran en su pecho y su pene abultado rozara mi bajo vientre, detonó toda la pasión que desde pequeña él causa en mi. Pero esta vez fue más intensa. Sentí rubor en mi rostro y fuego en mi entrepierna.

Como el mejor de los galanes, me tomó de una mano y me ofreció asiento junto a él, muy junto a él. Papá se había alejado del salón para responder una llamada telefónica. Mi primo, aprovechando aquella coyuntura y sabedor de lo que él despertaba en mí, me susurró muy cerca de mí:

—Te vine a buscar muñequita de mis sueños para pasar el resto del día juntos. ¿qué dices? ¿me haces ese regalo, muñequita mía?

—Claro que si, pero ¿y tu novia? ¿no está en la ciudad? —Imposible responder que no, máxime cuando el fuego que ardía entre mis piernas mutaba aceleradamente a hoguera.

— ¿De qué novia hablas? —respondió mi primo—. Hace más de un mes que mi relación con Natalia terminó. Ahora sólo te tengo a ti. —añadió.

Me extrañó ese hablar provocador, lujurioso y directo. Es verdad que en ocasiones previas habíamos jugado a ser novios fogosos y que, incluso, habíamos tenido unos calientes escarceos amorosos. Pero de una manera u otra, siempre había sido yo quien tomaba la delantera. Pero en fin, el horno no estaba para bollos ni para cuestionarme porqué mi primito estaba tan "cariñoso".

—Pero Mari ¿cómo quieres que vaya para allá de inmediato? Nos ha venido a ver Julián. —irrumpe en nuestra nube de cercanía y pasión la fuerte voz de papá.

—Vale, vale. Voy saliendo para allá, pero no sé cómo me excusaré con mi sobrino. —continúa diciendo papá.

Enseguida escuchamos el caminar apresurado de papi, quien entra de nuevo al salón y nos señala:

—Chicos, por favor discúlpenme, pero ha surgido una emergencia y debo salir de inmediato fuera de la ciudad. Espero regresar el domingo por la noche, pero no es seguro. Después te telefoneo hija y te cuento más. Por favor ocúpate de atender bien a Julián. Pidan comida a domicilio o algo semejante. Usa, hija, tu tarjeta de débito o la de crédito. Luego te repongo lo que hayas gastado o te hago más tarde una transferencia de fondos por Internet.

Y diciendo eso, me dio un beso a mí y un apretón de mano a mi primo Julián y salió a toda prisa de la casa.

Un poco aturdida por la celeridad con que se sucedieron los hechos, en lugar de reaccionar y empezar a disponer el almuerzo, ofrecer un aperitivo a mi guapo primo y todo lo demás, me quedé inmóvil en el sofá, como atornillada, sin atinar a nada y mirando embobada a Julián. Él, que es un chico muy espabilado, me cogió de la cintura y me atrajo hacia él y con voz ronca y runruneando me dijo:

—Tranquila muñequita, yo me encargo de todo —y posó sus labios sobre los míos.

Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo y me sentí en el cielo, desprovista de peso y presa de deseos lúbricos. Sin embargo, una molestosa y persistente vocecilla interna me repetía sin cesar:

—Es tu primo, el hijo de la hermana de tu padre. Tiene parte de tu misma sangre. ¡No cometas la insensatez que estás pensando! ¡Modera tus impulsos! ¡Recobra el buen juicio!. Tienes miles de hombres a tu alcance y lo sabes.

Pero, con un apetito irrefrenable por los placeres que aquel hombre ardiente me ofrecía, acallé la agobiante y entremetida voz interna y me lancé en búsqueda del goce sin pensar ennada más. Respondí apasionadamente el suave beso de mi primo y mi lengua voraz penetró su boca y se fue a la caza de su lengua. Aquello soltó las ataduras que impone nuestra sociedad mojigata que hace escrúpulos de relaciones parentales mutuamente consentidas entre adultos que toman resguardos anticonceptivos.

Entretanto nos besábamos sin control y mucha fruición, las manos de Julián no perdían tiempo y se dedicaban con esmero a acariciar mi cuerpo. Iniciaron su faena por mi espalda, pero pronto estaban manoseando mi trasero, y luego, se colaron debajo de mi camisa y sobaron mis pechos desnudos y generosos en volumen. Ante tales arremetidas impúdicas y colmadas de deseo, no pude reprimir por más tiempo mis gemidos de placer y me entregué con lascivia a los deleites carnales.

Julián me sacó la blusa, la falda y las braguitas, dejándome enteramente desnuda. Como presa recién cazada y a punto de ser devorada, extendió mi cuerpo en el sillón de cuatro plazas y se acomodó sobre la alfombra. Su ávida boca comenzó a comerme las tetas, a chuparme los pezones erectos y a estrujar mis pechos, acrecentantando el gozo que, de entrada, me provocaba. Mi coño producía abundantes y candentes jugos íntimos que, no pudiendo ser contenidos por mi coñito, comenzaban a deslizarse por las paredes internas de mis muslos.

Mi primo, sin retirar su golosa boca de mis pechos, estiró una mano hasta mi entrepierna enteramente depilada y chorreante, acariciándola con exquisita dulzura. Dominada por la pasión y sin cordura ni recato, me dejé hacer a voluntad, concentrándome en gozar, gozar y gozar, cuán puta en celo.

Las manos de Julián siguieron incursionando en mi intimidad, empezando a asediar sin miramientos mi clítoris y mi culito. Cuando tuvieron mi entrepierna empapada de flujos vaginales y a mí al borde de la desesperación por ser penetrada, supliqué con voz apremiante:

—Primito no te tardes más y ¡fóllame! Que no aguante las ganas de sentirte adentro mío.

Mi primo, con asombrosa velocidad, se desnudó y se colocó suspendido encima de mí. Me besó y puso su potente pene a la entrada de mi vagina. Poco a poco y sin dejar de besuquearme deliciosamente, su polla se fue adentrando en mi vagina hasta que nuestros pubis se tocaron. La sensación de su vello púbico sobre mi recién rasurada zona pubiana (cual muñequita) hizo ascender mi placer y estallar un poderoso orgasmo, acompañado de convulsiones y torrentes de flujos íntimos que bañaron el gigantesco aparato genital de mi primo.

Pero aquello tan sólo mitigó las llamas de mi fuego interno, pero no las extinguió. Quería más, mucho más. Inicié un movimiento sensual de caderas aprovechando que el pene gordo de mi primo aún estaba en mi interior. Mi primo supo interpretar correctamente mi señal de que, a pesar de haberme corrido apenas momentos atrás, mi cuerpo y mente querían más diversión. Enseguida empezó a moverse y a bombear lentamente, pero sin hacer pausas. Yo me retorcía de placer y hacía que los músculos de mi vagina comprimieran la polla de Julián con el propósito de intentar retener al responsable del deleite que mi cuerpo sentía.

Al tiempo que mi cuerpo se estremecía sin cesar a causa del profundo placer que experimentaba, la tranca de mi primo incrementaba la rapidez de su accionar poco a poco y sus manos reanudaban sus caricias y sobajeos. Mientras la zurda se encargaba de amasar mis tetas, la diestra frotaba mi clítoris sin piedad. Mis gemidos mutaron a chillidos, primero, y a gritos desaforados, después. Los orgasmos, por su parte, se sucedían uno tras otro, en tanto el timbre del teléfono sonaba y sonaba, pero por nada del mundo se me hubiese ocurrido contestar.

Julián se detuvo bruscamente, sacó su poderoso pene hinchado de mi interior y me preguntó con voz acezante:

—Muñequita mía ¿sigues algún tratamiento de anticoncepción?

—SiiiIIIII….no pares. Necesito tu pene mucho más tiempo desfogándome.

—Por supuesto. A tus órdenes muñequita exquisita.

Enseguida me colocó a lo perrita encima del sofá, mirando hacia la pared y comenzó a dar lengua a mi jugosa vagina. Yo, delirante, suplicaba, rogaba, imploraba más pene a voz en cuello.

Mi primo se puso de pie, me dio unas palmaditas en las nalgas y me dijo:

—Tranquila muñequita, no pierdas los estribos. Te daré toda la cantidad de polla que desees, pero a su debido tiempo.

— ¿Sabes colocar condones con la boca? —me preguntó.

—Sí, pero para qué. Ya te dije que me cuidaba. —respondí contrariada.

—Entonces quiero que me pongas uno. No deseo que corramos riesgos innecesarios.

Bastante enfurecida por dentro, me di a la tarea de ponerle un preservativo con la boca.

Finalicé esta labor que, a fin de cuentas, me resultó muy excitante y transformó mi ira inicial en más goce. Mi primo, obviamente más avezado que yo en las artes sexuales, me colocó otra vez en cuatro patas arriba del sofá. En un santiamén, tenía toda la polla de mi primo en mi vagina. En pocos instantes, el pene de Julián, forrado en látex, comenzó a entrar y salir de mi vaginita de manera deliciosamente acompasada. A medida que me acercaba al clímax sexual, le pedía a mi primito que me diera más y más duro. Él me dio en el gusto y, por momentos, me agarró de las tetas y me folló muy frenéticamente. Sacaba su polla íntegramente y, enseguida, me la encajaba hasta los huevos de nuevo. Tuve dos orgasmos muy seguidos y muy potentes. Luego de aquello, caí desmadejada en el sofá. Sólo el incesante sonar del teléfono fue capaz de hacerme levantar y contestar el maldito aparato para que no me fastidiara más.

Era papá, quien al filo de la exasperación y convencido que me había ocurrido algo terrible. Luego de sosegarlo, me decía que no regresaría antes del martes siguiente y que me había depositado una buena cantidad de pasta en mi cuenta bancaria para que no tuviese inconvenientes económicos en su ausencia.

Un tanto triste por la noticia de mi próxima soledad, retorné otra vez al salón y le conté todo a mi primo. Él, muy comprensivo y cariñoso, me consoló con caricias y mimos. De los arrumacos iniciales pronto pasó a sobajar mis pechos, mi vientre y mi entrepierna. Todo lo cual encendió mi pasión y tomé su grueso pene y lo empecé a pajear. Cuando su mástil se endureció y alcanzó su máxima expresión, me lo metí a la boca mientras él masajeaba mi ano. Al poco rato él me preguntó:

—Muñequita, necesito un poco de gel lubricante para preparar tu culito para lo que pienso hacer un rato más. ¿tienes algo que me pueda servir?

— ¿Me vas a romper el culo? —pregunté haciéndome la inocente niña.

—Sí muñequita. ¿Alguna objeción?

—Ninguna cariño. Me fascina la idea. Enseguida te traigo gel.

Regresé del baño de papá con un recipiente grande de crema lubricante. Se lo entregué a Julián, me puse boca abajo en el sofá y reanudé la felación. Él, por su parte, se embadurnó los dedos con gel y, poco a poco, empezó a hacer resbaladizo mi ano y mi recto.

Su experto masaje fue elevando mi temperatura corporal y haciéndome anhelar que el pedazo de carne que tenía en mi boca pasara a estar dentro de mi recto. Varios suspiros y gemidos brotaron de mi garganta. Él lo notó y me colocó a cuatro patas sobre la mullida alfombra del salón. Apuntó su garrote a mi ano dilatado y comenzó a empujar. Al primer envión solté un tremendo alarido de dolor. Su polla era demasiado gruesa. Me volvió a sobar de nuevo mi culo al tiempo que se untaba su pene con abundante gel.

Volvimos a intentarlo. Muy despacio fue introduciendo en mi embetunado culo su pollón. Me dolía mucho aún, pero me mantuve firme sin flaquear. Por fin entró su glande, esperó un rato y de una embestida metió su pene hasta la mitad. Aguardó un momento más extenso y luego empezó un mete y saca lento. Con cada embestida su polla se metía más y más en mi recto. El rozamiento fue siendo momento a momento menor hasta que la resistencia desapareció y el placer invadió mi cuerpo, desde los cabellos a los pies. Nadie antes me había roto mi culito de tan agradable manera.

—Te fascina que te dé por el culo, muñequita ¿verdad? —musitaba jadeante mi primo.

Yo respondía sólo con aullidos y gritos de gozo, cada vez más estruendosos. El deleite y embeleso de mis sentidos era Supremo.

La visión y percepción de mi disfrute y calentura, alimentaba a su vez, el propio goce y fogosidad de Julián. El mete y saca iba in crescendo apresuradamente hasta terminar follándome el culo a lo bestia y eyaculando profusamente.

Nuestra satisfacción y complacencia eran evidentes así como nuestro agotamiento físico. Pero un buen baño en la piscina y una rica comida restauraron nuestras fuerzas. Proseguimos follando el resto de la tarde y por la noche salimos a cenar y bailar como tortolitos. Retornamos a casa de madrugada, al filo del alba, y tras unas horas de sueño…seguimos follando.